Civilización y barbarie, historia de dos conceptos[1]

Martha Eugenia Delfín Guillaumin

RECIBIDO: 13-09-2016 APROBADO: 09-11-2016

 

Por pueblo bárbaro tengo a aquel que no está sujeto
 a leyes ni a magistrados, y que finalmente
 vive a su arbitrio, siguiendo siempre
sus pasiones. De esta naturaleza son
 los indios pampas y habitantes del Chaco.[2]
En América todo lo que no es europeo es bárbaro:
no hay más división que ésta: 1°, el indígena,
es decir, el salvaje; 2°, el europeo, es decir, nosotros,
 los que hemos nacido en América y hablamos español,
los que creemos en Jesucristo y no en Pillán
(dios de los indígenas).[3]

 

Toca el turno ahora para hablar de los conceptos de civilización y barbarie, prefiero hacerlo junto y no por separado puesto que uno y otro se complementan aunque sean antagónicos. Para poder entender el uso de estos vocablos en el último cuarto de la Argentina decimonónica daré una breve descripción de ambos, sus usos y significados a lo largo del tiempo.

En la antigua Grecia se acuñó el término bárbaro como una onomatopeya para discriminar a todos aquellos extranjeros que no hablaban el idioma de la Hélade, es decir, los excluidos de ella, los otros. Este término ayudó a la construcción del discurso bélico en contra de los persas, la historia escrita de las guerras médicas así lo demuestra con la narración de su cronista Herodoto. Más tarde, en el Imperio Romano, el término bárbaro se emplea para referirse a “quienes no poseen la civitas, entendida fundamentalmente como el derecho. El bárbaro es, entonces, el que no posee Ley, y a la vez el Otro y el invasor (en el sentido más amplio de la palabra).”[4] Si es un término tan antiguo, ¿cómo se explica su uso en la Argentina del siglo XIX?, ¿en qué momento se convirtieron los indios de la pampa y Patagonia argentinas en los bárbaros?, ¿la Civilización tan pregonada y ansiada del siglo XIX era una especie de Hélade de la cual los indios no formaban parte?

Desde el siglo XVI se advierte la forma en que Occidente caracteriza a los habitantes de la tierras americanas recién descubiertas, casos extremos de legitimar la conquista sobre estas gentes y estos territorios los tenemos en Ginés de Sepúlveda quien retoma las tesis aristotélicas sobre la barbarie: “¿Cómo hemos de dudar que estas gentes tan incultas, tan bárbaras, contaminadas con tantas impiedades y torpezas han sido justamente conquistadas por tan excelente, piadoso y justísimo rey como lo fué Fernando el Católico y lo es ahora el César Carlos, y por una nación humanísima y excelente en todo género de virtudes?”[5] Dos siglos más tarde esta apreciación sobre los indios americanos no había variado mayormente:

Estos indios pampas son sumamente inclinados al execrable pecado nefando. Siempre cargan a las ancas del caballo, cuando no van a pelea, a su concubina o barragana, que es lo más común en ellos, y por esta razón no se aumentan mucho. Son traidores, y aunque diestrísimos a caballo y en el manejo de la lanza y bolas, no tienen las correspondientes fuerzas para mantener un dilatado combate. Siempre que han vencido a los españoles, o fue por sorpresa o peleando cincuenta contra uno, lo que es muy común entre indios contra españoles y mestizos.[6]

 

Y, sin embargo, en la misma época de Ginés de Sepúlveda llegaron a haber voces como las de Montaigne que especularon sobre la naturaleza de los indios, de los otros, de distinta manera:

Me avergüenzo cuando veo a mis compatriotas embebidos en ese necio prejuicio que los hace evitar toda costumbre que difiera de las suyas; cuando están fuera de su aldea, parecen estar fuera de su elemento [...] No sólo cada país, sino también cada ciudad y cada profesión tienen sus propias formas específicas de civilidad [...]. Cada nación tiene muchos hábitos y costumbres que para cualquier otra nación no sólo son extraños sino pasmosos y bárbaros [...]. Todos llamamos barbarie lo que no se ajusta a nuestros usos. Y en efecto no tenemos otra palanca de la verdad y la razón que el ejemplo y modelo de las opiniones y usos del país en que vivimos.[7]

 

