Memoria y democracia: el valor del testimonio

En este ensayo reflexionaremos sobre las diversas problemáticas que tiene el tema de la memoria en el contexto de las transiciones a la democracia, la reconciliación nacional y la construcción de sistemas democráticos. También profundizaremos en la discusión sobre el valor del testimonio como reconstrucción válida de la memoria y del pasado, así como de las críticas a la memoria y las razones de desconfianza que suscita el testimonio como herramienta de análisis e interpretación del pasado.

Palabras clave: memoria, violencia, testimonio, transición, democracia

 

El uso de la memoria[1] que nos interesa en este trabajo en particular[2] es aquél de los países que en América Latina que de manera contemporánea han estado o están envueltos en procesos de transición hacia la democracia.[3]

Los procesos de transición a la democracia en el mundo y en especial en América Latina se han visto plagados de problemáticas que en cada caso se ajustan a características particulares, ¿Cómo lidiar con el pasado violento que sigue presente? Sin duda alguna, en naciones que transitan de la violencia hacia un orden democrático que se sustente de manera legítima en un Estado de derecho y que tengan como una política nodal la reconciliación nacional, es imprescindible pensar el pasado en base a dos premisas: verdad y justicia. La profundidad y alcances de los diferentes procesos responderán a una pletórica gama de circunstancias particulares.

La figura del testimonio emerge en este contexto como parte de los discursos de la memoria, como una herramienta capaz de desatar procesos y dinámicas que impactan y tienen influencia en los ámbitos políticos, sociales e históricos de la región[4]. Estos registros de la memoria son reconstruidos con base en experiencias pasadas, incorporando interpretaciones, emociones y expectativas de los autores con respecto a su presente y a su posible futuro. Estos documentos nos hablan desde la mirada particular de un individuo, pero abarcan problemáticas y temas que conciernen e impactan a toda la sociedad. Es así como “…la historia oral y el testimonio han devuelto la confianza a esa primera persona que narra su vida (privada, pública, afectiva, política), para conservar el recuerdo o para reparar una identidad lastimada” (Sarlo, 2005:22). El subrayado es mío. Es decir, pueden servir para ampliar los procedimientos necesarios de una efectiva reconciliación nacional, que es lo que nos interesa[5]. Entonces, me parece importante dar una revisión breve sobre ciertos conceptos teóricos a los que nos referiremos, lo cual haré mientras desarrollo el cuerpo de este ensayo.

 

Memoria y democracia

Partimos de que el  andamiaje ideológico que sustenta el concepto de democracia es un constructo social que según Todorov, nada tiene que ver las costumbres pasadas del Poder, es decir; que no tiene referentes en el pasado remoto del hombre, al menos no de manera organizada y masiva[6]. “El recurso a la memoria y al pasado es sustituido por el que se origina en el consentimiento y en la elección de la mayoría” (Todorov, 2000:20).

La democracia como sistema político fue creada como una manera más eficaz de lidiar con los diversos conflictos de los sectores de Poder, como una forma de evitar conflictos extremos con el equilibrio de éste. El diálogo, el consenso, la negociación y el pluralismo son elementos consustanciales al sistema democrático, es por eso que su estructuración parece ser más complicada, pero a la larga, es en teoría más justa.

Ahora bien, la manera en que los gobiernos que están en este tránsito desde un gobierno autoritario hacia un sistema democrático lidian con el pasado, tiene mucho que ver con su contexto en particular. En el caso de nuestro continente la oleada de gobiernos en transición aún no termina, y las formas en que se ha enfrentado esta problemática a estado caracterizada por la pluralidad de vías y procesos distintos, en donde “Las sociedades en transición afrontan los legados de represión por medio de amnistías, juicios o purgas, establecimiento de Comisiones de la Verdad, compensación financiera y gestos simbólicos como la construcción de monumentos o la proclamación de días conmemorativos” (Barahona de Brito et al., 2002:29).

Así las cosas, la memoria es parte nodal de estos procesos, pero ¿a qué nos referimos con memoria? La memoria está en este trabajo entendida como la reconstrucción que hace un sujeto de sus experiencias pasadas, es decir; la construcción de un relato que hace referencia al pasado, que se reinterpreta y que genera procesos de transformación que tienen que ver con las dinámicas pasadas, presentes y futuras en las que la persona está inmersa. En esta narración las emociones están presentes, dejando una impronta imborrable, inexorable.

Profundicemos. Existe una variedad de interpretaciones con respecto al concepto de memoria, sin embargo todas comparten elementos parecidos: para Le Goff la memoria es vista “como capacidad de conservar determinadas informaciones, remite ante todo a un complejo de funciones psíquicas, con el auxilio de las cuales el hombre está en condiciones de actualizar impresiones o informaciones pasadas, que él se imagina como pasadas” (Le Goff, 1991:131). Es así como los eventos a los que el hombre se ve enfrentado, son interpretados por éste de manera subjetiva, dando cabida a procesos que entrelazan acciones y emociones para luego volver a representarlas en un “recorrido” mnésico, diferenciando la memoria semántica de la episódica, la habitual de la narrativa (Jelin en Degregori, 2003: 33), es decir; de la que nos remite a comportamientos mundanos (a hábitos periódicos), a la que resguarda los eventos extraordinarios, los episodios que escapan a la monotonía de la vida, teniendo como fin último un misterioso equilibrio entre el recuerdo y el olvido, partes consustanciales de la memoria.

Para Néstor A. Braunstein, la memoria es un crisol de causas y elementos “así es nuestra memoria, ese gatuperio habitado por los prejuicios de nuestra personalidad, por los deseos de quienes  nos rodearon en un comienzo, por las presiones de nuestro grupo social y por las ansiedades de nuestro tiempo histórico… La memoria no sería un archivo de documentos si no una construcción enriquecida por la imaginación” (Braunstein, 2008: 10 y 12), en donde el  relato es reconstruido de manera permanente de acuerdo a las causas pasadas, presentes y futuras.

José Saramago, premio nobel de literatura, nos dice que la memoria es un mecanismo misterioso, en donde “Muchas veces olvidamos lo que nos gustaría poder recordar, otras veces, recurrentes, obsesivas, reaccionando ante el mínimo estímulo, nos llegan del pasado imágenes, palabras sueltas, fulgores, iluminaciones, y no hay explicación para ello, no las hemos convocado, pero están ahí” (Saramago, 2010:132). Otra definición de la memoria sería la de Desroche, en donde se trataría de una “ideación del pasado, en contraposición a la conciencia -ideación del presente- y a la imaginación prospectiva o utópica-ideación del futuro, del porvenir” (Desroche en Giménez, 2009:63), en donde la memoria pasa a ser un artificio, una construcción en donde se aborda de manera preponderante el rol que tienen las necesidades en el presente y el futuro, es decir: “…no se puede recordar ni narrar una acción  o una escena del pasado sino desde una determinada perspectiva o punto de vista impuestos por la situación presente” (Giménez, 2009:64).

