Los conflictos mineros en el Perú y la construcción de estereotipos sobre el hombre andino. Los casos de Conga, Tía María y Las Bambas

Mining conflicts in Peru and the construction of stereotypes about the Andean man. The cases of Conga, Tía María and Las Bambas

Conflitos de mineração no Peru e a construção de estereótipos sobre o homem andino. Os casos de Conga, Tia Maria e Las Bambas

Rod Rosberg Bendezú Pérez[1]

Universidad San Cristóbal de Huamanga, Perú

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Recibido: 22-05-2021
Aceptado: 15-05-2022

 

 

Introducción

Los procesos en los cuales los individuos relacionan ciertas imágenes mentales a una determinada situación, persona o grupo social, sean ciertas o no, y a partir de ellas generan estereotipos son un fenómeno recurrente en las relaciones interpersonales dentro de las sociedades. Un aspecto a destacar es que los estereotipos se emplean para entender y dar sentido a realidades de las que no cuenta con experiencia directa. En este sentido, surgen algunas interrogantes: ¿Cuál es el rol de los medios de comunicación en la construcción de estereotipos?, ¿Cómo se normalizan estos estereotipos en la sociedad peruana?, ¿Cómo los estereotipos sociales pueden provocar desprecio u otras emociones negativas hacia quienes son estereotipados?

Dado este contexto surge el interés por analizar el fenómeno de los estereotipos vinculados a los hombres andinos en el contexto de los conflictos mineros de Conga, Tía María y Las Bambas en el Perú. Para ello, abrimos la investigación con la siguiente pregunta: ¿Cómo se configuraron los estereotipos sobre los hombres andinos en la prensa de circulación nacional sobre los conflictos mineros de Conga, Tía María y Las Bambas entre el 2014-2015?

La hipótesis que formulamos sugiere lo siguiente: la configuración de los estereotipos sobre el hombre andino en los conflictos mineros en la prensa de circulación nacional fue resultado de un conflicto en el pensamiento, entre la palabra y el silencio, entre el desprecio y la compasión. Estos elementos generaron un desequilibrio en el discurso periodístico. El análisis reveló que la prensa de circulación nacional no configuró estereotipos positivos ni de carácter étnico sobre los hombres andinos que participaron de las protestas contra los proyectos mineros.

¿Por qué realizar un estudio de este tipo? En primer lugar, es esencial conocer cómo se configuraron los estereotipos sobre el hombre andino en los conflictos sociales vinculados a la actividad minera en la prensa de circulación nacional, ya que –en torno a los casos mencionados ­surgieron un gran número de discursos de extrema polarización en los diferentes medios de comunicación sobre la viabilidad o inviabilidad de los proyectos. Y principalmente, se observó el uso de términos severos –como violentistas, radicales, antimineros, entre otros– para descalificar a los ciudadanos que manifestaban su rechazo o exigencia de regulación a los proyectos mineros.

Esto tuvo repercusión en el imaginario colectivo de la población peruana en general, debido a que los medios de comunicación cumplen un importante papel formativo –transmiten, exponen ideas, estigmas, estereotipos y prejuicios– a través del contenido que brindan. Con base en ese papel, son considerados moduladores de la realidad social (Loscertales, 1999). Vale decir, a través de los medios de comunicación la población crea imágenes y estereotipos sobre los actores involucrados en los conflictos mineros, tanto sobre quienes representan a las empresas extractivas como de los opositores a éstas.

Antes de iniciar el análisis de los estereotipos en la prensa es necesario precisar por un lado que se entiende por cultura andina, y por otra situar a los actores de las comunidades andinas en su relación cultural con el territorio frente a los conflictos mineros objeto de estudio. Sobre el primer término, la UNESCO señala que “la base de la cultura andina son las redes de parentesco y de reciprocidad, así como su relación con la naturaleza, que fueron las que hicieron que este mundo andino llegara ‘del ayllu al imperio’” (Degregori, 2010, pág. 17). Entonces, se considera que, a través de las redes de interacción entre las familias y la naturaleza se dio origen a lo que hoy se conoce como cultura andina. Para entender al hombre andino se debe destacar su condición de agricultor de alta montaña, su dependencia e interrelación con la tierra y las montañas. Las comunidades andinas consideran importante el cuidado de sus tierras, aguas, y lagunas con las cuales mantienen una íntima relación en su vida cotidiana (Velaochaga, 2009).

Portada de Perú21, lunes 14 de abril de 2015
Imagen 1. Portada de Perú21, lunes 14 de abril de 2015.

En la historia del Perú se ha gestado diversos conflictos sociales en los procesos productivos o extractivos, entre ellos los mineros, agrarios, de extracción de hidrocarburos, entre otros. Sin embargo, entre 2006 y 2015 aumentaron de manera significativa. La Defensoría del Pueblo señaló que “se puede apreciar que luego de un largo periodo de descenso –en número e intensidad– en el mes de octubre del año pasado [2014] se registró un incremento de 201 conflictos a 217” (OCM, 2015a, pág. 5).

El aumento de los conflictos sociales de los últimos años en el Perú está vinculado a problemas socioambientales, principalmente a las actividades extractivas minera. Las poblaciones y comunidades rurales, en las cuales se desarrollan los proyectos mineros, perciben éstos como atentados contra sus territorios. Algunos proyectos mineros han dado lugar a conflictos sociales, puesto que, la población los rechaza y señala que esta actividad contaminará sus tierras y dañará el medio ambiente, perjudicará la agricultura y ganadería familiar y comunitaria. Los proyectos de extracción (minería) son percibidos “como una clara amenaza a su forma de vida, visión de desarrollo, y a la actividad económica predominante (la agricultura)” (OCM, 2015b, pág. 4).

