Exiliados guatemaltecos en México: Una experiencia recurrente

La historia de Guatemala, desde los primeros años de vida independiente, con contadas excepciones, se ha caracterizado por la presencia constante, casi ininterrumpida, de gobiernos autoritarios, dictatoriales y represivos que obligaron a muchas personas a buscar la manera de salvaguardar su libertad y su vida exiliándose en otros países. Dada la cercanía geográfica, México fue tierra receptora para los guatemaltecos que lo requirieron. Pero, ¿cuándo se dio la salida de guatemaltecos que se autodefinieron como exiliados en territorio mexicano?, ¿cuáles fueron sus motivos y sus medios?, ¿cuántos y quiénes fueron?, ¿a qué se dedicaron durante su experiencia de exilio?, son preguntas que trata de responder el texto, cuyo objetivo central es, precisamente contribuir al conocimiento de las principales características de los exiliados guatemaltecos en México en el siglo XX.

Palabras clave: exilio, Guatemala, frontera, revolución, migración

 

Consideraciones preliminares

Este texto tiene como objetivo central contribuir al conocimiento de las principales características de los exiliados políticos guatemaltecos en México en el siglo XX, época en la que hubo un constante flujo y contraflujo de este tipo de migrantes, que en general coincide con el acontecer de ese país centroamericano. El texto se plantea responder a preguntas como: ¿cuándo se dio la salida de guatemaltecos que se autodefinieron como exiliados en México?, ¿cuáles fueron los motivos y los medios?, ¿cuántos y quiénes fueron?, ¿a qué se dedicaron durante su experiencia de exilio?

Para responder esas preguntas se consultaron fuentes archivísticas, hemerográficas y bibliográficas, así como electrónicas; también se revisaron testimonios (orales y escritos, inéditos y publicados) aportados por varios de los propios exiliados. Entre estas fuentes se destacaron, como punto de partida, dos textos escritos por guatemaltecos que se quedaron a vivir definitivamente en territorio mexicano desde mediados del siglo XX: Ernesto Capuano (2000) y José Luis Balcárcel (2008); tales textos ofrecen una recuento –personal– de sus compatriotas con los que compartieron el exilio. De igual manera, fueron útiles la obra de Carlos Cáceres (1980) y la de Norma Stolz Chinchilla (1998), en donde se compilan entrevistas con guatemaltecos y guatemaltecas –actores políticos y sociales– que, de una u otra manera, aportan datos sobre sus experiencias en México. En cuanto a testimonios publicados no puede dejar de mencionarse el de Alfonso Bauer Paez recogido por Iván Carpio Alfaro (1996), cuya vida estuvo marcada por su militancia y sus múltiples exilios, dos de ellos en suelo mexicano; tampoco pueden pasarse por alto el de Carlos Paz Tejada recuperado por Carlos Figueroa Ibarra (2001), en el que narra cómo fue obligado a dejar su patria. Otros testimonios revisados fueron los ubicados en sendas tesis de licenciatura: la de Stella de la Luz Quan Roseell (1972), presentada en la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH) y la de Juan Carlos Vázquez Medeles (2008) en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México (FFyL-UNAM). Asimismo, se consultaron varias de las entrevistas a exiliados guatemaltecos en México, en las que cada entrevistado expuso y reflexionó sobre su propia experiencia; dichas entrevistas fueron realizadas a finales del milenio, en el marco del Proyecto Exilio Latinoamericano (PEL), y se hallan bajo resguardo del Archivo de la Palabra (AP) en la FFyL de la UNAM. En el estudio no podían faltar las fuentes archivísticas, así que se acudió a dos repositorios importantes de México: el Archivo Histórico “Genaro Estrada” (AHGE) de la Secretaría de Relaciones Exteriores y el Archivo General de la Nación (AGN). En ellos se encontraron documentos con información relevante, sobresaliendo la referente a los asilos diplomáticos y territoriales solicitados por guatemaltecos y concedidos por México.

 

Los motivos y los medios recurrentes

El devenir de Guatemala,[2] desde los primeros años de vida independiente, con contadas excepciones, se ha caracterizado por la presencia constante, casi ininterrumpida, de gobiernos autoritarios, dictatoriales y represivos, así como por un incesante activismo político y persistentes pugnas entre liberales y conservadores, entre izquierdas y derechas. Tal situación generó que militantes de una u otra corriente político-ideológica traspasaran las fronteras de su país para organizarse o reorganizarse y regresar a tratar de tomar o mantenerse en el poder. Por otro lado, en particular en el XX, las continuas acciones estatales de persecución, encarcelamiento, destierro o asesinato de militantes, simpatizantes y hasta de miembros de la sociedad civil que no tenían filiación política definida, obligaron a muchos a buscar la manera de salvar su libertad y su vida pasando a la clandestinidad o emigrando a otros países, sobre todo a los vecinos.


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La cercanía territorial entre ese país centroamericano y México ha contribuido para que a lo largo de la historia se haya dado un constante flujo de migrantes de un lado a otro de la frontera, cuyos motivos han sido muy variados (familiares, comerciales, laborales, políticos, etc.). Entre los migrantes guatemaltecos se destacaron aquellos que por sus ideas y/o militancia política, de muy distintas maneras, fueron forzados a abandonar su patria y se trasladaron a territorio mexicano, donde se asumieron como exiliados.

En el siglo XIX, ante la indefinición de límites territoriales, el paso entre ambos países fue una actividad natural y cotidiana. En ese entonces, la mayoría de los exiliados guatemaltecos se quedaba en la zona fronteriza y rara vez se trasladaban al interior o a la capital mexicana. En la siguiente centuria, a pesar de la fijación oficial de la línea divisoria, el tránsito de personas no se detuvo. Además, los exiliados, cuyo número se acrecentó de manera paulatina, se fueron internando y concentrando en la ciudad de México, por decisión propia o por disposición de las autoridades, donde se establecieron, de manera temporal o permanente y realizaron diversas actividades.

La necesidad urgente de dejar su país ocasionó que los guatemaltecos utilizaran los medios que tenían a su alcance. En términos jurídicos, desde finales del siglo XIX, algunos recurrieron de manera individual a la figura del asilo diplomático y/o territorial y, en los últimos años del XX, en forma colectiva y hasta masiva, a la condición de refugiado. Otros se trasladaron como “simples” turistas, estudiantes, etc., sin contar con el respaldo de esas figuras jurídicas. También hubo quienes viajaron en forma semiclandestina o de plano clandestina, sin realizar ningún trámite y sin poseer documento alguno. En este último caso estuvieron la gran mayoría.

En cuanto a medios de transporte, el hecho de que Guatemala y México compartieran frontera generó que las formas de traslado empleadas fueran de lo más diversas: por tierra, agua o aire. Hubo quienes cruzaron la línea divisoria a pie por atajos y ríos, o bien, caminando o utilizando automóviles privados o autobuses públicos por caminos y puentes establecidos; más tarde por ferrocarril y luego por avión.

Una importante cantidad de exiliados buscaron volver a su patria en cuanto les era posible para seguir luchando por sus ideales, de manera pacífica o armada. El retorno seguía patrones parecidos a los de la salida, es decir, en forma individual o colectiva, documentada o no, abierta o clandestina, por medios de transporte motorizados o no. Al regresar a Guatemala, un alto número de ellos encontró la muerte a manos de las fuerzas represivas del Estado o en combate frente al ejército regular; en el mejor de los casos, cuando no murieron, tuvieron que salir de nueva cuenta al exilio para quedarse en definitiva en otro país, en otra ciudad, siendo México, una vez más, uno de los destinos más frecuentes.

 

Los guatemaltecos que salieron al exilio

En el siglo XIX, entre los militantes de las corrientes político-ideológicas de la época que llegaron a México, a la zona fronteriza, para organizarse o reorganizarse y regresar a su país para tratar de tomar o mantenerse en el poder, estuvieron los liberales Mariano Gálvez, en los primeros años de independencia; Miguel García Granados y Justo Rufino Barrios, a finales de los setenta; y Próspero Morales en los noventa; también fue el caso del líder conservador Rafael Carrera, en los cuarenta.[3]

En los albores del siguiente siglo, uno de los primeros guatemaltecos que vivió su exilio en México, fue el general Manuel Lisandro Barillas, quien después de haber sido presidente (1885-1892) se vio obligado a salir de su patria al oponerse a la dictadura de Manuel Estrada Cabrera (1898-1920); Barillas se estableció primero en la zona fronteriza del lado mexicano, pero a petición del gobierno expulsor, fue remitido a la capital del país receptor, donde fue asesinado por esbirros del mandatario guatemalteco, en 1907.[4] También estuvieron otros exiliados anticabreristas, así como simpatizantes del presidente Carlos Herrera (1920-1921) y de miembros del Partido Unionista que se instalaron en el sureste mexicano.[5]

