El pueblo mapuche en resistencia: la palabra encendida de Héctor Llaitul Carrillanca (entrevista)

Ricardo Melgar Bao

 

Nuestra preocupación por los pueblos originarios en Nuestra América no está disociada del reconocimiento de la actual crisis civilizatoria que pone en riesgo la sobrevivencia, no sólo de la humanidad, sino de las formas diversas de la vida. No suscribimos una visión apocalíptica del presente ni del futuro. Creemos, sí, que podemos vincularnos y aprender de los saberes tradicionales “indígenas” y de sus proyectos de defensa y recuperación de la biodiversidad.

El pueblo mapuche, en el curso de 2018, ha ingresado a una nueva fase de la lucha por su reconocimiento político, sus derechos y su territorio cultural, en Chile, pero también en Argentina. La lucha por su territorialidad cultural puede ser entendida, tanto como una lucha por su autonomía, su identidad y la vida misma. En ambos países se ha criminalizado al movimiento mapuche, vinculándolo al campo del terrorismo étnico binacional. Dos alevosos crímenes de estado han suscitado justificadas condenas internacionales contra los gobiernos de Sebastián Piñera y Mauricio Macri y la reanimación del deseo de unidad entre las organizaciones mapuche, más allá de sus divergencias políticas. Además del creciente número de actos represivos gubernamentales, detenciones, falsificaciones de cargos y torturas, los mapuche resisten.

La desaparición y muerte, a manos de la gendarmería argentina, del activista solidario con la comunidad mapuche Pu Lof en Resistencia (Cushamen,​ provincia del Chubut), Santiago Maldonado el 1 de agosto de 2017. Se agravó con el encuentro de su cadáver el 17 de octubre y la decisión del juzgado del 29 de noviembre de 2018, en que da por sobreseído el caso, liberando de responsabilidades a los gendarmes autores del hecho luctuoso. En Chile, el asesinato por la espalda de Camilo Catrillanca, joven dirigente mapuche de la comunidad Ignacio Queipul Millanao, cometido por el “Comando Jungla” de los carabineros el 14 de noviembre de 2018. Los abusos constantes de los aparatos de fuerza del Estado chileno se han vuelto crónicos, a pesar de los sucesivos cambios de gobierno posteriores a la ominosa dictadura de Pinochet.

Nuestro entrevistado, Héctor Llaitul Carrillanca, desde 2001 ha sufrido detenciones, torturas, amenazas de muerte, fabricación pruebas inculpatorias como presunto terrorista mapuche. La entrevista se realizó a pesar del acoso y vigilancia policial. Nuestro interés por el pueblo mapuche no es nuevo, data de 1981.[1] En la década de 1990, durante nuestras estancias académicas en Chile, nos aproximamos a la cuestión mapuche, escribiendo observaciones etnográficas acerca de su presencia migrante en las ciudades de Santiago y Valparaíso, así como a través de la consulta de documentos históricos, revisión bibliográfica y hemerográfica. Nos interesaba, y nos sigue interesando, el proceso de recepción de ideologías (liberalismo, anarquismo, socialismo, comunismo), vinculadas a las diferentes fases de la resistencia mapuche. Al respecto, destacaremos un pionero y penetrante estudio de la historiadora Olga Ulianova.[2] Nuestra relación con los mapuche está signada por dos acontecimientos discontinuos: el primero, gracias a la mediación de Ximena Sgombich, haber sido acogidos por un lonco, lo que nos permitió participar en un año nuevo mapuche e involucrarnos en su proceso ritual; la entrevista que viene a continuación, gracias al enlace proporcionado por el historiador Claudio Pérez.


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RM. Héctor, me da mucho gusto conocerte y poder dialogar contigo en esta entrevista para la revista Pacarina del Sur. El centro de la entrevista tiene que ver con la lucha de tu pueblo, el pueblo mapuche, con los grandes hitos y algunas otras aristas de este proceso de resistencia y de sus perspectivas. Quisiera empezar preguntándote por algo que puede ayudar, desde fuera, a acercarse a lo que es el territorio cultural mapuche. Porque usualmente, cuando se habla del territorio mapuche, inmediatamente sale a la luz Temuco. Pero Temuco sigue quizás opacando lo que es todo el gran espacio de la resistencia.

Por otro lado, como ha sucedido con todos los pueblos originarios, en las últimas décadas ha habido procesos migratorios fuera de las fronteras estatales y ahora los mapuche están en muchos lados y parcialmente son cajas de resonancia de la lucha de su pueblo en territorio chileno. Pero, ¿cuál es este territorio expandido, que tiene que ver con migración, con exilios y con la presencia de resistencia activa o clandestina en un país donde, independientemente de los cambios de gobierno, siguen siendo criminalizados y perseguidos?

HL. Bueno, yo quiero agradecer la oportunidad que nos dan de expresar nuestro planteamiento. Yo soy Héctor Llaitul Carrillanca. Actualmente cumplo el rol de la vocería de una organización mapuche de tipo autonomista, la Coordinadora Arauco-Malleco, conocida en sus siglas como la CAM. A grandes rasgos, la CAM es conocida a nivel general, en la opinión pública nacional y tal vez internacional, como una organización con una perspectiva político-militar que está involucrada en tres ámbitos de acción política. Sus dimensiones están dadas por ser parte de la lucha por la tierra, entendiendo esto como la recuperación definitiva del territorio mapuche. Nosotros reivindicamos el país mapuche, incluso hablamos de la nación mapuche, pensando en antaño. Más adelante vamos a hablar un poco de historia, de por qué decimos esto, del contexto en que surge la organización y nuestra demanda histórica de recuperación del territorio mapuche.

