Sobre los estudios de la pobreza en América Latina: hacia un examen holístico de las experiencias

About the studies of poverty in Latin America: Towards a holistic examination of the experiences

Sobre os estudos de pobreza na América Latina: em busca de uma análise holística das experiências

Emilio Seveso Zanin [1]

RECIBIDO: 25-11-2013 ACEPTADO: 22-12-2013

 

1. Introducción

Hoy más que nunca, dada la profunda metamorfosis por la que transitan las sociedades latinoamericanas, es necesario avanzar desde las ciencias sociales hacia una renovada plataforma interpretativa, no solo para examinar y discutir en sus diferentes campos los paradigmas del conocimiento heredado, sino – y ante todo – por el lugar que en tanto analistas nos ocupa en la construcción del futuro. Aprehender la complejidad que reviste la estructura del capitalismo hoy, supone situar al conocimiento (que muchas veces integrados desde escenarios radicalmente diversos) como gozne de una realidad deseada y posible, anticipando una propuesta de cambio que sobrevenga a la inmediatez y contingencia de la acción instrumental científica. Es en este horizonte que se inscribe el presente trabajo, sustentado en la importancia de restablecer el horizonte de relevancia del saber en el campo de estudios sobre la pobreza.

Desde mi punto de vista, la producción de conocimiento se inscribe en al menos tres destrezas concurrentes: es un instrumento reflexivo que guía la comprensión de la realidad, opera como herramental crítico de sus relaciones y se establece como una potencia para transformar la vida humana. Así, es posible asumir una metáfora válida e igualmente valiosa sobre la producción del saber sociológico, entendiéndolo como un “deporte de combate”, en tanto juego de trabajo crítico por objetivar lo objetivado, como lucha entablada por desfamiliarizar aquello que ha sido familiarizado (Bourdieu, 2003, 1990).

A razón de esta perspectiva, es que aquí propongo reflexionar sobre las producciones científicas sobre la pobreza, para avanzar desde allí hacia los intersticios a los que renuncian o bien dejan velados. En un primer momento, presento los antecedentes de estudio a nivel regional repasando sus marcos explicativos, con particular énfasis en las últimas dos décadas. En un segundo momento, identificando algunos de los sesgos interpretativos que consienten, pondero la relevancia de asumir una mirada histórica, una concepción de totalidad estructural y un énfasis sobre las relaciones conflictivas de clase como eje para la interpretación. Finalmente, me detengo en una de las parcelas de estudio sobre la pobreza - las experiencias y sensibilidades de los sectores afectados -, destacando la importancia de incorporar la mencionada perspectiva para su análisis.

Cabe aclarar que esta discusión se enmarca en los avances de una investigación en curso[2], suponiendo un primer encuadre para la construcción del objeto de estudio y su abordaje empírico a partir de los fundamentados de una perspectiva holística.

 

2. Antecedentes en estudios latinoamericanos: la exégesis extraviada

La producción de conocimiento no supone la sola elaboración de “ideas”, sino (antes bien) la destreza de producción de un objeto para su comprensión, en la articulación entre mirada, procedimiento y relacionamiento de fenómenos. Desde esta perspectiva, en su proceso de producción, el conocimiento de las ciencias sociales puede ser pensado a partir del enlace entre tres marcos: el epistemológico, el teórico y el metodológico, concertados y atravesados a su vez por el resultado de las prácticas de un reflexionar, un observar y un hacer. En los pliegues que estos marcos y prácticas propician, como dialéctica de la construcción permanente, es que se genera una constante tensión entre conocimiento producido, visibilidad de objeto y posibilidad de intervención, ya que dar testimonio, mostrar o lograr un hacer sobre cierta “realidad”, vuelve a su existencia social posible.

Así, todo campo de conocimiento adviene por la capacidad de dar forma al mundo a partir de aquello que se construye, no solo en términos de lo que es posible de ser reflejado a través de un proceso de captación -es decir, según la comprensión de la ciencia en tanto espejo de lo real-, sino de aquello que es resultado de una práctica reflexiva y diestra que se desarrolla (en lo fundamental) desde una determinada perspectiva.[3] Por eso es que volver a mirar los objetos para definirlos y así construir un objeto “otro”, es pasar hacia el reconocimiento de la plasticidad científica del mirar, elaborado en los intersticios de lo que no está siendo dicho, visto, sentido, a través del acto del conocimiento científico.

Así bien, en relación con la pobreza, precisar los campos temáticos que circunscriben su estudio, las dimensiones de relevancia en donde el problema empieza y termina, los escenarios que articulan su acontecer, implica una definición de objeto en términos de encuadres posibles sobre el modo en que es explicada e incluso ha de ser transformada su existencia. La tarea del conocimiento, a partir de una ciencia que se proponga abordar la complejidad de lo social, debe partir de un trabajo crítico sobre los marcos hegemónicos del saber para pugnar por los sentidos de realidad construidos, sobre las formas en que el hecho social en cuestión ha sido y está siendo observado, nombrado y por lo tanto reproducido desde el hacer científico. Este es el primer paso (como instancia de batalla) que permite abrir hacia la posibilidad de una comprensión enriquecida, que no se encuentre cerrada a la tradición del pensamiento hegemónico.

Fernando (Petu) Seveso:
Fernando (Petu) Seveso: "Identidades 1"

Ciertamente, un mapeo integral de los esfuerzos que se vienen llevando adelante para conceptualizar, interpretar e intervenir la problemática de la pobreza sería virtualmente imposible de realizar, incluso si se tratara de limitar el diagnóstico al solo ámbito de los estudios latinoamericanos. Esto tiene que ver, particularmente, con la larga historia y diversidad de atravesamientos que supone la noción, así como los múltiples campos que implican el uso y la aplicación de la terminología pertinente. Por ejemplo, Else Øyen destaca que existen más de doscientas definiciones expertas solo para la noción teórica de pobreza, las cuales remiten a diversos escenarios disciplinares con paradigmas dominantes respetivos (Øyen, 2005: 6, 2003: 31); mientras tanto, Paul Spicker (2009) ha identificado doce posibles formas de interpretación de la pobreza en las ciencias sociales: según juicio moral, necesidad, patrón de privaciones, limitación de recursos, nivel de vida, clase social, desigualdad, posición económica, dependencia, carencia de seguridad básica, ausencia de titularidades y exclusión; las cuales pueden ser distinguidas a su vez según condiciones materiales, económicas y sociales. En un camino similar, Iglesias Fernández ha señalado que el concepto puede referirse a campos múltiples y ser estudiado desde criterios diversos:

“pobreza tradicional (precariedad económica, indigencia, miseria), pobreza cultural (analfabetismo, ignorancia), pobreza ecológica (calidad del hábitat), pobreza rural/urbana, pobreza absoluta/relativa, pobreza de solemnidad (dependencia de los demás para sobrevivir), pobreza subjetiva (incapacidad de comunicar y entender), pobreza psicológica (abandono, pasividad), pobreza persistente (desarraigo y subsistencia en base a la mendicidad, delincuencia, prostitución), nueva pobreza (falta de aptitudes para responder a los cambios introducidos por las nuevas tecnologías)” (Fernández, 1989: 14).

