Cartografías del horror. Memoria y violencia política en América Latina

Juan Soto Ramírez[1]

RECIBIDO: 13-09-2016 APROBADO: 09-11-2016

 

Cartógrafías del horror es un libro extenso. Y en tanto que se trata de un libro colectivo cuenta con distintos estilos de escritura, con diversas aproximaciones metodológicas y distintas preocupaciones temáticas. No todas apuntan hacia los mismos horizontes epistemológicos aunque, excepto un trabajo, todas miran hacia América Latina.

Así pues, existen distintas formas de leer el libro. No obstante la organización, los textos pueden leerse sin estricto apego al índice aunque todo parece indicar que la intención de los coordinadores no fue esa. Todo parece indicar que su intención fue organizar los materiales de tal modo que el lector hiciera un recorrido de sur a norte. Subiendo desde el Cono Sur, pasando por Centroamérica para llegar a México y después detenerse en los Estados Unidos de América. Los temas que se abordan en los dieciséis capítulos del libro lo conectan con la realidad de nuestro continente. En este sentido no es un libro cómodo porque está muy lejos de conceder un sesgo de escapismo a la imaginación. A veces es demasiado ‘realista’ y, quizás por ello, a algunos artículos, si no es que a la gran mayoría, les hace falta una producción teórica que logre llevar los análisis y las reflexiones más allá de lo descriptivo. Situación que no le resta ningún mérito al libro ni tampoco a ninguno de los que participan en él. Su atinada sensibilidad intelectual para construir objetos de estudio, así como para definir distintas aproximaciones a diversos problemas que formularon en sus textos, es de agradecerse. Los textos le ofrecen al lector la posibilidad de vivir la angustia, la indignación, la impotencia y demás emociones generadas por el abuso, la impunidad y, en general, por el ejercicio del poder en beneficio de distintos sectores privilegiados de diferentes sociedades.


Para cualquiera que tenga un pariente que simplemente haya desaparecido, estos temas lo implican de una manera distinta con los análisis, las reflexiones e ideas vertidas en el libro. América Latina está llena de Antígonas que buscan dar sepultura a sus desparecidos y seguramente no lo lograrán. Cartografías del Horror ofrece una primera aproximación que conecta directamente con la memoria de los que no están, pero que aparecen representados en las ‘memorias subalternas’. Gracias a las reflexiones vertidas en el libro, queda claro cómo en América Latina se fue instaurando, a partir de los años 60, un reinado del terror que ya para finales de los 80 había casi ahorcado a la democracia (esto si en realidad alguna vez la hubo). Y es gracias a esta situación que este libro fue posible. Situación que resulta paradójica ya que gracias a esta instrumentación del poder en los distintos países de nuestro continente, es que podemos tener este libro. Ya como testimonio, ya como reflexión teórica, ya como antología del dolor o como inventario de la impunidad. Este libro se opone a los intentos mordaces que, deliberadamente y a todas luces, pretenden silenciar las voces de las causas justas. Y dicho sea de paso, también es un libro que forma parte del auge de los estudios de memoria que, al menos en México, florecieron tardíament e en comparación con los países del cono sur.

Como en la mayoría de los libros sobre memoria, se ofrecen diversos testimonios, los cuales permiten conocer, de primera mano, la forma en que se materializaron las políticas sistemáticas de exterminio así como la poderosa utilización del discurso como una herramienta eficiente para construir una realidad donde la guerra se disfrazó (eufemísticamente), de pacificación. Nos permite conocer una realidad donde la modernización significa exterminio, violación y despojo. El libro n solo es una cartografía sino también una ventana abierta al horror. Horror que vive en los testimonios de los sobrevivientes, situación que deja muy mal parada a lo que podemos denominar la ‘cultura de los derechos humanos’ en América Latina. Uno de los puntos importantes que aborda el libro es ¿cómo las memorias (no la memoria), han jugado un papel importante en América Latina en los procesos de democratización? Y cómo estos procesos de democratización han tenido que luchar en contrasentido de la instauración de los modelos económicos neoliberales, entendidos estos últimos como un gran proyecto que dio continuidad a las dictaduras. Frente a esta realidad social, política y jurídica, se antoja una conclusión para lo ocurrido en América Latina, conclusión que no es, para nada, alentadora, y es que en nuestros países, en nuestro continente, parece que las cosas cambian para no cambiar.

Como toda buena cartografía del horror (y se dice esto en un sentido irónico), no se pudo dejar de lado la discusión sobre la brutalidad de la tortura y de su utilización sistemática para, más que disciplinar, emprender un ejercicio sistemático de amedrentamiento que se vuelca no solo sobre el cuerpo de las víctimas sino sobre el espíritu de cualquier movimiento social porque en el fondo es, como se refiere en uno de los relatos desgarradores, “una estrategia que funciona para aterrorizar y amedrentar a una población”. Como toda buena cartografía del horror, el libro nos acerca al cinismo discursivo de la clase política. Situación que provoca bien la indignación, bien la impotencia, bien la risa de la resignación frente a palabras tales como: “nadie tiene que defenderse por haber ganado una guerra justa”, tal como lo declararon los estrategas de las dictaduras. Usar ‘exterminio’ en lugar de ‘aniquilación’ –porque este término sí está inscrito en el Código de Honor militar y, por ende, permitiría regular mejor la rectitud moral de las conductas– fue una solicitud expresa del dictador Videla. La lectura del libro deja en claro que la guerra no solo es física ni psicológica sino también discursiva. El uso de eufemismos e hipérboles es, sin duda, estratégico para la construcción de realidades sociales. Las estrategias discursivas utilizadas por los militares, por ejemplo, construyeron una ‘poética del terror’ en donde la impersonalización de los sucesos puso en evidencia la clara intención de sortear la cuestión de la responsabilidad de las muertes. La guerra sucia es pues, una lucha no solo entre memoria y olvido, sino entre silencio y silencio. Entre el silencio de los asesinos y el silencio de las víctimas.

