El testimonio de Wilfredo Rozas (1905-1984): Los apristas en París

Ricardo Melgar Bao

 

 

 

El sudamericano al embarcarse en Valparaíso o en Veracruz, se prometía ver en París cosas maravillosas, fenomenales, cosas auténticas y típicamente “parisienses”: un hombre con tres espaldas, una piedra que habla, un médico que, como Rabelais, cura a los leprosos, haciéndoles cosquillas, una bailarina epicena, un círculo cuadrado, en fin, el movimiento continuo […]. Su sed de sensaciones, al conocer París, tropieza con la inesperada medida de la existencia parisiense, con este sentido de medida del espíritu francés, tan ceñido, ponderado y humano, como pocos.


César Vallejo. “Sociedades Coloniales” (París, marzo de 1928). Mundial (Lima), núm. 410, 20 de abril de 1928.

 

El testimonio de Wilfredo Rozas nos permite reconocer la convergencia en su itinerario de vida y probablemente en el de sus coetáneos y afines entre el federalismo cusqueño, contrario al opresivo centralismo limeño, el incaísmo entendido como mito político-cultural y el aprismo. Federalismo, incaísmo y aprismo, constituyeron vías de nativización, es decir, movimientos de autoctonía etnocultural con proyección política en tiempos en que las conmemoraciones del primer Centenario de la Independencia (1821) y de la victoriosa Batalla de Ayacucho (1924), incitaban a las nuevas generaciones a repensar los orígenes y los proyectos de futuro regional, nacional y continental.

Wilfredo fue cofundador de la Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA) en París, en septiembre de 1926.[1] Formó parte del secretariado de propaganda del sector del Pacífico al lado de Alfredo González Willis, Horacio Guevara, Gregorio Castro y José Z. Ochoa. Integró también su Departamento de Disciplina en compañía de Nicanor Castro, participando en actos de confrontación con sus adversarios, según lo revelan sus propios recuerdos.

Wilfredo y su hermano Edgardo militaron en las filas del APRA. Óscar Rozas Terzi, su primo, militó en el APRA en la ciudad del Cusco hasta su ruptura y realineamiento con la célula comunista (Cuadros, 1990). Esta red de parentesco y militancia aprista tuvo que ver con la circulación y reproducción que hizo la célula de París de una carta de Haya de la Torre dirigida a Óscar Rozas Terzi en el Cusco fechada en Londres el 22 de septiembre de 1929.[2]

De pie: Gregorio Castro, César Enríquez, Edgardo Rozas, César Wilfredo Rozas, Rafael González Willis, Alfredo González Willis. Sentados: Luis Eduardo Enríquez, Víctor Raúl Haya de la Torre, 1927
Imagen 1. De pie: Gregorio Castro, César Enríquez, Edgardo Rozas, César Wilfredo Rozas, Rafael González Willis, Alfredo González Willis. Sentados: Luis Eduardo Enríquez, Víctor Raúl Haya de la Torre, s/i. 1927. Archivo del autor.

Los apristas vivían un accidentado proceso de definición ideológica. Su retórica expresaba momentos diferenciados de sus comprensibles vacilaciones ideológico-políticas. Los militantes de las células apristas en el exterior resentían los influjos cominternistas y socialistas, acaso porque carecían de un sólido cuerpo de doctrina. Sus ideas antiimperialistas, sumadas a su concepción de Frente Único de carácter policlasista, tenían muchos puntos de contacto con las postuladas por la Internacional Socialista y la Internacional Comunista en su fase previa a la denominada del Tercer Periodo o de “clase contra clase”. Los apristas solían concurrir en París a los mítines convocados por el Partido Comunista Francés y leer textos marxistas, como bien lo refrenda en sus evocaciones Wilfredo Rozas. Un documento interno, probablemente de 1930, intitulado “Teoría del Frente Único de Trabajadores Manuales e Intelectuales”, compiló citas extraídas de las siguientes fuentes: M. N. Roy, La Libération Nationale des Indes;[3] « Pour l’indépendance complète de l’Inde »,[4] sin mencionar que se trataba de un pronunciamiento del secretariado internacional de la Liga Antiimperialista acerca del Congreso Nacional Indio; y el folleto de Lenin El capitalismo de estado y el impuesto en especies: (la nueva política, su naturaleza y sus condiciones).[5]

En su testimonio, Wilfredo refirió la existencia de un pacto secreto para derrocar al presidente Leguía, suscrito entre la célula aprista de París y el mayor Luis M. Sánchez Cerro, al cual le fue entregado un borrador de manifiesto que justificaba el golpe de estado. Resulta verosímil ese encuentro, toda vez que durante los años de 1925 y 1929, el oficial peruano realizó una estancia de estudios militares entre Italia y Francia. La redacción del manifiesto de Sánchez Cerro del 22 de agosto de 1930 le ha sido atribuida íntegramente a José Luis Bustamante y Rivero, el cual fue nombrado ministro de Justicia, Culto e Instrucción. A pesar de ello, cabe la hipótesis que el texto aprista haya sido tomado como base por Bustamante para la redacción del manifiesto. Es posible también que Bustamante tomase en cuenta la veta nacionalista de Sánchez Cerro en su composición, toda vez que las ideologías nacionalistas le eran distantes u objetables. Una atenta lectura sugiere la existencia de un elemento residual aprista de corte antiimperialista acerca de la independencia económica y política, ajeno al ideario liberal de Bustamante y a su visión moral, jurídica y administrativa del Estado y la nación:

En el orden económico, ha destrozado nuestras finanzas y elevado nuestra deuda externa de 80 a 600 millones de soles, poniéndonos a merced de prestamistas extranjeros, hipotecando así nuestra independencia económica, con inminente peligro de la soberanía nacional.

[…] Como digno remate de esta serie de ignominias, acaba de ofrecer al extranjero, con nuestras petroleras, no solo una de las pocas y privilegiadas riquezas que aún nos queda, sino, lo que es peor, el ahondamiento del vasallaje económico que dista apenas un paso del vasallaje político (Sánchez Cerro, 1930).

 

El golpe de estado fue bien recibido por los apristas en un primer momento. El mensaje de Heysen a pocos días del hecho, elogió a los jóvenes militares. Evocó que ellos lo felicitaron cuando confrontó políticamente a Mariano H. Cornejo Zenteno, siendo embajador del Perú en Francia. ¿Sánchez Cerro estaría entre ellos? Es posible que sí.[6] El diario El Comercio reprodujo un texto publicado por la revista neoyorkina Commerce and Finance, anunciando que Sánchez Cerro apoyaría la candidatura presidencial de Haya de la Torre, suscitó reacciones encontradas.[7] Luis Eduardo Enríquez remitió una carta rectificatoria, siendo publicada en dicho diario.[8] Lo cierto es que el desencuentro y confrontación entre Sánchez Cerro y los apristas no tardó en llegar. El dictador dio una orden de expulsión del país de Cox el 26 de noviembre y prohibió el retorno de Haya de la Torre (Claridad, 1931). A cuatro días de acaecido el golpe militar, Haya de la Torre expresó su parecer, marcando distancias:

La caída de Leguía no solo significa la victoria del pueblo peruano, sino el triunfo moral de la opinión libre latinoamericana. Leguía dejó el poder con la misma indignidad con que se mantuvo. El mérito heroico del movimiento solo corresponde al pueblo peruano. El ejército sostuvo a Leguía durante once años, y solo tarde ha cumplido con el mandato de la opinión nacional. Nosotros los apristas conocemos los problemas sociales y económicos del Perú, y sabemos que no se resolverán por medio de una dictadura militar. La segunda etapa del movimiento será, sin duda, la lucha contra los generales, si pretenden perpetuarse en el poder, exigiendo la independencia económica del país y la justicia social bajo un programa aprista. Solo el aprismo salvará al país de la anarquía (Sánchez, 1979, pág. 175).[9]

 

En 1930 figura el nombre de Wilfredo como suscriptor de los manifiestos y comunicados de la célula aprista de París, dos de los cuales se reproducen como anexos. Fue dirigente del Partido Aprista Peruano de 1930 a 1948, año en que renunció a dicha organización política.

Tuve la fortuna de conocer y entrevistar a Wilfredo Rozas en la ciudad de Lima, gracias a la mediación de César Enríquez, hijo de Luis Eduardo Enríquez Cabrera. La familia Enríquez y la Rozas, ambas cusqueñas, mantenían entre sí, a pesar de las distancias entre México y Perú, añejos lazos amicales. Me citó en su casa, ubicada en el barrio de Santa Beatriz, cerca del cine Roma. Su trato fue cálido y muy abierto a evocar su proceso de politización entre el Cusco y París. Nos mostró su valioso archivo fotográfico, en el cual no faltaban imágenes de la vida de los peruanos en París, particularmente de los apristas. Su afición por la fotografía se inició cuando era un joven estudiante universitario. En su casa hacía el revelado de los rollos fotográficos en su cuarto oscuro. Parecía ser su capital cultural más preciado. Me había ofrecido, si retornaba de visita al Perú, reproducir algunas fotografías tomadas en París. Me tardé mucho en regresar y perdí el contacto con Wilfredo. Ojalá que la familia haya conservado ese valioso acervo de imágenes y tenga la disposición de donarlo a la Universidad Nacional San Antonio Abad del Cusco o a la Biblioteca Nacional del Perú.

 

 

Rebeldía precoz

Yo nací en el Cusco el año de 1908, un 3 de septiembre. Mi padre, Miguel Ángel Rozas Cámara fue legítimamente cuzqueño. Mi madre, María del Pilar Lecaros Coronado era de origen arequipeño. Estudié mis primeras letras en la escuela pública y continué mis estudios en el Colegio Nacional de Ciencias, en donde los terminé‚ el año de 1925. Allí me pasó una cosa muy rara. El hijo de un ministro que estudiaba con nosotros tenía que viajar a Europa y para ello tenía que cursar simultáneamente el cuarto y quinto año de secundaria. Había acordado en Lima que tenía que terminar en un solo año, mediante estudios suplementarios. Al hacerse extensivos a todo el salón, tuve la suerte de aprobar todos los cursos.

Yo quería seguir la carrera de militar en Lima, pero mi padre me dijo: “tú no te vas a la capital”. Mi padre era antimilitarista. Me dijo: “no, no quiero cachacos en la familia, mejor te vas a París, porque en Lima te vas a malograr”. Así fue como partí a París. Viajé junto con mi hermano mayor, quien había terminado sus estudios un año antes: Edgardo Rozas Lecaros.

En el Colegio de Ciencias del Cusco teníamos una pléyade de muchachos inquietos que creíamos que el Cusco debería tener una mejor situación. Por los pasajes de la historia del Perú, que en ese entonces leíamos, nos daba pena por ejemplo la Guerra del Pacífico por la que se perdieron varias provincias del país. Éramos inquietos; no estábamos conformes con las cosas fáciles. En el Colegio de Ciencias había un director limeño de nombre César Patrón, que reemplazó a un señor alemán.[10] Este Patrón venía de una vida muy regalada, muy fácil, siempre andaba en cama y el alumno tenía que buscarlo allí para pedirle permiso por cualquier cosa. Patrón andaba siempre en cama porque tenía frío y le gustaba dormir hasta las diez de la mañana.

De izquierda a derecha: César Wilfredo Rozas, Edgardo Rozas
Imagen 2. De izquierda a derecha: César Wilfredo Rozas, s/i, Edgardo Rozas, s/i. Archivo del autor.

Entonces nos pusimos a protestar todos y formamos unos comités de huelga. Nosotros siempre hemos sido bastante levantiscos, como me decía mi mamá: “Tú eres muy levantisco con tus amigos, no te metas en esas cosas”. Pero hicimos esa huelga contra Patrón.