En segundo ámbito, a la CAM se le conoce por ser parte y por llevar adelante una serie de acciones conocidas en el marco de los movimientos sociales, en la izquierda en general y en la academia como acciones directas y de sabotaje frente a quien definimos como el enemigo o el que ha ejercido la usurpación territorial. Ese ámbito es el que más se ha cubierto por parte de la prensa, una prensa al servicio del poder burgués y de los grupos económicos. Se ha puesto excesiva atención a nuestra organización porque nos hemos hecho cargo y hemos respondido con la autodefensa a la violencia política que ha estado dirigida contra nuestro pueblo, una violencia injusta, estructural, de continuidad histórica y colonialista.

El tercer ámbito es del que más me interesa hablar. Se trata de una organización, de la cual soy vocero, que se ha planteado una propuesta política cuyos alcances todavía tienen que ser conocidos y discutidos. Nosotros nos sentimos parte de la nación mapuche y, por lo tanto, el proceso que hay que llevar adelante para reconstruir esta nación tiene que ver con desarrollar un proceso de liberación nacional mapuche. Esa es nuestra apuesta, nuestro proyecto político estratégico.

Nuestra organización no representa al pueblo mapuche en general, es solo una expresión más de su movimiento autonomista. Nosotros tenemos nuestro proyecto político de liberación nacional mapuche y hay otras organizaciones que tienen el suyo. Somos hermanos de solidaridad y acompañamos sus luchas justas. Hechas estas aclaraciones, voy a su pregunta. En la historia del pueblo-nación mapuche hay un largo periodo de resistencia y de conquistas. También de defensa de esas conquistas y reivindicación de nuestra condición de nación mapuche. Esto último entendido como un complejo de habitantes con definiciones y muchas particularidades, diferenciado de otro tipo de sociedad. Un pueblo originario al que se le reconocía un territorio definido, un tipo de cultura, valores, costumbres e idiosincrasia, que construyó un tipo de pensamiento cosmogónico tal, que le dio una identidad al conjunto de este conglomerado. Más allá de eso hay un idioma que unifica a toda esta población y hay también una serie de otros símbolos y representaciones que lo identifican como tal. Entonces, ahí hay una reivindicación del concepto de nación. La defensa de su libertad y de sus territorios fue lo que unificó al pueblo-nación mapuche. Y esto ha sido reconocido, incluso tiene antecedentes en la jurisprudencia internacional. Por ejemplo, los parlamentos que se desarrollaron entre el pueblo-nación mapuche y la representación de la corona española cuando se pretendía la conquista de esta parte de la América o de la Abya Yala. Más tarde, cuando ya empezaba la formación de las nuevas repúblicas o de los estados-nación conocidos actualmente, hubo una suerte de parlamentos que pretendían definir cuáles serían los límites de la nación mapuche y el trato jurídico que se establecería entre los pueblos. Pero, ¿qué pasó, cuál es el hito importante? Lo que ocurrió es que, producto del desarrollo capitalista, de la formación de los estados nacionales y de la liberalización económica de estas nuevas conformaciones sociales y políticas, hubo una arremetida contra el pueblo-nación mapuche que tenía como fin su sometimiento y la ocupación de sus territorios. Lentamente se fraguó un proceso de ocupación de la Araucanía o del Wallmapu, como decimos nosotros. Respecto a esto último se anteponen dos tipos de conceptos: uno, el que ha instalado la voz oficial histórica y el que nosotros reivindicamos para el mundo mapuche y para nuestra lucha. Ellos hablan de la Araucanía y nosotros del Wallmapu mapuche. Entonces, una vez consolidada la independencia de Argentina y de Chile, hubo una arremetida, conocida como la Campaña del Desierto por el lado argentino y la Ocupación de la Araucanía por el lado chileno, de ocupación político-militar del Wallmapu. Este hecho es determinante para entender el desarrollo de las luchas del pueblo nación mapuche de hoy día, porque la pérdida o la usurpación territorial que hemos sufrido nosotros de parte de estos dos estados es de aproximadamente el 95% y, tal vez más, del territorio ancestral mapuche. Territorialmente, se habla del Biobío hacia el sur, incluyendo sectores de la Patagonia, en territorio argentino. Hablamos de la pérdida de millones de hectáreas, pertenecientes al territorio ancestral mapuche a través de una invasión político-militar, una acción de genocidio, de persecución y de colonialismo que se ha mantenido hasta el día de hoy.


