La investigación científica como ludopatía

Scientific research as pathological gambling

Pesquisa científica como jogo patológico

Carlos Eduardo Maldonado[1]

 

Introducción

La ciencia en general constituye, por sus consecuencias, la más importante de las formas de racionalidad. Y sin lugar a  dudas, la mejor expresión de la ciencia es la investigación, un tema que, a decir verdad, ha terminado por convertirse en una auténtica ingeniería social. La cienciometría, las políticas de gestión del conocimiento y las propias políticas públicas de ciencia y tecnología, por ejemplo, constituyen tres áreas que permiten ver, sin ambages, que la investigación es acaso la forma más refinada del capitalismo académico (Slaughter and Rhoades, 2009).

No obstante, este artículo se concentra en un aspecto pocas veces considerado, a saber: comprender la investigación como hybris; esto es, como más que una pasión que implica adoptar el conocimiento como una forma de vida. Ello cuando decidida, determinantemente el investigador se propone (tratar de) correr las fronteras del conocimiento; un tema que se dice fácilmente pero que es extremadamente difícil de llevar a cabo. En este sentido la tesis que defiende este artículo es al mismo tiempo el hilo conductor del mismo: la investigación es una auténtica forma de ludopatía.

Los argumentos que soportan la tesis enunciada son cuatro, así: en primer lugar, se lleva a cabo una caracterización general de la investigación de punta en el mundo actual. La idea de base es que la investigación verdadera demanda de, y al mismo tiempo instaura (o impone), una libertad radical. Se discute en qué consiste esta libertad y se sientan las bases para la segunda sección.

En efecto, la segunda sección presenta y discute en profundidad la tesis enunciada. Se presenta el argumento acerca de la investigación científica radical y se ilustran diversos casos de ludopatía en distintas fuentes de la bibliografía al respecto. Por su parte, la tercera sección discute las diferencias entre ludopatía y lúdica y afirma que la investigación científica radical no es simple y llanamente lúdica, esto es, una actividad fruitiva, sino, más auténticamente, una actividad que compromete la totalidad de la existencia, y en ocasiones llega incluso a desbordarla.

Pues bien, la cuarta sección se concentra exactamente en la elucidación de la idea según la cual, en el mundo contemporáneo, la investigación científica es en ocasiones una experiencia límite. A ello apunta precisamente la idea de investigación como hybris. Al final se extraen algunas conclusiones.

La relación entre investigación científica y ludopatía es más que una analogía. Se trata de entender esa forma de vida que es la investigación, o el amor por el conocimiento, como esa experiencia en la que el científico se desboca a sí mismo, para alcanzar, ulteriormente, una gran obra.

Untitled
Imagen 1. “Untitled”. ©Marian Scott. www.galeriemichelbigue.com

 

La investigación de punta, hoy

La historia de la ciencia y la tecnología puede ser vista como un ejercicio de juego, esto es, de apuestas y toma de riesgos. Ello, cuando hablamos de ciencia de punta y de la historia de la producción de bifurcaciones (Serres, 1991), y del corrimiento de las fronteras del conocimiento. Pues la verdad es que hay otro tipo de investigación menos arriesgada, menos juguetona, que simplemente se sienta y hace la tarea.

En efecto, la investigación científica sucede análogamente al trabajo de los maestros de construcción en un edificio. Uno pone un ladrillo, otro más pone otro ladrillo, y así sucesivamente. Alguno pone el marco de una ventana, otro más cada vidrio y así progresivamente hasta que se va completando todo el edificio. Se trata de un proceso, no acumulativo, pero sí que se va superponiendo como pequeñas capas geológicas. Ninguno tiene como finalidad revolucionar la ciencia y mucho menos transformar el mundo. Simplemente, hacen su trabajo.

Exactamente en este sentido, la inmensa mayoría de la investigación científica es minimalista por técnica, por especializada. Como el obrero experto en la tuberradicalidad; mucho mejor, hybris.establcidos d ela cienia implica un cieto esp Turing, por preferencias personales; por ejemplo.ía, el que es conocedor del cableado eléctrico, el que conoce como ninguno la plomada y la rectitud de los ladrillos, aquel otro que pinta los muros y paredes, por ejemplo.

