La visión del indígena de la pampa argentina en la obra Martín Fierro de José Hernández[1]

Texto acerca de la construcción del indígena “del desierto” en el discurso literario durante la segunda mitad del siglo XIX en Argentina. El Martín Fierro de José Hernández posibilita visualizar cómo se gesta el imaginario social en torno al problema indio que sirvió para que la opinión pública diera su apoyo a la hora de decidir el destino de los pueblos originarios durante las campañas militares “del desierto” de las décadas de 1870 y 1880 efectuadas contra los indígenas del sur argentino y del Chaco. De esta forma, se aborda un análisis del poema épico Martín Fierro para ver el tratamiento del llamado problema indio y, particularmente, los horrores del cautiverio, los padecimientos de la mujer cautiva, según este autor.

Palabras clave: poema gauchesco, salvaje, desierto, malón, cautiva

 

José Hernández (1834-1896) vio publicada la primera parte del Martín Fierro a fines de 1872[2], este poema alcanzó la undécima edición hacia 1878, “con la que ya se había llegado a la enorme cantidad de 50.000 ejemplares”, lo cual da cuenta de su notable aceptación entre el público argentino.[3] Sobre este particular, Operé sostiene que “Considerando la general aceptación del poema, que tuvo numerosas ediciones en un breve período de tiempo, no es de extrañar que su visión del indio se aceptase también.”[4] Vanni Blengino dice que el ritmo narrativo del poema es cautivador, que el propio Jorge Luis Borges propuso leerlo como si se tratara de una novela, pero, además, las estrofas del poema evocan las coplas gauchescas que provocó “un éxito popular jamás conocido antes.”[5] Según comenta Eujanián, “en 1872, nada hacía prever la difusión que alcanzaría un poema gauchesco que, con el tiempo, se convertiría en un paradigma no sólo en relación al género sino también respecto del conjunto de la historia de la literatura argentina.”[6]

Rugendas, El rapto. Rescate de una cautiva, 1848
Óleo sobre tela, 80 x 100 cm. Colección Horacio Porcel. Pintura Argentina, Proyecto Cultural Los Colegios y el Arte. Breve Panorama del Período 1830-1970, Argentina, Ediciones Banco Velox, s/f, p. 17.
La segunda parte del poema, La vuelta de Martín Fierro, fue escrita hacia 1878 y publicada en 1879. Es decir su elaboración coincide con el año en que se efectuaban las “campañas de ablande”[7] contra los indios de la pampa, previas a la Campaña del desierto de 1879 encabezada por el general Roca. Según Operé, para este tiempo el “enfrentamiento con las tribus fronterizas se había radicalizado mientras que los estancieros se iban estableciendo como grupo de poder, incorporando a los gauchos a las estancias como fuerza de trabajo.” En el poema los resultados de la guerra contra el indio quedarán evidenciados con los siguientes versos:

Las tribus están deshechas;
Los caciques más altivos
Están muertos o cautivos,
Privaos de toda esperanza,
Y de la chusma y de lanza,
Ya muy pocos quedan vivos.[8]

Ezequiel Martínez Estrada afirma que “Hernández sentía una repugnancia de todo género hacia el indio, y en esto coincidía con el sentimiento unánime del habitante del campo y de las ciudades” y que durante “los siete años que transcurren entre una y otra Parte se ha acentuado mucho en el Autor la opinión corriente de que era preciso exterminar al indio, y hasta lo celebra en alguna estrofa: Besé esta tierra bendita Que ya no pisa el salvaje”.[9] Hernández, quien fuera escritor, político y periodista, sí había conocido, por lo menos tratado directamente, a los indios; cuando joven se dedicó al comercio de compra-venta de ganado, ya que lo ejercía en la línea de frontera con los indígenas de la pampa, por eso también podía escribir sobre los gauchos. De hecho, ese es el punto que deseo destacar, a Hernández le interesaba defender al gaucho, no al indio salvaje. Los gauchos habían sido diezmados por la construcción de la Línea del ministro Adolfo Alsina, una trinchera que se suponía iba a detener los malones sobre la provincia de Buenos Aires, pero lo único que consiguió fue acabar con una gran cantidad de gauchos que habían sido obligados a trabajar en ella. A Hernández los indios no le interesan, no para defenderlos, pero sí para representarlos como lo verdaderamente salvaje, bárbaro, incivilizado. ¿Por y para qué habría de defenderlos? ¿Cómo habría de hacerlo? Tan sólo un ejemplo de esto que digo:

El indio pasa la vida
Robando o echao de panza.
La única ley es la lanza
A que se ha de someter.
Lo que le falta en saber
Lo suple con desconfianza.

(...) Su pretensión es robar,
No quedar en el pantano;
Viene a tierra de cristianos
Como furia del infierno;
No se llevan al gobierno
Porque no lo hallan a mano.[10]

J. A. B. Beaumont es el autor de Viajes por Buenos Aires, Entre Ríos y la Banda Oriental (1826-1827). Cuando este viajero, -que se había trasladado a Argentina en 1826 “Al cuidado de doscientos inmigrantes ingleses que venían a instalarse en la provincia de Entre Ríos”-, describe la pampa, introduce “el fenómeno de las grandes quemazones veraniegas en la voz de una anciana que aseguraba haberse salvado de las furias de las llamas por la intercesión milagrosa de San Francisco.” Asimismo, el texto de Beaumont incluye el relato de una mujer que logró escapar de su cautiverio entre los indios:

Mientras estuve en Buenos Aires, me dieron el nombre de una señora que había sido llevada por los indios después de haber presenciado el asesinato de su esposo y de sus sirvientes y el saqueo de su estancia. Vivió así con la tribu largo tiempo, sufriendo toda clase de afrentas y siendo compelida a cocinar y trabajar para los indios; por último, un día, después de acechar mucho tiempo la oportunidad, pudo escapar y anduvo huyendo durante la noche y escondiéndose ella y su caballo, entre los cardales durante el día, hasta que llegó así a su establecimiento de campo cerca de Buenos Aires.[11]

 

Incluyo un fragmento del poema que mucho se parece al relato de Beaumont. Me refiero a la captura y al escape de la  cautiva salvada por el gaucho Martín Fierro. Cuando éste se entera de su desgraciada suerte, venga la muerte del hijito de la cautiva matando a su cruel asesino, el indio, quien, además, era marido de esta mujer, y luego la  ayuda a escapar atravesando el desierto hasta encontrar sitio seguro:

Más tarde supe por ella
De manera positiva,
Que dentró una comitiva
De pampas a su partido,
Mataron a su marido
Y la llevaron cautiva.

(...) Se alzó con pausa de leona
Cuando acabó de implorar;
Y sin dejar de llorar,
Envolvió en unos trapitos
Los pedazos de su hijito,
Que yo le ayudé a juntar.

Desde este punto era juerza
Abandonar el desierto,
Pues me hubieran descubierto,
Y aunque lo maté en pelea,
De fijo que me lancean
Por vengar al indio muerto.

(...) Para ocultarnos de día
a las vista del salvaje,
ganábamos un paraje
en que algún abrigo hubiera,
a esperar que anocheciera
para seguir nuestro viaje.

“Empilchándose”, Florencio Molina Campos, Almanaque Febrero 1935
http://www.gerpe.com/molinacampos/molartestimonio2.html Consultado 17 de septiembre de 2006.

(...) Nueva pena sintió el pecho
Por Cruz, en aquel paraje;
Y en humilde vasallaje
A la Majestá Infinita,
Besé esta tierra bendita,
Que ya no pisa el salvaje.

Al fin la misericordia
De dios nos quiso amparar.
Es preciso soportar
Los trabajos con constancia.
Alcanzamos una estancia
Después de tanto penar.

