Calentamiento global y sustentabilidad urbana de la Ciudad de México

Global warming and the urban sustainability of Mexico City

Aquecimento global e sustentabilidade urbana da Cidade do México

Guillermo Torres Carral

Universidad Autónoma Chapingo, México.

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Recibido: 05-05-2019
Aceptado: 08-06-2019

 

 

Introducción

El objetivo es analizar cómo las grandes ciudades contribuyen tanto a la presente crisis climática, como a su requerida contención tomando como ejemplo la Ciudad de México. Se plantea que un rediseño de aquéllas, especialmente en la periferia mundial, puede contribuir a reducir los impactos más graves de dicho fenómeno global-local; los cuales se miden a través de la huella de carbono. Esto se plantea en el marco de la transición hacia la aplicación generalizada de energías renovables; frente al uso y abuso que se ha hecho de los combustibles fósiles. Dicha transición energética, es tan sólo una más de las grandes transformaciones requeridas en los modos de vida y de producción, a fin de remontar el desastre ambiental global.

En términos metodológicos se destacan las siguientes consideraciones: primeramente, se reflexiona alrededor de la problemática global del cambio climático en la ruta de la transición energética y en el contexto de requeridos cambios civilizatorios. En seguida, se discuten los factores sociales que inciden en esta situación desde el punto de vista de las grandes ciudades (principalmente periféricas); y que resulta estar cada vez más expuesta a dramáticos impactos socioambientales, los cuales se agravan con el curso del modelo de desarrollo económico global en curso.

Posteriormente, se plantean los factores agravantes e, igualmente, las posibilidades que tienen las grandes ciudades (en este caso la ZMVM) a fin de contribuir a contrarrestar tales perturbaciones;[1] y, por último, se plantea la necesidad de avanzar hacia propuestas  eco-sociales de resiliencia urbana mediante un modelo territorial urbano-rural alterno y con sustentabilidad.

 

Transición energética y cambios civilizatorios

El inicio para abordar la problemática generada por el cambio climático, es la evidencia de la correlación entre la concentración de los Gases de Efecto Invernadero (GEI) y el aumento de la temperatura global,[2] la cual es producto del elevado nivel de consumo de energía fósil (que no es renovable en el tiempo humano), el deshielo de los polos, la deforestación y la reducción dramática de los glaciares, principalmente. Además, debe tomarse en cuenta la relación que existe entre los cambios climáticos y los ocurridos en la inclinación del eje de rotación de la tierra alrededor del sol (Berger, 1980, págs. 103-122); factores todos que interactúan entre sí.

La atmósfera es un bien común que no le pertenece a nadie (Ostrom, 2000) pero afecta, para bien o para mal, a todos (aunque desde luego de diferente manera según la clase y estrato socioeconómico). Sin embargo, el sistema económico y social dominante basado en el lucro desmedido, y propenso a reforzar su base eminentemente depredadora (impidiendo la necesaria renovación ecosistémica), fincada tanto en la destrucción del trabajo como de la naturaleza, no permite que los desechos gaseosos (además de líquidos y sólidos) acumulados sean absorbidos por la Tierra (mediante la degradación biológica, térmica física y química); tanto por codicia como por ignorancia. Es decir, finalmente, por un desconocimiento o por falta de las tecnologías apropiadas que permitirían acelerar la degradación de los mismos y aumentar la capacidad de reciclaje en proporción al producto total (Rifkin & Howard, 1993, pág. 324). Simultáneamente, el patrón económico actual conduce al agotamiento de las fuentes planetarias de energía.

Aunado a lo anterior, se reduce el espacio que Gaia necesita para su autorregulación y, paralelamente, la capacidad de carga de la biósfera (Houghton & Ding, 2001).


Imagen 1. www.forbes.com.mx

Hay que añadir los impactos más perturbadores del calentamiento atmosférico, como son el incremento en el nivel del mar, erráticas precipitaciones pluviales y mayor erosión del suelo, redistribución mundial y regional de la flora y fauna, así como de sus respectivos efectos en el resurgimiento de enfermedades como la malaria, el dengue y la fiebre amarilla; además de los desastres humanos articulados con los fenómenos naturales (principalmente inundaciones, y sequías); siendo obviamente sociales sus causas últimas (falta de planeación, desigualdad social, pobreza y marginación). Sin embargo, el cambio climático ha acompañado al hombre en todos los estadios históricos (Acot, 2005).

