Apuntes sobre el indigenismo mexicano de fines de los años setenta

Notes on the Mexican indigenism in the late seventies

Notas sobre o indigenismo mexicana em finais dos anos setenta

Alfredo Rajo Serventich[1]

Recibido: 07-03-2015 Aceptado: 19-03-2015

 

Los pueblos originarios de México y América Latina han vivido una serie de procesos que  los ubican, a través de un cúmulo de experiencias organizativas, como actores sociales de procesos que enarbolan una relación respetuosa de las sociedades con la naturaleza, la consideración de la diversidad como premisa para la valoración de su propia cultura y la lucha por el reconocimiento de sus derechos políticos y sociales plenos.

Este documento pretende realizar unos apuntes sobre los antecedentes de estos procesos,  preliminares en esencia,  del ambiente que se vivió en México a fines de la década de los setenta del siglo XX, que alumbró el tránsito del viejo indigenismo de estado a una suerte de pensamiento y prácticas emancipadoras que darían lugar a lo que después se conocería como indianismo.

El procedimiento es el análisis de la historia presente, referente a las aproximaciones políticas. De utilidad  es el abordaje de  Abdón Mateos, quien  recurre a Jean Sirinelli para aproximarnos a la dimensión política de la historia reciente. (Abdón Mateos,  http://hispanianova.rediris.es/general/artículo/004/art004.htm, consultado en abril de 2009) Entre los aspectos a reseñar de las dimensiones políticas se encuentra las diferencias de la situación de México con respecto a otras experiencias latinoamericanas en torno a la concepción del Estado como gestor del bienestar del mundo indígena. Una aproximación primaria es el mayor peso del Estado en México con respecto a otras experiencias continentales, quizá por el peso del nacionalismo revolucionario como mayor anclaje en México de las políticas indigenistas.   

Vital para esta investigación es el enfoque de la historia presentista o coetánea, aproximación teórica que cuenta con la virtud de entender los procesos históricos como procesos entrecruzados, con actores sociales que mantienen ciertas vigencias, además de abonar a la interdisciplinariedad por el estrecho vínculo entre historia, antropología, política y sociología, por ejemplo.  

De arranque, se considerarán algunos conceptos y pautas del trabajo de Guillermo de la Peña sobre ciudadanía étnica. En la segunda parte se analizará la obra colectiva INI 30 años después, en tanto espacio en donde se expresa pensamiento crítico, disidencias indigenistas a la vez que un intento de puesta al día de indigenismo oficial. Al final de este ejercicio se abordarán una serie de pautas críticas del indigenismo por medio de autores como Henri Favre, Félix Báez Jorge y Sergio Sarmiento Silva.  

 

Al respecto del indigenismo

Afirma de la Peña que con el indigenismo surge una teleología que señala el triunfo de la justicia, el progreso representado por la escuela y otras dependencias surgidas del régimen emanado de la revolución de 1910. El estatus de los pueblos originarios sería, a partir de estas fundaciones, el de comunidades integradas a la nación y al mundo civilizado. (De la Peña , G. en http://e-spacio.uned.es:8080/fedora/get/bibliuned:filopoli-1995-6-3D5E32C1-AF7C-F8A8-0F8C-9B7122B9205D/ciudadania_etnica.pdf, consultado el 15 de junio de 2013)

Emerge  entonces una percepción de grandeza de las culturas ancestrales de México, pero con la siempre presente preocupación de las barreras interpuestas como obstáculos al desarrollo nacional.

Guillermo de la Peña vislumbra una ruptura, en la década de los años setenta, que tiene como dimensiones explícitas la crítica radical de ciertos intelectuales, en especial antropólogos, además de empleados del Instituto Nacional Indigenista y las mismas comunidades indígenas. (De la Peña, G., 2013)

A estas apreciaciones se une la perspectiva de las organizaciones de izquierda, con presencia en universidades y prensa, que ven al indígena como integrante del pueblo trabajador, el cual vive inserto en relaciones de explotación, por ende enemigo del Estado corrupto y burgués. Esta era la postura expresada en la obra de Isabel y Ricardo Pozas. (De la Peña, G 2013)

