Rearmando el rompecabezas: una lectura cruzada sobre la llegada de Papa Doc al poder

Sobre la llegada de Papa Doc al poder en 1957, se han producido un sin fin de hipótesis ya de carácter político, económico y sociológico; rara vez se ha propuesto una lectura cultural. Teniendo como marco este panorama, se propone una “lectura cruzada” entre diversos fenómenos que desmarca ampliamente el lapso coyuntural de la dictadura, con el objetivo de ofrecer algunas pistas sobre el desarrollo político-cultural de la nación haitiana. En particular se rastrearan las relaciones cívico-militares y su correspondencia con la puesta en marcha de las dimensiones imaginarias del poder.

Palabras clave: relaciones cívico-militares, vudú, espacio, imaginarios, duvalierismo

 

A la memoria de aquellos que con el terremoto del 12 de  enero de 2010, nacieron como antepasados[2]

 

Condiciones socioeconómicas y político-culturales en Haití a finales del siglo XIX

Aunque Haití alcanzara su independencia en 1804 y con ello pusiera fin a su sujeción colonial con respecto a Francia, mediante una de las revoluciones sociales[3] más complejas en el desarrollo histórico moderno de la humanidad, la estructura de propiedad resultante de dicho proceso marcó la creación –desgraciadamente- de una nueva sociedad profundamente desigual en todos los planos. Prácticamente las condiciones de vida de la mayoría quedaron marcadas por relaciones de trabajo serviles y semiserviles, -aunque constitucionalmente- se había abolido la esclavitud.

La estructura de la propiedad resultante del proceso independentista haitiano consistió en la conformación de grandes propiedades en manos de una oligarquía negra y mulata, quienes tenían bajo su mando a un campesinado arrendatario y medianero sobreviviendo en condiciones precarias. Retomaré el análisis propuesto por Jean Casimir para describir al Haití post independentista y con ello, traer a la memoria al Haití actual:

La similitud ente la estructura política de Saint Domingue y de Haití no puede pasar desapercibida. [En palabras del brillante historiador Beabrun Ardouin], no se trata de una similitud formal o de organización, sino de un parentesco lógico o filosófico que une a ambos regímenes. Ardouin anotará al respecto del gobierno colonial: “La administración (pública) no existía: el militar dirigía todo […] Así se resolvía el problema de la organización de ese gobierno colonial que […] ejerció una influencia tan profunda sobre los gobiernos que le sucedieron en el transcurso del tiempo”. Con las compañías comerciales, el Estado francés, por un mecanismo u otro, se apropia de un territorio y tiene total control sobre la gente que recluta para vivir en él. El derecho que le asiste viene de la fuerza de sus armas y de su fortuna en los campos de batalla. Su voluntad es la ley. Por razones que no vienen al caso mencionar de momento, otro ejército, el ejército indígena, pone fin a ese poderío y se establece también por la fuerza de las armas y por su fortuna en los campos de batalla.[…] ninguno de estos estados tiene o negocia un mandato con la población que gobierna.[4]

Como lo señalan Jean Casimir y Gérard Pierre-Charles, en los cimientos mismos de la formación del Estado haitiano, la cuestión de la tierra se convirtió en un elemento capital que redefinió las bases mismas de la sociedad haitiana, ya que con base en el tipo de tenencia de la tierra su fue articulando el desarrollo del modo de producción capitalista con hondas repercusiones a nivel regional:

La estructura agraria haitiana, nacida de las medidas agrarias subsiguientes a la Independencia, ha hecho de la parte norte del país la cuna del feudalismo haitiano, al ser desde siempre la zona de las grandes propiedades; los feudos constituidos en el pasado han seguido siendo grandes propiedades pobladas por muchos campesinos sin tierra, medieros o proletarios rurales. Los grandes dignatarios se convirtieron en generales, comandantes de distritos, funcionarios políticos candidatos a la dirección del Estado. A causa de estas condiciones objetivas, el Norte se ha convertido en el foco de muchas guerras civiles entre quienes aspiraban al poder, desempeñando un papel político considerable en la historia de la nación. El gran número de gobiernos formados por generales venidos del Norte y el papel sobresaliente desempeñado por los “cacos” en la vida político-militar de la nación, son inseparables de la supervivencia de la gran propiedad de tipo feudal en el mismo Norte. La parte Sur-Oeste ha conservado también las mismas características estructurales que el Norte, puesto que las distribuciones hechas por Pétion no fueron en número suficiente para romper el régimen de las grandes propiedades. La élite dirigente que procede de esta región, integrada por los representantes de los grandes propietarios y del comercio portuario, ha luchado también activamente por la conquista del poder. Sin embargo, la tendencia al minifundismo, introducida gracias a la conquista de pequeñas parcelas por ciertos campesinos, ha consolidado el sentido de la propiedad en alto grado entre el campesinado. Esto ha dejado una impronta seria sobre la evolución económica.[5]

Las ondas que se desplegaron a partir de la caída del modo de producción esclavista francés, resultaron en la conformación de un fenómeno socioeconómico y político-cultural sui generis: el latifundismo de Estado. Esta estructura de poder –instituída por Dessalines-, se convirtió en el vehículo a través del cual, las tierras del Estado pasaron a manos de la naciente oligarquía negra, la burguesía mulata y las empresas extranjeras. Evidentemente, este proceso debe ser leído también en clave cultural:

Cuando se habla de economía de plantación y de mercado de trabajo se está postulando la necesidad de una forma de forma u otra de etnocidio, es decir de erradicación de los valores centrales de la población cautiva. La fabricación del trabajador colonial comienza con la racialización de las relaciones de trabajo.[6]


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La poderosa red oligárquica de intereses de finales del siglo XIX y principios del XX se encontraba profundamente dividida en dos bandos conocidos como los “nacionales” y los “liberales”. Los nacionales estaban a favor de preservar los privilegios de los terratenientes negros norteños, además de que favorecían el desarrollo de relaciones comerciales con Francia. Además ocupaban el aparato administrativo del Estado. Cabe destacar que

[…] alrededor de las cuatro quintas partes de la superficie total del país estaban en manos del Estado de las que no podía sin embargo disponer, por el control de facto, que ejercían los grandes concesionarios beneficiarios de donaciones y los pequeños campesinos que las ocupaban irregularmente. Los grandes propietarios del norte y Artibonite vivían en las ciudades-puertos de las rentas que les producían sus plantaciones, arrendadas y subarrendadas a los campesinos “dos mitades” (medieros) que pagaban en especie el usufructo de sus parcelas y que sólo cultivaban una o dos hectáreas, por lo que sus condiciones de vida eran más precarias.[7]

Los liberales por su parte, reclamaban una modernización del aparato estatal y veían como una necesidad trascendental, el proteger la incipiente industria nacional sureña. Este bando era el representante de la población mulata. Ambos bandos, nacionales y liberales creían en la importancia y necesidad de las inversiones extranjeras; por ello, nacionales y liberales conformaban el sector dominante volcado hacia el progreso de la nación haitiana, pensado evidentemente desde los moldes europeos. El campesinado   como clase social estaba conformado por los descendientes de esclavos traídos desde diferentes naciones africanas, los hijos de los esclavos nacidos en Saint Domingue, llamados “Creoles” y por último los esclavos señalados como “Bosales”. El mosaico cultural, político, económico y lingüístico de este campesinado era diverso y sumamente complejo. En un artículo intitulado “La trata de negros y el poblamiento de Santo Domingo” de Jean Fouchard, el panorama demográfico de la colonia de Saint Domingue era el siguiente: “[…desde 1680 se han introducido en la colonia más de 800, 000 negros; sin embargo, no existen en la colonia (en 1776) más que 290 000” (Considérations sur l’état présent de la colonie francaise de Saint Domingue, II, pp. 62 y 63).[8]

En la época esclavista, la isla era la colonia más importante del Nuevo Mundo y, su economía era, más próspera que la de Canadá o la de la Confederación en gestación de los Estados Unidos de América. Los textos de cabecera que recogen información sobre la diversidad de la población esclava arrancada a las tierras africanas son las relaciones que elaboró Moreau de Saint-Méry a partir de las actas de los notarios de la colonia y las indicaciones de Descourtlilz o de Malenfant.[9] La importancia de estos datos es central para el presente artículo pues arroja información sobre el complejísimo panorama político-cultural que se gestó y que marcó de variadas formas la dialéctica entre los diversos dispositivos –ya concretos como imaginarios- de dominación y resistencia. Generalmente se admite que el poblamiento de Santo Domingo fue garantizado primero por el grupo sudanés, después por el grupo guineano y por último el grupo bantú. Los esclavos congos formaban el grupo más importante en el cimarronaje: este predominio lo mantuvieron de 1764 a 1793 casi sin interrupción, es decir, durante todo el final del período colonial. En términos muy esquemáticos, Fouchard apunta que:

De San Luis y más tarde de Gorèe venían los senegalenses, los bambara, los chamba, los sudaneses, los peul del Foutah; los mandingos eran proporcionados por Gambia; los Arada venían de Dahomey hasta la Nigera oriental y eran agrupados en los centros negreros de Juda, Porto-Novo, Ouidah, Abomey, Allada. Los minas y los thiembas venían de Ghana, los moko del Gabón, los cotocoli del Togo, los nago del sudoeste de Nigera. Los miserables y los Bourriqui venían de la costa de Malaguette, la actual Liberia, y los mondongos del reuno de Benguela, que iban a Angola para los puertos negreros de Cabinda y Loango. Los mondongos eran impropiamente asimilados a los vecinos congo, originarios del reino del Congo situado entre el cabo Lopes y Cabo Negro, entre el Gabón y Angola, pues.[10]

La traducción de este proceso de expoliación en tierras haitianas trajo un fenómeno de índole social y político-cultural de una trascendencia sin igual: la emergencia de una cultura cimarrona, esencialmente rural, como resultado de la conformación de una alteridad bosal radical frente a la cultura creole, comprendida ésta última como parte de la antigua ideología colonial.[11]