Empero, de manera paralela se estima que también estarán presentes algunos impactos positivos, concernientes a una mayor productividad de la tierra en lugares como en Europa y América, principalmente.[3]

 

De la ciudad a la megalópolis

Un diagnóstico de los cambios ocurridos en las últimas décadas en la Ciudad de México y su zona metropolitana (ZMVM)[4] indica que, su territorio ha sido atravesado por la transición de un patrón de urbanización fincado en un centro y su respectiva periferia rural localizada regionalmente, hacia la configuración de una ciudad policéntrica y difusa (Aguilar, 2004), incluyendo un multivariado sector rural cada vez más lejano y complejo (regional, nacional e internacionalmente). Y si bien la globalización la ha afamado, a la vez la ha hecho sucumbir ante la tentación de la codicia privada y estatal. Se trata entonces (Ward, 2004), de una ciudad de ciudades:  la megalópolis de la Ciudad de México; que territorialmente constituye mucho más de la jurisdicción espacial que se designaba como Distrito Federal, que es sólo una parte de la Ciudad de México, la cual incluye su zona metropolitana.

En retrospectiva, la Ciudad de México ha resultado ser un simple remedo de las megalópolis (igual que otras grandes ciudades periféricas) de los países ricos, aunque inmersa en una dinámica que expresa un sincretismo de las más diversas formas de vida, cultura y producción urbanas (y urbano-rurales); todo ello en el marco de enormes desequilibrios regionales y la exacerbada centralización de la vida nacional en que está inserta.

De igual forma, los recursos presupuestales recibidos para sostener los elevados subsidios de la ciudad, en los hechos han significado verdaderos tributos que debe sufragar todo el país al centro. Y esto no cambiará mientras persista el modelo vigente, que tiene como resorte a la hiperurbanización y la centralización.

En este escenario, los causantes de graves conflictos eco-sociales crecen y se refuerzan mutuamente (Harvey, 1977). En consecuencia, seguir impulsando el modelo de urbanización vigente, en la práctica se traduce en la imposibilidad de mantenerse, de ser sustentable;[5] por lo que, cuando se habla de sustentabilidad urbana de la ZMVM, se está pensando necesariamente en una renovada ciudad, aquélla que renazca de ésta, ya en decadencia socioambiental (y a pesar de que es muy rentable todavía, aunque generando enormes externalidades negativas):

 

Todo ello a costa de la transformación vertiginosa y desordenada del entorno natural, sin considerar las características de la Cuenca de México, los ritmos de recuperación de los recursos naturales y los flujos de energía necesarios para mantener los asentamientos humanos de tal magnitud; esta urbe es un gran consumidor de insumos y energía que se empeña en subsistir bajo una lógica totalmente insustentable (INE, 2013).[6]

Y todo lo anterior aunado a la confrontación y competencia entre el D.F. (ahora con la denominación oficial de Ciudad de México y el Estado de México). Por lo tanto, imprimir los principios de sustentabilidad a la ZMVM, implica que una ciudad planificada resulta menos cara –a la larga– que reforzar el experimento megalopolitano en funciones, el cual requiere desde luego reestructurarse.

Es entendible entonces que el proceso megalopolitano efectuado en la ciudad-región del Valle de México (Ward, 1990), haya sido altamente arrasador de ecosistemas, comunidades y personas. Ello se ha traducido en su creciente contribución (cuantitativa y cualitativa) al calentamiento atmosférico, debido destacadamente a las altas emisiones atmosféricas de desechos (GEI y partículas suspendidas) derivadas de las actividades económicas y humanas en general. Todo esto como reflejo del tipo de desarrollo urbano realizado en las últimas décadas; mientras que, regionalmente, ha significado la elevación de la temperatura (Muro, 2010) respecto a su periferia rural y ciudades aledañas (intermedias y pequeñas).


Imagen 2. https://i.imgur.com

Esto se explica en gran medida por la aglomeración de construcciones que implica una mayor capacidad de refracción de la luz solar, lo que provoca de por sí una elevación de la temperatura en las urbes, disminuyendo la capacidad planetaria de reflejar y disipar las radiaciones solares, principalmente los rayos ultravioleta (ocasionando fenómenos de islas, ondas, olas y golpes de calor, así como de lluvia).

