Grandezas y miserias de la inmigración europea. Alemania en la encrucijada

Greatness and misery of European immigration. Germany at the Crossroads

Grandeza e miséria da imigração européia. Alemanha na encruzilhada

Julio Roldán[1]

RECIBIDO: 24-08-2015 APROBADO: 16-09-2015

 

Como todo fenómeno que es considerado manifestación de vida, la vida en sí, como núcleo de todo lo existente, pervive en un permanente estado de hacerse-rehacerse. En perpetuo construirse-reconstruirse. Lo dado es modo. Lo existente es proceso. Por lógica deducción, este trajín histórico-social, político-cultural, denominado inmigración, que los seres humanos han heredado de sus antepasados inmediatos (los primates y ellos de los suyos) no es nada nuevo desde cualquier perspectiva que se la analice. Por el contrario, tiene larga data. Fue un comenzar sin fondo preciso en el espacio. Un comenzar sin dato exacto en el tiempo. Será una proyección sin fin, de antemano desconocido, hacia el futuro.

El movimiento de bandas, fatrias, tribus, clanes, familias, pueblos, a lugares desconocidos, a nuevas regiones, a distintos continentes (en el futuro hacia otros planetas), tiene dos causas centralmente determinantes. 1. La necesidad de supervivencia, y 2. El deseo-fantasía. Causas que se acometen, que se condicionan, que se influencian mutuamente.

Lo afirmado podría ser juzgado como una mera abstracción, además de lejana, algo nebulosa. Para evitar dicho mal entendido es menester anotar algunos hechos, de carácter histórico, ocurridos en el continente europeo en torno al tópico en cuestión. Comencemos mencionando la presencia de los hunos en el Siglo V. A ellos les sucedieron los mongoles en el Siglo XIII. Estos dos primeros grandes actores se asentaron, especialmente, en la parte nororiental del denominado Viejo Mundo. Mientras que los árabes, en la zona sur del mismo continente, tuvieron una presencia directa que duró 8 siglos.

La herencia de las grandezas y las miserias, de los tres grupos aquí mencionados, se puede percibir con alguna facilidad hasta la actualidad. A ellos hay que añadir los pueblos denominados judíos (que proceden del Medio Oriente) y Sinti-Roma (que proceden del Lejano Oriente), con arribo impreciso a esta parte del mundo, a los que dicho sea de paso se les intentó exterminar, especialmente, en los años de la Segunda Guerra Mundial.

Esta tendencia migratoria se acentuó con el transcurso de los siglos. Para una mejor comprensión, tomemos como hito central los llamados tiempos modernos. Los que están concretizados por el Renacimiento, la reforma, la razón y la revolución. Fenómenos que tienen como sustento-base la aparición del modo de producción capitalista. El capitalismo es el primer sistema universal que conocemos. Sus grandes logros, en el nivel de la conciencia, han sido profundizar la espiritualización y estandarizar la naturalización de la propiedad privada en el quehacer cotidiano del poblador común y corriente.

En otro nivel, el sistema capitalista, teniendo como punta de lanza la mercancía y su realización en el mercado, rompe todas las fronteras, allana todos los caminos, remece todas las montañas, en función de su desarrollo. La misma que es coronada con la maldita o bendita nueva deidad de deidades, ¡el dinero! El mismo que fue calificado, en su versión oro, por William Shakespeare (1582-1616) como la nueva “... ramera de todos los hombres. Causa de odio y guerra entre los pueblos.” (Shakespeare, 1993: 95)

Es sobreentendido que el capitalismo no se reduce solamente al dinero. Es un sistema mucho más amplio, profundo y vasto que desborda, que trasciende, a este “elegante caballero”. No obstante, en determinadas circunstancias, el nuevo Dios es la piedra angular sobre la cual se mueve la actividad humana en su conjunto. Así lo evidenció Honoré de Balzac (1799-1850), cuando en 1839 escribió: “Una voz gritóle en su interior a Lucien: `La inteligencia es la palanca con que se mueve el mundo. Pero otra voz gritóle que el punto de apoyo de la inteligencia es el dinero´.” (de Balzac, 1976: 26 y 27)

El modo de producción mencionado, con el posterior desarrollo y racionalización de la producción, ha sido el resorte principal del por qué el Viejo Mundo se convirtió, a partir de los últimos 5 siglos, en el centro del planeta. De ahí el conocido eurocentrismo, del cual se derivan el imperialismo, el neocolonialismo y el postcolonialismo.

Acicateado por el mencionado sistema, el continente ha sido cruzado, recruzado, incesantemente por un sinnúmero de grupos, sectores, clases sociales, desde la fría Escandinavia, a través de los bosques teutónicos, hasta la tórrida Península Ibérica. Desde las míticas islas griegas, pasando por los macizos balcánicos, hasta las llanuras irlandesas, y viceversa.

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Si este fenómeno de la inmigración ha sido una constante, como queda dicho, lo nuevo de la actual inmigración hacia Europa, hablamos de las últimas tres décadas, se puede sintetizar en cinco características principalmente: 1. Es masiva. 2. Es rápida. 3. Tiene como arma el cuerpo del emigrante. 4. La presencia de mujeres-infantes es notoria. 5. Es externa a las fronteras de Europa.

La inmigración actual se enmarca en los tiempos de la globalización neoliberal y la caída del “Campo socialista”. Las catástrofes naturales, las guerras, sobre todo la mala distribución de la riqueza, son los resortes que básicamente la impulsan. La misma procede, como queda dicho, de allende las fronteras de lo que se considera, tradicionalmente, el Viejo Mundo. Ella tiene su fuente, principalmente, en el continente africano y en el denominado mundo árabe.


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A lo anotado hay que añadir que la inmensa mayoría de inmigrantes provienen de los sectores sociales pauperizados. Son los denominados Condenados de la Tierra, si debemos parafrasear el título de un libro de Frantz Fanon (1925-1961). Más aún agréguese que tienen otra pigmentación en la piel. Diferente morfología al europeo común. Ellos hablan idiomas con raíces distintas a las de los indoeuropeos. No obstante estas diferencias, las mayorías, adoran al mismo creador (Eli, Jave, Alá, Jehová). Sólo que lo hacen leyendo “libros sagrados” distintos al Antiguo y al Nuevo Testamento. Finalmente, sus intermediarios ya no son rabinos, curas o pastores.

En toda inmigración, los “autóctonos”, al entrar en contacto con los “forasteros”, “nosotros” con “ellos”, los de aquí con los de allá, mutuamente se acometen. Pacífica o violentamente se condicionan. En este proceso, los supuestos indígenas, los así llamados nativos, los autodenominados originarios, pierden parte de su imaginario, de su simbología, de sus costumbres, que habían sido la base de su modus vivendi. Sin obviar que a los “recién” llegados, por acción dialéctica, les sucede lo mismo y en proporciones similares.

Para compensar estas reales o supuestas “miserias”, aparecen las supuestas o reales “grandezas”. Las que se evidencian en las nuevas combinaciones morfológicas. En las diferentes formas de organización social. En las nuevas y variadas expresiones culturales. Éllas, más inconsciente que consciente, son aceptadas, asumidas e interiorizadas por el conjunto a un nivel superior. Al pasar el tiempo, las pérdidas o las ganancias, son valoradas unas como “miserias” otras como “grandezas”. Esta simbiosis ha sido, es y será la dinámica de la vida en cualquier parte del mundo, hasta hoy conocido.

A este nuevo mundo sociocultural que se levanta, resultado del mutuo acometerse de las variadas fuerzas en pugna, los nostálgicos, los pasadistas, le anteponen estos conocidos versos escritos por el poeta medieval Jorge Manrique (1440-1479), leamos: “Recuerde el alma dormida, avive el seso y despierte contemplando cómo se pasa la vida, cómo se viene la muerte tan callando, cuán presto se va el placer, cómo, después de acordado, da dolor; cómo, a nuestro parecer, cualquier tiempo pasado fue mejor.” (Manrique, 1999: 18)

En contraposición a las coplas mencionadas, los optimistas, los futuristas, les responden diciendo: “Todo presente es siempre mejor que todo pasado. Todo futuro será siempre mejor que todo presente.” Fiedrich Nietzsche (1844-1900) entendió a plenitud este trajinar humano por los senderos de la vida, de ahí que, dando la razón a los últimos, afirmó: “¡Qué importa el país de los padres! ¡Nuestro timón quiere dirigirse hacia donde está el país de nuestros hijos! ¡Hacia allá lanzarse tempestuosamente, más tempestuoso que el mismo mar, es nuestro gran anhelo!” (Nietzsche, 1995: 294)

Este momentáneo encuentro, consecuencia de los múltiples des-encuentros, en perceptiva, siempre será mejor, no obstante los grandes y los pequeños riesgos con los cuales está matizada la existencia humana. Hay que comprender una simple verdad. El pasado, así sea de oro, ya pasó. Por ser pasado, así sea el mismo paraíso, ya no es. Nunca más volverá a ser lo que fue. Su tiempo se esfumó.

El futuro, en cambio, con la mítica Pandora como guía, es la vida que se abre como una flor en primavera. Si no es una puerta, por lo menos es una ventana, franqueada de por vida. Ha sido así. Es así. Será así. En esta encrucijada, las grandezas y las miserias de la condición humana están en constante enfrentamiento entre lo que fue y lo que será. El presente-presente sólo es una ilusión pasajera. No obstante ello, la inmensa mayoría de la humanidad cree vivirla como si fuera una eterna realidad.