En vista del curso de la huelga contra Patrón, nos mandaron inmediatamente un nuevo director de origen alemán que era muy severo; aunque Patrón no quería retirarse, éste asumió sus funciones. Exigió disciplina. Había que estar a la hora en punto en el colegio. El que no llegaba a esa hora se encontraba con la puerta cerrada y debía ofrecer disculpas y dar razones por haber llegado tarde. Y con mayor razón el profesorado, el cual debería dar el ejemplo, decía, de lo contrario, “¿cómo va a poder manejar a los muchachos?” Esto causó inquietud entre los profesores y prepararon otra huelga para sacarlo.

Hubo una batalla singular entre dos amigos, un tal Guerra, que después fue aviador, y un señor Pareja, que era agricultor. En la gresca salió perdedor Guerra, que huyó, él era “patronista”. Luego de ver eso, perseguimos a los “patronistas” y el alemán se quedó. Pero luego de un año, por las cuestiones de incomodidad de los profesores, se le cambió por un señor Smith, americano. Al americano le gustaba el deporte, tanto que a los profesores se les veía buscando alumnos para sus clases. Unos andaban jugando futbol, otros básquet o si no béisbol. Terminaron por cansarse profesores y alumnos de esta nueva situación y entonces se hizo otra huelga. En esta huelga estuvimos todos. Yo era uno de los dirigentes.

Estando entre la multitud me tocaba dirigir los movimientos: que vamos por acá, que vamos por allá. Me acuerdo que vino el doctor Cosío, José Gabriel Cosío,[11] profesor de literatura. Un señor profesor por sus conocimientos y me dijo: “Rozitas, Rozitas, ¿qué estás haciendo? ¡ya deja esas cosas!”. Pero yo estaba en el seno de la huelga y le respondí: “No, doctor, ¡que viva la huelga!”, grité al mismo tiempo que lancé un tiro al aire. Entonces el profesor desapareció.

Con esta actitud la gente se entusiasmó y nos fuimos a romper las barreras que habían colocado para atajarnos. Y Román Saavedra,[12] hoy comunista, tomó la palabra y habló muy bien. Y entonces nos fuimos a buscar al doctor, decían: “hay que perseguirlo, castigarlo, hay que ir a la Universidad donde se ha escapado. Vamos a la Universidad”. Y nos fuimos. Al llegar a la Universidad nos dijeron que el doctor se había ido a la prefectura. El prefecto se asustó con la movilización y soltó a los gendarmes para que nos envararan y metieran bala. Como unos quinientos alumnos ya estábamos en las puertas de la prefectura. Murió un muchacho allí. Mientras parecía que otro alumno se fugaba, pero no era así, había ido a su casa a traer dos revólveres que nos los repartió para seguir combatiendo contra los policías.

Estábamos dispuestos a volar la prefectura. Entonces intervino el doctor Francisco Sivirichi,[13] padre de Atilio, gran matemático, un individuo de poses severas. Abogó por nosotros y nos llevó al colegio. Luego se quedó de director. Dada la actitud de valentía que había demostrado ante la situación y por haber convencido a la muchachada de regresar a clases, decidimos nombrarlo director del Colegio de Ciencias, y con él terminamos el periodo escolar. La última huelga fue en 1923. Al año siguiente estuvimos más calmados.

Ya desde el colegio teníamos nuestros grupos armados de federalistas, porque nuestra promoción veía para el Cusco la alternativa de forjar la Federación del Perú. Dentro de ese movimiento nosotros habíamos librado una lucha también nacionalista. Sucede que por esas fechas llegaron los repatriados de Tacna. Quienes vinieron fueron trabajadores obreros con buenos sueldos, para trabajar en la carretera Cusco-Abancay. Nosotros íbamos hasta la carretera para hablar con los mismos peones para pedirles datos, noticias, explicaciones de cómo era la frontera con Chile, el Morro de Arica, cómo era aquello. Ellos nos explicaban y nos alentaban a ese patriotismo de reivindicar nuestras provincias cautivas de Tacna, Arica y Tarapacá. “¡Viva la libertad!”, era el grito de guerra de los muchachos. Lo de Tacna, Arica y Tarapacá venía desde 1921, en que llegaron los primeros repatriados al Cusco. Así formamos un organismo de la Federación: Cusco Federalista. Allí estaban el doctor Delgado, el poeta; el doctor Pérez, de profesión abogado y profesor de la Universidad, Rafael Alfredo González Willis y un poeta Palacios que murió aún joven, entre otros.

Arriba: Luis Eduardo Enríquez, Gregorio Castro, Alfredo González Willis, Wilfredo Rozas, Rafael González Willis, Nicanor Castro
Imagen 3. Arriba: s/i, Luis Eduardo Enríquez, s/i, Gregorio Castro, Alfredo González Willis, Wilfredo Rozas, Rafael González Willis, Nicanor Castro. Archivo del autor.

 

La fundación de la Apra en París

Después de terminar mis estudios, nos fuimos a París mi hermano y yo. Allí también comenzamos a retomar la lucha por la cuestión federalista. Estábamos formando nuestro grupo de cusqueños federalistas. Resulta que un día nos encontramos con Víctor Raúl Haya de la Torre en el bosque de Boulogne, en París. Íbamos allí los sábados y domingos, Edgardo, Luis Eduardo, César Enríquez y yo, los cuatro.

El aire de París era pesado y nosotros íbamos a tomar oxígeno como buenos campesinos al bosque de Boulogne,[14] a dormir en las hierbas frescas. El aire de París estaba encajonado por sus edificios de ocho pisos. Nos íbamos a tomar aire fresco porque le teníamos miedo a la tuberculosis. Después de la Primera Guerra Mundial había en París muchos tuberculosos.[15] Por ello, para cuidar los pulmones, nos íbamos al bosque.

También Víctor Raúl había tenido cierta inquietud por ir al bosque y nos vio que paseábamos, correteábamos y jugábamos a la pega. Nos preguntó: “¿Ustedes son latinoamericanos? Ustedes son peruanos. Ah, si se les ve en la cara, son cholos, qué gusto de encontrarlos”. Así hicimos amistad. Nos dijo: “hablemos como amigos, todos somos estudiantes”. De allí nació la idea de reunirnos. Que tal día. “Bueno, respondió Haya, porque he venido por pocos días. Estoy en Oxford estudiando y también estoy de profesor de idiomas. Yo vengo de tiempo en tiempo nomás acá. Podemos conversar sobre la Alianza Popular Revolucionaria Americana y del Frente Único de Trabajadores Manuales e Intelectuales”. “Bueno, le dijimos a Víctor Raúl, ¿qué‚ es eso?” “Se trata del Frente Único de Trabajadores Manuales e Intelectuales que acabo de formar en México, en donde he entregado la bandera en mayo de 1924”. “Bueno, volvimos a decir, ¿cómo está la organización?” Haya respondió: “todavía está en formación, he dejado solamente los principios en que se debe basar, los cinco puntos programáticos y principales de la Apra”. Dijimos: “y esos cinco puntos, ¿cómo funcionan?, ¿cómo organizan la cuestión? ¿Nos pueden dar pautas?”

“No, ustedes tienen que ver la manera de arreglarlo. Voy a procurar confiar en ustedes porque a decir verdad no hemos visto cómo está organizado allá. Lo único que he hecho es entregar los principios, los cinco puntos de la defensa latinoamericana”. “Bueno, replicamos, y ¿cómo funciona?, ¿cómo le vamos a hacer? Ya sabemos lo de los cinco puntos, pero ¿cómo va a funcionar?, ¿quiénes van a ir?, ¿qué‚ instrucciones vamos a tener?” Haya repitió: “no, todavía está en formación. Recién me he venido acá, he salido deportado por la persecución política. He estado en Suiza, luego me fui a Oxford, voy a estar aquí una semana. Después de esto me voy”.

Allí recién comenzamos a caminar y a formar un partido allá por 1926, sería entre febrero y marzo. El encuentro con Víctor Raúl se realizó a fines de 1925. Entonces nos reunimos con los compañeros cusqueños. Ya una vez que conformamos una fuerza, nos fuimos a la Asociación General de Estudiantes Latino Americanos (AGELA).[16]

Yo pertenecía a la AGELA lo mismo que Eduardo Enríquez, César Enríquez, Edgardo Rozas y un tal Carrasco, al que también llevé. Fue un amigo colombiano el que nos preguntó por qué‚ no pertenecíamos a la AGELA, y me explicó que todos los que estudian aquí se van a inscribir y que no era mucho lo que había que pagar. Así que fui y me presenté‚ y después llevé‚ a mi hermano diciéndole: “allá vamos a tener amigos con quien conversar”. Allí conocí a unos argentinos. Íbamos todas las tardes a la AGELA para conversar. Tenía bonitos salones. Estaba muy bien puesta, era una asociación que valía la pena. Allí estaban: Carlos Quijano[17] de presidente, Vicente Huidobro,[18] Miguel Ángel Asturias,[19] Reyes.[20] Entre los argentinos había algunos hijos de estancieros. En la AGELA nos volvimos muy activos, habíamos llegado con una sed de actividad y de política para la solución de nuestros problemas cusqueños, peruanos y latinoamericanos. Éramos de los más puntuales para las sesiones, asambleas y conferencias. Éramos de los que llamábamos a todo el mundo. Allí decían: “los cusqueños se mueven, se ve que les gusta la cuestión”. “¿A ustedes no les gusta pasear o ir al teatro?”, nos preguntaban. Respondíamos: “no, a nosotros nos gusta estar con personas como ustedes, conociendo Latinoamérica. También para que nos conozcan ustedes, ya que estamos ignorados”. Cuando decíamos: “yo soy del Perú”, nos preguntaban: “¿y dónde queda ese país?” “Bueno, donde era el país de los incas”. “¡Ah! ¿Entonces usted es inca, oiga usted, y se viste así?” “No, nosotros allá nos vestimos como usted, pero hemos venido con nuestros vestidos incaicos, con nuestra cushma, nuestra mascaipacha, pero los dejamos en Panamá para atravesar el Océano”. (Se ríe). No, no, eso no es fantasía, pero no hay que olvidar que el francés tiene mucho sentido del ridículo, nos les gusta que se les tome el pelo.

Bueno, nosotros seguiríamos trabajando para la APRA. Dijimos: “tú, Eduardo, que tienes más tiempo, debes estar escribiendo cartas”. Acababa de llegar una carta de Víctor Raúl y le dijimos a Eduardo: “tú contéstale, pues tienes estafeta postal y todo”. Y Eduardo preguntó: “¿y con qué‚ voy a echar la carta?” “Bueno, pues hay que elegir un secretario de economía para que vea lo de los gastos que hay que hacer: movilidad, etcétera. Vamos a realizar una sesión para ver cómo se acopian fondos. Hay que comprar papel, estampillas, pagar el transporte y no nos vamos a estar sacrificando. Es necesario que se le provea, que colaboremos con los gastos con unos veinte francos por cabeza”. Se propuso a Gonzalo Gamarra[21] que es bastante serio, estudioso y correcto. Se dijo también que cada uno debe ir a pagar, nada de ir a cobrar. A otro lo nombramos secretario de relaciones. A él le decíamos: “oye, no le notificaste para que viniera fulano, no dijiste que ibas a traer a unos latinoamericanos, a unos haitianos. Tráelos, pues hay que cooperar con ellos”. También se eligió a los secretarios de disciplina y de organización.

A los haitianos los llevamos a nuestras reuniones, pero dijeron que no entendían bien. Además, alegaron: “nosotros somos haitianos y el único problema es Louis Borno,[22] aunque en cierta manera nos ayuda en nuestros estudios. Es verdad, es un tirano, pero nos está ayudando, ¿cómo lo vamos a combatir? El que está malogrado es Devin, porque ha sido deportado, porque quiso hacer la revolución”. Había salido de Haití por haber sido insurrecto en su tierra. Chartoux era un dominicano que vino por su cuenta; quería estudiar, pero no en Estados Unidos, a donde lo querían enviar sus padres.

