Homenaje: Hugo Bauzá: una semántica del mito entre la tragedia y la utopía
Homage: Hugo Bauzá: Myth semantics between tragedy and utopia
Homenagem: Hugo Bauza: semântica do mito entre tragédia e utopia
Gerardo Oviedo[1]
Artículo recibido: 25-03-2013; Aprobado: 01-04-2013
Resumen
RESUMEN: En el artículo se propone una síntesis de los aportes de Hugo Bauzá en el campo de la teoría e historia del mito. Se destaca su visión humanista y su rescate de las funciones críticas y liberadoras del imaginario mítico y poético. Se hace hincapié en su análisis del mito del héroe y sus implicancias existenciales y normativas en el horizonte de la modernidad tardía.
PALABRAS CLAVE: Mito, tragedia, utopía, héroe.
Abstract
ABSTRACT: The article proposes a synthesis of Hugo Bauzá contributions in the field of theory and history of the myth. Highlights his humanist vision and his rescue of the liberating and critical functions of the mythical and poetic imagination. Emphasis is placed on its analysis of the myth of the hero and his existential and normative implications on the horizon of late modernity.
KEYWORDS: Utopia, tragedy myth, hero.
Resumo
RESUMO: O artigo propõe uma síntese de Hugo Bauzá contribuições no campo da teoria e história do mito. Destaca sua visão humanista e seu resgate das funções críticas e libertadoras da imaginação mítica e poética. Ênfase é colocada na sua análise do mito do herói e suas implicações existenciais e normativas no horizonte da modernidade tardia.
PALAVRAS-CHAVE: Utopia, tragédia, mito, herói.
Hermes como signo: el imaginario mítico y su colocación simbólica intermedia
Hugo Francisco Bauzá es un pensador de la dimensión simbólico-imaginaria de la lectura del mundo. Un intérprete del simbolsimo humano y específicamente de su semántica mítica. Bajo esta luz comprende la condición trágico-poética y utópica de la existencia, como modos fundamentales de la experiencia vital humana.
Su enfoque de investigación parte de la teoría del imaginaire. Esta supone un concepto de lo imaginario en un sentido amplio e inclusivo que, más allá de todo dualismo, responde a un conjunto unitario de “dinamismos organizadores” de las diferentes instancias de la psique. Así, la noción de imaginaire es capaz de ofrecer una mirada más amplia que la de la lógica o la racionalidad, en cuanto da apertura a las construcciones simbólicas que articulan semántica y sintácticamente las representaciones lingüísticas y las imágenes estéticas de la existencia. En este marco teórico se inscribe la tematización integral que propone Hugo Bauzá del fenómeno del Mito, o debiéramos decir, de la “función mitizante” humana.
Una semántica de la morfología del mito en la experiencia humana debe contemplar que la función imaginativa no puede quedar restringida unilateralmente a la esfera de los sentidos, expulsada de la esfera del entendimiento. En rigor, Hugo Bauzá esgrime la hipótesis antropológica de que dicha función no se halla ni en una ni en otra esfera, sino en un “espacio intermedio” que confiere un poder de mediación a nuestra comprensión de lo real. Es por ello que esta función conectiva y relacional, en la mitología clásica, corresponde simbólicamente a Hermes, el dios mediador. Y de aquí también toma su etimología la filosofía hermenéutica. Ahora bien: ¿por qué apelar a la función simbólica del mito? Lo primero es que Hugo Bauzá no lo hace por un interés puramente filológico-historiográfico. Su tematización del Mito atañe, en el fondo, a un diagnóstico sobre la cultura contemporánea y en general sobre los destinos de la Modernidad, y de la condición del sujeto en el horizonte del presente.