Hay claras muestran rechazo y resistencia al desarrollo de los proyectos mineros; algunos ejemplos son Tambogrande, Cerro Quilish, Río Blanco, Santa Ana y Tía María. Otros conflictos sociales tienen que ver con un conjunto de demandas económicas, sociales, culturales y ambientales que las comunidades exigen sean resueltas para que las compañías continuén con sus operaciones; entre estos ejemplos destacan los proyectos en el Espinar y en regiones la sierra central del país como Junín, Pasco, Chumbivilcas en Cusco y Cotabambas en Apurímac (OCM, 2015a).

A continuación se presenta un breve extracto de los tres conflictos sociales más importantes de los últimos años, entorno a los que gira el análisis del presente artículo. En primer lugar, el proyecto minero Conga, uno de los conflictos mineros más relevantes de los últimos años. Conga se ubica en la sierra norte del Perú en las provincias de Celendín (distritos de Huasmín y Sorochuco) y en el distrito de La Encañada, en Cajamarca; aproximadamente a 73 km al noreste de la ciudad de Cajamarca (Pinto Herrera, 2014). El Proyecto Minero Conga pretende llevarse a cabo en las cabeceras de cuenca de las quebradas Alto Chirimayo, Toromacho y Chugurmayo, y los ríos Chailhuagón y Alto Jadibamba, una zona de alta vulnerabilidad a la contaminación de los residuos mineros; por lo que las comunidades afectadas se opusieron a su ejecución.

Conga fue uno de los retos más grandes del expresidente Ollanta Humala (2011-2016), durante su mandato. Los principales reclamos y movilizaciones giraron en torno a la contaminación minera de las fuentes de agua en Hualgayoc. Además, en esta región se registró el emblemático caso de Máxima Acuña de Chaupe (ganadora del Premio Goldman por defensa del medio ambiente) y su histórico enfrentamiento a la empresa Yanacocha, la cual a la fecha no ha encontrado solución.

Las protestas y movilizaciones en contra del proyecto minero Conga fueron lideradas por el presidente Regional de Cajamarca, Gregorio Santos, y el líder del partido político Tierra y Libertad, el exsacerdote Marco Arana. Según Portal Minero (2012), la población demandaba que la minera “Yanacocha cese sus actividades ya que implican un atentado ecológico al comprometer cabeceras de cuenca que proveen de agua a toda la región” (ibid., párr. 3). “Los pobladores cajamarquinos temen que, si Conga se lleva a cabo, podrían quedarse sin agua”, agrega la fuente de información (ídem.).

En segundo lugar, encontramos al emprendimiento cuprífero Tía María, situado en los distritos de Cocachacra, Mejía y Deán Valdivia, en la provincia de Islay, región Arequipa. Este comprende la “explotación de dos yacimientos mineros: La Tapada y Tía María, ambos a Tajo abierto. Este se encuentra en la lista de conflictos emblemáticos ocurridos en el Sur Andino del Perú como luchas en el Espinar, Santa Ana, entre otras” (Mendoza, Passuni y De Echave, 2014, pág. 36).

Desde el 2015, el proyecto se encuentra paralizado debido a la oposición de un sector de la población que no confía en la empresa y que teme que sus recursos naturales sean contaminados, y se perjudiquen sus principales actividades económicas. “La población se opone al proyecto, que es percibido como una clara amenaza a su forma de vida, visión de desarrollo, y a la actividad económica predominante (la agricultura)” (OCM, 2015b, pág. 4).

En la región de Arequipa, en los últimos años y en especial en el 2015, se han desarrollado distintas acciones colectivas en oposición a Tía María, dando lugar a un escenario de crispación, paros, protestas, marchas y enfrentamientos entre la población y la policía –incluso se llevó a cabo un paro macro regional Sur los días 27 y 28 de mayo–. El conflicto minero “saltó a las primeras planas y a los más altos niveles del gobierno y la opinión pública, generando una extrema polarización: “¿Tía María va o no va? ¿La población tiene razón o no? ¿Por dónde van los intereses del país?” (OCM, 2015a, pág. 9).

Finalmente, encontramos el proyecto minero Las Bambas que se sitúa en los distritos de Challhuahuacho (provincia de Cotambas) y Progreso (provincia de Grau), en el departamento de Apurímac (CooperAcción, 2015). El emprendimiento es de gran importancia para el Perú, dado que representa una inversión que bordea los 10 mil millones de dólares, siendo la más grande en la historia de la minería del país (OCM, 2015b).

De acuerdo con la base de datos de la Defensoría del Pueblo, Apurímac concentra el mayor número de conflictos sociales de un total de 22 vigentes en el país. El 59 % de conflictos corresponde a temas socioambientales, del cual el 84 % se encuentran activos, y fueron originados por las actividades mineras (OCM, 2015b). Si bien en Las Bambas, la población no rechaza el proyecto minero, cuestiona el sinceramiento de los impactos económicos y ambientales que regulan el proyecto, exigen consulta y participación ciudadana y acceso a la información apropiada y pertinente sobre modificaciones del proyecto (ídem.).

Los casos mencionados son los más emblemáticos de conflictos sociales vinculados a la actividad minera ocurridos en el territorio peruano en los últimos años. Los medios de comunicación, especialmente la prensa de circulación nacional, han promovido discursos de descalificación hacia las comunidades rurales y campesinas, así como de los líderes sociales que rechazaban el desarrollo y ejecución de los proyectos mineros Tía María, Conga y las Bambas. En la prensa nacional es común que los opositores a estos desarrollos sean llamados “violentistas”, “radicales”, “antimineros”, “extremistas”, entre otros estereotipos. Un ejemplo de lo mencionado puede leerse en un artículo de Aldo Mariátegui, publicado en su columna del diario Perú21, en el cual califica a los habitantes de Cajamarca que se oponen al proyecto minero Conga como rojos e ignorantes. A lo que agrega que “todo esto es culpa exclusiva del presidente regional Gregorio Santos, el cura Arana y un grupete más de rojos nocivos; porque el campesinado que les seguía no eran más que víctimas de su ignorancia” (Mariátegui, 2014).