Para atender los vínculos con las personalidades como, por ejemplo, con el doctor Bergman, decidimos elegir a un secretario general. Este se ocuparía de las recepciones, repartir trabajos y hacer nexos de la APRA con los demás. Se propuso que el compañero Enríquez, que era el secretario de actas, pasase a ser el secretario general. Dijo: “ya que no tengo alternativa tendré que aceptar”. Dije: “pero no lo van a abandonar, vamos a apoyarlo”. Así fue elegido Luis Eduardo Enríquez, nuestro primer secretario general de la célula de la APRA en París.

Teníamos una especie de academia donde leíamos. Teníamos nuestra biblioteca. Leíamos a Bujarin, Lenin, El Anti-Dühring de Engels, a Marx. Cuando vino Ravines compramos los libros de Engels y de Marx para nuestra academia de estudios. Después de leer cada obra planteábamos la cuestión del Perú y discutíamos. Y veíamos que el Partido Comunista era drástico en sus posiciones y decisiones. Bujarin y Lenin nos explicaban que la Historia no da saltos sino evoluciones y que aquel que quiere dar saltos es un comunista utópico. Por eso la diferencia entre comunismo utópico y comunismo científico. Después leímos a uno muy bueno, disidente de los comunistas y que lo expulsaron, Plejánov. Este se adecuaba a la cuestión de las masas y lo planteó muy realistamente. Me gustaría volverlo a leer.

 

Aprender de los comunistas

Nos íbamos a las manifestaciones comunistas. [Juan Jacinto] Paiva[23] era de tendencia comunista. Él decía: “prefiero ser cabeza de ratón que cola de león”; era su base de revolucionario. Claro, él pensaba en sí y que la revolución le sirviera a él y eso es ser cabeza. En cambio, nosotros queríamos hacer la revolución para aprovechar y demostrar que el país estaba en un proceso magnífico para evolucionar y para organizarlo, ya que era nuevo. No había aún comunistas ni proletarios. Proletarios no había prácticamente en el país. En la sierra, en el Cusco, los obreros que trabajaban en las siete textileras salían del trabajo y se iban a cultivar su chacrita. Y la chacra como propiedad da otro sentido a la conciencia del individuo acerca del derecho de propiedad. La conciencia se forma de esa propiedad y no se le va a cambiar fácilmente en una década. Por chiquita que sea la chacra, es ya un propietario y se siente dueño de esa tierra que la va a hacer producir. No importa que sea media hectárea, ya que la fábrica lo mantiene, es como una disección, y eso no se puede borrar.

Paiva era un hombre muy leído, muy lector. Le gustaba siempre estar al tanto de todo. A las reuniones comunistas iba, pero mayormente no dio luces, era muy introvertido. Ni siquiera discutía con nosotros. Hablaba con miedo, desde el principio se le veía cohibido. Con quien discutía era conmigo, encontraba más captación. Discutíamos eso de que en los países atrasados a todo movimiento insurgente debe apoyarlo el partido comunista, eso le repetía constantemente. Él quería estar de acuerdo solo con el proletariado.

Nos íbamos con Paiva a las manifestaciones comunistas. Allí estaban organizadas en un campo de pasto, diez o quince tribunas para cada idioma. Las tribunas eran por idiomas para que cada uno buscase el idioma que más le gustase. Yo iba a la de los franceses, íbamos también a la de castellano cuando veíamos que no era muy interesante el discurso. Escuchábamos a León Couturier, Marcel Cachin, Romain Rolland, Henri Barbusse, Maurice Thorez.[24] Thorez pertenecía a ese organismo, como existe la CIA en Estados Unidos, pero en Rusia, a la KGB.[25]

Sentados: Gregorio Castro, César Wilfredo Rozas, Gonzalo Gamarra. De pie: José Toribio Ochoa
Imagen 4. Sentados: Gregorio Castro, César Wilfredo Rozas, Gonzalo Gamarra. De pie: s/i, s/i, José Toribio Ochoa. Archivo del autor.

Thorez salía con las últimas noticias con base en el espionaje. Desde esa época estaba denunciando los pasos hacia la Segunda Guerra Mundial que ya la estaban preparando. Decía que Francia no se defendería porque sabían que, si nos armaban a nosotros, las armas se volverían contra los burgueses. Ellos saben perfectamente eso y no nos armarán, decía Thorez. Dejarán que Francia sea invadida. Y justo así sucedió. Petain traicionó al entregar las armas y dejó que toda su flota la hundieran en ese puerto al sur de Francia, sin disparar un cañón.

En las manifestaciones comunistas aprendimos a manejar la brevedad del discurso, lo conciso del discurso. Eran maestros. Había veinte minutos para el mejor orador como máximo. A los veinte minutos le decían: “la hora se acabó, bájese”. Para hablar tenían bien concretos los puntos, no andaban con divagaciones. Eso aprendimos nosotros. Por eso es que la tónica de nuestros mítines adquirió eso. Nosotros éramos los críticos. Íbamos con Víctor Raúl, César y Luis Eduardo Enríquez. Estaba un orador que era muy ameno, bromista y veía las cosas con cierto cariz de humor.

Estudiábamos los gestos de los oradores. Por ejemplo, Couturier[26] en la tribuna daba un paso adelante y abría los brazos y decía: “Camaradas, yo estoy aquí porque tengo que darles unas nuevas acerca de los avances del imperialismo. Hay esto y esto, y en Francia se está traicionando, los burgueses nos están vendiendo”. Thorez era más violento, pura mímica, agarraba una sentencia y luego cortaba el aire con la mano. Había unas cosas teatrales. Eran individuos que habían estudiado oratoria y tenían condiciones especiales que nos impresionaban. Toda la cuestión estaba hecha, según ellos. Un orador decía, dando un paso adelante: “ya estamos listos, que venga la guerra. La guerra tiene que venir porque esto no va a continuar, el imperialismo está ya muy desarrollado y están peleando entre ellos. A nosotros nos traicionarán para evitar que derroquemos a los burgueses, eso saben ellos”.

Hubo un orador africano. Un negrito, muchacho él, tendría unos veinticinco años. Se subió muy emocionado y mirando a todos dijo: “Camaradas, el imperialismo luego de explotarnos a nosotros, traen los dineros acá, a la metrópoli. Nos consideran franceses, pero no tenemos el régimen político que ustedes tienen. A nosotros nos explotan, nos pagan mal y nos quitan nuestras pertenencias”. Los africanos estaban allí gritando. Una pléyade de negros color mate. Yo no he visto por acá esos negros, hasta daban ganas de despintarlos. Había unos del Sur de África que tenían unas cabezas huesudas, flacos, altos, eran watusis.

Luego, después de los discursos se vendían banderines y condecoraciones. Vendían para conseguir recursos para el partido. Yo me compré un parche lleno de figuritas como de torero, una bandera roja. De todo lo que veíamos tomábamos notas, íbamos tomando datos. De los comunistas también aprendimos a formar nuestros cuerpos de choque para cuidar o romper manifestaciones. En el lugar donde se realizó el mitin no había transporte público. No había ómnibus, pero allí estaban los choferes comunistas. A Paiva, a César y a mí nos llamaron de un taxi y nos dijeron, “pasen”. Le respondimos: “no tenemos plata”; “pasen nomás”, dijo el chofer. Nos llevó a nuestros domicilios sin cobrarnos. Eso sí, ellos nos estaban demostrando que tenían camaradería y voluntad de cooperación. En el trayecto, el chofer nos dijo: “¿ustedes son comunistas latinoamericanos?, eso debe ser bravo allá”. Los comunistas lo tenían todo bien organizado. Hacían un desfile, una manifestación, pero bien organizados. Había una comuna francesa en Saint Denis, Montmartre, que era de comunistas. En esa zona se encontraba el local de L’Humanité, el periódico comunista que no nos aceptó nuestra propuesta cuando mataron a Sandino. Los pocos que quedábamos de la Célula aprista redactamos un manifiesto e hicimos una propuesta contra Estados Unidos. Lo llevamos a la Embajada de Estados Unidos para que remitiesen la protesta de los latinoamericanos. Con toda audacia nos pusimos a firmar por cada una de las naciones que no estaban representadas dentro del grupo. No había representantes de la Argentina, Chile y Ecuador. Así lo presentamos ante el embajador que nos recibió muy atentamente, nos dijo que lo iba a trasmitir; que él no podía saber sobre la situación real, porque eran cuestiones del gobierno de su país.

Con ese mismo documento nos fuimos a los periódicos, grandes y chicos; de izquierda, centro y derecha. Así fuimos a L’Humanité‚ y nos dijeron que lo iban a reproducir. Al principio nos preguntaron: “¿De dónde es este Sandino?” “Nicaragüense”, les dijimos. “¿Dónde queda eso?” “En la América Central”. “¿Y ustedes pertenecen a la Tercera Internacional?” “No, les respondimos, no pertenecemos, no nos hemos inscrito todavía porque estamos aprendiendo”. Nos contestaron que si no estábamos afiliados no valía la pena que fuéramos a buscarlos por ese escrito, pero que se lo dejáramos. Nunca lo publicaron. Los que sí publicaron el Manifiesto fueron: Paris Soir y Le Petit Parisien, que eran socialistas. Este último publicó bastante, incluyendo comentarios, e hicieron constar su protesta por el asesinato de Sandino.

Recuerdo que una vez hicimos una manifestación en la Sala de Agricultura, la que llenamos. Allí habló Víctor Raúl y varios latinoamericanos. Pusimos a Víctor Raúl como orador de fondo para que cerrase el evento en nuestro favor. En ese tiempo Haya hablaba bien, estaba fogueado.

Por aquel entonces Haya de la Torre estaba sometido a nuestra presión, a nuestra disciplina. Él no mandaba. Tenía que ir a cualquier conferencia o buscar a la persona que tuviese que contactar. Siempre iba acompañado para que no nos traicionara. Víctor Raúl debía informar de las entrevistas en el Comité de la Célula, donde veíamos lo que había hecho, lo que había dicho. Si había algo que se hubiese olvidado durante la entrevista, el compañero que iba con él se lo recordaba. En el Comité‚ el compañero informaba sobre las cosas que Víctor Raúl había dicho y las que no. Nosotros criticábamos los desaciertos por el bien del partido, corrigiéndolos de inmediato. Para ello no había atenuantes de ninguna clase.

Ahora cuando había sesiones tanto del comité como de todita la asamblea, el que llegaba tarde pagaba una multa no muy fuerte, sino que al pedirle 1 o 2 francos, veíamos la parte moral. No era el castigo del dinero sino la sanción moral de pagar la multa porque era una responsabilidad no cumplida. Entonces todos llegaban a la hora. Alguna vez llegó tarde Víctor Raúl y también le cobramos. Dijo: “es que yo he estado dando una conferencia”. “No sabemos, pero tú estás llegando tarde y cada uno debe ver sus problemas y cada cual los del Partido. Primero pagas la multa y después explicas”. No había nadie que se salvase de la disciplina. Y Víctor Raúl la aceptó muy bien.

Cuando Víctor Raúl nos dijo: “ya he hecho un año de servicios al partido, ahora debo descansar un poco porque tengo mucha labor”, no se lo aceptamos. En eso llegó Heysen[27] de Buenos Aires, era 1927. Ravines[28] había llegado antes, en 1926. Nosotros estábamos de estudiosos. Tuvimos que cambiar a Heysen de la secretaría general porque tuvo que ausentarse. Nombramos a Eudocio Ravines porque era de más lucha, era muy subversivo en sus discursos, en las asambleas. Ravines se mostraba como un revolucionario de garra.