Así las cosas, la memoria como objeto de estudio tiene muchas variables, características y atributos, como los son las perturbaciones de la memoria (amnesia, afasia), tanto a nivel individual como colectivo son prueba de la complejidad que ésta conlleva. Esta “colección de recuerdos” va construyendo un andamiaje al que también le damos sentido por medio de factores endógenos y exógenos, siendo esta narración marcada por eventos extremos que le dieron su impronta. Estos eventos “extremos” serían “puntos de inflexión” en el relato de la memoria, “Sucesos que representan un cambio en la dirección del curso de vida en relación a la trayectoria pasada y que tienen un impacto en las probabilidades de los destinos de vida futura” (Wheaton y Gotlib en Sautu, 2004: 23), en donde estos “puntos de inflexión” muchas veces se vuelven imborrables, pero los mecanismos de esta fantástica máquina llamada cerebro son misteriosos, y también recurren a la elisión de partes importantes de la memoria, soterran eventos que por alguna u otra razón se convirtieron en “puntos de inflexión” en la vida del sujeto, ¿Qué criterios son los que rigen esta selección?, no lo sabemos, pero sí nombramos a este manto bruno que tiende a cubrir lugares importantes de nuestra memoria: el olvido.

 

Verdad y justicia

Ahora bien, volviendo a la dimensión política de esta problemática, todos los procesos de transición han tenido que elaborar estrategias para abordar a través de políticas públicas dos concepciones con niveles de trascendencia nodales para lidiar con lo ocurrido durante la violencia pasada: la verdad y la justicia[7]. Según Laurence Whitehead[8], en este tipo de procesos transicionales se piensa en al menos tres perspectivas diferentes en cuanto a la noción de verdad, en donde:

“La teoría de la correspondencia afirma que las proposiciones verdaderas deben corresponder con alguna realidad o conjunto de “hechos” que vienen dados del exterior. La teoría de la coherencia dice que esas proposiciones deben tener sentido juntas, sostenerse unas a otras y confirmarse a partir de un consenso sobre ideas generalmente consideradas ciertas. La teoría pragmática sostiene que las proposiciones verdaderas deben superar la prueba de la utilidad” (Whitehead en Barahona de Brito et al., 2002: 269).

El uso de alguna de estas perspectivas de la verdad o la combinación de dos de ellas o incluso de todas ha sido el patrón seguido por las sociedades que buscan reelaborar los procesos de memoria. Como podemos ver, tanto los “horizontes de expectativas” de la sociedad y el gobierno, como el contexto presente y la correlación de fuerzas, son sólo algunos de los muchos factores que se relacionan para que la verdad sea analizada, interpretada y aclarada.

Aún así, también debemos mencionar las posturas que advierten sobre la responsabilidad de develar la verdad sin tener en cuenta las consecuencias que para el futuro de una nación tenga este desvelamiento, es decir; las consecuencias tanto políticas como sociales son particulares en cada caso, y el elemento de verdad, lejos de coadyuvar a la transición hacia la democracia o a la reconciliación nacional, pueden desencadenar problemáticas que sólo distraerían a la opinión pública y a los actores políticos del verdadero fin, que sería la consolidación democrática.

Max Weber menciona al respecto tener cuidado de la “ética absoluta”, que con respecto a la verdad “…se ha sacado la conclusión de que hay que publicar todos los documentos, sobre todo aquellos que culpan al propio país, y, sobre la base de esta publicación unilateral, hacer una confesión de las propias culpas igualmente unilateral, incondicional, sin pensar en las consecuencias” (Weber, 2000:164), es decir; una posición de “ética absoluta” con respecto a la verdad no se preocupará de las consecuencias de ésta, pero un político responsable[9] sabe del peligro de esto y como continúa Weber, propondrá una equipo de expertos que elaboren una investigación integral para develar el pasado violento, es decir, para hablar en términos contemporáneos: una Comisión de la Verdad[10].

La justicia es el segundo elemento pivote que ha cubierto los diferentes debates regionales que tienen que ver con responder la siguiente pregunta: ¿Cómo reparar lo sucedido? Al limitar el concepto de justicia a una temporalidad -que sería el caso de los procesos analizados- Whitehead nos comenta sobre la justicia transicional, que engloba nociones como la justicia punitiva y la justicia correctiva, mismas que se encargarían de solventar la legitimidad del nuevo régimen a través de políticas que castiguen a los violadores de derechos humanos y que reparen de manera simbólica o económica a las víctimas.

Sin embargo, las sociedades en transición o en perenne adecuación de un sistema más democrático no siempre tienden a avanzar de manera lineal hacia tal objetivo, muchas veces existen los retrocesos, o simplemente los avances son lentísimos[11], tanto, que los individuos en su conciencia de mortalidad los vislumbran como inaguantables. Pero también existen los cambios diametrales, los regresos al totalitarismo, muchas veces disfrazados de democracia, es decir; el desarrollo de estos procesos es polisémico y multidimensional, lo que los convierte en difíciles de predecir y aún de identificar como su de una receta se tratara.

Aun así, los procesos de justicia retrospectiva han demostrado avances nada desdeñables en cuanto a rendición de cuentas y reparación simbólica del daño. El caso de Chile es paradigmático, que ha sido el país en donde se ha condenado penalmente a más mandos castrenses por la violación de derechos humanos durante la dictadura de Augusto Pinochet Ugarte. También tenemos el caso peruano, en donde tanto el líder del Partido Comunista del Perú como el ex presidente Fujimori están hoy en día tras las rejas.

La manera en que una determinada sociedad desarrolla los procesos de búsqueda de la verdad y aplicación de la justicia, tienen que ver con varios factores decisivos, entre los que se encuentran por ejemplo: el carácter de las transiciones, es decir; ¿desde qué se está transitando? o ¿de qué manera se dio la transición? En algunos casos la transición se efectúa desde un gobierno autoritario o totalitario que se retira con muy poca legitimidad, como el caso de la dictadura argentina después de perder la guerra de las Malvinas en contra de Inglaterra, o se traspasa el poder de manera escalonada, reteniendo en su control varios puntos estratégicos desde donde presionar y hacer valer su fuerza, como sería el caso chileno o el español.

Como podemos ver, las transiciones no siempre tienen la ventaja de provenir de un régimen debilitado o hasta desaparecido, muchas veces se tiene que ceder en diversas cuestiones simplemente para consolidar el proceso democrático sin que los poderes represores violenten esta delicada y compleja construcción política. Los casos de amnistías reflejan el poder de facto que los reductos del gobierno pasado retienen en la sociedad, convirtiéndose así, en la primera y más importante razón de que la gran mayoría de los represores “estatales”[12] se mantengan impunes.

 

Anotaciones para el debate

Ahora bien, a partir de estas reflexiones es válido responder a una de las críticas más legítimas que se han hecho a los procesos que la interpretación de la memoria ha desencadenado en el mundo. ¿Es la memoria un elemento exhumador de conflictos?, ¿Es -como algunas voces aseguran en España, Sudáfrica, Chile y un largo etc.- una forma de venganza?, ¿Una revancha?, ¿Una búsqueda de culpables?, ¿Una política del odio, del resentimiento? Sin duda algo hay de todo eso, pero no podemos quedarnos con una explicación tan sencilla.