Otro ejemplo análogo se encuentra en una nota informativa del mismo diario titulada “Antimineros desataron violencia en minas Conga”, y en el que en el cuerpo de la noticia se lee: “los antimineros realizaron actos de vandalismo al quemar una caseta de seguridad de la minera y una antena de la compañía Claro, dejando sin comunicación a una decena de localidades rurales” (Perú21, 2014).  Desde el primer párrafo de la noticia los opositores al emprendimiento minero son descalificados, acusados de ser “antimineros” y relacionados con el desarrollo de acciones colectivas violentas, contra la propiedad privada y que perjudican a las comunidades aledañas.

Correo, 27 de abril de 2015, p. 15
Imagen 2. Correo, 27 de abril de 2015, p. 15. Resaltados en el texto por el autor.

Este fenómeno no solo se presenta en la prensa, sino también en la televisión con programas como Al fondo hay sitio, El especial del humor, entre otros, donde, generalmente, se presenta al hombre andino como “ignorante”, “torpe”, “cholo”, “el que no saben nada” (Muñoz Ruiz, 2014).

Los medios de comunicación deben divulgar información de manera imparcial y dar a conocer la posición de todos los actores sociales que conforman un conflicto. Sin embargo, como se mostró en algunos ejemplos anteriores, en la prensa se promueven discursos orientados a que los lectores adopten una posición sesgada y distorsionada en contra de un grupo en particular de población, en este caso, comunidades rurales e indígenas andinas. A su vez, promueven discursos que cuestionan la oposición a los proyectos mineros basados en las manifestaciones culturales, creencias, las necesidades y demandas de las comunidades andinas.

Los medios de comunicación se han convertido en un espacio estratégico en la construcción y afirmación de las identidades del peruano y (plataformas en los que se muestran) los grandes desencuentros históricos y sociales (Muñoz Ruiz, 2014) en el país. Si bien los medios de comunicación deberían ser un vehículo de interrelación entre individuos de distintas culturas, las evidencias empíricas muestran que pueden dividir e incluso agravar de manera significativa las diferencias que existen entre los grupos sociales. Algunas investigaciones han demostrado que cuando en los medios de comunicación interactúan personas de diferentes culturas los contrastes se exageran o distorsionan dando lugar que ambas partes configuren una imagen negativa del contrario (Asunción-Lande, 1986).

Cuando los medios de comunicación presentan aspectos poco favorables de un grupo determinado de individuos, estas diferencias sirven como instrumento de mantenimiento y reproducción de racismo y estigmas y estereotipos (Peláez y Ortiz, 2010). Estas representaciones negativas están presentes en la prensa editorial, los portales informativos en la web, noticieros y programas de radio y televisión; sin embargo, su cotidianidad hace que pasen desapercibidas o se minimice su carga despectiva. 

 

Revisión de la literatura

Para Lippmann (2003), los estereotipos son imágenes mentales, conceptos previos o preconcebidos que poseen las personas acerca de ciertos sucesos, individuos y hechos, de los cuales no goza de experiencia directa. Al emplear los estereotipos, las cosas, hechos y personas ocupan un determinado lugar en el mundo, y se piensa que su comportamiento corresponderá a lo que esperan de ellos. Por ejemplo, cuando un individuo observa en la calle a un grupo de jóvenes vestidos de negro y con el cabello largo, muchas veces deduce que les gusta un género musical en particular (rock o metal) o asume una conducta concreta hacia ellos.

Los estereotipos, al ser imágenes mentales y preconcebidas, se configuran a través de distintas fuentes. Influyen factores como la cultura, los libros, las obras de artes, los relatos periodísticos, el acceso a la información, el interés, la monotonía, la opinión pública, la censura y el secretismo; pero también los círculos sociales a los que el individuo pertenece. Esta pertenencia señala y limita la información que los individuos conocen acerca del entorno.

La censura intercepta y limita la transmisión y el acceso a la información e ideas; así como prohíbe o regula que algunos hechos sean de dominio público debido a intereses económicos políticos o sociales.

 

Los Estereotipos como Símbolos

Para Jung, en Metáforas del símbolo, “cada fenómeno psíquico es un símbolo si se supone que afirma o significa algo ulterior diferente que por el momento escapa a nuestro conocimiento” (Trevi, 1996, pág. 23).  El símbolo es privativo del ser humano, “tiene el poder de evocar una realidad física o espiritual, corpórea o psíquica, que no le es inherente por naturaleza […], [y es] la dimensión que adquiere cualquier objeto (artificial o natural) cuando este puede evocar una realidad que no es inmediatamente inherente” (ibid., pág. 2). Se puede considerar que los símbolos son formas de afrontar el mundo de manera anticipada. “El símbolo, en ese sentido, debe ser considerado como la mejor expresión posible y formulable de aquello que es ignoto” (ibid., pág. 38). A partir de estas definiciones, consideramos que los estereotipos realizan el mismo proceso que el símbolo, pues caracterizan por ser operaciones psíquicas que refieren lo desconocido (lo no vivido).