Bajo el mandato de los primeros dirigentes creoles (Dessalinnes, Christophe, Pétion y Boyer), se impuso a la gran mayoría campesina diferentes códigos rurales, que en realidad, eran expresiones de códigos negros, reactualizados al contexto  haitiano con el objetivo del restablecimiento de la economía de plantación. Fue la época del caporalismo agrario, es decir, del regreso del ejército como instrumento de opresión del medio rural. Frente a este esquema, el sistema de contraplantación comenzó en medio del cimarronaje, en las zonas más lejanas de las pequeñas villas. La extensión de este fenómeno a nivel nacional fue resultado de las dificultades cada vez mayores de los grandes propietarios para asegurar la manutención de la mano de obra cautiva. La expansión de la pequeña propiedad estuvo ligada al declive de las grandes plantaciones y de la cultura de la caña. Obviamente a la independencia creole, le siguió lo que Barthelemy ha llamado como “Revolución Profunda”, aquella que se gestó como resultado de la “cohabitación de dos culturas, de dos mundos enemigos pero complementarios en el seno de la sociedad haitiana.”[12]

 

Proceso histórico en la primera mitad del siglo XX: militares e intelectuales

Regresando a la dicotomía nacionales/liberales como expresión concreta y simbólica de diferentes proyectos de nación, es muy similar a la pugna latinoamericana entre liberales y conservadores. Es sumamente trascendental subrayar el siguiente hecho: a pesar de que Haití obtuviera su independencia político-administrativa con respecto a su metrópoli, el sistema político resultante de este proceso fue severamente cuestionado, ya que a lo largo del siglo XIX, la vida política haitiana estuvo sumida en una serie de conflictos entre las dos élites dominantes, los mulatos y los negros. Los últimos, fueron quienes en realidad detentaron el poder a nivel político-regional debido a la estructuración de redes locales de poder sumamente complejas, en las cuales se produjo una conexión simbiótica entre lo civil, lo militar y el campo simbólico-cultural. Quizás fue una cuestión de orden histórico-cultural de semejanza identitaria, lo que potencio este proceso. El resultado de tales pugnas fue un sistema político sumamente frágil, con una institucionalidad siempre cuestionada hacia su interior y desde el exterior. La extrema polarización política entre negros y mulatos, vía la post-confrontación entre creoles y bossales se dio ya en el periodo post independentista, dentro de una multidimensionalidad político-cultural y económico-social sumamente complicada como resultado de las contradicciones no resueltas por la Revolución de independencia. Es evidente pues, que el peso de estos procesos iba a ser detonante de otros fenómenos posteriores. A decir verdad, las opacidades del sistema político haitiano y sus múltiples culturas políticas no son una cuestión “exótica-tropical”, antes bien por el contrario, como dirá el historiador argentino Luis Alberto Romero, lo normal en América Latina es la inestabilidad política.[13] Retomando al sociólogo haitiano Pierre-Charles, prácticamente

De 1804 a 1915, los militares gobernaron casi exclusivamente el país; negros o mulatos, cultos o analfabetos, los militares han desempañado un papel muy importante en la evolución política haitiana. Ellos también han mantenido el poder económico de tipo agrario. Han estado en la base y han favorecido todas las insurrecciones y rebeliones que han caracterizado la historia de Haití.[14]

Este aspecto poco estudiado en realidad, la presencia siempre acuciosa de los militares en la vida política, social y económica haitiana, trajo aparejado múltiples fenómenos, de entre los cuales el más destacado quizás sea: la implementación de una cultura política autoritaria, tanto en sus discursos así como en sus prácticas. Para apoyar este aspecto parto del siguiente cuestionamiento directamente relacionado con los intelectuales: el status peculiar de los artistas y de los intelectuales haitianos tiene que ser estudiado de una manera más atenta, porque fueron y siguen siendo los propagadores principales de imágenes, representaciones y discursos sobre el universo cultural haitiano. Me pregunto pues, ¿cuál hubiera sido el curso del proceso histórico haitiano si la constelación intelectual y artística haitiana post independentista se hubiera avocado a una producción menos colonialista de la religión vudú? El fenómeno que generó este espejeo coloniado sobre sí mismo ha dejado una losa pesada sobre el conjunto de las estructuras simbólico-concretas de la sociedad haitiana. Este proceso fue acompañado evidentemente de la construcción del Estado-nación haitiano, donde la escala y la complejidad de las actividades del nuevo agente creado, hacían necesaria la coordinación y el desarrollo de vastos recursos, tanto materiales como imaginarios.

Dentro de este marco, la naciente clase militar conformada tanto por negros y mulatos no constituían un bloque homogéneo, sino todo lo contrario, eran bloques heterogéneos. El hecho de señalar directamente este fenómeno como un catalizador de otros, es toral pues va a marcar pautas no sólo de comportamiento, sino de construcción de la otredad. Para el caso que nos ocupa, el disciplinamiento de la sociedad fue un proceso que se gestó durante el siglo XIX, mismo que estuvo bajo la tutela de la élite negra y la mulata. Este disciplinamiento fue construido alrededor de varios ejes, uno de los cuales fue la domesticación de la religión vudú y de la cultura popular en su conjunto[15]. Desde esta perspectiva señalaré a las campañas antirejetés como la punta del iceberg del proceso de domesticación del universo cultural-popular haitiano; en la vida independiente de Haití se han realizado las siguientes campañas antirejetés: 1864, 1896, 1912, 1925-1930, 1940-1941. Las campañas antirejetés eran realizadas por el Estado y la Iglesia, quienes se ponían de acuerdo para destruir los templos, quemar los objetos de culto y encarcelar a los ougan. En 1940 y 1941, en particular, todo católico es obligado a pronunciar públicamente el “juramente de rechazado”, que consiste en renunciar a las prácticas del vudú, consideradas como un culto a Satanás.[16]

Abriré la discusión en torno al concepto de dominación y su dinámica, teniendo en mente que:

El modelo autoritario de dominación debe hacer posible un profundo cambio en el modo de producción y reproducción de la obediencia. La obediencia es una función de la distribución del poder en la sociedad, del ejercicio de las influencias y, por ende, de la conformidad inducida y del control sobre las resistencias y las influencias conflictivas […] Idealmente, la obediencia se obtiene a través de la elaboración comunicativa de los motivos de obediencia, ligada a la aceptación de normas, valores y creencias.[17]

Más adelante regresaré sobre este punto y su influencia en relación a la sociedad haitiana. Ahora bien, regresando hacia el último cuarto del siglo XIX y las primeras décadas del siglo XX, a esta estructura socioeconómica y político-cultural ya de por sí compleja y profundamente desigual, se le sumó la penetración extranjera directa, tanto en la posesión de la tierra así como en su explotación. La construcción de infraestructura ferroviaria y la imposición de una agricultura de exportación en varias regiones del país redefinieron las redes comerciales locales y, con ello evidentemente, muchas coordenadas de poder político a nivel local.

En febrero de 1883, el presidente Lysius F. Salomón promulgó una legislación sobre concesiones a propietarios privados; esta legislación facilitaba la instalación de grandes compañías agrícolas en detrimento del pequeño campesinado o del pequeño arrendatario. Desde esta época se inició la penetración imperialista en el agro haitiano, particularmente en el norte con la Plantation d’Haiti de origen belga en la región de Port Margot y Bayeaux (norte); la Compañía de Piña en el norte, cerca de Cap Haitien y la Tropical Dyewood Company. En febrero de 1910 el gobierno haitiano concedió a la compañía Mc Donald norteamericana un permiso para el establecimiento de un ferrocarril en los departamentos del oeste, el Artibonite, el noroeste y el norte. A cambio de este paquete de concesiones, la compañía recibiría en concesión durante un período de 50 años, una extensión de 20 kms de tierra en cada lado de la vía del ferrocarril dedicada al cultivo del banano.[18]

Vemos pues que en la región norte –lugar donde se encontraban las más grandes plantaciones esclavistas en la época colonial- comenzaron a instalarse los capitales extranjeros, lo cual trajo consigo numerosas expropiaciones de tierra y acaparamientos. Dicha etapa converge con una política de intervención directa por parte de los Estados Unidos hacia América Latina: la Guerra Española-Americana y la toma de Cuba y Puerto Rico a fines del siglo aunada a la construcción –y entrada en función- del canal de Panamá (1909-1914). Theodor Roosevelt proclama en 1898 que “Nuestro destino es la americanización del mundo” y con ello, hace visible la doble determinación del discurso norteamericano: una visión mesiánica e imperial. El Destino Manifiesto como mito fundacional de la política norteamericana asocia una “[…] teología de la expansión con una estrategia deliberadamente planetaria, ambas arraigadas sólidamente en la conciencia americana a través del ideologema de la tierra/territorio prometido”.[19] Desde esta matriz, se desprende el concepto americano de frontera: “inestable, elástica, prospectiva, ilimitada, (…) etapa, jalón, límite provisional, la expansión nunca deja de ser otra cosa que la apropiación de un territorio asignado por el favor divino.”[20] Estas conceptuaciones también sugieren formas de aproximación y construcción del otro.