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Por eso nosotros decimos que seguimos viviendo un régimen de ocupación colonial establecido por estos dos estados. Aunque después vinieron una serie de políticas de corte integracionista y de inclusión, que en el fondo representaban el mismo régimen de ocupación colonial. Hoy en día el pueblo-nación mapuche confronta con esta elite enquistada, colonialista, que se instaló a sangre y fuego en su territorio. Esta elite es la representación de una oligarquía histórica. ¿Por qué se ocuparon los territorios de la Araucanía o el Wallmapu? Porque existía ya un desarrollo capitalista en el norte de Chile en torno a las mineras y se necesitaban insumos para el desarrollo de esta industria, como el salitre y otros minerales, abundantes en el territorio mapuche. A partir de 1883 vino un proceso de radicación forzada, lo que se conoce como reducciones, al estilo estadounidense, donde las comunidades son sometidas por la bota militar y por una serie de legislaciones racistas, a pesar de las cuales el pueblo-nación mapuche ha seguido funcionando y sobreviviendo. De ahí viene la lucha de nuestro pueblo por recuperar su territorio. La legislación actual habla de un acotado espacio de territorio con posibilidades de recuperación. Sin embargo nosotros, recogiendo este hito de la nación y de la ancestralidad mapuche, demandamos la reivindicación de todo el territorio ancestral y que se asuma la responsabilidad por parte del Estado y de la oligarquía que usurpó y arremetió contra estos territorios, arrasando con el bosque nativo y con la biodiversidad para obtener maderas, carbón y leña y, una vez devastado, tener animales y siembras. Hubo un periodo de auge en la producción de granos y otros productos que arremetieron contra la territorialidad mapuche, seguido de una revolución de tipo forestal que coincidió con el golpe militar, donde hubo una suerte de transformación o recambio del uso de la territorialidad, que llevó a que hoy día sea un territorio devastado por las políticas extractivistas.

Entonces estamos hablando de tres procesos de invasión: la llegada de los españoles, que pretendieron arrasar todo y dominar al pueblo mapuche; la conformación posterior del estado-nación chileno y argentino y, finalmente, la invasión del capitalismo, que es la que nos tiene sostenidos en esta realidad de opresión. Frente a eso hemos desarrollado un tipo de expresión político-ideológica que defiende reivindicaciones de lo propio y la recuperación de tierras, a través de acciones directas y de una propuesta política.

RM. Tú mencionabas el carácter de clase burgués de todo este tiempo republicano como fuente de poder y de opresión. Mi pregunta es: yuxtapuesto al carácter de clase, para poder simplificar el proceso antimapuche, un proceso que es en parte etnocida y en parte genocida, tu organización o tú mismo, ¿podrían caracterizar a este estado como un estado criollo, un estado huinca?

HL. Es un estado criollo construido con una matriz criolla, mestiza. Un estado huinca con una sociedad, cultura e identidad extranjera. Huinca es el extranjero, el que viene de afuera, el ladrón, el blanco, el que viene de otro lado. Era la característica de los conquistadores, los ambiciosos, los que usurparon el territorio y los recursos. Este concepto huinca viene de ue ingka. Los incas arremetieron contra los mapuche y fueron contenidos por nuestros ancestros. De ahí vienen nombres como el de Michimalonco y otros grandes loncos, grandes líderes históricos, que frenaron la arremetida de los incas. Cuando vienen los españoles, se habla de nuevos incas o ue ingka, es decir, nuevos extranjeros o usurpadores, que también fueron contenidos. En realidad, el invasor español jamás derrotó al pueblo-nación mapuche. Nosotros nos sentimos muy orgullosos de eso, de no haber sido conquistados por los españoles.


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RM. Pero hicieron un tratado.

HL. Con los españoles hubo muchos tratados, conocidos como Parlamentos. El de Quillín es famoso porque la corona española, centralizada en España, reconoció la soberanía y territorio del pueblo-nación mapuche, desde el Biobío hacia el sur con todas las administraciones. La cuestión es que la sociedad chilena contemporánea y ahora posmoderna, desde una posición dominante, sostiene que el pueblo mapuche no tiene vuelta con respecto de su condición de nación o de pueblo. Por eso no hay avances sustantivos en materia legal, mecanismos de institucionalidad, reconocimiento constitucional o los convenios internacionales que den cuenta que esto es un pueblo. Porque este reconocimiento implicaría reconocerlo como nación y su historicidad. Es decir, el reconocimiento de una nación que existió hasta hace 130 años atrás, con territorio, con economía, con normativas, con cultura, con idioma, etc. Cuando planteamos la idea de reconstruir la nación mapuche hablamos no solo de usurpación territorial o de un régimen de ocupación colonial; también hablamos de un tipo de sujeción de parte de la súper estructura ideológica y cultural de los huinca, de la sociedad chilena y más allá de la sociedad occidental que busca desestructurar y aniquilar a los mapuche y poder integrarlos como grupo indígena nacional. Nosotros no reivindicamos esta concepción porque sería renunciar a la realidad que nos legaron nuestros antepasados, de que fuimos una nación construida a través de milenios. Y aquí rememoramos por ejemplo nuestros grandes adalides políticos-militares, como Lautaro o Pelentaro, que derrotaron ejércitos invasores y consiguieron la soberanía de sus territorios. De hecho, Lautaro es reconocido en la academia de guerra por ser un estratega político militar en su defensa de la libertad y la territorialidad y la soberanía.

Quisiera que resolvieras una ambigüedad. ¿Estado burgués criollo o Estado burgués huinca?

HL. No tengo una noción muy acabada respecto de si una denominación excluye a la otra. Creo que hay un conjunto. Es muy complejo. Desde una concepción mapuche, la sociedad huinca es la sociedad individualista, capitalista, un componente occidental que no es mapuche y que se contradice con nosotros. Esa contradicción es insalvable, es como el choque de dos culturas, de dos lógicas, de dos formas de entender el hombre y el mundo. Una, la de los pueblos originarios mapuche que no necesariamente entiende al hombre como el centro del mundo, como sí lo hace la concepción occidental, en la que todo tiene que estar todo a su servicio. Nosotros los pueblos originarios, particularmente el pueblo mapuche, con nuestra mirada acerca de la tierra y la relación hombre-tierra, entendemos que no somos el centro del mundo, sino uno más que también tiene vida, tiene valor, tiene existencia y tiene distintos elementos de la naturaleza. Entonces hay aquí una suerte de coexistencia, de reciprocidad, de interacción, de relación, de equilibrio. Por eso nuestros ancestros todavía nos legaron esa tradición que cuando tenemos que hacer leña y cortar un árbol, debemos plantar otro o varios más para no romper ese equilibrio y tenemos que solicitar y hacer rogativa, entendiendo que aquello tiene vida y pasa a ser parte de nuestra vida. La mayoría de las ceremonias mapuche tiene que ver con este entendimiento de que ahí están nuestros hermanos, de que ahí están los elementos con que nosotros convivimos y que tienen que estar, porque tienen vida y nosotros existimos a partir de ellos.

