Sobre el fandango y la peregrinación de la Virgen de los Remedios, de San Andrés de Tuxtla a Nopalapan

 

La casa de Ignacia Ventura, doña Nacha, en San Andrés Tuxtla, tiene dos entradas: la puerta principal  y la del Santuario, que bien pudiera simular una entrada de garaje, para guardar una camioneta en el fondo de la casa, salvo por la pequeña capilla que está en ese sitio y por  la ausencia de autos. La capilla tiene las puertas abiertas para quien llegue a orar, a pedirle a la Virgen de los Remedios, una virgencita metida en su urna, vestida de azul con medallas de oro, y fotos de los creyentes que han pinzado al vestido de la virgen con alfileres.

Esa mañana, sábado 19 de noviembre del 2011, se reúnen frente a la Virgen un grupo de soneros, con sus jaranas y sus requintos. Encabeza el grupo Andrés Moreno, músico, promotor cultural e investigador de tradiciones populares. La Virgen, en cambio, permanece con sus velas encendidas, como si nada extraordinario fuera a pasar, como si el viaje a Nopalapan fuera parte de su rutina.

La Virgen lleva en custodia de doña Nacha más de veinte años, antes fue de su padre, antes de sus abuelos; es una virgen que delega su custodia a través de la familia, sin que exista un sentido de propiedad sino de pertenencia: quien la posee es su custodio y la presta para que otros oficien en diferentes lugares de la región.

En torno a esta Virgen existe una devoción popular muy arraigada en la zona, ya que su culto esta trenzado con las fiestas tradicionales del son Jarocho. Para el creyente, para la comunidad de creyentes, a la Virgen le gusta que le hagan fandangos, o huapangos como se conoce en esta zona la fiesta al compás del son jarocho.

A diferencia de la liturgia eclesial, en la popular la fe desborda las estructuras jerárquicas o arquitectónicas donde se establece  la institución, en el caso de encontrarse asociado un culto popular a una institución, como puede ser el caso de la Basílica de la Guadalupe en México DF. El culto popular es una personalización de la fe, de ahí la diversidad, su maleabilidad, sin que ello afecte su ritualización.

Existen al menos dos maneras muy visibles de los cultos populares: la del espacio sagrado, aquel donde el lugar en el cual puede encontrase una iglesia, un árbol, un río, pero el lugar en sí mismo, con todos sus atributos arquitectónicos y naturales, es el centro generador y movilizador de la fe; y la del objeto sagrado, donde un objeto material simboliza y contiene el hálito de lo divino, y existe una comunidad de creyentes que lo veneran.

En ocasiones estas formas se combinan, sobre todo cuando objetos de culto permanecen por mucho tiempo en un espacio fijo. Entonces el lugar suele pasar a ser también venerado como una extensión de la fe, como una irradiación de lo sagrado. También puede ser a la inversa cuando, depositado en un lugar sagrado un objeto logra simbolizar y contener la inmanencia del lugar y, para la comunidad de creyentes, el objeto es una concentración de las fuerzas de lo divino que allí habitan, como puerta a lo sagrado.

La Virgen de Los Remedios de San Andrés Tuxtla pertenece al culto de los objetos sacros. Según Doña Nacha, es una Virgen aparecida en una mata de maguey en la época de la revolución que,  cuando está triste, entristece, “quema los arreglos, crea disgusto”; por eso su vinculo con la música, con el baile, con los velorios,[1] porque alegrar a la Virgen es alegrar a la comunidad, ya que los fandangos son también en estas zonas rurales, distantes, formas de interacción social.

Quien organiza un velorio, llega a casa de Nacha y le pide la Virgen, acuerda con ella la fecha del velorio y llega el día acordado con un trasporte. En esta ocasión la Virgen se mueve a Nopalapan, a casa de Héctor Navarro y, como en Nopalapan escasean los músicos, también hay que llevarlos de San Andrés.

Nopalapan queda en el camino del Tesoro, era una de las comunidades que creció alrededor de la Casa de Hacienda, con una fuerte presencia negra. Según Héctor Navarro, esta presencia negra marca una forma distinta en asumir el son para la Virgen: allí en Nopalapan, cuando se llega con la Virgen a casa del organizador del velorio, se canta un primer son y se le sirve a los músicos y a los visitantes agua de horchata. Luego se espera a la tarde –a eso de las seis– para llevarla a la iglesia. Mientras se canta, allí se le oficia una misa  y luego se regresa a la casa que da el velorio, para que comience la fiesta.