 

Alemania mestiza

La misma lógica, mencionada en los párrafos anteriores, experimentada en el continente europeo, con diferencias más, con diferencias menos, se repite en el país llamado, en el último siglo, Alemania. A despecho de los puristas, de los románticos, de los indígenas, de los in-contaminados que pretenden lo contrario levantando como argumentos las raíces, la tierra, la sangre, el espíritu, la cultura, el idioma, la identidad, la nación, ellos han sido mezclados y re-mezclados desde sus orígenes. Ellos son mestizos por antonomasia, como todos los pueblos que hasta hoy conocemos sobre el planeta.

El primer historiador del mundo germano, Cornelio Tácito (55-120), en la Vida de Julio Agrícola, hace cerca de 2,000 años atrás, sobre los pueblos germanos, para él “países bárbaros”, escribió: “Por lo demás, como suele ocurrir con los países bárbaros, no se conoce con exactitud quiénes habitaron Bretaña en un principio, si eran indígenas o inmigrados. Su aspecto físico varía, y de ahí las diversas hipótesis.” (Tácito, 1988: 63)

A lo afirmado por el citado, si bien es cierto que para él no se sabe “... con exactitud si fueron indígenas o migrados...”, nosotros estamos seguros que fueron migrados. Todo nativo fue migrado en algún momento. Todo indígena fue forastero en algún momento. Todo originario fue allegado en algún momento. El movimiento es una ley de la vida. Tanto en el plano individual, con mayor razón, en el nivel colectivo. Ente que no se mueve, muere. Sujeto que no se mueve, sucumbe. Individuo que no se mueve, desaparece. Población que no se cruza se esfuma. Cultura que no se mezcla, fenece.

Las causas del mestizaje en Alemania son varias. Anotemos algunas de las más evidentes. Desde el punto de vista geográfico, este país está ubicado en el centro del continente europeo. Por lo tanto, en el plano históricosocial, ha sido paso, parada y sendero de todas las tribus, clanes y pueblos existentes en el continente desde tiempos remotos.

A la par, en el nivel político-militar, ha sido escenario de luchas grandes. La invasión, colonización, romana es menester recordarla. También de luchas pequeñas entre los pueblos germanos entre sí. La historia recreada en la mítica Canción de los Nibelungos sólo es un caso. Pasando por los enfrentamientos al interior del Primer Sacro Imperio Romano Germánico (900-1806) y sus dos dinastías. Los Habsburg y los Hohenzollern vivieron en unidad y pugna permanente.

El Segundo Imperio Alemán (1871-1918) es resultado de tres guerras sucesivas, en un pequeño lapso de 6 años. 1864 contra Dinamarca. 1866 contra Austria. 1870 contra Francia. Para terminar con las dos guerras, denominadas mundiales, ocurridas en el Siglo XX, encabezadas por el Segundo y Tercer Reich, respectivamente.

En el plano cultural, el idioma que se habla es de raíz indo-europea. Un componente fundamental proviene del Lejano Oriente (La India). Las investigaciones, entre otros, del filólogo Wilhelm von Humboldt (1767-1835) son demostrativas al respecto. Luego la influencia del griego antiguo y del latín es notoria. La religión predominante en esta sociedad tiene como tronco central las denominadas creencias abrahámicas. La misma viene del Medio Oriente (Iraq). Finalmente las ciencias, las humanidades y las artes tienen como base los grandes logros de la cultura greco-latina primero y arábiga después.

Más aún, dando un salto en la historia, este mestizaje, en todos los niveles, se acentúa con el fin de la Segunda Guerra Mundial. Ello tiene que ver con la presencia de los llamados “trabajadores visitantes”, portugueses, españoles, italianos, griegos y turcos quienes, dentro del Plan Marshall, que con la fuerza de su trabajo contribuyeron a la reconstrucción del país y generar el denominado “milagro económico alemán”.

Por lo tanto, la pregunta que se desprende de todo lo anotado es: ¿Qué hay realmente de original, de puro, de nativo, de autóctono, en el mundo alemán actual? La verdad de las verdades es: nada. Palabras y más palabras. Viejos y nuevos mitos. Pura construcción mental. Abundante demagogia, ya conocida y repetida.

Después de todo, lo más preocupante de esta ideología son sus consecuencias. Hay abundante experiencia al respecto en este país. Ellas se expresan a través del racismo, del nacionalismo, del patriarcalismo, del machismo, del culturalismo. Ismos que han sido fuente de derramamiento de sangre en lo ancho de su territorio y a lo largo de su historia.

En los últimos años, estos ismos comienzan a salir a flote con alguna facilidad. Ello se evidencia en la actitud de una cantidad considerable de pobladores, particularmente los más humildes, que se consideran alemanes. No obstante el mestizaje mencionado, el desprestigio consecuencia de los hechos de la Segunda Guerra Mundial, estos ismos parecen encontrar terreno fértil para echar raíces y luego florecer.


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Una ciudad como muestra

Para ilustrar el mestizaje del cual venimos hablando, en Alemania, tomemos como caso paradigmático la ciudad capital, Berlín. En el libro Weimar... , hemos escrito lo siguiente: “El espacio donde originariamente se levantó fue óptimo. Ella ocupó el centro del mundo de habla alemana. El tiempo, de igual manera. Muchos acontecimientos importantes cruzaron y marcaron su diario vivir. Finalmente, en el plano humano, desde hacía cerca de 300 años, la ciudad abrió sus puertas a un sinnúmero de individuos de lejana procedencia, de credos diferentes. Una multitud de perseguidos, de forasteros, de trotamundos, tomaron posesión de la gran urbe.” (Roldán, 2014: 42)

A la par hay que agregar que culturas diferentes, idiomas variados, religiones diversas, múltiples morfologías, se asentaron en la Capital. El filósofo Abram Deborin (1881-1963) nos brinda algunos datos más precisos al respecto. Leamos: “En 1685, Luis XIV expulsó de Francia a los hugonotes; 20,000 personas -artesanos, mercaderes, etc.- se trasladaron a Brandenburgo, principalmente a Berlín, donde llegaron a integrar la cuarta parte de la población. Pero su peso en la vida económica y cultural de la ciudad, y por consiguiente del país, estaba determinado no sólo por su número, sino por el papel que habrían de desempeñar en la vida de aquel Estado. Berlín fue obra de los hugonotes. Además de los franceses, a Brandenburgo acudieron otras minorías perseguidas, como, por ejemplo, los judíos de Austria, los valones del Palatinado, los menonitas de Suiza, etc. Entre los inmigrantes predominaban los campesinos y los artesanos.” (Deborin, 1968: 121)

En el libro antes citado hemos añadido: “En lo mencionado reside la razón del por qué Berlín fue desde aquellos tiempos una ciudad cosmopolita. Una metrópoli abierta a la inmigración mundial. Una urbe donde se encontraron grupos, convivieron etnias y cohabitaron clases sociales diferentes. Consecuencia de esta experiencia, la mentalidad de la gente, fraguada en la vida diaria desde aquellos tiempos, fue mucho más abierta, más tolerante en comparación a de otras ciudades del imperio. La práctica de convivir con lo desconocido les fue conocida. La tolerancia de tolerar al intolerante les fue familiar. Característica que ha mantenido a través de las décadas. Que conserva, hasta lo han potencializado, en la actualidad.” (Roldán, 2015: 43)

El escritor Hermann Hesse (1887-1962), a principios del Siglo XX, con cierta preocupación, sostenía: “La vida humana se convierte en verdadero dolor, en verdadero infierno sólo allí donde dos épocas, dos culturas o religiones se entrecruzan.” (Hesse, 1998: 27 y 28)

Lo afirmado por el Premio Nobel de Literatura del año 1946 podría ser verdad en las pequeñas, hasta en las medianas ciudades, en otros tiempos, mas no en las grandes metrópolis y donde predomina el sistema capitalista y toda su cultura. En ellas ocurre todo lo contrario. En esos entrecruces de todo y de todos reside su grandeza. Radica su escondido encanto. Emerge su siempre lozana energía.

Berlín se mueve en otra dimensión en comparación a la mayoría de ciudades del territorio alemán. El mundo convive en Berlín. Su condición de gran metrópoli, de ciudad mundo, lo comparte en Europa con París y Londres. Es por ello que un sinnúmero de artistas, intelectuales, exiliados, librepensadores, trotamundos, si no han recalado, por lo menos han visitado la más importante ciudad alemana en los últimos tres siglos.

Lo que sucedió con el novelista Franz Kafka (1883-1924) sólo es un caso. Después de su experiencia vital en dos ciudades provincianas (Praga y Viena), a comienzos del Siglo XX, se sintió cautivado por el ambiente espiritual que marcaba la vida en la vieja capital de Prusia. Uno de sus biógrafos da testimonio de lo aquí afirmado cuando apunta: “Solamente Berlín le atrae y conforta: lo seduce el frívolo cosmopolitismo berlinés, su prusianismo afrancesado quizás o su dicción de vocales claras e inflexiones ligeramente bruñidas tal vez.” (Vidal, 1993: 11)

De igual modo, la importancia de la ciudad capital fue evidenciada en un juicio expuesto por el escritor Heinrich Mann (1871-1950). Esta idea fue vertida, de igual manera a comienzos del siglo recientemente tramontado. Ella dice: “Todo lo que quedaba de importante en las provincias ha acabado por reconcentrarse en Berlín. Además, esta capital constituye, por su misma situación geográfica, un centro internacional o, al menos, europeo.” (cit. Vallejo, 1980: 37 y 38)

A su turno, el común de los berlineses en la actualidad, en un tono de cierta autosuficiencia, sabiendo que su ciudad fue la vieja e histórica capital del Imperio Prusiano hasta la Segunda Guerra Mundial, condición que ha vuelto a recuperar en las últimas décadas de la Alemania reunificada, repiten con frecuencia: “Berlin ist immer die Hauptstadt Deutschlands. (Berlín es siempre la capital de Alemania.)” (Roldán, 2014: 199)

 

Mitos que renacen

El ya citado Cornelio Tácito, en su trabajo Germanía, fue quien comenzó a propagar algunos mitos sobre los denominados alemanes. En gran medida, con algunos cambios, ellos perduran hasta la actualidad. Leamos lo que afirmó: “Me adhiero a la opinión de que los pueblos de Germanía, al no estar degenerados por matrimonios con ninguna de las otras naciones, ha logrado mantener una raza peculiar, pura y semejante sólo a sí misma. De ahí que su constitución física, en lo que es posible en un grupo tan numeroso, sea la misma para todos: ojos fieros y azules, cabellos rubios, cuerpos grandes y capaces sólo para el esfuerzo momentáneo...” (Tácito, 1988: 116)

Subrayemos tres términos de los muchos que utiliza, el otrora funcionario romano, en el párrafo transcrito. Raza. Pura. Degenerado. Las personas, grupos o pueblos, de “razas puras”, que tienen descendientes con gente de morfología distinta, de pigmentación cutánea diferente, se “degeneran”. Simplemente la raza ha perdido su esencia, ha diluido su pureza.