Dada esta complejidad, mantendré un doble recorte para la revisión de antecedentes, partiendo de los lineamientos que han enfatizado los estudios latinoamericanos desde los años noventa a esta parte, organizados a su vez por los principales cuerpos de interpretación teórica que he podido identificar y sus diversas articulaciones en marcos temáticos. Mediante esta exposición no considero estar agotando el universo teórico existente. Lo que pretendo, en todo caso, es mapearlo y acotarlo en las corrientes preponderantes y de mayor influencia en la región. Esto me permitirá, a su vez, esclarecer los rasgos distintivos de una propuesta relacional y de totalidad en tensión con las formas hegemónicas que exhibe el pensamiento contemporáneo.

Por un lado, considero que los análisis actuales pueden ser ordenados teniendo en cuenta cinco puntos de vista: la visión de la marginalidad, el enfoque de la exclusión, la concepción de la vulnerabilidad, el posicionamiento de las capacidades\funcionamientos y la teoría del capital social.[4] Los mencionados enfoques remiten por otro lado a tres planos principales: estudios sobre el Estado y las políticas de gestión de la desigualdad, análisis de las prácticas y estrategias de supervivencia en sectores marginados/excluidos, y pesquisas de corte culturalistas que indagan en las formas de vida, valores y comportamientos de los sujetos. Algunos ángulos temáticos que finalmente atraviesan estos trabajos son el género, la raza y el territorio.

Creo importante especificar que la revisión que propongo toma distancia de las investigaciones en desarrollo –que, muy comunes en la bibliografía, tienen como propósito principal influir en el diseño de políticas sociales, planificación e intervención social/estatal–, en favor de aquellos estudios que enfocan la pobreza desde sus raíces y relaciones de estructuración. Por supuesto, esta distinción no resulta taxativa, ya que existen instituciones que juegan el doble rol de producción de conocimiento sobre la temática al igual que buscan su regulación como objetivo de horizonte.

A continuación me detendré en cada uno de los puntos de vista, planos y ángulos que mencionaba anteriormente, en tanto perspectiva hegemónica sobre la pobreza.

A) En lo que respecta a la primera distinción, todos los enfoques teóricos retoman el debate sobre la pobreza desde el punto de vista de la desigualdad poniendo acento, cada una a su modo, en el estado de distribución y concentración de recursos, ampliando, discutiendo e incluso redefiniendo el alcance interpretativo y relacional que implica la dimensión socioeconómica. En esta trama incorporan factores institucionales y, en ciertos casos, de naturaleza cultural y actitudinal. Sin embargo, uno de los problemas significativos que presentan es que las condiciones materiales ponderadas excluyen una comprensión integral de la condición humana, a la vez que no contemplan la dimensión histórica y conflictual para su comprensión. A su vez, por lo general se desplaza el lugar de la experiencia como dimensión relevante de interpretación.

La visión de la marginalidad (de un extenso desarrollo en la literatura) puede ser articulada desde diversas temporalidades y nodos problemáticos, siguiendo las transformaciones estructurales sufridas por el capitalismo industrial: partiendo de la mirada ecológico-urbana que remite a poblaciones en conglomerados habitacionales de carácter precario durante la primera mitad del siglo pasado; acentuando aspectos relativos a la privación de derechos civiles, políticos, económicos y sociales en los sectores empobrecidos, sobre todo en sus desarrollos durante la década del ´70; pudiendo ser utilizada de manera más reciente no solo para comprender las condiciones de habitabilidad urbana sino también rural y como noción extensiva que define tanto las condiciones de segregación en el mundo del empleo como del consumo (Jaume, 1989, Benholdt Thomsen, 1981: 1506). Sin embargo, como término utilizado en la vertiente dominante del funcional-culturalismo, la noción de marginalidad caracteriza centralmente la topografía social de acuerdo con el esquema centro-periferia, refiriéndose en el marco interpretativo del desarrollismo a las poblaciones con déficit de integración que persisten por fuera del desenvolvimiento urbano (Enríquez, 2007: 60 y ss., Bartolomé, 1985: 25).

Por su parte, el enfoque de la exclusión enfatiza los procesos y dinámicas que impiden la pertenencia plena de los sujetos a la sociedad en los términos que implica una óptima cohesión. Por un lado, pone acento en la caracterización de los mecanismos que generan esta situación y, por otro, en los estados de distribución de las oportunidades y de los recursos que deben ser tenidos en cuenta para superarla. Al implicar una mirada relacional reconoce no solo a los activos derivados del mercado –esto es, al trabajo y los ingresos regulares– sino también aquellos que resultan de los complejos enlaces entre individuo, colectividad, Estado y mercado, que van configurando formas de exclusión ligadas a los bienes y servicios, al espacio, a la política institucional, a la cultura y la identidad, entre otras. En estos términos, “[l]a idea fuerza en la reflexión sobre la integración social o la exclusión, es que al margen de la disposición de ingresos, existen un conjunto de comunidades sociales respecto de las cuales los individuos pueden ser sustraídos o débilmente incorporados” (Sojo, 2000: 51).

La concepción sobre la vulnerabilidad se enfoca por su parte en la condición de riesgo que produce la caída de los sujetos en estados de privación. Destaca la fragilidad de la inclusión social, puesto que ciertas poblaciones pueden verse fácilmente afectadas por la dinámica sistémica, como el alza de precios en la economía, la pérdida situacional del empleo o factores de desastre/accidente coyuntural. En esta línea interpretativa Kaztman ha caracterizado como vulnerabilidad al “desfasaje o asincronía entre los requerimientos de acceso de las estructuras de oportunidades que brindan el mercado, el Estado y la sociedad y los activos de los hogares que permitirían aprovechar tales oportunidades” (Kaztman, 1999: 278), mientras que Filgueria y Peri se han referido a ella “como la escasa capacidad de respuesta individual o grupal ante riesgos y contingencia y también como la predisposición a la caída del nivel de bienestar, derivada de una configuración de atributos negativa” (Filgueria y Peri, 2004: 21–22).

