Las muchas maneras de ser masculino

El texto que presento a continuación discute cómo es que se da la materialidad de los cuerpos en términos de Judith Butler para poder comprender plenamente qué papel juega en los procesos de definición de las identidades sexuales y genéricas. Particularmente me interesa observar cómo opera la masculinidad hegemónica en la constitución del varón en las sociedades urbanas contemporáneas y tratar de comprender el papel que juega el cuerpo en la construcción de las identidades y particularmente en las masculinas, que se salen de la norma heterosexual.

Palabras clave: Materialidad, cuerpo, masculinidad, sexualidades disidentes

 

Introducción

A pesar de que la preocupación en torno al cuerpo no es nueva y que gran cantidad de pensadores se han referido a él desde las más diversas disciplinas y desde tiempos inmemorables, resulta novedoso su análisis desde las disciplinas sociales y humanas que ha llevado la discusión, de la noción de tener un cuerpo a la de ser un cuerpo. Visto así, el cuerpo adquiere una dimensión totalmente   distinta, pues pasa de ser objeto a ubicarse como aspecto que da sentido al sujeto en el contexto social.

En este artículo, me interesa desentrañar cómo es que se da la materialidad de los cuerpos en términos de Judith Butler para poder comprender plenamente qué papel juega en los procesos de definición de las identidades sexuales y genéricas. Particularmente me interesa observar cómo opera la masculinidad hegemónica en la constitución del varón en las sociedades urbanas contemporáneas y tratar de comprender el papel que juega el cuerpo en la construcción de las identidades y particularmente en las masculinas, que se salen de la norma heterosexual.

Así, me interesa explorar el tema del cuerpo en un sentido amplio; no se trata de trabajar únicamente con la apariencia corporal, pues ello es sólo un minúsculo detalle. Lo que deseo es desentrañar las relaciones que se establecen entre ésta y otras dimensiones que hacen inteligible al sujeto.

Debo aclarar que la masculinidad, desde la perspectiva aquí trabajada, tiene un sentido profundamente inestable, debido a la manera tan variable en que se le construye. Si bien existen elementos comunes que se suelen utilizar para definir genéricamente a los sujetos, las expectativas sociales varían incluso en el mismo contexto en función de otras dimensiones no menos importantes como pueden ser la clase o la etnia.


Por otra parte, la manera de plantear la discusión en este trabajo tiene una razón metodológica, y es ir enfocando la atención del lector hacia la manera en que se ha materializado el cuerpo a partir de la visión cartesiana de occidente, que lo separó del sujeto, lo que ha repercutido en sus usos y valoraciones contemporáneas.

David Le Breton, el eminente antropólogo francés, afirma que es necesario en esta discusión, ubicar al cuerpo en el individualismo contemporáneo. De acuerdo con este autor, en el distanciamiento de la dimensión comunitaria, los sujetos se separaron, rompieron con la idea de ser uno con el universo que los rodea. Así el sujeto se escindió del cuerpo por un lado, y por otro perdió sentido que guardaba su relación con la naturaleza.

…el aislamiento del cuerpo en las sociedades occidentales nos habla de una trama social en la que el hombre está separado del cosmos, de los otros y de sí mismo. El cuerpo, factor de individuación en el plano social y en el de las representaciones, está disociado del sujeto y es percibido como uno de sus atributos. Las sociedades occidentales hicieron del cuerpo una posesión más que una cepa de identidad. (Le Breton, 2002 b, 22)

Las transformaciones que se dieron en los dos últimos siglos vinieron a marcar una nueva comprensión del sujeto, tal como lo explica Foucault, y con ello la concepción en torno al cuerpo, pues ya no se trata de referirse a la objetividad de la carne, sino de comprender cómo esas relaciones que se establecieron entre el sujeto y la parte material del cuerpo se vieron mediadas por una serie de imperativos que fueron construidos a lo largo de los siglos dándole sentido a la masculinidad, elemento central de este artículo.

Si bien en la modernidad se propicia un individualismo que se sigue reproduciendo, el cuerpo posmoderno se concibe como metáfora, como el único espacio sobre el que el individuo tiene poder de acción. Se construye así la idea de que el sujeto realmente tiene capacidad de acción sobre un cuerpo, al que supone que puede modificar a su libre arbitrio, es ahí donde imagina que puede realmente tomar sus decisiones de manera independiente, sin darse cuenta de que hasta el hecho de tomar esas decisiones pasa por los mismos discursos a los que quiere cuestionar con su acto. Cabria preguntarse entonces ¿cómo reconocer la producción de ciertos actos que vienen a cuestionar una diversidad de formas normativas que adquiere la acción sobre el cuerpo?, es decir, ¿a qué elementos se acude en ese intento por cuestionar formas que pretenden dar coherencia a la relación cuerpo, género, deseo?

Tan solo pensemos en el rostro, éste se ha convertido en un elemento de angustia, principalmente debido a que las sociedades contemporáneas lo volvieron factor de aceptación o rechazo, pero con los productos y tecnologías contemporáneas se ha convertido también en el mayor ámbito de acción del sujeto para modificarlo, para transformarlo, para hacer de éste una creación personal, aunque sin perder de vista que esa creación debe responder a los criterios convencionales.

En el ámbito de ese individualismo se dan procesos contradictorios, pues por un lado el cuerpo es el campo de acción del sujeto, lo manipula, lo modifica, actúa sobre él para reforzar esa individualización, pero el resultado final suele ser la asimilación a los otros cuerpos cuyas búsquedas son semejantes: así, es imperativo actuar para lograr el objetivo de ser igual a los demás.

Las formas de disciplinamiento del cuerpo, los estándares culturales para la construcción de los cuerpos, conllevan la implementación de modelos más o menos rígidos. Muchos de los procesos de individuación derivan en otros de homogenización en los que se reproducen fielmente ciertos estándares culturales. En el afán de destacar frente a los otros también existen reglas que cumplir: una de ellas y quizás la más importante es que en ese proceso es preciso mantenerse dentro de los parámetros convencionales, salirse de ellos, subvertirlos o transgredirlos tiene como consecuencia la exclusión.

Cuando el cuerpo se transforma en posesión pasa a formar parte de los circuitos de consumo que las sociedades contemporáneas han generado. En ellas, el consumo de bienes simbólicos y culturales es un proceso cuya acelerada dinámica ha estimulado la generación de nuevas prácticas socioculturales, las cuales siguen la lógica establecida en las sociedades globalizadas, cuyos modelos se implantan sin considerar las diferencias individuales y sociales.

 

De los varones

La masculinidad, discutida en este texto, se ha definido de acuerdo con una serie de rasgos culturales que cada sociedad determina. Los hombres a los que hago alusión salen del estereotipo del sujeto gay, que desde la primera mitad del siglo XX se fue construyendo, y que configuró personajes característicos de un contexto que no admitía formas alternas de definición de lo masculino. Ese estereotipo estaba constituido por hombres afeminados que aparentemente no tenían otra manera de ser homosexuales. Eran sujetos visibles y por tanto objeto de las más variadas formas de violencia.