El paso del tiempo y las investigaciones han demostrado que esa teoría es una falacia. Simple y llanamente porque parte de una premisa falsa. La raza, o las razas, no existe. Salvo en los animales. En el plano humano, ella es creación de los racistas. Lo puro de igual manera. Nada, absolutamente nada de lo que existe, se encuentra en estado de pureza. Desde el punto de vista biogenético, la diferencia entre los considerados como “caucásicos” es mucho más acentuada que entre éstos y su antípoda en el color de la piel, los leídos como “negros”. No obstante ello, la idea de la raza, de la pureza, de la degeneración, producto del mestizaje, pervive campeante en la mente y actitud del común de los mortales no sólo en esta parte del mundo.

En descargo del historiador mencionado, tendríamos que decir: Por aquellos tiempos fue común y corriente creer en la raza. En la pureza de ella. En la degeneración de la misma, producto del mestizaje. Las investigaciones en torno a estos acápites estaban a fojas cero. Lo criticable es que 2,000 años después, con un sinnúmero de demostraciones en contra de la validez de estos conceptos, se sigan aceptando como verdades tamañas falsedades.


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Entre la antigua y la nueva era, data el primer personaje mitificado en la historia de esta parte del mundo. El mismo está encarnado en un ciudadano germano de nacimiento y romano por adopción. Conocido en una primera etapa como Armín de Querusco (17 a.n.e.-21 d.n.e.). En los últimos 500 años, también llamado Hermann (guerrero). Él, a los 20 años de edad, se enroló en el ejército romano. Luchó en muchas provincias del imperio. A su regreso a la tierra germana, con el ejército imperial al mando de Publio Quintillo (47-9), Armín desertó. Luego se rebeló en contra de su antiguo jefe. La razón: los maltratos de los que eran víctimas los pueblos germanos a manos de los romanos.

Armín formó un grupo de combatientes en base a las tribus dispersas de la región. Eligió un lugar de bosques tupidos y montañas empinadas en el páramo llamado Teutoburg (hoy cerca de Osnabrück) para enfrentarse, luego derrotar, al ejército romano. Éste era considerado el más poderoso del mundo de entonces. La razón del éxito (al estilo David-Goliat) para los fantaseadores, para los fabuladores, para los mistificadores, estriba en el secreto que guardan los bosques, en la sabiduría que emana de las montañas, en la energía que despide la tierra. Sólo los hijos de ella la conocen, la comprenden, la utilizan.

Esa energía oculta, esa fuerza no percibida, habría sido el arma invencible de Armín para lograr su inmensa hazaña. Después El mito Armín, hijo de la tierra, hijo del bosque, hijo de la montaña, comenzó a flotar en el ambiente. El aire se encargó de dispersarlo por aldeas, villorrios, pueblos. La memoria se encarga de conservarla hasta hoy. El panteísmo encontraba un magnífico símbolo en El mito Armín, hijo de la tierra, del bosque, de la montaña, para expresarse.

La energía que emana de la tierra bronca, la savia que despide la selva virgen, el espíritu que irradia la montaña inescalada, ha sido base de muchos mitos, de infinidad de leyendas, de un sinnúmero de fábulas en la vida de los seres humanos. La tierra, el bosque, la montaña, como aposento natural de duendes, hadas, carbuncos, fantasmas, diablos, almas, dioses, a la par del racismo, del sexismo, del machismo, del clasismo, cruzan de arriba abajo las narraciones que han sido recogidas por los hermanos Jacob Grimm (1785-1863) y Wilhelm Grimm (1786-1859) en tierras germanas, cuyos moradores eran llamados por los romanos, “bárbaros”.

Más aún, la tierra, el bosque, la montaña, el río, ha sido la razón para dar cuerpo a muchos mitos que perduran hasta la actualidad. El mito de lo propio, nativo, originario, de la sangre, de las raíces, de la identidad, en todas partes del mundo. En el caso de la sociedad que analizamos, el Movimiento romántico, que tomó cuerpo a fines del Siglo XVIII y comienzos del XIX, en el cual terminaron muchos librepensadores de entonces, es una manifestación elocuente de ello.

Karl Marx (1818-1883), conocedor de los alcances del panteísmo, entre broma-burla, dirigiéndose a ciertos liberales de su tiempo que aún no se habían liberado de la tierra, del bosque, de la montaña, les decía: “En cambio, una serie de benditos y exaltados, teutómanos de sangre y liberales de frase, buscan la historia de nuestra libertad más allá de nuestra historia en los primitivos bosques teutónicos. ¿En qué se diferencia entonces la historia de nuestra libertad de la historia de la libertad del jabalí, si hay que ir a buscarla a la selva teutónica? Y luego ya lo dice el refrán: el bosque devuelve lo que se le grita. O sea que ¡paz a las selvas teutónicas!” (Marx, 2010: 6)

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Alrededor de 1,000 años después de lo escrito por el intelectual latino sobre El mito de la raza pura no degenerada germana y más El mito Armín, hijo de la tierra, en pleno desarrollo del sistema feudal, en el Cantar de los Nibelungos, aparece otro importante personaje. Él fue una mezcla de divino con humano. Su deporte fue casar dragones en los páramos del reino de los Burgundios. Además, como si fuera poco, ganó todos los combates, ganó todas las guerras, a las cuales se vio enfrentado. Su nombre, Sigfrido. El que se cubría con una capa mágica. Él fue una perfecta combinación de los míticos Aquiles-Odiseo en la fantasía de Homero.

Este caballero, como todos de su especie, era invencible. Su esposa, Crimilda, informa por qué: “Mi marido es valeroso y, además, de una fuerza terrible. Cuando mató al dragón al pie de la montaña, bañándose en su sangre el arrogante caballero. Por eso desde entonces ningún arma ha podido herirlo en una batalla.” (Autor anónimo, 1998: 171)

A estas alturas, además de El mito de la raza pura no degenerada y El mito Armín, el hijo de la tierra, mencionados, aparece otro mito en el imaginario mundo alemán. La figura del Superhombre. Del héroe invencible. Del salvador de hombres y pueblos. El eco de este personaje fue imaginado por el filósofo Fiedrich Nietzsche, en el Siglo XIX, en estos términos: “¡Bien! ¡Adelante! ¡Vosotros, hombres superiores! Ahora es cuando la montaña del futuro humano está de parto. Dios ha muerto: ahora nosotros queremos - que viva el superhombre.” Un párrafo después hace una declaración de parte: “El superhombre es lo que yo amo, él es para mí lo primero y lo único, y no el hombre: no el prójimo, no el más pobre, no el que más sufre, no el mejor.” (Nietzsche, 1995: 383)

Por esos mismos años, el tema de los Nibelungos fue llevado a la música clásica. Richard Wagner (1813-1883), después de abandonar las ideas democrático-liberales que había profesado hasta 1849 y de vuelta al romanticismo, compuso las óperas épicas tituladas Der Ring des Nibelungen (El anillo del Nibelungo). El tercer cantar se llama Sigfrid. Götterdämmerung (Sigfrido. El ocaso de los dioses). El actor central es un ser extraordinario. Es presentado como un Superhombre. Su nombre: Naturalmente Sigfrido. Él combina su condición de mortal con su condición de inmortal, gracias a la protección del Dios Wotan.

Con la aparición de este último Superhombre, el panteísmo ha cedido lugar al politeísmo en el imaginario popular. Ya no es la fuerza mística de la naturaleza quien castiga o premia a los seres humanos sobrenaturales. Ésta se ha elevado de la tierra hacia el cielo. Se ha purificado en su ascensión. Ahora son los entes, mitad humano-mitad divino, de donde emana la fuerza de los héroes, la energía que encarnan los Superhombres.

Pero las elucubraciones filosóficas, en función del futuro, del autor de Más allá del bien y del mal y la sensibilidad épica musical de Wagner no quedan allí. Otros prominentes intelectuales alemanes lo hacen extensivo al plano político-militar. Es decir menos míticos. Menos lejanos. Más carnales. Más de este mundo. Este Superhombre está directamente emparentado con las figuras del Káiser, del Führer, del Canciller. En una palabra con der Chef (El primer jefe).