Todo ello debería contrarrestarse mediante la restauración e inducción de nuevas áreas verdes (biomasa) y cuerpos superficiales de agua (así como restitución de acuíferos), pero también a través de una urbanización basada en energías limpias, el empleo de materiales reciclables y resistentes (reduciendo drásticamente los GEI), así como aplicando las técnicas de naturación, aminorando drásticamente su huella de carbono; y sobre todo, más eficiente energéticamente y menos agresiva hacia los ecosistemas naturales. Lo anterior resulta ser una expresión del hecho de que, la planeación citadina puesta en marcha, ha respondido más a los intereses del capital urbano (financiero, inmobiliario, industrial, comercial y de servicios), que al de sus habitantes (reduciéndose a pequeñas áreas residenciales). De ahí las tendencias a la privatización del espacio público.

Además, las vías de transporte se han establecido preferentemente a partir del interés de proyectos inmobiliarios, al margen de consideraciones en términos de infraestructura, fuentes de trabajo y servicios.

A lo anterior hay que añadir el todavía extremo centralismo (ahora neutralizado hasta cierto punto por Monterrey y Guadalajara) y su concomitante cauda de impactos no deseados, cuanto irreversibles.

 

¿La catástrofe que nos amenaza?

Tal y como se ha gestado y reproducido a lo largo del tiempo, hay que aceptar que el proceso urbanístico de la ZMVM constituye hasta ahora el potencial equivalente, literalmente, a una bomba de tiempo[7] socioambiental, ya que la acumulación de los factores bio-psico-sociales del daño ambiental, se ha traducido en una pesadumbre de caos permanentemente organizado, y en el contexto de la sumisión de la población al poder.

Y a ello agréguese el cambio climático y los persistentes desastres urbanos (y el desaseo político-administrativo), así como naturales. Lo cual hace mucho más complicada la situación actual y la perspectiva hacia el aumento de la vulnerabilidad y fragilidad de la Ciudad de México; evidenciada en los terremotos de 2017.

Empero, más que estar a la espera de una catástrofe final, la suerte de la megalópolis implica la continuidad de catástrofes parciales (inundaciones, incendios, deslaves, terremotos, colapso de la red de drenaje y del manejo de la basura, etcétera).

Así pues, el crecimiento de la ZMVM está marcado por una persistente degradación (pobreza humana y ecosistémica) y por la amenaza de la ingobernabilidad ambiental derivada de crecientes conflictos sociales. Por ello, pretender sostener un conglomerado urbano como éste, resulta ser todo un contrasentido con respecto a la salud del planeta, los aportes de la ciencia, tanto como del sentido común (que en este caso coinciden). Esto es porque, a mayor crecimiento citadino efectuado, se observa que se genera proporcionalmente un mayor despliegue de los malestares eco-sociales, no sólo en la ZMVM sino en todo el país.

 

Las ciudades y las políticas públicas de combate al cambio climático

Acorde al propósito de esta investigación interesa sobremanera conocer de qué manera las ciudades pueden ayudar a aminorar dichos cambios climatológicos. Esto es crucial, principalmente debido al hecho de que las urbes, no obstante que representan sólo un 3% de la superficie territorial planetaria, generan en cambio el 75% de gases de efecto invernadero. Por tanto el problema verdaderamente importante es discutir si es posible, simultáneamente a lo planteado, combatir el calentamiento de la Tierra desde el ámbito urbano.[8] Por tanto el problema verdaderamente importante es discutir si es posible, simultáneamente a lo planteado, combatir el calentamiento de la Tierra desde el ámbito urbano.

El clima se ha modificado irreversiblemente en las últimas décadas, a la par que sus factores determinantes se han profundizado. Por lo tanto, la mejor manera de contrarrestar este hecho, es no quedarse en la mera adaptación y mitigación, presentes en el discurso institucional, ya que son insuficientes. Por ello es necesario revisar la agenda de políticas ambientales propuesta en la CMNUCC y plantear medidas más drásticas en materia del combate al cambio climático.

Estas políticas trazadas en el Protocolo de Kioto (1998)[9] y confirmadas en las Cumbres Mundiales sobre el Cambio Climático[10] culminan en el Acuerdo de París (2015), negociado en la XXI Conferencia sobre el cambio climático y firmado por 195 países.

