Donald Trump y Latinoamérica ¿El retorno de los brujos

José Miguel Candia

RECIBIDO: 13-09-2016 APROBADO: 09-11-2016

 

Lo nacional-popular en la nueva coyuntura internacional

Lluis Bassets, destacado analista político del diario conservador español El País, supo sintetizar, en pocas palabras, el fenómeno Trump. Queremos iniciar este ensayo con una cita textual del  autor mencionado: “¿Cómo ha podido llegar hasta aquí un individuo de tan escasas cualidades personales, políticas y morales?¿En qué ha fallado el sistema político estadounidense, con su complejo sistema de primarias y sus numerosos checks and balances? ¿Cómo se explica que el Partido Republicano siga confiando en un personaje tan atrabiliario en vez de promover una investigación sobre sus relaciones con Rusia y quizás su destitución?” (El País, México, 18/V/2017: p. 4).

Pero nos gustaría desarrollar estas reflexiones con preguntas propias, más cercanas a nuestro acontecer diario y a nuestras dudas y pareceres sobre lo que está ocurriendo en el mundo. Y para ello debemos abandonar  los espacios de confort y  cuestionarnos sobre temas sustantivos. Por ejemplo,   ¿Será que el pensamiento social está condenado a correr detrás de los acontecimientos o tendremos que iniciar este ensayo con la misma pregunta que nos martirizó la vida en 1989 y durante los años posteriores a la caída del muro de Berlín? Quien de nosotros se olvida de una expresión que hizo época: ¿Cuándo teníamos todas las respuestas nos cambiaron todas las preguntas? Con esta interrogante kilométrica o con la que podamos definir en este turbulento 2017, lo que no debemos negar es que se respira en el ambiente una preocupación generalizada: la coyuntura internacional registra emergentes que la hacen propicia para formular una nueva hipótesis rectora, que haga posible la elaboración de un diagnóstico confiable y contribuya en la siempre difícil tarea de  encontrar algunas certezas. Ese puede ser el punto de partida desde el cual trazar líneas de trabajo, y delimitar los nuevos espacios en los que se definen los acuerdos y se asumen las confrontaciones políticas.

En principio, es necesario reconocer que el “efecto Trump” nos tomó con los dedos detrás de la puerta. Estábamos con otras preocupaciones. Hay que recordar que desde mediados del año pasado, en algunos sectores académicos vinculados al pensamiento crítico latinoamericano, se inició la tarea de abordar el llamado “fin del ciclo progresista”. Los resultados adversos del proceso electoral en Argentina – triunfo de la coalición conservadora Cambiemos en noviembre de 2015 – la victoria de las fuerzas anti-chavistas en diciembre de ese mismo año, que les permitió alcanzar  la mayoría en la Asamblea Nacional de Venezuela, la ajustada negativa en el referéndum de febrero de 2016 mediante el cual el presidente Evo Morales procuraba obtener una nueva postulación y la destitución – mediante un golpe jurídico-parlamentario – de la presidente Dilma Rousseff en Brasil, pareció cerrar diez meses nefastos para los gobiernos populares de la región. Entre noviembre de 2015 y agosto de 2016, se marchitó la esperanza, la restauración conservadora trajo la resaca de una realidad dura y cargada de privaciones. Comenzaba el fin de la bonanza distributiva del espacio “nacional-popular” y era el inicio del golpeteo ominoso de las políticas de ajuste.

 

La nueva derecha y los desafíos de la política

Pero el universo conceptual en el cual flota la nueva derecha, parece no comprender que el devenir histórico de los procesos sociales no es lineal y que los actores que construyen su futuro, lo hacen en un mapa de líneas punteadas y de caminos sinuosos. Tal vez por eso, los empresarios devenidos en políticos -¿Qué dirán Temer y Macri enjuiciados por corruptos? - no esperaban que  la cadena de frustraciones electorales - que tanto envalentonó a la derecha regional en el bienio 2015-2016 - se interrumpiera el pasado 2 de abril con el triunfo de Lenín Moreno en Ecuador. El  candidato de la coalición Alianza País el espacio creado por Rafael Correa, derrotó al banquero Guillermo Lasso, otro emblemático mutante de los negocios a la política que resultó ser una curiosa expresión partidaria, mezcla de cinismo y beligerancia, como buen representante de los sectores más concentrados del capital financiero. De esta forma, y aunque le pese al nuevo eje conservador, Alianza País seguirá siendo  un pequeño pero seguro destacamento en la lucha  por la defensa de la justicia social y la unidad latinoamericana.