 

A conquistar la AGELA

Entonces decidimos planificar la toma de la AGELA. Hubo lucha para poder colocar a Ravines en la secretaría general de esa asociación. Pensábamos que el trabajo sería mucho mejor si tomábamos la AGELA. Para aquel tiempo nosotros ya entramos organizados y logramos sacar a Ravines de secretario general. La APRA así pasó a controlar a la AGELA y en sus locales hacíamos nuestras sesiones. Habíamos trabajado como hormigas, teníamos nexos con los compañeros del arte, a través de Enríquez, que era artista. Yo también trabajé con los artistas, conocía bastante bien de crítica de arte. Incluso había conversado con Picasso, que daba sus conferencias en La Rotonda, y también con muchos pintores franceses. En una oportunidad, Picasso nos invitó a todos los que estábamos en La Rotonda a consumir y beber por su cuenta, de las seis de la tarde hasta las once de la noche. Recuerdo que sacamos desnuda a una modelo, lo que motivó un escándalo.

 De izquierda a derecha: Luis Eduardo Enríquez Cabrera, Ernesto López Mindreau, Edgardo Rozas Lecaros, César Enríquez Cabrera
Imagen 5. De izquierda a derecha: Luis Eduardo Enríquez Cabrera, Ernesto López Mindreau, Edgardo Rozas Lecaros, César Enríquez Cabrera. Archivo del autor.

Ravines salió electo en la primera votación de la AGELA, pero los opositores objetaron que no había cuórum y se aplazó para otra asamblea la nueva votación. Esa semana trabajamos voto por voto y fuimos así a la segunda asamblea y logramos en la votación mayoría absoluta. Ravines fue declarado electo secretario general.

Pero esta elección fue un fracaso para nosotros, porque cuando ya Ravines se sintió dueño de la AGELA, propuso en una asamblea que los latinoamericanos deberían inscribirse en la Tercera Internacional, que qué hacíamos en una olla de grillos donde cada quien tiraba para su lado. Dijo que para ser verdaderamente revolucionarios deberíamos inscribirnos en la Tercera Internacional, porque aquel que no pertenecía a ella no podía ser revolucionario, sino un traidor o un fascista. En la asamblea, la mayor parte de los ciento cincuenta asistentes votaron por afiliarse a la Tercera Internacional.

Cuando vimos los resultados, nos dijimos: “¿Qué‚ vamos a hacer aquí si la mayoría son ya de la Tercera Internacional? ¿Tantos habían sido de izquierda?” En esa votación, hasta Carlos Quijano había votado por la Tercera Internacional. Cuando le reclamamos, Carlos Quijano nos dijo: “yo creo que ha llegado el momento de afiliarnos. Además, cada uno tiene derecho a pensar como quiera y aquí en la Asociación se defiende lo que se piensa”. Quijano era un político muy hábil. Además, ellos habían sostenido a la AGELA; Quijano reciba veinte mil francos mientras nosotros vivíamos con tres mil. Nos dejaron la AGELA casi en la inanición a los cusqueños. Cuando en la siguiente reunión de nuevo se propuso lo de la Tercera Internacional, dijimos: “no, señores, nosotros no nos arriesgamos”. Nosotros no somos títeres de nadie, ni de los yanquis ni de los rusos, nosotros pertenecemos al incanato, así que estamos en contra de la Internacional.

Lo del cambio político de Ravines tuvo que ver con el hecho de que poco antes de la elección en la AGELA, Ravines se había ido a Moscú con una rusa. La rusa vivía en el mismo edificio que yo, un hotel. Yo hice amistad con la amiga, con Esther. A mí me parecían mujeres mayores. Yo le había dicho a mi hermano que para mí era muy vieja. Él me dijo: “sabes, Ravines anda muy solo, lo vamos a pegar ahí”. Estando ya con nosotros, le dijo a Ravines: “te voy a presentar a una chica muy simpática y muy inteligente. Pero él alegó: sabes que yo no paro aquí que no hay dinero”. “No hay problema, le dije, es una chica rusa con la que converso, salimos a pasear, pero a mí no me interesa y Edgardo está interesado en Esther”. Lo presentamos, pues, y salíamos a conversar y pasear. Llevábamos buena vida.

Ellas, como eran muchachas que habían hecho la revolución, tenían como misión actual trabajar en la sección de la Internacional de Trabajadores de la Enseñanza (ITE), a la que más tarde perteneció César Vallejo. Ravines se hizo de la amiga de Esther, le gustó. Ravines me contó que ella le dijo: “tú eres tan inteligente que debes conocer Rusia”. Me comentó también que su amiga le iba a conseguir un pasaje a través de la ITE a la que pertenecía y le había ofrecido ver si podía dar cursos en Rusia. “Vamos, pues, le dije, ojalá que ganemos un cupo más allí y que nos sirva”. Se fue por una semana. A su regreso dijo que había conseguido la posibilidad de trabajar allí pero que estaba algo complicado porque le había puesto ciertas condiciones. Aparte de eso, le preocupaba la cuestión económica.

A eso de las dos semanas se volvió a desaparecer por más tiempo, como dos meses. Era 1927, sería por los meses de abril y mayo. Cuando volvió dijo que había hecho una buena experiencia, que se había relacionado con muchos comunistas y que Víctor Raúl no había hecho un buen papel allá, que lo habían tomado como un individuo inquieto y, además de eso, como un fascista y personalista. Hay que avanzar, hay que ser revolucionario, hay que ser marxista, me dijo. Comenzamos a discutir. Luego dijo que iba a tomar el camino de la Tercera Internacional, porque de algo tenía que vivir, que ya no podía estar de carga nuestra, ya que nosotros pagábamos su pensión.

Luego vino lo de la AGELA. En la AGELA había como quinientos inscritos. Los mexicanos, los argentinos, los paraguayos nos reunimos muy bien, encajábamos. Pero los que frecuentábamos y andábamos en el ambiente seríamos unos doscientos. Y así nos íbamos conociendo, porque usted veía una semana a uno y después de tres o cuatro semanas lo volvía a encontrar.

A Ravines primero lo habíamos nombrado secretario general. Ravines decía que debíamos hacer una revolución, que ya parecíamos un partido fascista. Decía: ¿Qué es la APRA?, no es izquierda ni derecha, entonces, ¿qué es? Nosotros le respondíamos: somos apristas, la APRA es una nueva religión, un nuevo credo que está bien orientado.

Al mismo Víctor Raúl lo convencimos de que no había que hacer lucha religiosa, porque al principio se había comenzado a combatir a los curas. “No, le dije, no debes hacer lucha religiosa, eso es propio de un liberal. Mi padre ha sido liberal y ha combatido a los curas. ¿A qué nos ha llevado? ¿dónde están los liberales? Pues mi padre se quedó solo. Además, los curas tienen un trabajo de hormiga. Desde los ocho años ya empiezan con la primera comunión y no los vas a cambiar. Ya el individuo tiene una fe católica que se ve imbuida desde su subconsciente. Más bien tenemos que ganar a los curas que nos pueden servir de pie para hacer doctrina aprista en las punas. En los pueblitos apartados donde no va nadie, allí hay un cura, malo que bueno, allí llega el cura. Y si tú lo adoctrinas y le das la mano, va a hacer doctrina aprista con Cristo, porque no se trata de religión, esa es política. Esto es economía, Marx lo dice es lucha económica. Efectivamente, donde tocas la economía se acaba todo”.

César Vallejo entró en el comunismo por la fuerza de las circunstancias, él no era muy comunista. “Mira mi hermano, me decía, yo no puedo ser comunista. Leguía quiere mandarme una pensión y que yo escriba sobre él, pero yo no puedo escribir sobre lo que no siento. Yo solo escribo sobre mis sentimientos, de lo que interpreto, de lo que me duele porque tengo mucha pena. Moscú también me ofrece ayuda, pero yo no puedo escribir sobre lo que ellos quieren”.

A Vallejo le cortaron una pensión que le mandaban del Perú y lo dejaron en la calle. César era muy cariñoso. También con él hacíamos las comidas juntos. Instauramos la cuestión de las comidas mensuales. Cada mes hacíamos una comida. Ya la gente nos buscaba porque era motivo para reunirse entre los latinoamericanos. Se reunían sesenta u ochenta cubiertos de la APRA en un restaurante grande.

Cuando Ravines nos dio el golpe, mandamos hacer unas tarjetas postales a un pintor Telson. Eso lo aprobamos en una asamblea a donde fuimos diez cusqueños y tres latinoamericanos. Allí discutimos qué hacer. Lo primero, trabajar. Dijimos: “si cada uno trabaja como diez, seremos cien”. Decidimos trabajar con todos los latinoamericanos. Y con los peruanos había que explicarles la reivindicación del Perú, decirles, estos son los puntos, las cartas, estamos organizados así.

Dentro de cada tarjeta postal estaban impresos los cinco principales puntos de la APRA. Mandábamos tarjetas a todo mundo, pidiéndoles que si pudiesen hacerlas circular les escribieran a otros amigos. Le decíamos que lo hicieran por el país, porque aquí estamos en una ciudad muy grande, en un país muy desarrollado y nos da envidia que nosotros estemos tan atrasados. “¿Por qué no podemos ponernos en igual nivel?”, argumentábamos. “Desde acá estamos pensando para ello y poder trabajar allá”. La correspondencia surtió efecto. Causaron impacto las tarjetas tan especiales. La primera de las tarjetas con la bandera de la APRA la hice yo. Se la obsequié a Víctor Raúl y la tuvo siempre en la cabecera de su cama. Hice otra tarjeta con el dibujo de América del Sur, pero con las siglas del APRA. Hicimos también banderas en tela y las repartimos.

En 1927 hubo un congreso Anti-imperialista en Bruselas en donde estuvieron Víctor Raúl y Ravines. También el comunista César Falcón asistió, pero con él no tuvimos mayor contacto. Después del Congreso de Bruselas, Ravines y Víctor Raúl discutieron sobre el Congreso. Que uno no hizo buen papel, que no dijo esto y lo otro. Sin embargo, sí hicieron muy buenas relaciones. Mantuvimos ciertos contactos con el Kuomintang a través de un chinito al que íbamos a buscar para averiguar cómo era el Kuomintang de Chan Kai Shek. Era parecido a la APRA pero no eran tan de izquierda. Nosotros teníamos más orientaciones, una doctrina y un plan de acción casi militar que no lo supimos aprovechar por intereses de Víctor Raúl.

En la célula de París tuvimos a Luis F. Bustamante[29] que llegó a trabajar dentro del partido. Pero resulta que de una parte acá, de todo se enteraban los comunistas. Nos dimos cuenta. Entonces acordamos decir ciertas cosas que eran falsas, pero como si fueran ciertas, y Bustamante estaba allí. Él las repitió y así lo agarramos, pero no podíamos botarlo. Gamarra lo tenía en su casa y lo mantenía porque ya no podía trabajar. Lo habían deportado de México o Centroamérica, él no contaba nada, era hermético. Nosotros decidimos hacerle un trabajo psicológico hasta que le dio un ataque cerebral y se murió en la casa de Gonzalo. Todos los días le decíamos: “oye te ves mal, estás arrastrando los pies”. Estaba desesperado.

A Julio Antonio Mella[30] lo conocimos en París. Sabíamos que llegaba Mella, un cubano de izquierda, un gran orador y buen organizador. Estaba deportado. Nos hicimos amigos e incluso lo quisimos involucrar dentro del partido y no, llegó a discutir. Decía: “yo no pienso así, están equivocados”.