En el lapso que duró la dictadura de Jorge Ubico (1931-1944) se dio un número aproximado de cincuenta exiliados en México, de distintas generaciones. Todos eran opositores al dictador; la mayoría eran ya destacadas figuras políticas, o bien, jóvenes que apuntaban a serlo. Entre ellos se destacó Luis Cardoza y Aragón, quien llegó por cuenta propia después de haber ocupado un cargo consular.[6] También estuvieron el periodista y abogado Clemente Marroquín Rojas, los licenciados Jorge García Granados, Horacio Espinoza Altamirano y Vicente Escobar, el coronel Miguel García Granados, los mayores Everardo Jiménez de León y Adolfo Rodas, así como el capitán José Rodas, quienes fueron expulsados por el dictador.[7] Por su parte, Ernesto Capuano del Vecchio viajó a la Ciudad de México para participar en el Congreso Mundial Antifascista y Ubico ya no le permitió regresar a su patria.[8] Por esa misma época, varios jóvenes de clara posición antidictatorial (como Alfonso y Valentín Solórzano Fernández, Carlos Alberto Capuano del Vecchio, Carlos Arias Calderón, Antonio Calderón Perdomo y Salvador Piedra Santa) viajaron a suelo mexicano para realizar estudios universitarios y se quedaron por varios años.[9] Unos y otros se asumieron como exiliados y regresaron a su patria al tener lugar el movimiento popular contra Ubico, en 1944. Las características de estos exiliados fueron una constante en los que llegaron después a territorio mexicano: por una lado, salvo excepciones, en general eran activistas políticos opositores a gobiernos autoritarios, razón por la cual se veían precisados a dejar su patria en un momento determinado para salvar su libertad y su vida; por otro, pasado el peligro, muchos buscaron regresar para continuar luchando por sus ideales.

El año mencionado fue de flujo y contraflujo de exiliados. Muchos se trasladaron a México por cuenta propia y sin protección jurídica, en tanto que otros lo hicieron como asilados diplomáticos. Los registros cuantitativos son escasos, pero es posible que fueran alrededor de cuarenta. Entre junio y julio, se exiliaron varios jóvenes como Julio César y Mario Méndez Montenegro, Manuel Galich y Otto Raúl González.[10] Ninguno se quedó mucho tiempo fuera de su país, a principios de agosto, unos días después de conocer la renuncia formal del dictador, regresaron a su patria, al igual que otros exiliados anteriores.[11] Hacia finales de ese mismo mes y en los dos siguientes, las salidas forzadas continuaron llevando a suelo mexicano a viejos y nuevos exiliados: Marroquín Rojas, García Granados y Solórzano Fernández, así como a Jorge y Guillermo Toriello, José García Bauer y Augusto Monterroso Bonilla, entre otros.[12] Éstos tampoco estuvieron mucho en México, pues retornaron a su país para unirse a la llamada revolución de octubre, que abriría una década de transformaciones en todas las esferas de la sociedad guatemalteca: en lo económico a través de medidas tendientes a la diversificación de la producción primaria y a la industrialización, creando el Instituto Nacional de Fomento a la Producción y el Banco Nacional; en lo social con leyes en beneficio del grueso de la población, como la Ley de Seguridad Social, el Código de Trabajo y la Ley de Reforma Agraria; en lo político reconociendo, fomentando y ampliando las libertades y la participación para democratizar al país. La aplicación de medidas y leyes no fue fácil, muy pronto encontró gran oposición, principalmente en la vieja oligarquía agroexportadora y en empresas monopólicas estadounidenses que consideraron afectados sus intereses y no tardaron en calificar de comunista al proceso transformador para justificar la lucha contrarrevolucionaria que emprenderían en plena guerra fría.

Durante esa década no cesó del todo el movimiento de exiliados, pero si cambió de signo, pues la mayoría de ellos tenían vocación prodictatorial y contrarrevolucionaria. Empezó con los miembros del gobierno provisional que se instauró a la caída de Ubico, encabezado por el general Federico Ponce, así como sus simpatizantes, en octubre de 1944;[13] y siguió con unos cuantos opositores a la revolución en los siguientes años.[14]

A partir del segundo semestre de 1954, con el triunfo de las fuerzas contrarrevolucionarias, gracias a la intervención de los Estados Unidos, que dio fin al proceso transformador y al derrocamiento del entonces presidente Jacobo Arbenz, tuvo lugar un importante flujo colectivo, casi masivo de exiliados que dejaron su patria ante el temor fundado de perder su libertad y su vida a manos del nuevo régimen que se impuso por la fuerza. En tal situación estuvieron figuras públicas y activistas de distinto nivel, que habían trabajado, militado o simpatizado con la revolución, que se vieron precisadas a viajar a México como asilados diplomáticos o territoriales, en tanto que otros más lo hicieron sin protección jurídica, por sus propios medios, en varios casos con sus familiares. Salvo el número de asilados diplomáticos, es difícil de determinar la cantidad exacta de exiliados, pero fueron varios cientos y es probable que hasta un par de miles de personas.

En lo que se refiere a los asilados diplomáticos, las autoridades mexicanas reconocieron que habían aceptado a 318 personas en su embajada en Guatemala,[15] en julio y agosto; caso, por cierto, bastante insólito, pues hasta ese entonces con dicha figura sólo se había amparado a una cantidad muy discreta de perseguidos políticos en las ocasiones en que fue necesario. Entre los que solicitaron y obtuvieron asilo en la misión diplomática de México en el país centroamericano estuvieron el propio presidente depuesto, Jacobo Arbenz; así como funcionarios de la presidencia: Jaime Díaz Rozzotto, secretario general; Carlos González Orellana, secretario de propaganda; Raúl Leiva Muñoz, jefe de prensa; Eduardo Weyman, jefe del estado mayor presidencial; y Carlos Enrique Díaz, jefe de las Fuerza Armadas; y ministros de Estado: Augusto Charnaud MC Donald, de Gobernación, y Guillermo Toriello Garrido, de Relaciones Exteriores. También estuvieron funcionarios de varias dependencias gubernamentales, como Julio Gómez Padilla, del Ministerio de Economía y Trabajo; Waldemar Barrios Klee, de los Departamento Administrativo del Trabajo y Departamento Agrario Nacional (DAN); Ernesto Capuano y María Jerez de Fortuny, del DAN; Alfonso Solórzano Fernández del Instituto Guatemalteco de Seguridad Social, de la Confederación General de Trabajadores de Guatemala (CGTG) y del Partido Guatemalteco del Trabajo (PGT); Alfonso Bauer Paiz de Ferrocarriles y Empresa Eléctrica y del Partido Acción Revolucionaria (PAR); y Oscar Jiménez de León de la Junta Nacional Electoral. De igual modo se asilaron diputados del congreso, entre ellos: Julio Estrada de La Hoz; Guillermo Ovando Arriola y Alvaro Hugo Salguero del PAR; Roberto Monzón Malice y Marco Antonio Villamar del Partido Revolucionario Guatemalteco (PRG). Por la misma vía salieron dirigentes y miembros de partidos políticos y de organizaciones sociales, como Carlos Capuano del Vecchio, del Partido Vanguardia Nacional (VN) y del Diario del Pueblo; y José Manuel Fortuny Arana del PGT; Marco Cuellar Lorenzana de la Federación de Sindicatos Guatemaltecos; Concepción Castro de Mencos de la Federación Nacional de Trabajadores Textiles y de la Alianza Femenina Guatemalteca (AFG), Socorro Mancilla del Sindicato de la Industria Textil y de la AFM; Rafael Tichler Guzmán y Hugo René Sagastume del Sindicato de Trabajadores de la Educación de Guatemala (STEG); José Napoleón Castillo y José Manuel Monroy Flores de la Confederación Nacional Campesina y del PAR, Rosario Archila de Sánchez, Enriqueta González de Escobar, Dora Franco Franco y Hortensia Hernández Rojas de la AFG; Carlos Humberto Gandara y Rafael Sosa, de la Alianza de la Juventud Guatemalteca (AJG); Heberto Sosa y Marco Antonio Ramírez Herrera de la misma AJG y del Frente Universitario Guatemalteco (FUG); y José Severo Martínez de la Asociación Estudiantes Facultad de Humanidades.[16]

Por el mismo motivo, a solicitud de los interesados y con intermediación diplomática, fueron acogidos por México otros funcionarios y activistas que no pudieron acudir a la embajada, como Enrique Muñoz Meany, quien había sido canciller; el coronel Jaime Rosemberg jefe de Seguridad Nacional y Rogelio Cruz Wer, director de la Policía Nacional. También fueron recibidos: el dirigente sindical Víctor Manuel Gutiérrez y su esposa; el líder del PGT Alfredo Guerra Borges y su esposa, así como el presidente del Frente Universitario Democrático (FUD) Augusto Cazali Ávila, quienes llegaron un poco después, pues primero estuvieron en un tercer país. También regresaron a territorio mexicano para un segundo exilio: Cardoza y Aragón, Monterroso y González; estos dos últimos, como otros connacionales, antes estuvieron en un país diferente.[17]