Desde esta perspectiva, en relación al proceso citado arriba, los Estados Unidos ya unificado política y espacialmente, con un mercado interno poderoso comenzó una nueva etapa hacia el territorio latinoamericano, mediante su política del “Big Stick”. Dicha política no estaba constituida sólo de garrotazos e intervenciones, sino que era también, una fina red de negociaciones entre un sin fin de facciones tanto en los Estados Unidos como en América Latina. Este periodo es característico de las políticas de alianzas de las grandes corporaciones extranjeras contextualizadas dentro de la etapa de la gran fusión monopólica en los Estados Unidos. Fue un lapso de transición definitorio a nivel mundial ya que se dio a través de un rápido crecimiento de las combinaciones industriales tanto en Alemania como en los Estados Unidos, aunado evidentemente, al papel del Estado como órgano de poder efectivo e integrado. Frente al Caribe, la inconsistencia fue la característica más importante de la política norteamericana y de otras naciones europeas, debido a la polarización de intereses que existían al interior de estas naciones poderosas. Es crucial pues, comprender este periodo para tener una mejor panorámica de las relaciones entre los Estados Unidos y el Caribe. Citando a David Hoernel:

La aventura imperialista de los Estados Unidos comenzó en un momento en que los intereses del país estaban sumamente divididos. Las agencias federales, los dos principales partidos políticos, el ejército y los grupos financieros no estaban de acuerdo. Se hacían y se deshacían alianzas y las ligas que se establecían eran de tal vaguedad que, como sucede a veces, se llegaron a formar las alianzas más extrañas. El examen de asestas alianzas da una idea de la complejidad de los intereses involucrados y ayuda a explicar porqué estos conflictos rara vez llegaron a ser conocidos a nivel popular. […] Los conflictos en la política y la sociedad norteamericana de la época nunca hubieran llegado a ser de tal intensidad de no haber existido un conflicto fundamental y una polarización en los negocios y en las finanzas. Inversamente, otros conflictos relacionados tendían a ocultar las dimensiones de la pugna entre las corporaciones. Si el populismo contribuyó a que aumentaran las divisiones, también ayudó a que el conflicto entre las corporaciones no llegara a traducirse en dos polos y a que la lucha se llevara a cabo dentro del Partido Republicano. El problema fundamental que existía entre las corporaciones era el del acceso no sólo a los mercados, sino también al capital para inversiones, el patronazgo gubernamental y a los canales internacionales.[21]

Ahora, después de la larga cita anterior, sólo falta agregar el punto nodal del panorama histórico aludido:

La división más significativa era la que existía entro los truts que ya estaba establecidos, J. P. Morgan y la comunidad financiera de Nueva York por un lado, y por el otro, los trusts más nuevos, Thoman Fortune Ryan y los representantes de “nuevas fortunas” cuyos intereses estaban frecuentemente fuera de Nueva York. Hay razones para creer que cada uno de los grupos estaba relacionado con grupos bancarios europeos competidores.[22]

Si esta pugna –tomada aquí como ejemplo de dinámicas no sólo económicas sino también intersubjetivas-, era de tal magnitud hacia el interior de cada una de las naciones occidentales más poderosas en este lapso, que se puede esperar en cada una de las economías de las naciones latinoamericanas y caribeñas en su conjunto. Las redes de intereses, lazos, alianzas y rupturas no sólo comerciales, sino personales establecidas en torno a los negocios y a los poderes políticos a nivel local, nacional e internacional da muestra de un marco más certero del funcionamiento y de las diversas dinámicas que se establecieron dentro del contexto histórico aludido. La Española en su conjunto, no escapó a esta serie de dinámicas que, por su ubicación espacial, se le agregaba un plus extra: el interés geoestratégico de Mole Saint Nicolas pues desde este se domina el Paso del Viento y con él, los Estados Unidos no sólo estaban más cerca del Caribe, sino de Europa y viceversa.

 

Intervención norteamericana (1915-1934)

Regresando al Haití ocupado militarmente por los Estados Unidos, gobernaron dos presidentes elegidos indirectamente por la Asamblea Nacional, dominada por la clase mulata, bajo forzosa supervisión (y después aprobación) de las fuerzas de ocupación. En este periodo, la dominación norteamericana es directa e indiscutible sobre los presidentes mulatos Sudre Dartiguenave (1915-1922) y Louis Borno (1922-27, 1927-30). A pesar de la preferencia concedida a los mulatos educados para puestos en la administración y el nuevo ejército, Estados Unidos comienza con la siguiente política: ofrece puestos a profesionistas negros, lo cual, bajo el marco de socialización del norteamericano de aquella época –racismo blanco-, todos los haitianos en su conjunto eran negros, incluidos los mulatos. Desde este mirador leucológico norteamericano se asiste a un fenómeno inédito en la historia haitiana: la profesionalización generalizada de cuadros haitianos encargados de realizar distintas funciones del gobierno[23], en especial, se asiste al inicio de la profesionalización del ejército haitiano. En términos generales, esta profesionalización vía la especialización disciplinaria, -es decir, la ciencia es transformada en fuente de autoridad[24]-, históricamente ha sido un proceso desigual según los regímenes, circunstancias históricas, recursos de los individuos y de las agrupaciones.[25] Este proceso en su conjunto tanto en lo militar como lo civil, tuvo hondas repercusiones en el escenario haitiano, no sólo las propias del acceso a puestos gubernamentales, sino más bien, aceleró procesos de identificación identitaria más profundos de los cuales ahondaré más adelante. Es evidente pues, que la profesionalización del ejército en especial, se convirtió en una de las reformas más importantes de la ocupación norteamericana. Además cabe apreciarla como un resultado del recién avance en el profesionalismo militar norteamericano.[26] Con relación a Haití, la inestabilidad de su régimen político es vista como resultado de la continua acción de los militares en el poder. La teoría sociológica militar clásica centrada exclusivamente en el análisis de las relaciones entre los militares y el gobierno civil, es una visión muy estrecha que no hace justicia a este tema tan complejo debido a la mismísima multidimensionalidad horizontal y vertical, endógena y exógena de las relaciones establecidas entre los diferentes grupos de la sociedad. La clásica teoría del equilibrio de las relaciones cívico-militares postula que el equilibrio y estabilidad de un sistema político es capaz de prevenir una intervención militar si se operan articulaciones, alianzas y negociaciones como resultado de la estructuración de relaciones equilibradas entre tres actores fundamentales: la sociedad civil, el ejército y el gobierno civil. Cuando hay conflictos no resueltos entre alguna de estas relaciones, puede producirse una descompensación del balance de las fuerzas y sobrevenir una intervención militar. Sin embargo, el conflicto en formación puede ser parcial o totalmente resuelto dentro del mismo proceso. Según la sociología clásica, los modelos de las relaciones cívico-militares son resultado de

“[…] las relaciones generales entre el poder, el profesionalismo y la ideología [y éstas] han hecho posibles cinco tipos ideales diferentes de relaciones cívico-militares. Son, por cierto, ideales y extremos; en la práctica actual, las relaciones cívico-militares de cualquier sociedad combinan elementos de dos o más.”[27]

Argumento que para el caso haitiano en general, el modelo ideología antimilitar, alto poder militar y bajo profesionalismo militar es el modelo que podría caracterizarle. Es evidente pues, que dichas relaciones son procesos históricos y están en estrecha relación a la conformación del Estado y sus instituciones. Más adelante agregará Huntington:

Este tipo de relaciones cívico-militares por lo general se encuentran en países más primitivos, donde el profesionalismo militar se ha retardado, o en países más avanzados cuando las amenazas de seguridad súbitamente se intensifican y los militares rápidamente aumentan su poder político.[28]

Para el caso haitiano Michel S. Laguerre propone una nueva lectura centrada en el análisis de las relaciones cívico-militares en estrecha relación a las estructuras socioeconómicas y político-culturales de la sociedad haitiana, insertas en un contexto histórico determinado. Para ello, propone un enfoque teórico basado en la interconexión de tres variables, es decir, una aproximación inter sistémica, determinada por relaciones y redes multiniveles. Para este autor, los tres actores mencionados y las relaciones que establecen entre ellos, pueden entenderse como unidades. Por ello, las relaciones cívico-militares pueden comprenderse como eventos dinámicos suscitados en unidades (agentes y/o instituciones) específicas. Estas unidades no son internamente homogéneas; cada una está compuesta por un centro y una periferia siempre móviles. La composición y recomposición del centro y de la periferia permite a cada unidad un medio para recomponerse a sí mismas. Específicamente, cuando hablamos de relaciones cívico-militares se está haciendo alusión al establecimiento de relaciones entre el centro tanto del ejército, así como el centro del gobierno civil y de la sociedad civil. Para Laguerre el centro del gobierno civil está constituido por actores individuales, quienes son jugadores claves en el proceso de toma de decisiones en lo concerniente a la formulación e implementación de políticas internas e internacionales. El centro de la sociedad civil comprende una serie de organizaciones activistas, altos niveles de politización y líderes, así como organizaciones de masas, asociaciones y órganos institucionales, sindicatos, grupos de presión, asociaciones estudiantiles, partidos políticos y organizaciones religiosas. En el ejército que es una organización jerárquica, el centro está más identificado con los altos mandos de la institución. Aunque la teoría del equilibrio explica que el centro en cada sector es dinámico porque pueden reorganizarse estructuralmente, fortalecerse ideológica y estratégicamente, también pueden poco a poco perder su coherencia como resultado de la interacción con los otros sectores. En este sentido, los militares tienen una ventaja sobre los otros dos actores, sobre todo sobre el gobierno civil, ya que la recomposición del centro de los gobiernos civiles es difícil debido a la aparición de actores nuevos o dinámicas que denominaré como escenarios, con lo cual quiero expresar que la entrada a escena de actores sociales no siempre ocurre de manera lógica, sino más bien coyuntural, a veces marginal pero que, insisto, en algún momento determinado aparecen. Este juego de entrada y salida del escenario por parte de la multiplicidad y visibilidad de actores sociales determina el peso y sus posiciones dentro del tablero político y evidentemente, la aparición de nuevos actores y escenarios imponen un juego de subordinación hacia otros actores –pensando este juego- dentro de los canales institucionales. La red de individuos e instituciones que forman el centro de la sociedad civil, bajo un contexto de descomposición del cuerpo social, hace que reaparezcan en escena viejos actores que ayudan a la recomposición del sistema. En el caso del ejército, una reorganización de la estructura de autoridad puede dar lugar a la eliminación de los actores claves, lo cual permite realizar una observación seria: desde esta perspectiva, la geografía –y yo añadiría, la cratografía[29]-  establecida por el ejército nos dice mucho sobre la naturaleza de las relaciones cívico-militares y el juego con el sistema político. Cada cuartel general del ejército a nivel regional puede ser de singular importancia para el gobierno civil. Para lograr el control civil sobre el ejército, el gobierno central debe mantener relaciones asimétricas con los puestos militares periféricos y centrales. La capacidad para mantener bajo control estas relaciones asimétricas es el secreto del gobierno central.[30]

