Paisaje y rebelión, un acercamiento reflexivo

Landscape and rebellion, a thoughtful approach

Paisagem e rebelião, uma abordagem ponderada

Martha Delfín Guillaumin

Recibido: 06-09-2016 Aprobado: 15-09-2016

 

Introducción

Este texto tiene como idea principal el hacer una reflexión de cómo se transforma real o imaginariamente el paisaje por la acción del hombre durante una rebelión indígena, específicamente de la época colonial y del siglo XIX. Los dos conceptos claves serán paisaje y rebelión indígena. Las imágenes de los pueblos alzados o de los incendios provocados por los combatientes son parte de esta representación del paisaje en las imágenes que se conservan. En los dos ejemplos elegidos, a saber, la rebelión chamula de 1869 en la República Mexicana y los malones indígenas de la pampa argentina decimonónica, el paisaje es representado en ilustraciones realizadas por los no indios de una manera muy tendenciosa en contra de los insurrectos.

            Antes de pasar a describir ambos ejemplos es preciso determinar los conceptos clave empleados, paisaje y rebelión. Según el Diccionario de la lengua española, paisaje se define como:

  1. m. Extensión de terreno que se ve desde un sitio.
  2. m. Extensión de terreno considerada en su aspecto artístico.
  3. m. Pintura o dibujo que representa cierta extensión de terreno

 

Sin embargo, creo oportuno determinar la idea de paisaje desde la geografía histórica. En este sentido, Claude Cortez (1991) nos menciona que:

La geografía es una ciencia difícil de definir, es a la vez ciencia natural y ciencia social. La definición clásica, ya superada, se refería a la ciencia de la tierra, cuyo objeto principal era el estudio de los paisajes naturales y culturales; la conformación de estos paisajes proviene de las acciones, reacciones y correlaciones del suelo, el clima y los seres vivos; esta definición daba una gran importancia a los factores naturales.

En el curso del siglo XIX, paulatinamente la geografía ha ido equilibrando la influencia de los factores mencionados arriba, otorgando una atención cada vez mayor al estudio del hombre (grupos humanos y sociedades) en el espacio, y realizando estudios sobre la localización y distribución de objetos, actividades y poblaciones. En una etapa ulterior, la geografía se interesó, además de en los paisajes hechos por el hombre, en destacar tipos o modelos de organización territorial o, en un sentido más amplio, espaciales, intentando explicar el funcionamiento de estos espacios. (p. 9)

 

La definición de paisaje incluye el pensar que se trata de un documento geográfico básico, un elemento mediante el cual se trabajará luego, en el caso de este escrito a través de imágenes en litografías o dibujos, es decir, superficies en las cuales se encuentran seres vivos, junto con aquellos que no poseen vida y los que son resultado de la interacción humana con la naturaleza. Puede ser un paisaje cultural en el que no se trata de un mero espacio geográfico natural, sino que es el agente humano el que modifica su entorno. El paisaje presupone un observador y algo a observar, generalmente una extensión de territorio con sus características particulares. Sin embargo, el observador no es un mero sujeto pasivo que tan sólo “recibe” lo que lo rodea de manera sensitiva. El observador, por el simple hecho de serlo, interviene sobre la realidad, haciendo de ésta su propia experiencia subjetiva. Por lo tanto, podemos afirmar que ante un mismo paisaje ningún observador tendrá la misma experiencia, aunque puedan observar técnicamente lo mismo.[1] Esto podría adecuarse a la territorialidad sagrada que emerge como parte de las percepciones de la sociedad que la construye, por lo tanto suele pasar inadvertida para el resto de la humanidad. (Orduña, 2013, p. 46)

             Aunque en este artículo no se revisarán paisajes con los que los indígenas representados se identificaran del todo, vale la pena incluir esta reflexión sobre paisaje que ofrece Alicia Barabas (2014):

En relación con el paisaje algunos autores suelen privilegiar hoy en día este concepto por sobre el de espacio o territorio, adjudicándole un carácter concreto, vivencial y próximo. Así, el paisaje es identificado como típico de un área y del pueblo que la habita, e igualmente los habitantes se identifican con ciertos paisajes como emblemas de su identidad y de su territorio; tal como lo señala Giménez (2001) el paisaje se convierte en metonimia del territorio. (p. 439)

 

Para este escrito más bien, la idea de paisaje tiene que ver con las representaciones pictóricas que quedaron como testimonio de la luchas del hombre “civilizado” contra el indígena “bárbaro”, “salvaje”, en las que éste es visualizado como un ser desalmado. La formación de las nuevas naciones latinoamericanas del siglo XIX incluye esta representación del paisaje.