Ahí mismo me despedí
De mi infeliz compañera...[12]

Estos versos no sólo remiten a Beaumont, también podrían recordar La cautiva de Esteban Echeverría. Por ejemplo, cuando las mujeres son liberadas de su cautiverio en las tolderías indias cuyos habitantes fueron pasados a cuchillo:

Horrible, horrible matanza
hizo el cristiano aquel día;
ni hembra, ni varón, ni cría
de aquella tribu quedó.
La inexorable venganza
siguió el paso a la perfidia,
y en no cara y breve lidia
su cerviz al hierro dio.

(...)Las cautivas derramaban
lágrimas de regocijo:
una al esposo, otra al hijo
debió allí la libertad[13]

O las estrofas dedicadas a la huída de Brian y María a través del desierto, la forma como se ocultaron en el pajonal, las miles de vicisitudes que tuvieron que padecer y que Brian no puedo soportar. Lo más terrible es que cuando María llega por fin a casa se entera que su hijito fue muerto por los indios. Entonces, a ella no le queda otro remedio que no sea el de morir, pero su espíritu y el de Brian vagarán en el desierto como luces que espantan a los indios salvajes. Con esta representación tan ominosa de los indígenas de la pampa, tanto en el poema de Echeverría como en el de Hernández, ¿cómo se podría considerar otra salida que no fuera la del exterminio de los indios salvajes del desierto? Blengino sostiene que el personaje del Martín Fierro, cuando “toma partido contra los indios y espera que el ejército del general Roca [...] extirpe esa raza”, asume “una ruptura radical con una etnia cuya sangre corre por las venas de muchos gauchos.”[14] El recurso del topos del cautiverio empleado por Hernández en su poema no hace sino afianzar esta idea de exterminio como solución final:

Es cierto que el cautiverio en Chile, la Argentina y el norte de México en los siglos XVIII y XIX generó una serie de problemas sociales, económicos y políticos concretos con los que las sociedades de fronteras[15] se tuvieron que enfrentar. En este nivel no hubo ficción. La ficción proviene de los duros modelos que se proyectaron en la literatura, modelos cambiantes al ritmo de una sociedad enfrentada a profundas modificaciones. En el caso argentino, los indios no cabían en los planes civilizadores del estado fundacional tan miope en sus análisis sociales. Tras el final de la campaña del desierto de Roca en 1884, las tribus malonas [sic] desaparecieron en el extenso poniente de la Patagonia dejando tan sólo espacio para la elegía de pueblos que lucharon hasta el fin por su supervivencia.[16]

Operé señala que “Podría decirse que hubo cautivos de los indios y cautivos de la literatura, puesto que la ficción se encargó de cincelar estereotipos y fijarlos en la imaginación popular.”[17] De esta forma, me permito incluir un fragmento del relato de Hudson[18], Marta Riquelme, que apareció en el libro de cuentos El ombú publicado en 1902, obviamente mucho tiempo después de las campañas militares contra los indios. Se refiere a una mujer de Jujuy que, en compañía de su hijito, viajó hacia San Luís en busca de Cosme, su marido, quien había sido enrolado por el ejército. La trama se desarrolla en la década de 1840, durante el rosismo. El convoy en el que Marta y su hijito viajaban fue asaltado por los indios y ella fue capturada. A partir de ese momento, inician los terribles sufrimientos de esa mujer, según el dramático cuadro ofrecido por el autor, que emplea como recurso narrativo la voz de uno de los personajes del cuento, un sacerdote apellidado Sepúlveda, quien relata la historia:

Cuando los indios atacaron al convoy con el cual ella viajaba, sólo mataron a los hombres, cautivando, a la vez, a las mujeres y a los niños. Al repartirse ellos el botín, le arrancaron de los brazos al niñito, que en ese largo y fatigoso trayecto por el desierto, con la perspectiva de una cruel esclavitud, le había servido de consuelo, y se lo llevaron a un lugar distante, y desde ese momento lo perdió enteramente de vista. La compró un indio que podía pagar una hermosa cautiva blanca, y luego la hizo su mujer. Para Marta, una cristiana, la esposa de un hombre al que amaba demasiado bien, este terrible destino que le sobreviniera fue insoportable. También estaba loca por la pérdida de su hijito, y dejando una noche obscura y borrascosa la toldería de los indios, se escapó. (…) Su dueño, cuando le fue devuelta, no le tuvo ninguna compasión: la ató a un árbol que crecía al lado de su toldo, y allí todos los días la azotaba desnuda, para satisfacer su furia salvaje, hasta que la pobre mujer estuvo a punto de morir de sus extremados sufrimientos. También le cortó el pelo, y trenzándolo, hizo con él una faja, que siempre llevaba a la cintura, trofeo dorado que, sin duda, le ganó gran honor y distinción entre sus compañeros.[19]