Continuando con la lectura certera y concreta propuesta por Laguerre, durante el siglo XIX las relaciones cívico-militares reflejaron la dinámica del sistema social haitiano. El siglo XIX y las primeras décadas del siglo XX Haití vivió bajo la era de los generales puesto que muchas sucesiones presidenciales institucionales estuvieron acompañadas de un número elevado de casos de insurrección-golpe de estado. Se le ha llamado así a este periodo debido a que el presidente no sólo fue un general de la armada, pues los líderes políticos fueron también generales, quienes gobernaron como dictadores sobre las regiones militares bajo su control. La plétora de generales sirvió al incipiente sistema político haitiano para abastecer de líderes a las milicias locales y regionales y con ello, se produjo la militarización del Estado, ya que, formar parte de la armada era el camino directo para llegar a la presidencia. Es seguro decir que durante 1804-1915 todos los presidentes de Haití estuvieron al menos, nominalmente, en la armada y obtuvieron el nombramiento de general. Hay que señalar que los militares en el siglo XIX y principios del siglo XX no constituyeron un cuerpo separado de la sociedad civil. Y por otro lado, la sociedad civil no estuvo completamente separada de los militares. La sociedad haitiana dentro del mismo periodo señalado, fue una sociedad profundamente militarizada. Algunos civiles sostuvieron títulos militares, mientras los soldados algunas veces eran civiles que quedaban insertos en las reservas militares. Éstos últimos son importantes pues eran soldados de entre 16 y 60 años quienes pertenecieron a la guardia nacional sin paga y estuvieron rara vez en servicio activo ya que eran reservas. Paradójicamente, la existencia de milicias locales precedió a la fundación de la Nación e hizo posible el establecimiento del primer gobierno de la república.

Después de la Independencia en 1804, los militares en su conjunto proveyeron de seguridad interna y defensa contra agresores extranjeros, así como también al gobierno. Este peculiar sistema político se produjo por la forma en la cual el país logro su independencia y por el esfuerzo para ganar reconocimiento internacional. Aunque Haití se volvió independiente en 1804, el reconocimiento por parte de Francia llegó hasta 1825 y en 1862 se los concedió el gobierno de los Estados Unidos.

Las plantaciones de esclavos construyeron –siguiendo la interesante argumentación de Laguerre- su propio micro-sistema político teniendo como marco el conocimiento y experiencia de la libertad recién adquirida, por lo que no fue únicamente, la reproducción del sistema esclavista la fuente de esta joven experiencia de gobierno. Este es un primer elemento definitorio de las prácticas políticas ejercidas tanto por la élite como por los de abajo en relación a la estructuración de culturas políticas y sociabilidades profundamente heterogéneas, no sólo hacia Occidente. Y es desde mi punto de vista uno de los momentos definitorios en la historia haitiana. En la práctica colonial, el ejército francés representó el gobierno metropolitano y funcionó como el gobierno local de varias formas diferentes. Por ello, es entendible que los antiguos esclavos, los lideres y padres de la Patria siguieran el modelo francés de gobierno. Una vez que el ejército revolucionario proclamo la independencia de Haití, los oficiales pensaron en la forma específica de organizar el gobierno y defender el país. Esta forma de proteger el país y estructurar el gobierno pudo llevarse siguiendo dos fines: un gobierno central con un líder dictatorial de estado, encargado de introyectar el respeto y la obediencia hacia los militares y la sociedad civil.[31] De la misma manera los gobiernos regionales fueron liderados por generales.


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La centralización fue necesaria para ofrecer una guía y liderazgo, pero también servía para recolectar información estratégica y fomentar la unidad de la nación. La regionalización militar fue resultado de este proceso. En estrictos términos de estado, las relaciones cívico-militares que se dieron en este periodo tenían como razón de ser la defensa de las áreas estratégicas de la naciente nación y con ello lograron, disuadir a otras naciones de invadir esta republica mitad isla. Hecho notable de la mayor importancia.

Todas las energías del gobierno fueron usadas para construir un estado militarizado. Esto tuvo las siguientes consecuencias: la carencia y debilidad de instituciones civiles sobre las cuales la democracia podía florecer, la militarización de instituciones civiles, paternalismo militar, la institucionalización de la corrupción y la transformación del rol de los militares como gobierno permanente de la isla. El senado y la cámara de representantes -excepto por las veces que fueron disueltos-, estaban conformados por militares y de hecho, constituyeron la mayor parte del sistema político haitiano. La gran mayoría de esos representantes y senadores fueron sin embargo miembros de la armada. El principal apoyo del gobierno –evidentemente- provino de los militares y se volvió necesario para tener al aparato cívico-militar bajo control. El presidente-.general en el siglo XIX fue considerado más como la cabeza de una región que como el presidente de la nación. La sucesión presidencial se volvió un asunto de sucesión de líderes de regiones militares, más bien que una disputa entre partidos políticos o ideologías competitivas. La emergencia de un líder nacional provee la base de la unidad y con ello, la victoria final. Esto es lo que ocurrió con la revuelta que empezó en varias ciudades hacia el fin del gobierno del general Antoine Salomon (1908-1911).

Durante todo el siglo XIX y principios del siglo XX, la peculiar configuración de las relaciones cívico-militares en la sociedad haitiana reflejó la fragmentación del sistema social y la debilidad estructural del ejército como una institución coherente. Varios años después de su independencia, la presencia extranjera fue excluida por la guerra de Haití con Francia, su mayor fuente de ayuda. El reconocimiento de la independencia de la republica fue el “sine qua non” para la ayuda extranjera; la primera asistencia vino durante la administración de Nicolas Gefrard y fue precisamente, colaboración militar por parte del ejercito francés hacia el ejercito haitiano. La culminación de esta ayuda se dio durante la administración de Salomon. El 3 de febrero de 1887 el gobierno anuncio la llegada a Puerto Príncipe de una misión militar francesa, incluyendo un hombre llamado Durand, jefe del batallón en el 85 regimiento de infantería de Francia, Lebrun, capitán del primer regimiento de dragones, y Chastell, capitán en el 29 regimiento de artillería. Esta misión tomo la tarea de reorganizar el ejército haitiano proveyendo de entrenamiento práctico y teórico en la ciencia moderna militar. Los instructores estaban para cubrir los subcampos de los regimientos de caballería y artillería. Entre 1895 y 1910 muy poco fue hecho en términos de restructuración y modernización de la armada.

En 1912, el ejército comenzó a implementar un programa de reformas militares y ahora estaba dividido en tres categorías: el ejército activo, el ejército de reserva y la guardia nacional. Cada hombre de 21 años de edad o más grande era requerido para proveer dos años de servicio en el ejército activo y 10 años en el ejército de reserva y, lo que restara, en la guardia nacional hasta que alcanzara la edad de 50 años.

La organización militar en el siglo XIX fue siempre influenciada por esta tensión y la falta de confianza entre el jefe del ejecutivo y los líderes regionales y locales ya, que los últimos eran por regla general, los iniciadores de la insurrección-golpe de estado. El rol del líder militar local y de la tropa local eran estratégicos dentro de la plantación azucarera y en la organización del golpe de estado. El comandante militar era un hombre de negocios y además era el hombre más importante de la región. En pocas palabras era el representante del gobierno a nivel local. El comandante militar mantuvo una línea directa de comunicación con el presidente proveyéndole información de inteligencia y cuidando que las tropas fueran leales a él; no solo mantenía la ley y el orden en su región ya que también el presidente podía depender de él para neutralizar oponentes.

Durante todo el siglo XIX, las relaciones cívico-militares fueron puntualizadas por la habilidad sin límites del gobierno central para cooptar civiles a través de la promoción militar. Una vez que los civiles eran enlistados como miembros del ejército, podían beneficiarse con los privilegios militares. Esta amplia práctica ayudo a paralizar la sociedad en el desarrollo de instituciones autónomas fuertes, y además le sirvió como un contrapeso frente al poder militar.

Las relaciones cívico-militares ocurrieron en varios niveles ya regional y nacionalmente. Un área donde la sociedad civil tuvo una influencia directa, tanto en el ejército como en el gobierno, fue en la esfera religiosa. Los líderes civiles religiosos, como los sacerdotes vudú, fueron a menudo buscados y llamados a los consejos de los líderes militares y del gobierno.

Los líderes militares regionales y sus oficiales subalternos usaban también a los sacerdotes vudú como consejeros.[32] Siempre y cuando esos oficiales militares se volvieran presidentes, continuaban con la búsqueda de consejo y guía espiritual de esos sacerdotes, tal y como fue el rol del sacerdote vudú Jean- Pierre Ibo vis –à vis Mayor;   y después sería el presidente Silvain Salnave.

La participación del ejército en iglesias vudú y sociedades secretas ayudó a exacerbar la división entre los soldados a nivel nacional y local. Eso dio a las sociedades secretas un punto de apoyo en el ejército. A lo largo de todo el siglo XIX, los cargos de bajo rango del ejército eran alimentados con soldados vuduístas y ello se hizo un asunto de conocimiento público.

Durante varias intervenciones haitianas a la República Dominicana, los sacerdotes vudú y diversas sociedades secretas proporcionaron apoyo logístico al ejército regular. Algunas veces ellos formaron sus propias bandas armadas, peleando al lado o sirviendo como una copia de las fuerzas invasoras. No podía ser de otra manera pues fueron los grupos más organizados en las áreas rurales y por ello, tenían fuertes convicciones religiosas nacionalistas, así como una histórica historia de colaboración con el ejército haitiano.