Cada quien sabe hacer lo suyo, todos se implican recíproca y necesariamente, y ninguno adquiere, y ciertamente no a priori, un protagonismo más allá de su especialidad. Así sucede en la física, y en cada una de sus especialidades, en la ingeniería, en la inmunología, en la bioquímica, o también en la economía, por mencionar tan sólo algunos casos.

Se trata de trabajadores intelectuales que, en el mejor de los casos, hacen la tarea. Hay quienes enseñan poco e investigan mucho, y otros más que escriben alguna cosa, son invitados a algún congreso nacional o internacional y que adquieren, durante un momento episódico, una cierta notoriedad y fama local. Existe un recíproco reconocimiento entre los investigadores, acaso cada quien reconociendo la valía de los demás. Como los maestros de construcción, esos que fueron llamados durante mucho tiempo “los rusos”.

Es en este sentido que se habla justamente de redes; esto es, de imbricaciones y colaboraciones, directas o indirectas, en las que cada quien se apoya en el trabajo de los otros, y todos en una red que confluye, ulteriormente, en la consolidación de la ciencia o la disciplina. El edificio del caso.

Y es que la analogía no es exagerada. En un caso como en otro, se les impone a obreros e investigadores metas, logros, cumplimientos, y se les establecen objetivos e indicadores precisos. Y cuando un edificio ha sido terminado –y vendido, entonces-, pues se comienza con la construcción de otro. Es lo que podría asimilarse como la conclusión de un proyecto de investigación y el inicio de otro. Que es la forma como se va construyendo esa urbe que es la ciencia en general. Hoy por hoy, una urbe cada vez más poblada, con mayores especializaciones, con recovecos cada vez más sutiles y difíciles.

Esta es la ciencia que se hace con promedios, con políticas para mayorías (de investigadores), con indicadores.

Otro es el modo radical, pero inmensamente más difícil, de avance de la ciencia.

La otra forma de avance de la ciencia no desplaza, en absoluto, al modo anterior, sino, lo supone. Mientras que allí tiene lugar, de manera imperceptible, el cambio de mentalidades, el segundo modo de avance de la ciencia es el que produce rupturas y discontinuidades, revoluciones y cambios profundos y estructurales.

Este segundo modo de avance de la ciencia no se propone, y ciertamente no de entrada, el cambio del mundo y la realización de una revolución científica o tecnológica. Pero lo que sí es claro es que es al final del día, por así decirlo, que los científicos logran adivinar que se viene un cambio profundo y que las cosas serán transformadas radicalmente. Y entonces dedican sus mejores esfuerzos y energías a llevar a cabo la revolución. Les creen, más que a las ideas, adicionalmente, a sus pálpitos e intuiciones, a su capacidad de apuesta y sus corazonadas (guts, en inglés).

Las revoluciones científicas suceden a través de dos caminos distintos, pero que, al cabo, pueden encontrarse, eventualmente. De un lado, se trata del trabajo descomunal, verdaderamente titánico, que logra realizar grandes síntesis. Son pocos los investigadores que alcanzan a visualizar, y mucho menos a proponerse la realización de grandes síntesis. Pues, como queda dicho, la inmensa mayoría son minimalistas por técnicos.

El Alquimista
Imagen 2. “El Alquimista”. © Ernesto Reategui, 2013. www.artmajeur.com

Y de otra parte, se trata de aquellos que son verdaderamente radicales, se enfrentan al destino, al mundo y a sí mismo, y se proponen rupturas y quiebres – frente a la tradición y frente a la corriente dominante de pensamiento (mainstream science). Literalmente, estos investigadores son ludópatas: apuestan los bienes más preciados a la empresa de innovación y descubrimiento. Pierre Curie muere por radioactividad, Einstein termina en una confortable soledad, Gödel es víctima de la paranoia y muere al cabo de hambre, cuando no son inducidos al suicidio, como Turing, por preferencias personales; por ejemplo.