RM. El Estado chileno tiene por definición un modo de construir territorialidad y sobre ese punto quisiera que dialoguemos. Pero la territorialidad del Estado no solamente tiene un presupuesto político, porque el estado asigna y recorta segmentos y la parte política tiene que ver con el asunto de cómo se va a gestionar cada segmento de ese territorio que desde la perspectiva criolla, huinca y burguesa se le asigne. Pero hay un fundamento occidental en la configuración de esa otra territorialidad que se va a yuxtaponer a la de ustedes. La territorialidad hecha a base de matrices occidentales euclidianas. Para ellos, el territorio es pasivo, no es activo como ustedes lo sienten, lo piensan, lo asumen. Ese territorio es visto en términos de un espacio continuo y delimitado geométricamente. Lo que no es continuo, en la perspectiva de la cultura occidental o de los presupuestos occidentales, está separado, quebrado. Desde la perspectiva de los mapuche, no sé si se da la misma lógica cultural de la territorialidad que aparece entre otros pueblos originarios, de señalar que lo discontinuo forma parte de una unidad y si lo discontinuo forma parte de una unidad en términos de territorialidad, no importa que exista una frontera chileno-argentina, porque hay otra manera de referir la territorialidad. Entonces, ¿cómo hacer frente a ello si por ejemplo una comuna o provincia escinde relaciones ancestrales entre pueblos mapuche? Porque queda un sector poblacional queda dividido en dos comunas. Si hablamos en términos más amplios, viene otro juego inducido de segmentaciones que va respaldado con el tema de escolarización y de controles de carácter policial, sanitario, extractivista, ambiental y de otro orden. Entonces quisiera que me hables de este juego de confrontaciones entre dos lógicas de territorialidad. ¿Cómo enfrentar a esta territorialidad intrusiva que además no sólo establece sus delimitaciones, sino que además le pone nomenclatura propia? Porque a la manera en que ustedes nombraban ellos le van a imponer otra nomenclatura y se van a apoyar en instrumentos que maneje el estado: mapas, planos, letreros de señalización. Entonces, frente a eso, en ese terreno específico de la confrontación, ¿cómo operan ustedes? Tienen que dar una respuesta, porque es un asunto en el cual se están jugando el propio avance de la resistencia, la propia alternativa que ustedes están tejiendo.


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HL. En general, cuando nosotros nos planteamos la lucha por la autonomía, hacemos eco de una reivindicación de muchos pueblos originarios. El camino para la reconstrucción de la nación mapuche es aún muy largo. Se trata de un desafío enorme y ciertamente estamos en desventaja estratégica en todos los ámbitos. Como dice un poeta mapuche: vivimos bajo la tutela de los tribunales o juzgados de indios en tiempos de la posmodernidad. El pueblo mapuche vive en reducciones desde que se ocupó la Araucanía, se les dejaron pocas y malas tierras y quedaron sometidos a una legislación racista e intolerante hasta el día de hoy. La ocupación territorial por parte de los poderosos y los conquistadores, copia de muchos modelos invasores europeos y estadounidenses se impone a la mapuche. Hay una negación absoluta de todo lo mapuche, no solamente por la explotación territorial o por la usurpación de todos los recursos; también en la imposibilidad de ejercer nuestras capacidades de autogestión. En este sentido, se trata de una acción genocida, son 130 años de colonialismo, de dominación, de régimen militar intrusivo contra la nación mapuche y de un discurso oficial que siempre ha sido intolerante y racista. Este discurso, construido sobre una base de estigmatización, de prejuicios, de valores que se asignan al otro para denostarlo y oprimirlo viene de los tiempos de la conquista española. A todos los pueblos originarios los han tratado igual desde la conquista: barbaros, salvajes, sujetos sin armas, sin alma. A los que había que salvar a través de la cruz y la espada o, de plano, exterminar. Esta construcción ideológica favoreció la conquista y el dominio. Ahora hay una discusión entre el pueblo mapuche sobre si es racismo o es racialismo. Porque racistas igual podemos ser los mapuche, decir que nuestra raza es superior a la del otro u otros. La agenda guarda su raza. El racialismo tiene que ver con que la raza blanca se siente predominante por sobre el resto. Entonces, entendemos que hay un discurso racial y uno racialista que tiene más de 500 años, desde que llegaron los españoles. Un discurso en constante construcción, sobre todo cuando un pueblo resiste, siempre hay que denostar al otro para avasallarlo, para conquistarlo. Mandar las huestes y avasallar. Primero se dijo que los mapuche no teníamos alma; nuestras autoridades ancestrales médicas, incluso nuestros machis, fueron considerados brujos, satanizados, demonizados y condenados a la hoguera y al exterminio. Fuimos considerados sanguinarios por defendernos. La historia está llena de estas calificaciones, la historia de la relación de nuestro pueblo con la sociedad chilena está construida en este discurso. Pasamos de ser mapuches a mapuchitos, flojos, indios, hediondos, borrachos y distintos epítetos. Luego pasamos a ser mapuchitos que solamente necesitan educación para la integración y, finalmente, cuando retomamos la lucha, somos malos, delincuentes y terroristas.