La concepción del indígena como participante en el proceso de la lucha de clases se irá trastocando a través de la reflexión en torno al protagonismo de las comunidades originarias. Es útil en este sentido el concepto de «ciudadanía étnica» de Guillermo de la Peña,  que permite redefinir las reglas de la participación social y política,  dará lugar a nuevas estrategias de los pueblos originarios ante el Estado nacional. (De la Peña, 2013)

Como antecedente, el trabajo de de la Peña encuentra situaciones de cenit, entre ellas el periodo del primer cardenismo  que, según el autor,  da el grito de guerra oficial del indigenismo, que emerge   por primera vez  en 1940, cuando el presidente Lázaro Cárdenas en el discurso de inauguración del Congreso de Pátzcuaro, afirma que «Nuestro problema indígena no está en conservar 'indio' al indio, ni en indigenizar a México, sino en mexicanizar al indio». (De la Peña, 2013) Estas palabras del presidente Cárdenas denotan la preocupación de los actores mexicanos de ese momento por lo que consideraban una integración ausente del indígena a la sociedad nacional


Imagen 1. http://ceacatl.laneta.apc.org/

En consecuencia, la nueva indianidad  surgida a partir de 1940 tendría múltiples misiones como “empresa humanista de transformación regional”, que subvertiría situaciones asimétricas del ejercicio del poder hasta ese momento, a la vez que movilización de los indígenas subordinados  en pos de la integración a la nación y la forma, en ese momento exclusiva de la ciudadanía. (De la Peña, G. 2013)

La incorporación de las organizaciones indígenas a los avatares de la estructura territorial del partido oficial, su inmersión en los diferentes niveles de gobierno serían las pautas políticas de la participación de los pueblos originarios.

Estas circunstancias serían de tal grado que

los funcionarios indigenistas a menudo eran miembros del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (el poderoso y monopólico sindicato de maestros) y de la Federación de Trabajadores al Servicio del Estado, y ambos dependían del PRI. No es de extrañar que la Federación Nacional de Estudiantes Indígenas, una importante organización que se creó en 1938 y seguía publicando un boletín en los años cincuenta, aconsejara a todos sus miembros que se afiliasen al partido a todas luces omnipotente (De la Peña, G., 2013)

Hacia mediados de los años setenta la situación había cambiado radicalmente. Se hablaba de un indigenismo de participación, aparecían las primeras expresiones que luego darían lugar a planteamientos autonómicos, así como la revaloración de la cultura y de la lengua materna adquirían renovados bríos. (De la Peña, G. 2013)

Una nueva conciencia ambiental se expresaba a partir de las Declaraciones de Barbados en 1977, fruto del encuentros de intelectuales críticos y nuevas generaciones de organizadores del mundo indígena, que llevarían a un reposicionamiento de los pueblos entre sí mismos y con respecto a la naturaleza. (De la Peña, G. 2013)

Esto se relacionaba asimismo con dos factores: la presencia creciente de migrantes indígenas en las ciudades, la participación en organizaciones de grupos subalternos como la Coordinadora Nacional Plan de Ayala (CNPA) y la Central Independiente de Obreros Agrícolas y Campesinos (CIOAC). (De la Peña, G. 2013)

Hacia 1978, el Instituto Nacional Indigenista cumplía treinta años. En ese momento se conjugaban diversas voces que señalaban lo que había querido ser y no lo había logrado en términos de atender las múltiples necesidades de los pueblos originarios del país. Natalio Hernández, intelectual indígena náhuatl del Estado de Veracruz, quien a la sazón se desempeñaba como presidente de la  Alianza Nacional de Profesionales Bilingües A.C., quien había sido gestor de la Organización de Profesionales Indígenas Nahuas A.C. en 1973, dirigía una crítica de la institución fundada en 1948 y a modo de balance señalaba que el INI,  “postulaba una política indigenista formulada por lo no indios para los indios ya que supuestamente éstos, por su visión ´parroquial, homogénea y preclasista´ de la sociedad […] Les era imposible trazar una acción que rebasara el ámbito local para encuadrarlo dentro de los propósitos nacionales” (INI. 1978)  Indicaba el paternalismo expresado en las acciones de los administradores de los Centros Coordinadores Indígenas, calificándolos de “bienhechores”, forjadores de  una actitud de dependencia.

