Erotismo versus el cuerpo mercancía

Eroticism versus the body merchandise

Corpo Erotismo versus a mercadoria

Hugo Enrique Sáez A.

Recibido: 13-03-2016 Aprobado: 29-03-2016

 

La mera actividad sexual es diferente del erotismo; la primera se da en la vida animal, y tan sólo la vida humana muestra una actividad que determina, tal vez, un aspecto “diabólico” al cual conviene la denominación de erotismo. Georges Bataille

 

En todas las sociedades el cuerpo ha sido objeto de violencia. Por supuesto, las modalidades de ejercicio de la violencia varían en el transcurso de la historia, aunque un elemento central de adaptación al medio se refiere a la sexualidad y a lo que ésta ha simbolizado para las distintas culturas. Así, relata Maurice Leenhardt (Do kamo) que entre los canacos no se vinculaba el embarazo con las relaciones sexuales sino con invisibles espíritus que penetraban en el cuerpo de la mujer al pasar por lugares sagrados. Inclusive, luego de la llegada de expedicionarios holandeses comenzaron a nacer bebés de piel más blanca que las nativas. Ellas explicaron el fenómeno como producto de que habían consumido mucha harina.

            En la modernidad occidental, según Foucault, se comienza a extender una nueva política sobre el cuerpo basada en la disciplina y el control, con lo que se aumenta “las fuerzas del cuerpo (en términos económicos de utilidad) y disminuye esas mismas fuerzas (en términos políticos de obediencia).” (Michel Foucault, 1976: 142). Vale la pena subrayar que el cuerpo, de una forma u otra, siempre ha sido objeto del poder. En este escrito se sostiene la tesis de que en términos de sexualidad se está transitando del cuerpo - templo, en el que reina la culpa, al cuerpo - fortaleza, en cuyo interior, según Nietzsche, arde el fuego de la pasión.

El cuerpo se ha convertido en el centro de una lucha entre los niños y los padres, entre el niño y las instancias de control. La sublevación del cuerpo sexual es el contraefecto de esa avanzada. ¿Cómo responde el poder? Por medio de una explotación económica (y quizás ideológica) de la erotización, desde los productos de bronceado hasta las películas porno… En respuesta también a la sublevación del cuerpo, encontraréis una nueva inversión que no se presenta ya bajo la forma de control-represión sino bajo la de control-estimulación: “¡Ponte desnudo… pero sé delgado, hermoso, bronceado!” (Michel Foucault, 1978: 105)


Imagen 1. Desnudo de Carlos Alonso
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Ahora bien, en una sociedad consumista la mercancía más a la mano es el cuerpo sexuado, ya que se lo halla en el propio hogar, en el acoso del trabajo o en el bullying escolar, en la discoteca o en la calle, en los portales de buscar pareja que proliferan en Internet, en los salones de “masaje”, o bien entre los monaguillos de los que abusan algunos sacerdotes. La globalización neoliberal impulsa la expansión del “mercado” como modelo de organización, que se instala en las más diversas actividades de la sociedad y rige sus intercambios como si se tratara de un contrato de compra - venta. Por ese motivo, es válido referirse a un mercado de la sexualidad, dotado de una oferta variada y múltiple que incita al consumo sin pausa de diversos cuerpos - objeto. Yo estoy convencido de que en un futuro asistiremos al momento en que se derogue el matrimonio y sólo se celebren tratados de libre comercio carnal por tiempo parcial. De hecho, en el siguiente párrafo (destacado en mayúscula por el autor) se sintetiza lo que podría calificarse como el manifiesto del mercado libre del sexo.

HACER EL AMOR ES ALGO BUENO EN SÍ MISMO, Y TANTO MEJOR CUANTAS MÁS VECES OCURRA, DE CUALQUIER MANERA POSIBLE O CONCEBIBLE, ENTRE EL MAYOR NÚMERO POSIBLE DE PERSONAS Y DURANTE EL MAYOR TIEMPO POSIBLE. (David Cooper, 1974: 54).

Sería incorrecto interpretar este párrafo escrito en la década de 1970 como un mandamiento del demonio en contra de aquel precepto religioso que ordenaba no fornicar, o en caso de hacerlo, practicarlo sólo con miras a la reproducción de la especie en un matrimonio celebrado ante el altar de la iglesia Católica. En realidad, su formulación por David Cooper obedece a que se estaba constatando la penetración de la libre competencia y el consumo indiscriminado aun en el terreno de las relaciones íntimas, que comienzan a adquirir estatus público. En absoluto se comprendería este fenómeno si se lo analizara desde una perspectiva moral, porque se halla “más allá del bien y del mal”, parafraseando a Nietzsche.

En principio, el lema del neoliberalismo es maximizar los logros en todos los terrenos sociales hasta integrar el top ten en cualquiera de las actividades existentes. Batir cualquier récord. A fin de excitar el deseo, se exacerba la posibilidad de eliminar todo rasgo “negativo” en los cuerpos, desde las arrugas del rostro, pasando por la obesidad e incluso ahuyentando los malos pensamientos con pastillas de optimismo, como Prozac y otras drogas similares. El paso del tiempo se intenta negar, infructuosamente, por todos los medios posibles, objetivo al que sirven la química, las cirugías y los gimnasios. Auténticos merolicos de feria prometen desde programas televisivos “pare de sufrir”. En efecto, lo que predomina en la comunicación de todos los niveles es el lema: ¡sea feliz!, ¡elimine para siempre lo negativo de su vida! Un esquema de positividad absoluta niega el movimiento real, ya que el tiempo pasa y cobra su cuota, inclusive cuando algunos científicos extraviados planean suprimir la muerte trasladando su mente a un aparato incorruptible. En cuanto a la sexualidad en especial, se la somete al mismo imperativo absoluto de la “felicidad” al instante.

En el curso de su positivación también el amor se aplana para convertirse en un arreglo de sentimientos agradables y de excitaciones sin complejidad ni consecuencias. Así, Alain Badiou señala en Elogio del amor los eslóganes del portal para solteros Meetic: “¡Se puede enamorar sin caer enamorado!” (sans tomber enamoureaux); o bien: ¡Usted puede estar perfectamente enamorado sin sufrir!” El amor se domestica y positiva como fórmula de consumo y confort. Byung-Chul Han, 2013: 19).