Algunos de los argumentos más esgrimidos por los opositores de la develación de la memoria de la violencia nos llevan a la reflexión y a ponderar su justo valor. Un buen ejemplo de estos es la idea de que la memoria de la violencia sólo desenterrará resentimientos y emociones como el odio en sociedades en dónde para bien o para mal, la violencia ha terminado, ha quedado -según ellos- en el pasado[13]. Es por eso que sectores de la sociedad se resisten a todo tipo de proyectos que tomen en cuenta la grabación y divulgación de testimonios sobre los procesos de violencia del pasado. Están en contra de que se testimonie el horror sufrido o de que se externe de manera pública la diversidad de visiones de lo que sucedió.

Weber por su parte se decantaba por el “enfoque hacia futuro”, es decir; le parecía que el desarrollo de procesos para encontrar culpables de la violencia pasada eran “estériles”, ya que “Ponerse a buscar después de perdida una guerra quiénes son los culpables es cosa propia de viejas; es siempre la estructura de la sociedad la que origina la guerra” (Weber, 2000:159), olvidando por un momento sus apreciaciones de género, es importante resaltar esta idea de cómo lidiar con el pasado violento[14], ya que Weber también nos refiere un posible camino a seguir, que es el mismo que ahora mismo se propone desde diversas opiniones en estos casos, es decir; “todos fuimos culpables”, hay que enterrar el pasado y elaborar planes hacia futuro.

Buscar develar la verdad sobre lo ocurrido también  tiene sus peligros, ya que puede ser usado -y lo es en muchos casos- con fines políticos, escudándose en una “ética” política de la que Weber nos advierte:

“Una ética  que, en lugar de preocuparse de lo que realmente corresponde al político, el futuro y la responsabilidad frente a él, se pierde en cuestiones, por insolubles políticamente estériles, sobre cuáles han sido las culpas en el pasado. Hacer esto es incurrir en culpa política, si es que la hay. Y con esta actitud se pasa además por alto la inevitable falsificación de todo el problema por muy materiales intereses: intereses del vencedor en conseguir las mayores ganancias posibles, tanto morales como materiales, esperanzas del vencido de conseguir ventajas a cambio de su confesión de culpa. Si hay algo abyecto en el mundo es esto, y éste es el resultado de esa utilización de la ética como medio para tener razón.” (Weber, 2000:160).

Este tipo de argumentos y otros están siendo debatidos hoy día en muchas sociedades que vivieron intensamente procesos de violencia política. El caso español es paradigmático, pongo como ejemplo este extracto de una noticia reciente del diario El Día, en donde el debate por la memoria es asunto preponderante:

“De la misma manera que Erasmo de Rotterdam hizo un elogio a la locura habrá que hacerlo también a la memoria y situarla en el más alto grado de la consideración del hombre. Un pueblo sin memoria está sepultado en el olvido; un pueblo que no recapacita sobre lo acontecido en un momento determinado de su historia o la persona que huye sin querer saber nada de sí misma van camino de no encontrar nunca el futuro. Aunque con ciertos olvidos, no cabe duda, se contribuye también a fabricar esperanzas y a veces es necesario olvidar para fortalecer relaciones de todo tipo sin eludir, por supuesto, realidades que duelen y molestan” (El Día,:2009, Internet).

Esta idea, misma que comienza a aparecer en los debates del cono sur y aún en México, abonando en la necesaria reflexión y el debate sobre qué es lo que en realidad ayuda a una persona a recobrar la esperanza perdida en el Estado, en el gobierno, en su propia sociedad. Si el tema del olvido colectivo es pertinente y aún afortunado para que una sociedad que se enfrentó de manera brutal pueda comenzar a trabajar en proyecto de reconciliación, es algo que no debería ser decidido por unos cuantos, a decir verdad; es algo que debería ser debatido por todos los miembros de la sociedad afectada, ya que la mayoría de las veces la propia persona en individual es la que debe tener el derecho a decidir si para mejorar debe recordar los hechos traumáticos, o enterrarlos en lo profundo de su conciencia. Sin embargo, tanto psicólogos, psiquiatras y psicoanalistas coinciden que tal libertad no es posible. No somos tan racionales como para decidir sobre el rumbo de los contenidos fuertes de nuestra subjetividad y experiencia.

¿Se puede a partir de  la construcción de una memoria colectiva de la violencia sufrida por eventos de índole político prevenir a una sociedad fracturada de lograr una reconciliación largamente buscada?, ¿Puede trabajar en forma contraria?, ¿Ser una variable decisiva para lograr la democratización de una nación?  “En algunos casos la búsqueda de la verdad ha mejorado la confianza de la comunidad en la justicia; en otros, una insistencia excesiva  en el esclarecimiento  de la verdad ha acabado viéndose como una caza de brujas” (Whitehead en Barahona de Brito et al., 2002:27), es decir; cada caso es particular y en mucho tienen que ver factores tan distintos como la forma en que se da la transición, los poderes en negociación, la fuerza real de la sociedad civil, la presión internacional, el papel de la iglesia[15] y un largo etc.

La manera en que los nuevos gobiernos y las sociedades civiles enfrentan las transiciones se verá de esa manera, fuertemente influenciada por el “equilibrio” de los poderes de facto, previniendo la profundización de las políticas de “verdad y justicia” demandadas por sectores tanto locales como internacionales o todo lo contrario, desencadenando un crisol de propuestas de cómo lidiar de manera jurídica e histórica con el pasado oneroso.

 

El lugar del testimonio

El testimonio como herramienta de las memorias de la violencia en América Latina y el mundo, forma parte del proceso de reconstrucción de un pasado oneroso en el que miles de ciudadanos fueron desaparecidos, asesinados, violados, torturados, presos, exiliados y en muchos casos actualmente, discriminados. Es por eso que se ha convertido en un tema desafiante en donde lo que se pretende es construir caminos -a través de la investigación- que desde los testimoniantes expongan sus memorias de lo ocurrido, y coadyuvar de esa forma a prevenir que esos eventos de extrema violencia vuelvan a repetirse, para que la sociedad no olvide, para que la reconciliación sea posible.

El género narrativo conocido como testimonio, es entendido en la problemática abordada en este estudio como una narración autobiográfica en donde el sujeto relata eventos violentos que sucedieron en el pasado[16]. Este discurso se construye de múltiples elementos como es la experiencia vivida y reconstruida por la persona, así como el contexto en que se elaboró y las condiciones que hacen de él un documento con credibilidad. Para Irene Vasilachis de Gialdino, el testimonio es un texto que “…no sólo presencializa el pasado sino que recupera, junto con la historia, al propio protagonista, a sus emociones, a sus sentimientos, a sus sensaciones, a sus interpretaciones, quebrando, a la vez, tanto los límites espaciales y temporales como las representaciones construidas por otros acerca de la capacidad de acción histórica de los actores sociales” (Vasilachis de Gialdino en Sautu, 2004:19). Para John Beverley:

“La palabra “testimonio” connota el acto de testificar o ser testigo en un sentido jurídico o religioso…La situación narrativa en el testimonio siempre involucra una urgencia por comunicar algo: un problema de represión, pobreza, subalternidad, encarcelamiento, lucha por la supervivencia, que está implícita en el acto mismo de la narración. La posición del lector del testimonio es parecida a la de un miembro del jurado en la corte. A diferencia de la novela, el testimonio promete, por definición, estar fundamentalmente preocupado por la sinceridad y no por lo literario” (Beverly, 2010: 24).