Otras formas de ingreso documentado a suelo mexicano fueron el asilo territorial[18] y el uso de visa de estudiante, visitante o turista, tramitada directamente o luego de estar en otro país, como le ocurrió al universitario Saúl Osorio.[19]

Por otra parte, un número indeterminado de personas se internaron de manera indocumentada, sin trámite ni protección jurídica alguna y por sus propios medios, en tal caso estuvo, por ejemplo, el militante del PGT, encargado de la librería del partido, Carlos Figueroa.[20]

La ruptura del proceso revolucionario guatemalteco, en 1954, abrió un largo y convulso período que, entre otras cosas, trajo consigo un constante flujo y contraflujo de exiliados a México. Así, durante el breve régimen del autodefinido anticomunista coronel Carlos Castillo Armas (1954-1957), por un lado, según reportes de la embajada mexicana, regresaron a su país alrededor de 200 exiliados, aprovechando facilidades otorgadas por el propio gobernante; por otro, un número relativamente reducido de estudiantes y profesionales considerados como opositores fue desterrado por la frontera con Honduras, parte de ellos desde allí viajaron a México sin trámites ni documentos, en tal caso estuvieron, como lo refieren en diversos testimonios: Mario Monteforte Toledo y José Luis Balcárcel Ordóñez; por la misma época, la esposa del segundo de ellos, Elisa Benítez Porta se trasladó a territorio mexicano de manera documentada.[21] Al mismo tiempo, varios perseguidos políticos recurrieron al asilo territorial.[22]


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El gobierno del general Miguel Ydígoras Fuentes (1958-1963) en sus inicios siguió hasta cierto punto una pauta semejante a la de su antecesor, es decir, por un lado, mantuvo una aparente apertura que permitió el regreso de exiliados; y, por otro, continuó el destierro de personas consideradas opositoras. Así, por ejemplo, en 1958 pudieron repatriarse entre 700 y 1000 personas; en contraste, el exilio hacia México en ese año fue más bien bajo.[23] Es de señalar que algunos de los repatriados casi de inmediato sufrieron algún tipo de hostigamiento lo que los hizo buscar el retorno al exilio, tal fue el caso de Charnaud Mc Donald, Barrios Klee, Solórzano Fernández y Franco Franco.[24] Por otra parte, entre los expatriados estuvo un joven de nombre Carlos Navarrete, cuya expulsión se debió a su participación en las manifestaciones estudiantiles antigubernamentales y antiimperialistas, de marzo y abril de 1962.[25]

Conforme avanzaba la gestión ydigorista, ante las dificultades para controlar a la oposición, fue cerrando espacios de expresión y participación política, lo que fue contraproducente, pues miembros de diversos sectores sociales, optaron por las armas. Uno de los primeros levantamientos, que se verificó el 13 de noviembre de 1960, estuvo encabezado por un grupo de jóvenes nacionalistas del ejército descontentos con el gobierno debido a que éste había facilitado el adiestramiento en territorio guatemalteco de mercenarios contrarios a la revolución cubana; luego se dieron otros levantamientos más. De allí surgieron los primeros grupos guerrilleros, como el Movimiento Revolucionario 13 de Noviembre (MR-13) y más tarde, en 1962, las llamadas Fuerzas Armadas Rebeldes (FAR), con vocación antigubernamental y antiimperialista, a cuyas filas se incorporaron muchos jóvenes. En este marco, la persecución y represión del Estado empezó a aumentar y con ello la salida forzada, documentada o indocumentada, de militantes y simpatizantes de las movilizaciones y de los grupos guerrilleros. Entre los que se vieron precisados a salir de su patria por estar implicados en la naciente lucha armada estuvieron: el teniente Guillermo Lavagnino, señalado como autor de un levantamiento para tomar el cuartel de la zona militar de Cobán, en 1960;[26] y el teniente coronel e ingeniero Carlos Paz Tejada,[27] quien encabezó el llamado Frente 20 de octubre, en Concuá, en 1962, con la finalidad de derrocar al gobierno; el primero salió documentado como asilado por la embajada mexicana y el segundo de manera indocumentada. Además de Lavagnino, otras seis personas más siguieron la ruta del asilo;[28] en tanto que Mario Payeras, un joven militante del PGT, se exilio por su cuenta.[29]

Por otro lado, se dieron casos de mujeres que se trasladaron a México para encontrarse con su respectiva pareja, como Alaíde Foppa, esposa de Solórzano Fernández, quien viajó con visa de turista; en tanto que como estudiante ingresó Stella Quán, quien se había casado con Navarrete.[30] Una vez en la tierra receptora se autodefinieron como exiliadas y se quedaron allí de manera permanente.

En la también breve gestión del coronel Enrique Peralta Azurdia (1963-1966) la migración forzada hacia México continuó, pero no alcanzó altos niveles cuantitativos, pese a que la represión empezó a escalarse. En ese lapso salieron al exilio, fuera por vía institucional o por su cuenta, principalmente políticos de centro izquierda, así como simpatizantes y militantes de la guerrilla. A través del asilo diplomático salieron Jaime Archila Marroquín, quien había sido acusado de conspiración antigubernamental y acopio de armas, y Alejandro Rubén Tobar Castellanos[31] Sin protección jurídica emigraron a territorio mexicano figuras políticas acosadas por el régimen como Francisco Villagrán Kramer, los doctores Adolfo Mijangos, Raúl Osegueda y Rolando Collado, así como Gómez Padilla –quien ya había estado exiliado–; lo mismo que miembros de los grupos guerrilleros como Rodrigo Asturias, Leonardo Castillo Flores, Carlos Barrios, Luis Trejo Esquivel, Enrique Chacón y Mauricio García.[32] Por su parte, Terencio Guillén, quien había sido amigo y colaborador cercano de Arbenz, así como gobernador del departamento de Escuintla durante el período revolucionario, arribó a México al ser expulsado, después de haber sufrido varios años de cárcel y vejaciones.[33] Casi ninguno de ellos se instaló por mucho tiempo en la tierra receptora.

El ascenso a la presidencia del civil Julio César Méndez Montenegro (1966-1970) creó expectativas políticas que favorecieron el regreso de exiliados a su patria. Empero, al mismo tiempo, debido a que continuó la lucha armada y aumentó la persecución y la represión, tuvo lugar un nuevo flujo poco numeroso de exiliados hacia México, tanto de nuevos como de viejos exiliados, entre los que destacaban guerrilleros y simpatizantes. En este lapso, hubo alrededor de 25 asilados diplomáticos, identificados como miembros de grupos armados rebeldes, entre los que estaban: Horacio A. Landa Castañeda, José E. Sagastume Ortiz y Yolanda I. Cardón de Sagastume, Gladys Susana Tally de Solís, Julio R. Solórzano Molina, José Samuel Torón González, Ricardo I. Vallecillo Pérez y Amanda Morales, así como Evandro José y Alejandro José Turcios Lima, lo mismo que Alberto Micheo Arroyave y Ma. del Carmen Luin Monzón.[34] Sobre los que se exiliaron sin protección jurídica es difícil establecer el número y los nombres, pero es posible que fueran varias decenas y hasta centenas de personas.

En los años setenta, el régimen estuvo dominado por dos militares, Carlos Arana (1970-1974) y Kjell Eugenio Laugeraud (1974-1978), cuyo ejercicio del poder se caracterizó por el aumento de la violencia y el inicio de la violación sistemática de derechos humanos. Al mismo tiempo, la lucha armada tomó nuevos bríos: las FAR y el brazo armado del PGT, luego de un repliegue táctico, se reorganizaron y volvieron al campo de batalla; además surgieron el Ejército Guerrillero de los Pobres (EGP) y la Organización Revolucionaria del Pueblo en Armas (ORPA); todos y cada uno de ellos llamaron a la insurrección popular para lograr la transformación profunda que, desde su óptica, necesitaba su país. Pese al repunte de los enfrentamientos entre las fuerzas regulares y las irregulares, en esa década hubo un descenso en el número de exiliados a suelo mexicano.