Ángel Della Valle, La vuelta del malón
Óleo sobre tela, 186,5 x 292 cm. Museo Nacional de Bellas Artes, Buenos Aires, Argentina. Reproducción de tarjeta postal impresa en Argentina en los Talleres Gráficos Castiglioni. Editado por Asociación Amigos del Museo Nacional de Bellas Artes, 2003.
La mujer es rescatada, pero su esposo la repudia. Ella enloquece y huye al monte en donde, “entre terribles gritos” se convierte en el trágico kakuy o kakué, el pájaro cuyo extraño grito parece reproducir la “agonía y desesperación” de los seres humanos desdichados, tan desdichados como esa excautiva desesperada: “La intuición artística [de Hudson] ha sabido encontrar en las experiencias de las cautivas un dolor tan intenso como para hacer poéticamente verosímil la transformación maravillosa.”[20]

Se pueden observar los paralelismos con el poema de Hernández, verbigracia, la desaparición física de un niño, aunque en el caso de Marta Riquelme son dos, el que tuvo con su esposo blanco y el que procreó con su marido indio, y al cual perdió durante su huída cuando por fin pudo regresar a la civilización. De cualquier modo, en el poema de Hernández se atestigua la defensa que este autor hace de los gauchos; éstos, al igual que los indios, eran personas estigmatizadas como salvajes por la sociedad dominante; sin embargo, como ya se ha constatado, la imagen que Hernández brinda de los indios del desierto es pavorosa. Pero, aunque en el Martín Fierro sólo son redimidos los gauchos, éstos igual desaparecieron, fueron eliminados del paisaje pampeano cuando se introdujeron los elementos civilizatorios que los migrantes y sus oficios representaban. En consecuencia, el gaucho malo fue suprimido realmente de la escena nacional. Durante la década de 1870, el ministro de guerra Alsina ocuparía a los gauchos como mano de obra para abrir la zanja que llevaría su nombre. Estos trabajos forzados y la leva fueron factores decisivos en la destrucción de la vida gauchesca.[21] Parafraseando a Hurbon, real o imaginaria, la barbarie de los gauchos malos y de los indios serviría de pretexto para su exterminio.[22] Al parecer, los indios, y en mayor medida los gauchos, encontraron un mejor destino en la plástica y en la literatura nacional, no en balde estos últimos se convirtieron en un símbolo emblemático de la cultura argentina.[23]

 


Notas:

[1] Este trabajo forma parte de la tesis de doctorado en Estudios Latinoamericanos de la UNAM, ¿Salvajes o marginados? La justificación ideológica de la  Campaña del desierto del general Julio A. Roca de 1879 en la obra de Estanislao S. Zeballos, presentada por Martha Delfín Guillaumin en el examen profesional celebrado en septiembre de 2008.

[2] “Con la aparición de la primera parte del Poema, impreso en 1872 y puesto a la venta en enero de 1873, los amigos de Hernández lo llaman, cariñosamente, Martín Fierro. De inmediato adopta él ese nombre como propio.” Ezequiel Martínez Estrada, Muerte y Transfiguración de Martín Fierro. Ensayo de interpretación de la vida argentina, FCE, Argentina, segunda edición corregida, 1958, Tomo I,  p. 38.

[3] José Hernández, Martín Fierro, México, Editores mexicanos unidos, 1988, p. 16. Alberto Segade es el prologuista de esta edición, de la información ofrecida por él he obtenido los datos acerca del número de ejemplares publicados y las ediciones alcanzadas de la primera parte de Martín Fierro.