El testimonio ha pasado a convertirse en un elemento preponderante para la búsqueda del pasado, volviéndose una herramienta que busca mostrar a través de la reconstrucción de la memoria las causas complejas que sirvieron para el advenimiento de ideas, políticas y estrategias que resultaron en el horror de miles de seres humanos en todo el continente.

La memoria se convierte así a través del testimonio en una especie de  impulso moral de la historia. Sarlo afirma que en los países que tuvieron un pasado dictatorial reciente se ha convertido en un deber la memoria, y que a través del recurso testimonial fue posible esclarecer muchos eventos del pasado que fueron negados por el Estado, implicando con esto una dinámica de reforzamiento democrático y condenando la violación de derechos humanos (Sarlo, 2005:24). Sin duda alguna los testimonios han abierto la puerta para que histórica, jurídicamente, pero sobre todo moralmente se esclarezca el pasado terrible que aconteció en la región.

Así las cosas, por contradictorio que pueda parecer el pasado está constantemente en transformación, los eventos del presente y las aspiraciones hacia el futuro marcan de manera indeleble la reconstrucción de la memoria y la elaboración de los relatos testimoniales. Reflexionemos acerca de lo que José María Muriá, nos advierte en su prólogo al libro Testimonios sobre la Revolución Cristera de Lourdes Cecilia Vázquez Parada, en donde escribe: “…este libro nos ayudará a entender actitudes asumidas hoy, al tiempo que nos hará ver cuán manipulable es la historia y cómo se convierte en sustento de posturas contemporáneas” (Vázquez, 2001:18). Los conflictos internos con fuertes cargas de violencia registran la continuación del conflicto por medio de la memoria, las llamadas “batallas por la memoria” que muchas veces corren el riesgo de volverse agentes que trabajan tanto en detrimento de una reconciliación como de un entendimiento más integral del pasado.

El testimonio apareció en la época contemporánea como un elemento en disputa, como una herramienta que se utiliza con fines ideológico-políticos y que es usado para condenar o atacar posiciones contrarias. Es así como el testimonio aparece en las distintas “batallas”, ya sean estas “por la memoria”, “culturales” o por la “identidad”, el testimonio como fuente de supuesta verdad sale a la palestra del debate y toma partido, lo hacen tomar partido. Vale la pena recordar en la historia reciente del continente la prolífica vigencia de los llamados “testimonios guerrilleros”,[17] o los testimonios de “identidad” como el de Rigoberta Menchú que sigue estando en el centro del debate. También debemos mencionar los testimonios recabados por organismos de derechos humanos, comisiones de la verdad y la gran cantidad de textos testimoniales que denuncian al régimen cubano[18] o la literatura testimonial. Como se puede apreciar, el testimonio es un elemento controvertido, que al igual que muchos otros es usado con fines específicos.

Ahora bien, en el siguiente apartado se reflexionará en torno a algunas de las características del testimonio, así como  algunas de sus problemáticas. ¿Para qué sirve el testimonio?, los niveles son varios, desde personales hasta magnitudes de orden social y mundial. Desde la perspectiva de los psicoanalistas este artificio puede restañar heridas profundas en la psique del sujeto, conduciéndolo a un entendimiento del evento y su ulterior superación, entiendo yo que esto decantaría en una posible inserción exitosa dentro de la vida pública y a una actitud propositiva en cuanto a la reconciliación y la construcción democrática. Por otro lado los aires políticos han marcado su fuerte impronta en la utilización de estos documentos para el esclarecimiento de eventos violentos y la posible sanción a los responsables, desarrollando la rama jurídica tanto para castigar como para “reparar” de manera económica las pérdidas.

¿Se ha convertido el testimonio en un derecho? En naciones con un pasado marcado por la violencia política el testimonio se ha convertido parafraseando a Roque Dalton en “el turno de los ofendidos”, en un espacio para que aquellos que sufrieron en carne propia la violencia de los actores armados puedan decir su verdad, puedan comunicar su experiencia. Pero, ¿Es válido darle una credibilidad total al testimonio?, ¿Es política, moral y éticamente correcto criticar y desconfiar del testimonio como registro del pasado?, ¿Cuáles son las razones para que al testimonio se le de un tratamiento diferente?, ¿Es el testimonio el único artefacto narrativo que cuenta con estas prerrogativas? El problema de la veracidad y el contexto temporal serán junto con las temáticas anotadas en el párrafo pasado, el material con el que se reflexionará a continuación.

 

El derecho al testimonio

La parte privada de la memoria es aquella que acontece en todo recuerdo personal de la tragedia, aquella que muchas veces no podrá ser contada por vergüenza, por miedo, por dolor, porque es políticamente incorrecta, o porque simplemente la persona no encuentra las herramientas necesarias para poder hacer una introspección que le permita externarla, convertirla en un relato, en un testimonio. Las memorias privadas rara vez pueden competir con una memoria oficial que tiene el beneplácito del Estado y de la mayoría de la sociedad, ya que la creación de la memoria sobre una tragedia nacional como lo fue el tiempo de la violencia tiene un valor político importante. El Estado se asegurará de que la memoria oficial que se construya sobre lo ocurrido sea lo más controlable posible, lo más moldeable posible, postergando la multiplicidad de memorias y dando cabida solamente a aquellas que se ajusten a su discurso.

Sin embargo, cada vez son más las personas que han decidido confrontar su pasado de horror y hablar sobre lo sucedido, venciendo a la vez el miedo y la vergüenza que conlleva haber estado en una posición de vulnerabilidad extrema. El reconocimiento por parte del Estado y de la sociedad de estas memorias soterradas es parte preponderante en la construcción de una reconciliación nacional, y los testimonios como documentos que se dirigen a reconstruir el pasado son parte fundamental en esta búsqueda de vestigios sobre lo ocurrido, ya que como anota Todorov, todos los grupos e individuos deberían tener en un sistema democrático, el derecho a plasmar el testimonio propio, la visión particular o grupal de lo sucedido, “Cuando los acontecimientos vividos por el individuo o por el grupo son de naturaleza excepcional o trágica, tal derecho se convierte en un deber: el de acordarse, el de testimoniar” (Todorov, 2000:18). Es decir; al menos en el contexto latinoamericano podemos decir que el  lugar del testimonio en la develación de la verdad y en la búsqueda de justicia es preponderante, es un lugar desde el cual nos habla el agredido, el violentado, “Y ese lugar no está ofrecido como una concesión  sino que está acordado en los mismos términos que el reconocimiento de todo derecho que haga al respeto de la dignidad humana” (Vasilachis de Gialdino en Sautu, 2004:17). Yo adicionaría a este pensamiento que el testimonio del agredido es importantísimo para entender lo que sucedió, cómo y porqué sucedió, pero igualmente importante debería ser escuchar el testimonio del agresor, del transgresor de los derechos humanos.