El posicionamiento de las capacidades y de los funcionamientos ha sido desarrollado en forma pionero por Amartya Sen, quien rechazando las formas de evaluación de la desigualdad con base en el ingreso monetario o la posesión de bienes, ha incorporado como medidas del bienestar la capacidad de elección y la libertad (Sen, 2000a, 2000b). Al respecto, ha sostenido que “el actuar libremente y el poder elegir favorece directamente el bien-estar, y no solo porque una mayor libertad implique la oferta de más alternativas” (Sen, 2000a: 65). Desde este punto de vista, la lucha contra la desigualdad no consistiría sólo en llevar adelante una política de mínimos contra casos extremos (garantizar asistencia nutricional, salud y educación, como formas vitales para permanecer vivo), sino en identificar y potenciar los recursos necesarios para que las personas puedan mejorar sus funcionamientos actuales y las capacidades de elegir el tipo de vida que quieren llevar.[5] Este criterio (que ha llegado a materializare en el concepto de “desarrollo humano” difundido por Naciones Unidas) contrasta con la teoría consumista clásica, “en la que la contribución al bien-estar de un conjunto de elecciones factibles se evalúa exclusivamente por el valor del mejor elemento posible” (Sen, 2000a: 65).[6]

Finalmente, la teoría de capitales considera el complejo de recursos potencialmente acumulables y movilizables para la producción del bienestar, así como las circunstancias de pérdida, desgaste o limitación de estos factores. Ciertamente, el análisis tradicional de la pobreza, así como los enfoques de la vulnerabilidad, la exclusión y de las capacidades/funcionamientos, no desconocen la importancia de activos como el empleo y la educación; pero esta perspectiva intenta ofrecer un cuerpo sistematizado de los factores de posesión, control e influencia que afectan a los sujetos y que serían necesarios para superar la pobreza, vinculando de manera explícita en esta ecuación la mirada de los sectores afectados (visión subjetiva). En esta línea, se ha puesto énfasis en la identificación y el análisis del denominado «capital social», entendido como el complejo de redes de influencia, vínculos familiares e interacciones regulares que establecen los sujetos. En tal caso, siguiendo la hipótesis brindada por el clásico estudio de Robert Putnam (1994), se estipula que generar o reforzar el bienestar en sectores empobrecidos supone potenciar redes no-monetarias que en tanto recursos intangibles permiten a los sujetos acceder de manera individual o colectiva a la satisfacción de necesidades (Ocampo, 2003, Fukuyama, 2003). En este marco, el capital social toma forma a partir de las experiencias de asociación que (re)producen confianza, apoyo y bienestar entre sus miembros\participantes.

Fernando (Petu) Seveso (sin título)
Fernando (Petu) Seveso (sin título)

Los enfoques aludidos resultan actualmente predominantes en el campo científico, imponiéndose por sobre otras miradas que parten de contenidos comprensivos diversos. Para dar solo algunos ejemplos, la teoría de la marginalidad como noción ecológico-urbana y culturalista ha invisibilizado los conceptos de polo marginal de Aníbal Quijano y de masa marginal de José Nun, ambos de raíz critico-marxista; al igual que la visión eurocéntrica ha puesto en las riberas el enfoque interpretativo postcolonial, que fuera desarrollado por pensadores de la talla de Edgardo Lander, Walter Mignolo, Aníbal Quijano, Arturo Escobar y Santiago Castro-Gomez con el objeto de denunciar la vigencia de las relaciones de dominación continental más allá del plano político-económico. Propuestas como las de Julio Boltvinik (2007, 2005, 1997) que complejizan el análisis empírico y la medición de la pobreza tampoco reciben demasiada consideración. Es en este camino que puede comenzar a apreciarse la existencia de un campo de producción científica hegemónica en la región, que en su puesta en juego ha configurado y orientado el campo de estudios durante las últimas décadas.

B) Por otro lado, he mencionado anteriormente que en América Latina (y particularmente en Argentina) existen al menos tres grandes planos temáticos que han sido prioritarios para el estudio de la pobreza.

Una de las áreas más visitadas refiere al papel del Estado y su incidencia en la pobreza. Estos estudios revelan las diferentes vías de inclusión/exclusión que suponen las modalidades de intervención institucional, tendientes a regular las situaciones de conflictividad asociados a escenarios de marginalidad, vulnerabilidad y exclusión. En este camino, es posible observar una serie variable de estudios que procuran especificar la dinámica de mutación y los efectos que han producido tanto las políticas compensatorias como represivas en el marco singularizado del modelo neoliberal, en tensión con otras formas históricas o modelos posibles de acción. Algunas de estos trabajos abordan directamente la evaluación y adecuación de los programas para la reducción de la pobreza, discutiendo desde un punto de vista analítico las miradas de mundo de los organismos intervinientes, las formas de medición que promueven y las consecuencias de sus intervenciones (Barba Solano, 2008; Lo Vuolo y Goldberg, 2006, Lo Vuolo et al. 1999, Minujín, 1995). Otros enfatizan el modo en que diferentes expresiones de la desigualdad (fragmentación urbana, violencia social, delito común, inseguridad) son gestionadas socialmente por la vía represiva para contrarrestar los procesos de desintegración sistémica que suponen (Scribano y Seveso, 2012; Sain, 2010, Kessler, 2009, Sozzo, 1999).