Este documento era variopinto. Por ejemplo colabora Óscar Arze Quintanilla , boliviano con formación en México,  quien en  1977 era Director del Instituto Indígena Interamericano. Para este autor,  el pensamiento indigenista en México databa de los primeros días de la conquista. En un recorrido histórico que denotaba continuidades afirmaba que la revolución era  una  “corriente de acción” a la vez que el indígena, enmarcado en ella era “objeto y sujeto principal” (INI, 1978: p. 169)

Otro actor importante de la publicación, José Luis Melgarejo, quien es considerado pionero de los estudios antropológicos en Veracruz en la obra citada, abundaba sobre la identidad del mexicano con acento indígena:

El mexicano mayoritario es biológicamente indígena, pese a las defecciones epidérmicas; la cultura mesoamericana está infiltrada en los más profundo de la occidental; sus valores morales continúan siendo áncora y salvación; nunca se lo ha confesado, pero la política mexicana va en busca del indígena, no para redimirlo, sino en procura de redención a sí misma; un instinto telúrico le señala el pecado de complicidad y abandono; de perder su identidad México desaparecería como país y como pueblo, y esa identidad es autóctona o no es (INI, 1978:  p. 181)

En una línea ascendente, esa población mayoritaria había sido sujeto de las “Montoneras de  Hidalgo”, contribuyendo de manera sustancia a la Independencia del país. (INI. 1978: p. 181)

Emerge en la concepción del pensador veracruzano un sustrato del indigenismo profundamente mediado por el materialismo histórico:  

La historia del indigenismo se puede comenzar en cualquier fecha del pasado, y tendrá los tintes de la curiosidad, la compasión, o lo inocuo de cuanto no ha de volver, casi un suspiro nostálgico; para México, el máximo refinamiento en los deliquios de la tarde, lo da el manto milagroso de la piedad cristiana; pero un indigenismo encajado, primero en la verdad científica, y después en la lucha de clases, únicamente puede aparecer cuando esta caridad cristiana se transforma en conciencia de clase (INI.  1978: p. 183)

La continuidad del indigenismo mexicano se prolonga hacia la tercera y cuarta década del siglo XX cuando:

Generosas contribuciones fueron creando las confluencias del indigenismo mexicano, ya vigoroso cuando, al conjuro de Moisés Sáenz y una policromada tropa de maestros, fueron surgiendo: la Casa del Estudiante Indígena, las Misiones Culturales, pero sobre todo, los humildes maestros rurales, que llegaron hasta los lindes con las comunidades indígenas, y culminar en la creación, el día primero de enero de 1936, del Departamento Autónomo de Asuntos Indígenas, el 3 de febrero de 1939, del Instituto Nacional de Antropología e Historia; realizar, en abril de 1940. En Pátzcuaro, el Primer Congreso Indígena Interamericano; y el 4 de diciembre de 1948 surgir el Instituto Nacional Indigenista (INI.  1978: p. 183)

El autor comenta al respecto de la dialéctica del indigenismo mexicano marcado por la profunda simpatía del presidente  Lázaro Cárdenas pero presa de una  “Dependencia gubernamental cuestionada”. Esto da lugar a un  México dual, discriminante, obstáculo para la acción indigenista  e impulsor de  dependencias. (INI. 1978: p. 183)

Desde el poder ejecutivo sobrevivía el discurso de la emancipación de la pobreza y la marginación, en la tónica de reivindicar al indígena presente y revalorar su historia. (INI.  1978: p. 5)

Fernando Solana Morales,  Secretario de Educación Pública, afirmaba las tareas de la educación como palanca de la diversidad, además del fortalecimiento de la unidad nacional. Eran los tiempos embrionarios del Acuerdo General sobre Comercio y Aranceles (GATT) la organización que precedió a la Organización Mundial de Comercio (OMC),  de plena guerra en Nicaragua, de fricciones con el gobierno estadounidense de entonces y al parecer la intervención del secretario aunaba esa situación presente de la expansión petrolera con el problema indígena:  