Es así como el testimonio se transforma en un relato muy particular, en donde el testimoniante “imprime” su personalidad en la narración, elaborando una visión del pasado y esgrimiendo su particular opinión de lo ocurrido. La persona que describe lo experimentado a través de este relato también se niega a pasar desapercibida, a ser ignorada, exige respeto por su palabra, por su individualidad e identidad particular, y esto lo explicita en su narración, en donde  “Uno debería notar, más bien, la insistencia y la afirmación del sujeto individual evidentes en títulos como Me llamo Rigoberta Menchú y así me nació la conciencia; Juan Pérez Jolote; “Si me permiten hablar…”Testimonio de Domitila, una mujer de las minas de Bolivia…”(Beverley, 2010:26), expresando de esta manera su derecho a testimoniar su experiencia a través de una reafirmación de la identidad.

 

El testimonio: recordar para superar

Las estructuras mentales que construyen la memoria episódica individual sobre un hecho traumático no son monolíticas ni tienen una cronología lineal, es decir; van cambiando con el tiempo, la misma persona puede tener diferentes percepciones y “memorias” de un evento dependiendo del tiempo transcurrido. A veces teniendo mucho que ver las condiciones presentes y las conveniencias para olvidar, silenciar o recordar algo. Pero lo que muchas veces es percibido como una onerosa carga de dichos ejemplos es la percepción del dolor, la impresión que deja el sufrimiento, misma que junto con cada recorrido mnésico que se construya sobre el evento ocurrido, volverá de manera diferente, cambiada, pero volverá, será un horror que no cesa.

Los individuos cuentan con dispositivos psíquicos de defensa, sin los cuales sería prácticamente imposible que pudieran seguir viviendo después de experimentar algunos eventos traumáticos como son los ocurridos a raíz de la violencia política. Los silencios, los olvidos, la afasia y muchos otros “trastornos” son  dispositivos se accionan para que el sujeto pueda seguir adelante con su vida. Sin embargo, es consabido que estos mecanismos no son lo suficientemente eficaces para restañar las heridas psicológicas sufridas por el sujeto, de hecho muchas veces sólo sirven para soterrar dicho dolor, para ocultarlo por un determinado lapso de tiempo. “Tenía que escoger entre la escritura y la vida, había escogido ésta. Había escogido una prolongada cura de afasia, de amnesia deliberada, para sobrevivir. Y en esta tarea de retorno a la vida, de luto de la escritura…”  (Semprún, 1995:212). Sin embargo, años después Jorge Semprún tuvo que plasmar su experiencia de los campos  a manera de exorcismo de la misma, es decir, todos aquellos recuerdos terribles nunca se fueron del todo, simplemente estaban dormidos, encajonados, enterrados.

Pero, ¿Qué pasa cuando el sujeto es incapaz de hablar sobre los sucedido?, ¿Cuándo la afasia no es voluntaria? Muchas veces esto se debe a razones meramente psicológicas, en donde “El mutismo…empieza donde expira el poder expresivo de la palabra; más allá de un cierto horror los vocablos se convierten en meros sonidos…” (Defensoría del Pueblo, 2001:11), nos dice Hubert Lanssiers. Otras veces, se debe a razones de Estado. Sin embargo, cuando al fin el sujeto puede comenzar a comunicar el horror vivido, es cuando surge una poderosa herramienta para lidiar con el pasado.

Es aquí en donde emerge el testimonio como una herramienta que intenta comunicar aquello que parece ser incomunicable, transmitir una experiencia que se antoja increíble, como un evento de tal actualidad y originalidad -terrible por cierto- que necesita de una creación narrativa al límite para poder describirlo, interpretarlo, es decir; exorcizar el sufrimiento del sujeto.

A través del testimonio que el individuo construye acerca de una experiencia traumática, éste intenta concebir que dicho sentimiento pueda ser compartido por otros sujetos, que pudo haber sido experimentado también por otros, estructurando de esa manera un andamiaje de percepciones que el individuo comienza a pensar no como únicas, sino como entendidas, percibidas, sufridas de manera colectiva, “o bien develamos el misterio del sufrimiento descubriendo sus otras caras, las que muestra a otras conciencias, cuando nos imaginamos que lo experimentaron o pueden experimentarlo nuestros semejantes: así, lo desterramos a un ámbito común con muchos seres, y le conferimos una fisonomía colectiva y familiar” (Halbwachs, 20025:98).

Una manera que se ha mostrado eficaz para paliar hasta cierta medida el sufrimiento causado por un evento traumático ha sido el exteriorizarlo, “El sujeto no sólo tiene experiencias sino que puede comunicarlas, construir su sentido y, al hacerlo, afirmarse como sujeto. La memoria y los relatos de memoria serían una “cura” de la alienación  y la cosificación” (Sarlo, 2006:51), hacerlo y pensarlo como común, ya que el individuo cae en el abismo de la desesperación al percibir que sólo él ha sufrido tal evento, que sólo él lo ha sentido, que no puede compararlo ni compartirlo, que está solo.

Al tomar conciencia el sujeto de que su experiencia tiene muchos rasgos que son comunes con otras experiencias, se comienza a sentir acompañado, esto en un ser social es psicológicamente muy importante, ya que reduce la carga interna de sufrimiento y reconstruye un signo abstracto el cual coadyuva a la transformación de su percepción de individual a colectiva, distribuyendo y aminorando su pesar, compartiéndolo y colectivizándolo para poder neutralizarlo de manera más efectiva.

La superación del dolor está en este estudio circunscrita al testimonio como herramienta sanadora, sin embargo, debemos apuntar que la memoria tiene el poder de “sanar” al individuo en muchos otros aspectos, como lo es el de poder reconstruir momentos felices que se han perdido, retener recuerdos y enriquecerlos, recuerdos de personas queridas de lugares o eventos que ya no existen más, que se perdieron. El poder reconstructor de la memoria como lo llama Saramago -al comentarnos que la casa amada donde nació ya no existe más-  puede restañar heridas abiertas en el corazón y la mente de los hombres, en donde “Esta perdida, sin embargo, hace mucho tiempo que dejó de causarme sufrimiento porque, por el poder reconstructor de la memoria, puedo levantar en cualquier momento sus paredes blancas, plantar el olivo que daba sombra a la entrada, abrir y cerrar el postigo de la puerta y la verja del huerto donde un día vi una pequeña culebra enroscada…” (Saramago, 2010:18). El poder sanador que tiene la memoria a través de sus varios artefactos, es igual al poder destructor que también lleva dos caras de la misma moneda, y ambas pueden ser usadas por la humanidad para diferentes propósitos.

 

Los problemas del testimonio

En las últimas décadas, las operaciones de la memoria a través de los testimonios han sido elementos clave para la reconstrucción del pasado. Como anota Sarlo, el testimonio se ha ido transformando en un “ícono de verdad” en las sociedades que transitan hacia la democracia. En muchos casos estos testimonios han servido para dar a conocer el terrorismo de estado en toda su magnitud, para concientizar a la población y para sustentar responsabilidades en contra de aquellos que participaron en la violación masiva de derechos humanos.

Sin embargo, el testimonio como herramienta narrativa para dilucidar el pasado tiene una nada despreciable cantidad de problemas, emergiendo preguntas como: ¿Qué herramientas tiene el testimonio para recrear el tiempo pasado?, esta pregunta es sin duda alguna importante, ya que aterriza en la parte epistemológica, axiológica y metodológica del asunto, ¿Cómo recogemos los recuerdos y los plasmamos en documentos de orden testimonial?, ¿Cómo los ordenamos?, ¿Qué tipo de testimonios son las que nos interesan y por qué?