En la película El precio de la codicia (Margin Call) hay una escena en que un ejecutivo que gana 150 mil dólares al mes estima que su sueldo es estrecho para sus necesidades, entre las que se incluyen carro de lujo, pensión a su ex esposa, y gastos elevados en prostitutas. El sexo como rubro del presupuesto refleja el carácter mercantil del cuerpo, tanto del consumidor como de quien presta el servicio. Una sociedad que desequilibra la psiquis requiere cada vez más terapias, y el sexo fisiológico opera como un calmante de la ansiedad. Con todo, el carácter mercantil de la sexualidad no se circunscribe al caso en que de manera explícita se contrata por dinero un cuerpo para tener relaciones íntimas; de lo que se trata es que se ha convertido en una práctica muy extendida diseñar el cuerpo metiéndolo  en una especie de envase vistoso para atraer clientes que suspiran por consumirlo.

La iniciación sexual a temprana edad y el incremento del embarazo adolescente son síntomas de una liberación de barreras para establecer relaciones íntimas, a raíz de una amplia oferta de oportunidades que se escogen y se desechan como si fueran objetos adquiridos en un supermercado. Como dice Giddens, en nuestros días la pregunta “¿cómo está la familia?” es sustituida por “¿en qué relación estás?”. A su vez, en previsión de una eventual disolución del vínculo, en círculos sociales con poder económico la unión matrimonial se celebra al mismo tiempo en que se firma un compromiso sobre las condiciones en que se daría la separación legal de los contrayentes.

Las relaciones sexuales desbordan los límites que antes las emparedaban al nicho nupcial y se abren caminos en las más diversas direcciones con múltiples variaciones. Primero fue la píldora anticonceptiva en la década de 1960 la que vino a suscitar una revolución sexual en que se aflojaron las normas restrictivas sobre el uso del cuerpo; más reciente, a fines del siglo veinte, la píldora azul posibilitó extender la vida útil del pene de los ancianos. Las llamadas “perversiones” (con su antigua carga moralista desvaneciéndose) adquieren carta de ciudadanía y ya en muchos países hay legislaciones que contemplan los matrimonios entre parejas del mismo sexo. Los “swingers”, que nacieron en la clandestinidad, ahora abren locales en que se inscriben parejas ansiosas por experimentar sensaciones fuertes con otras y otros socios de la libido. En Noruega, por televisión se educa a los niños mediante la exhibición de genitales masculinos y femeninos de personas vivas, que con naturalidad se tocan para explicar su estructura y funciones. Las palabras “sexo oral” y “sexo anal” se pronuncian hasta en comedias de baja estofa. En suma, las acciones consideradas del orden privado hoy adquieren rango público y su lenguaje se impone en el habla común.

Según las estadísticas, en muchos países ha descendido la edad de la primera experiencia sexual hasta límites difusos, puesto que se reportan efectivos coitos en menores de diez años. También las enfermedades de transmisión sexual y los embarazos adolescentes se hallan al alza. Mejor ni hablar de los obispos atrabiliarios que callan frente al abuso pederasta al tiempo que condenan la homosexualidad y ofrecen “curarla”, situación que el papa Francisco ha criticado y en apariencia intenta modificar, en un esfuerzo por el aggiornamento del Vaticano. Abrumador número de sacerdotes no pueden contener bien resguardados sus impulsos dentro de la sotana y pese a su voto de castidad, y sin salir del confesionario, se inmiscuyen en relaciones homosexuales o heterosexuales clandestinas, o aun peor, se dedican a la práctica de la pederastia. El presidente Clinton dejaba con versallesca alegría que Monica Lewinsky le practicara reiteradas felaciones en el salón oval de la Casa Blanca, y a pesar de ello no fue expulsado de su cargo en un país conocido como puritano.


Imagen 2. Desnudo Rojo (1917), de Amedeo Modigliani
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En fin, hoy sería muy complicado trazar un mapa de las diversas especies de sexualidad así como de los territorios que abarcan. Aun así, cabe recordar que los cortos de entendimiento no se han extinguido, al igual que los émulos de la Inquisición. Un secretario de gobernación mexicano, de cuyo nombre no quiero acordarme, protestó ante la escuela de su hija adolescente porque les habían dado como tarea leer Aura de Carlos Fuentes y -¡horror!- había una escena “indecorosa” en que dos amantes se revolcaban en una habitación en cuya pared colgaba un crucifijo. ¿Cuántos mexicanos no han sido engendrados ante la mirada piadosa de Cristo en la cruz por encima del lecho nupcial? En fin, sexo everywhere.

Somos conscientes de la carga moralista que aún pesa sobre el llamado “deseo carnal”, producto de separar el cuerpo (fuente del pecado) y el alma (presencia divina en el ser humano) desde una concepción teológica institucional. Respecto de los demás animales mamíferos es válido juzgar el sexo entre éstos como instinto, es decir, un comportamiento hereditario fijado de antemano y sometido a ciclos temporales del celo que acerca a las parejas en el coito. En cambio, por influencia de la cultura dominante en la vida social, política y económica, entre los humanos predomina el deseo por encima del instinto, y el deseo, según Lacan, es deseo del deseo del otro. Luego, es una aberración adjudicarle al deseo un objeto como la carne en sentido bruto. En rigor, la sexualidad es susceptible de delimitarla en los siguientes términos:

Si se parte del punto de vista corriente que define la sexualidad como un instinto, es decir, como un comportamiento preformado, característico de la especie, con un objeto (compañero del sexo opuesto) y un fin (unión de los órganos genitales en el coito) relativamente fijos, se aprecia que sólo muy imperfectamente explica los hechos aportados tanto por la observación directa como por el análisis. (Artículo “Sexualidad” en Jean Laplanche y Jean-Bertrand Pontalis, 1996: 401).

Se justifica diferenciar entre instinto y sexualidad por varios motivos. En primer lugar, respecto de la elección del objeto existe una gran variedad en la conducta humana, reflejada en las llamadas perversiones; adicional a esto, la forma de lograr la satisfacción también varía. Por otra parte, la sexualidad humana se expresa por muchas vías, como es el caso de los síntomas neuróticos. En este terreno es saludable despojarse de las valoraciones que distinguen “normal” y “patológico”. Así, las “perversiones” no se entienden en un sentido moral: son flujos de energía que se vierten hacia objetos distintos a los genitales. Se supone que el objeto esperado fuera el órgano genital de la pareja, pero en el caso del fetichismo, por ejemplo, se lo sustituye por una media o un zapato. El sexo a secas se practica en el terreno profano, mientras que el erotismo conduce a lo sagrado.