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Atar cabos sueltos resulta ser una tarea seductora en el espacio de las novelas policiales y en el cine de suspenso. También las ciencias políticas y la sociología hurgan en evidencias de cierto relieve para confirmar o desmentir hipótesis, y en este sentido qué mejores datos de la realidad social que las adversidades electorales de los tres gobiernos mencionados, más la destitución de Dilma, para sepultar el presente y el futuro de los movimientos populares latinoamericanos y de las expresiones políticas que los representan: el Frente para la Victoria en Argentina, el Partido Socialista Unido de Venezuela del presidente Nicolás Maduro, el Movimiento al Socialismo en Bolivia y el Partido de los Trabajadores en Brasil. Sobre el tema Cuba, el gobierno de Trump optó por restringir los acuerdos logrados durante la gestión de Barack Obama y limitar las relaciones a un número escaso de vuelos comerciales entre ambos países, además de recortar el catálogo de productos cubanos que se pueden importar desde Estados Unidos.

La mayor beligerancia mediática y diplomática se descargó contra Venezuela, el apoyo descarado a las fuerzas conservadoras golpistas y a los grupos terroristas armados por la derecha, han creado un clima de pre-guerra civil de final incierto y preocupante.  El impulso a una salida “pinochetista” negociada con los partidos de la Mesa de Unidad Democrática y con respaldo de la OEA, argumentando que se trata de la aplicación de la llamada “carta democrática”, también forma parte de las opciones del anti-chavismo y ha obligado al gobierno de Nicolás Maduro a redoblar los recursos destinados a la defensa de la revolución bolivariana.

 

¿Ciclos o procesos en marcha?

Convengamos entonces que si de inaugurar o clausurar ciclos se trata, con las referencias mencionadas, alcanza y sobra. Una expresión elaborada de esta lectura del fin de ciclo y de crítica a las limitaciones políticas de las convergencias nacional-populares, puede consultarse en la entrevista de Fabián Kovacic a la socióloga Maristella Svampa (“Los gobiernos progresistas de la región pactaron con el gran capital”; Brecha, Montevideo, 10/II/2017). Acerca de este mismo tema, y del papel de las izquierdas ante los llamados “neo-populismos”,  sería bueno que volviéramos a reflexionar sobre las consideraciones que dejó planteadas Emir Sader, en una breve e inteligente nota que publicó en el diario Página 12: “A los intelectuales latinoamericanos” (Buenos Aires, 28/XII/2016).

En realidad parece más ajustado al estudio de los procesos populares de fines del siglo pasado y de los primeros años del presente, hablar del agotamiento o pérdida de eficacia, de ciertas políticas públicas, que sin proponerse una transformación radical de las estructuras económicas de los capitalismos latinoamericanos, procuraron impulsar programas de gobierno cimentados en tres principios rectores: desarrollo económico, inclusión social y participación popular. Y en principio, convengamos que no es poca cosa, si consideramos las ruinas sociales y el tendal de víctimas que dejaron las políticas neoliberales de los años ochenta y noventa.

La naturaleza – más o menos reformista según los casos nacionales - de los regímenes mencionados, que nadie discute pero que algunas vertientes de la izquierda académica condenan desde el purismo doctrinario y la estrechez ideológica, representan el intento de re-articular a las fuerzas sociales que resultaron castigadas o excluidas, del acuerdo de clases y sectores económicos que se agruparon detrás de los postulados del programa neo-liberal.