De hecho, lo que deseo desarrollar en este texto es una idea que Judith Butler ha expresado muy claramente cuando afirma que:

La suposición de un sistema binario de género mantiene implícitamente la idea de una relación mimética entre género y sexo, en la cual el género refleja al sexo o, si no, está restringido por él. Cuando la condición construida de género se teoriza como algo radicalmente independiente del sexo, el género mismo se convierte en un artificio vago, con la consecuencia de que hombre y masculino pueden significar tanto un cuerpo de mujer como uno de hombre y mujer y femenino tanto uno de hombre como uno de mujer (Butler, 2001: 39)


Mi intención es aportar a que podamos entender que la masculinidad, como la sexualidad, son diversas, y que en ello radica su riqueza. En este sentido es importante señalar que ni el término mujeres ni el de hombres alcanzan a abarcar a los sujetos que supuestamente designa, puesto que cuando yo digo mujer estoy suponiendo que constituyen un grupo homogéneo y que por tanto no existen diferencias importantes entre ellas. Por ello, es indispensable tomar en cuenta dimensiones como raza, etnia y clase social, en un lugar y un tiempo determinados, que marcan de una manera importante la forma que se establecen las relaciones inter e intragenéricas, en espacios y tiempos específicos.

En este sentido, es importante considerar la manera en que se van constituyendo esas relaciones y los elementos que inciden en ellas. De ahí que me parezca importante recuperar parte de las ideas de Teresa de Lauretis quien afirma:

Un posible punto de partida consistiría en pensar el género de acuerdo con la teoría de la sexualidad de Michel Foucault quien concibe una “tecnología del sexo”, y en argumentar que también el género –como representación y autorrepresentación- es producto de diversas tecnologías sociales –como el cine, de los discursos institucionalizados, de diversas epistemologías y prácticas críticas, así como de las prácticas de la vida cotidiana. (De Lauretis, 1991: 234)

Esta perspectiva hace posible entender la efectividad de esas tecnologías por su abrumadora presencia en la vida de los sujetos en las sociedades urbanas contemporáneas, y más adelante señala:

De esta manera podríamos afirmar que, como ocurre con la sexualidad, el género no es una propiedad de los cuerpos ni algo existente desde el origen de los seres humanos, sino que es “el conjunto de efectos producidos en los cuerpos, los comportamientos y las relaciones sociales –en palabras de Foucault- por el despliegue de una compleja tecnología política (De Lauretis, 1991: 234)

Así De Lauretis afirma que el género es una representación, que ésta a su vez es una construcción, la cual se realiza con tanta intensidad ahora como en el pasado, y que se efectúa también a partir de su reconstrucción.

Siguiendo el planteamiento de la autora, ésta reconstrucción tiene lugar hoy en día a través de las distintas tecnologías de género:

[…] lo que estaba tratando de definir a través de la noción de un complejo de hábitos, asociaciones, percepciones y disposiciones que engendran (y asignan género) a un individuo como mujer era, precisamente, la experiencia del género, es decir, los efectos del significado y las autorepresentaciones producidas en el sujeto por las prácticas socioculturales, por los discursos e instituciones dedicados a la producción de mujeres y hombres. No era mera coincidencia, pues, que mis análisis se concentraran en el cine, la narrativa y la teoría, porque, desde luego, todas éstas son en sí mismas tecnologías del género (De Lauretis, 1991:260)

No debe perderse de vista lo que Butler llama el sentido performativo del género «[E]l género puede hacerse ambiguo sin trastornar ni reorientar en absoluto la sexualidad normativa», afirma la autora. Ambos aspectos corren por caminos distintos o al menos independientes. La ilusión ha sido pretender que transitan conjuntamente. Por tanto, el sentido preformativo del género responde a las tecnologías a las que se refiere De Lauretís y permite entonces mantener ese orden socialmente dispuesto.

Desde mi punto de vista, los imaginarios respecto de la masculinidad suelen estar construidos desde la etnia, la clase social, etcétera. La marca de género tiene que ver con las expectativas que socialmente se tienen del sujeto dentro del grupo social específico en el que éste se socializa. Es claro que para muchos sujetos ser hombre se identifica con ser heterosexual.

Los condicionamientos puestos a los varones suelen ser muy fuertes y estrictos. De la misma manera que no se acepta a las mujeres que contravienen el orden genérico establecido, en el hombre tampoco se aceptan esas actitudes o comportamientos pues abiertamente está desafiando no sólo el papel genérico masculino, sino también la norma heterosexual.

Uno de los aspectos más importantes en la construcción de lo masculino es su distinción con lo femenino como par de opuestos, al vincularlo con la distinción que se hace entre hombres y mujeres. Las distinciones nos hablan precisamente de ese sentido intersubjetivo y relacional de la identidad, y en muchos casos es la diferenciación frente al otro, la única forma de darle sentido a la construcción de ciertos elementos identitarios. Incluso en contextos de homosocialidad, en donde resulta más difícil establecer diferencias frente al otro, son los rasgos “femeninos” los que permiten su sustento. Quizás sea este espacio uno de los que más requiere de esos contrastes genéricos, por lo que puede haber una mayor predilección por personas trans que permitan este rasgo de identificación y contraste.

Me parece importante resaltar que lo que pretende mi planteamiento es negar que la oposición entre masculino y femenino se mantenga estática. Me interesa retomar la idea de la “desestabilización” del género, entender que éste ha sido construido como una forma de oponer a hombres y mujeres, y que lo que pretendo demostrar es que en nuestra vida diaria no existen expresiones monolíticas del género, sino que incorporamos constantemente cientos de comportamientos y actitudes, muchas veces de manera inconsciente, que han sido calificados en términos genéricos y que forman parte de las relaciones sociales.

Es necesario resaltar que las definiciones folk de las categorías asociadas al género tampoco son categorías estables y estáticas. De hecho las categorías asociadas al género entre otras cosas son contradictorias, y eso lo pude observar en los elementos que se utilizan para caracterizar a los varones en distintas circunstancias, pues mientras en ciertos casos se reconoce al varón por su responsabilidad ante la familia y los hijos, en otros momentos también se le reconoce por su “capacidad” para tener “más de un frente” es decir, participar en relaciones simultáneas aunque no cumpla con su papel como proveedor con ninguna de ellas. Esta es una de las razones que vuelve difícil entonces establecer los contenidos genéricos de lo masculino, por su movilidad y por lo dúctil que puede ser; como dice Butler, por su carácter performativo.

La expresión de hombres que tienen sexo con hombres (hsh) permite explorar los comportamientos sexuales de muchos sujetos, pero hace que se pierda el sentido que ellos le dan a esos mismos encuentros, su valoración y la manera en que se relacionan afectivamente. A partir de estas denominaciones las diferencias se establecen entre activos y pasivos fundamentalmente, aunque también se haga, a partir de ello la distinción entre hombre y putos en relación precisamente con su papel dentro del encuentro sexual.

La categoría de género se ha usado desde posturas esencialistas, simplemente para designar la división binaria que históricamente se ha hecho de hombres y mujeres, estableciendo una diferencia entre masculino y femenino a partir de lo cual se organizaría el mundo. Sin embargo, esta distinción genérica sigue siendo reduccionista de las diferencias sociales, al considerar que a partir de ellas quedan claras las relaciones de dominación-subordinación de los sujetos. De hecho, se hace necesario tomar en cuenta muchos otros aspectos más allá del de las relaciones de género para poder entender esa complejidad social y las desigualdades que aún al interior de los géneros se presentan.