Nopalapan era uno de esos pueblos que el tren conectaba de forma rápida y barata con otros pueblos y con la ciudad de San Andrés. El tren tenía entonces, según cuenta Andrés Moreno, una parada a unos veinte minutos y un camión traía por cinco pesos a los lugareños y a los comerciantes[2] al pueblo. El viaje en tren costaba unos tres pesos hasta San Andrés, y ahora hay que alquilar una camioneta que cuesta alrededor de 98 pesos.

Cuentan que las vías para llegar hoy de San Andrés a Nopalapan son dos caminos a través de los cuales el viaje en camioneta tarda lo mismo: una hora y media. En uno de ellos dicen que hay un antiguo puente inseguro, el otro es el camino del Tesoro, por la comunidad de igual nombre. Es una carretera maltratada por el tiempo y las lluvias donde, a medida que el vehículo se aleja de San Andrés, la carretera va empeorando y en los bordes de la senda jóvenes y niños  se acumulan con palas para echar tierra a los baches o simular que lo hacen y así pedir dinero con el pretexto de comprar agua o refrescos. Esta carretera llega a la comunidad de El Tesoro y allí aparece una bifurcación angosta a través de los sembrados de piña, chile de árbol, maíz y distintos caseríos.

La camioneta con la Virgen se detiene en El Tular, los pobladores han salido a recibirla, la cargan y alterándose la llevan hasta la iglesia, una capilla donde se ofician las misas. Mientras caminan rezan. Ya en el altar, llegan los creyentes con flores y se limpian haciendo la cruz con la flores en el cristal de la urna, luego se pasan las flores o la albahaca por el cuerpo: por la cabeza, por la espalda, por el vientre y dejan la hierba al lado de la Virgen. Luego llevan a la Virgen a la camioneta y el viaje continua hasta San Benito. Todos corren a tocar la urna de la Virgen, a limpiarse, por razones de tiempo no se lleva a la iglesia del caserío, pero la Virgen atraviesa el pueblo mientras las personas rezan, le lanzan flores y los músicos tocan.

Unos minutos más y ya llegamos a Nopalapan. Se escuchan los cohetes que anuncian la llegada de la Virgen. El pueblo la recibe y repite la tradición hasta llegar a casa de Héctor. Y entonces los músicos tocan el primer son.

En estas fiestas religiosas lo secular y lo sagrado conviven, como hace ver Eduardo García Acosta en el prologo de Presas del encanto al asociar lo religioso al altar, lo secular a la tarima, lo espiritual al canto religioso y lo corporal a la comida, el baile y la cantada. A esta clasificación quizás habría que agregar lo contemplativo, que sería la tribuna y las sillas para que los espectadores miren a los bailadores.

Parece haber una disposición en el espacio de las partes que componen el velorio: el altar al fondo, cerca de la casa, la tarima al frente, los músicos al costado de la tarima y, frente a la tarima, casi bordeándola, están las sillas para los que observan a los cantantes y bailadores. Cuando comienza la música del fandango el centro del velorio es la tarima y por extensión los danzantes; la Virgen está colocada en una posición tal que observa a los músicos y a los bailadores, los músicos observan a los bailarines, y el público sentado en sus sillas o de pie giran alrededor de la tarima viendo alternarse a los que bailan.

Mientras, de cuando en cuando, alguien se acerca a la Virgen, le pide y se limpia.

Si uno asiste a un fandango en Nopalapan notará la cantidad de niños y señoras mayores que hay bailando, y los pocos músicos que tiene el pueblo. Sobre esto Andrés Moreno nos comenta que los músicos de la región han muerto y los más jóvenes han emigrado a Estados Unidos, lo cual ha dado una población de bailadores más que de músicos en la actualidad. Como en Nopalapan sólo hay trabajo en los tiempos de la piña, existen tiempos muertos, periodos donde no hay  trabajo en la agricultura. Los hombres del pueblo no encuentran casi trabajo y parten a otras regiones.