Este objetivo de largo alcance – la construcción de una alternativa contra-hegemónica - explica porque no fue casual que en todos los casos se decidiera impulsar el fortalecimiento del mercado interno, proteger a determinadas franjas del empresariado industrial y  mejorar el nivel de ingresos y el consumo de las familias que dependen de la capacidad adquisitiva del salario, o de los trabajadores que viven de las tareas que se llevan a cabo en el amplio y heterogéneo mundo de la informalidad laboral. La otra pata del entramado estratégico, se estructuró a partir del impulso a los acuerdos regionales. La firme voluntad y los recursos empeñados en las políticas de integración regional – Mercosur; Alba; Celac; Unasur – demuestra hasta qué punto los gobiernos, que de manera genérica podemos agrupar como parte del conglomerado “nacional-popular”, jugaron su suerte a un proceso de unidad latinoamericana que aún no ha sido ponderado, en su justa dimensión, ni siquiera por las fuerzas que participaron en la gestión de esos regímenes.

El valiente compromiso y el empeño admirable del presidente Hugo Chávez, secundado por Lula, Néstor y Cristina Kirchner, Evo Morales y Rafael Correa, adquiere especial relieve si el esfuerzo de integración económica regional es entendido como una estrategia de crecimiento alternativo y, al mismo tiempo, como un espacio de protección colectiva frente a la constante presión de los organismos financieros internacionales y los desafíos de un mercado mundial duramente competitivo.

El esfuerzo de los gobiernos que promovieron las experiencias mencionadas contó, pese a diferencias y contradicciones que no deben ocultarse, con el respaldo activo de las clases populares. En esa convergencia de población trabajadora, obreros sub-ocupados, desempleados y pequeños productores, se constituyó una  amalgama  heterogénea de actores – antiguos y recientes - que otorgó legalidad jurídica y legitimidad social a las nuevas expresiones populares latinoamericanas. En la franja de las organizaciones del mundo del trabajo los sindicatos – aunque relativamente debilitados por la disminución del empleo convencional,  el crecimiento de la precariedad laboral y  las ocupaciones por cuenta propia – sumaron el vigor político y la capacidad de movilización aquilatada en décadas de luchas obreras y defensa de las leyes sociales. Entre los nuevos actores, fue preponderante el papel jugado por los movimientos sociales. Cabe destacar, de manera particular, el protagonismo de las agrupaciones barriales, de organizaciones territoriales vinculadas a las demandas de servicios básicos y las cooperativas y asociaciones de trabajadores desempleados que se agrupan en unidades productivas auto-gestionadas.


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De ese abanico variopinto, compuesto por diversas bases sociales, incluyendo expresiones juveniles, grupos feministas y sectores empresariales vinculados al mercado interno, se nutrió el bloque social sobre el cual se sostuvieron las políticas de los gobiernos que integraron el arco nacional-popular. El sólido respaldo de los actores mencionados, posibilitó el diseño y aplicación de políticas públicas que hicieron viable la significativa transferencia de recursos de los sectores de altos ingresos a las familias y comunidades más golpeadas por los anteriores programas de reestructuración capitalista. Basta con recordar el costo social que representaron las políticas  de privatizaciones y despidos de trabajadores y la aplicación de estrategias de “adelgazamiento” del sector público mediante la ejecución de las políticas que se conocieron como “reforma del Estado”. Entre otras consecuencias, hay que puntualizar   el cercenamiento de  viejas conquistas obreras como los ajustes directos al salario según la tasa de inflación, la reducción o desaparición,  de la ayuda monetaria (subsidios) a población en condición de pobreza o desempleo, y la disminución de apoyos indirectos que se asignaban mediante los programas de expansión de la educación pública, la salud y las viviendas para familias de escasos recursos.

 

El punto vulnerable de los proyectos populares

El flanco más débil de los gobiernos populares, fue la incapacidad de su gestión para diversificar las alternativas productivas y con ello  la obtención de nuevas fuentes de ingresos. Alentados por condiciones favorables en el mercado mundial, optaron por el estímulo a las exportaciones de aquellos commodities que provienen de los atributos naturales de cada país. El petróleo en los casos de Venezuela y Ecuador, los minerales en Bolivia, alimentos y ciertos bienes manufacturados en Argentina y Brasil.

El cambio de las condiciones de transacción que sacudió el comercio internacional – en particular la caída de los precios de los bienes primarios  durante los últimos cinco años - y la baja en la demanda de alimentos y de otros productos generados por el agro o la minería, por parte de ese monstruo del mercado mundial que es China, recortaron el ingreso de divisas y pusieron en aprietos las políticas sociales. La transferencia de recursos a los trabajadores y grupos sociales más pobres, encontró entonces los primeros escollos.

