Charlie Hebdo. Después del 7 de enero
José Miguel Candia
Los hechos que por su naturaleza, orígenes y causas comprometidas, actores involucrados o consecuencias que se deriven del mismo, conmueven a la opinión pública, generan reacciones en cadena. Algunas fundadas y con propósitos constructivos, dictadas por un sano sentimiento de dolor o de solidaridad con los afectados, otras caprichosas, sesgadas y nacidas de la mala fe o del oportunismo político.
El tema de la violencia en general y de los actos calificados de terroristas en particular, crean el clima propicio para que, como torrentes, los periódicos, revistas de opinión y noticiarios de radio y televisión, nos agobien con las interpretaciones y juicios de los expertos en cuestiones internacionales o estudiosos de los conflictos raciales y religiosos, que suelen brotar como hongos ante episodios de esta naturaleza. El ataque a las oficinas de la revista Charlie Hebdo y la muerte de parte de su equipo de redacción,el pasado 7 de enero, produjo una reacción en catarata solo equiparable al impacto que generó en los medios el ataque a las Torres Gemelas o el inicio de la agresión militar de los Estados Unidos contra Afganistán e Irak, a fines del 2001 y principios del 2003, respectivamente.
El atentado contra el semanario francés tiene las características de los actos de violencia que se ejercen bajo la modalidad que universalmente se define como “terrorismo”. En estos casos el repudio debe manifestarse sin salvedades ni acotamientos. La historia de lo que en la Europa del siglo XIX y primeras décadas del XX se conoció como “acción directa” – generalmente magnicidios y ataques a los representantes de la nobleza y del poder burgués- efectuados por comandos “libertarios” contribuyeron a aislar al movimiento anarquista de las capas medias y generaron temor en la población.
El ataque a Charlie Hebdo por parte de dos jóvenes franceses de origen árabe y religión musulmana, no se enmarca en la lógica política de la violencia que ejercieron algunas corrientes de la izquierda de hace un siglo, pero corre riesgos parecidos en el terreno de ganar adeptos y difundir sus propuestas y demandas. En poco se contribuye a la causa palestina con hechos que le sirven a la prensa conservadora de todo el mundo y a los gobiernos de las potencias occidentales, para reforzar en el imaginario colectivo, el estereotipo del migrante musulmán ganado por el resentimiento, propenso al fanatismo religioso, refractario a los valores de la democracia moderna y enemigo de la cultura occidental.
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Hay, no obstante, algunos temas que deben abordarse en relación a los acontecimientos ocurridos en París a principios de este año. En primer término, es erróneo pensar en Charlie Hebdo como una inocente publicación de caricaturas. Sabemos que toda expresión escrita en forma narrativa o de manera gráfica, está cargada de significados y referentes simbólicos que pueden resultar divertidos para unos y agraviantes para otros. En otras palabras, quien escribe opina y quien dibuja también. La imagen, igual que el texto, manifiesta valores ideológicos y posiciones o pertenencias políticas y hace explícita cierta manera de entender las cuestiones sociales, incluidas las religiosas. El humor gráfico no está exento de rendir cuentas y asumir responsabilidades cuando las circunstancias lo exigen, por lo tanto no es válido presentar a este semanario como un alegre continuador de la cultura contestataria de los heroicos sesenta. Ni Francia, ni el mundo, son los mismos que hace 50 años y una publicación de esa naturaleza no puede ignorarlo.
Una portada de 2011 haciendo referencia a la represión del ejército egipcio sobre una enorme manifestación contra el dictador Mubarak que dejó más de 300 muertos, contenía imágenes que eran una burla cruel contra las víctimas que cayeron ese día en las calles de El Cairo. La figura de un manifestante lanzando insultos contra un texto del Corán porque no detenía las balas del ejército y era acribillado por los proyectiles no podía pasar desapercibido para la comunidad de origen árabe que radica en Francia y en otras naciones de Europa.
¿Ignoraba la revista el significado de esas caricaturas y la irreverencia que eso representaba para una comunidad que proviene de pueblos históricamente agraviados por las potencias coloniales europeas y por las intervenciones militares de Estados Unidos? ¿Desconoce Charlie Hebdo los horrores que se viven a diario en la Franja de Gaza azotada por los bombardeos de la aviación israelí? Cuesta creerlo, por lo tanto el semanario pudo haber reparado el agravio y buscado una salida honorable al diferendo dando una explicación satisfactoria acerca del tono, permanentemente irónico y burlón, con el cual se refiere a la población parisina de origen árabe.
Hubo una explicación tardía de los responsables de la revista señalando que también se mofan de la Iglesia Católica y del Vaticano y que la comunidad que profesa esa fe no ha expresado malestar o enojo. El argumento resulta demasiado tonto o demasiado cínico, no es necesario ser un exegeta en temas del Corán o de la Biblia para saber que la situación de ambas comunidades no es la misma, ni un experto en política internacional para conocer la situación que se vive en Medio Oriente.
Instalar el debate en el terreno de la libertad de prensa es otro atajo para eludir el tema de fondo. El ejercicio responsable de los contenidos que ofrecen los medios de comunicación nace del marco normativo que rige ese tipo de actividades en cada país y también de la responsabilidad y el buen criterio que deben mostrar quienes tienen a su cargo la función de elaborar y difundir determinadas noticias, notas editoriales y mensajes.
El impacto político de lo que se escribe o se dibuja no es un detalle menor del ejercicio de la libertad de expresión, cada medio evalúa y decide y Charlie Hebdo demostró ligereza sobre un tema que en los ya lejanos sesenta del siglo pasado pudo ser irrelevante pero que ahora ocupa un lugar central en la vida social y cultural europea y en la agenda que tramitan los organismos multilaterales.
Ante el agravio y la burla apareció el “islam mortífero” con uno de sus peores rostros. El atentado, además de dañar la causa de los pueblos árabes y dificultar la búsqueda de una salida honorable al martirio palestino, contribuye a reforzar prejuicios y actitudes xenófobas en las sociedades occidentales. Que lo hechos del pasado 7 de enero abran un espacio de reflexión y autocritica en todos los actores participantes y en buena parte del auditorio que se sumó honestamente, al duelo. De los otros, los que fueron a tomarse la foto con gesto de circunstancia y robar cámara como el primer ministro israelí Benjamín Netanyahu, es poco lo que tenemos para agregar. Sus propias políticas los denuncian.
Cómo citar este artículo:CANDIA, José Miguel, (2015) “Charlie Hebdo. Después del 7 de enero”, Pacarina del Sur [En línea], año 6, núm. 23, abril-junio, 2015. ISSN: 2007-2309.
Consultado el Sábado, 9 de Noviembre de 2024.Disponible en Internet: www.pacarinadelsur.comindex.php?option=com_content&view=article&id=1146&catid=15