Al parecer, la música, así como la enseñanza de la música, es una roll más bien masculino, aunque hay mujeres que tocan pero son minoría.  El baile parece más democrático incluso, aunque tiene una fuerte presencia femenina, ya que un gran número de sones, los llamados sones de montón o de a montón, solo lo bailan las mujeres.

La fusión del son jarocho y la religiosidad popular, parece no cerrarse a las celebraciones u homenajes a las advocaciones de la Virgen, sino que levanta una suerte de entorno mágico-religioso y una mitología rural –donde encontramos los aparecidos, “el encanto”, yobaltabant, los chaneques– como pulsión de atracción-aversión por la fiesta. La base cristiana de contrición del cuerpo, de privilegiar el deber ante el placer, pugna con las tendencias paganas de la festividad. Así, en torno al fandango, como se muestra en las historias de la zona (ver Presas del encanto de Andrés Moreno), se constituye también como una tentación para los vivos y muertos, un sitio donde los seres de la naturaleza son convocados y encantan o interactúan con los hombres. Una mirada psicoanalítica podría ver en esa mitología una forma de  amortizar la culpa de la moral cristiana, ya que los problemas que se generen en la fiesta tienen un origen, un culpable, una disculpa, también es una manera reguladora para no dejarse llevar por los excesos, porque los seres burlones merodean en la oscuridad del fandango.

Según me cuenta Moreno los versos iniciales con que se abre el fandango:

Por ser la primera vez
que en esta casa yo canto.
Gloria al hijo, gloria al padre,
Gloria al espíritu Santo.

Tenía una función de pedir la protección para los músicos, para estar en paz con las fuerzas que suscita el fandango, en especial la música. Cierro los ojos y entiendo lo que dice porque a mis oídos, profanos, la música del fandango funciona como mantra en su repetición rítmica. En estos momentos esa presentación que hacia el cantante ha perdido el carácter casi litúrgico que tenía y es ahora una formula de cortesía, un verso formulario como otros tantos versos dentro del son jarocho tradicional.

Existía antes una tradición de no enseñar a los niños a tocar hasta que no fueran mayores de edad, quizás esto también hizo que los músicos disminuyeran en la zona, y que al morir o irse los soneros dejaran sin trasmitir el conocimiento a los más jóvenes, en especial a los niños, que abundan en esa zona porque las familias tienen varios hijos, y los hombres parten solos en busca de trabajo, tal vez pensando que les será más fácil ajustarse solos a las otras regiones, tanto los que emigran definitivamente como los que se ausentan solo en el tiempo muerto y regresan cuando comienza la etapa agrícola en la región.

Al otro día, la Virgen parte de regreso a San Andrés, todo el pueblo la acompaña a hasta el puente, le tiran confetis, flores. Esta vez el viaje es más rápido, la Virgen regresa a casa de Doña Nacha, toma aire allí donde tiene sus veladoras encendidas, sus flores y espera que la llamen para otro fandango.

 


Notas:

[1] El termino velorio está asociado aquí a fiesta, a la preparación de comidas –tamales, carne (pollo, res, etc., mole), café, aguas de horchata– para los invitados y los músicos. No se usa en el sentido fúnebre, para eso existe el término velada, que implica necesariamente la presencia del difunto.

[2] Como en Nopalapan la tierra es arenosa el barro no se fabrica, y muchos comerciante traían vasijas de pueblos de tierra arcillosa para vender allí, o venían a comprar pescado así circulaba una línea de comercio entre pueblos vecinos que al desaparecer el tren disminuyó bruscamente por lo inhóspito de los caminos.

 

Bibliografía

Moreno Nájera, Andrés B. (2009): Presas del encanto. Crónicas de son y fandango, Sotavento, Estado de México

Entrevista a Andrés Moreno Nájera e Ignacia Ventura

 

[div2 class="highlight1"]Cómo citar este artículo:

ARAOZ, Raydel, (2012) “Sobre el fandango y la peregrinación de la Virgen de los Remedios, de San Andrés de Tuxtla a Nopalapan”, Pacarina del Sur [En línea], año 3, núm. 11, abril-junio, 2012. ISSN: 2007-2309.

Consultado el Jueves, 18 de Abril de 2024.
. Disponible en Internet: www.pacarinadelsur.comindex.php?option=com_content&view=article&id=427&catid=15[/div2]