En ese contexto, por medio del asilo diplomático, por ejemplo, sólo salieron hacia México alrededor de diez personas al iniciarse el gobierno de Arana y apenas uno hacia el término del mandato de Laugeraud. Entre los primeros estuvieron: Mario Leonel del Cid Neill, Vidalina Antonieta Monzón Soto, José Manuel Aguirre Monzón y Antonio Sierra González a quienes se les aceptó como asilados a cambio de que las fuerzas guerrilleras a las que pertenecían dejaran en libertad a Sean Michel Holly, segundo secretario de la embajada de los Estados Unidos en Guatemala secuestrado por dichas fuerzas; gesto que agradeció el gobierno estadounidense.[35] Luego siguieron Abelardo Antonio Rodas Barrios, esposa e hijas; él había sido militante del PGT y, pese a que se había alejado de éste, seguía siendo perseguido por las fuerzas represivas del Estado.[36] Algo similar ocurrió con Julio Eduardo Méndez Aguilar, quien había pertenecido al MR-13, pero había dejado de participar en acciones armadas por varios años y, sin embargo, era hostigado por las autoridades.[37] También fue el caso de Estela Marina Estrada, quien por necesidad económica había alojado en su casa a seis dirigentes de las FAR, en 1963, por lo que había sufrido varios años de cárcel y de vejaciones, luego puesta en libertad y finalmente secuestrada y baleada, en ese año 1970.[38] En estos pocos, pero significativos casos se encuentran variantes de los motivos de exilio. Por una lado, puede observarse que entre los que buscaban salir de su patria en esa época había no sólo activistas políticos o guerrilleros, sino también combatientes que realizaron acciones calificadas por analistas de terrorismo, como el secuestro; lo que lleva a inferir que la lucha armada de alguna manera se radicalizaba y seguía caminos poco transitados hasta ese momento. Por otro lado, se evidencia cómo las fuerzas represivas también se radicalizaban hostigando a personas por militancia pretérita. Cabe apuntar que, ligado a esto último, para ese año se supo que varios asilados que vivían en México habían recibido amenazas en la tierra receptora por parte de elementos de una organización clandestina de visos anticomunista.[39] Lo anterior explica, de alguna forma, el hecho de que la representación mexicana no otorgara asilo en los siguientes años a miembros de la guerrilla argumentando que, con base en las leyes penales de su país, las solicitudes de aquellos no procedían, lo que puede interpretarse como un endurecimiento de la política de asilo del país receptor y explicar la disminución de exiliados por vía abierta.[40] De esta forma, dicha misión diplomática durante el resto de los años setenta sólo contribuyó a que salieran de Guatemala otras dos personas: Bauer Paiz –quien ya había vivido un primer exilio en México en los años cincuenta- para quien tramitó una visa de turista en 1971, con el fin de que dejara Guatemala debido a que estaba gravemente herido; y José Luis Perdomo Orellana al que le concedió, en 1977, el asilo al conocer que era perseguido político por ser activista estudiantil.[41]

Cabe apuntar que, por otra parte, en la semiclandestinidad e, incluso en la clandestinidad, varios guatemaltecos que se hallaban en México o que arribaron a allí, participaron en la formación, en el sureste de dicho país, de los dos nuevos grupos armados mencionados arriba. En la fundación del EGP estuvieron, entre otros: Ricardo Ramírez de León (Rolando Morán), Mario Payeras (Benedicto), Julio César Macías (César Montes) y su compañera Clemencia Paiz Cárcamo (Cecilia), Gilberto Ramírez (Manuel Montes) y Antonio Fernández Izaguirre (Sebastián); en tanto que en la ORPA estuvo Rodrigo Asturias (Gaspar Ilón).[42]


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Hacia finales de los setenta y principio de los ochenta, mientras el movimiento insurreccional continuaba avanzando, los gobiernos de los generales Fernando Romeo Lucas García (1978-1982) y de Efraín Ríos Montt (1982-1983) escalaron la represión y la violación de derechos humanos al nivel que los especialistas llaman terrorismo de Estado. Entonces tuvo lugar un gran éxodo. Por un lado, numerosos personas que se consideraban perseguidos políticos salieron de su patria por distintas rutas y muchos llegaron a territorio mexicano. Menos de una decena lo hicieron como asilados diplomáticos. La mayoría lo hizo bajo su cuenta y riesgo, lo que dificulta establecer una cifra exacta, pues prácticamente no hay censos oficiales ni extraoficiales al respecto; a ello hay que agregar que, igual que en otros momentos, hubo contraflujo de exiliados a su patria. Pese a todo, puede afirmarse que fueron varios cientos, sino miles. En abono de esta afirmación, una nota de prensa guatemalteca que reseñaba la visita oficial del entonces presidente Vinicio Cerezo Arévalo a México, en el año 1986, comentaba la presencia de más de medio millar de exiliados que acudieron a una recepción ofrecida en la sede diplomática.[43]

El hecho de que por medio de la figura jurídica de asilo se haya exiliado un escaso número tiene su explicación en que la embajada mexicana, al igual que la de la mayoría de otros países, se mostró renuente a recibir a seguir recibiendo perseguidos políticos,[44] amén de que las sedes estaban demasiado vigiladas y custodiadas por fuerzas policíacas y militares oficiales y extraoficiales para evitar que en ellas se diera la protección debida a quienes lo necesitaran. Por eso no es de extrañar que sólo unos cuantos hayan logrado que la misión diplomática les concediera el asilo como, por ejemplo, Mario Roberto Cruz Sintuya (o Sintú), su compañera Julia Mirna Paz Carranza y su hijo de un año de edad;[45] en tanto que otros no lo consiguieron.[46]

Independientemente de esos pocos que lograron ser calificados como asilados, muchas personas más salieron de Guatemala de forma diversa (documentada e indocumentada; abierta, semiclandestina y clandestina) y dispersa. Entre ellos destacó un alto número de funcionarios y profesores de la Universidad de San Carlos (USAC) que tuvieron que dejar su patria debido al clima de violencia y a amenazas de grupos clandestinos anticomunistas contra su vida en particular, en tal caso estuvieron, por ejemplo: Rafael Cuevas del Cid, ex rector de la Universidad; Saúl Osorio Paz, ex decano de la Facultad de Economía; Gilberto Castañeda, ex decano de Facultad de Arquitectura; Carlos Figueroa Ibarra, Sergio Tischler Visquerra y Ernesto Godoy. También salieron Mario Flores Osorio, José Emilio Ordóñez Cifuentes, Carlos López y Miguel Ángel Ronquillo; un poco después la ingeniera Olga (Jimena) Jiménez y el psicólogo y escritor Mario René Matute García-Salas. La mayoría viajaron directamente a México, otros lo hicieron luego de ir a otros países; a varios los siguió su familia.[47] La mayoría se contactó de inmediato con exiliados que ya se hallaban en territorio mexicano; sin embargo, hubo quien enfrentó en solitario la experiencia del exilio, como Milton René Ordóñez del Cid (Manolo).[48] Además de los universitarios, se trasladó a México Rigoberta Menchú, quien años después sería galardonada con el Premio Nobel de la Paz; además, al menos otra mujer indígena llamada Margarita, participante de movimientos rurales que fue obligada a dejar su país y se exilió en suelo mexicano.[49]

Por otra parte, un número impreciso de guatemaltecos que arribó a México logró que se le autorizara su permanencia como asilado político. En tal situación estuvieron, por ejemplo, un grupo de indígenas organizados en el Comité de Unidad Campesina (CUC) que en 1982 tomaron la embajada de Brasil para dar a conocer nacional e internacionalmente las masacres sufridas en el país durante el gobierno de Ríos Montt, ellos fueron: María Cumez Cumez, Manuela Martín Sacuic, Cristina Morales e Izabel Morales Cumez, así como Leonardo Arturo Alvarado Arriola, Domingo Hernández Ixocoy, Sebastián Lindo Cumez, Jorge David Rivera Hernández, Marcelo Roquel Guarcax, Pioquinto Abraham Villatoro Hidalgo y Carlos Yaxon Guarca, así como Carlos Enrique Boj Pacajoc.[50] También consiguieron permanecer en México, en calidad de asilados, otros perseguidos políticos, como Danilo Armando Agallo Mérida, José Antonio Rodolfo de Jesús Córdova Gálvez, su esposa Mercedes de Jesús Carranza Santizo y sus 3 hijos, Luis Alfredo Pineda Rueda, Ernesto Orellana Arévalo y sus 3 hijas, Enrique Oviedo Girón y Vilma Yolanda Estrada Sandoval, así como el periodista Narciso Federico Zelaya Bockler.[51]

Es de señalar que por su parte decenas de miles de campesinos pobres, indígenas casi en su totalidad, que no eran ni militantes ni simpatizantes de partidos políticos ni de organizaciones guerrilleras cruzaron hacia el lado mexicano huyendo de la violencia generalizada en la que se encontraba Guatemala; un promedio de 50 mil se instalaron en campamentos en la zona fronteriza y, luego de muchas vicisitudes, fueron reconocidos como refugiados, asumiéndose como tales y no como exiliados políticos. Esos guatemaltecos contaron con el apoyo de organismos internacionales, muy especialmente del Alto Comisionado de Naciones Unidas para Refugiados (ACNUR), y nacionales, como la Comisión Mexicana de Apoyo a Refugiados (COMAR).[52] En la misma zona del sureste mexicano, se instalaron otros guatemaltecos que por su militancia política había tenido que abandonar su patria, se establecieron allí como exiliados y ayudaron a sus connacionales refugiados, entre ellos estuvieron Bauer Paez, Antonio Mosquera y Walda Barrios Kleé.