En el imaginario colectivo construido mediáticamente, a mí se me conoce como el mapuche terrorista. Y este racismo no solamente se trata de una construcción discursiva, no solamente está en la autoridad. Está en la población y en todos los ámbitos: en la concepción religiosa judeocristiana, en los colegios, en la educación, en el discurso político, en la administración pública, etc. Incluso está en la izquierda, esa izquierda que pretende ayudarnos o darnos una mano. Es una construcción racista diferente, que insiste  en la idea que nosotros somos campesinos empobrecidos, parte de la proletarización del campesinado o un sector golpeado por el sistema. En todo caso no nos reconocen la condición o la calidad de pueblos diferenciados. Entonces, cuando nosotros hablamos de recuperar la autonomía y de reconstruir la nación mapuche nos encontramos con este escenario, desde hace veinte o treinta años. Hay mapuches sin tierra, pobres. Muchos de ellos han emigrado a las grandes ciudades, como Santiago o Concepción, o al extranjero a buscar una mejor vida, a luchar por vivir. Muchos simplemente se alejan de la realidad, porque esas tierras escasas y pobres no dan para la sobrevivencia. Llegamos a una situación en que las mujeres no quieren tener hijos porque no es sano traer hijos a sufrir, a pasar hambre, ¿se entiende? Se destruyó la idea de una sociedad mapuche de familia extendida, de muchos hijos, de mucha gente. Hubo gente que por el racismo se cambió el apellido por uno mestizo, negando su condición de indígena. Para integrase, para ser aceptado, para sobrevivir y avanzar. Estamos hablando de una sociedad altamente golpeada por esta construcción social que tiene todas estas dimensiones, tanto en su estructura, como en su superestructura.

Ha transcurrido más de un siglo de sometimiento, y no es fácil salir de ahí. Es muy difícil superar esto y construir un proceso de liberación. Hay que hacer un trabajo distinto, muy lento, de mucha paciencia. Trabajo de base, de conciencia, de recuperación de identidad, de resignificación de lo propio, de recuperación de más elementos. Porque nosotros podemos decirle a un mapuche que la dignidad vale, que la cultura vale y que recuperar la identidad y tener sentido de pertenencia es legítimo. Pero si no tenemos el pan en la mesa, no le llega, ¿se entiende? Entonces para nosotros lo central es recuperar el territorio y obtener libertad. Esto último como elemento sustancial de la reconstrucción de un pueblo y para llegar a ello nosotros luchamos un tipo de autonomía, la autonomía revolucionaria, de facto, la de ahora. No la que yo puedo ir a buscar en los inuit, en los selknam o los que han luchado por la autonomía en otros lados. La autonomía es aquí y ahora. Confrontar al que tiene el territorio usurpado, luchar con la acción directa y en el ejercicio de la acción directa, poder reconstruirme como parte de un pueblo. A eso le llamamos autonomía de facto. En el aquí, en el cotidiano, en el ahora. Luchando, peleando, confrontando, insubordinándonos primero y después resistiendo. Primero hubo que pasar un proceso de entendimiento, de salida del imaginario colonialista y empezar a caminar insubordinados, con muchos miedos, pero con desarrollo y pedir a la gente que retorne a su comunidad, que vale la pena volver a vivir en la tierra a pesar de la lucha que tenemos por delante. Que tienen que creer que nosotros somos indios y no tenemos por qué avergonzarnos de nuestra gente y de nuestra condición.


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Yo antes era combatiente político militar y ahora ya no lo soy. ¿Qué soy ahora?, ¿qué soy yo cuando lucho por mi pueblo? Yo soy weichafe. Este es un concepto mapuche de los guerreros antiguos, aquellos que combatían por su comunidad, por su pueblo, con espíritus antiguos. Es lo que se entiende comunitariamente como esta relación con los ancestros. Nosotros no hacemos la guerra, hacemos el weicha, la autoconvocatoria a un pueblo para luchar defendiendo territorios, libertades y justicias. Los weichafes son parte del weicha y para eso tenemos que trabajar,  no solamente la recomposición de ciertos elementos pragmáticos, sino de todo el tejido social, político, ideológico, cultural e incluso espiritual mapuche. Pero no en los artificios, sino en el terreno. Cada vez que ganamos un metro de tierra, cada vez que ganamos una o miles de hectáreas de tierra, ahí está la reconstrucción de la nación mapuche. Cuando está la transformación, la expulsión del capital, el desalojo del poder burgués, la reconstrucción del mundo mapuche ahí se resuelve y viene la autonomía de facto y también se resuelve este tema de la reconstrucción del mundo mapuche. Es un ejercicio de educación, de formación para las generaciones que vienen. Consiste en que la gente ya no se siente humillada por ser indio o mapuche, sino que se siente más valorizada, individual y colectivamente. Es un tema muy fuerte y un fenómeno que va lento, pero que pretendemos que llegue a ser un fenómeno étnico nacional que nos permita este proyecto de liberación, que genere la plataforma suficiente para reconstruir el país mapuche y romper con esto que usted me dice, que se construyó por un siglo y más un tipo de administración.