Neyret dice que el término “Bárbaro” “puede rastrearse, en la Modernidad, catalogado como adjetivo en diccionarios franceses del siglo XVII.” En el siglo XVIII, los Enciclopedistas diferencian a los pueblos salvajes,[8] “el estrato inferior de la humanidad”, de los llamados bárbaros, “ubicados en un punto apenas superior pero sin que exista una clara diferenciación de los anteriores.” Este término pasa a España en esa centuria, “relacionado con la Edad Media, lo pagano, lo invasor, la expresividad y la ingenuidad.” En América es empleada por primera vez la palabra barbarie como sustantivo, dice Neyret, por el jesuita Pedro Lozano  en su Descripción chorográfica del Gran Chaco.[9] 

Según Adorno y Horkheimer, en “el sentido moderno, la expresión civilisation se afirma por primera vez en la cultura inglesa; la vemos usada frecuentemente en el siglo XVIII en oposición a la cultura cortesana y feudal.”[10] Ya en el siglo XIX, en Alemania, en el Mayers Konversationeslexikon de 1897, mencionan estos autores, aparecía definido así el concepto: “La civilización [Zivilisation] es la fase a través de la cual debe pasar un pueblo bárbaro para llegar a un grado más elevado de cultura [Kultur], a la industria, al arte, a la ciencia y al sentimiento ético”.[11] En Francia, la palabra civilisation fue empleada por primera vez, informa Svampa, en 1757 por el marqués de Mirabeau y “tuvo un lugar eminente entre las ideas-imágenes que han atravesado la época moderna.” Este término, a la vez que servirá para designar “algo más que un proceso creciente de refinamiento de las costumbres”, igual se empleará para indicar el “movimiento o proceso por el cual la humanidad había salido de la barbarie original, dirigiéndose por la vía del perfeccionamiento colectivo e ininterrumpido. Por otro lado, la noción apuntará a definir un ‘estado’ de civilización, un ‘hecho actual’, que era dable observar en ciertas sociedades europeas.” Este vocablo no sólo estaba conectado directamente con la idea de “perfectibilidad” y de “progreso”, lo cual ampliaba “el universo de sus significaciones”, sino que “se cargará también de una aureola sagrada, que lo hará apto tanto para reforzar los valores religiosos tradicionales, como, en una perspectiva inversa, para suplantarlos”.[12]

En Francia, hacia finales de la segunda década del siglo XIX, sobresale la figura de François Guizot, con su obra Histoire de la civilisation en Europe, quien sostenía que “la civilización antes que nada es un progreso, en el sentido del siglo XVIII. Progreso doble en verdad: social e intelectual. [...] ¿No ha realizado Inglaterra más bien un progreso social, Alemania un progreso intelectual, mientras que Francia se comprometía ella misma en una y otra vía igualmente?”, así la civilización, según este autor, se incorporaba en un pueblo, Francia, “o en ese otro ‘pueblo’ que es Europa, en fin, en un cuerpo particular.”[13] Por otro lado, vale destacar que desde un principio se establecieron distinciones entre las voces civilización[14] y cultura[15], sobre todo entre los intelectuales de origen alemán, considerando que la civilización se refería al lado material de la vida de los hombres, a los medios de subsistencia, al comercio, a los conocimientos prácticos e intelectuales que “permiten al hombre actuar sobre la naturaleza”, a la mecanización, técnica, a “la estación del ocaso, la repetición, el mecanismo vacío, la grandeza aparente, la esclerosis”; mientras que cultura se referiría al progreso intelectual y científico, al espíritu (espiritualidad), a los valores ideales, los principios normativos, la imaginación creadora, “la primavera fecunda de toda civilización”.[16] Estas palabras clave, como las denomina Braudel, no fueron motivo de querella (“querella de palabras”) exclusivamente en Alemania, en donde desde 1848 surgió acompañada del romanticismo a favor de la cultura, en otros países se advierten sus diversos usos y significados desde esa época: “En Inglaterra y en Francia por otra parte, la palabra civilización se ha defendido muy bien y mantiene siempre el primer rango.”[17] Esto vale para la Argentina decimonónica que utilizó, ponderó en su discurso sociopolítico la voz civilización a lo largo del siglo XIX. La pista para saber la inserción de este término en la sociedad letrada argentina la da el propio Sarmiento cuando, en 1881,  rememora que durante su exilio en Chile:

Reinaban en aquellas apartadas costas Raynal y Mably, sin que estuviera del todo desautorizado el Contrato social. Los más adelantados iban por Benjamín Constant.