Otro plano de indagación, relacionado con el anterior, remite al modo en que los actores (individuales y colectivos) procuran saldar cotidianamente las situaciones de “falla” y “vacío” institucional que produce el modelo económico-político en los ámbitos del empleo, la salud, la educación y la vivienda, por destacar sólo algunos relevantes. En un “más acá” de las intervenciones ejecutadas por el Estado, se plantea aquí el problema de las prácticas de auto-organización, cooperación y solidaridad en contextos de pobreza, partiendo de diferentes lugares teóricos como el de redes de supervivencia, capacidades/funcionamientos y capital social (Gutiérrez, 2004, Ocampo, 2003, Fukuyama, 2003, Bartolomé, 1985, Torrado, 1981; Alberti y Mayer, 1974). Esta línea de estudios puede ser caracterizada por su particular atención a las potencialidades y límites de las formas cotidianas de organización, que permiten que los sujetos sobrelleven de forma colectiva, familiar y/o individual su situación de privación material, desatención institución y/o segregación urbana. A través de los activos que los pobres sí-poseen, se plantea una constante tensión con aquello que los expulsa en términos del orden capitalista, como escenario particularizado que define los accesos no disponibles entre las influencias del mercado de trabajo y las políticas de Estado vigentes.

En tercer lugar, existen una serie de trabajos que atienden a los patrones de estilo de vida, comportamiento, valores y actitudes de los sujetos, inscriptos en una orientación que podríamos caracterizar como culturalista. Distanciados por su mirada crítica de la tradición inaugurada por Oscar Lewis (1969), estos desarrollos actualizan las inquietudes por la subjetividad, las formas simbólicas y conductuales, configuradas como prácticas/vivencias en el mundo de la pobreza. En este camino, en tanto dimensión particularizada del problema, existen diversos trabajos que profundizan en el punto de vista que asumen los usualmente denominados “pobres estructurales” y “nuevos pobres” (Gutiérrez, 2004, 2003, Svampa, 2003, Auyero, 1993) a partir de la capacidad comunicativa de sus experiencias.

Bajo los diferentes planos descritos, converge el interés por algunas de las principales instituciones de la sociedad contemporánea: el Estado, la sociedad civil, la familia y el mercado. En una compleja malla interpretativa, estas investigaciones brindan pistas fundamentales para comprender las tensiones y relaciones de fuerza existentes, sobre todo en relación a sus efectos sobre la vida cotidiana.

C) Sin abandonar los anteriores aportes, es posible mencionar finalmente tres ángulos de discusión que franquean actualmente a los trabajos de investigación en ciencias sociales. Estos son: género, raza y territorio; los cuales (llegando a constituir hasta cierto punto escenarios particularizados de indagación) deben ser reconocidos en atravesamiento con las líneas de indagación anteriormente repasadas. Desplegados bajo un supuesto según el cual “la probabilidad de ser pobre no se distribuye al azar en la población” -como bien ha afirmado Gita Sen (1998)- ciertos estudios evalúan el modo en que la pobreza se (re)produce de manera diferencial por mediación de factores de sexo y raza, tanto en el ámbito laboral como doméstico, en los escenarios de participación política, en el orden cultural y el mercado de consumo (Zabala Argüelles, 2008, Damián, 2003, CEPAL-UNIFEM, 2004); mientras que otros se detienen en la grafía urbana, en el modo como es afectada y a la vez afecta los procesos de acumulación, transformando las modalidades de relación y vínculo cotidiano, escindiendo a los actores sociales y (re)produciendo por este camino las situaciones de pobreza (CEPAL, 2007, Rodríguez y Arriagada, 2004).

Como ya indicaba, estos enfoques analíticos, planos de indagación y ángulos temáticos, no implican un inventario exhaustivo de la producción en ciencias sociales, sino que remiten a aquellas líneas que he identificado como predominantes en los estudios de América Latina, con cierto énfasis en el caso argentino.[7] En cuanto tales, manifiestan la complejidad del fenómeno de la pobreza, favoreciendo a su comprensión desde las dimensiones de la privación material y simbólica, desde la configuración subjetiva y cultural, atravesada a su vez por procesos históricos y coyunturales que implican al mercado, la sociedad civil y el Estado. Del mismo modo, resultan una base fundamental para pensar la pobreza como producto social, constituida en la compleja trama que interseca condiciones materiales de vida y vivencia, modelo productivo, políticas de Estado y relaciones cotidianas.

 

3. La perspectiva en discusión

Ahora bien, especialmente en este campo, la producción de saberes no puede ser disociada de las tramas históricas que le han dado forma. Cuando hablamos de los estudios sobre pobreza durante las últimas décadas, se instituye un incuestionable enlace entre los puntos de vista asumidos, el sello que impuso el paradigma neoliberal en la región y los lineamientos políticos propiciados por los organismos internacionales (Fine, 2000, Alvarez Leguizamon, 2001, Farah, 1990). Como resultado, una perspectiva atomista y a-histórica, fuertemente economicista y tecnicista, se ha desarrollado como forma de abordaje de lo social, des-tensionando el debate sobre las situaciones de desigualdad y las relaciones de dominación.

La clasificación que ha sugerido Spicker para los diferentes usos que recibe la noción de pobreza en la actualidad (ya citada en páginas precedentes) tiene la virtud de mostrar, precisamente, no solo el carácter polisémico que asume toda conceptualización en las ciencias sociales, sino también las disecciones y recortes posibles que todo trabajo teórico puede ejercer sobre un determinado objeto de estudio. A pesar de que las “familias de significados” que propone muestran a mi entender ciertas transposiciones y superposiciones (resultado de las fuentes seleccionadas y de una argumentación tensiva elaborada), despuntan cómo la destreza científica viabiliza a la vez que imposibilita la existencia de zonas, superficies y círculos de estudio, los cuales se ven delimitados a partir de construcciones significantes que demarcan aquello que se vuelve pensable, observable y por lo tanto intervenible en tanto definición de lo real.

En virtud de ello, es que observo ciertos énfasis en las vertientes repasadas, que a su vez pueden ser interpretadas como deslizamientos en la construcción del objeto. Esto actualiza el debate por el carácter colonial de la ciencia, resultado de un pensar, un decir y un hacer que disocia, fragmenta y aísla para conocer (Sousa Santos, 2009). Desde este plano, pensar el rol de los analistas como colonos y del conocimiento como colonización, nos lleva a disputar el ejercicio de violencia epistémica sobre los otros, como sujetos que han sido enmudecidos de palabra, invisibilizados en sus prácticas, negados de escucha y eximidos de participación.

Por un lado, existe cierta debilidad en términos de una perspectiva relacional. La conceptualización del fenómeno de la pobreza se lleva adelante tal como si se tratara de un campo cerrado e integrado, el cual se implica a sí mismo como fenómeno exegético. Se trabaja con el problema “por sí mismo”, mientras que los nexos posibles con la dinámica histórica y estructural aparecen como vedados y sometidos a un ensamblaje ocasional. Esto lleva por lo tanto a, y se conecta a su vez con, un vaciamiento de la dimensión conflictual, ya que no se ponderan los entramados de dominación y las conexiones entre clases que permiten explicar\comprender a la pobreza como relación social[8].