De cualquier modo, Ezequiel Martínez Estrada afirma que, considerando el éxito que la obra tuvo en el campo, en “siete años se vendieron setenta y dos mil ejemplares de la Ida, de ediciones autorizadas, y no menos de otros tantos de ediciones clandestinas. Hernández tuvo que iniciar acciones judiciales para perseguir las ediciones fraudulentas.”, Ibid., Tomo I, p. 416.

[4] Fernando Operé, Historias de la frontera: el cautiverio en la América hispánica, México, FCE, 2001, p. 250. En esa misma página es interesante leer la cita textual que Operé reproduce de León Barski: “No es de extrañar que en los pedidos de los pulperos a los proveedores de la ciudad, al lado de la yerba, el azúcar, el vino y la caña, figurasen sustanciales cantidades de ejemplares del Martín Fierro. Fue evidentemente, un artículo de consumo popular, hecho inédito en los anales de las letras argentinas”. (Vigencia del Martín Fierro, Buenos Aires, Boedo, 1977, p. 84).

Por su parte, Martínez Estrada comenta que “Avellaneda consigna el dato de que los almaceneros pedían docenas de ejemplares, en la lista de artículos comestibles que periódicamente pasaban  a los distribuidores mayoristas.”,  Ezequiel Martínez Estrada, Ibid., Tomo I, p. 417. Este mismo dato lo ofrece Alejandro Eujanián,  “La cultura: público, autores y editores”, pp. 592-593, en Nueva Historia Argentina. Liberalismo, Estado y orden burgués (1852-1880), dirección del tomo por Marta Bonaudo, Buenos Aires (impreso en España), Editorial Sudamericana, 1999, tomo 4, capítulo IV,  pp. 545-605.

[5] Vanni Blengino, La zanja de la Patagonia. Los nuevos conquistadores: militares, científicos, sacerdotes y escritores, Argentina, FCE, 2005 p. 179.

[6] Alejandro Eujanián, op. cit., p. 548.

[7] A estas campañas de ablande también se les conoce como malones invertidos. Un malón invertido, según Blengino, quien a su vez analiza la obra de Manuel Prado, La guerra al malón, sería “un ataque rápido y mortífero que opera sobre el modelo del malón y que, a su vez, puede con igual rapidez convertirse en una retirada gracias a la habilidad de los jinetes y a la velocidad de los caballos.”, op. cit., p. 82.

Los malones también eran llamados malocas. Esteban Echeverría en las “Notas del autor” de su obra La cautiva, dice que maloca es “lo mismo que incursión o correría”. Según Carlos Dámaso Martínez la voz maloca “proviene de malocon, palabra araucana, que significa incursión o correría sorpresiva sin presentar combate.”. Véase: Esteban Echeverría en sus “Notas del autor” de La cautiva, Prólogo y notas de Carlos Dámaso Martínez, Buenos Aires, Editorial Losada, S. A., 2000,  p. 113 y p. 147.

[8] José Hernández, op. cit., p. 82.

[9] Ezequiel Martínez Estrada, op. cit., Tomo I, p. 176.

Vale comentar, vinculando el siguiente dato con el concepto de unheimlich, que Ezequiel Martínez Estrada, al analizar la figura de Cruz en el poema de Hernández, menciona que aquel es el “doble” de Martín Fierro: “Su doble simiesco, su antiél. Su caricatura.”

[10] José Hernández, op. cit., p. 76 y p. 81

[11] Beaumont citado por Adolfo Prieto, Los viajeros ingleses y la emergencia de la literatura argentina, 1820-1850, Argentina, FCE, 2003, Prieto, p. 64, pp. 67-68.