Los sucesivos regímenes militares del siglo XIX y principios del XX lograron parcialmente marginar a la sociedad civil en más de una forma. La maquinaria del gobierno estaba en manos de los militares, e incluso las agencias locales estaban encabezadas por militares.

Es necesario reconocer la contribución de la sociedad civil pues esta fue central en el financiamiento de las operaciones militares. Miembros educados de la élite fueron cooptados por líderes militares insurrectos para dar un manto de legitimidad a sus acciones.

En conclusión, Laguerre señala dos razones para el desarrollo de Haití como un Estado militar en el siglo XIX: la primera fue la necesidad de proteger la independencia de la República contra invasores extranjeros. La segunda fue la rivalidad de los líderes regionales. Un jefe militar a cargo de una región podía proyectar la fuerza de los miembros sin paga de la Guardia Nacional contra el ejército regular y, cuanto más grande hubiera sido el ejército a su cargo, más poder tendría el jefe militar y será mayor la posibilidad de lanzar con éxito una insurrección para derrocar al gobierno y tomar su lugar.

El ejército estuvo caracterizado por la continua movilidad de su centro de gravedad debido a que la politización del ejército trabajó en contra de la profesionalización de la institución. La línea de separación entre los militares y la población civil era tan confusa, así como la conformación del sistema social haitiano en su conjunto.

En su totalidad, las relaciones civil-militares durante el siglo XIX y principios del XX en Haití, deben ser vistas en términos de tres variables: el régimen militar, la sociedad civil y el ejército fragmentado. Las relaciones cívico-militares fueron emitidas en un sistema de interdependencia asimétrica y exhibieron características particulares ya que el régimen militar fue el único tipo de gobierno que experimentó el país durante ese periodo. La característica de las relaciones entre el régimen militar con el ejército era el juego entre el centro y la periferia, ya que los generales de división tenían sus propias agendas políticas y por ello, el gobierno fue forzado a establecer relaciones con ellos sobre la base de alianzas efímeras. El gobierno necesitó confiar no sólo en aquellos leales al régimen, sino también en aquellos, quienes tenían la capacidad de desafiar la legitimidad del régimen. En consecuencia, el gobierno central estableció relaciones con los líderes regionales de la periferia porque el gobierno central dependía, para su propia supervivencia, de algunos generales más que de otros. Esto también explica por qué algunas periferias y regiones representan en términos de jerarquía de lugares, una mayor importancia política y militar que las otras.

Las relaciones entre el gobierno con el ejército fueron fundamentalmente relaciones políticas. Esas relaciones influenciaron negativamente la estructura del ejército y lo estructuraron como una institución política con la capacidad de convertirse en nicho para las facciones rivales. Las promociones no eran garantizadas sólo en la experiencia y antigüedad, sino que las promociones individuales eran basadas en la lealtad al presidente y sus representantes. En este sentido, las relaciones del ejército con la sociedad civil deben ser vistas en términos de variables locales, regionales y nacionales a causa de la división militar del territorio. Esta relevancia de las relaciones locales y regionales existió por tres razones: primero, el presidente consiguió su posición ya sea como resultado de un golpe de estado o a través de la selección por el parlamento. Segundo, el presidente no era electo popularmente y tercero, la población local era más cercana a su general local por razones prácticas, ya que él representaba la autoridad del Estado. Cuarto, como corolario de las fuerzas y fortalezas de los generales en sus territorios, las relaciones del régimen militar con la población civil, deben también ser vistas en términos de una jerarquía de lugares. Las relaciones eran mucho más fuertes con la región donde el presidente había sido un general, que con las regiones donde la población era presa de sospechas durante su administración. El régimen militar era vulnerable dentro de esta disposición estructural porque sus bases de apoyo eran geográficamente hablando, muy limitadas. Quinto, las relaciones asimétricas entre el régimen militar y el ejército fragmentado por un lado, y los obstáculos legales por el otro, condujeron a la producción del sistema social haitiano, con sus aciertos y debilidades. Los generales de división eran incapaces de comunicarse con algún otro, excepto cuando ellos estaban tramando algún ataque al gobierno central. En general, no estaban enterados de las condiciones sociales y de las necesidades de otras regiones. Una vez que un general se volvía presidente a través de un coup d’etat, él no contaba con el apoyo de la población más allá de su propio pueblo.

Sexto, la influencia extranjera en las relaciones cívico-militares se convirtió en un factor crucial y, por ello no deben ser subestimadas. Esta influencia se sintió en varias áreas. Tuvo su impacto más directo en el ejército. También, fue sentida a través de la intromisión de los cónsules locales en los asuntos internos del Estado. Los cónsules extranjeros asesoraban tanto al presidente como a los opositores. Como ellos venían del extranjero, uno podría suponer que ellos proporcionaban asesorías objetivas sobre la situación política. Ése no fue el caso, ya que ellos representaban los intereses de sus propias naciones. Los presidentes extranjeros fueron empujados a menudo por la burguesía local a participar y a asesorar a ambas partes. La burguesía buscaba estabilidad y orden para prosperar en su comercio y reducir las posibilidades de una intervención armada que pudiera causar daños a sus propiedades y las temibles pérdidas económicas. Cuando los cónsules tenían éxito en prevenir cualquier catástrofe y posibles baños de sangre, ellos eran abundantemente compensados. Por ejemplo, la cena de gala ofrecida a los cónsules por la burguesía en mayo de 1870 después del colapso de la administración de Salnave.[33]

Como he mencionado antes, la ocupación estadounidense transformó el ejército militar haitiano de una institución fragmentada en una organización profesional, de unidades regionales desarticuladas a una burocracia centralizada, y de un “director” a un “mediador” en la política haitiana. Para algunos políticos dicha transformación era un sueño convertido en realidad.

Los datos analizados por Laguerre ponen de relieve varias dimensiones de las relaciones cívico-militares en Haití durante el periodo de la ocupación estadounidense. El contexto de esas relaciones, así como de los actores, han cambiado con el tiempo; por ello, es productivo el estudio de esas relaciones en términos de su evolución histórica.

Aunque al principio los marines estaban completamente a cargo de las institución militar, hacia el final de la ocupación tenían una posición más moderada. La fuerza imponente de sus relaciones con el gobierno y la población civil en gran medida disminuyó con el tiempo. En varias ocasiones, los infantes de marina reaccionaron a paros cívicos y reprimieron a la población civil. También adaptaron de diferentes maneras las estructuras de la Gendarmería para afrontar nuevos retos, según fuera necesario para proteger a los políticos y la burguesía pro-americana y, para perseguir a los cacos.

Las relaciones cívico-militares durante la ocupación estadounidense tomaron la forma por el papel hegemónico desempeñado por los marines y la forma de tomar las decisiones, que bajo ninguna manera intervenía la oficina del presidente de Haití, sino más bien era una ruta directa desde el Departamento de Estado norteamericano. La presencia de los marines sirvió como elemento de disuasión a cualquier potencial coup d’état. Aunque había tensión entre el poder ejecutivo del gobierno haitiano y la gendarmería, no había manera de llevar a cabo un golpe militar porque paradójicamente, los Estados Unidos habían tomado la decisión de permitir un gobierno civil durante la ocupación.

Los infantes de marina fueron capaces de permanecer en Haití en la medida en que ellos mantuvieron buenas relaciones con el gobierno y un segmento influyente de la sociedad haitiana. Los distintos gobiernos nacionales civiles fueron capaces de completar sus términos en el cargo, ya que fueron respaldados por los infantes de marina y una parte de la población. De hecho, las actitudes y las respuestas de la población civil se convirtieron en el principal medio para medir la posibilidad de supervivencia tanto del gobierno central como de los marines.

Una vez que un largo segmento de la población se desencantó con el gobierno haitiano y comenzaron a retractarse del apoyo a las fuerzas de ocupación estadounidense, los políticos civiles y los potenciales candidatos presidenciales se vieron obligados a unirse en torno al movimiento de las voces anti-estadounidenses.

Cuando acabó la intervención subió al poder Stenio Vincent, un mulato. Su estancia en el gobierno puede caracterizarse como de transición, ya que presidió sobre la retirada de las tropas norteamericanas. Haití se quedó bajo la supervisión de la nueva Guardia de Haití, milicia creada y controlada por los Estados Unidos con una oficialidad en su mayoría mulata. Con la creación de la Guardia, el ejército norteamericano cortó de tajo la vieja tradición de las milicias personales y regionales que actuaban al mando de distintas facciones y, con ello, centralizó el poder político en un solo departamento, el Centro, donde se encuentra la capital nacional Puerto Príncipe. Esta reforma militar, por sí sola redefinió el juego político hasta entonces vigente en Haití, a favor de la élite mulata e inauguró fenómenos político-sociales de la mayor trascendencia para Haití.[34]

La administración del mulato Stenio Vincent puede caracterizarse como de transición ya que presidió la retirada de las tropas norteamericanas. Haití quedó controlado por la Guardia Nacional con una oficialidad en su mayoría mulata. Y con esta nueva etapa se inauguró una nueva relación con los Estados Unidos por la política del Buen Vecino. Con la presidencia de Elie Lescot (1941-1946), -presidente aprobado por la administración gringa- Haití entró de nuevo en viejos conflictos: al retirarse la marina, ocho años después en 1942, los militares haitianos tomaron el control del ejército a través de la primera generación de oficiales graduados autónomamente por la escuela militar haitiana.