Otro problema importante que se aborda en el libro es, digámoslo así, el de la reconstrucción. En diversos ámbitos. Y no es un problema menor porque si la memoria es la recuperación del pasado, pende sobre esta recuperación una paradoja, nada sutil, nada fácil de llevar a cuestas, nada sencillo de enfrentar. ¿Cómo perdonar? Y, por ende, ¿cómo hacer justicia para lograr la paz? ¿Qué hacer con los torturadores? ¿Qué hacer con los genocidas? ¿Qué hacer con los desaparecidos que no van a volver? ¿Cómo sobrellevar las atrocidades del robo de bebés que fueron dados en adopción a las familias de los militares? Las heridas que dejaron abiertas las dictaduras no están inscritas en los cuerpos solamente de los torturados que vivieron para contarlo, sino que también están inscritas en el tejido social que, para desventura y desgracia de muchos, aún no se repone. Algunas heridas siguen y seguirán abiertas hasta que alguien deje de reivindicar su memoria. Si las cicatrices son la evidencia de que ahí hubo una herida, mientras la memoria haga lo suyo, el dolor seguirá apareciendo aunque la herida no vuelva a abrirse. Las leyes caducan, la memoria no.

Una cuestión que se agradece en el libro es el intento de situar a los movimientos armados en su justa dimensión y, por ende, asumir que no todos tuvieron la misma coherencia ideológica en tanto que no todos recurrieron a la exhibición de la violencia física y simbólica como herramienta contra su enemigo. ¿En qué se convierte un movimiento armado si recurre a las mismas estrategias del Estado? ¿En qué se convierte un movimiento armado si opta por ejercer castigos del tipo inquisitorial? Esto nos lleva a una encrucijada. ¿Existe una violencia legítima y otra que no lo sea? Si esto es cierto entonces habría una violencia que hace justicia y otra que no. No solo hay víctimas de la guerra entre los Estados y la resistencia, sino que también hay otras, producto por ejemplo, del paramilitarismo y el narcotráfico. Es decir, a pesar de reconocer los efectos de las dictaduras en cada región, en cada país y en cada localidad, en el texto se puede ubicar perfectamente la complejidad de cada uno de ellos en tanto que no todos fueron de la misma magnitud. Y no es precisamente por el número de muertos sino por la complejidad de las formas que adoptaron en las localidades las alianzas, las amistades y las enemistades.

Otro aspecto importante del libro tiene que ver con lo que bien podemos llamar los usos sociales de la memoria. Desde los memoriales hasta la conformación de Comisiones de la Verdad, existe toda una serie de posibilidades de reivindicación, de validación y de constatación de los hechos del pasado. Es claro, casi evidente o al menos podría sugerirlo la lectura de los textos, que una lectura o una reinterpretación pasiva del pasado solo puede llevar a callejones sin salida. Una resignificación del pasado sin el tránsito hacia la acción política es mera palabrería que servirá, en todo caso, para ganar adeptos en una conversación de sobremesa, pero no para transformar algún aspecto de la realidad social. Es decir, frente a una posible desvinculación entre discurso y acción (de cara siempre a los ejercicios de memoria), las tareas de resignificación, las tareas de reinterpretación, son meros ejercicios inocuos que no producen sentido porque se encuentran desprovistos de acción política. Después de tanta recapitulación sería paradójico e incongruente quedarse en la mera contemplación como hacen miles o millones de indignados alrededor del mundo. Es decir, si entendemos a la indignación como una actitud de moda propia del mundo contemporáneo, será fácil entender que el objetivo de los ejercicios de la memoria no es precisamente llegar ahí sino ir más lejos.

Así como en el libro se señala que existe una disputa, en todo momento, entre la memoria y el olvido, entre los hombres y el poder, entre la justicia y la impunidad, podemos decir que este libro coordinado también representa una lucha. Y es la lucha porque no olvidemos o, mejor dicho, por emprender una recuperación (de tantas posibles), de la memoria de América Latina. Memoria que ha sido salpicada de violencia, terror, sangre y muerte. Sirva pues el libro no solo para reivindicar la memoria de las resistencias sino para hacer del texto el pre-texto para la acción.

 

[1] UAM-Iztapalapapa.

 

Cómo citar este artículo:

SOTO RAMÍREZ, Juan, (2017) “Cartografías del horror. Memoria y violencia política en América Latina”, Pacarina del Sur [En línea], año 8, núm. 32, julio-septiembre, 2017. ISSN: 2007-2309.

Consultado el Jueves, 18 de Abril de 2024.

Disponible en Internet: www.pacarinadelsur.com/index.php?option=com_content&view=article&id=1509&catid=12