Thomas Mann (1875-1955), recordando a una de las personalidades más representativas en este país, el conocido con el apelativo de El canciller de hierro, en la dirección de lo que venimos analizando, en 1918, afirma: “... yo veía en Bismarck una poderosa expresión del ser alemán, un segundo Lutero, un acontecimiento enorme en la historia de la vivencia alemana de sí misma, un gigantesco hecho alemán, empecinadamente opuesto a la oposición europea.” (Mann, 2011: 227)

Un par de años después de lo publicado por el autor de La montaña mágica, otro famoso intelectual alemán, Oswald Sprengler (1880-1936), sobre el punto fue diáfano cuando afirmó: “Un gran hombre es aquel que entiende el espíritu de su tiempo, en el que este espíritu se ha convertido en la forma de viviente. Él no viene para resolverlo, sino para llenarlo. De dónde viene el socialismo alemán, de ese espíritu, ahora se desarrollará.” (Sprengler, 2012: 21)

Con lo argumentado por los arriba citados, en torno al Superhombre, el camino queda allanado para el desfile del Führer. Para la entrada del movimiento de “regeneración espiritual alemán”. La mesa está tendida para el banquete del Partido Obrero Nacional Socialista. Adolfo Hitler (1889-1945) ha entrado en la escena de la historia como la encarnación del Superhombre. Él, como síntesis de todo lo anunciado y deseado en 1924, sostenía: “Un hombre, sea cual fuera, proclama alguna verdad, exhorta a que se resuelva un problema determinado, traza un propósito y engendra un movimiento cuyo fin es realizar las intenciones de aquel hombre.” (Hitler, 2013: 228)

Luego, asumiendo su misión para la cual él cree, millones de alemanes también, haber sido elegido por Dios, sentenciaba: “De aquí que yo me crea en el deber de obrar en el sentido del todopoderoso Creador: al combatir a los judios, cumplo la tarea del Señor.” (Hitler, 2013: 32)

Como se podrá observar, la fuerza de la tierra, la savia del bosque, la energía de la montaña, encarnadas en El mito Armín, ha cedido en la fantasía popular a la voluntad de los semidioses, como Wotan en El mito Sigfrido. Éste, a su vez, ha sido superado por el soplo divino de un Dios alfa y omega encarnado en El mito Hitler. Partiendo del panteísmo, pasando por el politeísmo, terminando en el monoteísmo, estos tres mitos están internamente entrelazados.

Es menester advertir que los cambios en la mitología están en correlación indirecta o sesgada con los hechos históricos, con el proceso de la producción-reproducción, con las relaciones sociales y las recreaciones culturales a pesar que no siempre puede ser advertida, a primera vista, esta concatenación.

En principio, alimentados por el sistema, siendo un absurdo la teoría de El mito del superhombre, una mayoría de seres humanos siguen creyendo en él. El gran problema es que no sólo queda allí. Este sueño se convierte en una pesadilla cuando aparecen algunos de estos “predestinados” en la vida política real. Como es el caso del último de los nombrados y la experiencia de la Segunda Guerra Mundial.

A pesar de todo ello, o por ello, en Alemania, el último Mito del Superhombre, personificado en El mito Hitler, sigue subyugando a una cantidad considerable de personas. Esa figura, sus gestos, sus movimientos, su oratoria, es cautivante para una determinada población que se mantiene pasiva. Atrayente para otra cantidad que es clandestina. La preocupación es que en determinadas condiciones podrían dejar la pasividad y abandonar la clandestinidad. Siendo improbable, se debe dormir tranquilo; pero con los ojos siempre abiertos.


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Para finiquitar El mito Hitler, hay que mencionar que Thomas Mann, no obstante haber difundido ideas, algunas de ellas fueron consustanciales al credo nacionalsocialista, como se desprende de la lectura de las citas transcritas en esta investigación, en los años 30 tomó distancia de los nazis por razones estético-políticas. Más aún, a partir del autoexilio, 1933, fue uno de los conocidos intelectuales que activamente los combatió.

En 1939, el novelista publicó un ensayo titulado Hermano Hitler. Leamos lo que escribió respecto al personaje en cuestión: “Un hermano... Un hermano un poco desagradable y bochornoso. Lo saca a uno de quicio. Sin duda, un pariente bastante embarazoso. Aun así, no quiero cerrar los ojos ante la realidad de su existencia, pues, lo repito, mejor, más honesto, más alegre y más productivo que el odio es el reconocerse a sí mismo, la predisposición a confundirse con lo aborrecible, por mucho que eso pueda conllevar el riesgo moral de olvidar el no.” (Mann, 2006: 126 y 127)

Al margen de todos los horrores del nacionalsocialismo, del irracionalismo racionalizado de su jefe mitificado, Mann tiene razón con la idea del hermano. Nosotros agregaríamos que Adolf Hitler es parte consustancial de la modernidad capitalista europea. Él es un individuo nacido, crecido, socializado, en el mundo alemán capitalista. Lo histórico-lo lógico. Lo dado-lo deseado. La causalidad-casualidad. Las masas-el individuo, se dieron la mano, se entrelazaron en ese momento preciso dando como resultado este movimiento. Este personaje.

El individuo en cuestión es la síntesis de todo ello. Todo europeo tiene en Hitler un pariente desagradable. Desagradable es verdad. Pero pariente a fin de cuentas. Todo alemán tiene en Hitler un hermano embarazoso. Embarazoso es verdad. Pero hermano a fin de cuentas. Por más duro e incómodo que resulte, el mérito es reconocerlo en función de amainar los “fantasmas” que pretenden andar sueltos por el mundo. El autor de La muerte en Venecia fue uno de los primeros en haber dado ese incómodo pero imprescindible paso de psicoanalizarse y “... reconocerse a sí mismo,...”, si no totalmente por lo menos parte, en la figura del Führer.

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Desde la primera mitad del Siglo XIX se comenzó a propagar Alemania es el pueblo de pensadores y poetas. El conocido pensamiento viene a ser una síntesis de lo que el germanista alemán Wolfgang Menzel (1798-1873), en 1828, en su libro Die deutsche Literatur (La literatura alemana), afirmó en estos términos: “Los alemanes no hacen mucho, pero escriben bastante. (...) El pueblo alemán ama reflexionar, pensar y hacer poesía, para escribir siempre tiene tiempo. Se inventó el arte de imprimir para sí mismo y ahora trabaja incansablemente con la gran máquina. (...) Sea lo que fuere que tenga en una mano, en la otra seguramente tiene un libro.” (Menzel, 1981: 123)

La verdad es que el pueblo alemán, la gran masa, ha sido y es ignorante. Su horizonte es estrecho. No tiene idea de la cultura que profesa o de la historia donde se mueve, por no hablar de otros niveles del conocimiento. De poeta, de filósofo, de músico, agregarían otros, no tiene nada. Diferente fueron las élites. Ellas fueron formadas y alimentadas en esta dirección, por el poder dominante. Ellos lo hicieron para cultivar sus intereses desde hace varios siglos atrás. Práctica que se mantiene hasta la actualidad.

Incluso en este segmento de las élites de pensadores y poetas, desde que desapareció la plana mayor de Teoría crítica-Escuela de Frankfurt, no hay ningún filósofo de reconocimiento mundial. La misma historia se repite con los poetas y los músicos desde hace buenas décadas atrás. El último gran poeta alemán, Bertolt Brecht (1898-1956) desapareció hace medio siglo. Después, no hay nada digno de nombrar.

La explicación para esta falencia podríamos encontrarla en la confluencia de dos factores. Uno general. Otro particular. El primero tiene que ver con el predominio de la razón instrumentalizada. La razón de la sinrazón razonada, devenida mito, que fue evidenciada por Max Horkheimer (1895-1973) y Theodor Adorno (1903-1969) en sus libros Dialéctica de la ilustración y La razón instrumental, respectivamente. Esta sinrazón presentada como razón se expresa, en el diario vivir, en el pragmatismo, más sus derivados como el consumismo, que se ha convertido en el nuevo mito del joven Siglo XXI.

El segundo factor tiene que ver posiblemente, para los espíritus más sensibles, con los hechos de La Segunda Guerra Mundial, que de alguna forma paralizó al pensamiento crítico. Lo que pasmó la estética contestataria, que puso en jaque al humanismo progresista. Adorno fue consciente de ello y lo planteó en estos términos: “La crítica a la cultura se encuentra frente al último peldaño de la dialéctica de la cultura y barbarie: escribir un poema después de Auschwitz es barbarie, y esto corroe también el conocimiento que dice por qué hoy es imposible escribir poemas.” (Adorno, 2008: 23)

Hoy por hoy, lo que sí se podría decir, para estar más cerca de la verdad, es lo siguiente: Alemania fue un pueblo donde hubo algunos filósofos, donde hubo algunos poetas, donde hubo algunos músicos, de renombre mundial. Ello no autoriza para repetir el mito de que Alemania es el pueblo de pensadores y poetas. Si se ahonda en este nivel, tendríamos que concluir que la cultura de la gran mayoría del pueblo alemán hoy, es la cultura que alimenta el Bild Zeitung (sinónimo de escándalo, sangre, sexo y fútbol)

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De la raza pura, del hijo de la tierra, del Superhombre, Alemania es el pueblo de pensadores y poetas, se desprende otro mito. El de la misión histórica del pueblo alemán. Para no citar a Adolf Hitler, a Alfred Rosenberg (1893-1946) o a Joseph Goebbels (1897-1945), por obvias razones, recurramos a lo afirmado por una personalidad muy respetada en la intelectualidad alemana hasta la actualidad. El arriba citado Thomas Mann, en los estertores de la Primera Guerra Mundial, cuando aún no se avizoraba cuál sería el desenlace final de ella, escribió: “La paz de Europa no será internacional, sino supranacional, no sería una paz democrática, sino una paz alemana. Las paz de Europa sólo puede basarse en la victoria y el poder del pueblo supranacional, del pueblo que puede reivindicar como suyas las más elevadas tradiciones universalistas, el más opulento talento cosmopolita, el más profundo sentimiento de responsabilidad europea.”