Hablamos, en cambio, de una educación que reconoce la diversidad de culturas y de lenguas, y que aspira a establecer la igualdad entre los hombres y entre los grupos, la libertad de las conciencias y la comunicación entre las partes de la sociedad. Una educación, en suma, que fortalezca la unidad nacional a través del respeto a la pluralidad cultural (INI.  1978: p. 5)

Ignacio Ovalle Fernández, en el documento titulado “Bases programáticas de la política indigenista”, desde una posición supernumeraria del indigenismo oficial y de la política social del gobierno es determinante a la hora de esbozar el pulso de las acciones gubernamentales: homogeneizar es la clave:

 

Primera Declaración de Barbados: Por la Liberación del Indígena

Los antropólogos participantes en el Simposio sobre la Fricción Interétnica en América del Sur, reunidos en Barbados los días 25 al 30 de enero de 1971, después de analizar los informes presentados acerca de la situación de las poblaciones indígenas tribales de varios países del área, acordaron elaborar este documento y presentarlo a la opinión pública con la esperanza de que contribuya al esclarecimiento de este grave problema continental y a la lucha de liberación de los indígenas.

Los indígenas de América continúan sujetos a una relación colonial de dominio que tuvo su origen en el momento de la conquista y que no se ha roto en el seno de las sociedades nacionales.

Imagen 2. http://www.servindi.org/


Al triunfo de la revolución, y a la luz de experiencias dolorosas y de asedios todavía hoy vigentes, la preocupación  principal se centra en consolidar  política y económicamente a la nación, por lo cual se supone la necesidad de homogeneizar étnica y culturalmente a la sociedad mexicana (INI.  1978: p. 10)

En el documento se reseña lo considerado como los logros de la política desde la fundación del Instituto Nacional Indigenista en 1948 vividos en la restitución de tierras comunales, otorgamiento de créditos, y la creación de sesenta Centros Coordinadores, además de la multiplicación de servicios educativos y asistenciales.  Es ésta una de las partes justificantes del poder ejecutivo mexicano ante el embate de críticas los entonces jóvenes intelectuales indígenas y un  grupo de antropólogos quienes, desde la reunión de Barbados de 1977 alumbraban otra dirección, en términos de organización  y análisis, del devenir de los pueblos indígenas de México y Latinoamérica. Incluso, un antropólogo y etnólogo de larga monta como Alfonso Villa Rojas resentía estas posturas críticas y lanzaba ataques con cierto aire de rechazo   a las nuevas posiciones, en tanto “juveniles” a la vez que resaltaba la obra histórica del indigenismo. 

El movimiento indígena nacional es resaltado por el estado gestor de importantes avances en la organización que denota la celebración del Primer  Congreso Nacional de Pueblos Indígenas llevado a cabo en Janitzio en 1975. Surge de él la instancia del  Consejo Nacional de Pueblos Indígenas, el cual presuntamente integra los Consejos Supremos de todas las etnias el país. Más tarde se forma la Alianza de Profesionales Indígenas. (INI. 1978:  p. 11)

La retórica  de “La Carta de Pátzcuaro”,  resultado del Primer Congreso Nacional de Pueblos Indígenas es manifiesta en torno a la concepción subsumida del indigenismo con relación a un imaginario de campesinos y obreros, sujetos del cambio estructural, al menos en la construcción del discurso:

Comprendemos que esta situación [de marginación], dentro del marco de la lucha de clases tiene un término, o sea cuando todas las fuerzas del progreso dominen las tendencias extrañas al destino histórico de las clases obreras y campesinas, para crear definitivamente una sociedad sin explotadores y de convivencia auténticamente democrática,

Los pueblos indígenas declaramos en este sentido, que para rebasar la marginación que padecemos el mejor camino se encuentra en nuestra integración a las luchas de los obreros, de los campesinos y del pueblo todo de México (INI.  1978: p. 12)

Varios factores se conjugan para este indigenismo que, al calor de las movilizaciones de la década de los años setenta del siglo XX, se presenta como militante y contestatario. Los últimos resplandores del nacionalismo revolucionario, los intentos de legitimación en sentido progresista de México ante un continente, al sur del Río Bravo, que vive situaciones de excepcionalidad política, dictaduras, y una posición de política exterior del gobierno de Washington que anunciaba una cruzada en términos de derechos humanos que con el correr del tiempo había demostrado sus inconsistencias.