Los estereotipos son producto de una actividad psíquica que provee de ideas preconcebidas al individuo mediante el cual pretenderá dar sentido a sucesos desconocidos que ocurren en su entorno, para así luego asumir una determinada actitud o comportamiento hacia ellos. Por ejemplo, cuando alguien nos relata algo sobre un chino o un alemán y nunca conocimos directamente a alguno de ellos, empleamos imágenes que se encuentran almacenadas en nuestra mente para intentar dar sentido y formar una opinión sobre ellos, así estas imágenes sean ciertas o no. Puede que los estereotipos no formen una imagen completa, pero son la imagen de una realidad probable.

Los símbolos, al igual que los estereotipos, son estructuras posibles de una realidad o futuro; son “el medio a través del cual la energía psíquica se convierte en proyectos de existencia, en estructuras posibles, en esbozos formales del futuro” (Trevi, Op. Cit., pág. 7). Los estereotipos revelarían lo que Jung (ibid.), en alusión al símbolo llamó el “todavía-no”. Esto es lo posible o probable de una acción inconsciente, lo aún desconocido por el individuo.

Trevi usa la metáfora de la sombra para ahondar en la explicación del símbolo. Considera que los símbolos construyen una figura acerca de las cosas de las cuales el individuo no posee experiencia directa; es decir, lo no vivido. “La Sombra es la imagen oscura proyectada por un cuerpo opaco expuesto a la luz” (ibid., pág. 126). Al realizar esta afirmación alude a la luz que permite la existencia de la sombra.

De acuerdo con ello, un objeto que se encuentre en la oscuridad absoluta carece de sombras y partes oscuras. Para Trevi la sombra no quita nada a la luz, si no que esta es consecuencia natural de la luz misma. “La Sombra es entonces el tono oscuro que subraya y exalta la parte no alcanzada directamente por la luz. Aquí la Sombra no es privación de nada, sino que es la indicación que permite que surjan las figuras” (Op. Cit., pág. 127). De este modo, gracias a la sombra se revela el relieve, espesor y corporeidad haciendo posible apreciar solo una parte o línea que define y rodea a los objetos, cosas y personas: lo que, a fin de cuentas, se considera como “figura”.

Siguiendo la línea de razonamiento, se puede concluir que los estereotipos al ser sistemas simbólicos actúan de la misma forma que la sombra, revelando particularidades y dando paso a la conformación de una figura acerca de las cosas, sucesos y personas de las cuales el sujeto no conoce directamente. Por ejemplo, cuando un individuo conoce por primera vez a un hombre andino hace uso de las imágenes o símbolos de su estructura mental, la cual ha adquirido de su círculo social, cultura, libros, obras de arte y demás, a lo largo de su vida. Estos le sirven para configurar una figura acerca de la persona, dotándole de características, algunas ciertas: agricultor o campesino, otras erradas: “motoso”, “sin cultura”, entre otros. Es en la estructura mental donde se ordena el sistema de estereotipos. Cuando una persona estereotipa a otra es porque en su estructura mental a registrado o recogido una serie de imágenes que terminan mezclándose y conformando una figura.

Las operaciones descritas se realizan en la psique de los individuos en base a los estereotipos que se encuentran almacenados en su mente. En ella, “la figura se ha reducido pues a su solo perfil, a una apariencia sin cuerpo y sin particulares que de todos modos aún se diferencia del resto del campo visivo a través de un tenue contraste de tonos” (Trevi, Op. Cit., pág. 128). Vale decir, la figura no muestra lo real y exacto solo exhibe una parte de ella.

La construcción de la figura tiene una relación dinámica de la sociedad, la cultura y la psique individual que permite evocarla. Ya que como Trevi (Op. Cit.) ha señalado, el símbolo es:

 

el producto del inconsciente o, mejor, el producto de la reacción entre la conciencia, que lleva la herencia de los valores colectivos explícitos de una civilización en transformación perpetua, y el inconsciente, […], de las estructuras intemporales sin las cuales no podríamos llegar a conjuntar en un mismo discurso el hombre del neolítico y el hombre de nuestro tiempo […] (pág. 10).

 

En consecuencia, en diferentes tiempos y sociedades se van configurando una variedad de estereotipos y estos al mismo tiempo dan lugar a la construcción de figuras. Para el caso del artículo se examinará acerca de los estereotipos étnicos y sociales.

Antes de adentrarnos en el tema de los estereotipos étnicos, es importante referirnos al concepto de “etnia”, el cual alude “al grupo de personas que comparten una misma herencia cultural, tienen antepasados comunes, hablan una misma lengua, practican la misma religión, comparten costumbres e identidad social” (Migliorati, Fraile Aranda y Cano González, 2016, pág. 768). En otras palabras, el término posee un carácter cultural.

A partir de esta premisa, se puede enunciar que los estereotipos étnicos son un conjunto de ideas o creencias que los miembros de un determinado grupo comparten alrededor de las características culturales de los miembros de otro grupo. Los estereotipos, en este contexto, tienden a la categorización social. Espinosa et al. señalan que “la segmentación del ambiente en categorías sociales cumple una función fundamental para la supervivencia, pues permite guiar las actitudes, acciones e intenciones de comportamiento” (2007, pág. 299).

En la categorización social se asume a un individuo como miembro de un grupo con el cual comparte rasgos físicos, valores y otras características (Pancorbo Valdivia, 2010). Dicho de otra manera, la categorización permite clasificar a un determinado grupo de acuerdo con sus costumbres, conductas, rasgos físicos y, al mismo tiempo, consiente que el individuo pueda identificarse con un grupo social concreto.

Para Baron y Byrne (Migliorati, 2013), los estereotipos étnicos son “un conjunto de nociones preconcebidas en relación con varios grupos, en las que hay una fuerte tendencia a generalizar a los individuos exclusivamente sobre la base de su pertenencia a determinados grupos raciales, étnicos o religiosos” (ibid., pág. 47). En este sentido, cuando un individuo hace uso de estereotipos étnicos, tiende a universalizar características o atributos de un sujeto hacia todo un grupo y también viceversa, es decir, se configuran ideas positivas o negativas en torno a un conjunto de personas o individuo.