Todas estas narraciones sobre recuerdos se vuelven de alguna manera autobiográficas, describiendo y recreando lo sucedido, lo subjetivamente vivido y  plasmado, lo que aconteció y quedó en el recuerdo, lo que cada vez que se recuerda se transforma, volviéndose parte de un presente anclado en el pasado una memoria que se recrea a través de los recorridos mnésicos para poder vislumbrar otra vez lo que aconteció, lo que se cree que ocurrió, es decir; la memoria vista como un instrumento más para analizar el pasado está lleno de problemas, al igual quelas otras herramientas, acá se reflexionará sobre algunas de esas problemáticas.

Para empezar, según Sarlo está el hecho de una gran cantidad de relatos testimoniales que han inundado el medio en cuanto al tema de la violencia política reciente en América Latina, pero en “modalidades no académicas” Sarlo Dixit, es decir; que no contienen un rigor académico ni una metodología que puedan darles un sustento más o menos serio.

“Son versiones que se sostienen en la esfera pública porque parecen responder plenamente las preguntas sobre el pasado. Aseguran un sentido, y por eso pueden ofrecer consuelo o sostener la acción. Sus principios simples reduplican modos de percepción de lo social y no plantean contradicciones con el sentido común de sus lectores, sino que lo sostienen y se sostienen en él. A diferencia de la buena historia académica, no ofrecen un sistema de hipótesis sino certezas” (Sarlo, 2006: 16).

¿Es esto un problema?, Según John Beverley el testimonio no es simplemente una “representación” del subalterno, sino una interpretación dirigida a un fin, a aliviar la situación del testimoniante, es por eso que claro que contiene un elemento de “ficción” construida con un propósito, con el propósito de “gestionar” frente a los demás una causa, la causa de la víctima.

Sin duda alguna ambos investigadores esgrimen argumentos de peso, nuestra opinión está dirigida a entender por un lado el contexto en el que este debate se funda[19], es decir; se trata de una polémica que trasciende el ámbito académico. Desde el punto de vista de Beverley el testimonio no debe ser valorado por su simple y fría veracidad, sino por la dirección que ejerce en los asuntos públicos, y por el otro lado, el argumento de Sarlo está más bien dirigido hacia un fin un tanto “técnico”, de preocupación por un relato narrativo que no pide permiso a la academia para introducir fuertes debates en torno suyo, profundicemos.

Uno de los problemas más claros de la narrativa testimonial es su nivel de veracidad. Sin embargo debemos por fuerza comenzar por preguntas como ¿Qué buscamos en un testimonio?, ¿Qué podemos encontrar?, ¿Buscamos la verdad?, ¿Qué verdad? Para obtener las respuestas a estas preguntas necesitamos reflexionar acerca de que es lo que aporta el testimonio, ya que se trata de una narración con fuerte carga subjetiva, es decir;  se nutre de sentimientos, emociones, puntos de vista, impresiones, elementos subjetivos sobre el pasado. Aunque el testimonio sea una narración subjetiva, se auto presenta como un relato verdadero:

“No sólo en el caso del Holocausto el testimonio reclama que sus lectores o escuchas contemporáneos acepten su veracidad referencial, poniendo en primer plano argumentos morales sostenidos en el respeto al sujeto que ha soportado los hechos sobre los cuales habla. Todo testimonio quiere ser creído y, sin embargo, no lleva en sí mismo las pruebas por las cuales puede comprobarse su veracidad, sino que ellas deben venir de afuera” (Sarlo, 2006: 47).

¿Podemos encontrar en los documentos testimoniales una verdad objetiva?, tal vez no, pero sin duda sí que podemos encontrar  elementos que nos ayuden a entender la manera en que el sujeto experimentó, vivió, y recuerda ese evento traumático. Se puede entonces, enlazar el testimonio con algunos datos “duros de fuera”[20], para así intentar cotejarlos y tener mayores elementos que nos lleven construir conclusiones de porqué el sujeto recuerda algo de una forma y no de otra, de los contextos y dinámicas sociales en las que está inmerso.

Aún así, el problema de veracidad es indiscutible, ¿Cómo saber que lo que el testimoniante dice que recuerda no es una clara mentira o una tergiversación?

“A las narraciones de memoria, los testimonios y los escritos de fuerte inflexión autobiográfica los acecha el peligro de una imaginación que se establezca demasiado firmemente “en casa”, y los reivindique como una de las conquistas de la empresa de memoria: recuperar aquello perdido por la violencia del poder, deseo cuya entera legitimidad moral y psicológica no es suficiente para fundar una legitimidad intelectual igualmente indiscutible” (Sarlo, 2006: 55).

Una salida sería como escribí en el párrafo anterior, cotejarlo con otros datos históricos, pero en el caso de eventos que tomaron lugar clandestinamente, ilegalmente, que fueron borrados por el aparato de Estado de cualquier tipo de registro, como es el caso de las violaciones a los derechos humanos, torturas y desapariciones, ¿Cómo comprobar la veracidad de estos hechos? Siempre queda la duda con un testimonio al que no se le encuentra ningún elemento diferente para su comparación. Ahí tenemos un problema. Ahora bien, hay una fuerte tendencia a construir la defensa  del testimonio de este tipo de críticas, la verdad testimonial se transforma entonces en una especie de axioma, que también se sostiene con argumentos su valor, Ruth Sautu nos expone que:

“El conocimiento de los sucesos de ese período puede obtenerse con otros procedimientos (se refiere al método histórico). No debemos sin embargo confundir la ficción con memoria narrativa. El hecho de que los contenidos emocionales  del recuerdo estén afectados por las experiencias de las personas  no invalida el contenido de verdad que tiene el testimonio. Si los tanques entraron en un barrio a las 6 de la mañana (se refiere a la dictadura argentina) puede constatarse por varios medios; los sentimientos que despierta el ruido de los tanques se capta en aquellos que lo vivieron, y es tan real como cualquier otra cosa humana y material pueda ser real” (Sautu, 2004:46). Subrayado y paréntesis míos.

¿Es entonces el testimonio un relato de ficción?, ¿Son los personajes una invención del testimoniante?, Sarlo pone sobre la mesa la necesidad de responder a la crítica radical que hace la línea hegemónica del deconstruccionismo literario a la narración autobiográfica (Paul de Man y Derrida principalmente según Sarlo), en donde es una “máscara” la autora del relato, no una persona, es decir; “…que no puede ser medido en relación con la referencia que su mismo discurso propone; ni puede ser juzgado (como no se juzga al actor) por su sinceridad, sino por su presentación de un estado de sinceridad” (Sarlo,2006:39), sembrando la duda sobre si tal relato es la verdad o sólo la narración de una supuesta verdad. Por su parte Derrida afirma que es imposible darle valor a un relato que está sostenido solamente por “la firma”, en donde lo único que propone para sustentar su veracidad es el relato mismo, la narración testimonial en el caso que nos aqueja (Sarlo, 2006:39).