Porque enfrentarse a los poderes establecidos de la ciencia implica un cierto espíritu de radicalidad; mucho mejor, hybris (un concepto que conocían muy bien los griegos de la Grecia arcaica, y que significa bastante más que “pasión” o “pathos”). Se trata de una compleja mezcla de fuerte autoestima, espíritu de riesgo, capacidad de desafío, y mucho trabajo con tesón y disciplina, entre otras condiciones.

De suerte que el segundo modo de avance de la  ciencia consiste en una capacidad de apuesta fuerte, y en mucha capacidad de autonomía, libertad y criterio propio. Grothendieck constituye uno de esos excelsos casos de independencia y ruptura. Pero la verdad es que la historia está llena de otros buenos casos, en casi todas las disciplinas.

Investigar como quien hace más que la tarea, y más exactamente como quien no hace la tarea. Porque su decisión y su apuesta son otros. Esta es la ciencia con gente que se sale del promedio, los que marcan la diferencia: outliers. Ahora bien, esta es la circunstancia en ciencia, pero en filosofía no sucede algo diferente.

La investigación que se define como el esfuerzo por introducir innovaciones radicales puede ser comprendida de tres formas, así: como inversión de alto riesgo, como  inversión a fondo perdido, y como inversión a largo plazo. Eso: el alto riesgo, la inversión con incertidumbre, y a largo plazo, son rasgos característicos de eso que, en otras palabras ya expresaba H. von Braun cuando le preguntaban qué es investigación: “Yo hago investigación cuando no sé a dónde voy con lo que hago”. Ello en contraste con los planes y programas normales de investigación que incluyen aspectos tales como: objetivos generales y objetivos particulares, plan a corto a mediano y largo plazo, y cronogramas serios y rigurosos, y descripción metodológica, paso a paso, de lo que se va a hacer y cómo.

Digámoslo de entrada de manera franca y directa: la investigación radical no sirve esencialmente para nada. No es utilitarista ni eficientista. Por el contrario, busca esencialmente entender, comprender qué es el mundo, la naturaleza y las cosas. Y cambiar los modos mismos de comprensión anteriores y prevalentes hasta entonces, vislumbrando nuevos horizontes, apostando por nuevas realidades.

 

Investigación y ludopatía

La investigación científica radical puede ser adecuadamente comprendida como el ejercicio o la pasión misma que se confunde con la ludopatía. Galileo y Copérnico, proponiendo un modelo heliocéntrico que se oponía al modelo imperante desde la antigüedad y el medioevo, el heliocentrismo, constituyen un buen ejemplo. Con todo y las amenazas de Roberto Bellarmino, sacerdote jesuita, quien había llevado a la pira a Giordano Bruno e intentó hacer lo mismo con Galileo.

Varios ejemplos clásicos pueden mencionarse libremente, así: L. Pasteur logra oponerse con firmeza a la idea de la generación espontánea imperante hasta entonces, y descubre la importancia de la microbiología. Antes, Lavoisier había dado al traste con la idea del flogisto, él mismo, un apasionado por la revolución francesa de 1789. Vesalius y Loewenhoeck habían dado al traste con la idea de los espíritus animales y los homúnculos, y catapultan al mismo tiempo los primeros cimientos de la medicina científica y las expectativas de vida de los pacientes. Mendeleiev, verdaderamente obsesionado, pero siempre jovial y alegre, por encontrar la lógica del alfabeto del universo, hasta que descubre la lógica de la tabla periódica en un sueño. Einstein mismo elimina la idea del éter, y cae en apasionantes e interminables con Bohr acerca de las interpretaciones de la mecánica cuántica, en discusiones que sólo serán bruscamente interrumpidas por la historia externa de la ciencia (Bernal, 1968; Gribbin, 2005).

Cabe también mencionar la presunta adicción a las anfetaminas por parte de P. Erdös, el padre de la teoría de grafos, y el más prolífico autor en matemáticas, con una vida bastante excéntrica (Hoffman, 1998).