Cuando ya queda asentado en la teoría contemporánea que paisaje y naturaleza son dos conceptos diferenciados, y que el primero refiere a una construcción de carácter cultural que no existe fuera de la mirada que lo narra y explica (Nogue, 2010: 124), hay también un acuerdo general en que la idea de paisaje está informada e inscrita en relatos mayores: nación, comunidad, diferenciación e identidad territorial. (Rufer, 2014, p. 117)

 

Antes de hablar de las dos representaciones de paisaje, es decir, la de la rebelión chamula de 1869 y los malones argentinos decimonónicos, incluiré la definición que de rebelión proporciona Alicia Barabas (1986), diferenciándola de alzamientos e insurrecciones. Así, según esta autora las rebeliones indígenas:

Aglutinaban varias comunidades de una misma etnia. En ellas se exaltaban los vínculos que unían a las diferentes unidades constitutivas del grupo étnico: las creencias comunes, una noción de territorialidad compartida, el reforzamiento de las alianzas parentales y/o políticas, etc. (pp. 220-221)

 

Por su parte, Albert Camus (2003) nos da una definición muy particular del hombre rebelde, del movimiento de rebelión:

Entre tanto, he aquí el primer progreso que el espíritu de rebelión hace realizar a una reflexión anteriormente imbuida de la absurdidad y de la aparente esterilidad del mundo. En la experiencia absurda el sufrimiento es individual. A partir del movimiento de rebelión, tiene conciencia de ser colectivo, es la aventura de todos. […] Es un lazo común que funda en todos los hombres el primer valor. Yo me rebelo, luego nosotros somos. (p. 30)

 

La rebelión chamula de 1869

La primera rebelión a tratar se dio en Chiapas en 1869, antes de ello me permito citar a Prudencio Moscoso Pastrana (1992), Rebeliones indígenas en los Altos de Chiapas, para recrear cómo describe el paisaje actual del Municipio Chamula

Pintorescos paisajes adornan la región Chamula con diferentes matices verdes de su variada vegetación; campos con zacate pajón y otros en los que una yerba minúscula cuyo crecimiento se limita a cubrir apenas la tierra de verdor, pero sin levantar ni siquiera un centímetro de altura, alternan con el claro verdor de los maizales, el de las enredaderas de frijol que suben por sus tallos, campos con la corriente cristalina de arroyos siempre muy pedregosos y con marcado desnivel producido por el murmullo sempiterno de sus aguas. (p. 75)

 

Si se piensa en las imágenes que representan la rebelión chamula de 1869 no desaparece el verdor, pero lo que más llama la atención es ver a los indígenas rebeldes asesinando al cura del lugar. Si la representación del paisaje hubiera sido hecha por los chamulas seguramente aparecerían las piedras azules que fueron recibidas por Agustina Gómez Checheb y que se convirtieron en las piedras parlantes que les señalaban el destino a los indígenas creyentes para defenderse de los abusos del párroco y contra las leyes de Reforma con las que les quitaban sus tierras:

El 22 de diciembre de 1867, una joven chamula llamada Agustina Gómez Checheb afirmó haber visto caer tres piedras del cielo, mientras estaba cuidando sus ovejas en el paraje de Tzajalhemel. […] Poco a poco, Tzajalhemel llegó a ser centro religioso, político y económico de los chamulas, desplazando a las capillas locales. Sus sacerdotes [indios] reemplazaron a las autoridades existentes y el mercado diario instituido eclipsó a los otros haciendo declinar incluso al de San Cristóbal, lo que preocupó intensamente a los comerciantes ladinos. […] En junio de 1869 el párroco de Chamula entró en la casa de [Ignacio] Galindo en su ausencia y sacó la caja de madera que contenía las imágenes de barro [objetos de culto]. Al descubrir el robo, Galindo y los chamulas emboscaron al cura y lo mataron. A esto siguió el saqueo y la quema de una docena de haciendas, la muerte de más de 100 ladinos y la liberación de varios miles de siervos […] Al darse cuenta de que no habían logrado vencer definitivamente a los rebeldes, el gobernador adoptó la política de quemar la tierra de las comunidades […] La zona controlada por el movimiento fue tomada en julio de 1870, después de tres días de combate. [El fiscal indígena de la iglesia Pedro Díaz] Cuscat y Agustina lograron escapar, pero esta derrota marcó el fin de la larga rebelión. (Barabas, 2002, pp. 178-180)