A mediados de los ochenta con el retorno de los civiles al gobierno y la firma de los Tratados de Paz de 1996 se cerró de alguna manera el ambiente persecutorio y represivo que generó el exilio e, incluso, se abrió la posibilidad del regreso de muchos de ellos a su patria. Algunos siguieron este camino, otros decidieron quedarse en definitiva en territorio mexicano.

 

Las actividades realizadas en México

Una vez en la tierra receptora, según el caso, los exiliados empezaron o continuaron su preparación profesional y sus actividades productivas, no siempre exentos de dificultades, pero en general con un margen más o menos amplio de aceptación y en ocasiones de apoyo.

Desde por lo menos los años treinta del siglo XX, pequeños, pero significativos grupos viajaron a dicho país para realizar estudios superiores y luego se asumieron como exiliados o viceversa, es decir, algunos que llegaron como exiliados se inscribieron en universidades y centros educativos mexicanos. Un alto número se dedicó a las humanidades y a las ciencias sociales; y en menor medida a otras áreas, como la ingeniería y la medicina; tanto en los niveles de licenciatura, como de posgrado. La Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) fue la principal receptora, seguida de la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH). Entre los que se estudiaron en México estuvieron, entre otros: los Solórzano, los Capuano, Arias; Calderón Perdomo, Piedra Santa, en los años treinta; García Calderón, Gómez Padilla, González Orellana, Díaz Rozzotto, Balcárcel y Martínez Peláez a mitad de siglo; Navarrete, en los sesenta; Castañeda, López, Ronquillo en los ochenta.

Cabe subrayar el hecho de que varias mujeres vivieron su experiencia universitaria en el exilio, en tal caso estuvieron, entre otras: Elisa Benítez Porta, Elsa Castañeda y Stella Quan. Para esta última esta vivencia fue más allá de lo meramente profesional al señalar: “Hice la carrera de etnología en la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH), a la que ingresé dos meses después de mi llegada. La gente de la ENAH y del exilio guatemalteco constituyeron, de allí en adelante, mi nueva familia paralela”.[53]

Ligado a ello, varios miembros del exilio guatemalteco se incorporaron al ámbito académico como profesores-investigadores sobre todo en la misma UNAM. En este sentido, por ejemplo, se pueden nombrar a Balcárcel Ordóñez y López en la Facultad de Filosofía y Letras, Gómez Padilla en la Facultad de Contaduría y Administración, Leyva en Centro de Estudios Literarios, Navarrete en el Instituto de Investigaciones Antropológicas, Quán en el Programa Universitario de Estudios de Género, Monteforte Toledo en el Instituto de Investigaciones Sociales, Guerra Borges y Osorio Paz en el Instituto de Investigaciones Económicas, y García Calderón en el Instituto de Investigaciones Geológicas. Mención especial merece una mujer: Alaíde Foppa, quien impartió clases en la Facultad de Filosofía y Letras, tuvo a su cargo la primera cátedra de sociología feminista y el primer programa radial sobre la temática, titulado “Foro de la Mujer” en Radio UNAM; además fue fundadora de la revista Fem.

Pero no sólo la UNAM les abrió sus puertas, también otras instituciones lo hicieron. Al respecto uno de ellos recordaba: “[…] el primer trabajo que tuvimos fue conseguir trabajo para poder mantenernos, en eso nos ayudó la organización y gente de un lugar que se llama Centro de Estudios Educativos […] En el Centro de Estudios Educativos logré yo llegar a ser investigador de gabinete”.[54] En el interior de la república algunas universidades acogieron a otros exiliados guatemaltecos; así, a la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP), por ejemplo, se integraron, entre otros: Martínez Peláez, Godoy, Figueroa, S. Tischler; en tanto W. Barrios Kleé se incorporó a la Universidad Autónoma de Chiapas (UACh).

De alguna manera, relacionado con el aspecto educativo y cultural, algunos exiliados encontraron trabajo como traductores o correctores de estilo. En este sentido, uno de los exiliados que llegó a México a mediados de siglo pasado apuntaba: “[…] Con la aceptable ejecución de mi trabajo me di a conocer como traductor, entonces me llamaron del Fondo de Cultura Económica […]”.[55] En tanto que otro de la misma época, dejaba la siguiente constancia: “El primer trabajo que tuve fue en la editorial Séneca, con el padre José María Gallego Rocafull y José Bergamin. Nos daban trabajos muy humildes, de corrección de pruebas en casa […]”.[56] Por su parte, al menos un par participaron en la fundación y el funcionamiento de editoriales: R. Asturias en Siglo XXI y C. López en la Editorial Praxis. Un pequeño número se destacó en la literatura, como el ensayista y poeta Cardoza y Aragón, el cuentista y fabulista Monterroso, así como los poetas Illescas y González; cada uno por su obra recibió reconocimiento y galardones en la tierra receptora y fuera de ella.

Fuera de las actividades anteriores, hubo exiliados que se desarrollaron en otras labores. Por ejemplo, Solórzano y Gutiérrez realizaron trabajo sindical; en tanto que el ingeniero Paz Tejada trabajó en la Comisión del Río Balsas al lado del estadista Lázaro Cárdenas.

En medio de los diversos flujos, una parte de los exiliados se quedó de manera permanente en suelo mexicano y se encargó de cobijar con su solidaridad a los compatriotas que iban llegando debido a la situación violencia en su patria. En torno al apoyo que se daban entre ellos los mismos exiliados, Monterroso recordaba que a mitad de siglo: “Todos nos ayudábamos. Donde había un trabajito extra, una traducción, lo que alguien no podía hacer te lo pasaba”.[57] En particular se destacó la solidaridad mostrada por los miembros del flujo más numeroso que se exilió a la caída de Arbenz con las generaciones subsiguientes, lo que sería rememorado por uno de ellos como se cita a continuación: “[…] nosotros encontramos ya todo un andamiaje del exilio guatemalteco en la Ciudad de México, donde los viejos exiliados que estaban desde el ‘54, eran gente muy establecida, muy solidaria y era muy fácil encontrar apoyo; todo el mundo encontraba solidaridad, nadie se iba a morir de hambre o por no tener un lugar donde dormir”.[58]

En este aspecto se destacaron: Cardoza y Aragón, Solórzano y Capuano, con sus respectivas esposas, Lya Kostakowsky, Alaíde Foppa y Carmen González. Los tres habían vivido, en los años treinta, un primer exilio en México durante el régimen de Jorge Ubico; en 1944 retornaron a Guatemala para participar activamente en la vida política durante la década revolucionaria; a la caída de Arbenz volvieron a tierras mexicanas; Solórzano y Capuano hicieron un nuevo intento por regresar a su patria, pero fueron obligados a abandonarla físicamente, una vez más y para siempre. Desde finales de los cincuenta se quedaron a vivir de manera definitiva en la tierra receptora y desde entonces fueron referentes de solidaridad para muchos exiliados de las generaciones siguientes. Cardoza y Aragón, por ejemplo, ponía a los exiliados en relación con mexicanos que podían apoyarlos para cubrir necesidades de trabajo, vivienda, etc.[59] Otro tanto hacía la familia Solórzano Foppa, que además solía hospedar en su propia casa a algunos de los que iban llegando, como lo recuerda una exiliada: “Al llegar a México, en 1963, como asilados políticos […] nos alojamos en la casa de Alaíde Foppa y Alfonso Solórzano”.[60] Capuano, por su parte, ayudaba para que obtuvieran y/o regularizaran su documentación migratoria, sin cobrarles por ello; esta ayuda, por cierto, se extendió a otros exiliados latinoamericanos; de allí que algunos que lo conocieron no escatimaban palabras y descripciones pletóricas de reconocimiento, respeto y cariño, como las siguientes: “Un ser humano comprometido, vertical, honesto y solidario”;[61] un “exiliado defensor de exiliados”;[62] “Un ángel de la guarda de los migrantes internacionales”.[63]

Como el exilio, el activismo político de los guatemaltecos en México fue también recurrente y adoptó formas abiertas, semiabiertas y/o de plano clandestinas, lo mismo ocurrió con algunas organizaciones que formaron, cuyos objetivos centrales eran en general la denuncia de la situación imperante en Guatemala y la búsqueda de un cambio de esa situación, desde la tierra receptora. Así, por ejemplo, entre los años treinta y cuarenta exiliados antiubiquistas formaron abiertamente la Unión Popular Guatemalteca que tenía como fin denunciar las atrocidades del dictador;[64] lo mismo que el Frente Democrático Guatemalteco (FDG).[65] A mediados de siglo XX, también de manera abierta, otros exiliados formaron el grupo 20 de octubre con el que buscaban mantener la unión y la solidaridad entre ellos y su patria.[66]

En las décadas del sesenta y setenta, al recrudecerse la lucha político-militar en el país centroamericano, el activismo político y el funcionamiento de organizaciones de exiliados se hizo muy complejo y adoptó formas más bien semiabiertas y clandestinas, lo que dificulta su conocimiento. Por esa época funcionó una organización denominada Unión Democrática Guatemalteca (UDG) en el Exilio (México).[67] Al mismo tiempo se dieron los primeros pasos para la formación de al menos un partido: el Partido Revolucionario (PR), de filiación socialdemócrata,[68] así como para la reorganización del comunista Partido Guatemalteco del Trabajo (PGT); este último imprimía documentos y periódicos que después introducía clandestinamente a Guatemala.[69] En esos años, como se apuntó antes, se formaron en territorio mexicano dos de las organizaciones insurgentes más importantes de esa época: el EGP y la ORPA.