Nosotros llevábamos, yo al menos, en el bolsillo, a Lerminier, Pedro Leroux, Tocqueville, Guizot, y por allá consultábamos el Diccionario de la Conversación y muchos otros prontuarios.[18]

 

Si bien es cierto que “hacia 1850, luego de diversas vicisitudes, civilización (y al mismo tiempo cultura), pasa del singular al plural. Ese triunfo de lo particular sobre lo general [que] se sitúa muy bien en el movimiento del siglo XIX.”, lo que Braudel supone “la renuncia implícita a una civilización que sería definida como un ideal, o más bien el ideal; [...] la tendencia a considerar todas las experiencias humanas con igual interés, tanto las de Europa como las de los otros continentes [...] ese despedazamiento del ‘inmenso imperio de la civilización en provincias autónomas’ (Lucien Febvre)”[19], o sea, ver a las “civilizaciones y culturas en plural”, origen probablemente del relativismo cultural, por otro lado, como sostiene Svampa, “el hablar de la existencia de diferentes civilizaciones –francesa, inglesa- o de aquellas anteriores –la griega, la romana-, no impedía afirmar que todas estaban reunidas y sintetizadas en su expresión actual, la civilización europea. Así, la civilización que evocaba un valor –el Progreso-, también ofrecía su encarnación sin más: ella era evidentemente europea.”[20]

            Un aspecto que es imprescindible señalar es el de que desde el siglo XVIII existía la idea de que civilizar “era embarcarse en un esfuerzo riguroso y constante por transformar al ser humano a través de la educación y la instrucción. Como Diderot lo explicó con su habitual claridad, ‘instruir una nación es civilizarla: extinguir el saber es reducirla a la condición primitiva de la barbarie’.”[21] Se marcaba la oposición entre lo silvestre y lo cultivado, entre espíritu y naturaleza (Geist et Natur)[22], como también se declarará que la cultura y la civilización se encuentran en la ciudad y la barbarie en la campaña.[23] Sarmiento y luego Alberdi retomarán varias de estas tesis, el primero para hablar, por ejemplo, de civilización y políticas educativas laicas, el otro para acuñar su célebre frase “civilizar es poblar”:

DE LA INMIGRACION COMO MEDIO DE PROGRESO Y DE CULTURA PARA LA AMERICA DEL SUR

Cómo, en qué forma vendrá en lo futuro el espíritu vivificante de la civilización europea a nuestro suelo? Como vino en todas épocas: la Europa nos traerá su espíritu nuevo, sus hábitos de industria, sus prácticas de civilización, en las inmigraciones que nos envíe.

Cada europeo que viene a nuestras playas, nos trae más civilización en sus hábitos, que luego comunica a nuestros habitantes, que muchos libros de filosofía. Se comprende mal la perfección que no se ve, toca y palpa. Un hombre laborioso es el catecismo más edificante.

¿Queremos plantar y aclimatar en América la libertad inglesa, la cultura francesa, la laboriosidad del hombre de Europa y de Estados Unidos? Traigamos pedazos vivos de ellas en las costumbres de sus habitantes y radiquémoslas aquí.

¿Queremos que los hábitos de orden, de disciplina y de industria prevalezcan en nuestra América? Llenémosla de gente que posea hondamente esos hábitos. Ellos son comunicativos; al lado del industrial europeo pronto se forma el industrial americano. La planta de la civilización no se propaga de semilla. Es como la viña, que prende y cunde de gajo.

Este es el medio único de que América hoy desierta, llegue a ser un mundo opulento en poco tiempo. La reproducción por sí sola es medio lentísimo.

[...] La Europa del momento no viene a tirar cañonazos a esclavos. Aspira sólo a quemar carbón de piedra en lo alto de los ríos, que hoy sólo corren para los peces. [...] Cuando la campana del vapor haya resonado delante de la virginal y solitaria Asunción, [...] Las aves, poseedoras hoy de los encantados bosques, darán un vuelo de espanto; y el salvaje del Chaco, apoyado en el arco de su flecha, contemplará con tristeza el curso de la formidable máquina que le intima el abandono de aquellas márgenes. Resto infeliz de la criatura primitiva: decid adiós al dominio de vuestros pasados. La razón desplega hoy sus banderas sagradas en el país que no protegerá ya con asilo inmerecido la bestialidad de la más noble de las razas. [24]

 

Estas palabras de Alberdi están cargadas de imágenes, de ideas que explican en gran medida todo este imaginario social creado en torno a lo bárbaro y a lo civilizado. Hay autores, como Neyret, que sostienen que la obra de Sarmiento, Facundo, cuyo título original fue -cuando se publicó por primera vez en 1845- Civilización y barbarie. Vida de Juan Facundo Quiroga. Y aspecto físico, costumbres, y hábitos de la República Argentina, es la que, si bien no trataba por primera vez la antinomia civilización – barbarie, la consolida “de una vez y para siempre”; dice Neyret que Sarmiento introdujo, a través de esta obra, la voz barbarie: “Como apunta Scheines, lo bárbaro precede a la barbarie. Y agregamos: la barbarie, si aceptamos su postura, nace sudamericana, y más específicamente, en territorio que dos siglos más tarde será argentino. De allí que, como apunta la autora, tome ‘carta de ciudadanía’ en 1845 con el Facundo de Domingo Faustino Sarmiento.”[25]