En este sentido, piensa Hugo Bauzá, el “error de la Ilustración y de los períodos bajo su influencia consiste en considerar la vida humana sólo en su dimensión racional –lo que implica desnaturalizar la condición del hombre compuesta, a un mismo tiempo, de razón y de pasión-, dejando de lado el aspecto subjetivo-racional que se expresa a través de mitos, símbolos e imágenes tradicionales”, por lo que el “esfuerzo por desterrar el mito ha provocado, por un lado, cierto grado de desacralización de la natura y el mundo y, por el otro, paradójicamente, la sacralización de la historia y del progreso”. Aspectos que, a fin de cuentas, “obedecen, precisamente, a una cualidad innata del hombre como lo es la de mitizar, si se me permite el neologismo” (2009:19).
El proceso secularizador que implica la de-mitización de las imágenes del mundo en la época de la Ilustración moderna, no hace más que agravar sus aporías en la llamada era de la “Posmodernidad”. Claro que lo posmoderno, abierto a la distopía, no puede ser reducido a una norma uniformadora, puesto que despliega un espectro múltiple y divergente de oscilaciones que afectan todos los aspectos de la cultura. En tanto la modernidad confió ciegamente en la razón, alentó en el hombre el desmedido afán de conquista, incurriendo en una hybris o “soberbia” del género humano. Bajo esta desmesura, “la sed de poder, genera un incontrolable afán fáustico, míticamente explicado por medio de una metáfora: la del fracaso de Prometeo”, en modo tal que frente a esa “caída, frente a una crisis de desimbolización, la Posmodernidad parece alentar un retorno a los mitos y a un pensamiento apoyado más en la esfera de los sueños, la fantasía y la utopía, que en el de la razón entendida a la manera aristotélica” (2005: 237).
Se trataría pues de recuperar la dimensión del mito más allá de cualquier tentación irracionalista de fuga del mundo. Más bien al contrario, se trataría de restituir en toda experiencia intramundana la esfera mítica inabolible de la experiencia humana. Hugo Bauzá quiere mostrar así que la crisis cultural generada por el post-modernismo, paradójicamente, encierra una chance de retorno al humanismo, impensada desde su propio horizonte nihilista. Esta hipótesis de Bauzá no deja de ser sugestiva, pues exhibe que en medio de la indigencia espiritual que llevan los vientos de la Posmodernidad, es posible vislumbrar los instantes de apertura a una nueva conciencia de las potencialidades liberadores del Mito. En consecuencia, si por un lado la “Posmodernidad se ha fragmentado al extremo de ser vista como un espejo roto, lo que propone una pluralidad de lecturas y puntos de vista, en desmedro de la lectio ‘pretendidamente unívoca’ de los tiempos modernos en los que, tras el opacamiento de la divinidad, resurgió un antropocentrismo donde el hombre –en un desmedido anhelo fáustico- intenta erigirse en el centro de la creación”, por el otro lado, empero, habilita una nueva perspectiva de “la lectura y el significado de los mitos”, por lo que “corroborar la existencia de una razón de carácter universal es aún una cuestión pendiente y, aunque parezca paradójico, el mito es un posible camino para hallarla”. (2005: 235).
Este diagnóstico del presente nos permite enmarcar en su amplia dimensión filosófico-histórica el núcleo argumentativo de las aportaciones de Hugo Bauzá en el campo de la teoría e historia del Mito; o dicho con más precisión, de la función de mitización en su pluralidad simbólica inherente. Pues su tesis básica es que todo mito entraña una dimensión simbólica. Tanto el mythos como el logos pretenden expresar una imagen del mundo, cada uno en su ámbito simbólico específico. El mito desafía a la razón lógica en tanto provoca una ruptura en los razonamientos habituales. Pero el mito trata por sus propios medios de acceder al conocimiento. Por ello frente al camino de la razón, el mito propone un camino alternativo. Es un camino legítimo, no sólo del poetizar, sino aun del pensar.