Pero, ¿Es el testimonio una simple recreación de la verdad? o se trata de un artificio que reconstruye una supuesta verdad, una puesta en escena en donde el sujeto se convierte en un tropo capaz de adoptar cualquier cantidad de personajes según convenga al presente y al futuro. Un actor listo a representar una obra que puede transformarse a medida de la necesidad. ¿Al reconstruir un evento pasado por medio del testimonio se pierde parte de esa experiencia?, ¿Se rellena con elementos de ficción?, ¿Se vuelve literatura?, ¿Creación?, ¿Es así como surge la tergiversación? Miguel Barnet nos dice al respecto en la introducción de su famosa obra Biografía de un cimarrón: “Sabemos que poner a hablar a un informante es, en cierta medida, hacer literatura. Pero no intentamos nosotros crear un documento literario, una novela” (Barnet, 1977:4), es decir; Miguel Barnet trabajó un documento testimonial, construyó esta biografía a través de entrevistas, reescribiéndola y muchas veces como él mismo lo advierte, “parafraseando completamente” algunos párrafos que simplemente no se hubieran podido entender, pero de ninguna manera se estaba planteando escribir una novela, no se buscaba hacer literatura, ¿Tal vez es Biografía de un cimarrón parte de la llamada “literatura testimonial”? Más adelante, Barnet acepta la problemática de la veracidad: “Indudablemente muchos de sus argumentos no son rigurosamente fieles a los hechos. De cada situación él nos ofrece su versión personal. Cómo él ha visto las cosas” (Barnet, 1977: 4).

Sin duda la narración es un constructo, una creación que sirve para comunicar eso que está más allá de la experiencia propia, es de esta forma como el recuerdo logra materializarse en el mundo simbólico. Es de esperarse que parte de esa experiencia se pierda en la transición, incluso se debe estar preparado para que no sólo se pierdan algunos elementos, sino para que se tergiversen. Tal vez la pregunta que deberíamos hacer sería: ¿Cómo intentar controlar esos procesos de tergiversación?, ¿Cómo identificarlos? Un testimonio al igual que cualquier documento narrativo nace con el defecto de una veracidad cuestionada, eso no quiere decir que no se puedan seguir procedimientos para adelgazar esa línea de desventaja.

Lo que se recuerda en un testimonio cambia, ya que los recuerdos dentro de la memoria cambian con el tiempo, un evento será recordado de múltiples maneras por la misma persona a través del tiempo. Esto sucede porque el tiempo primordial del pasado es el presente, ya que siempre se recuerda en tiempo presente. Así las cosas, tenemos que  los recuerdos van transformándose de acuerdo a las nuevas experiencias que el sujeto viva. Entonces ¿Puede un recuerdo cambiar?, ¿Lo convierte eso en una tergiversación del pasado? No lo creo, es por eso que los recuerdos, las operaciones basadas en la memoria como son muchas veces los testimonios, deben ser filtrados por herramientas críticas y de interpretación, para de esa manera poder dilucidar la manera en que dichos recuerdos van cambiando y porqué. Para que por medio de estos procedimientos se puedan identificar todas las variables posibles que intervienen en esta “transformación” de la memoria.  Sin bien es cierto que  una evocación del pasado no es en automático una verdad absoluta, tampoco podemos negar el vasto crisol de datos y de potencialidades que los documentos testimoniales guardan para aproximarnos al pasado.

El debate está abierto y seguirá todavía por mucho tiempo. Aquí transcribiré in extenso las palabras de Ruth Sautu citando a Kearney, acerca de la posición que defiende la credibilidad del testimonio como herramienta para reconstruir el pasado, ya que me parece importante esgrimir estos argumentos:

“A los que niegan los contenidos de verdad de la memoria narrativa de las víctimas de abusos, Kearney (1998) les señala que “no le hacen justicia a la significación ética de las memorias de sufrimientos reales, memorias a las cuales los que las sufrieron y las cuentan desean que sean reconocidas como verdaderas, esto es, como refiriéndose a hechos que realmente pasaron” y continúa “Las implicaciones morales de la distinción imaginario/real  en la operación de la memoria narrativa son cruciales no solamente para casos psicológicos de abuso sino también para los casos más públicos y colectivos de crímenes históricos. Las instancias de revisionismo y negación respecto del Holocausto y otros genocidios en la historia son recordatorios oportunos  de las apuestas fundamentales involucradas. La naturaleza total de la memoria como testigo histórico está en discusión aquí” (Sautu, 2004:46).

Vaya que si está en discusión, ¿Qué hacer ante esta problemática? Por un lado se corre el peligro de dotar con un valor mayor a relatos/narraciones que pudieran estar viciadas de origen, que pudieran ser meras construcciones de ficción, por el otro, ¿Cómo abordar ética y moralmente a los agredidos?,  ¿Cómo negarles el derecho a “su” verdad?, ¿Cuáles serían las consecuencias de privarnos como investigadores de documentos tan importantes como son los testimonios? Además, todo depende de lo que se busca, de hacia dónde están dirigidas nuestras expectativas. En el caso de esta investigación, el análisis de los testimonios está dirigido a comprender lo que los actores sintieron y sienten acerca de los eventos violentos experimentados, es decir; nos interesa saber si es posible a través del reconocimiento de estas vivencias construir la reconciliación nacional y fortalecer el sistema democrático.

Tal vez la pregunta no debería estar dirigida hacia si el relato testimonial es veraz o no, si no a qué se busca con el testimonio. Propongo que el documento testimonial sea visto también como una herramienta que nos ayude a comprender el sentir del testimoniante, ya que me parece un elemento nodal para construir confianza en los sistemas democráticos y en los procesos de reconciliación. Esto no quiere decir que le demos un cheque en blanco y asumamos como verdadero cualquier testimonio que nos caiga en las manos, pero sí que tomemos una posición más flexible y pensemos el testimonio como una forma de medir la actitud de algunos sectores ciudadanos con respecto a los procesos antes referidos y no sólo como la búsqueda de una supuesta verdad absoluta.

 

Conclusión

Pensemos el testimonio no sólo como un documento de verdad histórica, sino como una herramienta que nos está transmitiendo el sentir de una persona, en donde en vez de preguntarnos sobre la veracidad total de su palabra, reflexionemos y pongamos en primer lugar su sentir presente con respecto al pasado. El testimonio se convierte así en un artífice para la reconciliación de una sociedad a través de sus miembros violentados.

Esta conclusión acerca del testimonio como herramienta preponderante para los procesos de reconciliación nacional, es parte integral del desafío que tiene delante los gobiernos democráticos, de fortalecer y acrecentar la confianza[21] hacia ellos en la sociedad para de esta forma tener  una mejor orquestación de las “políticas hacia la memoria”, en donde la sociedad participe de estos procesos.

También queremos remarcar su dimensión macro, es decir, aquella que nos remite a la relación sociedad-gobierno y sociedad-estado, en donde esta “…confianza es central en las actitudes hacia las instituciones, la democracia, la política, la economía siendo un prerrequisito el desarrollo de una efectiva participación política y para el funcionamiento de las reglas del juego democrático (Lagos 2001). (Covarrubias, 2011: 37).

Creo que la construcción de esta confianza debe provenir principalmente del Estado, pero también de la sociedad, y que sin los pasos necesarios para lograr este fin, difícilmente una sociedad proveniente de un conflicto interno podrá trabajar exitosamente a favor de una reconciliación.