Nosotros no reconocemos este modo ajeno de administración ni los límites entre Chile y Argentina. No reconocemos las regiones, las provincias, las comunas, los sectores. No reconocemos las reducciones. Reconocemos la comunidad y de la comunidad reconocemos el lof mapuche como la unidad básica. Entonces, cuando a nosotros nos imponen un tipo de administración política, un tipo de legislación jurídica, un tipo de relación de economía, un tipo de normativas, etc., nosotros las desconocemos, nos insubordinamos y planteamos las nuestras reivindicando nuestra autonomía. Ya no reconocemos al alcalde, al concejal o al intendente como como nuestras autoridades, sino que son nuestros huerquenes, nuestros loncos y nuestras machis. Y nuestra unidad básica es  la familia y el lof, la comunidad. Y nosotros pretendemos reconstruir esta unidad básica que es el lof y desde los conjuntos de lof, reconstituir un rehue, que era el centro ceremonial, político, de agrupamiento que tenían nuestras gentes antiguas y que hay que reconstruirlo hoy. Y al reconstruir varios rehues, reconstruimos los melirehues o los aillarehues, in crescendo. Para después reconstruir una suerte de butalmapu, o regiones grandes mapuches y, finalmente, a partir de estos butalmapus, con identidades territoriales muy particulares del mundo mapuche, de muchas culturas, construir el wallmapu, o el país mapuche.

Si usted me dice: “Don Héctor -o Peñi-, invíteme a la Araucanía”, yo le diré “no lo invitaré a la Araucanía, lo voy a invitar al wallmapu”. “Invíteme a su reducción”, diría usted; yo no lo voy a invitar a la reducción, lo voy a invitar a mi lof. Y cuando me diga: “invíteme a estas comunidades mapuches que existen”, con este imaginario de reconstrucción nacional, yo lo voy a invitar al país mapuche, al wallmapuche. Ese es nuestro proyecto, el punto es cómo la vamos desarrollando. Todos estos elementos de los que yo le hablaba nos ponen en desventaja frente al mundo huinca, la sociedad chilena y el sistema. Nuestra lucha no se concentra en la quema de camiones o en el sabotaje. Nuestra labor principal consiste en reconstruir la nación mapuche, pero para eso tenemos que tocar el corazón y la mente de nuestra gente, para que empiece un proceso de resignificación, un proceso de reencontrarse con su ethos mapuche. Esa es una lucha cotidiana y sistemática, que vamos desarrollando y poco a poco vamos conquistando los espacios. Cuando recuperamos el control de un territorio y expulsamos a un latifundista u otro sistema de explotación capitalista, inmediatamente nosotros entramos y transformamos ese territorio explotado, recomponemos el mundo mapuche. ¿Cómo? El primer paso es reinstalar los centros ceremoniales. Porque ahí está la fuerza de nuestra gente, en su cultura, sus valores y principios. Y a partir de ahí ir desarrollando toda nuestra capacidad etnopolítica.

RM. Seguimos con la territorialidad. Con la otra territorialidad que cumple funciones muy preocupantes, pienso. Y me voy a referir a tres formas de cristalización expansiva de la otra territorialidad, de la dominación huinca, de la dominación burguesa: la ciudad. Hay una crítica de la ciudad, esta ciudad depredadora, burguesa, absorbente de recursos para que artificialmente se haga esa vida de manera desigual en ese espacio y además crece de manera desaforada. ¿Cuál es la perspectiva, la alternativa de ustedes? ¿La ciudad realmente es deseable? La otra forma de cristalización y de fuerza expansiva, la minería y sobre todo la minería extractivista. Y tres, el tema de esta redefinición de los recursos hídricos, las represas. Tal vez me quedo corto, pero trato de aproximarme a la perspectiva mapuche sin serlo, ni siquiera sin ser chileno e identifico estas grandes coordenadas de la territorialidad depredadora. Entonces yo quisiera que nos explicaras sin son tres o son más o si estas tres son las principales y si hay alguna que pesa más que las otras, ¿cómo las piensan ustedes?