APrincipalmente en las vertientes interpretativas de la marginalidad, la vulnerabilidad y la exclusión, y en menor medida en los enfoques del capital social y de las capacidades/los funcionamientos, el énfasis puesto en las posibilidades, probabilidades y condiciones de acceso diferencial a bienes y servicios-mercancía, detienen la mirada en la dimensión socioeconómica del problema. Esto ha sido señalado repetidamente por los analistas. La ponderación de bienes, activos, líneas, franjas y campos, revelan rostros del fenómeno con base en las “condiciones de falta” que registran los sujetos, constituyendo por este camino una imagen congelada (fotográfica) de las relaciones, expuesta y dispuesta como un “estado de cosas” para la medición e intervención.

Los lexemas “pobres/pobreza” aparecen aquí como ligados a la problemática de la desigualdad, pero distanciados de las relaciones sistémicas y de clase que implican. De este modo es que (re)producen una explicación atomista de la pobreza, fundamentada como falla que deposita en los sujetos afectados la explicación y génesis del problema. En una mirada de contraste, es necesario reiterar y enfatizar la historicidad del fenómeno así como el entramado de relaciones a través de las cuales se configura; su carácter multidimensional en el enlace entre estructura y superestructura, materialidad y cultura.

Igualmente, reconociendo la existencia de principios de producción de la pobreza, no es posible aceptar una imagen “disfuncional” del sistema capitalista. Las desigualdades en sus diversas formas no pueden ser sorteadas echando mano a la explicación de una “falla transitoria” que ha de ser superada. Contra esta mirada, que sustenta las posibilidades de erradicación de la pobreza hundiendo sus raíces en la expansión de la democracia capitalista –de acuerdo con la expresión que fuera criticada por Atilio Borón (2000), en tanto expone como adjetivación accidental aquello que constituye los fundamentos del orden regente–, es necesario enfatizar la primacía del modo de producción, remarcando el acto de desposesión implicado en su trama lógica y en su proceso de transformación histórica[9]. Esto implica una crítica a los estudios centrados en la construcción de ciudadanía, la organización civil y la ampliación de derechos humanos, económicos sociales y culturales, en cercanía al mecanismo democrático como principal forma de batalla (por ejemplo, Fung y Wright, 2003). En este marco, heredero del individualismo metodológico y el mirar positivista, nociones como las de países emergentes, desarrollo sustentable, sociedad civil, empoderamiento y desarrollo humano han ganado terreno como marco interpretativo, recibiendo un acogimiento preferencial en la literatura respecto a otras nociones más controvertidas, tales como las de periferia, dependencia, colonialismo, clase y explotación.

En tensión, el fenómeno de la pobreza debe ser interpretado como expresión y saldo de las acciones expropiatorias\depredatorias que el sistema capitalista ejerce bajo sus diversas manifestaciones históricas posibles, tanto a escala global como local. Su dialéctica práctica puede ser observada en la multiplicidad de escenarios que estructura, a partir de los cuales se tensionan los caminos del desarrollo y el progreso con la evidencia de precarización de la vida en los sujetos (Machado Araoz, 2010, Bënsaid, 2007, Bartra, 2008, Harvey, 2004). Del mismo modo, sus efectos se revelan en las marcas que cotidianamente imprime sobre las poblaciones afectadas, sometidas a flujos variables de desposesión, expropiación y explotación (Seveso y Vergara, 2014, 2012a, 2012b)[10]. De allí que la comprensión del fenómeno de la pobreza deba estar acompañada de una crítica al sistema legaliforme y miserabilista que ampara al desarrollo económico, enmascarando y obturando sus relaciones de totalidad y su historicidad.

En segundo lugar, recuperar los contornos multidimensionales de la pobreza (sociales, económicos, culturales y políticos) supone reconocer la conflictividad entre clases, considerando como nodo interpretativo no solo los procesos de estructuración sistémica que envuelven la distribución diferencial y asimétrica de bienes, capitales y recursos en su historicidad, sino también los múltiples nexos e implicancias entre las posiciones dominadas y dominantes.

Más allá de las diferentes tematizaciones y perspectivas de indagación que fueron esbozadas, es posible remarcar con Else Øyen (2003) que hasta el momento gran parte de los estudios del campo se han enfocado en “la vida de los pobres”, principalmente porque se considera que la mejor manera de ingresar al problema y confrontarlo es adoptando como primer punto de vista (punto de vista privilegiado, se ha afirmado) a los sujetos afectados. Se reúnen bibliotecas enteras sobre la temática, alimentadas no solo por investigaciones académicas, sino también por corporaciones y organismos multilaterales que frente a la expansión expropiatoria del capitalismo se preguntan por el acceso de recursos en la población, los efectos de la política institucional, las estrategias y relaciones de comunidad, así como sobre las experiencias de los sujetos.

De ninguna manera pretendo negar la importancia que suponen las perspectivas de este tipo. Sin embargo, en su conformación sociológica, esta arista requiere contemplar de manera relacional a los sectores que producen y sostienen (directa o indirectamente) las condiciones materiales y simbólicas vigentes. Lo que aquí puede ser nombrado como el «orden de expulsión», supone considerar una dirección de análisis que engloba, demarca y define en su mayor extensión aquello que generalmente es estudiado como el contexto de la desigualdad ceñido a «la pobreza». Lo que generalmente queda dentro de esta inscripción problemática de estudio, es un campo ceñido de análisis, resultado de un proceso de selección discrecional operado por el ojo que mira (desde las ciencias sociales) pero que en términos interpretativos no puede ser desvinculado de las relaciones extensivas de dominación y hegemonía.

Fernando (Petu) Seveso:
Fernando (Petu) Seveso: "Dioses y fracciones 1.80 x 1.30"

La posibilidad de comprender los procesos de estructuración de la pobreza en su complejidad, implica que el conocimiento no se convierta en una modalidad de la razón cerrada. La expulsión en los límites de millones de sujetos demanda el reconocimiento de los centros del poder y de los modos en que estructuran esa realidad de desplazamiento y subordinación. De este modo, es preciso orientar la mirada hacia las concepciones del mundo, estilos de vida, prácticas y modos de relacionamiento que influyen en el complejo proceso de estructuración de la pobreza[11].