Es preciso señalar que en nombre de la civilización y el progreso se podían llevar a cabo las llamadas “cruzadas redentoras” que lo mismo se emprendían en Asia, África que en América, en este caso, en el sur argentino durante el siglo XIX. En junio de 1910, Arthur James Balfour pronunciaba un discurso ante la Cámara de los Comunes en Londres sobre «Los problemas a los que tenemos que enfrentarnos en Egipto». Said recoge parte de este discurso que me permito transcribir porque aclara la manera como un inglés civilizado veía al otro, en este caso, al pueblo egipcio, las razones que justificaban su cruzada civilizatoria y su presencia en esos territorios:

 

¿Es beneficioso para estas grandes naciones (admito su grandiosidad) que ese gobierno absoluto lo ejerzamos nosotros? Creo que sí. Creo que la experiencia demuestra que con este gobierno ellos han conseguido el mejor gobierno de todos los que han tenido a lo largo de la historia del mundo, lo cual no es sólo un beneficio para ellos, sino que, indudablemente, lo es para todo el Occidente civilizado. Estamos en Egipto no simplemente por el bien de los egipcios, aunque estemos allí por su bien; estamos allí también por el bien de toda Europa.[26]

 

Por lo menos a los egipcios se les reconocía que eran “grandes naciones”, en el caso de los indios del sur argentino, éstos eran considerados como una “raza degenerada” a la que había que redimir o exterminar. El propio Sarmiento llegó a decir que:

Puede ser muy injusto exterminar salvajes, sofocar civilizaciones nacientes, conquistar pueblos que están en posesión de terreno privilegiado; pero gracias a esta injusticia, la América, en lugar de permanecer abandonada a los salvajes, incapaces de progreso, está ocupada hoy por la raza caucásica, la más perfecta, la más inteligente, la más bella y la más progresiva de las que pueblan la tierra [...] Así, pues, la población del mundo sujeta a revoluciones que reconocen leyes inmutables: las razas fuertes exterminan las débiles, los pueblos civilizados suplantan la posesión de la tierra a los salvajes.[27]

 

Sarmiento se apropia de la mirada etnocéntrica, racista, que la Europa decimonónica posa sobre los pueblos bárbaros a los que debe redimir en su cruzada civilizatoria; reproduce el discurso civilizatorio europeo, pero transformado para la realidad argentina de aquel entonces, los bárbaros serían los indios que quedaban excluidos de la ciudadanía y serían vistos como enemigos a los que había que exterminar.[28] Este deseo largamente acariciado se consumaría con las campañas militares contra los indígenas de la pampa, Neuquén y el Chaco en las últimas décadas del siglo XIX, o con la entrada efectiva sobre territorios de la Patagonia y Tierra del Fuego asolando a los tehuelches y a los Selk’nam (onas) suplantándolos con ovejas. De esta forma, en 1879, la llamada Conquista del desierto significaba cumplir con “un acto de alta civilización, de alta moral”. Los soldados que participaron en estas campañas militares iban convencidos seguramente de que la misión que el Gobierno les había confiado era “grande –asegurar la riqueza privada, que constituye al mismo tiempo, la riqueza pública- vengar tanta afrenta, como hemos recibido del salvaje –abrir ancho campo al desarrollo de la única industria nacional con que hoy contamos- salvar las poblaciones cristianas de la matanza y del pillaje del bárbaro –en una palabra- combatir por la civilización”[29] Los pueblos indios, vistos como un estorbo, habían sido diezmados, aniquilados y los sobrevivientes trasladados a reservas aborígenes, colonias, que se crearon copiando el modelo estadounidense[30], o fueron convertidos en sirvientes domésticos o en peones de las propiedades rurales de los militares y terratenientes[31], o conducidos a sitios completamente ajenos a su hábitat, como sería el caso de los ranqueles que fueron trasladados al Tucumán para trabajar en los trapiches azucareros, “principalmente a los ingenios del señor Posee, que era pariente de Roca”.[32] O a veces los mandaban a Europa, a visitar al papa en turno, para que éste conociera a los salvajes redimidos por la civilización, igual que cuando Cristóbal Colón se llevó a unos indios taínos de muestra a España para que sus majestades los reyes católicos conocieran a esa otra gente. Por ejemplo, en julio de 1892 aparecía la siguiente noticia en el diario Los Andes de Mendoza:

«Monseñor Cagliero, director de la congregación salesiana establecida en nuestro territorio con benéficos fines, parte con destino a Roma», informaba Los Andes, y añadía: «Conduce consigo aquel prelado siete indios, cinco de ellos hombres y dos mujeres, pertenecientes estas dos últimas y uno de aquellos a la raza patagónica. Los cuatro restantes son de las tribus de Tierra del Fuego. Todos estos indígenas han sido instruidos y llevados a la vida civilizada. Todos los indígenas serán exhibidos en la exposición de Génova, siendo presentados primero al Papa». [33]

 

Antes de concluir este apartado, quisiera señalar que Svampa resume de manera magistral los usos que en Argentina, desde el siglo XIX, se han dado a estos dos conceptos:

La historia socio-política argentina y latinoamericana confirma la puesta en escena de la imagen “Civilización o Barbarie”, en estos tres órdenes: como metáfora que irriga el campo político y cuya aparición en la retórica reaccionaria se registra de manera más o menos periódica; como principio de legitimación del orden político (período de construcción de los Estados nacionales), y como representación social de una sociedad amenazada por el riesgo de su propia descomposición, especialmente durante los llamados períodos de transición, caracterizados por la yuxtaposición de referentes tradicionales y modernos.

Pero, originalmente, en América Latina la relación conflictiva entre Civilización y Barbarie será a menudo retomada en tanto dilema que muestra los resultados de la victoria de uno de los polos. En efecto, es a partir de la “realidad” de la barbarie, resultado de las guerras civiles y de las dictaduras que siguieron a éstas, que los pensadores hispanoamericanos abordarán esta problemática.[34]

 

Los bárbaros de la Grecia antigua, como ya se mencionó, fueron designados así con una onomatopeya (bar-ba-ros) para señalar que no hablaban el griego, que no pertenecían a la Hélade. Los indios argentinos fueron llamados infieles y luego incivilizados, es decir, bárbaros, salvajes. Esta exclusión discursiva se convertiría en una acción concreta, la guerra de exterminio que inició con las “campañas de ablande” de 1878 dirigidas por el general Roca. Para Hegel la culminación de la historia se identificaba con la civilización y esto servía como fundamento para la expansión de los objetivos del Espíritu Absoluto.[35] Desde otra perspectiva, el discurso positivista de orden y progreso de la segunda mitad del siglo XIX también identificó a sus propios bárbaros.

 

Notas:

[1] Separata de tesis de doctorado en Estudios Latinoamericanos por la UNAM, México, 2008, ¿Salvajes o marginados? La justificación ideológica de la Campaña del desierto del general Julio A. Roca de 1879 en la obra de Estanislao S. Zeballos.

[2] El lazarillo de ciegos caminantes de Concolorcorvo (1773), Colección Memoria Argentina dirigida por Alberto Casares, Argentina, Emecé Editores, 1997, pp. 218-219.

[3] Juan Bautista Alberdi, Bases y puntos de partida para la organización política de la República Argentina (1852), prólogo por Alfredo L. Palacios para la Colección Panamericana, Argentina, Ediciones Jackson, 1945, p. 67.

[4] Juan Pablo Neyret, Sombras terribles. La dicotomía civilización-barbarie como institución imaginaria y discursiva del Otro en Latinoamérica y la Argentina, Universidad Nacional de Mar del Plata, Argentina, http://www.ucm.es/info/especulo/numero24/sombras.html, última consulta diciembre de 2005.

[5] Juan Ginés de Sepúlveda, Tratado sobre las justas causas de la guerra contra los indios, México, FCE, 1987, p. 113.

[6] El lazarillo de ciegos caminantes de Concolorcorvo (1773), op. cit., p. 47. Se incluye esta cita para que el lector aprecie cómo la opinión de Sepúlveda prevaleció a pesar de que el debate de Valladolid, a mediados del siglo XVI, fuera ganado en apariencia por Bartolomé de las Casas, defensor de los indios.

[7] Michel de Montaigne, Essays, citado por Zigmunt Bauman, Legisladores e intérpretes, Buenos Aires, Ediciones Universidad Nacional de Quilmes, 1997, pp. 127-128.