Es importante resaltar el Artículo 2 de dicho Acuerdo, el cual plantea como objetivo central: “Reforzar la respuesta mundial a la amenaza del cambio climático en el contexto del desarrollo sostenible y de los esfuerzos por erradicar la pobreza”. Aquí hay que anotar de entrada que la pobreza sigue aumentando a pesar de t6odod los esfuerzos prácticos efectuados por distintos países. Y es que no hay una relación causal entre los dos fenómenos destacados; más bien ambos son consecuencia del modelo económico dominante (productivismo, consumismo, extractivismo, asistencialismo); por lo que resulta muy simple aventurar ese silogismo ya que no se habla de la desigualdad social y la presencia de tal pobreza se concentra en las grandes ciudades (en México alcanza las dos terceras partes la pobreza urbana) (CONEVAL, 2012). Pese a que los tres objetivos básicos del Acuerdo consisten en:

  1. a) Mantener el aumento de la temperatura media mundial muy por debajo de 2ºC con respecto a los niveles preindustriales y proseguir los esfuerzos para limitar ese aumento de la temperatura al 1.5ºC con respecto a los niveles preindustriales, reconociendo que ello educiría considerablemente los riesgos y efectos del cambio climático.
  2. b) Aumentar la capacidad de adaptación a los efectos adversos del cambio climático y promover la resiliencia al clima y un desarrollo con bajas emisiones de GEI, de un modelo que no comprometa la producción de alimentos.
  3. c) Elevar las corrientes financieras a un nivel compatible con una trayectoria que conduzca a un desarrollo resiliente al clima y con bajas emisiones de GEI.

 

No obstante, el propósito de limitar el aumento de la temperatura media mundial, esto no podrá cumplirse mediante los medios anunciados puesto que la reducción de los GEI, no es un asunto meramente técnico (comprar carros nuevos menos contaminantes, por ejemplo) sino que requiere de transformaciones estructurales (limitar el automóvil privado, desconcentración urbanística) en la forma de desarrollo de las ciudades, así como en la racionalidad urbana imperante (Lefebvre, 1969).


Imagen 3. https://c5.staticflickr.com

Entonces no basta con las medidas de mitigación y adaptación. La primera, que implica reducir las emisiones de los GEI, impone una economía de bajo carbono. La segunda supone enfrentar las vulnerabilidades lo cual requiere compatibilidad entre la economía y los ciclos naturales. De esa forma, debe ejercerse la planeación preventiva de las ciudades; y respetando las condiciones naturales y socioculturales, así como las imprescindibles reglas para alcanzar un ordenamiento territorial y, por lo tanto, poblacional.

Empero, hay que reconocerse que debe ejercerse la planeación preventiva de las ciudades; y respetando las condiciones naturales y socioculturales, así como las imprescindibles reglas para alcanzar un ordenamiento territorial y, por lo tanto, poblacional.

Sin embargo, hay que reconocer que:

Hay un grado de confianza alto en que ni la adaptación ni la mitigación conseguirán evitar por sí solas, todos los impactos del cambio climático; pueden sin embargo, complementarse entre sí y, conjuntamente, reducir de manera notable los riesgos de cambio climático (PNUMA, 2008, p. 20).

 

Por lo tanto, cabe mencionar varias líneas estratégicas en esta dirección más allá de la mitigación[11] y adaptación:[12] 1. Una relación justa y apropiada entre la población y el territorio, lo que supone una real descentralización nacional; 2. Reconstrucción de las grandes urbes mediante una red de ciudades verdes con baja huella de carbono; 3. Desconcentración de recursos presupuestales en el agro para favorecer a las pequeñas y medianas unidades de producción, así como el empleo y la soberanía alimentaria; 4. Impulso a la ciencia y tecnología a partir de las condiciones eco-sociales del país; y 5. Cambiar el modelo basado en salarios de hambre y atraso tecnológico, mediante un acuerdo nacional para la mejora del salario y la productividad y fortaleciendo el mercado interno.

Y en cuanto a la resiliencia urbana (objetivo c), hay que considerar: los valores tradicionales, conservación de áreas verdes y agroecosistemas, cohesión comunitaria, educación ambiental, etcétera.