A la vez, en el ámbito de la política interna mexicana, en relación a las grandes organizaciones de masas campesinas y obreras se percibía cierta crisis por el surgimiento de organizaciones independientes y  las luchas por la democracia interna. En términos de la política indigenista se vislumbra la acción de engancharla,  a modo de tren, a la maquinaria del agrarismo.

Otros factores, ya señalados, son nuevas concepciones críticas desde la perspectiva del marxismo por parte de jóvenes antropólogos además de la brecha constituida al interior del mismo indigenismo con el surgimiento de un grupo disidentes de jóvenes intelectuales y funcionarios  indígenas. 

La misma declaración del Congreso de Pátzcuaro sitúa la evidencia de la concepción indigenista oficial muy a tono con lo descrito:  

En la revolución de 1910 nuestra mayor aportación es indiscutible junto a nuestros hermanos mestizos, pues entendimos a tiempo y ahora con mayor claridad, que este movimiento fue y es de profundo carácter popular en contra de los opresores nacionales y extranjeros, postulando básicamente el rescate para la nación de todos sus recursos (la tierra, las aguas, el petróleo, etc.) y el derecho soberano a una vida independiente y democrática.

[…] con la guía de Zapata, Villa y Lázaro Cárdenas, se propuso sepultar (el latifundismo) por irracional, injusta y sin perspectiva histórica.  Frente al individualismo, la irrestricta propiedad privada de los recursos y consecuentemente la acumulación de la riqueza en unas cuantas manos nacionales y extranjeras, se imponía la propiedad y explotación colectiva de la tierra, el dominio para la nación de los energéticos (petróleo, electricidad, etc.), la educación y la seguridad social, tal como lo ha venido logrando la revolución, y particularmente el Gobierno del Presidente, Luis Echeverría (INI.  1978: p. 361)

Este discurso expresa los términos de una alianza de los cuadros del CNPI con  el régimen de Luis Echeverría, el cual mostraba la  intencionalidad  de limpieza de imagen, tras la matanza de 1968,  que se expresa, entre otros aspectos, en el auspicio del Congreso de Janitzio. Este evento empoderaría a dichos cuadros indígenas así como a un grupo de jóvenes antropólogos lo cual a la finalmente enfrentamientos con  los nuevos actores surgidos en los setenta con el régimen de López Portillo.  

Los alcances del documento de Janitzio van por el señalamiento de los pueblos originarios como marginados del desarrollo democrático que superarán tal condición por su inserción en la lucha de clases, integración con todos los grupos subalternos y en primer lugar con el pueblo de México, respeto a la autodeterminación y  puesta al día del sistema jurídico, ciertos atisbos de autodeterminación lingüística y cultural. (INI.  1978:  pp. 361-362)


Imagen 3. http://www.memoriapoliticademexico.org/

En un estudio de gran espectro temporal sobre el indigenismo,  Henri Favre denota un proceso en el cual los indígenas, en la época del estado de bienestar, paradójicamente abandonan su hábitat, se urbanizan para así toma conciencia de su identidad. Se desprende que, de esta actitud y mística, se empieza a construir el imaginario del retorno, tan importante en épocas posteriores al quiebre de esta modalidad de organización política. Es así como cierta historia tiende a repetirse, así como occidente inventó a los indios en el siglo XV, en el último tercio del siglo XX, bajo la égida del estado nación,  fortalece el ser indígena, quizá de manera involuntaria. (Favre, H., en historia.ihnca.edu.ni/css/…/Del_indigenismo_al_%20indianismo.pdf, consultado el 25 de octubre de 2014)

La sociedad indígena al interior de su correlato mestizo se proyecta en la medida que esta última cierra sus puestas. Al cortar la posibilidad del ascenso  social, volver a la comunidad real o imaginaria, va  a transformarse en un imperativo ético. Vemos entonces que la identidad también se construye a partir de lo que occidente invisibiliza. (Favre, H. 2014)

La emergencia del movimiento indígena, luego de la crisis de fines de los años setenta del siglo XX, conocida como crisis de la deuda externa, se engarza con el quiebre del nacionalismo político latinoamericano en tiempos en que el pensamiento único neoliberal irrumpe. Fruto de ello  es la irrupción,  en la escena mexicana y latinoamericana, de  una nueva manera de ver la nación y el estado por parte del movimiento referido, en buena parte disidente del indigenismo oficial pospatzcuarense a partir de 1940.  (Báez Jorge, Félix,  cdigital.v.mx/handle/123456789/1369, consultado el 20 de octubre de 2014)

La expresión política más evidente de ello son los planteamientos autonómicos y por la audeterminación.