[8] Sobre el concepto de salvaje puede revisarse la obra de Roger Bartra, El salvaje artificial, México, UNAM-Era, 1997, en donde establece la diferencia entre el wild man europeo (Robinson Crusoe) y el savage americano (Viernes): “el wild man es un sujeto mítico del pensamiento occidental; el savage es un objeto real de la dominación colonial.”, pp. 134-135. Martha Rodríguez en el capítulo “Una guerra cifrada en el discurso” de su libro La guerra entre bárbaros y civilizados. El exterminio del nómada en Coahuila, 1840-1880  realiza el análisis de los términos “bárbaro” y “salvaje”, lo cual resulta novedoso en este tipo de literatura ya que usualmente la historiografía mexicana contemporánea sobre la guerra contra el apache no incluyen el estudio de estos conceptos, su etimología y los usos que se le han dado al referirse a los indios indómitos. Particularmente retoma las posturas de Roger Bartra (El salvaje en el espejo), de Juan A. Ortega y Medina (Imagología del bueno y del mal salvaje) y de Anthony Pagden (The Fall of Natural Men. The American Indian and the Origins of Comparative Ethnology) y reflexiona acerca del concepto de otredad que ofrecen estos autores. Martha Rodríguez, La guerra entre bárbaros y civilizados. El exterminio del nómada en Coahuila, 1840-1880, México, Centro de Estudios sociales y Humanísticos, A. C., 1998.

[9] Juan Pablo Neyret, op. cit.

[10] Theodor W. Adorno y Max Horkheimer, La sociedad. Lecciones de sociología, Buenos Aires, Editorial Proteo, 1971, p. 92. “Escribe, por ejemplo, James Boswell en su biografía de Samuel Jonson: Lunes, 23 de marzo; lo encontré ocupado en la preparación de una cuarta edición de su diccionario in-folio /Diccionario de la lengua inglesa, 1755/ [...] No quiere admitir civilization, sino sólo civility. Con toda la deferencia debida, le dije que encontraba civilization, del verbo to civilize [civilizar], mejor que cultura en cuanto opuesto a barbarie; y es mejor tener una palabra distinta para cada significado que una sola palabra para dos significados, como es el caso de cultura, en el sentido usado por él.”, Ib. Lo señalado en negrita es mío.

[11] Ibid., p. 94.

[12] Maristella Svampa, El dilema argentino: Civilización o barbarie. De Sarmiento al revisionismo peronista, Buenos Aires, Ediciones El cielo por asalto. Imago Mundi, 1994, (a su vez, cita a Jean Starobinski, “Le mot civilisation”), p. 17. La autora ofrece, en la primera parte de este libro un análisis muy detallado de los términos civilización, barbarie y progreso. Aunque el libro no aborda en específico la Campaña del desierto de 1879, sí hace referencias a la misma para insertarla en el hilo conductor del escrito, es decir, la revisión del binomio antagónico civilización-barbarie en la historia argentina. Establece dos funciones esenciales de esta imagen polisémica, civilización o barbarie, como principio de legitimación política del liberalismo triunfante de la generación del 80 y como mecanismo de invectiva política que serviría para denigrar al adversario mezclando el plano cultural y el político. De esta forma, reconoce que “hablar de «Civilización o Barbarie» significa preguntarse acerca del modo en que una sociedad se representa sus diferentes divisiones.”, pp. 289-296.

[13] Fernand Braudel, “La historia de las civilizaciones. El pasado explica el presente”, p. 225, en Escritos sobre historia, México, FCE, 1991, pp. 215-264.

[14] Braudel dice que “una civilización es un conjunto de rasgos, de fenómenos culturales”, Ibid., p. 216.

[15] “Cultura y civilización nacen en Francia más o menos en el mismo momento. Cultura, cuya vida anterior es larga (Cicerón ya habla de la cultura mentis), no toma verdaderamente su sentido particular de cultura intelectual, sino hasta la mitad del siglo XVIII. [...] El sustantivo civilización sin duda se ha tenido que inventar, fabricar. Desde su nacimiento, designa un ideal profano de progreso intelectual, técnico, moral, social. La civilización son las “luces”. [...] En su opuesto se sitúa la barbarie.”, Ibid., pp. 218-219.

[16] Estas ideas resultan interesantes para pensar cómo se construye la relación, la mirada latinoamericana, hacia Estados Unidos, considerando que en América Latina prevalece el espíritu elevado, y en los Estados Unidos la vida material. Un ejemplo pertinente, creo que podría ser el Ariel de José Enrique Rodó.

[17] Braudel, op. cit., pp. 218-224.

[18] Domingo F. Sarmiento, Polémicas literarias, Colección Literaria Cuyana en el Exilio, directora Beatriz Bragoni, Ediciones Culturales de Mendoza, Subsecretaría de Cultura, Gobierno de Mendoza, Argentina, 2001, pp. 200-201. En particular, el fragmento citado corresponde al capítulo “Reminiscencias de la vida literaria. (Nueva Revista de Buenos Aires, 1881)”, pp. 193-205.