 

El combate al calentamiento global en la ZMVM

El futuro de la humanidad se halla en manos de las ciudades, de administraciones urbanas conscientes de su responsabilidad y  de una evolución urbana sostenible.[13]

 

Finalmente, todo lo anterior implica la aplicación de medidas de más largo plazo (Ward, 1990), como administrar correctamente el ciclo hidrológico, contrarrestar la acidificación de los mares, incrementar la captura de carbono; asimismo, la extensión e intensidad de la producción de biomasa; aumentando la capacidad de renovación de los recursos naturales renovables y reduciendo el uso de los no renovables (Daly, 1989); aminorando la agresividad de las ciudades y de las megalópolis (más verde, menos gris); e  impulsando la nueva agricultura encaminada a reducir el uso de derivados del petróleo y otros combustibles fósiles, mediante alternativas agroecológicas, bajas en carbono.

Así pues, la solución no es (solamente), la transición energética, sino dar pasos firmes hacia una restructuración profunda de la economía, sociedad y cultura (de la ciudad misma). Ya que hay además hay que tener en cuenta que las energías limpias que se promueven, también son contaminantes en su mayoría o no apropiadas socialmente (hidroeléctrica, eólica, nuclear, biocombustibles).  La crisis climática debiera posibilitar una más rápida transición ambiental, ya que, de otra forma, se seguiría bordando únicamente sobre los efectos secundarios (emisiones atmosféricas); sin tomar en cuenta su fundamento: la explotación de la Tierra y del ser humano.

Las ciudades son un ejemplo de este doble aspecto mencionado arriba: es decir, el de acelerar o en cambio el de frenar dichos trastornos atmosféricos, por lo que aquí se hacen tan sólo algunas reflexiones y propuestas encaminadas hacia su reestructuración urbana socioproductiva; habida cuenta de que la problemática socioambiental (y aún más la civilizatoria), si bien está manifestada actualmente en el cambio climático, tiene otras expresiones igualmente preocupantes (pérdida de biodiversidad y deforestación, ruptura del ciclo del agua, descontrol de desechos sólidos y líquidos, adelgazamiento de la capa de ozono, etc.); puesto que la crisis ambiental es más amplia que el problema del clima. Sin embargo, es actualmente cuando este tema aparece como central en la escena política mundial, ya que la crisis climática representa la fase actual de aquélla.[14]

Aquí se sitúa a las ciudades como parte de la encrucijada que surge como consecuencia de una economía de alta entropía y huella de carbono. Lo cual sugiere continuar con el modo depredador de la naturaleza y la humanidad o bien encontrar alternativas de solución desde las mayorías (Klein, 2015) y que sean viables y factibles, de cara a la enorme devastación planetaria; constituyendo ello por tanto el dilema histórico de la humanidad en la actualidad.

En la espiral caótica de la urbanización vigente, es necesario considerar la participación de las grandes ciudades (específicamente de las periféricas) al grave cambio climático actual, caracterizado éste por la persistente elevación de la temperatura media de la atmósfera y los océanos, en una forma cada vez más extremosa y fluctuante (modificando drásticamente el régimen de lluvias y la cobertura de nubes), lo que ocurre independientemente de los ciclos naturales. Esto se halla relacionado con la mayor exposición a la radiación solar (así como a una mayor fuerza de ésta), provocada por la concentración de GEI generados por el sistema económico, lo cual ha derivado en el incremento del efecto invernadero en el planeta Tierra (Ben-Eli, 2015), debido a la mayor concentración de calor en la superficie terrestre; volviéndose aquélla en un sistema cada vez más frágil, afectando su “sensitividad” (Knutti, 2008). Además, que se va convirtiendo la ciudad en un hervidero, lo que se refiere no sólo al calentamiento atmosférico sino a otros tipos de impactos presentes en las megalópolis en general.


Imagen 4. https://vanguardia.com.mx

De esta forma, cabe entonces formularse las siguientes interrogantes: ¿pueden las ciudades actuales transformarse en conglomerados urbanos de bajo carbono?;[15] y asimismo: ¿son suficientes las propuestas institucionales de sustentabilidad urbana frente a la magnitud  de la vulnerabilidad de las megaciudades? Por ello:

 

It is not cities, or urbanization per se, that contribute to greenhouse gas emissions, but rather the way in which people move around the city, sprawling urban development, the amount of energy people use at home and to heat buildings that make cities the great consumers of energy and polluters that they are […] urban policies can lead to a reduction of total OECD global energy demand, consequently, of CO2 emissions at relatively low cost (OECD, 2010).