Las “generalizaciones sin fundamento que desvalorizan a determinados grupos sociales y derivan en conflicto intergrupal” (Pancorbo, et al., 2011, pág. 313) se vislumbra en las relaciones intergrupales dentro de la sociedad. De la misma forma, “los estereotipos permiten categorizar a los grupos de modo que se puedan establecer diferencias y similitudes entre ellos, lo que permite explicar mejor el mundo social” (Pancorbo Valdivia, 2010, pág. 5).

El fenómeno de los estereotipos étnicos viene acompañado del prejuicio, el cual es “visto como carga afectiva negativa que puede ser dirigida directamente a un grupo como un todo o a un individuo por su pertenencia a ese grupo” (Espinosa, et al., 2007, pág. 303). Ello explica que los individuos asuman una actitud hostil hacia una persona del grupo presuponiendo que este comparte las mismas características o atributos del grupo al que se le relaciona o adscribe:

 

… el prejuicio es una ideología que justifica la desigualdad entre los grupos, y esto se consigue no solo con una imagen negativa de otros grupos, sino a veces transmitiendo una imagen positiva de ellos, aunque limitada a ciertas dimensiones (por ejemplo, los miembros de ciertos grupos pueden ser vistos como “espontáneos”, “afables”, “divertidos”, y aunque esto sea positivo, puede estar favoreciendo el mantenimiento de este grupo en una situación de inferioridad) (Moya y Puertas, 2008, pág. 9).

 

Dicho de otro modo, los prejuicios empleados en las relaciones intergrupales puede que no posean una carga negativa para el grupo o persona al que se adscribe, pero sí determinan o evidencian una distancia jerárquica entre grupos o individuos (poder y estatus). Asimismo, determinarán las actitudes y comportamientos que exterioricen como la discriminación, intolerancia e incomprensión entre diferentes grupos étnicos.

En cuanto a los estereotipos sociales, estos pueden definirse como un conjunto de creencias que los miembros de un determinado grupo comparten alrededor de las características de otro grupo social o del mismo. Para Mackie los estereotipos sociales se trata de “aquellas creencias populares sobre los atributos que caracterizan a un grupo social (por ejemplo, los alemanes, los gitanos, las mujeres), y sobre las que hay un acuerdo básico” (González, 1998, pág. 79).

Por su parte, Tajfel define: “…los estereotipos como ciertas generalizaciones, cuya principal función es la de simplificar o categorizar la información externa percibida por el ser humano, para conseguir la adaptación al medio. Cuando son compartidos por un gran número de grupos o entidades, se hablará de estereotipos sociales” (Galán Fajardo, 2006, pág. 60).

Los estereotipos sociales, al igual que los étnicos, se originan de la categorización y generalización del entorno social y este proceso se realiza con el fin de llegar a entender o dar sentido a la realidad. “El entorno social se categoriza constantemente según núcleos sociales, distinguiendo entre los intragrupos (nosotros) y los extragrupos (ellos)” (Roca, 2006, pág. 150).

La categorización y generalización de los estereotipos hace posible que existan dos grandes grupos: los estereotipos positivos y negativos. Los primeros son atribuidos al intragrupo (nosotros) y los segundos vinculados al extragrupo (ellos). Para Roca “partiendo de esta clasificación, nacen las subcategorías, que varían según el contexto en el cual nacen, se desarrollan y se utilizan los propios estereotipos. Así, cada subcategoría se puede ir dividiendo hasta llegar a un elevado grado de descripción” (Op. Cit., págs. 150-151). Un ejemplo de lo mencionado son los estereotipos sociales de género.

Los estereotipos sociales se originan en el momento en que son aceptados y compartidos por un gran número de individuos. Son evasivos, pero no fijos, dado que pueden sufrir cambios; a su vez, no son innatos, porque se aprenden en el transcurso de la interacción social del individuo. Es decir, el individuo no nace con un número determinado de estereotipos, sino que son aprendidos en las relaciones intergrupales a lo largo de su vida.

 

Los Estereotipos en los Medios de Comunicación: Perú

En diferentes estudios realizados en el país se han encontrado una serie de estereotipos que alcanzaron no solo a personas de origen andino, sino también negro, criollo, entre otros (Muñoz Ruiz, 2014; Infante, 2016; Llanos, 2018; Alarcón y Torres, 2016). En los dos primeros análisis se hallaron estigmas vinculados a la política; se habla de un tipo de estigma que forma parte de una discriminación. Si bien, este fenómeno no es propiamente un estereotipo, forma parte de un proceso social en el que se evidencia la discriminación hacia individuos por su modo de pensar, hablar, actuar, vestir, entre otros.

En el caso de la investigación de Muñoz, El peruano como estereotipo y estigma. Cultura e identidad nacional en la televisión peruana (2014), el autor sostiene que los medios de comunicación y, en especial la televisión de señal abierta, son un espacio muy importante para la afirmación y construcción de la identidad del peruano. En este se exhiben distintos estereotipos que no ayudan a la construcción de la identidad nacional.

 

…la televisión peruana de señal abierta es una réplica de la dinámica afirmativa de la cultura occidental, transnacional y etnocentrista, la misma que genera estereotipos y estigmas que reproducen prejuicios almacenados por siglos en la memoria colectiva y alientan el racismo, la discriminación, la homofobia y el complejo de inferioridad; por lo tanto, es desfavorable para los procesos de afirmación de la cultura e identidad nacional (Op. Cit., párr. 4).