[19] Braudel, op. cit., pp. 219-220. “Gracias a Lucien Febvre, conocemos bien la historia de la palabra [civilización], inseparable, sin duda, de la historia de la idea.”, Marc Bloch, Introducción a la historia, Breviarios, México, FCE, 1991, p. 144.

[20] Svampa, op. cit., p. 19.

[21] Bauman, op. cit., pp. 133-134.

[22] Braudel, op. cit., p. 221.

[23] En el Facundo de Sarmiento puede advertirse claramente esta dicotomía. En México, durante la primera mitad del siglo XIX, José María Luis Mora presume algo similar cuando pondera las virtudes de la vida civilizada a la cual equipara con la vida urbana. Sobre este particular escribe Andrés Lira: Mora “Aprecia los gustos y cambios de las costumbres introducidas en el país por el contacto con Francia. Mucho ve de positivo en esto, al grado de mencionar sólo de paso lo que queda fuera, como es la vida del campesino y de los jornaleros.” Espejo de discordias, Lorenzo de Zavala, José María Luis Mora, Lucas Alamán, Introducción, México, SEP, 1984, p. 24.

Jean Starobinski, Remedio en el mal. Crítica y legitimación del artificio en la era de las luces: “la civilización forma parte de esa familia de conceptos de los cuales puede nombrarse uno opuesto, o que nacen con el fin de constituirse en contrarios de otros ... la civilización es un proceso que trae como resultado lo pulido, lo tratable, lo cortés (aquello que se desprende de la corte), en franca oposición a un supuesto estado natural de salvajismo y barbarie, propio del campo y campesino (villanus) de cuyo principio se da la villanía”, citado por, Andrés Octavio Torres Guerrero, Políticas de la asimilación en Chambu,

http://www.ucm.es/info/especulo/numero28/chambu.html, última fecha de consulta 21 de septiembre de 2005.

De todas maneras, Alberdi, en un claro enfrentamiento con la tesis de Sarmiento, decía que: “No hay otra división del hombre americano [indios salvajes e hispano-criollos civilizados]. La división en hombres de la ciudad y hombres de las campañas es falsa, no existe; es reminiscencia de los estudios de Niebuhr sobre la historia primitiva de Roma. Rosas no ha dominado con gauchos sino con la ciudad.” Juan Bautista Alberdi, op. cit., p. 67. Lo  señalado entre corchetes es mío.

[24] Juan Bautista Alberdi, Ibid., p. 73 y p. 87.

[25] Juan Pablo Neyret, op. cit. El autor hace referencia a la obra de Graciela Scheines, Las metáforas del fracaso. Sudamérica ¿geografía del desencuentro? Por su parte, Läennec Hurbon, en su obra El bárbaro imaginario, analiza las categorías opuestas civilización/barbarie para explicar la realidad haitiana hasta nuestros días, y menciona al “fantasma de Calibán, sombrío remedo de Próspero” que, según él , se encuentra vivo “a través de toda la América Latina y de todo el Caribe del siglo XIX [...] y sobre el cual casi todas las obras literarias y todas las ideologías políticas vienen aún a apoyarse.” Para enfatizar lo anterior es que cita lo siguiente: “Después de la obra Civilización y barbarie del argentino Domingo Faustino Sarmiento, publicada en 1845 y donde se asiste a la recuperación de toda la ideología de la conquista misma, aparece en Europa en 1878 el Caliban de Ernest Renan”. Läennec Hurbon, El bárbaro imaginario, México, FCE, 1993, p. 14 y nota 11 de la p. 15.

[26] Citado por Edward W. Said, Orientalismo, Barcelona, Debolsillo Random House Mondadori, 2004, p. 60.

[27] Domingo Faustino Sarmiento, Obras completas, t. II, p. 214, citado por David Viñas, Indios, ejército y frontera, Argentina, Santiago Arcos Editor, 2003, pp.64-65. Sobre los aspectos científicos basados en el darwinismo social y el spencerismo en el pensamiento de Sarmiento, y luego de Zeballos, volveré más adelante.