 

Líneas estratégicas hacia la sustentabilidad urbana

A nivel local (en la ZMVM), y como parte de las transformaciones nacionales y mundiales para enfrentar el cambio climático), las necesarias líneas estratégicas hacia la construcción de un modelo alterno, giran alrededor de alcanzar una mayor restructuración y resiliencia urbana frente a la desestructuración de la ciudad, como parte de las transformaciones técnicas, socioproductivas y energéticas que están en puerta. Éstas tendrían que tomar en consideración los siguientes aspectos:

  1. Modificar la relación población/territorio, logrando que exista una distribución adecuada entre estos dos factores (ordenamiento territorial/poblacional) e impulsando la reubicación de personas y relocalización de industrias (de manera voluntaria e inducida, no compulsiva);[16] todo ello bajo el freno a la expansión de la mancha urbana, pero generando más empleos.
  2. Lo anterior debe realizarse mediante el respeto y rescate de los ecosistemas, principalmente de los bosques, llanuras y zonas lacustres; lagos, presas, ríos, manantiales, etc. Todo lo cual supone el ordenamiento del ecosistema supeditando el territorio.

III. En consecuencia, es indispensable ampliar, rescatar e intercalar áreas verdes (y cuerpos de agua), establecer cordones ecológicos y agrícolas y reducir espacios de cemento al servicio del automóvil. Destaca sobremanera la crisis hídrica y el desbalance en la recarga del acuífero; de ahí que hay que tener muy en cuenta la necesidad de contrarrestar la contaminación de fuentes, la sobreexplotación de la cuenca y el mal manejo de las aguas residuales.

  1. En este sentido, resulta fundamental comprender que la descompresión de la ciudad no es incompatible con una urbanización compacta e intensiva, pero flexible, ya que los hacinamientos de personas son fuente de graves tensiones individuales, familiares y sociales.
  2. De igual manera, un reordenamiento urbano (empleo, vivienda, transporte, servicios) requiere de una planificación flexible, que sea preventiva no reactiva.
  3. En este punto resulta muy importante tener en cuenta que la terciarización de la ciudad (Pérez, 2006). Sin embargo, debiera estar conectada orgánicamente a un nuevo tipo de industrialización y a la realización de una ciudad sustentable, lo que no excluye mejorar el desarrollo rural de la ciudad-región.

VII. Evidentemente, todo lo señalado requiere de la racionalización de los subsidios, limitando su perversión política.

 

Conclusiones

El cambio climático o el calentamiento global: ambas son expresiones de drásticas transformaciones ambientales con graves consecuencias para la sociedad y el orbe resultado del paradigma energético-civilizatorio generador en última instancia del cambio climático
-en lo que le corresponde al ser humano-.

Frente a las discordancias en este tema trascendental, puede decirse que, el único consenso posible (“La evidencia científica en torno al calentamiento del sistema climático es inequívoca”) (Houghton & Ding, 2001), es que vivimos y enfrentamos, como especie, un desastre planetario (y humano desde luego); y que puede ser enfrentado, sea de manera gradual o radical.

 Lamentablemente, en la Cumbre de Cancún (2010) COP 16 (y otras cumbres climáticas mundiales, culminando en los Acuerdos de París), los acuerdos alcanzados no pueden ser considerados consistentes ni suficientes (menos vinculantes).[17] Sin embargo, el mundo puede aprovecharse del cambio climático, ya que éste es un catalizador de grandes y necesarias convulsiones en el seno de la sociedad, que indican que no basta la transición energético-tecnológica, sino que se requiere sobre todo de un cambio drástico en el modelo de vida y de mentalidad; que son el ancla de la civilización en marcha.


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De esta manera, si bien las causas naturales de estas perturbaciones no pueden modificarse (ONU, 2007), sus causas sociales sí pueden corregirse. Empero, las acciones institucionales y de la sociedad civil deberán enfrentar ambos aspectos; lo que implica realizar cambios más de fondo.

La transición hacia una nueva ciudad, es finalmente la clave que permite entender que sí hay soluciones frente al cambio climático; y éstas tienen que ver con cambios sustanciales en la base de la sociedad.

Por lo anterior, urge entonces crear mayores empleos, siempre y cuando no se provoque mayor depredación; mientras que, la vivienda social (digna), debe adquirirse con mejores salarios reales, lo cual implica menores impuestos y detener la corrupción; así como impulsar una revolución ético-moral del trabajo.