 

El mencionado artículo analizó dos de los programas de la televisión peruana con mayor rating: la miniserie Al fondo hay sitio (AFHS) y el programa cómico El especial del humor (EDH). Su elección obedeció a sus altos niveles de sintonía en sus respectivos horarios. Los resultados obtenidos pusieron de manifiesto la existencia de un conjunto de estereotipos y estigmas que fueron representados por sus personajes; siendo los estereotipos del criollo y del “cholo acriollado” los más usados.

Basados en la metáfora de la sombra, podemos ver cómo a través del uso de una serie de estereotipos que muestran una parte del mundo real se constituyen las figuras del “criollo y del cholo acriollado”. Al primero se le atribuye la imagen de un individuo alegre, ingenioso, superficial, gracioso y mujeriego, pero, al mismo tiempo, transgresor de las normas en detrimento del Estado y de individuos que considera inferiores: el niño, el cholo, el negro, la mujer y el gay. Mientras que al segundo se le adscriben los estereotipos de una persona con rasgos indígenas, feo, mal hablado y agresivo; aunque también, trabajador, chistoso y solidario; sin embargo, se le ubica en un lugar social inferior, debido a que ocupa un puesto sin prestigio.

El estudio de Infante (2016) analizó la construcción de estigmas y estereotipos sociales en la cobertura periodística de los conflictos sociales en Conga, La Parada y la Universidad de Huamanga. Por ejemplo, en el caso de Conga, identificó el uso de expresiones como “violentistas”, “revoltosos”, “terrucos” usadas en la prensa para referirse a los ciudadanos que rechazaban la ejecución del proyecto minero. Infante analiza cómo los estigmas sociales han servido para asignar y legitimar determinadas marcas o señales –sean reales o imaginarias– de grupos sociales subalternos desde las clases dominantes a partir de una diferenciación entre nosotros, clase dominante, (los buenos) y los otros, clases subalternas, (los malos). La descalificación a la protesta social en la prensa se argumenta a partir de esta moral de lo bueno y lo malo, los buenos y los malos, desde la perspectiva de cada periodista. Infante también señala que el uso recurrente de estos estigmas sociales son una praxis y sello de la historia política y social del Perú para descalificar la protesta social. A los ojos del investigador, esto supone un peligro para la conclusión del proceso de la construcción de la nación en Perú.

Llanos (2018), sustenta que los medios de comunicación simbolizan un espejo a través del cual se manifiestan determinados aspectos culturales estereotipados que se encuentran al servicio del entretenimiento comercial. Es así que medios como el cine, la televisión y la publicidad emplean estereotipos que son simplistas y caricaturescos con el objetivo de captar la atención de su público objetivo; sin tomar en cuenta que las imágenes presentadas pueden reforzar prejuicios en la población. Algunas de las representaciones registradas en el análisis son las de aristócrata-pituco, cholo-chicha, criollo-pendejo, afro-negro-zambo, entre otros.

Alarcón y Torres (2016), señala que los espacios en el cual más se registran estereotipos son los medios de comunicación en los cuales la publicidad y el cine hacen uso de ellos. Las agencias de publicidad hacen uso de los estereotipos para motivar el consumo, mientras que el cine los usa para dar a los espectadores lo que esperan de ciertos personajes. Los autores antes mencionados analizan los estereotipos sobre la mujer andina que se difunden en programas humorísticos de la televisión peruana, y concluyen que la representación que se exhibe de la mujer andina es parcial e incompleta con relación a la realidad; estas representaciones producen una categorización racista sobre las mujeres andinas.

Los estudios mencionados muestran el papel que desempeñan los medios de comunicación, de los que la prensa forma parte, en la construcción de la percepción del público sobre determinados grupos sociales y culturales; así como en la construcción y transmisión de estereotipos y estigmas sobre éstos. Estos estereotipos devienen en prejuicios, discriminación y racismo hacia grupos sociales concretos, asimismo perenizan distancias jerárquicas y dificulta la conformación de una nación democrática y plural sobe la identidad peruana.

 

Materiales y métodos

El presente artículo analizó artículos periodísticos publicados en diversos diarios de alcance nacional (El Comercio, La República, Perú21, Trome, El Peruano, Ojo, Correo y Gestión) entre los años 2014 y 2015. De un universo de más de 5,840 ediciones periodísticas emitidas por los diarios antes mencionados en el tiempo propuesto se optó por una selección de muestras no probabilística, sino crítico –el cual permitió analizar el discurso en tres procesos que parten del texto, el pretexto y el contexto (Infante y Llantoy, 2019)–. Esto permitió “realizar la elección de la muestra de manera razonada” (Sierra Bravo, 2005, pág. 199) centrada únicamente en las ediciones periodísticas relativas a los conflictos mineros en Conga, Tía María y Las Bambas.

Además, el artículo se apoyó en el método de análisis de contenido expuesto por Sierra Bravo, el cual nos permite observar y reconocer el significado de los elementos que conforman los informes periodísticos (palabras, párrafos, titulares, frases, entre otros), y luego clasificarlos para su análisis y explicación. El análisis de contenido es una técnica que permite formular inferencias sobre ciertas características identificadas en el texto (Hostil y Stone citados en Andréu, 1998).

Para la selección cualitativa de la muestra se tomó el criterio de “saturación de la información” expuesto por Sandoval (1996), el cual permitió identificar y seleccionar los sucesos de relevancia que ayudaron en el desarrollo del análisis. El autor señala que este criterio se origina “cuando ninguna información de la que se continúa recolectando aporta elementos nuevos a lo que ya se logró establecer en las etapas previas de captura de datos. Asimismo, cuando los casos negativos han sido debidamente confrontados y esclarecidos” (pág. 160). La finalidad de esta técnica es buscar la saturación de los discursos en función a los temas de interés del estudio (Serbia, Cit. en Infante y Llantoy, 2019). Además, se empleó información registrada por la Defensoría del Pueblo que facilitó la discriminación de los acontecimientos ocurridos en cada conflicto social (Conga, Tía María y Las Bambas) en los años 2014 y 2015, y de algunos sucesos de trascendencia identificados por el autor.