Desde el punto de vista de Hugo Bauzá, el mito es palabra. El mito comporta un tipo de palabra que nombra o bautiza la realidad, sin pasar por la conceptualización del logos. Puesto que el mythos, más que a conceptos, remite a imágenes. Pero si el mito opera con palabras, es porque configura un relato. En cambio el símbolo opera con imágenes sensibles. No obstante esta diferencia, se trata en ambos casos de una narración, a través de la cual el ser humano lee y describe el mundo que lo rodea. Por consiguiente, los mitos funcionan en red. En efecto, hay que considerar a los mitos conectados con lo físico, con la historia, con las relaciones familiares y aun con el horizonte desconocido del “más allá”. En las culturas míticas tradicionales, los actos cotidianos se fusionan con ceremonias rituales, mediante las cuales hay un esfuerzo por traspasar el aquí y el ahora, y disponerse a una dimensión transtemporal. Aquí opera un contorno numinoso (de numen,“espíritu”) donde el mito le abre paso a lo sagrado. Mientras que el logos, en cambio, apunta a lo secular o profano. En su fondo antropológico, las narraciones míticas surgen como proyecciones del hombre contra la angustia y el temor. Especialmente, el relato mítico afronta el temor a la muerte. Un temor que no se limita a la finitud humana, sino que también pretende franquear la angustia que provoca el desconocimiento del futuro. Por ello es que la filosofía, la poesía y el mito han sido, desde la Antigüedad clásica, sucedáneos formulados desde el imaginario colectivo para contrarrestar las formas de la angustia, y favorecer o propiciar la superación del temor.
Hugo Bauzá analiza el acontecer temporal/transtemporal del mito por su capacidad histórica de resemantización. Entiende la pervivencia del mito en el mundo moderno a través de sus fenómenos de mutación y metamorfosis. Destaca por ello que junto a la realidad tangible, merced a los mitos, se advierte la presencia de “universos paralelos”, espacios laterales o paraísos utópicos que propenden a la instauración de un tempo intemporal, que es propiamente el tiempo del mito. En su opinión, la “mitología helénica, al igual que la mitología en general, ha servido para dar respuesta a interrogantes de diversa índole –sobre la naturaleza, lo social, lo político, lo histórico, lo religioso-”, que son “respuestas que han variado a lo largo de la historia de la cultura”. Considera así que “el mito no ha dejado ni deja de resemantizarse en obediencia a diferentes fines y propósitos”, como “si este tipo de discurso estuviera detenido en un tempo singular –una suerte de tiempo eterno o, en otras palabras, intemporal-, a la espera de que un creador lo asuma y reelabore”. En suma, la “lista de posibles ejemplos tiene la virtualidad de la infinitud” (2011: 144).
La capacidad de resemantización del mito es lo que lleva a Hugo Bauzá a propugnar una visión vital y activa del Mundo de la Antigüedad Clásica, que legitima sus reapropiaciones hermenéuticas en el presente más allá de un propósito puramente histórico. Por ello aduce que no hay que “considerar la mitología como mera noción de aventura en la que los inmortales tienen los vicios y virtudes de los humanos, sino que es preciso ver –detrás de ese variado friso de dioses- la manera cómo a un pueblo se le hizo patente la deidad: el politeísmo, en consecuencia, debe ser considerado como los diversos rostros de la teofanía”. Hay que rescatar, de “ese vasto corpus mitológico”, más bien “la noción de misterio, el asombro ante lo maravilloso, la ueneratio, y no detenerse en una arqueología que carece de vida”. Esto se hace patente en el caso de las refiguraciones de Dioniso -conocido también como Baco- en tanto se presenta en la mitología clásica como la potencia con la que se alude a la fuerza vital. Así, “en ese cometido la figura de Dioniso se nos impone”, pues “su dynamis y hechizo perduran bajo otras denominaciones”. Pues si el “agotamiento de un racionalismo cientificista –en el que, entre otros hechos, no tenía lugar la noción de misterio- provocó el despertar de ideas románticas”, sucede que “éstas recuperan un discurso poético del mundo que prioriza problemas existenciales, a la vez que pretenden religar al hombre con la naturaleza y es precisamente en ese punto de la cuestión cuando reaparece la idea de Dioniso y del dionisismo como una intuición de la Unidad” (1997: 167-168).