Luego, a renglón seguido, reitera: “La paz de Europa se basaría en el hecho de que el pueblo más ilustrado, más justo y más sinceramente amante de la paz fuese también el más poderoso, el pueblo dominante, en el hecho de un poderío del Imperio Alemán que ya no pudiese estar expuesto a maquinación alguna.” (Mann, 2011: 199)

Por ser tan clara la exposición de Mann, no da cabida para ahondar más sobre ella. Algunas preguntas ayudarían a entender mejor. Se habrá preguntado el autor de la cita, y todos los que piensan como él: ¿Qué es lo alemán? ¿Qué define el ser alemán? ¿Hay una esencia alemana? ¿Existe una diferencia cualitativa entre los llamados alemanes y sus vecinos en Europa? ¿Existe la identidad alemana? Sobre las respuestas a las preguntas planteadas, volveremos al final de este estudio.

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Para terminar el tema de los mitos, mencionemos cuatro adjetivos mitificados que frecuentemente son asociados positivamente a los “alemanes”. Que son endosados a lo “alemán”. Ellos son presentados como si fueran algo innato en la “naturaleza” de este pueblo. Como si fuera un componente “esencial” del modo de vida de la población de este país. Nos referimos a la puntualidad-disciplina, al orden-limpieza.

En gran medida, de ser verdad estos méritos en los sectores sociales que se cumple, no tiene un ápice de natural. Nada de lo que existe, menos en la sociedad, es natural. Todo es construcción histórica, desarrollo cultural. Nada en la vida es esencial. Las esencias, como madre y padre de las existencias, no existen. Ellos son modos, son formas, son expresiones, del ser, el que para ser tal entraña al no-ser. Esto gracias al auto-movimiento inmanente en todo lo existente. En todo lo dado.

La famosa puntualidad-disciplina, en los sectores mayoritarios que lo practican, es consecuencia del encuentro de tres elementos. Ha saber: La mentalidad de cuartel implementada por los prusianos desde algunos siglos atrás. Las imposiciones de la ética protestante. Las reglas que impone el capitalismo para su mejor funcionamiento. Todas estas imposiciones son de carácter histórico-económico, político-cultural que vienen de arriba. Son imposiciones, como todas de su naturaleza, verticales.

En determinados sectores, al correr del tiempo, se ha transformado la puntualidad-disciplina en costumbre, en cultura generalizada. Ello no quita que haya sido la puntualidad-disciplina una costumbre impuesta. Acciones que en determinados momentos y actividades pueden ser valoradas como positivas; pero en otras circunstancias juega un rol inversamente proporcional a ello.

El servilismo, la dependencia, la obediencia, con su contraparte el arribismo y el oportunismo impregnado en la población, consecuencia de estos métodos, fueron recreadas en el nivel literario por Heinrich Mann en su novela Der Untertan (El súbdito), publicada hace más de un siglo. La actitud sumisa para con unos y altanera para con otros, de la mayoría del pueblo alemán en los tiempos del nacionalsocialismo, en el plano político-social, son las expresiones de esta puntualidad-disciplina en la vida cotidiana.

En la actualidad, el común puntual-disciplinado no desea ser puntual. No desea ser disciplinado. Pero tiene que ser puntual. Tiene que ser disciplinado. Está obligado a ser puntual. A ser disciplinado. Esta imposición tiene consecuencias nada gratas en la psicología de la población. El estrés primero, la depresión después, son las mayores consecuencias de la celebrada puntualidad-disciplina alemana.

Hasta un determinado nivel se puede afirmar, siempre en relación a otras partes del mundo, que las sociedades europeas, especialmente la alemana, son sociedades donde todo está ordenado. Todo está organizado. Todo está estructurado. De igual manera que todo está limpio. Todo está aseado. Que todo está pulcro. Los términos italianos tutipaletti o píccobello son frecuentemente utilizados para figurar el orden y la limpieza en el país motivo de esta investigación.

En primer lugar, el orden-limpieza de la sociedad alemana es una generalización, como todas las de su género, que no tiene mucho sentido. Podría tener algo de veracidad en familias conservadoras. De la pequeña burguesía hacia arriba. Ellos no son todos. Tampoco representan a la mayoría. En los demás sectores hay de todo. Limpios-sucios, ordenados-desordenados, como en casi todas las sociedades del mundo.

Es pertinente anotar que así como la disciplina impuesta genera estrés-depresión, el orden y la limpieza exagerada generan otro tipo de perturbaciones en la personalidad. En la medida que el orden externo, a nivel social, genera un desorden interno, a nivel individual. Esa misma historia se repite con la limpieza exagerada. Una sociedad pulcra, muy aseada, genera suciedad, entiéndase desequilibrios psicológicos, al interior de las personas. Los tics nerviosos en el carácter de los seres humanos son algunas de sus consecuencias. Estos desequilibrios mentales, tics nerviosos, en muchos casos devienen patologías que llegan hasta liquidar, espiritualmente, a quienes lo sufren.


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Con la puntualidad, la disciplina, el orden y la limpieza, la vida ha sido convertida en una terrible rutina, lo que implica sólo actuar. Ya no hay tiempo para pensar. Menos capacidad de fantasear, de imaginar algo nuevo, algo diferente, algo mejor. Un pragmatismo grosero ha triunfado con este orden. Lo mismo se repite con la limpieza. En resumidas cuentas se podría decir: Son sociedades ordenadas por fuera. Desordenadas por dentro. Sociedades limpias externamente. Turbias internamente.

Hace más de medio siglo, Max Frisch (1911-1991) tuvo la perspicacia de ver con cierta claridad este problema en sociedades donde reina la limpieza-orden. En su novela Yo no soy Stiller, comparaba este tipo de sociedades disciplinadas, ordenadas y limpias con las cárceles en y con Suiza. Leamos lo que escribió: “Mi celda es pequeña como todas las cosas en este país, limpia, hasta el punto que uno apenas se atreve a respirar por higiene, y opresiva precisamente por el hecho de que todo está en orden, es lo justo y suficiente. Ni más ni menos. Todo en este país tiene una suficiencia opresiva. (…) Una cárcel humanitaria, no da lugar a reclamación posible y, sin embargo, en ello consiste precisamente la perversidad.” (Frisch, 20 y 21: 1990)

La puntualidad-disciplina, el orden-limpieza, en el sistema que vivimos, para una buena cantidad de la población, se ha convertido en un malestar espiritual. Dejando de ser un problema personal para transformarse en uno de carácter social. Para mejor prueba, véase la enorme demanda de psicólogos, de psiquiatras, particularmente en las grandes urbes.

Por otro lado, es menester decir que la puntualidad-disciplina, el orden-limpieza, como imposiciones desde arriba, no es patrimonio sólo de determinados sectores de la sociedad alemana. Es un método generalizado, de la mano con la política, para ejercer el control, dominio, obediencia, explotación. En pocas palabras: mantener, acrecentar, el Poder. El filósofo Michel Foucault (1926-1984), entre otros, ha trabajado este tema desde una perspectiva mucho más basta y general que trasciende al sistema capitalista y, naturalmente, a la sociedad aquí analizada.

Sin obviar las consabidas excepciones, la ideología predominante, la sinrazón razonada convertida en razón oficial, sustentada en la puntualidad-disciplina, en el común de las universidades alemanas, por citar una institución conocida que debería ser, por principio, crítica, está sustentada, teñida, con estos mitos. A la vez entrelazados, matizados, con otros que vienen de la modernidad capitalista. Estamos pensando en el pragmatismo y su tarea de fabricar funcionarios, de fabricar profesionales, en serie año tras año.

Los mitos de la raza pura, del hijo de la tierra, del Superhombre, de Alemania el pueblo de pensadores y poetas, de la misión histórica del pueblo alemán, de la disciplina-puntualidad, del orden-limpieza, a comienzos del tercer milenio tienen sus seguidores en determinados sectores de la sociedad alemana, los que en los últimos años, en medio de cierta confusión, se vienen activando paulatinamente. No sólo al nivel del pueblo llano, del “populacho”, que podría ser explicable por su condición de ser el ente que sufre las peores consecuencias de la enajenación-alienación, sino incluso en las altas esferas político-sociales, académico-culturales.

 

Alemania en la encrucijada

Para evidenciar el renacimiento de algunos de estos antiguos mitos, expuestos en los párrafos anteriores, centremos en el plano político, particularmente en lo expresado por algunos representes de los dos partidos políticos, juntos o con socios menores, que gobiernan este país en las últimas siete décadas. Nos referimos a la Unión Democrática Cristiana-Unión Social Cristiana y el Partido Socialdemócrata Alemán.

Desde que se inició la crisis financiera en octubre de 2008, uno de los sectores económicos más beneficiados con ella es el grupo de burgueses que pagan sus impuestos en Alemania. Particularmente los financistas-especuladores. De ese modo los mismos, utilizando al Estado-Gobierno alemán, son los que imponen determinadas normas, ciertas leyes, de igual manera algunas reglas, a través de sus organismos económicos, a los demás países miembros de la Unión Europea. En base a ese poder, ellos se auto-califican de: “Alemania motor de Europa”. “Alemania campeón mundial de exportaciones.”

Esta actitud arrogante-dictatorial de los financistas alemanes, a través del Estado-Gobierno alemán, ha tenido variadas reacciones en los sectores populares en los diversos países de la Unión Europea. En Grecia, frecuentemente con fotos manipuladas y caricaturas, ha sido presentada la canciller Angela Merkel (1954-) como Adolf Hitler. El Ministro de finanzas, Wolfgang Schäuble, (1942-) como Joseph Goebbels. Los tanques y los cañones han sido reemplazados por los bancos y el dinero. Los gestos y la oratoria de los primeros han sido trastrocados por la oscuridad y parquedad que imponen las finanzas.

En Italia la analogía con el Drittes Reich se expresa en sus extremos. Por un lado, la revista Expresso denuncia que en Alemania se habría instaurado el Viertes Reich para controlar Europa. Por otro lado, el dirigente de la organización política 5 Estrellas, Giuseppe Grillo (1948-), no se sabe si en broma o en serio, pide que Alemania salve a Italia invadiéndola.