En un escenario en el que el crecimiento y la heterogeneización de la pobreza advienen como efecto de la transformación global que sobrelleva el capitalismo, estas producciones teóricas se fundamentan reprimiendo o invisibilizando la dimensión conflictual que comporta la dominación entre clases y la relevancia que suponen las relaciones entre condiciones materiales, culturales y experiencia. En este camino, considero que una apuesta comprensiva sobre la pobreza debe reunir de manera integral: 1) la comprensión de la dinámica de acumulación capitalista y sus implicancias para la vida de los sujetos, 2) la sistematización del funcionamiento de los sistemas institucionales de poder (privados, estatales y civiles, tanto nacionales como internacionales), 3) el mapeo de las relaciones de proximidad\distancia, unión\separación y afinidad\aversión entre-clases y 4) el análisis profundo del lugar que ocupan quienes padecen las consecuencias del sistema como locus de conflictividad y orden.

 

4. Hacia un examen relacional de las experiencias y sensibilidades

Un capítulo fundamental para el estudio de la pobreza hoy, implica volver la mirada hacia las experiencias de los sujetos que se ven afectados por particulares escenarios de expulsión, desde una apuesta que coloque en el centro la regulación de las prácticas, la sensibilidad y el sentir en tanto nodos de conflictividad y orden. Sobre la vía de discusión que he planteado en el acápite anterior, es posible reconocer que en el campo de estudios sobre la pobreza existe una insondable deuda interpretativa de naturaleza relacional, histórica y conflictual. Por lo tanto, asumir una perspectiva que sea capaz de prevalecer por sobre un enfoque economicista y atomista, sincrónico y clausurado, implica abrir los campos definidos y roturados del conocimiento, para desplazarnos hacia ciertas claves “otras” de lectura que permitan cultivar en la elaboración comprensiva aquello que no ha sido delimitado como espacio de trabajo.

En general, las experiencias en situaciones de pobreza han sido abordadas desde una visión culturalista, privilegiando el punto de vista de los sujetos en el nivel comprensivo. De este modo, procurando combatir el realce de la dimensión socio-económica, han clausurado las posibilidades de representación y visibilización de los procesos de estructuración. Para su adecuada interpretación, el estudio de las experiencias centrada en la óptica de lo próximo requiere de un simultáneo ejercicio de complementariedad y ampliación de horizonte, reconociendo las complejas transformaciones que implican al sistema social, a su orden productivo y cultural, a sus instituciones y relaciones entre-clases, incluso si éstas no aparecen como piezas fundantes en la palabra de los sujetos[12].

Esto nos devuelve en principio a los cuatro ejes que planteaba sobre el final del apartado anterior. Pero supone también que esas experiencias sean estudiadas desde una doble inscripción: como formación de larga tendencia, reconociendo que la totalidad estructurante del sistema social da forma a mecanismos cognitivos/afectivos en su configuración histórica, y por relación con la condición de clase, que permite entender la configuración de sensibilidades y mecanismos desde un fundamental “momento materialista”. De este modo se hace posible rehuir a una visión culturalista para pensar la estructura de lo sensible e interpretar sus manifestaciones en un sentido material.

En el primer sentido, esta perspectiva no propicia un ejercicio de traducción de saberes legos a conceptos expertos “clarificadores” –tal como acredita Giddens a la función de las Ciencias Sociales (Giddens, 2001: 23 y ss.)–, sino que se propone como una hermenéutica deconstructiva y a la vez crítica, en la pretensión de comprender la actividad humana como actividad concreta, al mundo existente en cuanto práctica. La riqueza conceptual que puede aportar una mirada integral, en donde la vivencia de los sujetos se inserta en las estructuras, es central para comprender el modo en que operan y se cristalizan los imperativos de la dominación. Y permite pasar, a su vez, desde el supuesto de los dispositivos y mecanismos impersonales del poder a su visibilización a partir de los efectos que aquellos producen en las prácticas. De allí que las experiencias de los sujetos resulten centrales para entender la sociedad, incluso para un enfoque de procesos, al revelar el efecto que las políticas de los cuerpos, de las emociones y de la identidad tienen para el acontecer cotidiano. Aquellas no pueden constituir un simple añadido en los estudios, derivado de una estrategia que pretenda saldar su “deuda humanista” acudiendo a la voz de los pobres.

En el segundo sentido, es importante recordar que la clásica separación entre cuerpo/mente y emoción/razón efectuada por la tradición filosófica cartesiana hace más de tres siglos, ha influido de manera profunda en las ciencias sociales, situando a las experiencias, el sentir, las sensibilidades, como un tópico problemático y difícil de ser abordado. Esta situación se concreta en los campos epistemológico, teórico y metodológico, ya que las prácticas del observar, hacer y reflexionar no han sido dispuestas tradicionalmente para volver inteligible los sentimientos y las emociones, los deseos y placeres, el goce y la festividad, el cuerpo y el malestar, relegados a un segundo plano respecto a otro intereses de estudio (Luna Zamora, 2010).

Si hemos de volver la mirada hacia las experiencias, precisamos elaborar un lenguaje capaz de captar la plétora de sentido significante asociada a la objetividad de las estructuras. Restaurar lo que existe como dimensión sensible en la pobreza, supone trascender el sentido inmaterial y onírico, reconociendo en la forma subjetiva lo que existe en tanto relación objetiva cristalizada, reveladora de las tramas de narración del mundo y expresión de su universo de inscripción. Aventurar una mirada desde las huellas de la experiencia de clase, permite vislumbrar por este camino las razones que llevan a la aceptabilidad del mundo o bien a su resistencia, a la naturalización e incuestionabilidad del poder o a la voluntad de realización de otra realidad posible.

Es por eso que en el marco de mi investigación en curso, como posible mapa orientado a desentramar y retramar la complejidad de los escenarios de expulsión, considero que es importante analizar las experiencias en términos de: la posición y condición de clase de los sujetos, el lugar del cuerpo como territorio de reproducción del capital, las capacidades de acción en términos del ser/hacer/estar (en clave de movilidad/detención, apertura/encierro) y la perspectiva de mundo que aquellas configuran en tanto sentir naturalizado. A su vez, esto ha de enmarcarse en las relaciones y tensiones entre-clases, considerando los procesos de expulsión que en diferentes planos vivencian los sujetos, la racialización estigmática y de aversión que sufren en tanto “pobres” y las experiencias en términos de su corporalidad. Sobre esta línea de trabajo existen análisis parciales (Seveso y Vergara, 2014, 2012a, Seveso 2012a, 2012b), pero resta avanzar a partir de instrumentos analíticos más precisos y nuevos registros para la interpretación.