Pero la figura de Dioniso no sólo se resemantiza en virtud de su capacidad simbolizadora de las energías vitales de la humanidad doliente y esperanzada. Lo es fundamentalmente por su temple liberador. Hugo Bauzá pone de relieve el hecho de que “el dionisismo busca la liberación respecto de lo formal o, en lenguaje de Nietzsche, respecto del principio indiuiduationis, que limita, fija y, en consecuencia, convierte al hombre en un ser para la muerte”. En este sentido, el “dionisismo con su efecto liberador –lyaîos, ‘el que libera’- es uno de los epítetos con que se denomina a Dioniso-, mediante un éxtasis que se sume al fiel en estado de posesión, logra que sus seguidores disuelvan su personalidad en la comunidad ritual y, de ese modo, no sean conscientes del paso del tiempo, ni de lo inexorable de la muerte”. Con ello, “Dioniso deviene sotér, ‘salvador’, y, en consecuencia, se convierte en khárma, ‘alegría’, para los mortales”. El “éxtasis dionisíaco –como el efecto narcotizante de ciertas drogas alucinógenas- hace posible a quienes los experimentan la disolución de las fronteras espirituales”, de modo que así “Dioniso y el dionisismo se imponen como la insubordinación, la protesta y también como una rebeldía mítica no sólo frente a las normas, sino también frente a las personas y las cosas”. (1997: 164).
Arcadia, rebeldía y liberación: destinos universales del heroísmo mítico
La figura mítico-soteriológica, liberadora-salvadora del dionisismo, nos invita a repasar brevemente el modo en que Hugo Bauzá ha estudiado el mito del “héroe”, y su tensión ontológica entre utopía y tragedia. Se trata de un tema fundamental de la cultura occidental, en cuyo campo de investigación nuestro estudioso ha hecho sustantivos aportes. En principio es menester consignar que para Hugo Bauzá, el análisis del mito se inscribe en el marco simbólico y retórico de una poética concreta. Digamos, de paso, que hallamos en los escritos de Hugo Bauzá relevantes apreciaciones sobre la poesía en general, no sólo en su alcance estrictamente estético-literario o genológico, sino por el espesor existencial de su modo de apertura al mundo. En fin, por su densidad ontológico-existencial más allá de cualquier análisis formal. En este aspecto, la poesía alterna el mundo de la realidad con el de la fantasía, situándose –también- en una zona intermedia desde la que pone de manifiesto su sentido de mediación. La poesía asume la función de Hermes, la deidad que, en su tránsito entre los dos mundos, liga lo real con lo fantástico y, de ese modo, exhibe el sentido de la Totalidad.
Consecuentemente, Hugo Bauzá sostiene que la poesía es natura naturans, la naturaleza en proceso de desarrollo, y no natura naturata, la naturaleza ya desarrollada. También aprecia que la poesía es un lenguaje de totalidades. Explica que en la cosmovisión de los poetas clásicos, cada palabra, cada imagen poética, pretende contener la totalidad del mundo. De esta manera es que hay que entender la teoría de la mimesis aristotélica, incluso, respecto del hecho de que el poeta debe imitar a la naturaleza. Es que Aristóteles se refiere a la natura naturans, no a la natura naturata. Desde esta perspectiva, la Tragedia pertenece a la esfera de una poética en estado de natura naturans, y lo mismo podríamos decir del “mito del héroe”. Que paradigmáticamente es el héroe trágico, aunque su validez normativa –inspiradora de pautas críticas y criterios de moralidad- no se restringe de ningún modo al modelo ático. La trama del género trágico se orienta a iluminar los límites de la naturaleza humana. Sus visiones siguen vigentes en la actualidad. Por ello el lector de tragedias, antiguas, modernas o contemporáneas, puede experimentar en esos textos poéticos y dramatúrgicos -además del placer de su lectura- algún tipo de respuesta a los problemas fundamentales de la existencia humana: la vida, la creación, el amor, la muerte.