HL. En este momento nuestro objetivo principal es la política extractivista en el ámbito forestal. Durante la dictadura hubo mucha subvención, mucho amparo por parte de los golpistas y de la dictadura cívico-militar para los grupos empresariales que han venido arrasando la territorialidad mapuche. La mayoría de las comunidades tienen problemas con los forestales. Estamos hablando de un territorio antaño rico en biodiversidad, humedales, arboles, aguas, etc. Producto de la actividad forestal, ganadera y granera, eso quedó en el pasado. La actividad forestal ha convertido al territorio mapuche en zona desértica. En segundo plano está la lucha contra las centrales hidroeléctricas como atentatorias del mundo mapuche, no sólo por la política energética del Cono sur, sino por la privatización del agua. La construcción centrales eléctricas en territorio mapuche fue uno de los factores que agudizó el conflicto. Rescatamos la visión del geógrafo David Harvey, respecto a la ocupación por desposesión, es decir, la actual necesidad del capitalismo de ir apropiándose de recursos, tierra y agua a como dé lugar, incluso despojando comunidades enteras a través de mega proyectos, como los monocultivos, la industria energética, la minería y la especulación inmobiliaria. En el ámbito forestal, sólo dos empresas tienen cinco veces más territorio que todos nuestros pueblos. Es decir, dos grupos económicos poderosos en este país, los Matte y los Angelini, tienen cinco veces más territorio que todo el pueblo-nación mapuche. Estas compañías forestales tienen tres o cuatro millones de hectáreas, mientras que los mapuche tenemos máximo un millón. Esa es la dimensión del conflicto. Y obviamente que el Estado está a favor de los grupos económicos y contra nosotros. Por eso es hoy día sufrimos montajes, represión y militarización. Vivimos en un estado de guerra donde se reinstala la doctrina de seguridad nacional que combate al pueblo-nación mapuche. Hemos luchado y recuperado tierras, sí. Pero aún no hemos recuperado lo que posee siquiera un grupo económico, sin tener en cuenta lo que tienen los latifundios, el sistema de colonos que se instaló a sangre y fuego el siglo pasado, las centrales hidroeléctricas, las mineras o la especulación financiera e inmobiliaria que arremete desde las ciudades. A nosotros no nos parece la destrucción del hábitat mapuche. Nosotros tenemos una concepción de cómo convivir con el espacio que no tiene nada que ver con la de la ciudad. Va más allá del trabajo, prefiere la contemplación, la observación, la exploración y una relación de convivencia con la tierra. Eso que llaman flojera, nosotros lo llamamos respeto, lo llamamos sustentabilidad. Nuestro proyecto autonomista se volvió revolucionario cuando tomó definiciones anticapitalistas. Hacemos frente a la ocupación por desposesión, al gobierno al servicio del capitalismo, a la pérdida de poder de las organizaciones en general.


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Aquí en Chile se legisla para desarmar el poder de los trabajadores, de los pobladores, de los estudiantes, de las reivindicaciones legítimas de los sectores sociales. A nosotros nos mandan blindados, militares, drones, nos reprimen, desaparecen o asesinan. Lo que se instaló en el Plan Colombia lo están exportando para acá, con la ayuda de la inteligencia estadounidense e israelí. A nosotros no nos convence ese discurso de que salimos de la dictadura militar y pasamos a la democracia y que con la democracia se pueden lograr avances, porque nosotros no entendemos dictadura y democracia en los marcos discursivos como lo establece lo occidental. Nosotros vivimos la dictadura del capital monopólico financiero y vemos cómo se entrenan  en el extranjero miles de carabineros, que están al servicio como guardias pretorianas, custodiando los intereses empresariales. No sólo en el contexto de esta democracia donde gobierna el señor Piñera, de derecha, sino también de los gobiernos que pasaron antes, socialdemócratas o pseudodemócratas, porque también arremetieron contra la causa mapuche.

RM. Y esa conjunción de lo político-estatal con el gran capital, ¿crees que significaría lo que se ha llamado “colonialismo interno”?

HL. Es colonialismo interno.

RM. Y si hay colonialismo interno, eso niega el estatuto de Estado nacional.

HL. Frente a eso nosotros planteamos un tipo de autonomía que tiene tres dimensiones: la autonomía de facto, de la que ya he hablado, es una autonomía que implica una independencia de la mente. Una independencia política e ideológica, no ir de la mano de las ONG, de las religiones, del aparato estatal ni de los partidos políticos, sean del color que sean, incluida la izquierda. Reconocer la dirigencia de los loncos y las autoridades tradicionales es necesario para la reconstrucción nacional y la recuperación de la autonomía. Pero yo no puedo solo plantear esa negación de lo occidental y apartarme. Yo tengo que entender por qué me estoy negando y apartando. Tengo que reencontrarme con lo mío, reconocerme como indígena o, en este caso, mapuche. Reencontrarme con mi tugun y mi cupalme y decir ¿por qué soy mapuche? Es autoafirmación es lo que a mí me permitirá decir: yo no quiero estar ahí. No me pueden poner la camiseta verde, roja o el verde olivo de un partido, porque los míos son otros símbolos, otros valores, otras formas, las que me legaron mis antepasados y recuperar lo propio. La segunda dimensión de la autonomía tiene que ver con la autoafirmación y la descolonización pero eso será hasta que construyamos pensamiento propio y propuestas políticas propias. Esa es la lucha que desarrollamos nosotros como propuesta política para el mundo mapuche, más avanzado ideológica y políticamente.


Imagen 7. www.la-croix.com

RM. Hiciste una alusión a otro agente de moda de la colonialidad, que es el onegeísmo. La primera crítica que se hace al onegeísmo la lanza el Malcu en Bolivia. Ve el onegeísmo como amenaza, luego viene otra crítica que hace el EZLN en México y luego viene otra denuncia, ya no como amenaza sino como un hecho de alto costo, generado por el involucramiento de las ONG, incluyendo de izquierda y feministas, en la esterilización masiva de 300,000 mujeres indígenas, lo cual es una modalidad de aniquilamiento y de blanqueamiento de la región surandina peruana. Entonces, desde la perspectiva mapuche, ¿cuál es la posición frente a este onegeísmo ante el que coquetean varios sectores de izquierda?

HL. Hay todavía un debate acerca de si es una superación o una alternativa al indigenismo clásico, como se planteó desde el mundo político y académico. Fausto Reynaga es uno de los grandes precursores de esto. Ciertamente, el Malcu Felipe Quispe lo desarrolla muy bien al plantearse la reconstrucción del mundo indiano, desde lo aimara, lo quechua, etc. Como organización autonomista, nosotros nos sentimos parte de ese movimiento, guardando las proporciones de nuestra particularidad como pueblo-nación mapuche. Hay sectores al interior del mundo mapuche que han impulsado esta particularidad desde lo espiritual. Por eso tiene mucha fuerza la lucha del Machi Celestino Córdova desde la cárcel, que ha convocado a muchos sectores, incluyendo nosotros. Porque hay ahí un componente de esperanza, de fuerza que es bien interesante y es parte de la lucha de nuestro pueblo.