Y es que investigar es una actividad que implica fruición, manifiestamente. Al respecto, no es la primera, sino la segunda frase de la Metafísica de Aristóteles la que es significativa. Primera frase: “Todos los hombres buscan conocer”. Segunda frase: “Porque conocer da placer”. En la Grecia antigua existía el concepto de setemi, justamente para designar la búsqueda (pesquisa), la investigación. Sólo que, particularmente, en el tránsito del capitalismo post-industrial al capitalismo informacional, y de este, respectivamente, a la sociedad de la información, la sociedad del conocimiento y la sociedad de redes, la investigación se ha convertido, manifiestamente, en un fenómeno social, colectivo.

(Digamos, entre paréntesis, que el investigador está generalmente bien pagado, dispone de cierta libertad de trabajo y determinadas facilidades, aun cuando existen dos tipos básicos de investigación: aquella orientada a fines, en cuyo caso usualmente los fines son determinadas por la entidad financiadora; y la investigación basada en fortalezas y capacidades. La investigación radical sucede, manifiestamente, más en el segundo caso que en el primero).

En otras palabras, el placer que produce la investigación constituye un auténtico estado mental, que cuando involucra a la totalidad de la existencia, adquiere rasgos claros de ludopatía. Se trata de apostar por alcanzar un nuevo descubrimiento, invento o idea que transformen radicalmente el decurso del conocimiento habido hasta entonces. En el imaginario social, el investigador –el científico, digamos- tiene un fenotipo y un comportamiento genéricamente conocidos: el cabello despeinado de Einstein, el genio iracundo de M. Gell-Mann, una alta inestabilidad emocional y afectiva, como Kafka o Mahler, en fin, un cierto carácter despistado, aislados del mundo, sin mucho sentido práctico, como muchos conocidos alrededor. Todo ello bajo el supuesto de que se trata de fenotipos y comportamientos auténticos, y no tantas veces auto-proclamados y auto-publicitados. Lo cual no es más que apariencia y (auto)engaño.

Y es que la investigación que genéricamente se define como de punta y por el esfuerzo de correr las fronteras del conocimiento  no sabe de horarios o espacios precisos, no sabe de convenciones y de protocolos rutinarios. Por el contrario, se lanza a la experimentación, a la escritura, a la composición –según-, en fin, a la reflexión como a un auténtico escenario en el que nada más parece importar. Eso, a la manera de la ludopatía – esto es, del juego extremo.

Pero, ¿por qué la investigación es asimilada a la ludopatía? ¿Dónde está la patología, o qué es lo patológico de la investigación? Porque querer cambiar el mundo, querer cambiar la sociedad y las estructuras explicativas, en fin, las propias estructuras mentales es patológico, relativamente a la normalidad imperante. ¿Por qué ludopatía y no lúdica? Th. Kuhn habla de “anomalías” como un factor que gatilla los nuevos paradigmas. Asimismo, la investigación es un ejercicio que no termina. No se trata simple y llanamente de un juego, sino de un juego que adquiere caracteres agónicos[2]. Se trata de la tensión misma de la investigación al mismo tiempo que del disfrute, dado el hecho de que en ciencia sólo hay medalla de oro. (No es posible inventar lo que ya está inventado, no es posible descubrir lo que ya está descubierto, no es posible pensar lo que ya se ha pensado).

Grosso modo, la ludopatía se caracteriza por un comportamiento compulsivo consistente en querer jugar y apostar cada vez más, perdiendo el sentido de la realidad, y que afecta la vida personal y familiar. Habitualmente es diagnosticado como un problema de origen psicológico. Existen diversas consecuencias en la ludopatía, pero todo ello desde el supuesto básico de diagnósticos epidemiológicos. Los tratamientos de la ludopatía consisten básicamente en “normalizar” a los jugadores compulsivos.

Y es que social o culturalmente hablando, la imagen del científico o el pensador no es distinta. El pensador, creador o innovador es un auténtico outlier, se sale de las normas (“desviaciones estándares”), y es con frecuencia objeto de burla. Manifiestamente que en algunas ocasiones pueden haber circunstancia serias de posibles enfermedades mentales (Nasar, 2016), por ejemplo a propósito de J. Nash, quien resulta un genio en matemáticas y economía.