[28] Otro ejemplo de esta forma de construir la otredad y justificar los actos de conquista o invasión lo encuentro en Paula Kolonitz quien fuera dama de compañía de Carlota de Bélgica, la esposa de Maximiliano de Habsburgo. Ella acompañó a la pareja en su aventura imperial, mejor conocida como la Intervención francesa en México. Estuvo en México en 1864, entre las cosas que escribe en su libro de memorias de viaje viene un pasaje dedicado a describir físicamente a los indios mexicanos: “Hay tribus que tienen el mentón pronunciadísimo, hacia fuera, la frente hacia adentro, los labios gruesos, la cabeza grandísima. No es necesario decir que estos son feísimos; pero la mayor parte de los indios tiene la fisonomía muy expresiva”. A su vez, cita la obra de Prescott para hacer más evidente su opinión sobre el grado de degeneración en el que han caído los indios que le toca conocer. Paula Kolonitz, Un viaje a México en 1864, Colección Lecturas Mexicanas 41, México, SEP-FCE, 1984, p. 117.

Como complemento se incluye la siguiente cita de Oscar Terán sobre las Crónicas de viaje de José Ingenieros, quien “ve en las islas de Cabo Verde negros que son ‘una oprobiosa escoria de la especie humana’ y para quienes la piedad sólo puede desear la dulce extinción –son sus palabras- de las razas inferiores.”. En Vida intelectual en el Buenos Aires fin-de-siglo (1880-1910). Derivas de la “cultura científica”, Argentina, FCE, 2000, p. 162. Sobre el biologismo positivista (las razas degeneradas o inadaptables) se profundizará más adelante cuando se analice el pensamiento de Zeballos.

[29] Salvador C. Laría et al., Las campañas del desierto y del Chaco, Mendoza, Gobierno de Mendoza, Ministerio de Cultura y Educación, 1979, p. 94. Este libro se publicó para conmemorar el centenario de la Campaña del desierto. El texto citado es un fragmento de una orden general girada por el Dr. Adolfo Alsina, ministro de Guerra, en abril de 1876, cuando se llevaba a cabo su “plan de adelanto de frontera” bonaerense sobre Carhué, Salinas Grandes, antiguo lugar de residencia de Calfucurá.

[30] En Estados Unidos a los pueblos indios se les reconoce como naciones y se les respeta hasta la fecha su autonomía en las reservas, esto no ocurre en Argentina.

[31] Vale señalar que los inversionistas de la Campaña del desierto recibieron como recompensa grandes extensiones de tierra ubicadas “entre las líneas de fronteras ubicadas [ríos Quinto y Diamante] y los ríos Negro y Neuquén”, como, por ejemplo, el señor Martínez de Hoz, estanciero y titular de la Sociedad Rural, recibió dos millones de hectáreas de las “nuevas tierras”, véase Osvaldo Bayer, De estatuas y genocidas, http://www.poderautonomo.com.ar/historia%20de%20nosotros/primera%20jornada/exposiciones/1osvaldo%20bayer.htm, última consulta 23 de marzo de 2006. Lo señalado entre corchetes es mío.

[32] Osvaldo Bayer, Ib. Sobre el destino de los pueblos indios vencidos tras la Campaña del desierto de 1879 puede revisarse la obra de Carlos Martínez Sarasola, Nuestros paisanos los indios. Vida, historia y destino de las comunidades indígenas en la Argentina, Argentina, Colección Memoria Argentina, Emecé Editores, 2005.

[33] Fuente Diario Los Andes, Mendoza Argentina. www.losandes.com.ar, última consulta 17 de septiembre de 2006.

[34] Maristella Svampa, op. cit., p. 27.

[35] “La palabra de Hegel es la palabra de la Europa consciente de sí. Es la palabra en su más alta formulación. La palabra de toda una cultura que parte de los  griegos y encuentra, como palabra de la razón, su cumbre en la filosofía de Hegel, en el Estado prusiano de Federico Guillermo III y en la Universidad de Berlín, en la que Hegel imparte sus clases. Sólo entendiendo el lugar desde el que las expresiones olímpicas de Hegel se pronuncian entenderemos la importancia de las mismas. La historia humana, para Hegel, es el desarrollo de un Espíritu absoluto que en su desarrollo va tomando conciencia de sí mismo. El lugar definitivo de esta conciencia es la filosofía de Hegel: en ella la humanidad toma conciencia de sí.”, José Pablo Feinmann, “La mirada eurocéntrica”, Página 12, artículo publicado el 3 de septiembre de 2006, www.pagina12.com.ar. Consulta electrónica realizada en esa fecha.

 

Cómo citar este artículo:

DELFÍN GUILLAUMIN, Martha, (2017) “Civilización y barbarie, historia de dos conceptos”, Pacarina del Sur [En línea], año 8, núm. 31, abril-junio, 2017. ISSN: 2007-2309.

Consultado el Viernes, 29 de Marzo de 2024.

Disponible en Internet: www.pacarinadelsur.com/index.php?option=com_content&view=article&id=1473&catid=6