Suele existir la idea de que el género masculino sólo puede construirse sobre un cuerpo de varón a partir de aspectos excluyentes en relación a lo femenino. Al respecto Butler señala:

La matriz cultural –mediante la cual se ha hecho inteligible la identidad de género– requiere algunos tipos de “identidades” no puedan “existir”: aquellas en que el género no es consecuencia del sexo y otras en las que las prácticas del deseo no son “consecuencia” ni del sexo ni del género (Butler, 2001: 50)

En este sentido, género no es un sustantivo, ni tampoco es una serie de atributos vagos, porque hemos visto que el efecto sustantivo del género se produce performativamente y es impuesto por las prácticas reglamentadoras de la coherencia de género. Así, dentro del discurso heredado de la metafísica de la sustancia, el género resulta ser performativo, es decir, que constituye la identidad que se supone que es. En este sentido, el género siempre es un hacer, aunque no un hacer por parte de un sujeto que se pueda considerar preexistente a la acción…no hay identidad de género detrás de las expresiones de género; esa identidad se constituye performativamente por las mismas “expresiones” que, según se dice, son resultado de esta  (Butler, 2001: 58)

La “masculinidad”, desde este punto de vista, es un asunto complejo porque requiere ser pensada como parte de las relaciones de dominación que se establecen entre sujetos, posicionados de manera desigual en el plano social; siendo el hombre el sujeto privilegiado, al que se le designan los atributos de ella y que, sin embargo, no es el único que asume esos rasgos. Hay que considerar que suele haber una referencia a las actitudes o comportamientos “masculinos” de las mujeres, cuando no asumen una posición subordinada, cuando cuestionan el sitio en el que se les quiere ubicar.


Lo que he encontrado en mis búsquedas y revisiones, es una diversidad de ideas que me permiten pensar que, como casi siempre, el sujeto hegemónico, dominante, no cuestiona su propia existencia porque no lo requiere.[2] En todo caso el discurso sólo se usa para señalar su grandeza y no para justificarse. El trabajo de los exploradores, de los científicos, de los curiosos en general siempre, o casi siempre, se dirige a conocer lo diferente, lo exótico, lo oculto, lo misterioso, y en esta búsqueda se van construyendo imágenes sobre la diferencia, que en un primer momento puede ser producto más de la imaginación que de la comprensión de lo real, y ello sucede de igual manera en la vida cotidiana.

 

La materialización del cuerpo

Es así que debemos explorar la manera en que la materialidad del cuerpo alude al género masculino. Es importante considerar lo que dice Butler siguiendo a Foucault al respecto, pues señala que esa materialidad es un efecto del poder, el más productivo. Esta idea es central en este planteamiento. Al señalarlo de esta manera, se está considerando entonces que es en el cuerpo donde se materializan los elementos que le dan sentido a este: género y sexo cobran sentido en el cuerpo, pues es ahí donde el poder se expresa plenamente.

En este sentido, lo que constituye el carácter fijo del cuerpo, sus contornos, sus movimientos, será plenamente material, pero la materialidad deberá reconcebirse como el efecto del poder, como el efecto más productivo del poder. Y no habrá modo de interpretar el “género” como una construcción cultural que se impone sobre la superficie de la materia entendida o bien como “el cuerpo” o bien como su sexo dado. Antes bien, una vez que se entiende el “sexo” mismo en su normatividad, la materialidad del cuerpo ya no puede concebirse independientemente de la materialización de esa norma reguladora. El “sexo” no es pues sencillamente algo que uno tiene o una descripción estática de lo que uno es: será una de las normas mediante las cuales ese “uno” puede llegar a ser viable, esa norma que califica un cuerpo para toda la vida dentro de la esfera de la inteligibilidad cultural» (Butler, 2002: 18)

Considero importante destacar que Butler cuando se refiere a la materialidad del cuerpo no es para hablar de la carnalidad, lo orgánico de éste, sino para exponer cómo se hacen inteligibles los elementos normativos del género y de la heterosexualidad obligatoria, de hecho es esa la razón por la que señala que la materialidad del cuerpo muestra el efecto más productivo del poder, pues produce a los sujetos que designa.

La autora formula una pregunta que no sólo es pertinente sino central en la reflexión. Si el género es una construcción ¿Quién la lleva a cabo? Y en todo caso ¿podría construirse de manera radicalmente diferente o quién determina que sea de una manera específica? Esta pregunta la hace para cuestionar la visión constructivista y darle sentido al planteamiento de la materialidad de los cuerpos.

En este sentido, no nos encontramos frente a un elemento fijo o estático (sexo) a partir del cual se construye otro “histórico” (género), sino ante elementos histórico-culturales que se materializan de distinta manera, que se encuentran formando parte de la norma heterosexual y que por tanto determinan su incorporación social.

El cuerpo por sí mismo no existe, no hay tal materia bruta pues todo cuerpo es sexuado y marcado por el género. Hay cuerpos masculinos y femeninos; incluso hay cuerpos de hombres y de mujeres, pero no hay cuerpos aislados, no hay cuerpos “a secas” pues todo cuerpo requiere de su referente.

El cuerpo no es una naturaleza. Ni siquiera existe. Nunca se vio un cuerpo: se ven hombres y mujeres. No se ven cuerpos. En estas condiciones, el cuerpo corre el fuerte riesgo de no ser un universal. (Le Breton, 2002: 25)

Y digo esto porque lo que tenemos frente a nosotros son maneras generizadas de entender el cuerpo, precisamente por ese sentido individualista de las sociedades contemporáneas a las que se refiere Le Breton. Así, al ser el cuerpo una elaboración social y cultural, podemos darnos cuenta del papel tan importante que en él juega la masculinidad, en el sentido de plantear las diferencias establecidas a partir del género. Como diría Butler, «el “cuerpo” en sí es una construcción, como los son los innumerables “cuerpos” que constituyen el campo de los sujetos con género. No puede decirse que los cuerpos tengan una existencia significable antes de la marca de su género» (Butler, 2001:41)

Como ya lo mencioné, los discursos materializan los cuerpos generizados lo que ha permitido que en él se vuelvan inteligibles las diferencias que plantean. Sin embargo lo que aquí señalo únicamente es un elemento de referencia detrás del cual encontramos una serie de aspectos que vuelven aún más complejo el sentido del género. Siguiendo a Le Breton, entonces el cuerpo no es únicamente carne y hueso. El cuerpo es además historia y cultura, es un hacer que responde al sentido que socialmente tiene. Por ello es necesario remitirse constantemente a los cuerpos históricamente construidos. Es comprensible entonces que las prácticas corporales permitan agregar nuevos elementos a los discursos de género y con ello a las orientaciones sexuales, entendiendo las prácticas corporales como las “disciplinas” de las que habla Foucault, es decir, considerando esas formas que permiten un control minucioso del cuerpo, permitiendo así construir los cuerpos “dóciles”.