La rebelión chamula, imagen tomada de Moscoso
Imagen 1. La rebelión chamula, imagen tomada de Moscoso. (1992, p. 109)

 

Los malones indígenas argentinos del siglo XIX

Los malones es la manera de referirse, según César Aira (2001), al tifón humano, incursiones indígenas violentas contra las haciendas de los hombres “blancos” argentinos durante la época colonial y el siglo XIX para hacerse de ganado vacuno y cautivos. El temor a los malones, a lo supuestamente siniestro de la presencia del indio durante el trayecto por la pampa se volvía una constante, aunque nunca se hubiera presenciado un malón o viajado con anterioridad por la llanura. Capdevila (1945) sostiene que:

Entretanto, quien decía Tierra Adentro decía misterio y limbo. Tiempo hubo en “que no se podía cruzar del río Cuarto a Achiras sin hacer testamento”. Dormían infecundas, extensiones inmensas de las más feraces tierras, entre cañadas, arroyos, lagunas y manantiales. Las invasiones se sucedían las unas a las otras. El malón, o incursión de indios guerreros caía como una borrasca, de noche, sin dar tiempo a la defensa. Caía como una tromba y huía, conseguido el botín, como el mismo viento. Se preciaban los indios de tener caballos veloces como el relámpago. Al otro día, el recuerdo del malón parecía cosa soñada. En la soledad sin límites, ni siquiera una huella... (pp. XXVII-XXVIII )

 

Lo siniestro estará presente en las representaciones plásticas de los malones, del rapto de las cautivas: lo siniestro se expande como una mancha que cae sobre la blancura del vestido o de la figura de la mujer mientras es raptada por los indios. Un ejemplo de lo recién expresado sería esta imagen que nos muestra una pintura realizada por el alemán Mauricio Rugendas en 1848, quien por cierto, no estuvo en la pampa, pero se inspiró en la lectura de La cautiva de Esteban Echeverría durante su estancia en Argentina:

El rapto. Rescate de una cautiva
Imagen 2. El rapto. Rescate de una cautiva.
Óleo sobre tela, 80 x 100 cm. Colección Horacio Porcel. Pintura Argentina, Proyecto Cultural Los Colegios y el Arte. Breve Panorama del Período 1830-1970, Argentina, Ediciones Banco Velox, s/f,  p. 17.

En este cuadro puede apreciarse el intento del jinete blanco por rescatar a la mujer que se encuentra en el centro de la escena. El malón indio muestra sus consecuencias: robo de ganado, un incendio en el sitio asaltado, y la partida que sale desesperadamente a tratar de recuperar lo que se han llevado los indígenas. Las armas indias son chuzas (lanzas) y boleadoras; los hombres blancos llevan sables, facones y lazos. En la parte del centro, atrás, otra mujer blanca le araña la cara al indio que la lleva consigo. La mujer del frente desvía la lanza del indio. La luz cae sobre de ella, de nuevo se aprecia el contraste del blanco y el negro, de lo luminoso y lo oscuro en la escena del rapto.

A fines del siglo XIX, luego de las guerras de exterminio contra los indígenas de la pampa, de la Patagonia y del Chaco, hechas a partir de 1878 – 1879, con la llamada Campaña del Desierto, en donde este “desierto” era en realidad la pampa argentina, y cuyos sobrevivientes fueron confinados en reservas se sigue representando a los indígenas de una manera sombría:

En 1892 [Ángel Della Valle] realiza su obra cumbre, La vuelta del malón, óleo de grandes dimensiones que cuando se expone en la calle Florida, conmociona a los espectadores porteños. Posteriormente le otorgan un premio cuando lo muestra en Chicago para el Centenario de América. En esta obra, abandona el estilo realista y la objetividad racional, para dar rienda suelta a los impulsos subjetivos propios del romanticismo. La pintura en sí, el regreso de la indiada luego del saqueo, es la manifestación más expresiva que se haya hecho de los desbordes de la barbarie. A la cabeza del malón, en una cabalgata feroz, un indio trae una cautiva desvanecida y semidesnuda, de las crines de su caballo cuelga una cabeza ensangrentada, el resto viene portando una cruz como sacrílego estandarte y entre las lanzas, una brillante custodia se confunde con el dorado horizonte. Estos jinetes del infierno huyen en el vacío anonadante que provoca la llanura, bajo un cielo de luces y sombras cargado de contrastes. Esta imagen temible provoca el espanto del espectador pero a su vez lo seduce. Es la ambivalencia de sentimientos propia del arte moderno, donde convive lo contradictorio: amor-odio, seducción-temor, y la atracción perversa que provoca el bárbaro. En este caso es el indio, que representa al “otro”, lo que no se conoce, lo que tampoco se comprende y que por lo tanto inquieta. (Martínez, 1994, pp. 47-49)

Ángel Della Valle, “La vuelta del malón”
Imagen 1. Ángel Della Valle, “La vuelta del malón”, 1892.
Óleo sobre tela, 186,5 x 292 cm. Museo Nacional de Bellas Artes, Buenos Aires, Argentina. Reproducción de tarjeta postal impresa en Argentina en los Talleres Gráficos Castiglioni. Editado por Asociación Amigos del Museo Nacional de Bellas Artes, 2003.