Hay una definición de erotismo a la que Bataille recurre una y otra vez: “… el erotismo… es la aprobación de la vida hasta en la muerte.” (Bataille, 1979: 23). Conviene entonces aclarar en qué sentido se utiliza la expresión vida y muerte, que en apariencia abarca dimensiones excluyentes. La muerte atrae y repele. La experiencia del cuerpo se impacta en contacto con su otra cara, el cadáver. Partamos de esta vivencia. A los vivos les preocupa el destino de los cadáveres,  pese a que se trata ya de pura materia orgánica e impersonal a la que un felino devoraría con fruición. Hace miles de años el trabajo comenzó a hacernos “humanos”; el trabajo y la fabricación de objetos para ejecutarlo. También nos independizó de las necesidades inmediatas al tiempo que posibilitó la búsqueda de fines más allá del impulso biológico. Entonces se impusieron restricciones conocidas con el nombre de interdictos, que se referían principalmente a la actitud frente a los muertos, y después (o de forma simultánea) se incorporaron al complejo espiritual prohibiciones relacionadas con la actividad sexual.

Opuesto al erotismo es la mera carne del sexo profano. Como afirma Byung-Chul Han (2013: 47): “No es sublime, sino obsceno, el cuerpo que se hace carne”. El sádico criminal agrede a golpes para ver sangre, sofoca el cuello para cortar la respiración de su víctima y ésta se des-erotice, se torne cadáver. En contraste, el erotismo se mueve en el terreno de lo sagrado, y se brinda como un sacrificio que al mismo tiempo es ofrenda. La frase de Bataille debe entenderse en el sentido de que la relación erótica hace “morir en el otro”, supone la ruptura de límites entre “yo y tú”, y al sumergirse en una región sin fronteras simbólicas, se abandona el encierro de la mónada. Un caso distinto se da ante la presencia del cadáver, la exhibición de la pura carne; ello determina que volteemos la mirada hacia nuestro cuerpo aún vivo, y reflexionemos, como lo hace Charles Baudelaire en ese poema titulado “Una carroña”, que en pocas estrofas vino a revolucionar la literatura.

Recuerda aquel objeto que vimos, alma mía,
En la templada mañana estival:
Al doblar el sendero, una carroña infame
Sobre un lecho sembrado de piedras.

 Las patas en alto, como una hembra lúbrica
Destilando un ardiente veneno,
Se abría de forma indolente y cínica
Su vientre repleto de miasmas.

Abrasaba el sol sobre aquella podredumbre
Como para acabar de cocerla,
Y devolver ciento a naturaleza
De aquello que uniera una vez;

Y miraba el cielo al regio esqueleto
Expandirse como una flor.
Hedía tan fuerte, que sobre la hierba
Creíste caer desmayada.

............................................................................

Sí, tú serás así, oh reina de las gracias,
Después de los últimos sacramentos,
Cuando bajo la hierba y la vegetación
Echen raíces tus huesos.

Entonces, ¡oh, mi bella!, diles a los gusanos
Que te comerán a besos,
¡Que yo guardé la forma y la esencia divina
De mis amores descompuestos!

Baudelaire se interna en un territorio que a la conciencia repugna, y su composición se dirige precisamente al objeto idealizado que es su amada, ese cuerpo sagrado que llegamos a considerar incorruptible, y que en su poema se expone también como pura carne. Se atreve a mirar el rostro descompuesto de la muerte y ello excita la náusea en sus entrañas. Frente a los muertos se experimenta cierta incomodidad similar a la que provoca la visión del sexo. Aun así, detrás de la creación poética se esconde un ardid. No contemplamos con los mismos ojos una carroña animal y un cadáver humano, porque este último nos remite al tránsito de lo discontinuo hacia la naturaleza continua, innominada. De la experiencia de la muerte del otro se generan sentimientos y actitudes, como lo marca este autor:

La aversión que sentimos frente al cadáver descompuesto  es similar a la que nos suscitan nuestros propios excrementos. “Nacemos entre las heces y la orina”, decía san Agustín. Todas esas deyecciones del cuerpo, evacuadas por partes del cuerpo que consideramos vergonzosas, provocan asco. También mediante las aversiones nos constituimos como humanos: nuestros hijos, recuerda Bataille, en principio no comparten las reacciones adultas frente a las heces o la orina. Pueden rechazar ciertos alimentos, pero no las heces. Por el contrario, los niños deben ser educados, no sin cierto esfuerzo por parte de los adultos, en la “extraña aberración” que es el asco, cuyo contagio parece venir desde los primeros hombres. (Osvaldo Baigorria, 2002, 48).

En efecto, producir la sensación del asco es una operación de la educación impartida por la sociedad para alejarnos de los restantes animales, que nos proporciona la conciencia de espiritualidad frente a las presuntas bajezas de lo bestial; en suma, que nos hace “humanos”.  Se impone el olvido y la proscripción de exhibir o mirar partes del cuerpo cuya sola mención se convierte en “malas palabras” reservadas a personas marginales, de acuerdo con los códigos morales. De nuevo lo sagrado y lo hereje nos acechan en el lenguaje.

Cada individuo es distinto de todos los demás. Solo él nace. Solo él muere. Hay una discontinuidad, un abismo, con el otro. Dice Heidegger que la muerte es la única posibilidad propia e inalienable, la única cuyo cumplimiento es inexorable. La caída o el carácter de arrojado en el mundo (in der Welt geworfen)  que caracteriza al Dasein es equiparable al ser discontinuo del que habla Bataille. A su vez, por efecto de esa discontinuidad, la búsqueda del sentido conduce a experimentar la fusión erótica y/o la sagrada.