Era evidente que desde varias décadas atrás, se venían acumulando una serie de demandas provenientes de diversos sectores de la sociedad haitiana. La intervención yanqui sólo vino a interrumpir el proceso histórico haitiano de varias maneras, aunque en el terreno cultural, ésta motivó una reacción como nunca antes se había visto y sentido. Lescot en cierta medida era resultado del resentimiento de la élite mulata contra la política de los Estados Unidos, por generar la creación de un nuevo estrato social: la clase media negra, ante la cual se siente amenazado. Aunque tiene el apoyo del grueso de la oficialidad de la Guardia Nacional –que son mulatos-, de la embajada de los Estados Unidos y del dictador vecino Rafael Leónidas Trujillo. Además de este apoyo internacional, Lescot y la élite mulata tomaron cierta ventaja dentro de un contexto histórico mundial marcado por las siguientes políticas: cierto clima de vecindad pacífica con la política del “Buen Vecino” de Roosevelt que se caracteriza por el respeto a la autonomía de los pueblos y la no intervención; la preocupación norteamericana ante los submarinos alemanes en el Caribe y su deseo de ganarse el apoyo de todas las islas durante la segunda guerra mundial y por último, los nuevos ingresos al erario por los altos precios de productos haitianos en el mercado mundial. Por los intereses en juego, hay que resaltar que la política norteamericana es sólo un conjunto de consideraciones militares de Estado, en relación a la promoción de ciertas políticas reformistas en el Caribe[35]. Una mirada al resto del Caribe es importante para entender las coordenadas político-culturales y socioeconómicas de la región en su conjunto. En Puerto Rico, las concesiones a las clases trabajadoras marcaron un aspecto distintivo de la incorporación periférica hacia los Estados Unidos. A diferencia de otras ocupaciones militares en el Caribe, como Cuba, Nicaragua, República Dominicana y Haití, la estrategia en Puerto Rico se basó en hacer ciertas concesiones democráticas a las clases trabajadoras.

 

Desarrollo del movimiento nacionalista e indigenista

Más arriba mencionaba que quizás el surgimiento del movimiento nacionalista era el producto indirecto más importante dejado por la larga ocupación norteamericana. Este movimiento nacionalista se unifica hacia las postrimerías de la ocupación y define sus objetivos con una fuerza avasalladora durante el periodo post-ocupación. En los albores de los años treinta, el movimiento intelectual liderado por plumas brillantes a nivel mundial junto a organizaciones políticas cuya participación es de jóvenes de élite –principalmente negros de clase media- trabajan en conjunto para combatir la ocupación extranjera. Los términos de la lucha se plantearon esencialmente como una reacción no sólo a la ocupación, sino también al contexto social donde la población urbana comenzó a crecer. Al concentrarse la población de diversas zonas rurales en Puerto Príncipe, el equilibrio del poder político cayó casi completamente a favor de la burguesía mulata. Podría decirse que la intervención norteamericana fue un conflicto entre esta burguesía y la naciente clase media negra. El abanico de actores que surgió de esta batalla fue enorme y de gran trascendencia para el desarrollo político de ese lapso histórico y dejó sus remanentes para el periodo duvalierista.

Las respuestas de los radicales al escenario post-ocupación fueron variadas. Por un lado, se encontraban los radicales de élite, dirigidos por Jacques Roumain y Max Hudicourt, quines clamaban por una restructuración marxista de la sociedad haitiana, así como una política de atención diferenciada a las clases sociales existentes en Haití. Por el otro lado, estaba la clase media negra con su pliego de demandas y la construcción de un discurso político con énfasis en las diferenciaciones culturales que apuntaba hacia la incipiente producción del poder negro. Ambos grupos tenían en común el siguiente marcador: miraban siempre a Europa; África era una quimera. Los programas de ambos bandos postulaban una serie de políticas alternativas al contexto de la post-ocupación caribeña, así como al contexto europeo de la posguerra. Es muy importante anotar, que aunque ambos bandos surgen del movimiento nacionalista, muy poco tenían en común.

En los años treinta, las divisiones entre los grupos radicales más destacados se establecieron a lo largo de líneas ideológicas. El presidente Vincent permitió muy poco la movilización política. Por otra parte, la mayoría de la población urbana sufrió los efectos de la Gran Depresión. El desempleo cubrió amplias capas de la población. Y como marca la teoría sociológica de las revoluciones, la pobreza no es un factor que movilice a la sociedad, por ello durante este periodo, Haití también asistió a un esfuerzo muy grande por parte del movimiento comunista de trabajo en las bases trabajadoras. Esto comenzó a cambiar lentamente a medida que avanzaba la década y las condiciones económicas adversas empezaban a meterse dentro de la lógica de los alti-bajos.

La masacre de haitianos en 1937 del lado de la línea fronteriza de la República Dominicana marcó una diferencia profunda, ya que representó el primer desafío político grave para el régimen político después del periodo post-ocupación. Las débiles respuestas del gobierno haitiano a esta masacre contrastaron con las respuestas de justicia enarboladas por “los de abajo”. La consecuencia más productiva en éste sentido, fue el rompimiento del discurso nacionalista entre la sociedad y el régimen, y apuntaló una participación política más nítida ideológicamente hablando.

Con Lescot, la resistencia continuó. Bajo este régimen asistimos a una política de contención de la actividad política planteada por los grupos más radicales. Digamos que este régimen impuso un juego donde dio aliento al movimiento nacionalista y desplazó a los márgenes a los rojos y sus organizaciones. El resentimiento de clase y los intereses que representaba Lescot, se hicieron patentes en este periodo. Lescot fue incapaz de socavar la propagación del programa radical rojo y, los disidentes al régimen de todos colores y orígenes sociales se aglutinaron e idearon diversas formas de socavar al régimen. Finalmente, las tensiones y las diferencias ideológicas entre los grupos radicales a partir de 1946 fortalecieron a las fuerzas armadas y a las instituciones políticas establecidas.

Los desacuerdos ideológicos no hicieron más que debilitar a todo el bloque de fuerzas radicales. La incapacidad a la hora de conformar alianzas entre estos sectores, aunado a los cambios en las relaciones internacionales como resultado de la guerra fría, crearon en torno al sector radical, incertidumbres que fueron mal interpretadas al ser etiquetadas como comunistas. La actitud de los Estados Unidos al tratar de mantener el control que instauró durante la ocupación creo dos procesos antagónicos: al calor primero, de la expansión económica de los Estados Unidos en piso haitiano en detrimento del campesinado pobre, en segundo lugar, la intensidad y radicalidad del movimiento social se acrecentó.

El esfuerzo combinado de los socialistas y el nuevo grupo noiriste liderado por Daniel Fignolé avivó el debate contra el Estado antidemocrático. En muchos aspectos, las críticas desplegadas en contra del régimen no sólo atacaban las imposiciones de los Estados Unidos, sino también eran críticas contra la hegemonía impuesta por los mulatos. Al mismo tiempo, la presión de los Estados Unidos obligó a los radicales a reevaluar sus programas y plataformas. Fignolé, por ejemplo, cambió su retórica noiriste de mediados de la década de los años cuarenta a la siguiente década, en parte para evitar la desaprobación de los Estados Unidos y los oficiales haitianos en su conjunto. El resultado de todo esto fue un ambiente ambiguo que se trasladó a los análisis teóricos y programáticos de clase. El resultado más sobresaliente de los cambios producidos en el entorno político fue la intensificación de la lucha entre los diferentes grupos políticos. Los esfuerzos concertados entre las facciones noiristes y marxistas en su lucha por derrocar a Lescot se disiparon por la revolución de 1946.  El abandono del planteamiento de la situación social en términos de clase por el clásico conflicto colorista enarbolado por el gobierno de Estimé y, la apertura en términos de acceso al gobierno que este régimen proporcionó a la creciente clase media negra cambió, por completo la competencia política entre los distintos sectores.

Paradójicamente, para todos los grupos radicales el periodo posterior a 1946 se convirtió en un lapso de deterioro gradual. La falta de políticas consensuadas y focalizadas tendentes a cubrir a todos los sectores sociales fue uno de los errores históricos que a la larga, el único actor que pagó con un precio altísimo, fue el pueblo haitiano. La victoria pírrica de la revolución del 46 y sus secuelas dio paso a una serie de políticas caracterizadas por la ambigüedad en la era estimista. Al mismo tiempo que un mayor número de habitantes de las ciudades se beneficiaban del fortalecimiento de una conciencia anclada en la revalorización de la identidad nacional, gestada desde los años veintes, la competencia por el dominio del Estado resultó ser cada vez más peligrosa para la supervivencia de los partidos políticos progresistas y la oposición. Aunque el régimen de Estime luchó por adaptarse a los nuevos acuerdos económicos fue incapaz de superar los problemas inherentes de la debilidad del Estado.  Los primeros intentos por mejorar el bienestar social se desvanecieron y, en su lugar, tomó un peso cada vez más grande la lucha entre la facción noiriste por preservar el poder. Los nuevos políticos negros –quienes formaban parte de la vanguardia cultural en la década de los cuarenta- ahora sucumbían a la corrupción y al oportunismo. El gobierno de Estime se vio afectado por las presiones de la élite mulata, las cambiantes demandas de los sectores negros, la agitación laboral de parte del sindicalismo independiente y los partidos marxistas y, optó por poner en marcha una política represiva como la de su homólogo anterior.


Max Beauvoir, líder supremo del vudu en Haití
http://palabrademujer.wordpress.com/tag/derechos-humanos/page/7/

Hacia 1950, el movimiento radical era débil y marginal. Entre las mayores contribuciones del movimiento post-ocupación pueden destacarse las siguientes: crítica sostenida a las divisiones sociales existentes, así como a la ideología dominante de la élite que se manifestó en el surgimiento de periódicos de la oposición; la formación de partidos de izquierda y sindicatos constituyó un importante elemento de protesta. La politización de la población urbana en gran medida analfabeta fue obra de los esfuerzos de estos grupos. Esta politización y movilización social influyó en la obtención de ciertas mejoras laborales. Aunque son pocos logros en realidad, la importancia de éstos no debe hacerse a un lado. A nivel individual, el compromiso de estos militantes con la justicia social serviría de inspiración a generaciones más jóvenes durante la dictadura duvalierista. Periodistas radicales, intelectuales, estudiantes y dirigentes populares asumieron riesgos a nivel personal en su intento por dibujar un Haití más democrático, en contraste con el ostracismo representado por las clases hegemónicas. Hostilidades repetidas, detenciones, encarcelamiento, exilio e incluso la muerte, fueron los altos precios que pagaron algunos de los líderes más destacados de ese periodo.  Incluso el magnetismo de Daniel Fignolé a nivel popular fue producto de su resistencia al tratamiento represivo y a los abusos por parte del Estado hacia las movilizaciones.  Él mismo en persona sufrió diversos ataques. El resultado de esta resistencia y denuncia adquirió alta estima dentro de la juventud revolucionaria de 1946, liderada por Jacques Roumain y la popularidad in crescendo de Fignolé y su partido, el MOP. Durante este periodo se gestaron líneas de acción programáticas e ideológicas que tendrán una influencia extraordinaria uno, dos o tres quinquenios más tarde, aún dentro de la dinámica de la larga noche duvalierista.