El deterioro de las condiciones económicas internacionales fue afrontado con la firme decisión de sostener las políticas sociales y un nivel de salarios remunerativos que mantuvieran la capacidad de consumo interno. La voluntad política que optó por no arriar banderas, representó un costo importante que pagaron los gobiernos. Entre otras variables macro-económicas, hay que apuntar el  incremento de las tasas de inflación y la dificultad para sostener el gasto público y los subsidios a servicios básicos como  energía eléctrica, agua potable y transporte público. En el marco de una economía que veía menguadas sus reservas, como resultado del deterioro del comercio exterior, la decisión de sostener los programas sociales representó un esfuerzo adicional y dañó la relación del gobierno con algunos de sus aliados, además de  potenciar el golpeteo mediático de los sectores corporativos más concentrados.

Las consecuencias políticas no se hicieron esperar y su expresión en el terreno electoral se manifestó primero en Argentina, con el triunfo del candidato conservador Mauricio Macri y después en Venezuela con la victoria de la derecha en las elecciones legislativas. La pendiente siguió inclinándose y en Brasil la oposición, en buena medida vocera de los grandes medios y de los sectores económicos más concentrados, tejió la maniobra jurídico-parlamentaria que les permitió destituir a Dilma y entronizar a Michel Temer.

El pasado domingo 19 de febrero se llevó a cabo la primera vuelta de las elecciones presidenciales en Ecuador. La fórmula que integraron  Lenin Moreno y Jorge Glas, de Alianza País, la coalición de fuerzas políticas que sostuvo al presidente Rafael Correa, logró, en un conteo parcial, casi el 40 por ciento de los votos. Como señalamos en un párrafo anterior, la segunda vuelta electoral del 2 de abril, fue una prueba de lealtad y ratificación del pueblo ecuatoriano a las banderas de la revolución ciudadana.

 

América Latina y el factor Trump: Interrogantes y desafíos

No sabemos si el presidente Trump podrá cubrir  en su totalidad, el mandato que le corresponde de acuerdo a la normativa constitucional que rige la vida de los Estados Unidos. El ascenso, un tanto inesperado para la opinión pública internacional, del empresario Donald Trump, candidato del Partido Republicano, a la presidencia de la mayor potencia militar del mundo, cambió de manera brusca, la perspectiva desde la cual se leían los acontecimientos políticos en ese país. Tal vez porque supo interpretar con mayor acierto, las causas - y consecuencias – de la crisis financiera del 2008, o porque el entorno de magnates y políticos conservadores que lo rodean así lo pensaron, la narrativa - y hasta el lenguaje corporal de Trump - adoptó características inusuales para quien ejerce el máximo cargo público de la mayor potencia del mundo. Ni siquiera los Bush – padre e hijo – se atrevieron a degradar ciertos protocolos y formalidades propias de la clase política y de los presidentes norteamericanos.

Contra lo esperado, no hubo moderación en sus declaraciones, el presidente Trump sostiene el discurso beligerante de su campaña, no declina el tono proteccionista, xenófobo y anti-inmigrante   de sus propuestas. El sesgo “islamofóbico” de algunas medidas dictadas a horas de iniciar su gestión y las advertencias a las comunidades latinas que residen en territorio norteamericano, forman parte de un enunciado de carácter ideológico y cultural destinado a cohesionar voluntades y fortalecer el espíritu de unidad nacional. No obstante y aún con esta salvedad de carácter preliminar, lo cierto es que ya hay medidas de naturaleza política y jurídica, que han golpeado en varios frentes. La insistencia en construir un muro en la frontera con México y las redadas policiales de control migratorio  contra trabajadores mexicanos y centroamericanos, tienen efectos prácticos. Existe una justificada preocupación en esas comunidades sobre lo que pueda ocurrir más adelante, si no se logra un nuevo acuerdo entre la población migrante y el Gobierno Federal, de amplia mayoría republicana en el Congreso y en el Senado. La reanudación del dialogo, aunque se ve difícil ahora, puede sentar las bases que abran un espacio de tregua y negociación que posibilite discutir y formular, una nueva normativa en materia de visas de trabajo y permisos de ingreso. La revisión, total o parcial del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), al menos de algunos de sus capítulos, abre un espacio de debate que excede las posibilidades de este ensayo y que requiere un abordaje puntual.