En este contexto, analizar el sentido que cobra la relatividad de las relaciones entre cuerpo, género y práctica sexual dentro de la masculinidad, implica considerar el papel que juega en esa definición el cuerpo, y por supuesto sus usos, que están marcados por las interacciones sociales, que en el caso del presente trabajo tienen que ver con esas relaciones cara a cara que los sujetos tenemos cotidianamente, y entre las que habría que destacar las que se establecen entre pares. El cuerpo en el sentido en que se discute en este texto no está separado del género, del deseo y de la práctica sexual en la construcción de la masculinidad y la orientación sexual.

A continuación me permito presentar un fragmento de una entrevista que realicé a un joven en una pequeña población en México. Dicho testimonio fue editado para mejor comprensión de su contenido. Considero que estos planteamientos me permitirán mostrar más claramente los argumentos que he venido desarrollando.

Jorge era uno de mis compañeros, me gustaba el sujeto, pero lo que más me llamaba la atención de él es que jugaba mucho sexualmente. Te agarraba los gluteos, te decía “dame tu verga”, era muy bromista. Se supone que era de Oaxaca y que tenía otra concepción diferente del sexo, no sé, o sea por lo mismo que era de otra cultura como que era más bromista y aparte no es que fuera atractivo el tipo sino que tenía carisma.

No sé, me llamaba la atención, me llamaba la atención porque un día le dije ¿me cargas? Y me dijo “si, si vente a mis brazos”, y me cargó y no pasó absolutamente nada. Si se lo hubiera pedido a otra persona me hubiera dicho “no, no ¡marica!” o ese tipo de cosas, entonces yo jugaba con él, porque me acuerdo que una vez estábamos en el colegio y él me dijo “dame un besito”, pero en broma, y una de las chicas dijo “¡ay que cerdo!” y él dijo “si dámelo, dámelo” y agarró mi cabeza y ya estábamos bastante cerca y casi, casi sentía su aliento y la chica dijo “¡ay asquerosos!” y se salió corriendo del salón y así era para todo, ese chico cuando te tocaba las nalgas hasta te metía la mano, cosa que muy pocos hacían.

Entonces yo me llevaba de broma con él y hasta le decía que era mi novio y él decía que yo era su novia, pero él no sabía nada de mi, es más yo ni siquiera lo hacía con esas pretensiones, eso era en el plano del juego, pero del juego pesado que se vive entre los hombres, de los jóvenes de una escuela rural, bueno de un bachillerato rural.

¿Qué representa él? Es raro, él representa para mí lo más bisexual que un joven puede ser, y ser muy bromista sexualmente con hombres, de hacer cosas sin tapujos, de tener hasta cierto punto otra visión de los roles sexuales, del hombre, de la mujer, o sea, por las palabras que me decía “vente mi amorcito”, ese tipo de cosas. Tu oías a otro chico diciendo eso y a lo mejor hasta se lo creías porque no tenia esa concepción, decías “este muchacho si es marica”, pero tu lo oías a él y se le oía tan normal que decías “esto es pura broma”.


Una vez nos emborrachamos, y me contó su historia que su mamá lo dejó abandonado, y hasta lloró y vomitó, y no sé cuantas cosas, cuando nos quedamos solos yo lo empecé a tocar, él me empezó a abrazar y se dio así como que el acercamiento sexual.

Algo muy importante de ese acercamiento; para empezar estábamos en un taller, delante de la casa de unas enfermeras, o sea que las enfermeras se llegaron a enterar de todo, que estábamos con los ruidos y luego que estábamos en un colchón que hacia un horrible, pero cuando él, por ejemplo, él me abrazó primero y yo le bajé mi mano, yo fui el malicioso, le bajé mi mano al pene ¿no? Entonces él me empezó a sobar y se empezó a erectar y ya luego me voltee y le hice sexo oral y todo, y entonces cuando llegamos al momento de la penetración yo me acosté boca abajo, y le dije “Jorge no te muevas tanto porque haces mucho ruido”, y me dice “no me importa”, y fue el primero que me besó, me besó, me mordió la oreja, me metió la lengua en la oreja y jamás había sentido eso, jamás, jamás, fue un choque para mi muy fuerte porque dije “oye, ¿a este muchacho qué le pasa?”

Yo sabía que no iba a cambiar su rol en la escuela porque él tenía su novia, y todo, pero yo lo sentí como que sí quería disfrutar el momento, o sea como que si quería hacerlo, por la dicha de disfrutarlo y estuvimos follando, y en varias posiciones, y me decía “estas bien sabroso”, y yo le agarraba las nalgas y él no decía nada, y le decía “estas bien bueno”, y los dos estábamos borrachos pero se me hacia interesante ver que por fin una persona que dije “como que si, o sea no quiere cambiar su rol, pero si quiere disfrutar el momento”.

Específicamente me dijo “qué bueno, qué rico estás” cuando me metía el pene, “aprietas rico”, me lo dijo borracho y la otra cuando yo le agarré las nalgas y le dije “estas re bueno” y me dice “no mucho, no mucho como tú”, ese tipo de cosas, porque había veces que, otras ocasiones había tipos que me decían “no mames tienes espalda como de vieja”, entonces ese tipo de cosas, ellos están asumiendo como que se follan a una mujer, y como que yo pensé o yo creo que con Jorge fue “me estoy follando a un hombre y qué rico y sabroso está”, se me hizo como una relación sexual pero entre dos hombres y no me sentí erotizado ni deseado ni mucho menos, solamente sentí que lo hacía bien, que el sexo que tenía lo hacía bien y que Jorge lo veía de esa manera, que sí quería estar conmigo en ese sentido, de querer disfrutar la relación con un hombre. (Entrevista con Miguel)

Este testimonio me permitirá reflexionar acerca de dos dimensiones importantes para esta planteamiento: cuerpo y masculinidad. Miguel se refiere a las diferencias culturales de la sexualidad para justificar una peculiar manera en que Jorge se relaciona con él. Es una relación que recurrentemente acude al contacto corporal, y en la que estos acercamientos son interpretados por Miguel como inocentes juegos masculinos, pero que para él, tienen un sentido distinto. A pesar de darse cuenta de la enorme carga sexual que tienen esos juegos, imagina que no es Jorge sino él quien le está otorgando ese sentido que no necesariamente tienen.

Los sujetos hemos aprendido claramente los límites culturales del cuerpo; cuándo, cómo y por quién puede ser tocado, y es tan fuerte esa determinación, que cualquier contacto “indebido” se vive con culpa y con vergüenza, al faltar a esas premisas a las que me he referido.

Al otro le puede gustar agarrarlo, puede gustarle tocarlo, puede gustarle decirle cosas que tienen una fuerte carga sexual, sin embargo para Miguel no tendrían que interpretarse esos juegos como algo sexual. Miguel supone que la diferencia de las preferencias sexuales hace que su amigo no le otorgue esa connotación sexual a los juegos entre ambos y que no sienta el menor interés sexual por él. Considero importante señalar que en el testimonio de Miguel se ponen en juego diferentes aspectos relacionados con la práctica sexual y particularmente importantes son género y cuerpo, mismos que es necesario ir entresacando y analizando.