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El rito esencial del erotismo es el sacrificio, es decir, la operación en que los cuerpos se convierten en objeto sagrado, se brindan al otro y se separan del uso común cotidiano. En el erotismo se disuelven los seres discontinuos y se pierde la conciencia del yo, al tiempo que se accede al infinito océano del ser. Ser para la muerte significa, precisamente, el horizonte de discontinuidad/continuidad en que se desenvuelve la existencia. El militar se viste para matar, el hombre desnuda a la mujer para matar en ella a la ciudadana “respetable”. Nada refleja mejor la identidad que la vestimenta, porque mediante ésta se expresa nuestro deseo de subversión o del conformismo para brindarse como producto apetecible. Recordemos que el papá de Gregorio Samsa [1] utiliza el uniforme de trabajo incluso en su casa. Según Bataille, de la muerte nadie tiene experiencia; en todo caso, se anticipa como límite infranqueable en la conciencia del Dasein, cuya función consiste en fijar los límites de este ser incompleto que cada quien es.

La precaria armonía de las sociedades humanas es una breve tregua en que la violencia vuelve a manifestarse de otra manera. Como bien advierte René Girard (1995: 10), es un enfoque equivocado clasificar la violencia como un fenómeno “irracional”, ya que “no carece de razones”, distintas a las racionales y científicas. En otras palabras, la violencia tiene su propia lógica. Por ejemplo, el mecanismo de descargar en el sacrificio la violencia en contra de una víctima de recambio se encuentra en diversas culturas y en diversas épocas. En mitos como el de Ajax que sacrifica los rebaños o de Medea que comete infanticidio con sus propios hijos se advierte que la fuente original que causó la furia o la ofensa de un individuo ya no se halla a su alcance, entonces cualquier objeto o persona vulnerable se convierte, por sustitución, en blanco de agresión.

En las sociedades modernas, al margen de sectas secretas o delincuenciales como las del criminal cine snuff, no existe la institución del sacrificio humano o animal, salvo como un mecanismo equivalente en el derecho penal allí donde se aplica la pena de muerte al reo condenado. No obstante, los espectáculos públicos (principalmente, el deporte) cumplen un papel similar al del sacrificio ya que, por una parte, brindan un exutorio inocuo a la violencia acumulada en las masas (función de catarsis social) y por otra, se enfocan las tendencias agresivas sobre unas víctimas virtuales, como el adversario en el fútbol, (función de apaciguamiento de las violencias intestinas) que están protegidas por pertenecer al imaginario colectivo mediante un entramado simbólico.

Octavio Paz identificaba el mito fundador mexicano en la violación de la Malinche como origen de la expresión popular que hace referencia a la Chingada, objeto de una pluralidad de significados en México que, sin embargo:

… no impide que la idea de agresión –en todos sus grados, desde el simple de incomodar, picar, zaherir, hasta el de violar, desgarrar y matar- se presente siempre   como significado último. El verbo denota violencia, salir de sí mismo y penetrar por la fuerza en otro. Y también, herir, rasgar, violar –cuerpos, almas, objetos-, destruir. (Octavio Paz, 1984: 69).

Agrega el poeta que en torno a esta idea central se genera un lenguaje sagrado, como el de los niños, de las sectas, de las hermandades; un lenguaje en el que sus hablantes encuentran una referencia personal profunda. La comunidad tiene un vínculo primordial en torno de aquello que considera sagrado. Los hombres están aislados unos de otros porque desde que nacen son formados como in-dividuos mediante límites que los protegen del contacto con los demás.

Esta separación se disuelve en el continuo de la comunidad, que no existe como un objeto más sino que se accede a su existencia instantánea transitando conductos sagrados alucinantes. El nuevo ser surge del no ser recortando su identidad mediante un complejo simbólico que le proporciona identidad. Su vida coincide con los límites que lo separan de los otros en la repetición profana de los días iguales. La supervivencia depende de esos límites que protegen la vida. De ahí proviene el miedo a perder esos límites. Una pulsión opuesta lo inclina a desear el rompimiento de esos aborrecidos límites, movido por la nostalgia de su estado precedente de unión con una totalidad. Ahí se abre esa zona límite de la sociedad en que experimentamos la pérdida de nuestra identidad individual, ya sea mediante el juego, el contagio de la risa, la plétora del sexo, el éxtasis de la danza, la conciencia alterna de la droga. Con énfasis rotundo lo expresa Bataille: “… en el erotismo: YO me pierdo.”

Somos seres discontinuos. ¿Alguien se atrevería a tocar la persona que tiene a su lado? Me imagino que hasta el más decente de los ciudadanos habrá tenido la tentación de tocar a alguien que vio por la calle. Elías Canetti sostiene que el miedo a tocar y a ser tocado es universal. Quien me toca rompe la discontinuidad que me separa de los restantes individuos en el tiempo profano. De alguna forma la mano extraña viola la privacidad del sujeto individual. Tocamos a las personas familiares y conocidos. Y lo hacemos con precaución, respetando siempre los límites. El beso en la mejilla consiste a menudo en un breve contacto de mejillas, no de labios, y cada cultura rige su forma de practicarlo. No tocamos a un desconocido ni nos dejamos tocar por un desconocido, salvo que sea un profesional, un médico, por ejemplo. Son cuestiones en las que se muestran las pautas culturales vigentes.

Todas la distancias que el hombre ha creado a su alrededor han surgido de este temor a ser tocado. Uno se encierra en casas a las que nadie debe entrar y sólo dentro de ellas se siente medianamente seguro. El miedo al ladrón se configura no sólo como un temor a la rapiña sino como un temor a ser tocado por un repentino e inesperado ataque procedente de las tinieblas. (Elías Canetti, 1999: 9).

Ese miedo universal se atenúa con la formación de la masa. Nos abrazamos con quienes nos rodean en medio de un hecho de euforia colectiva, por ejemplo, la caída de un tirano. Sin contar esas escasas situaciones de salida hacia el otro, permanecemos detrás de las rejas con la nostalgia de la evasión. El miedo da origen a las múltiples protecciones que se erigen como la ley que limita el deseo. Son las interdicciones que amenazan nuestra integridad. Las protecciones que buscamos para evitar la muerte, llámense el ejercicio, las dietas, las cirugías, las disciplinas, o cualquier otra, a menudo nos cierran la posibilidad de vivir.