Cuando se fue de París, escribió un artículo contra la APRA diciendo que era fascista, pro-imperialista. Luego vino de nuevo a París con motivo de una de esas conferencias anti-imperialistas. Entonces fuimos a buscarlo; decíamos: “hay que pegarle a este hombre, lo botamos y si dice que no, lo provocamos y le hacemos comer sus papeles”. Cuando nos encontramos con Mella, en la plaza donde está el Arco del Triunfo, le increpamos para conversar y poder buscarle lío, no queríamos pegarle a sangre fría.

Edgardo (izquierda) y Wilfredo Rozas (derecha)
Imagen 6. Edgardo (izquierda) y Wilfredo Rozas (derecha). Archivo del autor.

Nosotros éramos Rafael González, Horacio Guevara y yo. Discutimos y le reclamamos: “¿por qué escribiste ese artículo? Ni siquiera nos hiciste una crítica para discutirla, estás equivocado. Una mirada olímpica nomás nos echaba. Te exigimos que nos expliques la cuestión de tu artículo, las razones”. También lo conminamos a ver si quería involucrarse en nuestro partido. Mella dijo: “No, yo no pienso así, ustedes van a ser el fascio. Ustedes son el fascio, ustedes no van a hacer la revolución”. Y le respondimos: “usted es un sinvergüenza, usted se castiga diciendo esas cosas. Te vamos a dar un castigo”. Él tenía lentes. En quechua le dije a uno: “ya pégale un lapo”. El otro dijo: “¿cómo vamos a pegarle a un indefenso?” “Entonces, ¿qué hacemos?” Guevara dijo: “lo ahorcamos y lo orinamos como si fuera un poste”. Y Mella ni se movió, ni corrió, estaba como congelado. Le dijimos, “mándate mudar”, y lo votamos. Mella se fue tranquilo. Y de ahí se fue otra vez de París y murió seguramente en un atentado. Mella era muy buen revolucionario.

 

La Disciplina del Retorno

Mi hermano murió en julio de 1929, y en septiembre estuve de regreso al Cusco. Viajé a la Argentina, visitando todas las células de la APRA. Mis padres me llamaron y me mandaron el pasaje. Me dijeron: “no te vayas por Panamá porque allí no hay nada. Vete por la Argentina para que te veas con Manuel Seoane, Luis Alberto Sánchez y Carlos Manuel Cox”. Además, Óscar Herrera y Cornejo también se encontraban en Buenos Aires. Todos ellos pensaban que Haya de la Torre estaba haciendo una labor proselitista personal y que los estaba engañando.

Al llegar a Buenos Aires tomé un cuarto en un hotel. Tenía la dirección de Seoane[31] en Chacaritas. Pregunté: “¿cómo llego allá?” Me dijeron: “tome usted un colectivo y luego el tranvía”. Preferí agarrar un plano de la ciudad y conté diecisiete cuadras. Salí a las seis de la tarde del hotel y llegué al Cementerio de Chacaritas a las ocho y media de la noche. Encontré la casa de Seoane y pregunté: “¿Está el señor Manuel Seoane?” Me respondieron que estaba delicado y andaba en cama. Les manifesté que era un estudiante que venía de la célula aprista de París y que quería hablar unos minutos con él. Hablaron con Seoane y éste ordenó que pasase.

“Buenas noches, don Manuel, qué gusto de saludarlo. Lo conozco por la correspondencia que hemos tenido”. “Así que usted es aprista, me dijo, qué gusto de verlo, muchacho. ¿Cómo ha llegado hasta acá? A pie. ¿A pie te has venido? ¿y no te has perdido? Los peruanos tienen orientación propia. Hubieras tomado el colectivo, tal y cual”. “Como no conozco nada, don Manuel, más seguro estaba en mi camino”. Comenzamos a conversar. Me dijo: “Víctor Raúl está haciendo de las suyas, está jalando para su lado. No, le dije, hay muy mala interpretación, Ravines ha traicionado, él era el que quería que nos inscribiéramos en la Tercera Internacional y no es lo correcto”. Le di un montón de detalles, así como la documentación del Partido, por la que sacamos a Ravines y volvimos a poner a Enríquez en la secretaría general. Me preguntó: “¿dónde estás alojado?” Luego me dijo: “mañana vamos todos a buscarte”. Efectivamente, en la mañana me reuní con ellos y conversamos amigablemente; me creyeron. Me dijeron: “estábamos combatiendo a Víctor Raúl, pero ahora nos vamos a enmendar”.

Luego viajé a La Paz, Bolivia. Allí tuve otra conferencia con los de la célula aprista de La Paz.[32] Fueron Omar Estrella, Meneses, Zerpa y otro más. González Hurtado estaba de viaje. Urquieta estaba en La Paz, pero no comulgaba con ellos, estaba peleado.

Al llegar al Cusco me enfrenté con la célula de los Comunistas. A ella pertenecían Óscar Rozas, Julio Gutiérrez, Enrique Torres, Julio Moreno, Sergio Caller, Casiano Rado, Alfredo Tupayachi, Ángela Ramos y otra camarada de apellido Carrillo. Con ellos conversé y conversé. Les dije: “¿Ustedes han leído El manifiesto comunista? Si no lo han leído, lo que tienen que hacer es interpretarlo. Es cuestión de interpretar, no solo de aplicar el manifiesto. Ahora hay que definir qué cosa es un proletario”. Les conté cómo era la vida de un proletario, cómo es la vida en Europa. Yo había trabajado en la Vía Bouton. Yo tuve un momento económico muy difícil y me metí a trabajar en una fábrica que va limando las piezas. En la fábrica teníamos separados nuestros espacios por una línea blanca, cada uno con sus herramientas. Había que trabajar con lima fina. Nos ponían tiempo por pieza. Una vez terminé rápido y me fui a buscar al ingeniero. Me gritó, me dijo: “usted no debe moverse de su lugar, aunque haya terminado”. Diez minutos antes del toque de la campana de salida había que limpiar la mesa y las herramientas, cada lima y calibrador debería estar limpio y en orden. En la fábrica no se podía conversar. Allí aprendí lo que era ser proletario. A uno no le regalaban ni un minuto.

A los comunistas cusqueños les expliqué que en los países coloniales y semicoloniales había que ayudar a todo movimiento subversivo que se oponga al régimen establecido, porque la historia no da saltos. Había que tratar de evitar dar saltos, que se aceleren las etapas. Así quedaron los de la célula en plegarse a la APRA. Luego se descubrió lo del emolumento de Rado para no combatir a Leguía.

En el Cusco circulaban varias revistas: Kuntur, La Sierra y otras. Luis E. Valcárcel era catedrático, tenía inquietudes de izquierda, pero no era militante. Recuerdo a Rafael Tupayachi que era muy amigo mío. Me lo encontré en el Cusco. Casi todas las tardes nos encontrábamos y charlábamos largamente. Me decía: “búscame, tú has estado en Europa y tienes mucha experiencia”. Luego lo tomaron preso hacia 1935 o 1936; parece que lo maltrataron y a consecuencia de ello murió. Tupayachi era un individuo efectivo y recto. Era puro, él no entraba en negocios, era honesto. Él sabía tomar las cosas con mucha serenidad. Era también muy severo.

En 1929 volví a París a terminar mis estudios de ingeniería. Me faltaban tres años. Regresé por La Paz sin pasar por Lima. No tuve contacto con Lima. En Buenos Aires pedí una comunicación, un manifiesto que lo llevé y que ya no insistía en la acusación de partidarismo contra Víctor Raúl.

Poco después la Célula de la APRA en París decidió pagarles los pasajes de tercera a Heysen y a Enríquez hasta Buenos Aires, para que, de allí la Célula de Buenos Aires los mandase hasta el Perú. Cuando llegaron allá comenzaron a trabajar y la APRA se extendió como una mancha de aceite. Entonces nos pidieron ayuda y socorro porque ya no se daban abasto. Había gente, pero estaban como nosotros al principio, me refiero a la organización. “¿Cómo se hace? ¿Cómo se organiza?” Así me hicieron viajar a Lima en pasaje de tercera. Yo salí con un mimeógrafo que me entregaron y nada más. Yo debía el mes al hotel y no tenía dinero. Si hubiese sacado mis pertenencias me hubiesen metido preso y ya no hubiese podido viajar.

Me vine con el mimeógrafo como quien sale de paseo. Hasta tal punto sería la emoción que me embargaba que me vio una hemorragia nasal. Me fui donde mi amigo el doctor Gonzalo, que tenía una cama para alojarme esa noche y poder salir al día siguiente de París junto con Gregorio Castro, Alfredo González Willis, Alberto Hidalgo y yo.

Los cuatro nos venimos en el barco. Allí también venía Óscar R. Benavides para candidatear por la presidencia. Le hicimos la vida imposible. Hicimos propaganda contra Benavides y le dejábamos una copia en su cama. Alberto Hidalgo era especial porque donde hablaba Benavides se ponía a perorar más fuerte y le decía groserías para enfriarlo. Benavides le pidió garantías al capitán del barco, pero este le respondió que para los ingleses existía la libertad política. Cuando llegamos al Callao, tampoco dejamos hablar a Benavides. Subió callado al bote, estaba muy nervioso. Nosotros le gritábamos que era un cuatrero, que quería de nuevo el poder, que el pueblo no tenía experiencia y debía saber acerca de él.

Nuestra enemistad con Sánchez Cerro empezó en París. Fue porque Sánchez Cerro nos quedó mal. Nos había pedido que le redactásemos un manifiesto y se lo hicimos. Él lo llevó al Perú copiado en el forro de su chaleco para poder burlar los controles que había puesto Leguía. Sánchez Cerro se entrevistó con Víctor Raúl a propósito de la mediación que hizo Luis Eduardo Enríquez, que trabajaba en la Legación. Conversaron sobre la presidencia y la revolución, sobre lo único que les interesaba. Sánchez Cerro quería ser el presidente y nosotros aplicaríamos el programa, pero tenía que ir el jefe con él. Luego Haya nos dijo que él no iba a preparar la cama para nadie, que ese carajo en cualquier momento nos traicionaba. Así fue entonces.

Hicimos una asamblea para ver lo de Sánchez Cerro, quien después de la caída de Leguía, en agosto de 1930, volvió de visita a París. En esa reunión dijimos: Sánchez Cerro nos está combatiendo en Perú, nos está persiguiendo y ahora ha venido acá. Había que acabarlo. Nos nombraron a Horacio Guevara y a mí para cometer el magnicidio.

El atentado no se llevó a cabo porque Sánchez Cerro debería haber pasado por la Gard Montparnasse, que era el camino más directo a París. Allí fuimos a esperarlo. Todos los demás, incluido Víctor Raúl, nos esperaban. Allí estaban González Willis y Gamarra. Todos ellos esperaban en el café para saber el resultado. Cuando regresamos a las cinco de la mañana, después de que había pasado el último vehículo de ferrocarril a París, no habíamos visto a Sánchez Cerro. Sánchez Cerro se escapó porque no pasó hasta el día siguiente a las cinco de la tarde por ciertas órdenes recibidas.

Víctor Raúl, mientras tanto, nos reclamó diciéndonos: “ustedes no han entrado en el tren, no lo han buscado porque él tiene que ir urgentemente al Perú”. Entonces le increpé a Víctor Raúl porque estaba allí calientito tomando su café, cuando nosotros estábamos a catorce grados bajo cero en la estación y a la intemperie, nomás fumando cigarros y muertos de frío. “Si quieres saber cómo soy yo, le dije, cómo lo hubiese hecho, nomás sal del café un paso para no hacer escándalo y vas a ver cómo te respondo sin que medie razón contra ti”.