Como para demostrar que no sólo los financistas mencionados son los que dominan Europa, sino también los alemanes en su conjunto, en 2011, aparecen las declaraciones del alto dirigente de la CDU Volker Kauder (1949-). Él, con un aire de autosuficiencia y mucho orgullo, declaró lo siguiente: “Auf einmal wird in Europa Deutsch gesprochen.” (De pronto se habla alemán en Europa.) (15-11-2011)

Lo dicho por el Parlamentario Kauder, para el consumo externo, compagina perfectamente con lo declarado por el presidente de Bavaría Horst Seehofer (1949-), para el consumo interno. Tres años después, en referencia a la gente extranjera-pobre que vive en Alemania, muy resuelto dijo: “Ausländer sollen zuhause Deutsch sprechen.” (Los extranjeros deben hablar alemán en casa) (07-12-2014)

Mencionamos extranjeros-pobres en la medida que en Alemania viven, un tiempo prudencial, alrededor de ocho millones de extranjeros-pudientes. Esto hablan cualquier otro idioma, menos alemán. El mensaje no está dirigido a éstos, obviamente. La clase social, el poder del dinero, se impone en cualquier parte del mundo.

Por su parte, el alto dirigente del SPD, Thilo Sarrazin (1945-), en su libro Deutschland schafft sich ab. Wie wir unser Land aufs Spiel setzen (Alemania se disuelve. Cómo nosotros ponemos en juego nuestro país), se propone buscar las bases de la “identidad genética alemana”. Él cree que todos los pueblos, como los judíos, los vascos, naturalmente, los alemanes, tienen una identidad genética única. Ella sería la razón del por qué la mayoría de inmigrantes en Alemania tienen determinadas aptitudes para el trabajo. Limitarse a actividades menores o pequeños negocios por mencionar un caso. Ciertas actitudes en la vida cotidiana. Tener numerosos hijos, en comparación a los alemanes, es otro caso. Lo mencionado son un par de datos empíricos en base a lo cual teoriza el economista socialdemócrata.

Del plano de la biología, Sarrazin se eleva a las abstracciones culturales. Él sostiene que los inmigrantes, especialmente turcos y árabes, creyentes en la religión islámica, con la cantidad de hijos que procrean, con su poco sentido de integración en Europa, están poniendo las bases para “El fin de la cultura alemana”. Por extensión, también, de la cultura europea. La irresponsabilidad de los alemanes, al no accionar en contra de esta influencia, están contribuyendo para que, en un determinado momento, tengan que decir: ¡Todo está consumado!

Por su parte, el ex alcalde del distrito de Neukölln (Berlín), militante también, como Sarrazin, del PSD, Heinz Buschkowsky (1948-), en su libro Neukölln ist überall (Neukölln está en todas partes) expone su tesis central que la podemos resumir así. Hay que diferenciar a los alemanes de origen biológico de las otras personas que viven en Alemania; pero que no tienen origen biológico alemán. En dos palabras, la teoría del Bio-Deutsche.

Para terminar con los mitos que se mueven en el imaginario de muchos habitantes de este país, volvamos a las preguntas que fueron formuladas en otra parte de esta investigación: ¿Qué es lo alemán? ¿Qué define el ser alemán? ¿Hay una esencia alemana? ¿Existe una diferencia cualitativa entre los alemanes y sus vecinos europeos? ¿Existe la identidad alemana?

Comencemos aceptando la formalidad jurídico-legal. El aparato político-militar (Estado). Un territorio delimitado. Una determinada mentalidad. Un sentimiento hacia ese ente creado. Todo unido vendría a ser Alemania como país. Sería tentativamente lo alemán. Hay que advertir que los rasgos mencionados son creaciones histórico-políticas, social-culturales. Por lo tanto, cambiantes y evolutivas. No siempre fueron todo ello. No siempre serán todo ello.

Se podría hablar de la cultura, el espíritu o la lengua, como que define el ser alemán. Wilhelm von Humboldt y Martín Heidegger (1889-1876), entre otros, defendían esta hipótesis. En primer lugar, no sólo en Alemania se habla alemán. En segundo lugar, en Alemania hay alrededor de diez millones de personas nacidas, socializadas, que no se consideran alemanes, hablando alemán. Por lo tanto, no sólo los que se consideran alemanes hablan alemán. En tercer lugar, el alemán actual es resultado de la combinación de muchos dialectos germanos con un idioma venido de la India. De allí la denominación de indo-germano o indo-europeo.

Finalmente es pertinente repetir lo que dijimos en otra parte. La influencia del griego antiguo, y particularmente del latín, a partir del Siglo XVI, por gracia o desgracia de Martin Lutero (1483-1546), es más que evidente. El idioma alemán es el resultado de mezclas, entremezclas, en permanente mutación, como todas las lenguas en el mundo. Es una lengua mestiza.


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Como ya se ha demostrado infinidad de veces, por esencia no existe ningún pueblo. Por naturaleza no existe ninguna sociedad. Sencillamente porque todo es resultado de un perpetuo hacerse y rehacerse. A la par, las transformaciones son bases para otras de parecidas o de diferentes especies. Un fenómeno, el ser, el yo, el ente, es y no es al mismo tiempo. Hegelianamente hablando, siempre es algo en potencia. La negación de sí mismo. Negación como sinónimo de conservación-superación.

Aparte de lo anotado en el primer punto que da forma al país Alemania, la mentalidad que es construida, por lo tanto también es destruida. Entre un llamado alemán, y sus vecinos, no hay nada que los diferencie cualitativamente. Sólo es cuestión de tiempo, socialización y contacto. Los habitantes de las ciudades fronterizas son la mejor ilustración. Son de los dos lados en un nivel. No son de ningún lado en otro nivel.

De todo ello se desprende que la identidad alemana, o cualquier otra identidad, es un deseo, una aspiración, que no pasa de ahí. En otros casos, una construcción mental. Una ideología. Ningún grupo, familia, pueblo, comunidad, país, continente es idéntico, menos idéntico a sí mismo. De ser así implicaría que no se mueve. Que no se transforma. Que no se mezcla. Ello significaría ir en contra del movimiento, de la dinámica, que es la razón de ser de todo lo existente. La vida como tal es sinónimo de contradicción, de cambio, de transformación.

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Algunos de los mitos arriba expuestos (raza pura, misión histórica de los alemanes, la cultura alemana, lo alemán) renacen nuevamente a través de los cuatro voceros políticos, párrafos antes citados. Es menester insistir que el suelo, la biología, la genética, el idioma, la religión, aparecen como argumentos válidos para dominar, defenderse, ensimismarse, no contaminarse, evitar la degeneración de la raza, del espíritu, de la cultura alemana. Con esta prédica ideológica se consiguió crear las condiciones propicias para que las fuerzas nazis y neonazis, que se mantenían en las sombras, salgan a la palestra político-social con mucho más vehemencia, con mayor seguridad en sí mismas.

Levantando algunos de los viejos, agregando otros, mitos como argumentos, aparece en la ciudad de Dresden, el año 2014, la organización comandada por grupos neonazis conocida como PEGIDA, Patriotische Europäer gegen die Islanmisierung des Abendlandes (Patriotas europeos contra la islamización del Viejo Continente). Este movimiento logró, en su mejor momento, movilizar alrededor de 40 mil personas. La gran mayoría provenía de sectores populares, de magros ingresos económicos, con un nivel político-cultural elemental. Un número bastante considerable fue de desocupados. Su consigna central fue “Wir sind das Volk.” (Nosotros somos el pueblo)

Dresden, algunos siglos atrás, fue la ciudad donde se concentró la aristocracia del Reino de Sajonia. Allí se asentó el poder político y cultural de esta clase. Fue una población marcada por ese pasado, con mentalidad conservadora. Siempre fue el polo opuesto a la mentalidad predominante en la otra ciudad importante de esta región, Leipzig. En esta última, en los últimos 150 años, el desarrollo de la industria capitalista tuvo mucho más incidencia que en la otra.

Dresden fue la segunda ciudad en Alemania, después de Munich, en tener el mayor número de militantes inscritos en el Partido Nacionalsocialista. En tiempos de la R.D.A. mantuvo, en muchos aspectos, su perfil conservador. Desde 1990 gobierna, con mayoría absoluta un partido confesional, la CDU. Para algunos estudiosos del tema, la mayoría de los demostrantes, bajo las banderas de PEGIDA, son nietos de los nazis de los años 20 y 30 del siglo pasado. A ese sector no les llegó la denominada “desnazificación” democrática liberal, tampoco la socialista.

Cuando en los años 90 del siglo pasado, después de la caída del Muro de Berlín, comenzaron este tipo de acciones contra los que eran vistos como extranjeros-pobres, algunos especialistas quisieron ver en ellas las consecuencias de la ausencia de sociedad civil, carencia de democracia, de libertad, en la antigua R.D.A. Sin negar estos argumentos, para estar más cerca de la verdad, hay que agregar dos hechos más: 1.- Estas acciones, en contra de extranjeros-pobres, casi en la misma proporción, ocurrieron también en la R.F.A. 2.- Muchas acciones, en la parte oriental, fueron organizadas y dirigidas por neonazis que nacieron, socializaron y vivieron en la parte occidental.

No obstante la predica antiislámica de PEGIDA, Dresden es la ciudad alemana donde menos seguidores musulmanes existen. Por lo tanto, la lucha religiosa sólo fue un pretexto. La preocupación central de los movilizados por los neonazis en esta ciudad fueron los inmigrantes-pobres, que venían a quitarles el puesto de trabajo. A poner en peligro la ayuda social de la cual gozan. A mezclarse, tener hijos, con su población. De esa manera, piensan, que ponen en peligro la “raza pura”, la “economía social”, la “cultura” alemana.