A fin de brindar un gráfico acerca de continuidad y discontinuidad, Bataille compara la reproducción asexuada de los seres unicelulares con la reproducción sexuada de los organismos complejos. En los más simples, la célula se divide, “se forman dos núcleos, y de un solo ser resultan dos”. Con todo, no hay nacimiento ni muerte en sentido estricto, ya que el primer ser desapareció sin descomponerse, a diferencia de lo que ocurre en la muerte de los seres complejos. De la continuidad del uno se pasó a la discontinuidad de dos. En los seres sexuados la reproducción no supone desaparición ni agonía.

El espermatozoide y el óvulo son, en estado elemental, discontinuos, pero se unen; en consecuencia, una continuidad se establece entre ellos para formar un nuevo ser, a partir de la muerte, de la desaparición de los seres separados. El nuevo ser es él mismo discontinuo, pero lleva en él el paso a la continuidad, la fusión mortal para cada uno de ellos, de dos seres distintos. (Bataille, 1979: 27).

El ser discontinuo humano piensa y siente. Según Bataille, lo afecta la nostalgia por la continuidad perdida. Tiene vida interior y el erotismo es un fenómeno que funde interior y exterior para romper la soledad y el aislamiento mudo. El deseo busca en el exterior su satisfacción mediante el goce. No existe un objeto emblemático y único al que se dirija el deseo. Depende del gusto personal dice Bataille, y complementa con la observación de que elegimos nuestro objeto por un aspecto imperceptible para los demás, imagen que quizá habita en la experiencia del individuo. De una persona fea según los cánones dominantes puede fascinar la forma en que sonríe o el ritmo con que baila.

La imaginación se funda y se nutre de cuentos que describen un mundo al que está ingresando el nuevo miembro social surgido de la fusión de espermatozoide y óvulo. Chaikovsky compuso el ballet El lago de los cisnes basado en un argumento mágico. En el cuerpo del cisne blanco está encerrada una mujer que no puede salir, salvo si alguien la ama. Su identidad consiste en ser cisne blanco, esa es la máscara con que se presenta pero su deseo latente se manifiesta como mujer que devendría efectivo al unirse en el amor con el príncipe (objeto exterior). El peligro para su existencia es la hermana gemela, el cisne negro, que termina por generar su muerte al conquistar el amor del príncipe. La identidad marca límites al individuo que lo mantienen en un encierro en que las interdicciones vigentes impiden expresar el poder con toda su fuerza.

Cada cuerpo está en lucha con el miedo por una eventual herida o por la extinción de esa mónada en que la educación lo encerró. Su fortaleza lo aburre en “una soledad sin para qué” (tango). No hay paz en ese equilibrio inestable de las fuerzas fisiológicas que lo enferman y que lo sanan. Se está en lucha con la vida y por evitar la muerte. Ser y no ser forman la contradicción básica en la conciencia. El campo del erotismo es el campo de la violencia, y lo más violento es la muerte porque arranca al ser de la discontinuidad y lo sume en la continuidad impersonal. La individualidad discontinua se aniquilará. Es la idea más violenta que nos acecha. El erotismo de los cuerpos es una violación del ser de quienes participan en él, mas en esa fusión de los amantes se muere sin dejar de vivir.

En el mismo sentido de eliminar la negatividad, hoy la ambición de inmortalidad sigue deslumbrando a grupos y asociaciones en diversas partes del mundo, pese a que la muerte es indisociable del ser en el mundo. Individuos que se sienten perfectos sueñan con convertir su cerebro en un programa transferible a un cuerpo incorruptible, maniobra que garantizaría seguir disfrutando de su propia conciencia por los siglos de los siglos. El movimiento de los transhumanistas, como se identifican a sí mismos, tiene ramificaciones en distintos ámbitos de las ciencias biológicas. En un excelente artículo de Héctor Velázquez Fernández se resumen algunos de los objetivos del movimiento.

Los transhumanistas pronosticaban hace una veintena de años que si se lograra una libertad total de investigación, paulatinamente se irían obteniendo modificaciones humanas y sociales a gran escala que podrían seguir etapas como las siguientes: en el 2013, se prohibirían los alimentos de origen natural. En el 2022, la ONU concedería al ciberespacio la categoría de nuevo continente. En el 2032 se cerraría la última compañía de vuelos aéreos regulares, debido a la telepresencia. En el 2071 se haría institucional el vertido de cerebros al ciberespacio una vez que los individuos murieran, y convertirían en entidades autónomas. En el 2088 se daría el nacimiento de Beethoven 2º, a partir de una clonación. Y finalmente en el 2100 moriría el último ser humano y sería disecado para su preservación museológica.[2]

Precisamente, el autor discute los límites de la identidad y la libertad humana frente a un proyecto científico y político que pretende tomar en sus manos el curso de la evolución humana hacia un nuevo eslabón que suprimiría a sus actuales miembros que se hallan en la base de la pirámide de la inteligencia. Ominoso objetivo que exige profundizar en el fenómeno de la incorporación de la tecnología a la naturaleza y a nuestro cuerpo, que también es naturaleza.

Apelaré a una película considerada erótica para ilustrar las ideas de Bataille al respecto, y de manera simultánea servirá para perfilar el amor en un sentido amplio como “morir en el otro” (Marsilio Ficino). Me refiero a El último tango en París, dirigida por Bernardo Bertolucci en 1972. En la trama de la historia se narra un encuentro azaroso entre la joven Jeanne (la actriz Maria Schneider, de 19 años en la vida real, 1952-2011) y Paul, un estadounidense maduro (Marlon Brando, de 45 años entonces), cuyas existencias se cruzan en el interior de un departamento parisino vacío en el que ambos han coincidido por su interés en alquilarlo. Desde el comienzo, la diferencia de edad plantea un cuadro edípico. Un simple local sin muebles se exhibe como objeto de intercambio mercantil; en contraste, el encuentro inesperado de dos desconocidos otorga al espacio un carácter sagrado por la presencia de la vida que esos cuerpos representan. Se convierte en un templo que llama a realizar una ceremonia de consagración.


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La película ilustra los tres tipos de erotismo que distingue Bataille: el erotismo sagrado, el de los cuerpos y el de los corazones. El común denominador de estas variantes del erotismo es que en todos los casos hay una sustitución del aislamiento del ser por un sentimiento de profunda continuidad con un objeto trascendente. En todo erotismo, en virtud de la transgresión desaparece la relación sujeto-objeto y se da una plena fusión de ambos. En definitiva, el modelo de erotismo es el sagrado, cuya estructura impregna a los demás.