 

Discusión de Resultados

Estereotipo del violento

En el contexto de los conflictos mineros de Conga, Tía María y Las Bambas en los años 2014 y 2015, la prensa de circulación nacional construyó una narrativa discursiva sobre los hombres andinos, residentes de las zonas en conflicto, como sujetos violentos. La construcción del estereotipo del “violento” se ordenó a partir de tomar como ejemplo del colectivo la conducta de algunos individuos. La estigmatización de los sujetos procedentes de un determinado origen territorial se asoció a acciones de daño, perjuicio o destrucción, ataque, atentado, intimidación y actos delincuenciales.

Portada de Ojo, 15 de mayo de 2015
Imagen 3. Portada de Ojo, 15 de mayo de 2015.

El análisis de Infante coincide con el presente estudio al detectar que el discurso de la prensa reprodujo imágenes peyorativas sobre los habitantes de las zonas en conflicto que participaron de las protestas como sujetos violentos e irracionales, e incluso se les llamó terroristas. El uso de esta figura, remite al pasado conflicto armado interno entre el Estado peruano y los grupos alzados en armas durante las décadas de 1980 y 1990, tuvo la intención de hiperbolizar el grado de violencia y criminalizar a los manifestantes. En estas representaciones periodísticas centradas en los actos violentos e irracionales no se analizan los motivos que suscitaron dichos conflictos.

En el conflicto de Tía María, se ubicó una figura particular, el “espartambo”. Este término une dos aspectos: al “espartano”, soldado de la fuerza militar de la ciudad-Estado de la antigua Esparta; y otra de origen territorial, “Tambo”, referido al hombre del valle homónimo. Desde el discurso de la prensa, el término alude a un grupo conformado por reservistas y exmilitares, quienes habrían participado como fuerza de choque en las protestas. Los llamados por la presna como “espartambos” contaban con una organización y estrategias para hacer frente a las fuerzas del orden, desplegando acciones de carácter violento, equipados con escudos de madera y huaracas. Por medio de esta figura la prensa pretendió sobredimensionar el grado de violencia de los manifestantes en el distrito de Islay, en Arequipa.

 

Estereotipo del agitador

La imagen del agitador fue otro estereotipo usado en la prensa peruana para denominar a los pobladores y dirigentes sociales que mostraban su rechazo a la ejecución de los emprendimientos extractivos. Desde la visión de los diarios analizados, los agitadores aprovechan la desinformación de un sector de la población para incentivar a que participen de manifestaciones y protestas en contra de la ejecución de los proyectos mineros que detienen la inversión en el país. Maquet (2013) menciona que los agitadores son quienes tienen la capacidad de movilizar a miles de ciudadanos que, cegados por la ignorancia, son proclives a la manipulación. En igual sentido, Borda menciona que los agitadores son individuos relacionados con grupos de izquierda que buscan “desestabilizar el progreso económico y democrático del país” (Borda, 2013, pág. 329). El análisis realizado para este artículo develó que el estereotipo del agitador era empleado en la prensa para vincular a líderes sociales como autores del caos y el desorden colectivo.

En la prensa se detectó el uso del estereotipo del agitador para llamar a los autores y partícipes evidentes en las protestas sociales, y el de azuzador para referir a los individuos que “actúan desde las sombras” para movilizar a un sector de la población en contra de los emprendimientos mineros, pero que no participan públicamente de estas movilizaciones.

 

Estereotipo del extremista

Un tercer estereotipo detectado en la prensa fue la denominación de los manifestantes como extremistas. Jabardo Montero (1998) menciona que el extremista es aquel caracterizado por usar procedimientos que se alejan de lo moderado, y quien recurre a comportamientos extralegales, como la violencia como medio para lograr sus objetivos.

Silva Santisteban (2016) menciona que los medios de comunicación resaltan que los manifestantes recurren a acciones violentas para detener el desarrollo de la actividad minera en el Perú.

 

 

Estereotipo del radical

Maquet (2013) analizó cómo los grupos políticos opuestos al desarrollo de la actividad minera son denominados radicales o de ideología radical. Sumado a esto, para Silva Santisteban (2013) el estereptipo del radical político remite a quienes son ideológicamente inflexibles. Ambos autores concuerdan con que la imagen del radical es usada con fines de descalificación.

En el análisis de prensa realizado se encontró que al de denominar a los opositores a estos proyectos mineros como radiales se buscaba afianzar en los lectores una idea de los manifestantes como seres inflexibles que no admitían ninguna posibilidad de negociación.

 

 

Estereotipo del antiminero

Como último resultado del análisis se halló el estereotipo del antiminero. Bedoya y Puma (2013) y Maquet (2013) argumentan que la imagen del antiminero busca reducir la oposición de los actores a una irracionalidad: “se oponen por oponerse” a la actividad minera.

En la revisión de prensa realizada se encontraron cuatro adjetivaciones del estereotipo del antiminero: el terrorista antiminero, el antiminero antidesarrollo, el antiminero radical y los antimineros espartambos.

Silva Santisteban (2016) y Bedoya (2015) mencionan el uso del califiativo del antiminero-terrorista, esgrimido en la prensa y por representantes del gobierno peruano, con la intención de asociar las protestas de los movimientos sociales antimineros con la actuación de Sendero Luminoso y el MRTA en las décadas de los 80 y 90. El mensaje es asociar la oposición a los emprendimientos mineros con la meta de alcanzar la victoria a cualquier costo, incluso el terror.