En este punto es importante señalar que, en tanto el aspecto decisivo por el cual el imaginario popular ha entronizado a los héroes es el móvil ético de su acción orientada a construir un mundo mejor, semejante esfuerzo es utópico la mayor parte de las veces. Es el mismo conato utopista el que lleva al héroe necesariamente a una muerte trágica. De modo que heroísmo, tragedia y utopía son instancias de la acción y de la imaginación íntimamente, recíprocamente entrelazadas. Hugo Bauzá expone cómo en la morfología semántica del héroe existe un rasgo particularmente decisivo, que se erige como común denominador de esta figura en todos los tiempos: el ser un transgresor. Pero para alcanzar categoría heroica, dicha transgresión deba apuntar hacia lo ético. Entonces es cuando la transgresión el héroe traspone el poder de dominio histórico-político, en acciones que intentan también apartarse del determinismo fatalista y convertirlo en artífice de su propio destino. El “héroe es el que sabe decir no”, dice Bauzá en una expresión tan sintética como reveladora y afortunada. Donde el paradigma clásico del disconformismo lo encarna Antígona, que se presenta como la imagen de la rebelde.
Así pues, Hugo Bauzá considera que “lo que el mundo antiguo –y el moderno- más ha valorado en los héroes es el móvil ético de su acción, fundado éste en un principio de solidaridad y justicia social, y es por esa circunstancia que los han tomado como modelo y han tratado, en consecuencia, de emular sus acciones”. De manera que si estos “seres singulares, obnubilados por su propósito de querer cambiar el mundo, muchas veces no alcanzan a medir las consecuencias –en ocasiones trágicas- de sus empresas”, es porque en ese contexto es “como hay que entender el proceder de Áyax en el mundo antiguo, del Quijote en los albores de los tiempos modernos o de tantas figuras revolucionarias del imaginario mítico político de nuestros días”. Dado que Bauzá advierte que “los héroes tienen en común el hecho de ser transgresores, de encaminar sus acciones a traspasar el umbral de lo prohibido, de ir más allá de los límites impuestos por la sociedad”, es capaz de exponer como éstos “participan también de la circunstancia promisoria de estar regidos por la ilusión –por lo general de naturaleza utópica- de querer ordenar un mundo desarmónico y de lanzarse para ello –en todos los casos de manera absolutamente convencida- a una aventura que en el fondo constituye un viaje hacia lo ignoto”, por lo que es “en ese aspecto, por ejemplo, como podemos hacer una lectura de la controvertida figura del ‘Che’ Guevara” (1998: 5-6).
Aquí emerge con toda fuerza el tema de la Utopía, también abordado eruditamente por Hugo Bauzá. Su paradigma clásico es Arcadia. La Arcadia es una “utopía espacial”, que se convierte con Virgilio en el sitio privilegiado donde es posible el otium creador y el simple aunque profundo placer del goce de la existencia. Muestra así que la “utopía se nos presenta como una vía de escape, una ensoñación, fundada en el propósito de mejorar las condiciones de vida y es por esa causa que en la mayor parte de los casos esos paraísos son ideados en momentos afligentes de la historia, quizá como un intento –muchas veces desesperado- por ordenar los desajustes e injusticias existentes en la sociedad”. Sucede que la “utopía adquiere las más de las veces los perfiles de una suerte de aurea aetas, de edén, de sociedad perfecta”, y que respecto “de su existencia soteriológica no se la busca en el pasado lejano e históricamente indeterminado –como sucede por lo general con el caso de los mitos-, sino que se lo proyecta hacia el futuro o bien se lo imagina en una tierra distante, por lo general, una isla lejana y casi inaccesible, cuyos habitantes gozan de una existencia bienaventurada”. Pero hay que tener en cuenta que lo que “dinamiza a las utopías es el convencimiento de que la sociedad es capaz de mejorar, por eso, en la mayor parte de ellas, se aprecia como denominador común la propuesta programática de un cambio social”, por lo cual, “vemos que las utopías más que un sueño se nos imponen como formulación teórica tendente a operar cambios en la sociedad” (1993: 127).