No conozco las experiencias que menciona del movimiento feminista, pero aquí hay un punto, y con esto tal vez podríamos terminar la entrevista, que tiene que ver con esta construcción de propuesta política desde la realidad mapuche en la que confluyen dos grandes dimensiones de la lucha de los pueblos. Esta lucha, entendida desde la liberación hombre-mujer, tiene que ver con lo que siempre fue parte del movimiento marxista o de izquierda, es decir, la construcción y alcance del socialismo y la destrucción de la sociedad de clases que también comprendió la lucha de los pueblos sometidos, pero no necesariamente los defendió como pueblos originarios, sobre todo en partes del mundo en donde no se daba tanto valor a la significación ancestral y a la relación hombre-tierra. Entonces, las luchas de liberación nacional terminaron apartadas de las luchas anticapitalistas por el socialismo. Y lo que hace nuestra expresión es tratar de unir estas vías que antes caminaban separadas y hacer un complejo necesario por la realidad que estamos viviendo. Por eso una de nuestras premisas es que la lucha del pueblo-nación mapuche está sujeta y depende de la lucha del pueblo chileno para concretarse. No solo buscamos la autonomía a través de  la liberación, también es necesario un salto cualitativo en la recuperación de un tipo de sociedad más justa, más humana, más solidaria. Se trata de una propuesta que aún tiene que hacer mucho debate y en mi calidad de vocero agradezco la posibilidad que nos da su revista para expresarnos, sobre todo por el papel que ha tenido la realidad mexicana para la comprensión y sustento ideológico de la lucha de nuestros pueblos originarios en el continente. Estamos ante un gran desafío y necesitamos toda la ayuda posible para sostenernos.

Yo creo en la liberación del pueblo nación mapuche, porque soy mapuche y porque ese es mi legado, esa es mi identidad y si voy a liberarme, quiero hacerlo como mapuche. Ahí hay artos elementos que nos pueden unir, pero que también nos pueden distanciar respecto de la comprensión de una propuesta así. En ese sentido nosotros pedimos debate, al que pueden contribuir otros pueblos en lucha, particularmente de Bolivia, Ecuador y México, con la experiencia zapatista. Y, bueno, aprovecho para enviar un mensaje a los distintos pueblos, que se sostienen sobre la lucha por reivindicaciones territoriales y políticas basadas en la autonomía y la libertad. Un mensaje y solidaridad también a todos los militantes y expresiones de lucha hermanas, de pueblos principalmente, que de alguna manera hagan eco de esta resistencia que aún permanece en el Wallmapu del Cono Sur, desde una organización como la nuestra, la CAM. Eso lo voy a decir en mapudungun: nosotros decimos weuwaiñ, como significación del “venceremos” o “triunfaremos”; marrichiweu, que es “siempre estaremos de pie”.

RM. Cerraría con una última pregunta. Los símbolos de la resistencia mapuche, que tienen que ver con identidad y con memoria. Que tienen que ver con expresiones visuales icónicas, que yo he visto aparecer de varias maneras, pero también, y eso me llamaba la atención, con sonoridad. Los instrumentos mapuche que pueden potenciar o acompañar los combates de ustedes. Entonces me gustaría que cerraras con eso, porque volvería a sintetizar cómo estos referentes culturales, simbólicos, tanto visuales como sonoros, están acompañado resistencias y combates por recuperar su autonomía, por apostar a ampliar este gran proyecto que ustedes tienen como pueblo mapuche.

HL. Eso comprende la dimensión de la que hablábamos hace un momento, que comprende la vida espiritual y religiosa. Esa es una dimensión muy importante de nuestra sociedad que nos otorga lo que en la concepción occidental se conoce como esperanza, o fe. Eso se expresa en la oralidad, en nuestros loncos, nuestras autoridades religiosas ancestrales, nuestros machis, en nuestra relación con la naturaleza y todo lo que compone la música el arte, los ñimin. El concepto mapuche ya lo dice (mapu, tierra; che, gente): gente de la tierra. Mapudungun, el habla de la tierra, expresado en la gente. Nuestros antiguos hablaban con los elementos de la tierra, con los animales, con la diversidad total.


Imagen 8. https://intercontinentalcry.org

 

[1] “Seguridad Nacional y población indígena en América Latina” (en coautoría con Mercedes Olivera). Cuicuilco, año II, núm. 5, ENAH, México, julio de 1981, pp.31-42.

[2] “Levantamiento campesino de Lonquimay y la Internacional Comunista”. Revista Estudios Públicos [en línea], núm. 89, 2003. https://www.cepchile.cl/levantamiento-campesino-de-lonquimay-y-la-internacional-comunista/cep/2016-03-04/093101.html

 

Cómo citar este artículo:

MELGAR BAO, Ricardo, (2019) “El pueblo mapuche en resistencia: la palabra encendida de Héctor Llaitul Carrillanca (entrevista)”, Pacarina del Sur [En línea], año 10, núm. 38, enero-marzo, 2019. ISSN: 2007-2309.

Consultado el Jueves, 18 de Abril de 2024.

Disponible en Internet: www.pacarinadelsur.com/index.php?option=com_content&view=article&id=1708&catid=5