Una asignatura pendiente en torno al indigenismo de la época del estado del bienestar, es según Félix Báez Jorge la cuestión colonial.  Retoma a Pablo González Casanova (1965), para afirmar que,  la antropología mexicana, en sus mejores momentos, no tuvo impronta anticolonial. En consonancia, años después Rodolfo Stavenhagen (1973) esboza el estado de la cuestión cómo necesidad histórica;  suprimir al indio en tanto ser colonizado. (Báez, 2014)

Los aires posmodernos de esta segunda década del siglo XXI nos muestran a un indígena focalizado en su entorno inmediato comunitario. Territorio fácil para el caciquismo o para la autonomía como un sujeto étnico de transformaciones.  En un sentido,  al parecer contrario a estas expresiones, había emergido una obra señera en los años setenta del siglo XX,  De eso que llaman antropología mexicana,  cuyos exponentes Enrique Valencia, Mercedes Olivera, Arturo Warman, Margarita Nolasco, Guillermo Bonfil, habían criticado desde posiciones cercanas al materialismo histórico, concibiendo  al indio a partir de la sociedad global. (Báez, 2014)

Para mediados de los años setenta del siglo pasado, hay un nuevo actor indígena emergente. Sergio Sarmiento retoma a Pablo González Casanova parta redefinir al indígena. Por lo tanto, se propicia un "hombre político en el planteamiento de sus problemas". (Sarmiento Silva. S:   p. 197 )

Este indígena para sí entabla una serie de controversias que harán antagónico al indigenismo desde la perspectiva de la cultura del “nosotros”, fruto de la conciencia de la diversidad.

Como corolario, El Estado mexicano, en esa época pretende  adecuarse a los nuevos tiempos y significa la ayuda financiera a los programas indigenistas. En términos presupuestales,  El Instituto Nacional Indigenista incrementa su presupuesto del año 1976 a 466 millones de pesos. Cinco años antes era de 39.1.

México había vivido un proceso con diversos correlatos en la región latinoamericana. En ella destaca el proceso de imbricación de la etnicidad y la política. En la década de los años setenta, en América Latina irrumpe con gran potencial la etnicidad como factor sugestivo de los procesos políticos, al aparecer los asuntos étnicos en primer lugar en las agendas nacionales. Otro proceso concatenado al anterior es el de la influencia de los movimientos indígenas en otros actores sociales, lo que contribuiría a modificar, de manera sustancial, el cuadro del bloque de las subalternidades. (Serbín, A. 1980: p. 57)

Incluso ya emergen para esos años ciertas estrategias autonómicas, incipientes ante el movimiento que surgió para el último lustro del siglo XX

El discurso indigenista es visto a partir de la asunción del gobierno de Miguel de la Madrid, en 1982 como un ejercicio verbal solamente. Los posteriores intentos del Plan Puebla Panamá y la liquidación del mismo INI fortalecen esta hipótesis. (Korsbaek, L. y M. Sámano Rentería. 2007: p. 209)

Las políticas públicas emanadas luego de la constitución de la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas (CDI)  juegan al reconocimiento de los pueblos originarios como interlocutores corresponsables en los procesos de toma de decisiones para la solución de los problemas que los afectan. Sin embargo, la pregunta dejada en el aire es al respecto de cómo se entiende esa  corresponsabilidad. A la luz de la emergencia de los nuevos movimientos indígenas surgidos a finales del anterior milenio, al parecer esa corresponsabilidad ha tenido mucho de cooptación. 

 

A modo de reflexión final

El indigenismo mexicano, escrito en clave continental,  a partir del Congreso de Pátzcuaro de 1940, sería la resultante de un periodo muy importante en México que tendría como ingente derrotero la búsqueda de la nación.