La dimensión utópica de las aspiraciones liberadoras del hombre también se condensa míticamente en torno de la semántica heroica. Por ello su morfología presenta sostenidamente el carácter agónico de su naturaleza. Hugo Bauzá explica que el ser del héroe se presenta como un espacio en el que se anudan fuerzas contrarias, por lo que en el carácter del héroe se hace presente el estar en permanente conflicto entre dos mundos. Ello tiene como implicancia crucial que la figura del héroe trágico aparece como un hombre superior al que lo acecha la desgracia. Un héroe que, sin embargo, es víctima de un destino funesto. El héroe padece así un defecto, error o imperfección que lo lleva inexorablemente a su ruina. Es la hamartía, el“error trágico” que, por lo general infligido por una deidad, define su culpa objetiva, y por la que necesariamente debía ser castigado. La épica y la tragedia han expuesto el fin o desenlace terrible de sus héroes, destacando por esta vía el esfuerzo vano por superar lo aciago que el destino inexorable impone a la naturaleza humana. Esfuerzo vacuo en el que sobrevive, sin embargo y a pesar de todo, el impulso de liberación. Tal el caso de Heracles (románicamente Hércules). Donde a juicio de Bauzá, lo más “destacable de su figura mítica es que, a medida que iban cobrando forma los motivos acerca de sus labores y aventuras, el imaginario de los antiguos erigió a este personaje singular como símbolo de liberación y, tras su denodado esfuerzo y su pacífica sumisión, en arquetipo de la búsqueda de la inmortalidad” (1998: 45).
Pero este heroísmo trágico mucho menos queda desmentido en la figura de Edipo. Hugo Bauzá piensa que cuando Sófocles se ocupa de la figura de Edipo, apela a una leyenda preexistente, que evidentemente era conocida por los espectadores que asistían a las representaciones dramáticas. Es preciso tener en consideración que para el imaginario griego de la época sofóclea, Edipo es un mito heroico. Entabla frente a su auditorio original el relato mítico en torno de un héroe trágico. A ello se debe que Edipo represente un símbolo de lo inexorable de la fatalidad sobre la existencia humana. Sófocles permite presenciar un pesimismo resignado ante la embriaguez que producen los triunfos, propensos a la hybris de la victoria. En este sentido, Hubo Bauzá hace ver lo que denomina el “humanismo del héroe”. Así se entiende por qué el héroe clásico conmueve, más que por lo que posee de divino, por lo que tiene de inexorable mortal. En caso contrario, no podríamos identificarnos con él. Su condición finita lo aproxima a nosotros mismos, a nuestra propia finitud. Incluso permiten vislumbrar lo heroico que –acaso y a veces- reside en cada uno de nosotros, confía Bauzá. Con todo, sobresale aquí su concepto de que el dolor, la duda y la perplejidad existencial parecen indicar los rasgos morfológicos humanizados del héroe clásico. Bajo esta luz existencial, puede asimismo comprenderse que en Sófocles, la tragedia de Edipo no estriba sino en el hecho mismo de haber nacido, sentando una ultimidad radical de la condición humana que ninguna filosofía está en condiciones de conjurar o “superar” sin más.
Con el Edipo de Sófocles asistimos pues a un “drama existencial que cuestiona el propio fundamento ontológico” de nuestra humanidad demasiado humana, nos muestra Bauzá. De modo que el “pesimismo de este héroe surge del hecho de que en él lo trágico no procede ni de una hýbris ‘soberbia’, ni de una hamartía ‘error’, sino simplemente de la circunstancia involuntaria de existir”. Por si ello no bastara, “al no haber una culpa consciente del personaje, no existe tampoco tribunal que pueda absolverlo –dado que su drama es inherente a su misma naturaleza-, y es precisamente por esa causa que el teatro sofocleo se nos presenta mucho más amargo que el de los restantes trágicos”. En consecuencia, propone Bauzá, los “dramas de Sófocles en general, y el de Edipo en particular, nos ponen frente a una tragedia de marcado carácter ontológico –ténganse presentes los vínculos de Sófocles con la filosofía de Parménides, el filósofo del ser –donde, en una suerte de existencialismo avant la lettre, lo que se cuestiona es la condición misma de la existencia” (1998: 119-120).