Él considera a ésta como una relación común entre varones heterosexuales, aunque reconoce que hay circunstancias particulares que los varones no suelen decirse ni en plan de juego, como que le diga “dame tu pene” o que “cuando te tocaba te metía la mano cosa que muy pocas personas hacen”, pues ese tipo de juegos lo que hacen es traspasar los límites establecidos, ir demasiado lejos en la broma y acercarse más a lo que es propiamente la práctica sexual, que hace de ésta una relación diferente a la que podía sostener con el resto de sus compañeros. Con estas actitudes se traspasan los límites corporales; el contacto entre varones en este caso ha dejado su característica juguetona. Ya no sólo se trata de recrear el juego tan común entre varones, se tratar de hacer sentir al otro el poder masculino, como en el albur. Aquí se trata de ir más allá del juego.

Miguel expone lo que en su momento significó un encuentro que aparentemente era semejante a los que ya había tenido previamente, pero que en este caso representó un cambio importante en su vida. La posibilidad de relacionarse con otro varón en un cierto plano de igualdad, en el que no tenía que esconder su condición de varón, y que mostró que era posible el encuentro amoroso entre dos hombres: dejar de ser un cuerpo-objeto-para-la-satisfacción-sexual-del-otro y poder ser un sujeto que es capaz de disfrutar de su propia sexualidad con varones. En ésta como en ninguna otra experiencia, no tuvo que renunciar a su masculinidad, no tenía que anularse como sujeto masculino.

Un aspecto que deseo destacar es que en la relación con Jorge hay situaciones que a Miguel le resultan significativas y que de alguna manera le permitirán ir construyendo nuevas maneras de interactuar sexualmente con otros hombres. Por un lado, en este encuentro, a diferencia de los anteriores, hay un beso; es la primera vez que estando con un hombre recibe esta clase de contacto que es tan importante para él, que lo lleva incluso a creer que pudiera establecerse una relación duradera entre ambos.

El hecho de que haya un beso tiene una importancia extraordinaria pues nuevamente el contacto corporal esta traspasando los límites de la heterosexualidad. Una cosa es que Jorge lo penetre analmente, y con ello se mantenga dentro de los límites aceptables al mantener su rol activo–penetrador, y otra distinta es que se permita esos acercamientos, esos contactos.

Por otra parte, percibe a ésta como una verdadera relación entre varones en la que ambos están consientes de lo que son, y a partir de esto lo disfrutan. Esto lo señala como una diferencia con las otras relaciones en las que sus parejas deseaban omitir cualquier elemento que les recordara que Miguel es un hombre, y pretendían que en realidad estaban penetrando a una mujer. Por último, Jorge, a diferencia de otros sujetos, permitía que Miguel lo tocara, lo acariciara, sintiera sus nalgas y disfrutaba de ello. Esta circunstancia le permitirá a Miguel reflexionar acerca de la posibilidad real de tener una relación más cercana con otro varón.

Miguel tiene razones fundadas para valorar de una manera distinta este encuentro pues los límites puestos al cuerpo masculino no operan en este caso de la misma manera que con el resto de los varones con los que ha estado, pues en este caso, los contactos corporales son equivalentes y recíprocos.

Así, los elementos descritos nos dan pistas para pensar las relaciones entre los conceptos ya planteados en relación a la masculinidad, y que ayudarían a entender la complejidad de su construcción a partir de la comprensión de los propios cuerpos. La reflexión en relación al cuerpo de los hombres es pertinente en el contexto actual, en el que la distancia respecto del sujeto hace que se de una sobrevaloración de aquéllos. El sujeto en este sentido pasa a un segundo término, lo fundamental es el cuerpo para manipularlo, para modificarlo, para reconstruirlo, pero sin perder de vista el papel fundamental del género en ello.

 

De los cuerpos que importan a los cuerpos abyectos

El cuerpo en este sentido cobra una nueva importancia ya no sólo como elemento instrumental de la sexualidad, sino como referente al cual acude al sujeto y al que el entorno dará una nueva importancia al distinguir, en palabras de Butler, ‘los cuerpos abyectos de los cuerpos que importan’, distinción que resalta a éstos últimos como los que le dan sentido a la normalidad heterosexual y monógama.

El cuerpo que vemos aquí está atravesado entonces por toda clase de discursos, y se constituye como la posesión más preciada del sujeto. Pero para hacer de esa posesión una creación propia en donde se encarnen los cánones establecidos desde diversas fuentes.

Es importante en este momento, el hecho de que estamos al menos frente a dos enfoques distintos aunque no necesariamente contrapuestos (Butler y Le Breton), de entender la materialidad de los cuerpos. Más atrás, resaltaba el planteamiento de Butler en relación a la materialidad del cuerpo como efecto del poder; dice la autora, «[L]o que, según espero, quedará claramente manifiesto en lo que sigue es que las normas reguladoras del “sexo” obran de una manera performativa para constituir la materialidad de los cuerpos y, más específicamente, para materializar el sexo del cuerpo, para materializar la diferencia sexual en aras de consolidar el imperativo heterosexual» (Butler, 2002: 18)

Es importante, sin embargo, estar permanentemente atentos a estos procesos, a los que una y otro autores hacen referencia, como procesos distintos, representan distintas formas de materialidad de los cuerpos.

Ésta  es una cuestión que me ha tenido ocupado al tratar de entender el papel de los sujetos gay en el contexto de la sociedad mexicana. Desde este punto de vista no se trata en este trabajo de identidades que se construyen de manera independiente de los cuerpos, sino que el sentido mismo de éstos está dado por la relación que existe entre ellos. Los cuerpos en las sociedades contemporáneas, y más aún, los cuerpos abyectos[3] se convierten así en la alteridad visible que provoca reacciones precisamente en contra como forma de defensa ante lo distinto.

La abyección en el caso de esta investigación, lo es en tanto que cambia de sentido el género normativo: son cuerpos abyectos aquéllos que se han construido a lo largo de los siglos y que de alguna manera no siguen el orden normativo de la sociedad en cuestión, y que en este caso es la nuestra: occidental, heterosexual, misógina.

Esta zona de inhabitabilidad constituirá el límite que defina el terreno del sujeto constituirá ese sitio de identificaciones temidas contra las cuales –y en virtud de las cuales– el terreno del sujeto circunscribirá su propia pretensión a la autonomía y a la vida. En este sentido, pues, el sujeto se constituye a través de la fuerza de la exclusión y la eyección, una fuerza que produce un exterior constitutivo del sujeto, un exterior abyecto que, después de todo, es “interior” al sujeto como su propio repudio fundacional»  (Butler, 2002: 20)

Son lo que Butler llama los cuerpos ininteligibles, aquéllos en los que no hay una concordancia entre sexo, género y deseo.