 

A manera de conclusión

Para finalizar este escrito vale la pena la consideración de que no sólo se trata de paisajes artísticos, sino que encierran cuestiones ideológicas Los chamulas matando al párroco (civilización – barbarie), o descriptivas del paisaje interpretado desde la postura del hombre “blanco civilizado”, es decir, desierto (de la civilización) en vez de pampa húmeda, o sea, civilización-barbarie; lo siniestro representado en la muerte del cura o en el negro-oscuro de los indios y lo que los rodea frente a la blancura de los ropajes de la mujer cautiva “civilizada”.

            En suma, el paisaje es aparentemente transformado por la acción negativa del indígena salvaje y esto queda representado en las pinturas y dibujos que se hicieron sobre este particular desde la perspectiva maniquea del hombre no indígena a lo largo del siglo XIX.[2]

 

Notas:

[1] http://concepto.de/paisaje/ (Consultado el 29 de agosto de 2016).

[2] Nótese que esta percepción se mantiene hasta nuestros días ya que a la operación militar contra los indios de la pampa argentina de 1879, llamada Campaña del desierto, se ve representada en los actuales billetes de cien pesos argentinos.

 

Bibliografía:

Aira, César (2001), Un episodio en la vida del pintor viajero, México, Ediciones Era.

Barabas, Alicia (1986), “Rebeliones e insurrecciones en Oaxaca: la trayectoria histórica de la resistencia étnica”, en Etnicidad y pluralismo cultural. La dinámica étnica en Oaxaca, México, INAH, pp. 213-256.

_____ (2002), Utopías indias. Movimientos sociorreligiosos en México, México, Plaza y Valdés Editores-Conaculta-INAH.

Camus, Albert (2003), El hombre rebelde, Argentina, Losada.

Capdevila, Arturo (1945), “Reseña de la Historia Cultural de la Argentina”, en Facundo de Domingo F. Sarmiento, Argentina, Ediciones Jackson, pp. XXVII-XXVIII.

Cortez, Claude (1991), Geografía histórica, introducción, México, UAM-Instituto Mora.

Martínez Quijano, Ana (julio de 1994), “Ángel Della Valle. Los retratos de la barbarie”, en  First, Núm. 94, Buenos Aires, Argentina, pp. 42-49.

Moscoso Pastrana, Prudencio (1992), Rebeliones indígenas en los Altos de Chiapas, México, UNAM.

Orduña Garrido, Amada María (2013), Ritualidad y cosmovisión en la fiesta patronal del Señor Santiago en Juxtlahuaca (mixteca baja), EEUU, Palibrio.

Rufer, Mario (septiembre-diciembre 2014), “Paisaje, ruina y nación. Memoria local e historia nacional desde narrativas comunitarias en Coahuila”, en Cuicuilco, Revista de la Escuela Nacional de Antropología e Historia, Dossier Memoria y territorio, Nueva Época, Volumen 21, Número 61, pp. 103-136.

 

Fuentes electrónicas:

http://lema.rae.es/drae/?val=paisaje (Consultado el 29 de agosto de 2016).

http://concepto.de/paisaje/ (Consultado el 29 de agosto de 2016).

Barabas, Alicia, “La territorialidad indígena en el México contemporáneo”, en Chungara, Revista de Antropología Chilena, Vol. 46, N° 3, 2014, pp. 437-452.

http://www.scielo.cl/pdf/chungara/v46n3/art08.pdf (Consultado el 29 de agosto de 2016).

 

Cómo citar este artículo:

DELFÍN GUILLAUMIN, Martha, (2016) “Paisaje y rebelión, un acercamiento reflexivo”, Pacarina del Sur [En línea], año 8, núm. 29, octubre-diciembre, 2016. ISSN: 2007-2309.

Consultado el Jueves, 18 de Abril de 2024.

Disponible en Internet: www.pacarinadelsur.com/index.php?option=com_content&view=article&id=1400&catid=6