Una forma muy particular de hallazgo tendría que ver con una mirada encantada al respecto del pasado mesoamericano pero con una serie de urgencias para trazar en rumbo en el conflictivo, amenazador e incierto siglo XX que devendría en prácticas estatales, con participación indígena, de integración y homogeneización.

Dicho  indigenismo  vería un momento de crisis por la equivalente eclosión del estado del bienestar que se anuncia hacia fines de los años setenta del siglo XX. Esta crisis iría de la mano con el aumento de las capacidades de organización del mundo indígena que avanza en las concepciones de autodeterminación y por ende de ser sujeto de su propio devenir.

Es perceptible cierto barroquismo en el lenguaje oficial muy acorde a la clase política mexicana y latinoamericana de la época del estado del bienestar. En una construcción que recuerda la historia de bronce aparecen formas de referencia que brindan  grandeza al tema de la construcción de la nacionalidad. En contraste, el quiebre del estado keynesiano acorrala a los pueblos originarios en los ámbitos de la invisibilidad.

Las tramas del colonialismo interno, la etnización de la política de diversos estados latinoamericanos, las nuevas alianzas políticas en los ámbitos latinoamericano y mexicano, la incidencia de los indígenas en todas estas dimensiones son procesos que pueden localizar a los movimientos indígenas con gran capacidad negociadora y de gestión.

La encriptación de los problemas indigenistas, en las reflexiones de los grupos y clases dominantes así como del estado que les sirve,  darán lugar a un indianismo visto como el fruto de la conciencia étnica en el ámbito del Abia Yala, que para los tiempos presentes es faro de un nuevo orden civilizatorio.    

Lo que en adelante emerge es una situación de mayor autonomía e internacionalización de las organizaciones indígenas, difíciles de explicar sin los antecedentes que hemos enunciado.

 

 


Notas:

[1] Licenciado en Historia por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Maestro y Doctor en Estudios Latinoamericanos por la misma casa de estudios. Realizó una estancia posdoctoral de una año (2007) en la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH), México, D.F. Autor del libro Emilio Castelar en México. Su influencia en la opinión pública mexicana a través de El Monitor Republicano, (2007), editado por la Universidad Autónoma de la Ciudad de México. Autor del libro Democracia  bárbara; apuntes para una ideología de exclusiones, (en prensa). Líneas de investigación: Ideología y prensa escrita en América Latina en los siglos XIX y XX. Educación y movimientos sociales en América Latina, siglos XIX y XX. Profesor investigador de tiempo completo, categoría “C”  en la Universidad Intercultural Indígena de Michoacán. En esa universidad está desarrollando dos proyectos de investigación sobre Educación e  historia contemporánea de los movimientos populares e indígenas en México y América Latina. Los movimientos indígenas y populares  ante la prensa escrita. Coordinador de la carrera en Gestión Comunitaria y Gobiernos Locales en la UIIM (2008-2010). Coordinador de Programas Académicos, Investigación y Vinculación de la UIIM  (2010-2012).

 

Bibliografía:

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Báez Jorge, Félix,  Antropología e indigenismo en América Latina: señas de identidad (en) cdigital.v.mx/handle/123456789/1369, consultado el 20 de octubre de 2014

De la Peña, Guillermo, “La ciudadanía étnica y la construcción de los indios en el México contemporáneo, (en) http://e-spacio.uned.es:8080/fedora/get/bibliuned:filopoli-1995-6-3D5E32C1-AF7C-F8A8-0F8C-9B7122B9205D/ciudadania_etnica.pdf, consultado el 15 de junio de 2013

Favre, Henri,  El indigenismo, capítulo V, (en) historia.ihnca.edu.ni/css/…/Del_indigenismo_al_%20indianismo.pdf, consultado el 25 de octubre de 2014

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Cómo citar este artículo:

RAJO SERVENTICH, Alfredo, (2015) “Apuntes sobre el indigenismo mexicano de fines de los años setenta”, Pacarina del Sur [En línea], año 6, núm. 24, julio-septiembre, 2015. ISSN: 2007-2309.

Consultado el Jueves, 18 de Abril de 2024.

Disponible en Internet: www.pacarinadelsur.comindex.php?option=com_content&view=article&id=1184&catid=6