Planta Insumisa
Imagen 3. “Planta Insumisa”. ©Remedios Varo, 1961. http://remedios-varo.com

Sin embargo, con seguridad el mejor estudio acerca de la ludopatía –y por consiguiente, en el interés aquí, de sus extensiones hacia la investigación científica-, lo elabora, desde la literatura F. Dostoievsky en El jugador (2007). Alekséi Ivánovich no es dueño de sí mismo. Por el contrario, es objeto de su adicción por el juego, pero el juego es la forma de vida que adoptó a pesar de sí mismo. Sólo que Alekséi es empujado, por así decirlo, al juego por su amada, Polina Aleksándrovna, la hijastra del general. Ivánovich entra en el juego por amor, tiene éxito en el mismo, pero termina con adicción por despecho del amor. Es cuando la ludopatía deja de ser una enfermedad porque es el escape a los dolores del corazón: antes del amor, y después del mismo.

Los caminos hacia la ciencia no son menos recónditos. Pero no es ese el núcleo aquí, sino esa pasión desenfrenada que implica un cambio de vida; tal y como acontece con Alekséi Ivánovich. Fischer (2016) es generoso en anécdotas e historias acerca de los caracteres de varios científicos: desde Maxwell hasta Röntgen, y desde Pauli hasta Delbrück, pasando por Euler, Kekulé y varios más.

La investigación radical al mismo tiempo que demanda de mucha libertad, permite al mismo tiempo una enorme independencia y autonomía investigativas. Esto es, medularmente dicho, libertad de pensamiento y de expresión (algo que, dicho sea de pasada, no poseen los investigadores adscritos a organismos gubernamentales y a grandes corporaciones). Mandelbrot (2014) menciona que tuvo mucha suerte, y que de hecho él fue el último en la IBM en alcanzar estas garantías. De otro modo, difícilmente hubiera nacido la geometría de fractales.

Por su parte, D. Coxeter siempre puso de manifiesto que el desarrollo de los politopos jamás hubiera sido posible si no era jugando libremente (Hoffman, 1998). Se trata de esa actividad que para nada está supuesta de ninguna manera en la elaboración de proyectos y propuestas de investigación.

Sería el objeto de otro artículo diferente ilustrar con casos el argumento planteado aquí acerca de investigación y ludopatía. Aquí, por lo pronto caben algunas indicaciones ilustrativas; en contraste, el objetivo aquí es el de introducir el argumento o la tesis. Como quiera que sea, se trata de un problema en el que se cruzan enfoques diferentes como la psicología del descubrimiento científico, la sociología de la ciencia, la antropología de la ciencia, la historia y la filosofía de la ciencia, y el estudio de las políticas de ciencia y tecnología y la gestión del conocimiento. Como se aprecia sin dificultad, un área amplia, cruzada, transversal, en fin, interdisciplinaria.

 

¿Por qué no “investigación y lúdica”?

Gracias a G. Gadamer (1993) podemos distinguir dos clases de juegos: de un lado, los juegos representacionales; esto es, aquellos se juegan ante otros y para otros. Y de otra parte, los juegos que son una finalidad en sí  mismos (pp. 143 y ss.): es, en el caso de Gadamer, el juego del arte, y la estética. En el juego, el sujeto es el juego mismo: “La estructura ordenada del juego permite al jugador abandonarse a él y le libra de la iniciativa, que es lo que constituye el verdadero esfuerzo de la existencia (1993: 148).

La lúdica es un modo de afirmación de la existencia, y puede ser vista incluso como un modo de realización de la existencia. Pero no por ello lleva a la existencia al límite mismo de sus propias posibilidades. Más bien, conduce al límite mismo de  la actividad y así, en algunas ocasiones, al límite de la existencia. Pero no al revés. Al revés: esto es, el juego que lleva al jugador al límite de su existencia (Dias et al., 2008); que es lo que acontece en el caso de la investigación radical.