Haya me dijo: “no, no te calientes, todos los cusqueños son así, inmediatamente se ponen nerviosos, belicosos, ustedes son así de agresivos”. Respondí: “¿quién ha corrido la voz?” Enríquez dijo que el día anterior hubo una llamada a la Legación diciendo que tengan cuidado de Sánchez Cerro, porque había un complot contra él. Comenzamos a investigar en la célula quién podía ser el autor de la llamada. Y dijeron: “Víctor Raúl es el que ha denunciado”. Él dijo que si no hubiese llamado nos hubiese ido mal. Si lo matábamos o no en el atentado, la policía francesa no hubiese tenido miramientos para con nosotros.

De izquierda a derecha: Ernesto López Mindreau, Edgardo Rozas Lecaros, Luis Eduardo y César Enríquez Cabrera
Imagen 7. De izquierda a derecha: Ernesto López Mindreau, Edgardo Rozas Lecaros, Luis Eduardo y César Enríquez Cabrera. Archivo del autor.


Anexo 1. Carta de la célula del APRA en París a José Carlos Mariátegui[33]

París, noviembre 7 de 1929.

Señor Don José Carlos Mariátegui,
director de la revista Amauta.
Lima, América Latina.

 

Estimado Mariátegui:

Amauta ha acogido en su número 25 –julio-agosto– una nota inexacta suscrita en París con respecto a la organización, fundamentos doctrinarios y desenvolvimiento de las actividades del APRA en América Latina y, particularmente, en cuanto se refiere a la existencia de la Sección de París y su Centro de Estudios Anti-Imperialistas.

Creyendo que aquello podría originar una interpretación torcida de la realidad me apresuro a desmentirla sin entrar a discutir sus argumentos. En el interés mismo de la labor que Amauta cumple está la exactitud de sus informaciones. No muy buena será la impresión de los lectores de Amauta en el Perú cuando puedan enterarse de la lamentable ligereza en los procedimientos. Ni muy halagadora la de los latinoamericanos trabajadores manuales e intelectuales que intuyen su razón de ser y no ignoran la verdad. Acepto la pasión en la polémica y en la defensa de ideas cualesquiera que ellas sean; pero la pasión que ilumina y da fuerza, no la que calumnia y desconoce.

El APRA es un partido de frente único, nacional-latinoamericano, antiimperialista, autónomo, que propugna la realización de una etapa histórica en nuestra América.

Nuestra América –no la de Bunge sino la de Ingenieros– nos presenta, en su gran mayoría, una serie de pequeñas repúblicas aún en la etapa semi-feudal, cuyos problemas agrava la penetración del capital financiero. Siervos, proletariado y clases medias forman un cuadro desolador, frente a los señores de la tierra adueñados del poder político para proteger sus intereses y aquellos de sus aliados los reyes de la industria imperialista. La guerra por la conquista de los mercados para los capitales encuentra en América Latina uno de sus campos más propicios y la define como una realidad semi-colonial. Triunfante Estados Unidos de Norteamérica sobre Inglaterra en la mayor parte de los veintiún países que constituyen la familia latina o indoamericana; la venta de la riqueza ha avanzado paralela a la venta de la soberanía política, que las luchas denominadas de la independencia contra España y Portugal ganaran. América Latina, así en conjunto como realidad semi-colonial, se encuentra ante los Estados Unidos de Norteamérica como realidad imperialista, sin una soberanía política y bajo las directivas que la diplomacia del dólar le otorga.

El APRA, que aspira a ser el gran frente de trabajadores manuales e intelectuales en lucha contra el imperialismo capitalista que compra y los terratenientes feudales que venden, reivindica para sí la guerra por nuestra segunda jornada emancipadora, realmente independizadora para nuestros pueblos por cuanto ella se hace sobre la base del planteamiento económico de ambas realidades a fin de imponer una solución nueva, oportuna, adecuada de nuestros problemas económico político-sociales, que sea capaz de crear lo que el doctor Alfredo L. Palacios afirmaba en su adhesión con tanta propiedad: “La nueva cultura socialista en América Latina”.

Como organización existente desde 1924 se afirma y se extiende con tal seguridad y estrategia, que, realmente, puede afirmarse que ha pasado ya, en algunos países, de ser un germen, una idea laudable agitada por hombres bien inspirados, para definirse como una efectiva e innegable realidad. Las luchas de los apristas costarricenses, las de las Antillas, así lo corroboran.

No seamos exigentes y hasta irascibles con el APRA. El fracaso objetivo de muchos organismos políticos con teorías importadas; constituidos sobre la base de minorías espurias sin ningún arraigo y sin ninguna visión realista de nuestros problemas, privadas de un conocimiento exacto de la realidad americana, no es una inventiva gratuita. Es un hecho concreto y acusador. No subestimemos el juicio sobre aquel, para sobreestimar el que sobre este se tenga o exponga. Seamos equitativos. Aprendamos a usar de la ponderación y del buen sentido para opinar sobre lo propio y sobre lo extraño, sobre lo que gana nuestra concordancia y sobre lo que nos conduce a la oposición. El APRA ha extendido su radio de acción de Sud-América a Centro América y las Antillas, y ha consolidado su ideología. Quienes sostienen lo contrario o no siguen –por pre-concepto– su desenvolvimiento y avance y son fácilmente sorprendidos por la propaganda de derecha o de izquierda en presentar un APRA que la afiebrada imaginación descubre, o lo siguen ininterrumpidamente y obran por partidismo o por consigna.

El APRA ha incorporado el movimiento anti-imperialista en América Latina a la política, orientándolo hacia la solución más realista, y menos utópica; defendiéndolo de los peligros que la falta de autonomía crea y dándole una ideología sana, revolucionaria, concorde con el momento histórico latino-americano, de la cual el insignificante y vasallo anti-imperialismo precedente no podrá reclamarse.

De un movimiento de cenáculo restringido por las limitaciones explicables de los partidos políticos de izquierda que lo auspiciaban, subordinando a seguir el curso de otras realidades, sin una teoría y una táctica propias, y sin una idea cabal sobre su significación histórica –dado el carácter semi-colonial de América Latina– el APRA ha hecho y aun lucha por mejores definiciones, un movimiento nacional-latinoamericano cuya ideología es propia, es realista y es la historia para la primera etapa de nuestra independencia.

De la tesis de los cuatro sectores en que el APRA dividiera la realidad latinoamericana (Congreso Anti-Imperialista de Bruselas 1927) para explicar y definir las etapas de la penetración financiera y de la política imperialista yanqui; avanza a la que especifica el rol de las clases medias en el movimiento anti-imperialista continental, y de esta a su tesis sobre el “Estado Anti-Imperialista” y la “Revolución Anti-Imperialista” en nuestra América (El Anti-Imperialismo y el APRA, Haya de la Torre. México, 1928).

El APRA no es un partido de intelectuales simplemente. El APRA no solo es partido de trabajadores manuales. El APRA es el partido de los trabajadores manuales e intelectuales aliados a las clases medias.

El APRA no es un partido de “elite”, ni pretende devenir un partido ortodoxo y cerrado al pueblo. El APRA pretende ser el partido anti-imperialista de la gran nación oprimida; del pueblo latinoamericano, bajo el yugo del imperialismo capitalista.

Por eso conserva su autonomía y por eso sus actividades siempre han encontrado en la oposición a los que defienden el vasallaje y en el partido, íntimamente solidarias, a las masas cuyos intereses defienden sin ambigüedades y sin limitaciones comunes.

Un corolario es el resultado de sus más trascendentes campañas.

El viaje de Haya de la Torre por México y Centro América que Manuel Ugarte en carta de abril 24 me calificara con fervor lealísimo de “valiente y memorable campaña a la cabeza del APRA, cuya actividad levanta cada vez mayores simpatías”, ganó simpatía de miles de ciudadanos que hoy forman en sus cuadros. Los nombres de Froilán Turcios en Honduras, don Alberto Masferrer en El Salvador, de Joaquín García Monge en Costa Rica sobresalen al lado de miles de obreros, campesinos, maestros de escuela, universitarios, estudiantes, pequeños propietarios de la ciudad y del campo y artesanos. La violenta expulsión de Haya de Guatemala, El Salvador y Panamá hasta Alemania puede ser un indicio y una mejor definición.

La gira de la primera aprista del continente nuestra admirable Magda Portal por Cuba, República Dominicana, Puerto Rico, Colombia y Costa Rica incorpora también al APRA a los más valiosos núcleos de trabajadores manuales e intelectuales de esos países.

Mientras ellos atacan el APRA se extiende y trabaja en la realidad de nuestra América con heroísmo, con eficacia y sin predicas divisionistas, afirmando su unionismo anti-imperialista en los ejércitos apristas de la segunda jornada emancipadora.

Su vida interna no sufre en lo absoluto las vicisitudes de otros partidos, donde la ideología y la disciplina no es compartida por la unanimidad. Dentro del APRA el acuerdo de los militantes es perfecto y la disciplina aceptada con alegría y responsabilidad.

Nunca ha sido mejor el cuadro del APRA que, precisamente, después de lo que Amauta califica de “Curso Nuevo”. No solo en sus Secciones en Argentina o México v., g., sino también en la Sección de París y su Centro de Estudios Anti-Imperialistas.

La nombrada “disolución del APRA en París y del Centro de Estudios Anti-Imperialistas”; expresada no como derivación de un simple pase de bandola aprovechado por seis miembros (sobre veinticinco, excluidos los simpatizantes) para dar por terminada con su colaboración y fe aprista invitando “a los camaradas conscientes del APRA, a afiliarse a las Ligas Anti-Imperialistas, o a los Partidos Revolucionarios Proletarios, incorporándose así al movimiento anti-imperialista mundial”, sino más bien, intencionadamente, como un signo de la descomposición del APRA; no ha afectado en sus más nimios aspectos la marcha de la referida sección. Por el contrario, el fin de este desacuerdo terminado con la incorporación de los referidos ex-apristas al “Partido Socialista Revolucionario Peruano” –propiciador de un simple “Block Obrero y Campesino” como solución a las crisis del Perú– no puede ser un signo de descomposición cuando la organización interna y el desenvolvimiento de las actividades se han superado. Es más bien, una confirmación de aquel pensamiento que el respetable Lasalle escribía al genial autor de Das Kapital en una vibrante carta: “La depuración du parti le renforce”.

Que en cuanto a usted mi estimado Mariátegui y a su interesante Amauta, lealmente quisiera que no llegara alguna vez a meditar con amargura en el célebre dístico de Ovidio: “donnée eris Félix… En la fortuna muchos amigos. En la desgracia muy pocos”.

Con un saludo cordial su afmo.

Luis E. Heysen

 

Comité Central de la Sección del APRA en París

Secretaría General: Luis E. Heysen; Departamento de Propaganda Sector del Caribe: Luis E. Enríquez (secretaría), Gerardo Loayza, Julio César Zambrano; Departamento de Propaganda Sector del Pacífico: Alfredo González Willis (secretaría), Wilfredo Rozas, Horacio Guevara, Gregorio Castro, José Z. Ochoa; Departamento de Propaganda sectores del Plata y del Brasil: Rafael González Willis (secretaría), Nicanor Castro, Gonzalo Gamarra, Neptalí García; Departamento de Disciplina: W. Rozas, N. Castro; Departamento de Economía: L. E. Enríquez, Rafael González W; director del Centro de Estudios Anti-Imperialistas: L. E. Heysen; bibliotecarios: A. González W., J. Z. Ochoa y G. Castro.

 

Anexo 2. Estados Unidos juega a la paz en Europa y hace la guerra en la América Latina[34]

Traducido por el intelectual dominicano señor Eladio Sánchez, reproducimos de Chicago Daily Tribune. París, 20 de diciembre de 1929, el documento que una delegación representando los 21 países de la América Latina, entregó a su Exc. M. Walter Evans Edge, embajador de los E. U. en Francia al objeto de pedir la liberación de Haití y protestar de los últimos atropellos en la isla por la marinería norteamericana. Asimismo, insertamos la adhesión de nuestro admirado amigo y compañero Manuel Ugarte a la campaña del APRA.