 

5. Conclusiones

La mutación sustantiva que han experimentado nuestras sociedades durante el último cuarto de siglo amerita acercar una mirada renovada a las problemáticas sociales existentes. Esto resulta de particular importancia en el caso de la pobreza. No solo porque las variantes históricas del capitalismo nos enfrentan a una lucha constante por captarla, no solo porque la complejidad social demande nuevos instrumentos para su comprensión, sino además porque –en virtud de la considerable extensión cuantitativa y el profundo cambio cualitativo que ha supuesto el fenómeno-, se han visto transformados los mecanismos y dispositivos orientados a su control, regulación y represión. En este sentido, es importante reconocer que el modo en que el fenómeno de la pobreza está siendo definido hoy, encauza perspectivas ideológicas que se encarnan a su vez en modos específicos de actuación.

Dado el mecanismo de doble hermenéutica que caracteriza a las ciencias sociales (Giddens, 2001: 24-25), es que se comprende la profundidad e importancia de este tipo de discusiones. La producción de conocimiento desborda el solo interés teórico, implicando una mirada que se dialectiza con las prácticas de los agentes, incomodando o consintiendo sus relaciones con el mundo, reorientando o perpetuando los procesos de estructuración, movilizando o apaciguando la vida cotidiana.

Así, en tensión con los antecedentes de estudio sobre la pobreza en América Latina durante las últimas dos décadas, es que en este trabajo he argumentado sobre la importancia de enfatizar y profundizar un enfoque relacional e histórico que reconozca la conflictividad de las relaciones entre clases, a los fines de abordar de manera crítica las experiencias de los sujetos, el modo en que viven y sienten su realidad como obstáculo o como potencia.

Está claro que el fenómeno de la pobreza reviste tal complejidad que su estudio no puede subordinarse al análisis de un conjunto definido y delimitado de variables; del mismo modo que las disciplinas de abordaje pertinentes y ángulos de mirada posibles son variables y resultan igualmente valiosos para la discusión en tanto pluralidad copartícipe. Pero en todo caso, contra la fragmentación, la disociación y el aislamiento del saber, no se trata solo de integrar las parcelas de conocimiento de manera disciplinar, interdisciplinar o transdisciplinar, sino de avanzar también hacia una perspectiva de totalidad. Los deslizamientos a los que he aludido en relación a los enfoques, planos y ángulos inspeccionados, comprometen no solo a la definición del problema sino también a su complejidad interpretativa.

Posiblemente este sesgo está relacionado con el hecho de que las principales disciplinas que se han ocupado de la pobreza como objeto de estudio en América Latina, han sido tradicionalmente la economía, la antropología y la sociología; esta última polarizada entre el marxismo crítico y el desarrollismo de inspiración funcionalista, resultando en coloraciones socioeconómicas o bien culturalistas. Pero sobre todo, muchos de estos planteos se afincan en el proceso que ha llevado desde la modernización y el desarrollismo al neoliberalismo como nuevo escenario ideológico, contexto histórico y ortodoxia académica y política. Tal es así, que incluso el ampliamente celebrado “retorno de lo social” a la teoría en el último tiempo, repite el vaciamiento aludido.

En la propuesta de una perspectiva holística sobre la pobreza, orientada a captar la complejidad y sinopsis de la problemática, se debe asumir como fundante al menos una triada relacional, histórica y conflictual. La sociología tiene mucho para ofrecer en este sentido, puesto que como ciencia no se limita a diseccionar lo social en sus partes ni a sintetizar sus partes en un todo. Trata en todo caso de elaboraruna visión de conjuntos, rompiendo con el cerco de lo real en la conciencia a partir de una batalla crítica y desfamiliarizadora contra todo enfoque que naturalice lo social como “real”. Es por eso que, parafraseando a Marx y Engels en su crítica a La Ideología Alemana(2004: 11), el objeto último de esta querella no se encuentra en combatir “las frases de este mundo”, sino en la posibilidad de comprender la realidad en su complejidad con el explícito objetivo de transformarla.



Notas:

[1] UNSL-CIECS\CONICET.

[2] Como ramificación de trabajos de investigación anteriores, el proyecto “Políticas de inclusión y experiencias en la pobreza. Análisis de la sensibilidad desde las expresiones de los beneficiarios del Programa de Seguridad Pública y Protección Civil/Plan de Inclusión Social (San Luis, 2012-2014)”, tiene como objetivo general identificar,describir y comprender los estados de la sensibilidad de sujetos asistidos, poniendo en tensión sus experiencias de dolor social con el discurso inclusivo que las políticas de Transferencia Condicionada sustentan. El proyecto ha sido puesto en marcha gracias a una beca posdoctoral otorgada por el CONICET en el área de investigaciones estratégicas.

[3] En el uso de esta palabra como concepto, entiendo que una perspectiva ha de ser concebida “en cuanto conjunto de puntos de vista (en el doble sentido de visiones adquiridas a partir de un punto del campo y de posiciones de éste a partir de las cuales se adquieren estas visiones interesadas), que implica una toma de distancia con respecto a cada uno de los puntos de vista particulares y cada una de las tomas de posición, corrientemente críticas” (Bourdieu, 2000: 98). En este sentido, toda perspectiva refiere a la objetivación de las representaciones parciales e interesadas que los agentes producen como competidores en un campo específico del conocimiento; del mismo modo que  –siguiendo una analogía pictórica– se forma “a partir de”, a la vez que con-forma, una serie posible de puntos de vista acerca un objeto, vinculados (al menos) por su similar línea de horizonte en su posición y profundidad, así como por puntos de fuga comunes respecto a la “realidad” enmarcada.

[4] La identificación de estas líneas temáticas se inspiran en los recorridos realizados por Verdera (2007), CEPAL-UNIFEM (2004), Feres y Mancero (2001), Lo Vuolo, et. al (1999) y Farah (1990). Para una presentación extensa de antecedentes internacionales, incluido un capítulo dedicado a América Latina, ver Øyen (2005).