La lúdica del juego es una actividad expansiva, si cabe. Pero la investigación científica radical constituye una forma de tocar las fronteras mismas del conocimiento, de la realidad, de la vida, por tanto. Se trata de alcanzar un modelo, o una teoría, o una idea, por ejemplo, como la esencia misma de un nuevo mundo, de una forma nueva y perfectamente distinta de existencia. La lúdica es aquella fruición que habitualmente se acompaña de risas, gritos y alegría. La del científico, por el contrario, se trata de una experiencia que apunta al avistamiento de (la) verdad, en fin, al descubrimiento del sentido mismo de las cosas. Como nunca antes había sucedido.

En los niveles básicos de la educación es ya costumbre establecer puentes entre aprendizaje-enseñanza y lúdica. Verosímilmente, así aprenden mejor los nños y los jóvenes. Sin embargo, a medida que se avanza en los niveles superiores de la educación, al lúdica desaparece drásticamente, pues lo que entra a primar es la lógica del mercado (sistema laboral). Entonces se imponen tiempos, tareas, responsabilidades, y demás aspectos vinculados al sistema de mercado.

En la investigación la lúdica desaparece por completo dado que se asume a aquella como una empresa adusta, con consecuencias, con indicadores y mediciones de distinta índole: de impacto, de innovación y otros. Algo que difícilmente puede decirse del juego y la lúdica. Pues bien, quisiera decirlo de manera puntual: la investigación radical puede ser entendida como un juego; sólo que es un juego agónico, y no ya simplemente un juego representacional. Puede ser un juego si está alimentada de mucha libertad, independencia y autonomía (. Pero es agónico en tanto hay apuestas, riesgos de inmensa envergadura y desafíos enormes. Justamente, producir nuevo conocimiento, que es tanto como decir crear nueva vida (Kauffman, 1995; Solé and Goodwin, 2000; Maturana y Varela, 2004; Barrow et al., 2005).

Digámoslo de manera franca y directa: lo que ulteriormente está en juego en la ciencia es la vida mima, esto es, la comprensión suya, la explicación de sus orígenes y posibilidades, los riesgos que la amenazan, los horizontes de evolución y desarrollo, en fin, las condiciones de calidad de la misma, su dignidad y la exigencia de hacer posible y cada-vez-más-posible.

Manifiestamente, F. Jacob ha hablado del juego de la vida como del juego de lo posible (1982). Pero debe quedar claro que de lo que se trata entonces es de un juego no-teleológico, cuya base es, al decir de Jacob, el bricolaje, una idea que Jacob retoma, por lo demás de C. Levy-Strauss. A diferencia del ingeniero, el experto en el bricolaje sabe que los objetos son el resultado de una serie de acontecimientos contingentes. No existe programa alguno: sólo la adecuación contingente de procesos en la medida en que el tiempo avanza.

La vida es un juego en la medida misma en que no simplemente se reduce a, ni responde a, ser un “programa”, que fue la expresión acuñada por Watson y Crick en su explicación del dogma central de la biología. Los sistemas vivos evolucionan, en otras palabras, con base en exaptaciones y bricolaje, y no ya única y determinantemente por selección y adaptación. Pues bien, la investigación científica puede ser asimilada a un juego, sólo que su impronta es la del más serio juego de todos en el universo: el de la vida resolviendo el problema de la entropía (Kondepudi, Prigogine, 1998; Ben-Naim, 2011). Es exactamente por esta razón que se adopta aquí mejor el dúplice rasgo de investigación radical y de ludopatía. La investigación de punta está atravesada y nutrida de hybris.

Modern Society
Imagen 4. “Modern Society”. © Dhiman Choudhury, 2003. https://fineartamerica.com

 

La hybris de la investigación

Nunca antes había habido tantos científicos, académicos, investigadores en la historia de la humanidad. Por ejemplo, tanta gente con títulos de maestría, doctorados y otros. Y todos, cada vez más, en dinámicas de redes, esto es, de aprendizaje mutuo y de procesos de cooperación recíproco a distintas escalas. Vivimos, literalmente, una era de luz: de mucho conocimiento, de mucha información, de mucha reflexión y crítica.