Esta organización, después de algunos meses, antes que desaparecer, se dispersó. Sin el rótulo conocido, sus miembros aparecen frecuentemente en grupos pequeños, en distintas ciudades medianas y pequeñas del país, movilizándose en contra de los inmigrantes-pobres. Normalmente cuentan con el apoyo activo de algunos sectores de pobladores “nativos” donde actúan y con el apoyo pasivo de una cantidad mucho más considerable.

La propaganda en los medios de comunicación, las movilizaciones, las consignas, la agresión directa a personas leídas como extranjeras-pobres, la quema de viviendas de inmigrantes o de pequeños negocios de extranjeros, el asesinato de algunos de los nombrados, en los últimos tiempos, es frecuente. En no pocos lugares, por su renuencia, daría la impresión que los nazis y neonazis cuentan con la complicidad de ciertos policías y algunas autoridades.

Después de todo, estos sectores que se oponen a los inmigrantes levantando viejos y nuevos mitos, como el tema de la religión, cristianismo contra islamismo, se mueven con las mismas estructuras mentales que sus supuestos enemigos. El racismo, el culturalismo, la intolerancia es similar. Veamos un caso como muestra. La idea de conservar la familia grande, el patriarcado, el machismo, el adultismo, el sexismo, la sumisión de la mujer al rol de buena madre, de buena cocinera y buena creyente, es la misma.

Hay que advertir algo importante. El grueso de los inmigrantes, por ser tales, no implica que sean democráticos, que sean tolerantes, menos progresistas o que tenga ideas de izquierda. La inmensa mayoría son conservadores. Muchos de ellos son fascistas conscientes. Un grueso de ellos proviene de sociedades tribales unos, de sistemas medievales otros. En el fondo, la mentalidad de los “indígenas alemanes” es la misma que la de sus ocasionales enemigos, los “avecindados inmigrantes”.

La razón del enfrentamiento es porque los “indígenas alemanes”, por las razones que fueren, se sienten desplazados al interior de su propio territorio. En el seno de su cultura. En el quehacer de su sociedad, por los nuevos “forasteros-inmigrantes”. Perciben que los recién llegados son mucho más radicales en su prédica conservadora. Mucho más consecuentes en su práctica reaccionaria. Consecuentemente, podrían ser desplazados de la posición que ocupan. Ahí reside el demiurgo del enfrentamiento entre cristianos-alemanes e islamitas-inmigrantes.

El tema de la religión como coartada para todo tipo de acciones no es nueva. Sólo recordemos los cientos de genocidios cometidos por la Iglesia Católica, en Europa, en contra de personas de otros o sin credos, en las llamadas cruzadas, a lo largo del feudalismo. La máquina de quemar carne, ateos, científicos, librepensadores, brujas, llamada inquisición no puede pasar desapercibida. Las matanzas de los católicos contra los protestantes, y viceversa, son conocidas. El asesinato de 5,000 cristianos protestantes, en una noche, en el barrio de San Bartolomé a manos de los católicos, conocida como “La noche de los cuchillos largos” en 1572, está en la memoria. Todos estos hechos fueron obra de Dios. Invocando el santo nombre de Dios. Con la protección del gran Dios. Por el deseo de Dios. La pregunta que se desprende es: En todas estas matanzas, ¿de qué lado estuvo Dios?

Por los dominios del islam, la historia no es ni más ni menos aberrante que por los predios de los cristianos. Las matanzas entre Chiitas-Sunitas, los dos fieles seguidores del islam, en la actualidad es ilustrativa. Los dos sectores se envisten unos contra otros con su grito de guerra ¡Dios es grande! ¡Dios es grande! ¿De qué parte está Mahoma? ¿De qué parte está Alá? Sólo Dios lo sabe, dirían unos. De los dos lados, dirían otros. Nosotros decimos, de ningún lado. Porque Mahoma y Alá son mitos creados por los seres humanos, sólo existen en la fantasía de sus fieles y fanáticos.


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No olvidemos las matanzas de millones de personas, los suplicios de millones de mortales, todas las maldades en contra de millones de seres humanos, que se ejecutan con la convicción de que lo hacen por Dios. En nombre de Dios. Por la voluntad de Dios. Al servicio de Dios. Ésta es la razón del por qué el filólogo Manuel Jabois (1978-) escribió: “En atribuir las buenas acciones a la voluntad de Dios o hacerlas bajo su amparo, o convertir la conducta propia en una especie de transmisión divina según la cual es la religión la que te hace buena persona, hay algo de subterfugio moral, un salvoconducto de consecuencia escandalosa: si no creyeses en Dios, ¿harías lo contrario? No, Dios no es bueno. Y sí, Dios está detrás del IS, y lo ha estado de la mayoría de horrores de la Historia, y al contrario de los bienpensantes de hoy, cuando escucho religión veo violencia, desde la interpretación judeocristiana del Génesis, con un asesinato entre hermanos, hasta Alá en manos de los terroristas.” (Jabois, 2015: 32)

Párrafo seguido, el también periodista remata su pensamiento diciendo una gran verdad: “Un mundo sin Dios sería un mundo objetivamente mejor. Sería, para empezar, un mundo sin coartadas. Tanto para hacer el mal como para hacer el bien.” (Jabois, 2015: 32).

Por su parte, el filósofo Fernando Vallejo (1942-) auscultando otra vertiente del tema Dios, en La puta de Babilonia, escribió: “No puede existir un Ser tan dañino que pudiendo en su omnipotencia hacer el bien haga la chambonada de este mundo con todos sus horrores: terremotos, maremotos, hambrunas, sequías, el hambre, la sed, el dolor, la angustia, la vejez, la enfermedad, la muerte, los animales comiéndose unos a otros.” (Vallejo, 2007: 242 y 243)

Después de todo, mal que nos pese, el absurdo sigue siendo argumento que cautiva a millones. La ignorancia sigue siendo razón que mueve a millones. A ello agréguese el deseo, la necesidad de creer, de muchos otros. De otra manera no se podría entender este tipo de acciones, por más descabelladas que parezcan a millones; pero para los creyentes en esos mitos tiene un sentido, una fuerza, una razón de ser en su diario vivir.

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A la mentalidad, a la predica, a las actividades, a las acciones de los nazis y neonazis, y a sus apoyantes, hay diferentes y distintas fuerzas político-sociales en Alemania que se oponen, que los combaten directamente o que, en su defecto, no les toleran su prédica racista, nacionalista, culturalista. Particularmente en torno al actual tema de los inmigrantes se pueden percibir estas diferencias.

De las muchas tendencias que se enfrentan, anotemos un par de ellas. En el sector dominante, gobernante, mundo oficial, hay una doble táctica hacia la cuestión de la inmigración. Por un lado, aceptan a los inmigrantes, especialmente a los calificados o ilustrados, de los países que están en guerra. Las normas legales, las declaraciones oficiales, las informaciones en los medios de comunicación estatales expresan, de algún manera, esta tendencia.

Este sector, como dispone en gran medida del Poder, sensibiliza a la población difundiendo las ideas de que no todos los inmigrantes son delincuentes. Que no todos son perezosos. Que no todos son “terroristas”. Que no todos profesan el islam. Argumentan que hay países más pequeños y más pobres, en comparación a Alemania, que aceptan sin problemas a inmigrantes que huyen de las guerras. El caso Líbano, con un millón y medio de refugiados procedentes de Siria, es para ellos un argumento contundente.

Por otro lado, expulsan a los inmigrantes pobres que provienen de los países que no están en situación de guerra abierta; pero que lo estuvieron, como es el caso de los que provienen de la ex Yugoslavia, que viven, incluso, más de 15 años en este país. A la par, utilizan subterfugios legales para expulsar a los provenientes de África. Como la gran mayoría de ellos no tiene documentos legales, los reclutan en la embajada de Nigeria (tienen convenios de colaboración en este sentido). Allí les dan documentos de este país y en masa los expulsan. ¿Qué hace Nigeria con ellos? Eso ya no es problema de los alemanes.

Con esta doble táctica, especialmente con la primera, muestran a la opinión pública que cumplen con las leyes estipuladas en tratados internacionales sobre inmigrantes y refugiados. Con la segunda, lavan en parte su mala conciencia de las deportaciones efectuadas por el Estado alemán, en las dos guerras mundiales. A la par recuerdan que muchos de sus abuelos, bisabuelos y tatarabuelos fueron también refugiados en el Siglo XX. Así venden al mundo la idea de que son humanistas, que son democráticos. No obstante, Alemania es el tercer país en el mundo que vende más armas a los países en guerra actualmente.

Sin negar que muchos de estos argumentos pueden ser vertidos con las mejores intenciones, la verdad, dicho por un buen número de voceros oficiales, tiene que ver con intereses de carácter económico y geopolítico. El pragmatismo económico, en estos dos niveles, se impone por sobre las consideraciones racistas, nacionalistas, culturalistas, religiosas.

Alemania, como todos los países, necesita un equilibrio poblacional sostenido. Las razones, partiendo de lo económico, pasando por las geopolíticas y llegando a lo cultural, son varias. Este país debería tener entre 100 y 120 millones de personas para mantener ese equilibrio mencionado. Ahora cuenta con 85 millones de habitantes. Es el país más poblado de Europa.

La tasa de natalidad de los considerados alemanes, en el país, no sólo se ha estancado sino que está reduciéndose en los últimos 20 años. De seguir esta tendencia, la población alemana, en unas dos o tres décadas, se verá afectada significativamente. Éste es el drama de Alemania. Esta situación ha colocado a este país en una encrucijada, aparentemente sin salida.