La tarea en el camino de la construcción de ciudades sustentables, impone tres directrices urbanísticas trascendentales, desde el punto de vista del  sustento de las bases del ciclo que une a la economía urbana con los ecosistemas: a) la desfragmentación (integridad) de los ecosistemas naturales (y agroecosistemas); b) la intercalación, ampliación y rescate de las áreas verdes y rurales; y c) descomprimir urbanísticamente la megaciudad (arquitectura del paisaje, habitabilidad, fijar límites a la población). De ahí la importancia del enfoque espacio-temporal (Garrocho-Rangel, 2016).

De otra forma, el sólo compactar y mudar de una ciudad horizontal a una vertical, resultaría erróneo por insuficiente y por lo tanto resultaría en un fracaso social con un alto costo, y baja calidad ambiental y de vida de sus habitantes.

Es decisivo entonces avanzar hacia la construcción de una red de ecociudades para el caso del territorio de la ZMVM (planificando la construcción de viviendas, el transporte, los servicios e infraestructura partir de energías renovables y limpias); impulsar la revolución ecotecnológica y sociourbana; compactación territorial suave (frenar mancha urbana) y el respeto a las áreas no urbanizadas y verdes; impulsando un desarrollo que sea compatible (natural y socialmente).

Aquí aparece el financiamiento[18] como un tema decisivo para hacer del diseño de ciudad una realidad viable y factible. E igualmente el aprovecharse de la capacitación, asistencia técnica y asesoría, en el diseño e implementación de programas de desarrollo sustentable.[19]

Puede concluirse en que, frente al cambio climático, que es irreversible en cuanto a sus tendencias, se requiere de una amplia tarea reconstructiva de las grandes ciudades (y de las relaciones urbano-rurales), que permita ir más allá de la mera adaptación y mitigación.

En suma, puede plantearse la siguiente paradoja: si bien el cambio climático es irreversible, sus causas (humanas) sí son reversibles. Esto es, es posible reestructurar la ciudad, parando los focos rojos del desastre local-global, desalentando y reduciendo su expansión física y poblacional. Y, de hecho, los límites eco-sociales de la ciudad así lo indican (Bookchin, 1978).

E igualmente, aumentando la calidad de vida de sus habitantes y recuperando la capacidad de resiliencia de las actividades humanas en la ciudad, sin llegar al punto de suponer que, como la megaconcentración es ya un hecho, ésta no pueda revertirse. Tal capacidad presupone que las transformaciones drásticas a sobrevenir no deberán afectar a las personas, comunidades y ecosistemas. Todo lo cual indica que remontar el problema ambiental en la ZMVM, no debe  ignorar la indispensable cohesión social  (con toda la carga de comunicación interpersonal grupal, comunitaria, política, intercultural e institucional que implica) de sus habitantes.[20]

Por último, sólo un cambio en el modelo de ciudad, en base al ordenamiento territorial y poblacional, permitirá coadyuvar realmente a combatir el cambio climático, que tiene como basamento la degradación socioambiental; frente al proceso de desertificación (humano-natural) urbana que impacta más allá de la ciudad-región.

 

Notas:

[1] “¿Cómo pueden las ciudades adaptarse a los cambios que vendrán?, ¿de qué manera pueden indicar un futuro de otro tipo, un futuro con bajas emisiones de carbono?” (Graizbord y Montero 2011, p. 9).

[2] Convención Marco de Naciones Unidas sobe el Cambio climático (CMNUCC). Protocolo de Kioto. Organización de Naciones Unidas, artículo 5, párrafo 3.

[3] “Según las proyecciones, la productividad de los cultivos aumentará ligeramente en latitudes medias a altas para aumentos de la temperatura de hasta 1 a 3ºC en función del tipo de cultivo.” Programa de Naciones Unidas para el medio ambiente (PNUMA, 2008, p. 32).

[4] La importancia de la megalópolis (CDMX y municipios del Estado de México), representa casi la cuarta parte del PIB nacional (INEGI, 2013).

[5] Una definición más actual de la sustentabilidad implica considerar cinco dimensiones: material, económica, de la vida, social y espiritual (Ben-Eli, 2015).

[6] Las cursivas son nuestras.

[7] La megalópolis de la Ciudad de México “puede constituir el preludio de una gran catástrofe ecológica que en el futuro conducirá, para unos, a la descentralización forzada de la cuenca y, para otros, el problema ambiental deberá resolverse mediante el desarrollo tecnológico” (Ezcurra, Mazari-Hiriart, Pisanty, & Aguilar, 2006, pág. 26). Ward (1990, pág. 43), le llama “Hiroshima ecológico”.