Sobre llovido mojado, hay otro aspecto que pone piedras en el zapato de Trump. La filtración de datos de carácter estrictamente confidencial al gobierno ruso de Vladimir Putin, abre una controversia de consecuencias de pronóstico reservado para el futuro de la gestión de este singular magnate presidente. Su propio partido, el Republicano, parece dispuesto a librarlo a su suerte y el fantasma del affaire de Richard Nixon en 1974, es un espejo cercano en el cual deberá mirarse Donald Trump. Tendrá que reflexionar con calma, abandonar berrinches y peleas gratuitas con los medios, si no quiere ver acotado su mandato por una posible destitución política del cargo que ocupa desde el 20 de enero pasado.

Pero las sorpresas no se reducen a las cuestiones de seguridad nacional. El abandono del Acuerdo de Asociación Transpacífico, costosamente negociado por Obama, sorprendió a propios y extraños. Cabe recordar, que se trata de un protocolo destinado a generar un bloque comercial varias veces más grande que todos los pactos precedentes y por lo tanto, capaz de detener la penetración de China en las economías emergentes. ¿Confirman estas medidas la rectoría de una matriz aislacionista en medio de un mercado mundial interdependiente como nunca se había visto desde el surgimiento del capitalismo? Vale la pena citar la advertencia de un experto insospechado de cualquier simpatía “neo-keynesiana” o “populista” y que fue economista en jefe del Fondo Monetario Internacional, se trata de Kenneth Rogoff. En tono de advertencia para el gobierno de Trump escribió un excelente artículo, “¿Por qué Trump no puede amedrentar a China”? (Reforma, México, 12/II/2017). En uno de sus párrafos afirma: “Para bien o para mal, la globalización comenzó ya hace mucho tiempo, y la idea de que uno puede hacerla retroceder es totalmente ingenua. Ya nos es posible lo que hubiera podido hacerse de manera diferente antes de que el Presidente Richard Nixon visitara China en 1972”.


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 El amable recibimiento ofrecido  al presidente chino Xi Jinping puede ser una primer evidencia de que Trump empieza a entender que a  los enemigos mejor tratarlos de a uno. Aunque el tema de los misiles de Corea del Norte enturbie las negociaciones con el gobierno chino, parece existir de ambas partes, cierta disposición para moderar la confrontación comercial y la disputa de los nuevos mercados. Tal vez Trump haya comprendido que ya habrá tiempo de ajustar cuentas con la Unión Europea y la Federación Rusa.

 

El fantasma de Keynes y el fin de la globalización

Lo curioso – o no tanto – es que algunas voces latinoamericanas se apresuraron a decretar la muerte de la globalización de los mercados. El vice-presidente de Bolivia, Álvaro García Linera, difundió un ensayo cargado de buenas intenciones pero de escasa validez teórica y empírica. Para este pensador y político boliviano, de indudable relevancia y compromiso militante, el gobierno del presidente Trump expresa el fin de las estrategias económicas basadas en postulados “globalizadores”. Sobre este tipo de lecturas, preliminar a nuestro entender, es prudente abrir un compás de espera (Álvaro García Linera, “La globalización ha muerto”, La Jornada, México, 28/XII/2016).

Debemos admitir que en relación a los temas mencionados, hay más interrogantes que respuestas. Desde el pasado 20 de enero, fecha en que Trump asumió el cargo, buena parte de los analistas políticos y estudiosos de los flujos comerciales y del movimiento de capitales, corren detrás de los acontecimientos. Si no hubo suficiente capacidad predictiva durante la campaña electoral para analizar el programa de gobierno republicano, se procura que haya ahora y frente a hechos consumados, por lo menos diagnósticos medianamente certeros.