 El estereotipo del antiminero antidesarrollo para Bedoya (2015) y Silva Santisteban (2016) construye una imagen de sujetos definidos como “enemigos del país” y antipatriostas que se oponen a la inversión y del crecimiento económico del Perú. Los antimineros antidesarrollo también son asociados a la imagen del “perro del hortelano”, coloquialmente entendida como aquel que “no come ni deja comer”, es decir de sujetos que no aprovechan los recursos de su territorio, pero que tampoco permiten que nadie más los aproveche. En la revisión de prensa también se encontró que el antiminero antidesarrollo era considerados agentes de atraso y la pobreza.

Perú21, 18 de mayo del 2015, p. 2
Imagen 4. Perú21, 18 de mayo del 2015, p. 2.

El estereotipo del antiminero radical, presente en el trabajo de Silva Santisteban (2016), muestra a individuos opuestos al desarrollo de toda actividad minera desde una posición tajante e innegociable.

 

 

El último estereotipo, propia del conflicto en social en Tía María, fue el del antiminero espartambo. Ugarte Cornejo (2018) los define como las fuerzas de choque de las protestas y quienes implementan las estrategias para confrontar a la policía armados de huaracas y escudos de madera, pero también de los conocimientos de formación y combate que tienen por ser exmilitares o reservistas.

 

Conclusiones

En el contexto de los conflictos mineros de Conga, Tía María y Las Bambas se realizó un análisis sobre los estereotipos difundidos por periódicos de circulación nacional (2014-2015) sobre los hombres andinos que participaron de estas manifestaciones. El estereotipo más recurrente fue el del manifestante violento, pero también se encontraron los de agitador, azuzador, radical, extremista y antiminero. Sobre este último se identificaron algunas variaciones: antiminero-terrorista, antiminero-antidesarrollo, antiminero-radical y antiminero-espartambo.

Los conflictos mineros de Conga, Tía María y Las Bambas generaron una polarización social extrema sobre si los proyectos mineros debían ejecutarse o no. Asimismo, un desencuentro entre las poblaciones andinas de las zonas directamente afectadas, quienes a través de manifestaciones y paros mostraron su rechazo a estos proyectos; o bien, exigían su regulación ambiental y social. Los habitantes de otras regiones del Perú, alejados de estas zonas en conflicto consideraban irracionales estas protestas, ya que para ellos la explotación minera únicamente es sinónimo de desarrollo y progreso.

Considerando que los estereotipos actúan como símbolos se puede concluir que los estereotipos identificados antes mencionados en su conjunto integran un estereotipo macro sobre los hombres andinos que participaron de estas manifestaciones. Este estereotipo macro construyó una imagen sobre los habitantes de estas regiones como sujetos irracionales opuesto al desarrollo minero en su territorio. Sin considerar las razones culturales, ambientales y sociales que detonaron estas protestas.

A su vez, de manera indiferenciada en la prensa se usó los términos agitador y azuzador, aun cuando hay diferencias y matices conceptuales entre ellos. El primero, alude a un autor inmediato, mientras que el segundo a un autor mediato. Un caso similar, ocurre con los términos radical y extremista que, a pesar de las similitudes semánticas, mantienen diferencias conceptuales. Radical sugiere la adopción tajante de una posición política e ideológica, mientras que extremista apunta a procedimientos extralegales donde se destaca el empleo de la violencia.

Ahora bien, las figuras del terrorista y el espartambo se presentan en el discurso de la prensa para hiperbolizar el grado de violencia ejercida por los manifestantes en el panorama de los conflictos mineros. El primero remite a la imagen de individuos que pertenecen a grupos involucrados en el conflicto armado interno en las décadas de 1980 y 1990 en el Perú. El segundo señala una agrupación cuasi militar organizada para hacer frente a las fuerzas del orden, conformado por reservista y exmilitares, equipados con escudos de madera y huaracas.

El estereotipo del terrorista antiminero promovido por Julio Morriberón, representante de la empresa de Southern Cooper Corporation, no logró calar en la opinión pública por lo que se encontró mencionado en un reducido número de publicaciones periodísticas.

Cabe señalar que la revisión de prensa realizada para este artículo no identificó estereotipos positivos sobre los hombres andinos que participaron de la manifestaciones en los conflictos mineros de Conga, Tía María y Las Bambas (2014-2015). Pero tampoco se hallaron estereotipos de corte étnico sobre este sector de la población.

Los estereotipos que configuró la prensa de circulación nacional dieron paso a la categorización y generalización de un sector de la población que mostró su rechazo a la ejecución de proyectos mineros. Esto ocasionó que en los reportajes no se mencionara la ideología o ideas de los manifestantes, la actividad económica tradicional de la zona, las preocupaciones de los pobladores originarios por la contaminación ambiental de su territorio, entre otros.

 

 

Notas:

[1] Rod Rosberg Bendezú Pérez. Licenciado en Ciencias de la Comunicación por la Universidad San Cristóbal de Huamanga. Correo: Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.

 

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Cómo citar este artículo:

BENDEZÚ PÉREZ, Rod Rosberg, (2022) “Los conflictos mineros en el Perú y la construcción de estereotipos sobre el hombre andino. Los casos de Conga, Tía María y Las Bambas”, Pacarina del Sur [En línea], año 13, núm. 48, enero-junio, 2022. ISSN: 2007-2309.

Consultado el Viernes, 29 de Marzo de 2024.

Disponible en Internet: www.pacarinadelsur.com/index.php?option=com_content&view=article&id=2050&catid=8