[8] Para enfrentar los impactos del cambio climático se creó el Programa de las Naciones Unidas para los asentamientos humanos, Acuerdos Hábitat II (2013).

[9] El Protocolo de Kioto planteó reducir los GEI en 5% en 2008-2012 en comparación con las emisiones de 1990; vence en el año 2020. El de París de 1.5ºC, como tope para el año 2030.

[10] Destacando las realizadas en 1997 (Kioto), 2002 (Johanesburgo), 2007 (Bali), Copenhague (2009), Cancún (2010 y Durban (2011).

[11] “Mitigation means implementing policies to reduce greenhouse gas emissions and enhance carbon sinks” (OECD, 2010, p. 33).

[12] El Panel Intergubernamental de Cambio Climático define adaptación como “initiatives and measures to reduce the vulnerability of natural and human systems against actual or expected climate change effects”. “[…] la vulnerabilidad al cambio climático está en función de la exposición, de la sensibilidad y de la capacidad adaptativa. La adaptación puede reducir la exposición a él, y en particular su rapidez y extensión […]” (IPCC, 2007, p. 33).

[13] “Las ciudades representan el campo de batalla en el cual se librará la lucha por el futuro de toda la humanidad […]. Este (cambio climático) requerirá adaptaciones en cuanto a la manera en que se administran las ciudades a fin de asegurar que mantengan niveles de vida adecuados y sigan atrayendo las inversiones y recursos humanos necesarios para apoyar el desarrollo sostenible” (Graizbord & Monteiro, 2011, págs. 9, 19). Sin embargo, el futuro de la humanidad se halla, más bien, en un balance entre el campo y la ciudad. El campo no puede seguir siendo el mercado extractivo de la ciudad y menos aún su vertedero.

[14] La crisis global ambiental ha pasado por varias etapas: desde la lucha contra la contaminación a fines de los años sesenta del siglo pasado, y luego relacionarla a la biodiversidad, el agua; hasta actualmente, con el tema del cambio climático, el cual engloba a todos estos problemas, ver a Callicot, J. (1997).

[15] La economía de bajo carbono es la opción que se maneja para emprender la mitigación del cambio climático.

[16] En la Constitución de los Estados Unidos Mexicanos se establecen las expropiaciones por causa de utilidad pública (artículo 27).

[17] Como reducciones voluntarias de GEI, inicio de. programa de Reducción de Emisiones por Deforestación y Degradación (REDD+), Fondo Verde (100 000 millones de dólares hasta el año 2020 para países en desarrollo afectados por el cambio climático) y transferencia de tecnología a los países en desarrollo, fueron los más importantes (Acuerdos de la Cumbre de Cancún, 2010, COP 16).

[18] “Measures to reduce greenhouse gas emissions and adapt to expected climate change impacts will put additional pressure on city budgets and increase the need for additional public resource” (OECD, 2010, p. 227). Asimismo, en los acuerdos de Hábitat II se establece que “El Programa Hábitat necesitará una acción concertada en cuestiones como la financiación del desarrollo, la deuda externa, el comercio internacional y la transferencia de tecnología”. Acuerdos Hábitat II (2013).

[19] Como ejemplo se tiene: el International Council for Local Environmental Initiatives (ICLEI)-Local Governments for Sustainability (2013), fundada en 1996, es la agencia internacional de medio ambiente que apoya a los gobiernos locales a través de capacitación, asistencia técnica y asesoría en el diseño e implementación de programas de desarrollo sustentable ICLEI) (2013). Asimismo, la red mundial de megaciudades que toman acciones comunes para reducir las emisiones de GEI, evalúan riesgos e impactos.

[20] Todo lo cual reduce la erosión cultural y amortigua los procesos de transculturación.

 

Bibliografía:

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Cómo citar este artículo:

TORRES CARRAL, Guillermo, (2019) “Calentamiento global y sustentabilidad urbana de la Ciudad de México”, Pacarina del Sur [En línea], año 10, núm. 40, julio-septiembre, 2019. ISSN: 2007-2309

Consultado el Jueves, 28 de Marzo de 2024.

Disponible en Internet: www.pacarinadelsur.com/index.php?option=com_content&view=article&id=1768&catid=14