Viene a mi memoria la película Better than chocolate cuyo tema central es la historia de amor de una pareja de jóvenes lesbianas. Un personaje secundario de la película, Judy, es una joven transexual que ha logrado, no sin muchos problemas, conseguir los recursos para operarse e ir construyendo una vida independiente. Ella fue a poner sus ojos en una joven lesbiana que era dueña de una librería, Francis: esta chica más que el resto de los personajes ha construido una imagen andrógina que contrasta con el resto de sus amistades. No obstante en la película se juega con las ideas que convencionalmente hemos construido acerca del género. Las mujeres que comparten esta historia son lesbianas, bisexuales y heterosexuales; tiernas o rudas; todas en pos de lograr una vida afectiva y sexualmente satisfactoria, pero que indudablemente no cuadran con el modelo femenino heterosexual. No sin conflictos, al final de la película Judy y Francis logran establecer una relación amorosa.

Recuerdo que en este, como en otros casos semejantes, surgió el cuestionamiento de algunos espectadores: ¿para qué hacer cosas tan fuertes si al final terminaría enamorándose de una mujer?, ¿porqué un hombre querría operarse para lograr construir un cuerpo de mujer?, ¿es esta una relación heterosexual o una relación lésbica?

Todas estas preguntas tienen sentido porque socialmente hemos construido esa idea de unidad entre cuerpo, género y deseo, en la cual tiene que existir una coherencia determinada socialmente a partir del género normativo del que ha hablado Butler. Esa coherencia plantea que, a una determinada anatomía le corresponde un género preestablecido, al que no se le permite la trasgresión.

Las concepciones del cuerpo son tributarias de las concepciones de la persona. Así, muchas sociedades no distinguen entre el hombre y el cuerpo como lo hace el modo dualista al que está tan acostumbrada la sociedad occidental.» (Le Breton, 2002b: 8)


Regularmente esperamos que las personas actúen de acuerdo con las formas convencionales que el género normativo establece, y nos cuesta mucho imaginar otras alternativas. Un hombre grande, fuerte, tosco, que actúa delicadamente es tan chocante como otro escuálido, de dulce aspecto, actuando rudamente.

Sin duda, uno de los mayores conflictos sociales lo plantea la diferencia.

La otredad se configura como elemento de inquietud, angustia, zozobra e incertidumbre. Mucho de este problema se halla en esa materialización del cuerpo a la que he hecho referencia, lo que en muchas ocasiones vuelve aún más compleja su solución.

Se ha vuelto casi un cliché decir “el género es una construcción cultural” que se repite hasta la saciedad, aunque en ocasiones ni siquiera se haga referencia a eso construido. De ahí lo que sigue es decir, por oposición, que el sexo es la evidencia biológica a partir de la cual se genera ese constructo. Dicho esto, nos encontramos entonces con que aparecen naturaleza y cultura como los elementos a partir de los cuales se vuelven inteligibles los individuos.

Nuevamente volvemos al problema de querer inscribir en una naturaleza los elementos de la cultura, volviendo a la idea de que tendríamos que considerar a los cuerpos desde su dimensión natural. En la obra de Thomas Laqueur, uno de los elementos más reveladores, es el sentido histórico del sexo, y la idea de que en determinados contextos socioculturales cambian las maneras de interpretar la anatomía de los sexos. Es así que ello es lo que ha llevado a naturalizar las diferencias culturales, a hacerlas aparecer como si fueran independientes de las formas en que las sociedades les asignan sentido en esos diferentes contextos. Es decir, la importancia que se le ha dado, no siempre es semejante. Para las sociedades occidentales contemporáneas no hay vuelta de hoja, los sexos son dos y una sola forma de interpretarlos. En este sentido, lo que suele ser más difícil de entender son los intersexuales, las personas trans, pues ahí precisamente se pierde esa concordancia cuerpo, género y deseo.

Thomas Laqueur (1994) en su estudio va explorando cómo es que desde la Gracia antigua se van explicando las desigualdades entre los sexos a partir de esas diferencias. Lo que él señala es que la forma en que se van construyendo los cuerpos culturalmente hablando, parte de la manera en que se entiende el origen de las diferencias anatómicas entre hombres y mujeres y donde el varón justifica su papel jerárquico a partir de una determinación natural. «En lugar de estar divididos por sus anatomías reproductoras, los sexos (según Galeno) están vinculados por una anatomía común. Las mujeres, en otras palabras, son inversas a los hombres y de ahí su menor perfección» (Laqueur, 1994: 56)

De hecho, los planteamientos producidos en este sentido, si bien no se mantuvieron fijos a lo largo de la historia, si conservaron su sentido, al tratar de hallar las diferencias entre los sexos y dándole sentido a la inequidad “inherente a ellos” El modelo de sexo único desarrollado por esos dos pensadores, separados por varios siglos, quiere justificar la subordinación desde el origen de los cuerpos, diferenciados a partir de que uno es producto del otro, y su justificación se da en la manera en que la anatomía permite especular respecto de las diferencias de estos.

En este sentido es posible darse cuenta de que las diversas interpretaciones que se hacen sobre los cuerpos marcan su sentido cultural, lo que podemos referir como “evidencia biológica” en realidad es una interpretación más que hemos hecho, tanto para establecer las diferencias de género, como el papel que tienen dentro de la organización heterosexual de las relaciones sociales.

Ludovico afirma en la película Ma vie en rose que Dios se equivocó cuando le dio el sexo al mandarle una Y en lugar de una X como tenía que haber sido, porque él en realidad es una chica. En la película Ludovico trata de entender la confusión que hay en torno a su sexo. Oye la explicación de su hermana y saca sus conclusiones con las que espera convencer a su único amiguito.

Ésta  es una forma de explicarse a sí mismo y a los demás la razón por la cual “se viste de mujer” y quiere ser como su heroína de la televisión, pues no hay otra forma de entender la razón por la cual no puede ser ni comportarse como el resto de los niños de su edad. Este hecho causa una enorme perturbación tanto para su familia como para su entorno social que decide excluirlo y con él a toda su familia. Queda claro que este es uno de esos cuerpos abyectos a los cuales se les regatea incluso una existencia social. Dentro del contexto de la clase media, en la que se ubica esta película, se genera todo un proceso a través del cual el entorno señala, aísla y expulsa a esos que resultan extraños, seres abyectos cuya condición es de degradación y exclusión dentro de los términos de la sociedad. La familia de Ludovico se tiene que refugiar en un barrio más popular en donde encuentran otros como él, otros seres abyectos entre quienes esa connotación adquiere otro sentido pues la alteridad se interpreta a través de otros parámetros, y donde la clase social es determinante en la valoración que se hace a esa diversidad.

 

La diversidad masculina a partir de la imagen del cuerpo

Los cuerpos diversos que los hombres han construido desde las identidades sexuales, han desarrollado algunos modelos que resultan altamente perturbadores cuando se les mira desde la norma heterosexual, pero que ahora necesitan ser más ampliamente explicados a la luz de los usos del cuerpo.

Como ya lo mencionaba, resulta altamente inquietante para muchos hombres heterosexuales, la presencia cada vez más amplia y más abierta de hombres sexodiversos que van recuperando las imágenes de los hombres rudos que constituyeron la forma básica de entender la virilidad heterosexual.

Dentro de estos imaginarios hay ciertos modelos o estilos que usualmente son recuperados por su alto nivel simbólico dentro de las fantasías eróticas, y entre ellos encontramos: el ejecutivo, el vaquero, el minero, el marinero, uniformados en general, deportistas, es decir, modelos de la masculinidad heterosexual que suelen considerarse como incólumes en su sexualidad. Recordemos al famoso grupo Village People que en su momento constituyó un importante icono gay al recrear precisamente a todos esos modelos de macho man.