Al principio del film se muestra en las calles de París a un hombre con rostro desencajado que vaga como perdido. Una joven extraña (Jeanne), vestida con minifalda y un largo abrigo, pasa junto a él y por un instante le llama la atención el sujeto con mirada ausente. Es el personaje de Marlon Brando, que abrumado por el estruendo de un tren grita con un gesto de desesperación que sólo un hombre herido puede emitir: “¡fucking god!” La blasfemia es una irreverencia dirigida a lo sagrado desde las heridas interiores. Erotismo sagrado que luego se prolonga cuando la madre de la esposa suicidada de Paul planea un funeral religioso, al que el viudo se niega con vehemencia.

A continuación de la primera escena, en la habitación desierta del departamento, Paul (que nunca revela su nombre a Jeanne ni le permite a ella pronunciar el propio) que se presenta dominante frente a la mujer, la carga en sus brazos y con violencia rasga su ropa interior para violarla de pie, con ella abrazada a sus espaldas. Sólo se oyen sus mutuos quejidos hasta el clímax del orgasmo, ese estado que algunos llaman “pequeña muerte”, ese estado de éxtasis que transporta más allá del lenguaje, donde las palabras se suprimen.

De hecho, el nombre aporta una identidad narcisista que queda suprimida entre ambos amantes. ¿Por qué la interdicción de pronunciar el nombre en ese espacio? El nombre personal con que nos bautizan es un imán de leyendas que van desgastando al sujeto porque dibujan rutinas para encerrarlo en roles predeterminados referidos siempre al centro virtual del yo. Al portar un nombre, el actor social se mueve en los límites que instauran su edad, su sexo, su ocupación, su nivel socioeconómico; caracteres éstos que se someten a lo prohibido y lo permitido, en suma, al juego que norma la transgresión. Por eso, el nombre es la máscara social que instaura la diferencia entre el yo y el otro. Erotismo de los cuerpos se llama al que anula esas identidades y fusiona en un solo éxtasis a ambos sujetos, que se liberan de sus identidades.

Si se conoce el conjunto de acontecimientos narrados en la película se entiende este breve episodio como un “sacrificio” en el que la víctima original (la esposa muerta por su propia mano) es sustituida por la joven hallada en el departamento. La actitud ausente del personaje de Brando sugiere una oscura búsqueda que de repente divisa la ocasión de descargar la agresión hacia ese objeto próximo, en un acto de exorcizar el dolor mediante el cumplimiento del deseo.

Pero por el hecho de contener cada cosa, cada ser dentro de límites precisos, esos límites, desde entonces naturales, los privaban de todos los poderes mágicos que les permitían realizar al instante sus deseos y, sin conocer ningún obstáculo, convertirse inmediatamente en lo que deseaban ser. El orden, en efecto, no se conforma con la existencia simultánea de todas las posibilidades, con la ausencia de toda regla: el mundo conoció entonces las limitaciones infranqueables que confinan a cada especie en su propio estado y que le impiden salirse de él. (Roger Caillois, 1984: 118).

Cuando sale al exterior de ese espacio, sin culpa alguna ella accede a filmar su propia historia de amor con su prometido Tom, mientras que afuera de ese recinto Paul vive el duelo por el suicidio de su mujer en la bañera del modesto hotel que ambos poseían y administraban. Será una constante de la cinta oponer el mundo sagrado del departamento –sin censura, violento, desmedido, ajeno al trabajo- frente al mundo pagano de la cotidianidad familiar –donde impera el trabajo, el orden de los convencionalismos, la racionalidad irracional-, aunque ambos segmentos son partes de la totalidad, como en una banda de Moebius. El resultado del juego erótico es la voluptuosidad; el resultado del trabajo es la ganancia, el rendimiento, el incremento del capital.

Después de haber tenido su encuentro con el desconocido, la muchacha se reúne en la ciudad (donde rigen las reglas familiares) con su fiancé y le dice que piensa en él todo el tiempo, que no puede vivir sin él; frases que siempre tienen un destinatario singular pese a que la repiten los corazones de los amantes en todo el mundo. En definitiva, frases vacías que adquieren significación al enunciarlas en una situación determinada de atracción mutua. Erotismo de los corazones que se desarrolla mientras el novio cineasta intenta filmar, documentar su romance con la novia incluso en la casa de campo donde ella habitó su niñez feliz. La narración es una clave ineluctable en la historia del amor de los corazones; en su transcurso se generan momentos sagrados, objetos que se guardan como fetiches.

Cabe advertir que para Bataille el erotismo de los cuerpos tiene algo pesado, algo siniestro, hurga en el fondo de nuestros más profundos miedos. En cambio, el erotismo de los corazones es más libre, aunque procede del erotismo de los cuerpos y también se aleja de su materialidad física. Escuchemos este bello poema de Pedro Salinas impregnado de la emoción del beso transgresor:

Hoy estoy besando un beso;
estoy solo con mis labios.
Los pongo
no en tu boca, no, ya no...
-¿Adónde se me ha escapado?-.
Los pongo
en el beso que te di
ayer, en las bocas juntas
del beso que se besaron.
Y dura este beso más
que el silencio, que la luz.
Porque ya no es una carne
ni una boca lo que beso,
que se escapa, que me huye.
No.
Te estoy besando más lejos.

El corazón es un símbolo del lugar donde anida el sentimiento que la modernidad definió con la palabra amor; así, respecto del tiempo en que los amantes están separados Jeanne le reitera a Tom: “Pensé en ti noche y día, y lloré. No puedo vivir sin ti, mi amor.” La pasión de los amantes prolonga, mediante la simpatía moral, la fusión de los cuerpos. La cadena del lenguaje desempeña un papel primordial que posibilita la continuidad en la discontinuidad del tiempo.