La dimensión ontológico-trágica de la existencia también pone de manifiesto el hecho de que en el drama ático, la purificación, la transfiguración o apoteosis acontece en las naturalezas heroicas por medio del sufrimiento. Estos héroes experimentan una metánoia (un cambio de sentimientos o “conversión”) de su estar-en-el-mundo. En las obras de Esquilo, es fundamental la noción de que por el dolor se tiene acceso al conocimiento. Mas por el “dolor, que Prometeo estoicamente ha experimentado en carne propia, los dioses y los hombres no sólo se elevan y dignifican, sino que por él pueden lograr el perdón, dado que el dolor redime”. Así, frente a las situaciones de naturaleza trágica, Esquilo “rescata del mito un aspecto sustancial: el soterológico, en el cual la caridad y el perdón parecen ser las notas más sublimes”. Bauzá nos muestra entonces que “Prometeo, Orestes o el grupo de las suplicantes, más que meras figuras mítico-legendarias poéticamente recreadas sólo con propósitos estéticos, encarnan valores simbólicos muy precisos –en este caso salvíficos- los que, además de poner de relieve aspectos esenciales de la piedad y de la religiosidad griegas, se imponen como canon, norma o paradigma del actuar humano”. Su lección normativa perenne es que por “esa fuerza interior voluntariamente asumida, el hombre se construye como hombre, a la vez que intenta substraerse del marco del fatalismo determinista en el que lo sitúa el imaginario del mundo antiguo” (1998: 139).
Más allá del plano erudito, es la obra de Hugo Bauzá la que encierra sus propias lecciones. Entre otras, que la poética del mito, en tanto adopta la misión del dios Hermes, pervive comunicando mundos y cumpliendo mediaciones entre esferas de significado que la racionalidad científica se empeña en escindir y disociar, en un logro epistémico que no está exento de padecer una hybris trágica por su abstracción manipuladora del mundo. Pero la lección quizá más sobresaliente que los escritos de Hugo Bauzá nos brindan, es aquella que nos sitúa frente al mundo resemantizado del dionisismo, y consiguientemente de la valoración –en el fondo, optimista, afirmativa- de las pulsiones heroicas ante la vida. En tanto Dioniso simboliza, en un éxtasis soteriológico, las potencias de liberación y de salvación, su “rebeldía mítica” es una reserva semántica que ningún imaginario emancipatorio estaría en condiciones de desdeñar. Menos si en nuestro espacio sociocultural del Sur se habrían de mestizar las energías semánticas dionisíacas con aquellas potencias simbólicas amerindias que, en su latencia utópica, anuncian la hora heroica de las imaginaciones utópicas emergentes de nuestro continente. Entonces sabríamos que nuestros mitos americanos contienen, en su moralidad de la protesta, las pulsiones libertarias que sólo podrían contrarrestarse bajo la forma de la tragedia.
Notas:
[1] Profesor de la Universidad de Buenos Aires y de la Universidad de Ciencias Empresariales y Sociales. Doctorando en Filosofía por la Universidad Nacional de Córdoba (Argentina). Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.
Bibliografía:
BAUZÁ, Hugo F., (1993). El imaginario clásico. Edad de Oro, Utopía, Arcadia, Universidad de Santiago de Compostela, Santiago de Compostela.
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_____, (2005). Qué es un mito. Una aproximación a la mitología clásica, Buenos Aires, FCE.
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_____, (2011). “El mito clásico y su capacidad de resemantización”. En El mito desde la teoría del imaginaire, Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires, Buenos Aires.
Cómo citar este artículo:OVIEDO, Gerardo, (2013) “Homenaje: Hugo Bauzá: una semántica del mito entre la tragedia y la utopía”, Pacarina del Sur [En línea], año 4, núm. 15, abril-junio, 2013. ISSN: 2007-2309. Consultado el
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