Las actividades de las organizaciones radicales expusieron de manera directa las debilidades inherentes de las instituciones del Estado. Otro de los resultados trascendentales de la ocupación es la reafirmación de poder hacia la élite mulata, quienes históricamente, reclamaban el mando para sí a través de su supuesta superioridad racial. Bajo la administración de Vincent y especialmente con Lescot, la burguesía haitiana en su conjunto, experimentó el más largo periodo de dominación en términos económico-políticos, después de las turbulencias acontecidas con el cambio de siglo.

La vanguardia radical de las élites tradicionales, así como las luchas de los sectores de las clases medias a través de la acción de sus órganos de lucha, huelgas y protestas fueron los responsables de sacar a la superficie las contradicciones y dinámicas que en torno al poder de las élites tradicionales y el Estado en su conjunto, habían permanecido ocultas, tras el velo del conflicto colorista y la lectura nacionalista. Desde este mirador, el nacionalismo burgués defendido por Vincent falló después de las protestas a la masacre de haitianos en suelo dominicano en 1937-1938. En el periodo post-ocupación, el estado haitiano encerrado en sus contradicciones estructurales adoptó una política represiva para combatir la disidencia política. Esta línea de acción gubernamental sólo exacerbó un mayor descontento popular, el ahondamiento de la crisis política y una guerra encarnizada entre ciertos sectores de la élite tradicional por la carrera presidencial. Es decir, los distintos frentes de violencia y conflictos abiertos a raíz de la ocupación se reflejaron primero, en una estructuración más rica y nítida de los macrosujetos sociales históricos (el obrero y el campesino); en segundo lugar, las formas y los discursos de las élites tradicionales sufrieron varias transformaciones que dentro de la crisis generalizada abonaron hacia la construcción de un interregno político marcado por una gran incertidumbre, que sería resuelta indirectamente con la elección de Duvalier en 1957. La respuesta evidente a este interregno político-cultural y económico fue el silenciamiento por medio de la instauración de un Estado de terror.

Otro aspecto que redefinió el avance de las ideas radicales fueron los notables cambios dentro de la cultura política haitiana en su conjunto. Por cultura política comprendo:

Entendemos la cultura política como un lenguaje de comportamiento compuesto por la “gramática” (la langue) y el “habla” (la parole). La gramática es el conjunto de categorías y reglas que representa la continuidad en la cultura, y el habla en su comportamiento lingüístico, el cual es por naturaleza variable. Los cambios que se van dando en una sociedad (tecnológicos, económicos, políticos), deben enfrentarse a su estructura, y el resultado de la adecuación entre las fuerzas conservadoras y las del cambio va constituyendo su historia; los cambios son interpretados y asimilados por la continuidad de la cultura. Los grandes y bruscos cambios en la gramática cultural se dan en momentos cataclísmicos (conquista, guerras, revoluciones). De otra manera, los cambios son lentos; los eventos van actuando sobre la cultura en forma gradual. La gente actúa, absorbe y asimila los cambios a partir de la gramática cultural pre-existente. En ello consiste la dinámica de la continuidad y el cambio. En este contexto, la cultura política vendría a ser la gramática de las relaciones de dominación/subordinación/cooperación; es decir, la gramática del control social: del poder y su forma de expresarse. Proponemos definir la cultura política sobre la base de:

  1. la estructura de las redes sociales que tienen relación con el poder  y
  2. el sistema simbólico que la legitima y retroalimenta.[36]

Estos cambios evidenciados dentro –desde mi opinión- en la conformación de culturas políticas más estables y estructuradas fueron el resultado de la expansión de las ideas radicales de la élite militante al incorporar a la juventud, los profesionistas y las clases populares de Puerto-Príncipe. Estos grupos, en general, excluidos tanto del discurso político así como del escenario político, se convirtieron en una parte importante de los movimientos de oposición de los años cuarenta. Sin embargo, no alcanzó para poner frente a la llegada al poder de François Duvalier. La elección del noiriste Dumarsais Estimé en 1946 abre una etapa nueva dentro de la política electoral haitiana: la entrada en acción de una nueva élite profesional negra que contaba con el apoyo de las clases bajas en Puerto Príncipe además del apoyo del campesinado con propiedades, llamado “grand negre.”[37] De esta élite, surgen no sólo Estimé, sino el mismísimo François Duvalier (su Ministro de Salubridad). En 1949 fue derrocado por la élite mulata y subió al poder un presidente provisional: Daniel Fignolé. A su caída, el ejército haitiano había ya sufrido cambios de enorme trascendencia: a través de purgas, numerosos elementos mulatos fueron obligados a abandonar las fuerzas armadas y en su lugar, ascendieron no sólo oficiales sino numerosos soldados “rasos” negros pertenecientes a la clase media negra. En este interregno, el gobierno provisional militar encabezado por Antoine Kebreau al mando del Consejo Consultivo del Gobierno lanzó una reforma electoral de enorme trascendencia para el desarrollo político del país: reformó la constitución y creo el voto directo (universal) para las elecciones presidenciales.

Hasta antes de 1957, el voto para la elección presidencial era un privilegio que sólo las élites propietarias tenían. Con su aparición en escena, el voto universal y directo significó la pérdida definitiva del poder de selección del Congreso y, a la vez, de los mulatos, quienes lo controlaban. Como dice Anthony P. Maingot,

El voto universal significó la entrada del campesinado –el 80% de la población- como votante.[…] Cada partido estaba autorizado a entregarle a este campesinado el boleto del partido; ese era su voto. Duvalier fue el que más controló este voto campesino en las regiones más populosas del país por medio del control que ejercía sobre los importantísimos chefs de Section y los Houngan de la religión vudú.[38]

Y aún más:

Como el voto directo para la presidencia significó la pérdida del poder de selección del Congreso y a la vez de los mulatos que la controlaban, Duvalier logró conseguir dos cosas: quitarle el poder a un sector social y ganarse constitucionalmente todo el poder de una presidencia casi sin límites. El lazo líder-pueblo no tenía intermediarios.[39]

Sólo me resta recordar brevemente las imbricadas relaciones que se establecieron entre el gobierno, el ejército, la sociedad civil, y los diferentes agentes del aparato religioso haitiano. Los dramáticos cambios que se suscitaron a lo largo de la primera mitad del siglo XX abrieron la puerta a numerosos fenómenos políticos, culturales, sociales y económicos. Dado el desarrollo histórico de las complejísimas relaciones cívico-militares y la tenue línea de separación con el universo simbólico, en particular, la religión vudú, es que se puede traer a escena, uno de los escenarios velados, quizás ocultos del accionar “ideológico” y concreto de las fuerzas armadas haitianas. Insertas dentro de un particular mirador cultural, no son ajenas en absoluto a la cotidianeidad ni al aparato social del cual forman parte. De esta forma, el proceso de legitimación de estos cuerpos, junto con el de las élites, toma la forma y fondo de la matriz simbólico-identitaria de la cual se nutren. El objetivo de Papa Doc –y de los regímenes anteriores- era claro: investir al vudú y a sus agentes concretos con los modelos, normas, discursos y representaciones de las élites para socavar desde dentro cualquier lectura disidente venida del vudú, es decir, han buscado siempre domesticar el vudú. Este proceso no es único ni mucho menos nuevo. En realidad, este proceso ha andado y permeado tanto al sur como al norte. La religión –en este caso el vudú- no es ajena a las contradicciones socioeconómicas y político-culturales que atraviesan a la sociedad haitiana, ya que el vudú constituye un lazo de expresión de estas contradicciones.[40]

Desde esta perspectiva, toda relación de dominación que pretenda perpetuarse como tal siempre aspira a crear su propia legitimidad, regla de oro a la que todos los regímenes están sometidos. El duvalierismo, revestido con varios ropajes, buscó a través de variados conductos envolver a su régimen con el prestigio de lo obligatorio y legítimo. Desde el comienzo de su régimen, Duvalier hizo frente a la necesaria configuración de un entramado simbólico con el cual poder conformar su autoridad[41] y legitimidad.

 


Notas:

[1] Licenciada en Estudios Latinoamericanos por la Universidad Nacional Autónoma de México.

