Para olvidar la identidad

 

Si es cierto que se puede nacer por segunda vez en la vida, será cuando uno tenga capacidad para encontrar su propia espalda. El hecho es tal que nadie encuentra su espalda mirando hacia delante ni girando la cabeza hacia los lados. Para hallar el derrotero que lleva a la espalda es necesario encontrarse de frente con el fracaso. Conseguir una derrota es iniciar el rumbo hacia lo que nos viene de atrás. Ninguno exitoso sabe el contenido de lo que viene a su espalda, por el contrario, un esmerado fracasado sabe que no hay nada ni nadie tras suyo. Es por eso la confluencia de espalda y fracaso: he allí el lugar del origen, del buscado origen: si se puede nacer dos veces en la vida, el segundo nacimiento es siempre desde el barro.

¿Para quién se dicen estas palabras? Para aquellos que tienen miedo. Miedo no sólo de no saber que decir ni que hacer en un rato más, sino que miedo por no reconocer en si mismo un sabor original. Miedo también ante no poder olvidar que se nació de un azar, que el nombre que defiendo en la existencia es efecto de repetir una y otra vez la misma improvisación, y entonces ¿hasta cuando creerán los demás en esta casualidad?

Hay entonces miedo de hallarse sin fundamento, por eso se pisa con cuidado para no meter la pata en el vacío, es decir, no cometer el error de mostrar que hay otro cuerpo detrás de la máscara, un cuerpo que se agita con ondas que la lengua no quiere nombrar, un cuerpo que tirita por tensiones que la razón no quiere medir, un cuerpo, en fin, que aboga en su estremecimiento para ser conducido por un rostro nuevo. Algo de ello se percibe en el despertar transitorio entre el sueño y la mañana, un leve y suave sentido de que podríamos morir en otro cuerpo.

Es entonces que la ruta hacia el fracaso proporciona la urdiembre suficiente para ser enviado por una espalda originaria, y en tal caso, a la caza de un nuevo rostro. Pero no se crea que “origen” y “novedad” son testimonios de un destino que trasciende la aventura personal y la incluye en el registro de los dioses o de la historia. No. “Origen” y “novedad” aquí sólo pueden ser pensados como lo piensa el frustrado fracasado que ante la inminencia del éxito descubre imprevistamente el silencio, y en tanto es ese lugar quién lo encuentra donde radica finalmente su triunfo. Porque en ese silencio descubre que la acumulación de los años transcurridos es una historia que se cuenta pero que no necesariamente acontece. Lo que acontece es un “ahora” inaprensible para cualquiera, pero que podemos ser aprehendidos por él. Dejarse tocar, tan simple y tan difícil, que en verdad pareciera que la historia que nos narran fuese una huída de ese “ahora”, una huida del silencio que nos cuida y entonces para olvidarlo se inventa el presente como aparente suceso relevante. Y bien sabemos el infierno que significa recordar a cada instante el presente que nos vive. Y también sabemos que en ese caso no es alguien el que vive, sino el eco de sus fantasmas que ha ido paulatinamente invitando al festín de su cuerpo a lo largo de su empeño por recordar (saber) quien es él verdaderamente.


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Hallar entonces la espalda original es darse cuenta que no vivimos hacia delante: en guiño con el silencio rodamos sin dirección. Es encontrar, por fin, el olvido que nos instaura a vivir como un suceder que no acumula sino que excede. Cede y concede en el intercambio con los demás todos los lugares posibles en que se puede ser. Para ellos entonces entender que en el origen no habita la origina  lidad sino que la restauración novedosa de lo otro. Y precisamente quién habla sólo puede ser en el lugar del otro. Por eso el derrotero del fracasado, (valga la redundancia, el único que pasa de un lugar a otro distinto es el fracasado), porque abandonada la empresa de ser alguien como acontecimiento – y en ello abandona la competencia frente al silencio originario y deja, por fin, de hablar, porque hablar y hablarse es más bien una resta que un sentido, y entonces ocupa las habitaciones de los otros como el verdadero residente. En ese sentido, la traición al si mismo es el nombre que tiene el derrotero.

La felicidad de no ser es ser acontecido por el ahora bajo la fugacidad de un rostro cualquiera.

Entonces, si aceptáramos la traición como el verdadero legado de nosotros mismos, entenderíamos a quién se está invitando a fracasar. Se está invitando a fracasar al invento de una identidad por la cual se cree acceder a la originalidad y a ser “uno mismo” por la actividad de uno mismo. Y mediante el fracaso se nos invita a recibir la originalidad como un legado desde lo otro que nunca llegaremos a ser, y por ende ser aprende a ser en la extrañeza de uno mismo. Nuestra esencia se construye en la gestualidad del otro, y por ello, si hay identidad, sólo la hay en la traición a ese si mismo autosuficiente y autosustentado.

Si pudiéramos constatar entonces la veracidad a través de la traición, nos podríamos dar cuenta que en pueblos como los nuestros hay más posibilidad de veracidad que en otros técnicamente más desarrollados.

Hay pensadores que nos han hecho saber que el poder inventó la transparencia del presente para que pudiéramos olvidar sin culpa la viscosidad de nuestros cuerpos. Entretenidos con el poder que nos regala un presente ordenado…pero lo que estos pensadores quizás no supieron que en países como el que nos habita el poder disimula su fracaso tras un rictus de sobre orden en el que los ciudadanos tienden a mirarse como un espejo. La paradoja es que aquí triunfa el poder por el siguiente mecanismo que más parece un quiño súbito que una estrategia: la incapacidad para gatillar disciplinamiento es contrapesada con una suerte de seducción en los hablantes por plegarse a un orden inexistente:

A este lado del continente, y a la inversa de Europa y Norteamérica, sobra sujeto falta objeto.

De allí el exceso imaginario que, por decirlo en positivo, es el residuo que sobra del plegamiento del sujeto a un orden moral que no existe, por querer estar sujeto a este orden, que solo es imaginario, queda suelto en la deriva mental. Porque aquí la maquina o el castillo es fábula de escritores y no metralla de instituciones, a este lado de alguna parte ninguna institución ni dura ni perdura, dado el viento del olvido, brisa de la nada que al mismo tiempo que nos aterra, nos seduce.

 

[div2 class="highlight1"]Cómo citar este artículo:

MUNIZAGA VERA, Juan Carlos, (2012) “Para olvidar la identidad”, Pacarina del Sur [En línea], año 3, núm. 12, julio-septiembre, 2012. ISSN: 2007-2309.

Consultado el Jueves, 28 de Marzo de 2024.
. Disponible en Internet: www.pacarinadelsur.comindex.php?option=com_content&view=article&id=477&catid=15[/div2]