Hacia finales de los setenta y principios de los ochenta se crearon algunas agrupaciones más o menos amplias y abiertas como la Agrupación Guatemalteca Democrática en México (AGDM) y el Comité Guatemalteco de Lucha por la Paz.[70] También se formó el Comité Guatemalteco de Unidad Patriótica (CGUP), presidido por Cardoza y Aragón. Considerado por algunos como “brazo político” de la agrupación insurgente Unión Revolucionaria Nacional Guatemalteca (URNG), estaba encargado de la realización de reuniones y foros de denuncia de la represión estatal que vivía el país centroamericano; cabe apuntar que en el Comité participaban no sólo exiliados que vivían en México, sino también los que estaban en el istmo.[71] Por la misma época, surgió el Frente Democrático Contra la Represión (FDCR), calificado como organismo legal de la guerrilla, tuvo en la Ciudad de México una representación fuerte.[72] Hacia 1985, al tiempo que se daban los pasos necesarios para el retorno de los civiles al poder y la búsqueda de la paz en el país centroamericano, un grupo de exiliados formaron el llamado Foro de Guatemaltecos Democráticos, que tenía como objetivo principal lograr un retorno organizado a su patria[73] y cuya actividad principal era explorar las condiciones in situ de su país natal.[74] De igual forma, funcionó un Colectivo de Profesionales en Solidaridad con el Pueblo de Guatemala, que tenía entre sus tareas la elaboración de documentos de análisis y su presentación en conferencias y actos académicos organizados por ellos mismos.[75] También realizó algunas actividades una agrupación denominada Asociación de Trabajadores de la Cultura Alaíde Foppa.[76] Es de destacar que varias mujeres, más allá de que participaran en organizaciones como las anotadas, crearon otras en las que ponían énfasis en ese sector social; en este sentido trabajó la Agrupación Internacional de Mujeres contra la Represión en Guatemala (AIMUR), en la que participaron académicas latinoamericanas y europeas, a principios de 1980; así como el Comité Internacional por la Vida de Alaíde Foppa (CIVAF), formado a finales de ese año con el propósito de denunciar la desaparición de quien entonces era una distinguida académica y feminista. Su desaparición tuvo lugar en Guatemala a donde había acudido luego de la muerte de uno de sus tres hijos guerrilleros.[77]

Dado que en la mayoría de esas agrupaciones se integró un número significativo de exiliados, algunos de los participantes consideran que eso los unió y los constituyó en una comunidad. En ese sentido uno de los propios exiliados apuntaba: “Siempre existió una comunidad del exilio guatemalteca muy integrada a la vida académica, a la vida artística, a la literatura, la pintura, y tuvo su propia expresión. Pero había poca vida social digamos como unidad, y esto es una diferencia muy grande con otras comunidades de exiliados […].”[78] Sin embargo, para otros, si bien hubo trabajo colectivo que de alguna manera los unía, no podría hablarse de una comunidad como tal.

De cualquiera manera, fuera individual o colectivamente, los exiliados guatemaltecos realizaron desde México diversas actividades para su sustento y en pro de su patria.

 

Consideraciones finales

Como se ha visto, dadas las condiciones políticas de Guatemala, desde el siglo XIX y sobre todo en el XX, miembros notorios y notables de ese país centroamericano de manera recurrente se vieron obligados a abandonar su patria, por sus ideas y/o militancia política. Si bien no existen censos o registros precisos que proporcionen cifras exactas de ellos –o, por lo menos, no se han localizado hasta ahora–; a través de la información ubicada en fuentes archivísticas, testimoniales y bibliográficas, se puede afirmar que entre esos siglos la cantidad de guatemaltecos que por razones políticas se trasladaron a México fue reducida, dicho de otra manera: el exilio fue prácticamente individual; en tanto que para las décadas de los treinta a los ochenta del siglo pasado el número aumentó de forma considerable, es decir: el exilio fue colectivo y hasta masivo. En este sentido sobresalieron dos momentos: 1954, cuando fue obligado a renunciar el presidente Arbenz, debido al descontento de la vieja oligarquía local y a la intervención de los Estados Unidos, y 1980-1982, cuando el terrorismo de Estado tuvo su momento más alto.

Para llegar a territorio mexicano los exiliados guatemaltecos utilizaron diversos medios a su alcance. En términos jurídicos, algunos acudieron a las figuras de asilo diplomático y territorial; pero la mayoría lo hizo sin mayor trámite administrativo. En lo referente a transporte los medios fueron variados, dependiendo de la época y de los recursos económicos, unos hicieron el recorrido a pie por carreteras y ríos, otros utilizando transporte terrestre motorizado; otros utilizaron ferrocarriles y aviones.

Como sea, guatemaltecos de varias generaciones sucesivas compartieron la experiencia del exilio, temporal o permanente en suelo mexicano. Entre ellos hubo de todas las edades, teniéndose más datos precisos de personas que llegaron jóvenes o maduras, que de niños o ancianos. Algo similar ocurre respecto al género, es decir, si bien hubo tanto hombres como mujeres, se sabe más sobre los primeros que acerca de las segundas. Prácticamente la totalidad eran mestizos –o ladinos, como se les dice en la propia Guatemala a los que no son indígenas– o, por lo menos, es de los que se tiene más información. Casi todos eran de clase media y de capas medias, sobre todo urbanas e ilustradas. La variedad de oficios y profesiones de los guatemaltecos que se exiliaron fue amplia, destacándose líderes políticos y sindicales, así como artistas e intelectuales.

La mayoría de los exiliados no dejaron de mirar hacia su patria y de mantener lazos de todo tipo con ella. En general, consecuentes con los ideales políticos por los que fueron obligados a dejarla, muchos buscaron la manera de coadyuvar a mejorar sus condiciones; algunos regresaron en cuanto las condiciones se los permitieron para pugnar in situ por ello, otros lo hicieron desde suelo mexicano. Parte de los exiliados se integraron al país receptor, sobre todo los que se quedaron como residentes. Varios de los que se quedaron de manera permanente brindaron su solidaridad a compatriotas que llegaron después de ellos.

Tanto los exiliados temporales, como los definitivos continuaron efectuando labores iguales o parecidas a las que tenían en Guatemala; otros descubrieron nuevos y diferentes horizontes. Algunos tuvieron oportunidad de prepararse profesionalmente en instituciones de enseñanza superior; varios se incorporaron a centros educativos como profesores, investigadores, promotores culturales, editores, etc.

Dada la naturaleza fundamentalmente política del exilio de guatemaltecos, no es de extrañar que un número significativo mantuviera un activismo más o menos continuo, ya fuera abierto, semiabierto y/o clandestino, que incluía, entre otras cosas: acciones de solidaridad entre ellos mismos y para con los que se quedaron en su patria, de denuncia de la situación imperante en el país centroamericano y de búsqueda de cambios de esa situación, por distintas vías. De allí que crearan organizaciones sociales, políticas, guerrilleras, etc.

Las anteriores serían algunas de las principales características de los exiliados guatemaltecos en México, en su experiencia recurrente. Al respecto no está demás señalar que dicha recurrencia está relacionada de manera íntima con la inestabilidad política casi crónica vivida en Guatemala que, desde el siglo XIX y sobre todo en el XX, obligó a varias personas a dejar su patria, en particular a los opositores a los gobiernos autoritarios que se impusieron allí con bastante regularidad. También es de apuntar que, entre otras cosas, por la recurrencia, el caso que aquí se examinó se torna en un caso sumamente singular en el contexto de América Latina y de otras latitudes, donde las experiencias de exilio fueron más bien esporádicas, coyunturales. Para concluir hay que subrayar que, a pesar de la continuidad del fenómeno del exilio en la historia contemporánea de ese país latinoamericano, es un asunto casi desconocido en la región, que no se ha estudiado de forma sistemática ni en Guatemala, ni en México, ni en otras partes. Por tanto, se tiene la esperanza de que este modesto esfuerzo por abrir una ventana, por pequeña que sea, para el conocimiento de este exilio sea de utilidad y contribuya a que se realicen otros ejercicios académicos que permitan arrojar luz sobre este importante tema con el que se puede entender y explicar mejor el devenir de uno de los países de Nuestra América y de la región en su conjunto.