El tema es particularmente preocupante en los medios académicos y círculos políticos latinoamericanos. Se aceptaron en un principio y de manera un tanto ligera, las tres definiciones que aportaron algunos medios de prensa y columnistas políticos de Europa y Estados Unidos, en curiosa coincidencia de autores de procedencia liberal con otros de raíz marxista. Para estas fuentes, Trump era el embrión de un régimen de tipo fascista en versión  “mussoliniana” con perfiles sajones. Un segundo enfoque es el que ya mencionamos, la gestión aislacionista de Trump se encargará de poner fin a la globalización de los mercados, Estados Unidos cerrará sus puertas al mundo. La tercera caracterización resulta aún más grave, el gobierno de Trump constituía la expresión de un gobierno “populista” en la tradición negativa que a ese concepto suelen darle desde el conservadurismo liberal. En este caso pesaban factores que fueron ponderados en exceso, entre otros, es pertinente destacar: la elaboración y manejo de un discurso lineal; el lenguaje, abusivamente coloquial y relativamente primario, aun para tratar temas políticos delicados; la exaltación de valores nacionales, el rescate de imaginarios colectivos asociados a  mejores tiempos de una grandeza perdida y un llamado a defender la economía y el territorio, ante acechanzas externas como el mundo musulmán, el narcotráfico, la simulación comercial de la industria china y el “abuso” de los migrantes latinos en materia de seguridad social.

Desde este enfoque se cayó en la red argumental de la derecha liberal, lo que en realidad constituye una expresión de demagogia y oportunismo,  un tanto outsider de la política estadounidense, fue entendido como una réplica de las manifestaciones del fenómeno “nacional-popular”, frecuente en Latinoamérica. Sobre este error es conveniente volver a leer el ensayo de Marcos Roitman publicado en La Jornada (¿Por qué llamar populistas a los demagogos?; México, 22/II/2017).

Algunos referentes del pensamiento crítico latinoamericano, abonaron – tal vez sin medir lo que decían – a esta idea reaccionaria que asimila a un mandatario neo-conservador, de hablar rústico cargado de lugares comunes, como Donald Trump, con dirigentes populares latinoamericanos de la talla de Chávez, Perón, Evo Morales o Nicolás Maduro. Una nota publicada en The Washigton Post – que reprodujo el diario La Nación de Buenos Aires - resulta aún más aventurada. Junto a las figuras mencionadas, extiende la comparación al dictador chileno Augusto Pinochet. Pensemos que si estiramos la cuerda, podemos hacer un espacio para incluir al Presidente Lázaro Cárdenas (“El Caudillo yanqui”, en La Nación, Buenos Aires, 28/I/2017).

Por este camino, quizá sin proponérselo, aportó una definición desafortunada la socióloga Maristella Svampa. En el reportaje que citamos en un párrafo anterior, sostiene ante pregunta expresa del periodista Fabián Kovacic, que: “El populismo es la fetichización del Estado en la persona del presidente” (Brecha, Montevideo, 10/II/2017). Poco que agregar, desde este paradigma Hugo Chávez, Evo Morales, Juan Perón  y Nicolás Maduro son iguales a Pinochet o se parecen a  Anastasio Somoza, y todos ellos juntos, similares  a Donald Trump. El engaño a los votantes, la manipulación de sentimientos nacionales, el regreso a los valores culturales de los ancestros, son anclajes ideológicos que permiten ponerlos en un mismo saco. Las notas comunes no varían, se trata siempre del engaño y manipulación de la voluntad popular, escaso respeto por las formalidades democráticas, promesas sin sustento y manejo arbitrario de los recursos públicos.

Salvo en los casos particulares de Venezuela, Cuba y México, el resto de América Latina no parce ocupar, hasta el momento, un lugar importante en la agenda del Departamento de Estado. Después de la descortesía con la cual Trump canceló la reunión cumbre con Peña Nieto acordada para el pasado 31 de enero, el tono de las declaraciones posteriores, parece haberle quitado presión a la posibilidad de reanudar un diálogo bilateral. Hay contactos telefónicos y se está negociando un nuevo encuentro entre ambos mandatarios con la esperanza legítima de impedir o postergar, las tres decisiones que más preocupan a México: la construcción de un muro fronterizo, la renuncia de Estados Unidos al TLCAN y la expulsión de los connacionales que llevan años viviendo y trabajando en Estados Unidos.