Las caracterizaciones de sociedad de la información, sociedad del conocimiento y sociedad de redes no son simples denotaciones; corresponden a profundos procesos sociales, culturales, económicos, políticos y otros. Con una salvedad fundamental: en rigor hoy no se debe hablar más de “ciencia”, a la manera de la modernidad; tenemos ante nosotros alrededor de nosotros ciencias (en plural) y grupos de ciencias; así por ejemplo, las ciencias de la salud, las ciencias de la vida, las ciencias cognitivas, las ciencias de la tierra y muchas otras.

Hoy hay numerosos individuos, numerosos grupos y comunidades, incuso muchas sociedades y culturas que han llegado a definir sus vidas –esto es, las condiciones de calidad de vida y de dignidad- literalmente en términos de conocimiento; más exactamente, de innovación y creatividad. Se trata de un fenómeno absolutamente único en toda la historia de la humanidad, desde el punto de vista de sus estructuras, sus dinámicas y sus consecuencias.

La hybris de la investigación puede ser comprendida desde dos puntos de vista. De un lado, negativamente, como la capacidad para enfrentarse a la tradición y al paradigma de la corriente de pensamiento dominante. Por ejemplo, enfrenarse a un modelo, o una teoría determinadas. Se requiere de mucha fuerza interior, mucha autoconfianza, ciertamente algo de buena fortuna, y mucha disciplina. De otra parte, positivamente, se trata de una enorme capacidad de apuesta, de desafío, de riesgo y juego.

La verdad es que la inmensa mayoría de investigadores no son de este tipo. No es sobre ellos sobre quienes se ocupa este texto. Por el contrario., se trata de todos aquellos que rompen psicológica y emocionalmente, tanto como desde el punto de vista cultural y político las distribuciones normales, las campanas de Gauss, en fn, las desviaciones estándares. Son los auténticos outliers. Se trata, manifiestamente, de aquellos, que jamás son la mayoría, que experiencian la hybris del conocimiento y de la investigación, y se convierten en el objeto de sus propias pasiones.

De manera puntual, atendiendo a sus orígenes en la Grecias arcaica, tres personajes pueden mencionarse sin dificultad como imbuidos de hybris. Ellos son: Agamenón, el propio Eliseo, dos personajes centrales creados por Homero, y Edipo en la tragedia de Esquilo; aun cuando la Orestíada ocupa también un papel central al respecto. En la Grecia antigua, la hybris equivale tanto a un estado de locura, como a una ebriedad, en fin, a la ausencia de dominio por parte de la razón. Sólo que los griegos disponían de dos conceptos para designar la razón: el nous, en el período arcaico, y el logos en el periodo clásico y helenístico. Aquel puede traducirse como un conocimiento intuitivo, en tanto que el logos es eminentemente proposicional y predicativo. En cualquier caso, la hybris es esa clase de vida que se abandona a sí misma en pos de un objeto o experiencia determinados, pero que no sabe que se abandona a sí misma.

Pues bien, existe una dúplice circunstancia que explica el tipo de hybris de la investigación hoy en día. Se trata del hecho de que vivimos un mundo inmensamente rico en información, en datos, en conocimiento. Justamente por ello, a partir de 1998 ha emergido la ciencia de grandes bases de datos (big-data science): jamás había habido tal proliferación de publicaciones, eventos académicos y científicos. Y en estrecha relación con lo anterior, se trata de que, manifiestamente, vivimos en una sociedad de redes. Esta sociedad se expresa, en un plano, en las múltiples conexiones entre científicos, humanistas, académicos e investigadores, y en otro plano, en el tránsito de la web 2.0 a la web 3., y el horizonte probable de la web 4.0 en el futuro inmediato y a mediano plazo.

De esta suerte, los amantes del conocimiento y la investigación se ven literalmente avasallados por oleadas de información, actualización, debates, cuestionamientos y avances. El simple esfuerzo por mantenerse al día en los avances del conocimiento implica un estado mental que conduce al investigador casi al límite.