 


Notas:

[1] Guadalupe Rodríguez de Ita es Doctora en Estudios Latinoamericanos por la Universidad Nacional Autónoma de México. Profesora-Investigadora del Instituto de Investigaciones Dr. José Ma. Luis Mora. Entre sus publicaciones recientes están: (2011) “Historia de la política y la práctica mexicanas de asilo y refugio, durante la guerra fría”, en Tres décadas de hacer historia. México, Instituto de Investigaciones Dr. José Ma. Luis Mora; (2010) “Exiliados guatemaltecos en la Ciudad de México y viceversa…”, en La ciudad cosmopolita de los inmigrantes tomo 2. México, Gobierno del Distrito Federal.  Correo electrónico: Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.

[2] Para una aproximación a la historia de Guatemala véase: Luján Muñoz, 1995-1997; Luján Muñoz, 1998.

[3] AHGE, Expediente 17-11-37: s.f.; Balcárcel Ordóñez, 2008: 93-95; Capuano, 2000: 45.

[4] AHGE, Legajos Encuadernados 2046, 2047, 2048, 3051: s.f.; Balcárcel Ordóñez, 2008: 93-96; Capuano, 2000: 45.

[5] AHGE, Expedientes 8-26-15, 17-21-46, III-515-728-I, Legajo Encuadernado 1581: s.f.; AHGE-AEMGUA Legajo 7, Expedientes 3 y 12: s.f.; Balcárcel Ordóñez, 2008: 97; Capuano, 2000: 45.

[6] Cardoza y Aragón, 1986: 357, 363, 369-589.

[7] AHGE, Expediente III-170-19: s.f.

[8] AGN, Caja 18 Expediente 32: s.f.

[9] AGN, Caja 18 Expediente 32:s.f.; Balcárcel Ordóñez, 2008: 98-99; Capuano, 2000: 45; Cáceres, 1980: 31-36; Quan Rossell, 1972: 180-329.

[10] AHGE, Expedientes III-708-1-(1ª parte): s.f.; de la Torre, 1994: 11-12; Rodríguez de Ita 2003: 54-55.

[11] AHGE, Expedientes III-265-6-(1 ª. parte) y III-708-1-(1ª parte): s.f.; Cardoza y Aragón, 1986: 595.

[12] AHGE, Expedientes III-265-6-(3ª. parte) y III-708-1-(1ª parte): s.f.; Rodríguez de Ita, 2003: pp. 58.

[13] AHGE, Expediente III-708-1-(1ª. parte): s.f.; AGN, Expediente 559.1/33: s.f.; Balcárcel Ordóñez, 2008: 100.

[14] AHGE, Expedientes III-5527-3-(1ª parte), III-1488-2, III-2141-10 y III-1572-2: s.f.; Rodríguez de Ita, 2003: 61-67.

[15] México, 1955: 19.

[16] AHGE, Expedientes III-5527-3 (1ª parte), III-2179-43 y III-2180-16: s.f.; Rodríguez de Ita, 2003: 70.

[17] AHGE, Expedientes III-5527-3(1ª parte), III-2179-41, III-2180-1 y III-2180-11: s.f.; Balcárcel Ordóñez, 2008: 105-112; Capuano, 2000: 45-46.

[18] AHGE, Expedientes III-2170-6, III-2179-44, III-2180-1, III-2180-3, III-2180-5, III-2180-6, III-2180-16, III-2180-29, III-2180-32, III-2185-2, III-2185-25 y III-2180-29: s.f.

[19] AP-FFyL-UNAM, PEL/1/G-12: 7-15.

[20] AP-FFyL-UNAM, PEL/1/G-2: 18.

[21] AHGE, Expedientes III-5527-3 (1ª y 2ª parte): s.f.; AP-FFyL-UNAM, PEL/1/G-19: 7-14, 46; Balcárcel Ordóñez, 2008: 112-113; Capuano, 2000: 47; Stoltz Chinchilla, 1998: 65-84.

[22] AHGE, Expedientes III-2190-34, III-2195-4, III-2195-13, III-2200-10, III-2200-21, III-2200-22, III-2200-42, III-2200-43, III-2210-12, III-2189-19, III-2189-20, III-2189-34, III-2225-16, III-2190-19, III-2190-20, III-2200-22, III-2244-20, III-2245-4 y III-2235-25: s.f.

[23] AHGE, Expediente III-5527-3 (2ª parte): s.f.

[24] Idem.

[25] Balcárcel Ordóñez, 2008: 112-113; Cáceres, 1980: 156-161; Capuano, 2000: 47.

[26] AHGE, Expediente III-2860-14: s.f.

[27] Figueroa Ibarra, 2001: 405-412; Cáceres, 1980: 36-51; Capuano, 2000: 47.

[28] AHGE, Expedientes III-1936-4, III-1987-1, III-2235-2, III-2680-14 y III-5527-3 (1ª-3ª partes): s.f.; Tapia Ramírez, 2007: 50-57.

[29] Tributo a Mario Payeras, s.a. En www.arts-history.mx/banco/index.php?id_nota=17022005164120: s.p.

[30] Stoltz Chinchilla: 1998: 113-143.

[31] AHGE, Expedientes III-2669-5, III-2890-27 y III-2891-4: s.f.

[32] Denegado en su totalidad. Documento fechado marzo 1966. En http://74.6.146.244/search/cache?ei=utf-8&p=exiliados+guatemaltecos&fr=yfp&u=www.gwu.edu/%7ensarchiv/nsaebb/nsaebb32/trans/660300b.doc&w=exiliados+guatemaltecos+guatemalteca+guatemalteco&d=xcl8na-ysfe1&icp=1&.intl=mx : s.p; Centro de Estudios de Guatemala: s.p.; Ludec, 2001: s.p.

[33] AP-FFyL-UNAM, PEL/1/G-13: 3-15; Guillén Corletto, 1991: 105-125.

[34] AHGE, Expedientes III-5527-3(2ª parte) y III-5528-1(3ª parte): s.f.; Tapia Ramírez, 2007: 59-75.

[35] AHGE, Expediente III-5528-1 (3ª parte): s.f.

[36] Idem.

[37] Idem.

[38] Idem.

[39] Idem.

[40] AHGE, Expedientes III-5528-1 (2ª y 3ª parte): s.f.

[41] AHGE, Expediente III-5528-1 (3ª parte): s.f.

[42] Balcárcel Ordóñez, 2008: 114; Macías, 1998: 217-220; Payeras, 1984: 19.

[43] Guatemala, 1986 julio 7. Prensa Libre: 2.

[44] AHGE, Expedientes III-3426-1(2ª) y III-8114-2 (4ª parte): s.f.

[45] AHGE, Expediente III-8114-2 (4ª parte): s.f.

[46] Idem.

[47] Balcárcel Ordóñez, 2008: 114; Capuano, 2000: 46-47; Cáceres, 1980: 223-244; AP-FFyL-UNAM, PEL/1/G-3: 2, 6-7; PEL/1/G-8: pp. 43-45; PEL/1/G-17: 9-16; PEL/1/G-4: 22-25, 30-31; PEL/1/G-12: 16-21; PEL/1/G-9: 28; Ludec, 2001: s.p.

[48] Vázquez Medeles, 2008: 43-53.

[49] Balcárcel Ordóñez, 2008: 114; Stoltz Chinchilla, 1998: 267-291.

[50] AHGE, Expediente III-8114-2 (4ª parte): s.f.; Stoltz Chinchilla, 1998: 399-408.

[51] AHGE, Expediente III-8114-2 (4ª parte): s.f.

[52] Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados, 1999; Rodríguez de Ita, 2003: 223-270.

[53] Stoltz Chinchilla, 1998: 129.

[54] AP-FFyL-UNAM, PEL/1/G-9: 34-37.

[55] Bauer Paiz, 1996: 181-188.

[56] de la Torre, 1994: 20.

[57] Idem.

[58] Ludec, 2001: s.p.

[59] Balcárcel Ordóñez, 2008: 100.

[60] Stoltz Chinchilla, 1998: 106.

[61] Molina Mejía, s.a.: s.p.

[62] Gómez y Castañeda, s.a.: s.p.

[63] Velásquez, s.a.: s.p.

[64] AGN, Caja 18, Expediente 32: s.f.; Balcárcel Ordóñez, 2008: 99.

[65] AGN, Caja 741 Expediente 43, s.f.

[66] Cardoza y Aragón, 1986: 719-720.

[67] AGN, Caja 441 Expediente 4, s.f.

[68] Ludec, 2001: s.p.

[69] Idem.

[70] Cáceres, 1980: 92, 226.

[71] Balcárcel Ordóñez, 2008: 90-91, 114; AP-FFyL-UNAM, PEL/1/G-3: 7-8, 39; Ludec, 2001: s.p.

[72] AP-FFyL-UNAM, PEL/1/G-17: 55, 68-69.

[73] AP-FFyL-UNAM, PEL/1/G-3: 42.

[74] AHGE, Expediente III-8114-2 (4ª parte): s.f.

[75] AP-FFyL-UNAM, PEL/1/G17: 56-57, 93-94.