 


Notas:

[1] El valor de la memoria en los diferentes tipos de regímenes políticos es un punto crucial para el entendimiento y futura reflexión del papel que ésta (la memoria) juega en las actuales transiciones hacia la democracia que varios países del orbe están viviendo, en donde a través del testimonio, se convierte en una herramienta con mucho potencial para los procesos de desarrollo democrático, ya que alienta y coadyuva a que las sociedades transiten por el  difícil y largo proceso de la reconciliación nacional.

[2] No es este estudio el espacio para profundizar en la teoría de la transición, así que aquí se entenderá por transición el proceso que lleva a un régimen de índole autoritario hacia un régimen de índole democrático, entendiendo la amplia gama de regímenes autoritarios y su contraparte en las democracias modernas.

[3] Debemos recordar que según Alexandra Barahona de Brito et al., en el siglo XX han existido tres olas de democratización basadas en la verdad y la justicia, la primera en Europa después de la Segunda Guerra Mundial, la segunda se ubicó en el sur europeo de 1974 a 1977, incluyendo a Portugal, España y Grecia. Por último, la tercera ola se consolidó en América Latina a partir de 1980.

[4] Partiendo de la idea de que la construcción democrática en países con un pasado marcado por la violencia política pasa necesariamente por la conformación de una memoria colectiva que refuerce los procesos de reconciliación nacional a través de la develación de la verdad y la justicia.

[5] Los procesos tanto de reconstrucción histórica como de búsqueda de la verdad y de la justicia han echado mano de los testimonios como documento con un valor determinado, y  han abierto la posibilidad a una pletórica gama de debates y análisis que surgen de los distintos temas arriba descritos

[6] Se sabe que en el pasado remoto del hombre, algunos grupos humanos practicaban una especie de pluralidad en las decisiones colectivas, pero eran estos demasiado pequeños.

[7] Según Jelin, la memoria tienes varios niveles de trascendencia, uno de ellos es el de la verdad, que se entiende por la explicación de lo sucedido, qué, cómo, quién y cuándo son muchas de las preguntas que la verdad intenta esclarecer. Sin embargo, este proceso es frustrantemente lento en América Latina, ya que gran parte del andamiaje gubernamental que se prestó a la violación sistemática de los derechos humanos durante el conflicto interno sigue ejerciendo un papel preponderante de presión en la sociedad y el Estado.

También existe la exigencia de justicia, a la cual la batalla por la memoria participa como un elemento clave de negociación y rendición de cuentas por parte de todos los sectores nacionales. En este nivel es casi imposible lograr algo, al menos ahora, ya que a muchos gobiernos se les ha impuesto como requisito sine quanon para la transición a la democracia que se decreten leyes de amnistía general y particular para con los implicados del Estado en la guerra interna de sus respectivos países, además de un sin fin de candados judiciales para que se cree una protección inmoral prácticamente imposible de romper alrededor de un sector de la sociedad. Un último nivel de suma importancia para las víctimas de la violencia interna es la reparación económica, que a diferencia de las otras exigencias yuxtapuestas entre sí, y consustánciales a la memoria, ha podido ser atendida de manera mediocre en algunos casos y de manera más responsable en otros.

[8] Catedrático de Ciencia Política en el Nuffield College de la Universidad de Oxford, fue Investigador Principal del programa de América Latina del Wilson Centre, responsable del proyecto "Transiciones de regímenes autoritarios y posibilidades de democratización en América Latina y en el sur de Europa".

[9] Aquí encontramos la tesis central de Weber, en donde la “ética de la convicción” no se contrapone a la “ética de la responsabilidad”, sino que se complementa. Como podemos ver, se trata de un tema nada nuevo.

[10] Sin embargo, para que un equipo de personas puedan legitimar este tipo de investigaciones, deberán pasar por un número no despreciable de filtros y demostrar que al menos la mayor parte de la sociedad confía en su juicio, deberán ser reconocidos, de lo contrario, sólo será una postura de la verdad y no será reconocida por la sociedad.

[11] Como es el caso de la transición en España, en donde según el académico Ricardo García Cárcel de la Universidad Autónoma de Barcelona, una de las estrategias de la famosa transición fue una especie de “pacto de silencio” sobre lo ocurrido en la guerra civil. Tomado de : http://www.abc.es/20090525/opinion-tercera/memoria-historica-transicion-20090525.html

[12] Salvo los casos en que el grupo antagónico del gobierno ganó la partida, como en Cuba y Nicaragua, o en el caso Salvadoreño en donde se elaboró una amnistía muy amplia, en los demás casos los grupos antagónicos fueron exterminados o encarcelados.

[13] Alexandra Barahona nos comenta sobre las posiciones que ha tomado la academia en cuanto a esta problemática, decantándose hacia posiciones dicotómicas, ya sea abogando por “decisiones morales”  o “decisiones prácticas” como ella las llama.

[14] También debemos tener en cuenta que Weber se refería a conflictos entre Estados, no a las guerras irregulares modernas.

[15] No debemos olvidar el importantísimo papel que tuvieron las diversas iglesias en los procesos de democratización de la región, tal es el caso de Chile, Brasil y Guatemala en donde la iglesia coadyuvó de manera decisiva tanto en los informes de verdad como en la misma transición.

[16] Quise hacer esta especificación porque el género testimonial es muy amplio, y en esta investigación nos avocaremos sólo a aquellos que tienen que ver con experiencias marcadas por eventos de violencia política.

[17] Como el de Omar Cabezas: La selva es más que una inmensa estepa verde, o los escritos de Ernesto Guevara, Cardenal, Dalton, Mármol, Montes y un largo etc., que estaban claramente dirigidos a un público afín a sus causas.

[18] Destacan los testimonios de el comandante Huber Matos, de Jorge Masetti (Hijo del guerrillero del mismo nombre y primer periodista en entrevistar a Fidel castro en la Sierra maestra), de “Benigno” (guerrillero compañero del Che en Bolivia), de Roberto Ampuero y muchos otros.

[19] Debemos por fuerza situarnos en el debate Menchú-Stoll, en donde el investigador David Stoll cuestionaba algunos elementos referidos en el famoso testimonio de la indígena guatemalteca. A partir de ese debate, el tema se ha ido ampliando y un sin número de investigadores han tomado parte de él, nutriendo el debate en torno al testimonio tanto en la academia norteamericana como en las del continente.

[20] A este procedimiento se le conoce como “triangulación de datos” y es usado frecuentemente por las estrategias metodológicas cualitativas.

[21] Aquí entendemos el concepto de confianza como: “el cimiento del llamado capital social, concepto que remite al amplio marco de relaciones que facilitan la interacción personal para obtener un mayor beneficio personal y social” (Covarrubias, 2011:35).

 

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[div2 class="highlight1"]Cómo citar este artículo:

MORENO SOTO, Juan Ernesto, (2012) “Memoria y democracia: el valor del testimonio”, Pacarina del Sur [En línea], año 3, núm. 11, abril-junio, 2012. ISSN: 2007-2309.

Consultado el Viernes, 19 de Abril de 2024.
. Disponible en Internet: www.pacarinadelsur.comindex.php?option=com_content&view=article&id=456&catid=14[/div2]