Pero la pasión introduce desavenencia y perturbación. De hecho, como parte de la imposibilidad de una fusión plena y eterna como ansían los amantes, en la película se plantea la infidelidad de la esposa suicidada. Paul platica serenamente con el amante de ella para darse cuenta de que es un doble suyo, al que la mujer le ha comprado una bata idéntica a la suya y lo hace beber de la misma marca de whisky. Luego, frente al cadáver de la mujer Paul discurre con una andanada de reproches, centrándose en las mentiras de ella para terminar en un llanto. Por su parte, en paralelo, la pareja de Jeanne y Tom se lía a salvajes golpes en el andén del metro, a la vez que sus discusiones y enfrentamientos son frecuentes acerca de asuntos pueriles. Los celos son la contrapartida del erotismo de los corazones.

¿Qué se entiende por sagrado? En muchas civilizaciones antiguas se ha practicado el sacrificio humano como parte de un ritual religioso en honor de determinados dioses. La primera interpretación de estos rituales apuntaba a identificar la mediación de un sacrificador con la divinidad; más acertada es la idea de que el sacrificio protege a la comunidad que lo practica. En estas ceremonias se revelaba lo sagrado por medio de la muerte de un ser discontinuo que era restituido a la continuidad de la naturaleza. Con todo, el ámbito de lo sagrado no se restringía a los rituales públicos, impregnaba los actos cotidianos del trabajo, de la alimentación, de la sexualidad.

El hombre de las sociedades arcaicas tiene tendencia a vivir lo más posible en lo sagrado o en la intimidad de los objetos consagrados. Esta tendencia es comprensible: para los “primitivos” como para el hombre de todas las sociedades pre-modernas, lo sagrado equivale a la potencia y, en definitiva, a la realidad por excelencia. Lo sagrado está saturado de ser. Potencia sagrada quiere decir a la vez realidad, perennidad y eficacia. (Mircea Eliade, 1983: 20).

Sólo una débil reminiscencia del sacrificio sobrevive en la misa cristiana, aun cuando está presidida por la figura del crucificado. Durante la semana santa católica se hacen celebraciones, como en Iztapalapa de la ciudad de México, en que se teatraliza la pasión de Cristo y la única sangre que brota es la ocasionada por algunos azotes sobre la espalda de quien representa al Nazareno. En la misa regular se consumen objetos, no personas; mediante la eucaristía se transustancian el pan y el vino en la carne y la sangre de Cristo. La propia Iglesia Católica entiende este ritual como un sacrificio de redención y de alianza con dios. La ofrenda del ritual está representada por el pan y el vino. En Oriente, el erotismo sagrado se refleja en la iluminación de Buda, sin necesidad de una imagen divina. Ante un dios personal, como en Occidente, el erotismo sagrado se manifiesta como amor a dios. Leo a Santa Teresa de Jesús:

¿Qué mandáis, pues, buen Señor,
que haga tan vil criado?
¿Cuál oficio le habéis dado
a este esclavo pecador?
Veisme aquí, mi dulce Amor,
amor dulce, veisme aquí:
¿qué mandáis hacer de mí?

Veis aquí mi corazón,
yo le pongo en vuestra palma,
mi cuerpo, mi vida y alma,
mis entrañas y afición;
dulce Esposo y redención,
pues por vuestra me ofrecí:
¿qué mandáis hacer de mí?

Precisamente, la edición del libro El erotismo emplea en su portada un detalle de la escultura de Gian Lorenzo Bernini denominada El éxtasis de Santa Teresa, y así como en el precedente poema podríamos encontrar referencias directas al fuego que consume un amor humano, en el rostro de la santa se halla una expresión que sin duda se adecuaría a la experiencia del orgasmo.

            El paso del estado normal al de deseo erótico supone la disolución relativa del ser constituido en el orden discontinuo. En el erotismo de los cuerpos, el cuerpo arrastra la mente y disuelve sus representaciones estructurantes de la conducta. En el goce el único que sabe es el cuerpo. Hay un disfrute que es independiente de la reproducción como fin. El compañero masculino aparece como el victimario y la femenina como la víctima en este simulacro de sacrificio. La interdicción, más que un imperativo categórico, es una escisión que genera la duda en el sujeto, y la duda desaparece junto con la identidad cuando se lleva a cabo la acción erótica. La transgresión levanta el interdicto sin suprimirlo, porque la prohibición confiere un valor a lo prohibido.

La actividad sexual de los animales es instintiva. El macho que busca a la hembra y la monta sólo responde a la agitación instintiva. En cambio los hombres, habiendo accedido a causa del trabajo a la conciencia del fin perseguido, generalmente han ido más allá de la pura respuesta instintiva, diferenciando el sentido que esta respuesta tenía para ellos. (Georges Bataille, 2007: 62).


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En el erotismo actúa el cuerpo y arrastra a la mente. Ya se dijo. No hay una planeación previa de esa actividad. La experiencia se da, se cae en ella. En el sexo fisiológico, programado para un día de la semana, actúa la mente arrastrando el cuerpo. La mente vive expuesta a los vientos de la dicotomía: está bien o está mal; lo hago, no lo hago; pierdo o gano; sufro o gozo. Su distintivo es la duda. Descartes fue el filósofo que invitaba a dudar de todo, aun de la existencia del propio cuerpo. La moderna idea de sujeto se constituyó en torno al pensamiento cartesiano.

La máxima transgresión que se opera en el departamento también representa la culminación de la violencia. Me refiero a la escena en que Paul sodomiza a Jeanne empleando la mantequilla como lubricante. A diferencia de la primera violación, que transcurre sin palabras, durante el coito anal la actriz solloza bañada en lágrimas reales (de acuerdo con revelaciones posteriores), mientras el macho descarga una violencia verbal en contra de la familia como institución sagrada. Dice que se encarga de hacer virtuosos a los salvajes, y para ello se tortura a los niños hasta que pronuncien la primera mentira. Así se asesina la libertad. De nuevo la blasfemia culminando el discurso: ¡fucking family! ¡Jesus!