[12] José Hernández, Ibid., pp. 89-99. Lo subrayado en cursiva es mío. En el relato de Beaumont la mujer huye y se libera; la comparación que establezco se refiere a la huída de la cautiva, no a la forma en que ésta se lleva a cabo, puesto que,  en el poema, lo que enfatiza Hernández es el sufrimiento de la cautiva y la ayuda que recibe de Martín Fierro. Según Martínez Estrada, eso es lo que redime, lo que vuelve a la realidad a este último: “Es su propia resurrección.”, salvar a la cautiva es salvarse a sí mismo, recuperarse a sí mismo. Cfr. Ezequiel Martínez Estrada, op. cit., Tomo I, pp. 74-75.

[13] Echeverría, op. cit., pp. 64-65. Triste presagio de las matanzas de indios durante la Campaña del desierto de 1879.

[14] Blengino, op. cit., p. 179.

[15] Operé usa este término para referirse a las fronteras internas, a las que establecían el límite entre el mundo civilizado y el habitado por el otro, por el indio salvaje que no se había dejado domeñar. En Argentina, con la Campaña del desierto de 1879 y la conquista de las 15,000 leguas, la frontera llegó hasta el Río Negro. Enseguida esta frontera interna dejó de existir, los intereses chilenos que afectaban la soberanía argentina determinaron que la Patagonia fuera incorporada en poco tiempo al territorio nacional argentino. op. cit.

[16] Operé, Ibid., p. 250. Operé dedica el capítulo de “Cautivos de la literatura” a reflexionar sobre la producción literaria que se dio luego del exterminio indígena. Cita como ejemplo a Estanislao S. Zeballos y algunas de sus obras, como Relmu. Reina de los Pinares de 1887, p. 251y ss.

[17] Ibid., p. 256.

[18] William Henry Hudson, castellanizado como Guillermo Enrique, fue un escritor de origen estadounidense que nació en Quilmes, provincia de Buenos Aires en 1841 y que luego, desde Inglaterra, escribió varios cuentos y relatos que trataban el tema de la pampa, uno de ellos es el que elegí para este apartado, el de la cautiva  Marta Riquelme que narra los padecimientos de esta mujer entre los indios.

[19] Guillermo Enrique Hudson, Marta Riquelme, 1ª edición, Buenos Aires, Editorial Mate, 2007, pp. 29-30.

[20] Gloria Videla de Rivero, “El desierto, malones y cautivas en la literatura argentina”, p. 182, en AA.VV., Centenario de la Campaña del Desierto. Homenaje de la Universidad Nacional de Cuyo, (celebrado del 23 de agosto al 18 de octubre de 1979), Mendoza, Universidad Nacional de Cuyo, 1980, pp. 169-188.

[21] Sobre las consecuencias negativas que la leva produjo en la vida del gaucho puede revisarse el poema épico del Martín Fierro de José Hernández. Así, puede observarse la “prédica política [de Hernández] contra las levas, por el daño que ocasionaba en las poblaciones rurales, particularmente si se pasaban los peones al campamento de los indios.”, Ezequiel Martínez Estrada, op. cit., p. 176. Lo señalado entre corchetes es mío.

[22] La frase original es: “Real o imaginario, el canibalismo de los caribes servirá de pretexto para su exterminio.”, Laënnec Hurbon, El bárbaro imaginario, México, FCE, 1993, p. 19.

[23] Una revista de historietas cuyo personaje principal es Patoruzú, un indio patagónico generoso y valiente, dibujado por Dante Quinterno se convirtió por generaciones en la delicia de chicos y grandes. Se recuerda que en la década de 1940, su autor, agotado por el personaje, lo enfermó para que luego muriera, lo que no ocurrió gracias a las miles de cartas de los lectores implorando que se salvara. Recientemente se estrenó el filme Patoruzito, el cariñoso diminutivo del personaje cuando era niño; de hecho ya van por la segunda película: Patoruzito 2, la gran aventura aparecida en el 2006. En cuanto a los gauchos, además de las pinturas, los poemas y textos dedicados a estos personajes, podemos acercarnos a la obra de Florencio Molina Campos que, en la primera mitad del siglo pasado, pintaba y hacía litografías de escenas campiranas con gauchos como publicidad de una firma de alpargatas. Estas creaciones forman parte de la cultura popular argentina.