Una visión pesimista o escéptica al respecto afirmaría que hoy por hoy es imposible leer todo lo que se publica (en un área) en el mundo. Por el contrario, una visión optimista asiste al marasmo (hybris) de conocimientos palpitantes, vívidos, altamente adaptativos y permanentemente cambiantes, y de comunidades académicas y de investigadores cada vez más entrelazadas de diversas maneras y a través de distintos canales, en proceso sinérgicos de cooperación, aprendizaje y re-aprendizaje permanente. Evidentes muestras de vitalidad. Eso: de esa vitalidad que se desborda a sí misma y cuya mejor comprensión es como hybris; esto es, una mezcla sutil, difícil, compleja, de ebriedad, unja cierta locura (o por lo menos algunos estados límite mentales), mucho desenfreno y un fuerte sentido de incontinencia mental[3].

Mantenerse al día (updated) en los más recientes conocimientos, las más recientes publicaciones, los congresos, presentaciones,, líneas de discusión y demás – todo ello implica un estado que puede rayar con límites de distintos tipos, así: mentales, de estrés, sociales, económicos o financieros, laborales, por ejemplo. La sombra de Alekséi Ivánovich, una vez que se ha hecho la (re)lectura de la novela, permea y cruza estas reflexiones y experiencias.

 

Conclusiones

Aquí nos hemos concentrado en la investigación científica como una forma de ludopatía. Pero la verdad es que la ludopatía no es exclusiva de la ciencia. Se la encuentra igualmente en las artes (Jaspers) y en la literatura (Balzac), en la filosofía y en las humanidades.

He querido señalar que la investigación científica se hace de tres modos conspicuos, así: como un juego de libertad, como una apuesta arriesgada, en fin, como un ejercicio de desafío y originalidad (Sood et al., 2003). Pues bien, el rasgo común a los tres modos es la capacidad de apuesta, la originalidad, la radicalidad de la innovación. El elemento que cruza los tres modos puede ser entendido de dos formas. Se trata de la capacidad de llevar a cabo experimentos mentales, y el trabajo con base en pompas de intuición. En cualquier caso, se trata de mucha autonomía, independencia, libertad – en el sentido al mismo tiempo más fuerte de la palabra.

Los científicos e investigadores que trabajan sincera, total, denodadamente en ciencia pueden ser vistos como jugadores entregados a una pasión que los domina (Joliot, 2004), a una forma de vida que desplaza todo lo demás o convierte todo lo demás en subsidiario. El investigador apuesta de diversa maneras: en las conferencias que hace, en las publicaciones de distinto calibre que lleva a cabo, en las exposiciones que de sus temas y de sí mismo hace en un momento determinado.

La investigación científica ha sido vista de muchas maneras: como una empresa, como una práctica, como un ejercicio, como una forma de vida; aquí se ha argumentado que es, además, un juego desmedido. Pero no es únicamente un juego individual. En muchas ocasiones es un juego social: ludopatía social. Es lo que sucede, verdaderamente con la “gran ciencia” y no solamente ya con la “pequeña ciencia”. Por ejemplo, el trabajo que se lleva a cabo en el CERN, o las investigaciones en torno a LIGO, aunque otros casos pueden mencionarse sin dificultad. Esto es, esos juegos en los que son decenas, centenas, miles de investigadores (ingenieros, físicos, matemáticos, etc.) los que están involucrados en el juego.

 

Notas:

[1] Facultad de Medicina de la Universidad El Bosque. ORCID: http://orcid.org/0000-0002-9262-8879. Contacto: Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.

[2] Ello a pesar de las apariencias que dan los grandes medios masivos de comunicación como un mundo en crisis, en desasosiego, en caída libre. El periodismo científico debe cumplir un papel más activo, así como los procesos de socialización del conocimiento (de punta).

[3] Cierto, existen también patologías en este proceso: las dos más evidentes es el “publish or perish”, y consiguientemente, el peligro de caer en prácticas peligrosas, tal y como lo evidencia sistemáticamente el sitio https://retractionwatch.com

 

Bibliografía:

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Cómo citar este artículo:

MALDONADO, Carlos Eduardo, (2018) “La investigación científica como ludopatía”, Pacarina del Sur [En línea], año 10, núm. 37, octubre-diciembre, 2018. ISSN: 2007-2309.

Consultado el Martes, 23 de Abril de 2024.

Disponible en Internet: www.pacarinadelsur.com/index.php?option=com_content&view=article&id=1677&catid=3