La historia se cierra con trayectorias inversas en las relaciones de los personajes: Jeanne, que representa con Tom el erotismo de los corazones, lleva a su novio al departamento que de nuevo está vacío y le propone rentarlo. Del erotismo de los corazones quiere pasar al erotismo de los cuerpos. Fracasa. Paul ha decidido vivir en el hotel que hereda de su esposa muerta y le confiesa su amor a Jeanne mientras la invita a que se mude con él. También fracasa. Del erotismo de los cuerpos al erotismo de los corazones. La cinta culmina en el erotismo sagrado tras una escena con alto contenido edípico: Paul ha perseguido a Jeanne hasta el departamento donde ella habita con su madre. Como si fuera un juego se coloca el sombrero militar del padre muerto y abraza a Jeanne, que para intimidarlo ha tomado una pistola en sus manos, la cual se descarga involuntariamente en Paul, quien trastabilla con lentitud y sale hacia el balcón, donde muere. La mujer, con rostro de espanto, se repite a sí misma su declaración a la policía: dirá que no lo conocía, que lo encontró en la calle, la persiguió y la quiso atacar. La violencia dirigida hacia ella se ha desviado hacia el cuerpo del presunto acosador. Asimismo, el desconocimiento de la víctima la exime de culpa, no se trata de alguien que estuviera vinculado con ella; en última instancia, no hay un crimen

En suma, ¿qué lecciones se extraen sobre el erotismo? Primero, la concepción de Bataille expone las raíces estructurales de la violencia en las sociedades humanas desde las relaciones elementales, más allá de motivaciones subjetivas y superficiales. Segundo, el fenómeno no se refiere a una sexualidad fisiológica sino que representa un estado cultural humano muy profundo porque, por una parte, explica el acceso al sentimiento de comunidad, y por otra, refleja la finitud, los frustrantes límites entre los que se mueve la existencia.

En contraste con la experiencia erótica referida, se habla a menudo de la muerte del amor, de una transformación en el significado de las relaciones humanas, sobre todo debido al encierro narcisista en el que se aísla la existencia en la actual fase de desarrollo del capitalismo a escala planetaria, caracterizada por la frivolización, la búsqueda del placer instantáneo y la homogeneización de las conductas en Oriente y en Occidente, en el Norte tanto como en el Sur.

Se piensa que hoy el amor perece por la ilimitada libertad de elección, por las numerosas opciones y la coacción de lo óptimo y que, en un mundo de posibilidades ilimitadas, no es posible el amor. (Byung-Chul Han, 2014: 9).

El otro se difumina, su entidad se desvanece por la avasalladora fuerza de la invocada como libertad individual, sin que en ello se considere el interés de los demás. Se desea el cuerpo del otro, el envase, el contagio de las feromonas, el coito sin comunicación. El otro es comparable con “otros otros”, de manera similar a como se comparan precios y calidad de productos en la estantería de un supermercado. El fundamento de la elección radica en el yo hedonista, movido por el interés de maximizar su experiencia de placer, que en gran medida termina siendo narcisista. Incluso, se sacraliza el orgasmo-fetiche como si fuera un derecho inextirpable del individuo en cualquier condición de género. Llegar al orgasmo simultáneamente entre los participantes de la cópula casi se asimila a celebrar el triunfo de una batalla. Cabe interrogarse al respecto:

¿Son realmente los orgasmos nuestros guías “al sentimiento oceánico”, sentimiento que Romain Rolland describe como el fundamento de la conciencia religiosa y al que nuestro gran teórico de la libido, Sigmund Freud, niega su reconocimiento porque él no lo conocía por propia experiencia? (Peter Sloterdijk, 2003: 245).

El sexo como descarga fisiológica se impone y se expande entre mónadas sin ventanas que procuran la autosatisfacción, sin abrirse al cuerpo del otro, que permanece como un objeto sustituible similar a la muñeca inflable o al vibrador. La marginación y la burla social se ensaña con quienes no hayan tenido un orgasmo, un pecado equiparable al que antaño significaba la soltería. La producción de sujetos como homo economicus daña el tejido social y condiciona la aparición de conductas cada vez más violentas en el plano de las agresiones sexuales. La nota roja está plagada de noticias que ya no provocan el asombro, como el frecuente incesto de padres con hijas, o la violación de ancianas que superan los ochenta años, hasta el ataque a mujeres en plena calle o en el transporte público.

En materia de erotismo y sexo, toda pregunta queda abierta.

 

Notas:

[1] Véase de Franz Kafka, La metamorfosis.

[2] Héctor Velázquez Fernández (2009), “Transhumanismo, libertad e identidad humana”, revista Thémata, número 41, pág. 580.

 

Bibliografía:

  • Baigorria, Osvaldo (2002), Georges Bataille y el erotismo, Madrid, Campo de ideas.
  • Bataille, Georges (2007), Las lágrimas de Eros, Barcelona, Tusquets editores, Ensayos.
  • ______________  (1979), El erotismo, Barcelona, Tusquets Editores.
  • Caillois, Roger (1984), El hombre y lo sagrado, México, Fondo de Cultura Económica.
  • Canetti, Elías (1999), Masa y poder, Madrid, Alianza Editorial, El Libro de Bolsillo.
  • Cooper, David (1974), La muerte de la familia, Buenos Aires, Paidós.
  • Eliade, Mircea (1983), Lo sagrado y lo profano, Barcelona, Editorial Labor.
  • Foucault, Michel (1978), Microfísica del poder, Madrid, Las Ediciones de la Piqueta.
  • ________________ (1976), Vigilar y castigar, México, Siglo Veintiuno Editores.
  • Girard, René (1995), La violencia y lo sagrado, Barcelona, Editorial Anagrama, Colección Argumentos.
  • Han, Byung-Chul (2014), La agonía del Eros, Barcelona, Herder.
  • _______________ (2013), La sociedad de la transparencia, Barcelona, Herder.
  • Laplanche, Jean y Jean-Bertrand Pontalis (1996), Diccionario de psicoanálisis, bajo la dirección de Daniel Lagache, España, Editorial Paidós.
  • Paz, Octavio (1984), El laberinto de la soledad, México, Fondo de Cultura Económica, Lecturas mexicanas, número 27.
  • Sloterdijk, Peter (2003), Crítica de la razón cínica, Madrid, Ediciones Siruela.

 

Cómo citar este artículo:

SÁEZ A., Hugo Enrique, (2016) “Erotismo versus el cuerpo mercancía”, Pacarina del Sur [En línea], año 7, núm. 27, abril-junio, 2016. ISSN: 2007-2309.

Consultado el Jueves, 28 de Marzo de 2024.

Disponible en Internet: www.pacarinadelsur.comindex.php?option=com_content&view=article&id=1296&catid=17