[76] Stoltz Chinchilla, 1998: 110.

[77] Stoltz Chinchilla, 1998: 136.

[78] Ludec, 2001: s.p.

Fuentes de consulta

1. Documentos

1.1. Inéditos

Archivo General de la Nación (AGN):

Caja 18 Expediente 32; Caja 441 Expediente 4; Caja 741 Expediente 43; Expediente 559.1/33

Archivo Histórico “Genaro Estrada” (AHGE) de la Secretaría de Relaciones Exteriores de México:

Expedientes: 17-11-37; 17-21-46; 8-26-15; III-1488-2; III-1572-2; III-170-19; III-1936-4; III-1987-1; III-2141-10; III-2170-6; III-2179-41; III-2179-43; III-2179-44; III-2180-1; III-2180-11; III-2180-16; III-2180-29; III-2180-3; III-2180-32; III-2180-5; III-2180-6; III-2185-2; III-2185-25; III-2189-19; III-2189-20; III-2189-34; III-2190-19; III-2190-20; III-2190-34; III-2195-13; III-2195-4; III-2200-10; III-2200-21; III-2200-22; III-2200-42; III-2200-43; III-2210-12; III-2225-16; III-2235-2; III-2235-25; III-2244-20; III-2245-4; III-265-6-(1ª parte); III-265-6-(3ª parte); III-2669-5; III-2680-14; III-2890-27; III-2891-4; III-3426-1(2ª); III-515-728-I; III-5527-3 (1ª-3ª partes); III-5528-1 (2ª y 3ª parte); III-5758-10; III-708-1-(1ª parte); III-8114-2 (4ª parte)

Legajos Encuadernados: 1581, 2046, 2047, 2048, 3051

Archivo de la Embajada de México en Guatemala (AEMGUA) Legajo 7, Expedientes 3 y 12

1.2. Publicados

Denegado en su totalidad. Documento fechado marzo 1966. En http://74.6.146.244/search/cache?ei=utf-8&p=exiliados+guatemaltecos&fr=yfp&u=www.gwu.edu/%7ensarchiv/nsaebb/nsaebb32/trans/660300b.doc&w=exiliados+guatemaltecos+guatemalteca+guatemalteco&d=xcl8na-ysfe1&icp=1&.intl=mx

México (1955). Memoria de la Secretaría de Relaciones Exteriores de México de enero a diciembre de 11954. México: Talleres Gráficos de la Nación

2. Testimonios

2.1. Inéditos

AP-FFyL-UNAM. Archivo de la Palabra de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México:

PEL/1/G-2 (1999 julio 21). Entrevista a Carlos Figueroa realizada por Guadalupe Rodríguez de Ita. Ciudad de Puebla

PEL/1/G-3 (1999 julio 21 y 26). Entrevista a Gilberto Catañeda realizada por Guadalupe Rodríguez de Ita. Ciudad de México

PEL/1/G-4 (1999 julio 30 y agosto 2). Entrevista a Mario René Matute realizada por Guadalupe Rodríguez de Ita. Ciudad de México

EL/1/G-5 (1999 agosto 5). Entrevista a Ernesto Godoy realizada por Guadalupe Rodríguez de Ita. Ciudad de Puebla

PEL/1/G-7 (1999 agosto 6). Entrevista a Sergio Tischler realizada por Guadalupe Rodríguez de Ita. Ciudad de Puebla

PEL/1/G-8 (1999 agosto 13 y 16). Entrevista a Olga (Jimena) Jiménez realizada por Guadalupe Rodríguez de Ita. Ciudad de México

PEL/1/G-9 (1999 agosto 14 y 25). Entrevista Miguel Ángel Ronquillo realizada por Guadalupe Rodríguez de Ita. Ciudad de México

PEL/1/G-12 (1999 diciembre 2). Entrevista a Saúl Osorio realizada por Paola Torres. Ciudad de México

PEL/1/G-13 (1999 noviembre 16-2000 febrero 16). Entrevista a Terencio Guillén realizada por Paola Torres. Ciudad de México

PEL/1/G-17 (2000 febrero 21 y marzo 3 y 4). Entrevista a Carlos López realizada por Paola Torres. Ciudad de México

PEL/1/G-19 (2000 enero 13). Entrevista a Jorge Mario García Laguardia realizada por Guadalupe Rodríguez de Ita. Ciudad de México

2.2. Publicados

Bauer Paiz, Alfonso e Iván Carpio Alfaro (1996). Memorias de Alfonso Bauer Paiz. Historia no oficial de Guatemala. Guatemala: Rusticatio

Cardoza y Aragón, Luis (1986). El Río. Novelas de caballería. México: Fondo de Cultura Económica

Figueroa Ibarra, Carlos (2001). Paz Tejada, militar y revolucionario. Guatemala: Editorial Universitaria, Universidad de San Carlos de Guatemala

Guillén Coletto, Terencio (1991). Un lugar llamado Guatemala. Puebla: Universidad Autónoma de Puebla

Macías, Julio César (1998). Mi camino la guerrilla. La apasionante autobiografía del legendario combatiente centroamericano César Montes. México: Planeta

Payeras, Mario (1984). Los días de la selva. México: Nuestro tiempo

Stoltz Chinchilla, Norma (1998). Nuestras utopías. Mujeres guatemaltecas del siglo XX. Guatemala: Tierra viva, Agrupación de Mujeres

3. Hemerografía

3.1. Diarios

Guatemala, (1986 julio 7). Prensa Libre

3.2. Publicaciones periódicas

Capuano, Ernesto (2000). El exilio guatemalteco en México. En Nuestra Historia, La gaceta CEHIPO, No. 41

Centro de Estudios de Guatemala (s.a.), “Gaspar Ilom descansa para siempre en la historia.” En http://www.albedrio.org/htm/noticias/ceg200605.htm

de la Torre; Gerardo (1994). Transterrados latinoamericanos. El duro oficio del exilio. En Memoria de papel. Crónicas de la cultura en México, Año 4, No. 12

Ludec, Natalie (2001). “Voces del exilio guatemalteco desde la Ciudad de México.” En Amérique Latine Histoire et Mémoire. Les Cahiers ALHIM N° 2 . En http://alhim.revues.org/index599.html

4. Bibliografía

Balcárcel Ordóñez, José Luis (2008). El exilio democrático guatemalteco en México. En El exilio latinoamericano en México. México: Centro Interdisciplinario de Investigaciones en Ciencias y Humanidades, Universidad Nacional Autónoma de México

Cáceres, Carlos (1980). Aproximación a Guatemala. México: Universidad Autónoma de Sinaloa

Gómez, Julio y Gilberto Castañeda (s.a.). Ernesto Capuano del Vecchio: Semblanza. En http://www.usac.edu.gt/~usacceur/biografias/capuano.htm#cuatro y http://www.megachapines.com/?p=1065

Luján Muñoz, Jorge (1995-1997). Historia general de Guatemala, 6 tomos. Guatemala: Asociación de Amigos del País y Fundación para la Cultura y el Desarrollo

Luján Muñoz, Jorge (1998). Breve historia contemporánea de Guatemala. México: Fondo de Cultura Económica

Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados (1999). Memoria. Presencia de los refugiados guatemaltecos en México, México: Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados, Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados

Molina Mejía, Raúl (s.a.). Despedida a Ernesto Capuano. En http://www.usac.edu.gt/~usacceur/biografias/capuano.htm#cuatro y http://www.megachapines.com/?p=1065

Quan Rossell, Stella de la Luz (1972). Guatemala: una cultura de la ignominia (siete biografías y una entrevista). México: Tesis para obtener el título de etnóloga y el grado de maestra en Ciencias Antropológicas, Escuela Nacional de Historia

Rodríguez de Ita, Guadalupe (2003). La política mexicana de asilo diplomático a la luz del caso guatemalteco (1944-1954). México: Instituto Mora, Secretaría de Relaciones Exteriores

Rodríguez de Ita, Guadalupe (2003). Una mirada urgente al sur: los refugiados guatemaltecos en Chiapas. En Chiapas: rupturas y continuidades de una sociedad fragmentada. México: Instituto Mora, pp. 223-270.

Tapia Ramírez, Martha (2007). La política mexicana de asilo y su práctica en el caso guatemalteco de los años sesenta del siglo XX. México: Tesis de maestría en Estudios Latinoamericanos, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional Autónoma de México

Tributo a Mario Payeras (s.a). En http://www.arts-history.mx/banco/index.php?id_nota=17022005164120

Vázquez Medeles, Juan Carlos (2008). El testimonio del compañero Manolouna fuente para historiar. México: Tesis de licenciatura en Estudios Latinoamericanos, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional Autónoma de México

Velásquez, Eduardo (s.a.). “Un ángel de la guarda de los migrantes internacionales. En http://www.usac.edu.gt/~usacceur/biografias/capuano.htm#cuatro y <http://www.megachapines.com/?p=1065