Brockeback Mountain[4] ha resultado ser una película que ha causado revuelo en E.U. porque retomó al mayor icono del hombre macho norteamericano, el hombre Marlboro,[5] para hacer una historia de amor gay. Si bien durante mucho tiempo este icono ha sido sobreexplotado en la imaginería y en el cine porno gay, no había sido retomado de esta manera, y menos aún usando a dos jóvenes estrellas del cine hollywoodense. Aquí se recrean diversas fantasías: la mencionada sobre el vaquero gay, la de los dos jóvenes galanes y estrellas del cine comercial, la del hombre macho capaz de expresar y sentir amor, etcétera.

En esta construcción del macho gay, otras figuras hicieron su aparición con sus propios estilos no sólo estéticos sino además con maneras particulares de plantearse el encuentro sexual y en particular hay que señalar al modelo S/M en el cual se da una erotización de las prácticas de dominación/sumisión que son consensuadas y en las que se toma como elemento frecuentemente retomado el de la “masculinidad”

Mientras que la elección es esencial para la erotización de la situación, porque para el S/M entusiasta, el sadomasoquismo no trata del sufrimiento o del dolor, sino de la erotización ritualista del deseo de sufrimiento y dolor, del placer como realización de fantasías prohibidas, y de las diferencias de poder como significantes del deseo: Seleccionamos las actividades más temibles, repugnantes o inaceptables y las convertimos en placer. Hacemos uso de todos los símbolos prohibidos y de todas las emociones repudiadas....La dinámica básica del S/M es la dicotomía del poder, no el dolor. Las esposas, los látigos, los collares de perro, el arrastre de rodillas, el dejarse atar, el pellizcarse los pechos, la cera caliente, los enemas y el proporcionar servicio sexual son todas metáforas del desequilibrio de poder. (Weeks, 1993: 376)

Así, las fantasías S/M recuperan los dos elementos: el masculino y el de poder asignándoselo al otro, en donde las posiciones no necesariamente están fijas. Estas estéticas por supuesto suelen ir acompañadas también de formas acordes de relación afectiva y sexual que intentan recuperar maneras “rudas” de relación, “sentir que son amados y deseados por un hombre”.

666     Las relaciones de género están tan introyectadas que un trato delicado, tierno, suave es interpretado por estos hombres como un trato afeminado, y por ello se señala la necesidad de la performatividad de la masculinidad en ciertas formas de encuentro sexual.

Los defensores políticos del S/M hacen suyas muchas de las creencias de los primeros sexólogos -que la seducción, el poder, el dolor y el placer están íntimamente vinculados como sugirió Havelock Ellis- e intentan transformarlas sacándolas de la penumbra de la patología individual y colocándolas a la luz de la publicidad como atrevidos actos de sexo transgresor.

El rol dominante en el sexo S/M no está basado en el control económico ni en la fuerza física. El único poder que tiene la de encima es el que le concede temporalmente la de abajo”. Pero esta gran preocupación por las diferencias de poder y la representación ritual de sus posibilidades eróticas, según sugieren los S/M, proporciona una percepción esencial de la naturaleza del poder pues muestra la forma en la que la sexualidad reprimida yace detrás del frente formal de las fuerzas opresivas. (Weeks, 1993: 377)

Estas formas de representación de las relaciones de poder en la sexualidad son las que interesan para comprender la performatividad del género. Lejos de recrear la violencia y el dolor, de lo que se trata es de hacer un performance de la dominación, del sometimiento en un contexto de mutuo consentimiento y en donde las partes establecen los límites. De lo que se trata es de sublimar estas fantasías dentro del encuentro sexual en el que se suele experimentar con formas extremas de sensibilidad.

Por supuesto, dentro de estos ámbitos de sexualidad han surgido muchos otros modelos entre los que es importante identificar a los osos, quienes han venido a rescatar otra estética de lo masculino. En este, más que en el contexto leather[6] el papel del cuerpo es fundamental, pues es a partir de ello que se reconocen, identifican y clasifican.

Entre los principales tipos de osos destacan: 1) el Oso Grande (Big Bear) quien posee amplias dimensiones corporales y un peso superior a los 100 kilos, además de ser velludo; 2) el Oso Grizzly quien es un tipo robusto pero no es obeso ni gigante, usa barba, es muy velludo y tiene una actitud tosca; 3) el Oso Papá (Daddy) quien es el oso maduro y con experiencia, protector, generalmente representado con el rol sexual activo; 4) el Oso Cachorro (Cub) quien es el oso joven, pequeño y con poca experiencia, generalmente representado con el rol sexual pasivo; 5) el Oso cuvi, quien al igual que el oso grande, es robusto pero, a diferencia del Big Bear, es lampiño; 6) el Oso Polar que tiene como característica principal pelo cano, es velludo y tiene ‘experiencia’ Tanto las 7) ‘nutrias’ (others) como los 8) ‘lobos’ (wolves) son osos delgados, la diferencia entre ellos radica en la latente agresividad del lobo y en una complexión poco menos delgada en el lobo que en la nutria (Gutiérrez, 2004: 68)

Como muchos de ellos afirman, se oponen al cuerpo normalizado por la moda, excluyente de otras estéticas y formas de deseo. Junto a ellos podríamos mencionar también a otro grupo emparentado que es el de los gorditos. Estos sistemas clasificatorios que los propios sujetos gay han construido para definir el tipo de hombres por los que se sienten atraídos, y que a diferencia del S/M, ponen más énfasis en el cuerpo que en la sexualidad.

Javier Gutiérrez al analizar la construcción de la sexualidad en algunos relatos en los que se retoma la experiencia osuna señala que, la sexualidad esta construida no sólo desde un sentido homoerótico, sino que van introduciendo algunos elementos destacables en mi planteamiento como la ternura y la afectividad. Señala que dentro de los ideales sexuales enfatizan los elementos corporales y conductuales que han sido asociados a lo osuno: vellosidad, robustez, gordura, fortaleza, ternura. (Gutiérrez, 2004)

Esta performatividad de lo masculino por supuesto no se circunscribe a círculos de hombres, pues el Drag King supone una propuesta básicamente lesbiana (aunque no únicamente), en las que se juega precisamente con esos elementos de apariencia masculina. De lo que se trata, ya lo habíamos mencionado, es de recrear de manera exagerada el aspecto masculino. En estos performances, además de la apariencia se esta jugando el sentido que tiene lo masculino dentro del género normativo, es decir, de lo que se trata es de recuperar el sentido que tiene la trasgresión, de enfrentar las formas de normalización heterosexual.

Así, no sólo está ligado a una estética sino también a un cierto uso y disfrute del cuerpo en la sexualidad. Sin embargo, podemos encontrar formas de alerta sobre esta perfomatividad del género que llama la atención sobre el hecho de que muchas veces lo que está presente son formas de naturalización del género. Es decir, al recuperar esos modelos, lo que se hace es darles un estatus en el que se homogeniza a partir del modelo normativo heterosexual. En casos por ejemplo del ámbito leather que se opone a la mínima expresión “femenina” de los varones, como contraria a la construcción de la masculinidad, se establecen parámetros rígidos a la masculinidad y se le identifica como esencia de ser hombre, naturalizándola.