París, diciembre, 1929.

 

Al señor Embajador de los Estados Unidos de Norteamérica

París, 2 Avenue de Jena

El atropello insólito que acaba de sufrir el pueblo de Haití por acuerdo del Departamento de Estado de Washington encuentra unidos para condenarlo a todos los pueblos del mundo, y en particular a los veintiún pueblos que constituyen la América Latina.

La expansión territorial, económica y política de los Estados Unidos de Norteamérica hacia el Sur en las Antillas, Centro y Sud América, ha llegado a adquirir tales intensidades que la aserción europea o latino-americana en su origen, que la contempla calificándola de imperialista no es ni una sobreestimación de ella ni una hostilidad marcada para el gran pueblo yanqui, cuyos destinos en manos de una oligarquía poderosa de banqueros escriben páginas sombrías en la historia de la humanidad.

De Florida a Nuevo México, a Texas y California; de Filipinas y Puerto Rico Santo Domingo; de Panamá, Honduras y Nicaragua a Haití, los Estados Unidos avanzan haciendo proceder el dólar a la bandera, el embajador al virrey, el intento «civilizador» a su escuadra y sus marinos y ametralladoras, custodios seguros de vidas e intereses evangélicos.

Desde Europa y por qué no, particularmente, de Francia, Bélgica, Alemania, Inglaterra, Italia o Japón la visión que se percibe es más objetiva, por cuanto viene favorecida por las propias trayectorias de Dawes y Young, representantes implacables del reinado del dólar en el mundo.

Mientras por un lado el idealismo mentiroso de la democracia yanqui alienta una esperanza de paz propiciando solemnes pactos internacionales e infructuosas reuniones antiarmamentistas; por otro, la doctrina de Monroe en Nicaragua y en Haití exhibe sobre relieves cruentos el dolor de las pequeñas nacionalidades latino-americanas invadidas militarmente, malgrado las ingeniosas e ingenuas adhesiones a la política que declara «la guerra fuera de la ley».

Estados Unidos juega a la paz en Europa y hace la guerra en la América Latina.

Son los hechos escuetos, los que lo confirman y no en el pasado, tan sólo, sino en el presente, actual, actualísimo de 1929.

Haití, colonia francesa en el siglo XVII, independiente en el siglo XIX, devino pueblo sin soberanía el XX por obra directa de los Estados Unidos de Norte-América.

Estratégicamente ubicado en el Mar Caribe, que los expansionistas yanquis anhelan convertir en un «lago americano». Haití fue codiciado en la medida que lo fueron Nicaragua y Santo Domingo, Cuba y Panamá.

En una isla dotada de fértiles tierras para el dominio de la agricultura y con una bahía admirable, favoreció el pronunciamiento interesado de los Estados Unidos desde un punto de vista naval preferentemente.

La Bahía de Samaná podía presentar para ellos un rol tan importante como las numerosas bahías del Golfo de México, la base naval de Cayo Hueso en Florida, Guantánamo en Cuba, el dique de San Nicolás, Puerto Rico, las islas Great Corn y Little Corn, adquiridas a Nicaragua, Fonseca, las islas Virgen –antiguamente de Dinamarca– y el Centro naval y militar de Panamá, en provecho de su hegemonía como potencia marítima.

En 1915, bajo la invasión militar que desoló Haití y después de heroicas resistencias por parte del pueblo celoso defensor en sus derechos y de su soberanía, se acordó el modus vivendi que enajenaba la libertad que los haitianos obtuvieron de Francia en 1804. Wilson, el pacificador de las plegarias democráticas, fue quien dirigió todas las operaciones pacificadoras en la isla y quien obtuvo las cláusulas de la conquista. El pueblo haitiano debió resignarse a sufrir el indirecto dominio yanqui aceptando el pacto de la esclavitud que el “gran demócrata y apóstol de la paz” arrancara a los miles de viudas y niños desamparados en nombre de los altos intereses navales de su país.

El tratado estipula claramente el precio de la victoria yanqui en Haití. Por el art. 2: “El Presidente de Haití nombrará, según designación del Presidente de los Estados Unidos, un recaudador general, que cobrará, recibirá y publicará todos los derechos aduanales sobre las exportaciones e importaciones, que se recauden en las diferentes aduanas y puertos de entrada de la república de Haití”. Prohíbe aumentar la deuda pública o modificar sus derechos aduanales sin el consentimiento de los Estados Unidos (arts. 8 y 9). Obliga a establecer una “policía eficiente compuesta de nativos haitianos, organizada y mandada por norteamericanos” art. 10. Niega ceder “por venta, arrendamiento o en cualquiera otra forma” parte del territorio. Su duración diez años, pudiendo ser prorrogado en caso de que cualquiera de las puertas contratantes encontrara que su objeto no había sido cumplido totalmente. Si el derecho de conquista es una arbitrariedad inaceptable en nuestro tiempo, aquella vez, como después do los diez años y presentemente en 1929, es auspiciado por uno de sus más fogosos impugnadores teóricos, realizador práctico a la sombra del derecho de Monroe que Europa acepta y América Latina rechaza con dignidad.

La dominación yanqui cumpliendo sus programas civilizadores ha hecho de Haití un pueblo desgraciado y hambriento. Mr. Percival Thoby, antiguo encargado de negocios de la república de Haití en Washington, en un memorándum al Departamento de Estado dice textualmente: Catorce años de malos gobiernos norteamericanos han reducido a la población a un estado de miseria sin precedente. La Asociación de Política Extranjera, en un informe sobre la situación del país declara que Haití es nominalmente una república independiente, siendo, de hecho, gobernada por los Estados Unidos, potencia protectora al amparo de un gobierno menos democrático que aquellos que sufren Puerto Rico y las Filipinas, también victimas del dominio opresor de los Estados Unidos de Norteamérica.

El Presidente actual de Haití es el señor don Louis Borno. Su autoridad es nula, por cuanto quien ejerce el gobierno es el General John Russell. Él está ahí para hacer cumplir el tratado, según propias declaraciones de Mr. Hughes durante la administración de Harding.

Es el brigadier General señor Russell, y no don Louis Borno, quien promulga decretos relacionados con el orden y la política interna. Por su conducto promulgó la ley mediante la cual todos los haitianos que en sus discursos o escritos «fueran adversos a las fuerzas de los Estados Unidos en Haití o al gobierno haitiano, serían juzgados por un tribunal militar. La obra de Scott Nearing y Joseph Freeman, dos norteamericanos eminentes, cita. pág. 176 (La Diplomacia del Dólar) que en agosto de 1921 tres periodistas haitianos fueron arrestados y juzgados por una corte marcial, por criticar la. ocupación americana, violando la orden del Gral. Russell. La misma obra, página citada, dice: “En 1924 se tomaron algunas otras medidas para poner a Haití bajo el control económico americano cuando el Consejo de Estado haitiano creó la Oficina de Impuestos Internos, para cobrar todas las contribuciones excepto las aduanales. Esta oficina había de estar bajo la vigilancia del Recaudador General americano, nombrado de acuerdo con el tratado de 1915, quien nombraría a su vez a otro americano como jefe de la nueva oficina. Se dio a conocer el nombramiento del Dr. William E. Dunn, Ataché Comercial interino de la Embajada Americana en Lima, como director de la Oficina de Impuestos” (Current History Magazine, 20 pág. 845).

Los haitianos no constituyen entonces un pueblo libre. Hablando francés y con tradiciones propias, sufren la imposición del inglés en el mismo grado que Puerto Rico y Panamá. Sin embargo, también los hechos son elocuentes para esperar que las protestas y rebeliones que los haitianos expresan en el idioma que la Francia llevara en su conquista, arribarán victoriosos a incorporarlos la gran confederación latinoamericana.

 

Haití insurge de la opresión.

Los patriotas haitianos combaten hoy por su liberación nacional contra el yugo incivilizador de la diplomacia petrolera de Dawes y Young contra don Louis Borno, el Presidente ficticio que ahí impone el invasor. Estados Unidos envía su escuadra, sus marinos, ametralladoras y aviones para consumar nuevos actos de bandidaje. Las Agencias cablegráficas indican que las victimas ascienden ya a algunos miles. Pero ni éstas como aquéllas de 1915 serán las últimas. Los patriotas haitianos han ya unido su esfuerzo y su orientación al esfuerzo y orientación que los pueblos de América Latina han creado en su gran partido continental de frente único, el APRA, para en una lucha nacional, autónoma, sin perniciosas influencias extrañas, imponer el triunfo de su soberanía como un pueblo libre de disponer de sus destinos libremente. El pacto celebrado en 1927 con la Liga Patriótica haitiana lo afirma, las luchas presentes de los patriotas haitianos apristas lo evidencian.

La Sección del APRA en París y su Centro de Estudios Anti-imperialistas, que se halla, por lo tanto, íntimamente ligada a la causa emancipadora de los haitianos, denuncia ante los pueblos de Europa y de América Latina el atentado de los Estados Unidos de Norteamérica, pide su solidaridad con tan noble ejemplo de rebeldía y protesta enérgicamente señalando a la diplomacia yanqui por su violación del pacto Briand-Kellog y el principio de libre determinación de los) pueblos para darse gobierno propio.

Contra el imperialismo yanqui. Por la unidad de los pueblos de América Latina. Para la realización de la Justicia Social. Fdo. Luis E. Heysen (Secretaría General). Por el Dep. de Prop. del Pactico: Fdo. Alfredo González Willis (Secretaría), Wilfredo Rozas, Horacio Guevara, Gregorio Castro. José T. Ochoa.

Por el Dep. de Prop. Sector del Caribe: Fdo. Luis Enríquez (Secretaria); Gerardo Loaiza, Eladio Sánchez.

Por el Dep. de Prop. Sectores del Plata y del Brasil: Rafael González Willis (Secretaría); Gonzalo Gamarra, Nicanor Castro.

Tarjeta postal de la célula parisina del APRA con dibujo de Santos Balmori
Imagen 8. Tarjeta postal de la célula parisina del APRA con dibujo de Santos Balmori. Archivo del autor.


Notas:

[1] “‘Levantemos aquí nuestros votos más profundos por la victoria de nuestra causa que es causa de millones de oprimidos; y prometamos abandonarlo todo por ir hasta el fin en la lucha, llevando con las banderas de la APRA su programa libertador al Perú y a la América’.

“En medio de una emoción y contestando a la última frase en quechua que Haya de la Torre pronunció ¡Huaynacuna juñuacucyhis! (juventud únete), veinticinco estudiantes cusqueños respondieron por tres veces con el grito tradicional de saludo al jefe: ¡Haya causuchum!”. (Repertorio Americano, 1927).

[2] “Yo me permito diferir de Ud. cuando Ud. dice que nuestro fin inmediato y de primer plano no es la toma del poder. Yo me acuerdo que Lenin ha escrito una frase que no debe olvidarse: ‘la cuestión esencial de la revolución es la cuestión del poder’. De acuerdo con Marx tampoco creo que el poder ‘debe caer a su hora’. Marx aconseja: ‘adelantar la hora histórica de la toma del poder lo antes posible’. Cuando los movimientos, y esto lo dice y repite Marx muchas veces, no tienen el carácter político de toma del poder, de preparación para la conquista del Estado, los movimientos son ensayos sin objetivo, o como también los llama Lenin ‘pornografía revolucionaria’ pero no obra revolucionaria. De acuerdo con Marx, es decir, porque nuestro movimiento es marxista, porque el APRA es marxista y quiere la aplicación del marxismo a nuestros países, se planeó sobre bases marxistas el movimiento revolucionario que acaba de fracasar, no por nuestra culpa.