[2] La profunda crisis sin precedentes que acarreó consigo el terremoto del 12 de enero del 2010, ya ha sido “explorada” parcialmente por Laennec Hurbon., quien relata que: “Es lo que yo llamo el año cero, un momento en el que todo empieza: hay un antes y un después […] La catástrofe natural, dice, es un final, pero también un comienzo, porque es un nuevo punto de partida para el país. […] Cada persona tiene una historia particular. Cada persona dice “es un destino”. A eso se suma el recuerdo que tienen quienes practican vudú. EL 6 de enero, usualmente en Haití hay muchas ceremonias, porque es el Día de los Reyes. Y hubo una ceremonia muy importante en la que las divinidades no aparecieron, no se manifestaron. Eso no es habitual. Nadie sabía el porqué de esa ausencia. Después del terremoto, los sacerdotes del vudú dijeron que las divinidades del vudú sabían algo, que conocían que había algo en preparación en el país y no aparecieron a causa de eso. En Haití hay una cuestión cultural muy fuerte con respecto a las costumbres funerarias. La población tiene la costumbre de homenajear a sus muertos, y que no haya podido hacerlo esta vez significa que hay un drama cultural muy profundo que la población está viviendo. Durante muchos días, todo el mundo vivió con los muertos, con los cadáveres cerca, en las calles. Eso es muy trágico. […] Es realmente un problema. Estoy haciendo una reflexión sobre este tipo de trauma. […] Después del terremoto, se hicieron tres días de plegarias, de oraciones, en las plazas públicas, participaron las religiones más importantes. Fue una reacción masiva, frente a la ausencia del Estado, o mejor dicho falta de presencia. Y también como reparando, o buscando llenar la falta de la explicación al evento. Porque la explicación científica no es muy fácil de aplicar en estos casos, cuando un terremoto pasa y súbitamente todo se derrumba... Va a haber que trabajar mucho en las escuelas, no tanto para hablar sino para hacer hablar. Hay que simbolizar la situación.” en: Vallejos, Soledad, Entrevista a Laennec Hurbon en: Página 12, 17 de septiembre de 2010, http://www.pagina12.com.ar/diario/sociedad/3-143725-2010-04-12.html

[3] Dirá Juan Bosch: “El pueblo de Haití tiene en su haber una revolución fenomenal, la más compleja que se ha hecho en la Edad Moderna; la única que fue a un mismo tiempo una guerra social, de esclavos contra amos; una guerra racial, de negros contra blancos y mulatos; una guerra civil, de negros y mulatos del norte y del oeste contra mulatos y negros del sur; una guerra internacional, contra españoles e ingleses, y una guerra de independencia, de colonia contra metrópoli”, tomado de: Bosch, Juan, “Prólogo” en: Pierre-Charles, Gérard, Haití. Radiografía de una dictadura, Editorial Nuestro Tiempo, México, 1969, p.9.

[4] Casimir, Jean, Haití y sus élites: el interminable diálogo de sordos en: Foro Internacional 194, vol. XLVIII, núm. 4, oct.-dic. 2008, p. 817.

[5] Pierre-Charles, Gérard, La Economía Haitiana y su vía de desarrollo, México, Cuadernos Americanos, 1965, pp. 47-48.

[6] Casimir, op. cit., p. 811.

[7] Graffenstein Gareis, Johanna von, Haiti, una historia breve, México, Instituo Mora-Universidad de Gaudalajara-Alianza Editorial Mexicana, 1988, (Colec. América Latina, una historia breve), pp. 121-122.

[8] Fouchard, Jean, La trata de negros y el poblamiento de Santo Domingo, s. l., s. e., s. f., p. 317.

[9] Ibidem. 317.

[10] Fouchard, p. 322.

[11] Barthelemy, Gérard, Le role des Bossales Dans l’émergence d’une cultura de marronnage en Haïti, en: Cahiers d’études africaines, Vol. 37, núm. 148, 1997, p.839.

[12] Ibid., p. 854.

[13] Romero, Luis Alberto,  p. 307-309.

[14] Pierre- Charles, La economía, op. cit., p. 50.

[15] Hurbon, Laennec, Culture et dictadure en Haïti. L’imaginaire sous contrôle, París, Editions L’Harmattan.

[16] Hurbon, Laennec, Los misterios del vudú, Ediciones Grupo Zeta- Ediciones B, S. A. y Editorial Gallimard, 1998, p.  57.

[17] Brunner, José Joaquín, La cultura política del autoritarismo, en: Garretón, Manuel A. et al., Chile: 1973-198?, Revista Mexicana de Sociología-FLACSO, El Gráfico, Chile, p. 211.

[18] Castor, Suzy, La ocupación norteamericana de Haití y sus consecuencias (1915-1934), 1ª ed., México, Siglo XXI eds., 1971, p. 114.

[19] Korinman, Michel y Ronai, Maurice, Las Ideologías del territorio, en Diccionario de Ideologías, México, Edit. Nueva Imagen, p. 198.

[20] Ibid., p. 204.

[21] Hoernel, David, Las grandes corporaciones y la política del gran garrote en Cuba y México, en: Historia Mexicana, Vol. 30, No. 2, (Oct-Dic, 1980), pp. 211-212.

[22] Ibid., p. 212.

[23] Markoff, John y Montecinos, Verónica, El irresistible ascenso de los economistas, Desarrollo Económico, vol. 34, núm. 133, (abr-junio 1994), Argentina, pp. 3- 29.

[24] Ibid., p. 23.

[25] Lagroye, Jacques, Sociología política, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 1993, p. 226.

[26] Comenzaré con una larga anotación al respecto, con el fin de rescatar algunas de las características más sobresalientes del proceso norteamericano, mirando siempre una mejor explicación del caso haitiano. Primero, es evidente que las relaciones sociales y económicas entre los militares y el resto de la sociedad normalmente reflejan las relaciones políticas entre el cuerpo de oficiales y el Estado. En segundo lugar, resaltaré lo siguiente: “La habilidad del oficial no es ni un oficio […] ni un arte, […] es una habilidad intelectual extraordinariamente compleja. […]” En este sentido, “la habilidad peculiar del oficial es la administración de la violencia, no el acto de violencia en sí mismo. […] La administración de la violencia […] es un proceso constante de desarrollo, [por lo cual es necesario] un amplio trasfondo de cultura general para dominarla. Los métodos de organizar y aplicar la violencia en cualquier estadio de la historia están íntimamente vinculados con todo el modelo cultural de la sociedad.” Lanzaré la siguiente hipótesis al respecto: la invasión de Haití constituyó para los marines un enorme campo de laboratorio. No son casuales el conjunto de estrategias que el ejército yanqui desplegó: a) medidas económico-administrativas y b) medidas político-culturales: profesionalización del ejército y conceptuación de la intervención como un proceso de carácter civilizatorio. No debe olvidarse el hecho de que durante la ocupación, se realizó una campaña antisupersticiosa, ayudados claro está por la Iglesia. Este es un dato toral pues más adelante, unos cuantos años más tarde, las campañas antirejetés catapultarán no sólo la lectura indigenista propuesta por una serie de intelectuales-políticos haitianos de primer orden, sino que serán definitorias a nivel electoral, en 1957. Regresando ahora a la historia de conformación de los Estados Unidos, es más que evidente, que como dice Huntington: “La gente que actúa de la misma forma a lo largo de un prolongado período tiende a desarrollar hábitos distintivos y persistentes de pensamiento. Su excepcional relación con el mundo les da una perspectiva única y los lleva a racionalizar su comportamiento y su papel.” (Huntington; 1995, p.73). En el caso de los militares norteamericanos, la derrota sureña de 1865 le permitió a los Estados Unidos lograr un grado excepcional de homogeneidad ideológica en las siguientes décadas.

[27] Huntington, Samuel P., El Soldado y el Estado. Teoría y política de las relaciones cívico-militares, Grupo Editor Latinoamericano, Argentina, p. 105.

[28] Huntington, El Soldado y el, op. cit., p. 105.

[29] Michel Korinman y Maurice Ronai desarrollan una teorización muy interesante sobre la categoría “territorio”. Esta se convirtió en una idea nueva en el siglo XVIII al transformarse en la figura central de las conductas y discursos del poder. Son estos dos sociólogos caribeños a quienes se les debe la paternidad del concepto “cratografía”, el cual explica el proceso de “transcripción de un poder en el espacio”, en: Chatelet, François, Historia de las Ideologías, México, Premia Editora, Tomo III, pp. 189-211.

[30] Laguerre, Michel S. The Military and Society in Haiti, The University of Tennessee Press-Knoxville, Hong Kong, 1993, pp. 11-15.

[31] Es más que evidente que esta situación no se dio únicamente en Haití. Antes bien por el contrario ha sido una práctica que las mismas potencias europeas han usado en determinados momentos históricos.

[32] De nueva cuenta, el caso haitiano no es único. El sistema político mexicano en su conjunto ha participado de estas prácticas antiguas. El texto Los brujos en el poder. El esoterismo en la política mexicana del periodista José Gil Olmos es una muestra extraordinaria –y en ciertos casos patética- de la cosa nostra.

[33] Laguerre, op.cit., pp. 23-62.

[34] Laguerre, op. cit., p.

[35] Grosfoguel, Ramón, Antipatía frente a la soberanía. Lógicas globales y colonialismo en Puerto Rico, en: Aportes, http://www.nuso.org/upload/articulos/2763_1.pdf,  consultado el 13 de octubre de 2011, p. 22-23

[36] Adler Lomnitz, Melnick, Ana, F.C. E., México, 1998, pp. 11-12.

[37] Sobre este tema, ver el trabajo de David Nicholls Haïtí: From Dessalines to Duvalier, Londres, Macmillan Caribbean, 1996.

[38] Maingot, Anthony P., Haití paradójico. Su sistema político y su cultura política, p. 127, consultado el 13 de enero de 2012, en: http:www.bibliojuridica.org/libros/4/1990/9.pdf

[39] Ibid., p. 127.

[40] Hurbon, Culture et dictadure en Haïti, op. cit., p. 19.

[41] El concepto de autoridad utilizado en este trabajo es el siguiente: “…es una modalidad de poder que se funda en un sistema de creencias compartidas. Estas creencias constituyen para el grupo la fuente de legitimación de las jerarquías de decisión y de mando, así como de la obligación de someterse a las reglas establecidas”, en: Giménez, Gilberto, Poder, Estado y Discurso. Perspectivas sociológicas y semiológicas del discurso político-jurídico, México, UNAM, 1989, p. 13.

 

[div2 class="highlight1"]Cómo citar este artículo:

TOVAR GARCÍA, Brenda I., (2012) “Rearmando el rompecabezas: una lectura cruzada sobre la llegada de Papa Doc al poder”, Pacarina del Sur [En línea], año 3, núm. 11, abril-junio, 2012. ISSN: 2007-2309.

Consultado el Jueves, 28 de Marzo de 2024.
. Disponible en Internet: www.pacarinadelsur.comindex.php?option=com_content&view=article&id=433&catid=5[/div2]