Precisamente romper con esos modelos normativos tendría que suponer esas maneras diversas de materialización de lo masculino y lo femenino. La constitución del cuerpo que no se adapta a la norma heterosexual, por supuesto atraviesa de lado a lado lo masculino y lo femenino. Esto femenino puede ser visto de muchas maneras: desde una actitud meramente de juego (como el suele verse en la marcha anual del orgullo en donde por única ocasión muchos hombres se travisten), hasta actos de convencimiento como sería el de las personas trans. El sentido performativo del género se retoma pero subvirtiendo el orden heterosexual.

 

Para cerrar

A partir de los elementos vertidos hasta este punto, considero que podemos reconocer la estrecha relación que existe entre cuerpo, género y sexualidad. No obstante es necesario hacer hincapié en el hecho de que se trata de aspectos independientes y que cada uno tiene su propia lógica. De hecho, la discusión en torno a este aspecto, a pesar de los múltiples señalamientos que se han hecho, sigue presente.

En un encuentro realizado en México recientemente Teresa de Lauretis fue muy enfática al señalar que en muchos contextos se sigue considerando erróneamente al sexo y al género como sinónimos cuando son dos dimensiones distintas. Es necesario, decía ella, que se insista en la necesidad de hacer investigación en sexualidad. Nos hemos centrado demasiado en el género y hemos dejado de lado un campo de investigación muy importante para la comprensión de las relaciones sociales en los contextos contemporáneos. En este sentido, es importante insistir en dicha discusión. Particularmente considero necesario desnaturalizar esas dimensiones mostrando que tienen que ser consideradas a partir de su sentido sociocultural.

El hecho de que muchas investigaciones centren la discusión en una sola de dichas dimensiones y soslaye su relación con otros aspectos ha provocado que se pierda de vista la complejidad de los procesos a los que se hace alusión. En este sentido, si bien se hace necesaria el desarrollo de una antropología de la sexualidad, no se debe perder de vista la importancia de considerar en ella las discusiones en torno al cuerpo y al género.

 


Notas:

[1] Colegio de Antropología Social, Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. Contacto: Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.

[2] Considero en este sentido que es posible encontrar numerosos ejemplos de esta circunstancia en diversos contextos sociohistóricos que implícita o explícitamente muestran que la condición de dominante tiene sus prerrogativas, entre otras, no tener que justificar su papel «Para el historiador –el de la religión en particular- el problema de la alteridad en la antigua Grecia no puede limitarse a la representación griega de los otros. Se entiende por tales a todos aquellos que los griegos clasificaban , para poder pensarlos, en la categoría de lo diferente y cuyas imágenes aparecían siempre deformadas, fuese el bárbaro, el esclavo, el extranjero, el joven o la mujer, porque se los construía siempre en relación con el mismo modelo: el ciudadano adulto» (Vernant, 1996:38)

[3] Esta matriz excluyente mediante la cual se forman los sujetos requiere pues la producción simultánea de una esfera de seres abyectos, de aquellos que no son “sujetos”, pero que forman el exterior constitutivo del campo de los sujetos. Lo abyecto designa aquí precisamente aquellas zonas “invivibles”, “inhabitables” de la vida social que sin embargo, están densamente pobladas por quienes no gozan de la jerarquía de sujetos, pero cuya condición de vivir bajo el signo de lo “invivible” es necesaria para circunscribir la esfera de los sujetos (Butler, 2002ª: 20)

[4] Sinopsis: Ennis del Mar (Heath Ledger) y Jack Twist (Jake Gyllenhaal) se conocen mientras esperan en una cola a que el ranchero Joe Aguirre les contrate. Los dos jóvenes parecen estar seguros del lugar que les corresponde en Signal (Wyoming): conseguir un trabajo estable, casarse y formar una familia; sin embargo añoran algo más allá de lo que pueden expresar. Cuando Aguirre les envía a trabajar como conductores de ganado en la majestuosa montaña Brokeback, entre ambos surge un sentimiento de camaradería que deriva hacia una relación íntima. Al concluir el verano, los dos tienen que abandonar Brokeback y seguir caminos diferentes. Ennis permanece en Wyoming y se casa con Alma, el amor de su vida, con quien tiene dos hijas. Entre tanto, Jack se marcha a Texas, donde se casa con Lureen Newsome y tiene un hijo. Tras cuatro años de separación, el azar reúne de nuevo a Ennis y Jack. Título original: Brokeback Mountain. En Terreno Vedado /Año: 2005/ País: USA/ Director: Ang Lee/ Duración: 134 min

[5] Mientras que la elección es esencial para la erotización de la situación, porque para el S/M entusiasta, el sadomasoquismo no trata del sufrimiento o del dolor, sino de la erotización ritualista del deseo de sufrimiento y dolor, del placer como realización de fantasías prohibidas, y de las diferencias de poder como significantes del deseo: Seleccionamos las actividades más temibles, repugnantes o inaceptables y las convertimos en placer. Hacemos uso de todos los símbolos prohibidos y de todas las emociones repudiadas....La dinámica básica del S/M es la dicotomía del poder, no el dolor. Las esposas, los látigos, los collares de perro, el arrastre de rodillas, el dejarse atar, el pellizcarse los pechos, la cera caliente, los enemas y el proporcionar servicio sexual son todas metáforas del desequilibrio de poder. (Weeks, 1993: 376)

[6] Leather: término utilizado para referirse a la estética que utiliza los atuendos y accesorios de cuero y piel como fetiche.

 

Bibliografía:

Butler, Judith, El género en disputa. El feminismo y la subversión de la identidad, Paidos-Programa Universitario de Estudios de Género, UNAM, México, 2001.

______, Cuerpos que importan. Sobre los límites materiales y discursivos del “sexo”, Paidos, Buenos Aires, 2002.

Gutiérrez Marmolejo, Javier. De osos, cachorros, daddies, chubbies, nutrias, lobos y chasers. Masculinidad, cuerpo e identidad entre varones gay del Club Osos Mexicanos, Tesis de licenciatura Escuela Nacional de Antropología e Historia, México, 2004.

De Lauretis, Teresa, “Tecnologías del género” en Ramos Escandón, Carmen (comp.) El género en perspectiva. De la dominación universal a la representación múltiple, UAM Xochimilco, México, 1991

Laqueur, Thomas, La construcción del sexo. Cuerpo y género desde los griegos hasta Freud, Cátedra, Madrid, 1994.

Le Breton, David, Antropología del cuerpo y la modernidad, Nueva Visión, Buenos Aires, 2002b

Le Breton, David, La sociología del cuerpo, Nueva Visión, Buenos Aires, 2002ª

Vernant, Jean Pierre, La muerte en los ojos. Figuras del Otro en la antigua Grecia, Gedisa, Barcelona, 1996.

Weeks, Jeffrey, El malestar de la sexualidad. Significados, mitos y sexualidades modernas, Talasa, Madrid, 1993.