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En directa relación con lo mencionado, el ritmo del desarrollo y profundización del capitalismo exige a los alemanes mayor rendimiento económico. Producción material competitiva. Buenos y eficaces resultados. Consecuentemente, presionados por esta prédica, una considerable cantidad de ciudadanos alemanes han decidido hacer carrera. Dedicarse, “realizarse”, por completo al trabajo. El tema hijos está cancelado para este sector social. Además de limitarlos en el trabajo, argumentan que los niños los privan de su libertad. Más aún, que la existencia de descendientes altera su tranquilidad.

En otros sectores relativamente considerables, tienen un descendiente o máximo dos. De esa manera pueden combinar, con mucho sacrificio, el buen rendimiento en el trabajo con el mantenimiento del hogar en buenas condiciones. Una familia de clase media, más aún los pobres, que tiene más de dos hijos en este país, es mal vista por la sociedad. Son considerados como “Anti-sociales.” Los hechos mencionados aquí tienen sus consecuencias. Una de las manifestaciones es que la clásica familiar nuclear está en crisis. En términos generales, sólo pervive en una minoría. La familia se va reduciendo a dos. Únicamente a la pareja. Una nueva concepción-estructura de familia se va imponiendo como en todos los países capitalistas altamente desarrollados. La familia binaria.

Esta obligación de tener descendientes para que el país siga funcionando, para que la sociedad, en perceptiva, no se reduzca, se contrapone con la práctica de exigir a las personas máxima concentración, alto rendimiento en el trabajo. Las dos actividades no armonizan tan bien como desean. Las exigencias que la sociedad demanda, en los dos niveles, son muy altas. Ser buena madre y buen padre, ser buena trabajadora y buen trabajador implica un doble esfuerzo para los que lo practican. Se reduce a un buen deseo de los que lo proponen. La pregunta es: ¿Qué salida se da a esta encrucijada en la cual se encuentra Alemania? Los teóricos, los políticos, que ponen el acento en lo económico y se proyectan hacia el mediano o largo plazo, han encontrado la mejor solución a esta encrucijada. ¡Los inmigrantes! ¡Los refugiados!

La mayoría de los inmigrantes, especialmente los provenientes de África, y el mundo árabe, por muchas razones, tienen y desean tener varios hijos. Los alemanes que defienden la teoría de “los inmigrantes como solución” saben perfectamente esta predisposición de los mencionados. A la par son conscientes de que la primera generación de inmigrantes, que llegan por sobre los 30 años, es una generación perdida. La segunda generación, que llega después de los 10 años, es una generación semi-perdida. La tercera, que nació y se socializó en Alemania, es una generación, en su mayoría, “integrada.” Habla alemán estándar. Adquiere muchas costumbres nativas. Adopta en parte la mentalidad, algunos hasta se consideran alemanes. Los de esta generación son los que cargarán en los hombros la responsabilidad del futuro de este país. No hay otra solución.

Como consecuencia, para este sector pragmático, los inmigrantes, especialmente los calificados e ilustrados, deben ser bienvenidos. Por lo tanto, la antigua idea de Juan Bautista Alberdi (1810-1884), que reza: “Gobernar es poblar”, ideada para la Argentina de hace 150 años, cobra actualidad en Alemania de comienzos del tercer milenio.

Lo dicho por el otrora Presidente alemán, militante de la CDU, Christian Wulff (1959-) en 2010, en uno de sus discursos que pronunció en torno al llevado y traído tema de la inmigración, integración, islam, expresó el sentir de este sector pragmático. Sus palabras fueron: “Der Islam gehört inzwischen zu Deutschland (Entretanto el islam pertenece a Alemania)” (03-10-2010).

Por lo tanto, no hay problema en ese nivel. Es pertinente recordar que al capital, para su desarrollo, para su realización, no le interesa el color de la piel, ni el idioma que se hable, ni el credo que se profese. Su interés central es seguridad y ganancia para sus capitales. Para ellos, el dinero, venga de donde venga, nunca apestará. En este proceso, los inmigrantes serán parte del “ejército industrial de reserva” que el capitalismo como sistema necesita para su supervivencia.

La otra actitud en contra de la prédica nazi o neonazi y sus congéneres viene de la vertiente de la izquierda legal e ilegal (anarquistas, alternativos, comunistas). Ellos son los enemigos históricos de los antes nombrados. La izquierda, por tradición, tiene una prédica, o alguna práctica, en contra de la ideología, la mentalidad y la práctica de los sectores conservadores y reaccionarios donde anidan los nazis y neonazis.

A la par, se enfrentan al Estado, al Gobierno y sus instituciones, enrostrándoles su inconsecuencia. Su doble moral en la política en general y en la cuestión de los inmigrantes en particular. Como consecuencia, su solidaridad con los inmigrantes es conocida. Su consigna de que “Ningún ser humano es ilegal” es una expresión de su ideología, de su mentalidad, de su compromiso.

*

Como hemos podido evidenciar en este estudio, el continente europeo mestizo es el resultado del cruce-re-cruce de clanes, tribus, sectores, pueblos, clases, a lo largo de su historia. Estos hechos han sido valorados como grandezas por unos, como miserias por otros. Esta misma historia se repite en Alemania, con el agregado de que en este país se ven, en las últimas décadas, en la disyuntiva de aceptar a los inmigrantes o expulsarlos.

La primera opción significa conservar algunos mitos, antes mencionados, que aún perduran en determinados sectores de la población a condición de perder protagonismo económico y geo-político en Europa. La otra alternativa para salir de esta encrucijada es aceptar a los inmigrantes, perder dos generaciones a condición de ganar las generaciones del futuro. A los que deciden, dirigen, gobiernan, este país, les quedan dos caminos para salir de la encrucijada en que están en los tiempos y los acontecimientos actuales. Con su doble faz, por el momento, ellos ya decidieron qué camino seguir y a qué sector apoyar.

Es menester anotar algo más. Es verdad que los inmigrantes rompen, con su “anarquía”, algunas reglas sociales establecidas en la sociedad alemana. Es cierto, de igual manera, que con su “rebeldía” no respetan viejas costumbres establecidas en este país. A la par, la inmensa mayoría, no habla gramaticalmente correcto el idioma. Inventan nuevas palabras. Crean figuras que los nativos desconocen. Mezclan el alemán con otros idiomas. Seguro que, a largo plazo, aparecerá otro idioma como producto de esta simbiosis. Pero en contraposición a lo anotado, con los cruces, en todos los niveles, flexibilizan positivamente la mentalidad aún predominante en esta sociedad.

De igual manera, el mestizaje va cambiando el rostro de la población. Los nombres se intercalan. Los apellidos se sobreponen. Es por ello que la sociedad alemana ya no es lo que fue hasta hace treinta o veinte años atrás. Las generaciones del futuro serán la síntesis de lo que hoy se está fraguando socialmente y culturalmente en su interior. Ella será el resultado de la mezcla del “alemán típico” con el inmigrante árabe y africano, principalmente.

Algunos de los mitos, en buena medida base de su mentalidad, han sido destruidos en el contacto socio-cultural diario con los desconocidos inmigrantes. No obstante ello, algunos conservadores, más nazis y neonazis, repiten la frase popularizada por G.W.F. Hegel (1770-1831), que dice: “La historia se repite”, con la esperanza de que los viejos tiempos vuelvan a renacer. El filósofo se equivocó. Lo correcto es decir que la historia parece que se repite. No se repite porque ella no se desarrolla en forma circular. Sólo parece que la historia se repite porque ella se desarrolla en forma de espiral.

Los mitos de la raza y de la nación están desprestigiados en unos y desgastados en otros. El mito de la religión (cristianos contra musulmanes) por la presencia de otros credos, de ateos, librepensadores, tampoco tiene mucha cabida. El problema de fondo será, en el futuro, sin mayores cuartadas, de carácter económico y geopolítico.

Lo cualitativo es que los inmigrantes en Europa, más concretamente en Alemania, actúan, viven, producen, en esta sociedad, en esta cultura; pero no se sienten atados a la mentalidad predominante. No se sienten comprometidos a defender sus tradiciones. Son irreverentes. Son bizarros. En esa anomia socio-cultural de aceptar-no aceptar lo dado, macera la innovación. Ahí germina la transformación. Crecen las raíces de lo nuevo.

En unas tres o cuatro generaciones más, lo nuevo, lo innovativo, se podrá percibir con mayor claridad. Las ciencias, las humanidades, las artes, hoy paralizadas, pasmadas, subastadas, bastardeadas, encontrarán nuevas vetas, nuevas savias, nuevos motivos y nuevas razones para desarrollar sus potencialidades en un nuevo nivel socio-cultural. Los nativos, los inmigrantes, en unidad-lucha, tienen en las manos ese desafío de crear algo nuevo, diferente y mejor para todos.

Sin creer en El mito de los 500 años, deseamos mencionar dos hechos que coinciden. En primer lugar, los actuales inmigrantes parecen devolver a la Europa la acción colonizadora que comenzó hace 5 siglos. En segundo lugar, un aparente nuevo Renacimiento se almaciga en la decrepita pero aún joven Europa. En la despreciada pero aún atractiva Europa. ¿Será Berlín la nueva Florencia? El tiempo lo dirá.

 

Notas:

[1] Julio Roldán es sociólogo, doctor en filosofía por la universidad de Bremen. Él fue docente en varias universidades en Perú y en Alemania. Roldán nació en Perú y vive desde el año 1993 en Alemania, en condición de asilado político. Contacto: Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.

 

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Cómo citar este artículo:

ROLDÁN, Julio, (2015) “Grandezas y miserias de la inmigración europea. Alemania en la encrucijada”, Pacarina del Sur [En línea], año 7, núm. 25, octubre-diciembre, 2015. ISSN: 2007-2309.

Consultado el Jueves, 18 de Abril de 2024.

Disponible en Internet: www.pacarinadelsur.comindex.php?option=com_content&view=article&id=1222&catid=5