“Usted insiste en que hay que usar francamente el nombre de comunismo. Hoy justamente he recibido una carta del comp. Mendoza de La Paz quien se muestra opuesto a esta idea. El compañero Mendoza presenta razones muy interesantes y realistas. En nuestros países donde la ignorancia es tan grande, donde se crean fantasmas con las palabras, el vocablo comunismo, como dice el c. Mendoza es un ‘cuco’. La táctica aconseja no fijarse en las palabras, sino en los hechos. En las épocas anteriores a la Revolución rusa, los comunistas no se llamaron comunistas. Tácticamente adoptaron una palabra inexpresiva: bolcheviques […]. Aprista es la contracción de unas cuatro palabras en las que figura la palabra revolucionario. Si Ud. quiere, APRA y aprista es una palabra más expresiva que bolchevismo y bolchevique antes de la revolución rusa”. Haya de la Torre a Óscar Rozas Terzi. Londres, 22 de septiembre de 1929, proporcionada gentilmente por el historiador Íñigo García-Bryce. Se encuentran originales en el archivo de la Fundación Armando Villanueva del Campo, en la ciudad de Lima y el Fondo Luis Eduardo Enríquez Cabrera de la Escuela Nacional de Antropología e Historia, de México. Subrayado en el original.

[3] Paris, Editions Sociales Internationales, 3, rue Vallet, 1927.

[4] L’Humanité (Paris), 30 de diciembre de 1929, p. 3.

[5] [Traducción de Juan Andrade]. Madrid: Biblioteca Nueva, 1927[?].

[6] “Los jóvenes militares que hoy van en busca de los trabajadores manuales e intelectuales son paladines incominados del nuevo Perú. Los abrazamos como aliados, puesto que nos anima el mismo afán de renovación. ¡La renovación del Perú será obra de su juventud!”.

[…] “El valor político y moral de los leguiístas yo lo conozco bien por experiencia propia. Los militares jóvenes que me felicitaran después de haber humillado al exministro Cornejo en París siendo yo desterrado bien lo saben. Esos individuos están en remate público: no para adquirirse con paga sino con látigo. Al que más los azota más amarán. Tienen alma de lacayos. Son los filósofos cortesanos peleándose por atrapar las nueces”.

“Peruanos: hay dos formas de gobernar, o contra el pueblo o con el APRA. Párrafos seleccionados de cartas, y documentos políticos escritos por Luis E. Heysen después del Manifiesto de Arequipa. Buenos Aires, 1930”. Documento proporcionado por Íñigo García-Bryce. Tomado del archivo de la Fundación Armando Villanueva del Campo, en Lima.  

[7] El Comercio (Lima), 22 de septiembre de 1930.

[8] El Comercio (Lima), 27 de septiembre de 1930.

[9] Publicado originalmente en Crítica (Buenos Aires), 27 de agosto de 1930.

[10] El anterior director se llamaba Agustín Whilar Rosay (1860-1932) y no era alemán, sus ancestros eran ingleses. Fue pedagogo y profesor de Gramática castellana. Autor de los siguientes libros: Ejercicios graduados de gramática y composición castellana (1900); Pedagogía general teórica y práctica (1907); Tratado teórico práctico de castellano (1911); Lecciones elementales de gramática castellana (1933), entre otros.

[11] José Gabriel Cosío (1887-1960), representante de la corriente cusqueñista de renovación étnico-cultural. En 1908 se doctoró en la Universidad del Cusco sustentado la tesis “Americanismo literario”. Autor de El Cuzco prehispánico y colonial (1918); Literatura: seguida de noticias sumarias de historia de la literatura castellana, hispanoamericana i peruana (1923); El Cuzco histórico y monumental (1924), entre otros. En 1928, en compañía de Gamaliel Churata celebró la representación en la ciudad de Puno de la pieza teatral Tucuipac Munasccan, del entonces joven escritor Inocencio Mamani, con guion y parlamento en quechua: “Ofrezco a Mamani ocuparme de su obra, ayudarle en lo que pueda, asegurándole que soy devoto de la literatura quechua y cultivador asiduo del idioma, cuyo valor arqueológico lo creo inestimable, aunque no piense ya en la restauración del idioma como lengua viva que se pueda imponer a los pueblos del Continente” (Cosío, 1928).

[12] 1902-1982, originario de Pucará. Integrante del grupo cultural Ande, de Cusco y animador de la revista Kuntur (1927-1928).

[13] Director del Colegio Nacional de San Ramón (Ayacucho) en 1926. Autor de Monografía de la provincia de Islay (Lima: Imp. C. F. Southwell, 1930).

[14] Esta área constituye el principal pulmón de la capital francesa, aunque su incorporación formal data de 1929. Se trata de un parque con una superficie de 846 hectáreas ubicado en el límite oeste de París que fue remodelado como tal por Napoleón III en 1852.

[15] La tuberculosis, a pesar del descubrimiento y aplicación de una vacuna a partir de 1921, era un flagelo en los barrios obreros y marginales de París. Se consideraba que la zona prostibularia era la principal fuente de contagio. Los peruanos que padecían este y otros males recurrían a los servicios del Hospital de la Charité, allí fue internado en dos oportunidades César Vallejo y Luis F. Bustamante durante sus últimos días de existencia.

[16] Se reunían en el local de la Maison des Grands Journaux Ibéro-Américains, dirigido por Alejandro Sux (Taracena, 1989, pág. 67).

[17] Fundador y presidente de la AGELA, la cual describió como «netamente antiimperialista, la primera instancia antiimperialista latinoamericana creada en París». El País (Montevideo), 11 de julio de 1925, pág. 3 (Caetano & Rilla, 1986, pág. 41).

[18] Huidobro en su pequeño libro Finis Britannia (1923), marcó el primer hito del pensamiento antiimperialista de la comunidad latinoamericana residente en París desde una perspectiva literaria. Incendiario en su lenguaje y en su propósito político, incitaba a los pueblos oprimidos de las colonias de Inglaterra en Irlanda, Canadá, India, Egipto, Turquía, Sudáfrica y Australia, a levantarse en armas a favor de la emancipación de sus pueblos.

[19] Asturias (1899-1974) llegó a la capital francesa en 1924 para iniciar estudios de etnología en la Universidad de la Sorbona. Buscó una vía de autoctonía cultural rescatando las tradiciones mayas, las cuales le sirvieron de fuente de inspiración en su narrativa. No fue un caso aislado. En la misma dirección procedió su paisano Luis Cardoza y Aragón, gracias a su traducción del drama maya Rabinal Achí. Asturias, a partir de 1928, se abocó a la traducción y publicación del Popol Vuh y los Anales de los xachil.

[20] Alfonso Reyes, representante de la legación de México en París, solía frecuentar los espacios intelectuales, tanto latinoamericanos como españoles. Su deseo mayor fue lograr su transferencia diplomática a Madrid, París no era de su agrado. 

[21] Militante aprista cusqueño.

[22] Dictador de Haití entre 1922 y 1930, colaborador de las tropas interventoras estadounidenses.

[23] (Mariátegui, 1929).

[24] Maurice Thorez (1900-1964). Máximo dirigente del Partido Comunista francés desde 1930. Animador de la campaña antiimperialista y anticolonialista en Marruecos. Abd el-Krim, líder nativo de la insurrección anticolonial, fundó y sostuvo la República del Rif entre 1923 y 1926 (Bulaitis, 2018, págs. 57-58).

[25] Error histórico. Probablemente se refiera a la OGPU, que comenzó a operar en 1923 como policía política soviética. La KGB se fundó en 1954.

[26] Probablemente se refiera a Paul Vaillant-Couturier (1892-1937), intelectual comunista francés, cofundador del Partido Comunista de su país.

[27] Dirigente aprista. Llegó a ser secretario general de la Célula del APRA en París.

[28] Eudocio Ravines transitó de su militancia aprista a la comunista, pasando por una estación socialista en tiempos de José Carlos Mariátegui.

[29] Luis F. Bustamante, antes de su arribo a París como exiliado a fines de 1927, se había incorporado a las filas del aprismo. Al romperse el planteamiento original del APRA como frente único, anteponiendo su conversión en Partido, optó por adherir a las posiciones de Mariátegui. Sin embargo, sus condiciones de supervivencia lo colocaron en posición incómoda al depender de la ayuda que le brindaba Gonzalo Gamarra, y los apristas cusqueños. Se agravó su condición de vida al contraer lo que parecía ser una doble afección en parte cardíaca y en parte neurológica que desencadenó en un infarto cerebral. No contaba con los medios para su atención médica, le desencadenó un ciclo depresivo que incidió en su vida política. Ravines dio cuenta de su conducta evasiva al informar acerca de la labor contraída por la célula Socialista a su cargo.

[30] La polarización entre Mella, líder Asociación de Nuevos Emigrados Revolucionarios Cubanos (ANERC) y Haya de la Torre, generó conflictos diversos entre los integrantes de la ANERC y los del APRA en París a partir de febrero de 1927. Mientras que la ANERC se acercaba cada vez más al comunismo cubano e internacional, la APRA transitaba de la toma de distancia a la ruptura con los socialistas liderados por José Carlos Mariátegui, así como con las organizaciones cominternistas.

[31] Seoane había sido deportado a Argentina en 1924, donde permaneció hasta 1931.

[32] Véase: (Melgar Bao, 2011).

[33] Amauta (Lima), núm. 29, febrero-marzo de 1930, págs. 96-99.

[34] Repertorio Americano (San José), año XI, núm. 479, págs. 106-107.

 

Referencias bibliográficas:

  • Bulaitis, J. (2018). Maurice Thorez: A Biography. Londres: Bloomsbury.
  • Caetano, G., & Rilla, J. (1986). El joven Quijano 1900-1933. Izquierda nacional y conciencia crítica. Montevideo: Ediciones de la Banda Oriental.
  • Cosío, J. G. (abril de 1928). Tucuipac Munasccan. Comedia quechua. Libros y Revistas, 3(16), 1-2.
  • Cuadros, F. (1990). La vertiente cusqueña del comunismo peruano. Lima: Editorial Horizonte.
  • El Frente Único de Trabajadores Manuales e Intelectuales de América Latina–APRA se organiza en Europa. (17 de febrero de 1927). Repertorio Americano, XIV(7), 109.
  • Mariátegui, J. C. (1929). Labor interdcita. Amauta(26), 92-94.
  • Melgar Bao, R. (2011). Señas, guiños y espejismos revolucionarios: México y Bolivia. Pacarina del Sur, 2(7). Obtenido de http://www.pacarinadelsur.com/home/mallas/248-senas-guinos-y-espejismos-revolucionarios-mexico-y-bolivia?
  • Sánchez Cerro ordena la persecución del APRA. (28 de febrero de 1931). Claridad, 10(225), 32-35.
  • Sánchez Cerro, L. M. (1930). Manifiesto a la Nación del Jefe Supremo, Teniente Coronel Luis Miguel Sánchez Cerro, Arequipa, 22 de agosto de 1930. Obtenido de http://www.congreso.gob.pe/participacion/museo/congreso/mensajes/manifiesto_nacion_22_agosto_1930
  • Sánchez, L. (1979). Víctor Raúl Haya de la Torre o el político: crónica de una vida sin tregua. Lima: Imprenta Editora Atlántida.
  • Taracena, A. (1989). La Asociación General de Estudiantes Latinoamericanos en París (1925-1933). Anuario de Estudios Centroamericanos, 15(2), 61-80.

 

Cómo citar este artículo:

MELGAR BAO, Ricardo, (2019) “El testimonio de Wilfredo Rozas (1905-1984): Los apristas en París”, Pacarina del Sur [En línea], año 11, núm. 41, octubre-diciembre, 2019. ISSN: 2007-2309.

Consultado el Martes, 16 de Abril de 2024.

Disponible en Internet: www.pacarinadelsur.com/index.php?option=com_content&view=article&id=1808&catid=5