[5] Al respecto, ha apuntado Amartya Sen: “[e]n situaciones de privación duradera las víctimas no siguen quejándose y lamentándose todo el tiempo y, muy a menudo, hacen grandes esfuerzos para gozar de los pequeños placeres a su alcance y reducir sus deseos personales a proporciones modestas y «realistas» (…) Por tanto, el grado de privación de una persona puede no aparecer en absoluto en la métrica de la satisfacción de deseos, incluso si esa persona no está adecuadamente alimentada, decentemente vestida, mínimamente educada y convenientemente alojada” (2000b: 68-69).

[6] Ampliamente reconocido por sus contribuciones, el enfoque de Sen ha sido criticado por quedar a mitad de camino entre la concepción económica y una comprensión integral del desarrollo humano (entre otros planteos, se encuentran los de Bernard Williams, Gerard Cohen, John Rawls y Frances Steweart). Julio Boltvinik lo considera "mecanicista" porque estrecha la noción de capacidades al uso de titularidades para el acceso y uso de bienes/servicios; de allí que postula la necesidad de “ampliar la mirada” sobre la pobreza (Boltvinik, 2007, 2005) pasando desde el "eje de nivel de vida” (como preponderancia de la dimensión económica/material) al "eje de florecimiento humano" (asociando las capacidades a las condiciones y desarrollos del estar y el ser en los sujetos). Si estas críticas son justas, es precisamente la estrechez de la mirada de Sen (que lo devuelve una y otra vez al eje de nivel de vida) lo que permite explicar su alcance en las ciencias sociales, ya que altera superficialmente el discurso científico sin tocar las estructuras de comprensión e intervención de la pobreza. De todas maneras, ninguno de los ejes que propongo en este trabajo (historicidad, relacionalidad y conflictividad) aparecen como centrales en estas miradas.

[7] Así por ejemplo, entre otras temáticas abiertas para el análisis que no son abordadas aquí, es posible mencionar: economía solidaria y organización civil; medioambiente y pobreza; gobernaza, empoderamiento y tercer sector; enfermedad y prácticas del curar; deuda alimentaria y políticas del hambre.

[8] Øyen (2005: 6 y ss.) señala que en años recientes el estudio de la pobreza se ha visto enriquecido por la contribución de diversas disciplinas (psicología, ciencia política, derecho, administración, medicina, historia, que se suman a las clásicas visiones económica, antropológica y sociológica), pero que hasta ahora no se han desarrollado esfuerzos significativos de integración. Este sería entonces uno de los principales retos para las ciencias sociales a principios del milenio. Sin embargo, considero que en América Latina uno de los principales problemas se encuentra en la herencia neoliberal; modelo que con ciertos ajustes se preserva, por ejemplo bajo la sombra de lo que Ben Fine (2000) ha denominado el Nuevo Consenso de Washington. De este modo, a pesar de que se han multiplicado las miradas sobre el objeto, la perspectiva regional no se ha visto alterada en sustancia.

[9] Siguiendo los aportes de Carlos Marx, el capitalismo puede ser caracterizado como una gran máquina depredatoria, cuyo rasgo central se encuentra en la expropiación y apropiación desigual, unidireccional y privada de las energías naturales y sociales disponibles (Scribano, 2007). Sus condiciones de producción, que son a la vez momentos de su reproducción a largo plazo, insumen una tasa creciente de explotación ecológica y social; es decir, de extracción de recursos y/o insumos para la elaboración de mercancías como motor principal de su dinámica conjunta, de sus relaciones e intercambios en el presente y para su realización en el futuro (Marx, 1965: 110). Esto implica ciertas conexiones estructurales estables, organizadas de manera tal que re-presentan un orden regente y reglado, una formación social que según el conjunto de pautas que lo gobiernan puede ser acordado como un sistema.

[10] En Argentina, el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (INDEC) mide la pobreza a través del denominado “enfoque del ingreso”, siguiendo para ello un concepto “absoluto” orientado a “evaluar si los recursos con los que cuenta el hogar le permiten solventar un presupuesto que refleje la adquisición de aquellos bienes y servicios que posibiliten a sus miembros convivir dignamente en sociedad y desarrollarse personalmente” (INDEC, 2003: 2). Este camino ortodoxo, que parte de evaluar los estados de privación social y los límites para el acceso a recursos-mercancías, supone una noción eufemística que nombra los efectos desestructurantes del capitalismo invisibilizando su proceso de producción. En forma mediada (pero no explícita) determina el trabajo de expropiación energética en las poblaciones a partir de la estimación de niveles calóricos y nutricionales que han sido y están siendo acumulados diferencialmente “por otros”. Visibilizado como estados de falta en los sujetos, esto implica el uso de indicadores como la canasta básica de alimentos y el Índice de Necesidades Básicas Insatisfechas.

[11] La atención que merece este eje ha sido destacado por otros investigadores, entre los que se encuentran Nancy Fraser, Else Øyen y Amartya Sen. “[E]l mal que asalta a la sociedad no sólo se alimenta gracias a aquellos que contribuyen de manera intencionada a mantener subyugadas a las personas, sino también a todos aquellos que están dispuestos a tolerar las inaceptables penurias de millones de seres humanos. La naturaleza de dicho mal no guarda relación con el diagnóstico de determinados generadores de mal. Debemos pensar cómo las acciones y las inacciones de muchas personas desembocan en este mal social, y cómo un cambio de nuestras prioridades –nuestras políticas, nuestras instituciones, nuestras acciones individuales y colectivas – puede ayudar a eliminar la atrocidad de la pobreza” (Sen, 2008: xviii).

[12] En términos de una teoría de la estructuración, los modos en que se organizan las percepciones y las emociones no están asociadas a procesos sustanciales, absolutos y determinantes sino a prácticas cotidianas que se configuran en la doble tensión entre las posibilidades de agencia de los sujetos y la reproducción del mundo (Bourdieu, 2001; Giddens, 2001).

 

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Cómo citar este artículo:

SEVESO ZANIN, Emilio, (2014) “Sobre los estudios de la pobreza en América Latina: hacia un examen holístico de las experiencias”, Pacarina del Sur [En línea], año 5, núm. 18, enero-marzo, 2014. ISSN: 2007-2309.

Consultado el Miércoles, 11 de Diciembre de 2024.

Disponible en Internet: www.pacarinadelsur.comindex.php?option=com_content&view=article&id=881&catid=14