Para el resto de los países de la región las medidas adoptadas por el presidente Trump son menos significativas y sin embargo, han actuado como un revulsivo que detonó un súbito interés por el Mercosur y la Alianza del Pacífico (México, Colombia, Perú y Chile). El presidente argentino Mauricio Macri, de muy escasas convicciones en lo que hace a la unidad latinoamericana, ha demostrado un repentino interés por fortalecer el Mercosur y alcanzar un acuerdo que resulte provechoso para ambas partes.

 

Reflexiones a modo de juicios preliminares

Es posible que el debate continúe, habrá que esperar el alcance de las medidas que adopte el gobierno de Trump y el reacomodo de piezas en el tablero internacional. Los pactos o treguas que se negocien con la Federación Rusa y eventualmente con China y Europa en materia de comercio y retiro de cierto tipo de armas estratégicas, puede marcar el verdadero derrotero que tome la administración que llegó a la Casa Blanca el pasado 20 de enero. De lo que allí se negocie podremos saber que dispone el Departamento de Estado en relación a nuestros países. Mientras tanto, los mandatarios de la región, tienen la ineludible responsabilidad de ajustar las políticas definidas hace pocos años y estar preparados para defender los intereses de las economías y pueblos latinoamericanos. No puede dilatarse la revisión crítica de algunas políticas públicas, el sustento del modelo de inclusión social con participación popular en los ingresos que provienen de las exportaciones de bienes primarios ya mostró sus flaquezas. Es hora de pensar en otras estrategias de crecimiento, más diversificadas y menos sujetas a los precios internacionales de unos escasos productos transables. La generación de empleos y la disponibilidad de recursos para sostener los programas sociales dependerán, de aquí en más, de la capacidad que demuestren los gobiernos populares para ampliar las capacidades productivas abandonadas o sub-explotadas. Entre otros aspectos, el debate sobre el impulso a la industria minera no puede postergarse, será necesario balancear con más razón que pasión, costos y beneficios, antes de tomar una decisión definitiva al respecto. La palabra de las comunidades afectadas por la minería a cielo abierto, es un testimonio que no debe soslayarse.

Hay que admitirlo, las condiciones no son buenas, la ofensiva conservadora triunfante en Argentina, Brasil y parcialmente en Venezuela, han redoblado las maniobras de hostigamiento al régimen bolivariano de Nicolás Maduro y procuran desestabilizar los gobierno incluyentes de Evo Morales y Alianza País en Ecuador. En este contexto la tarea será cuesta arriba y en buena medida el éxito de las políticas de resistencia dependerá de la participación militante de los movimientos sociales, de los partidos de tradición obrera y popular, de los nuevos agrupamientos y formas autogestivas de jóvenes, mujeres, indígenas y trabajadores desempleados del campo y la ciudad.

En este mes de julio el gobierno bolivariano tendrá que afrontar una prueba de fuego, las elecciones que lleven a la conformación de una nueva Asamblea Constituyente que dicte los cambios constitucionales que permitan afrontar una nueva etapa del proceso iniciado por Hugo Chávez en 1998. La decisión  es de alto riesgo y puede marcar el futuro del gobierno popular venezolano. El próximo mes de octubre se celebrarán elecciones legislativas en Argentina, depende de la capacidad de respuesta de las fuerzas populares, en particular las que se nuclean detrás del liderazgo de Cristina Kirchner, que se ponga un alto al programa de ajuste anti-popular del gobierno de Macri y que la alianza conservadora Cambiemos logre el espacio político que le permita continuar su obra destructora del legado social que dejaron las gestiones de Néstor y Cristina Kirchner.

 

Cómo citar este artículo:

Candia, José Miguel, (2017) “Donald Trump y Latinoamérica ¿El retorno de los brujos?”, Pacarina del Sur [En línea], año 8, núm. 32, julio-septiembre, 2017. Dossier 21: Las Derechas en América Latina. Historia y actualidad.

Consultado el Jueves, 28 de Marzo de 2024.

Disponible en Internet: www.pacarinadelsur.com/index.php?option=com_content&view=article&id=1504&catid=66