Mejor Muertos. Asesinatos, suicidios y “accidentes” que hicieron historia en la política Argentina

José Miguel Candia

 

Gisela Marziotta y Mariano Hamilton, (2016), Buenos Aires, Planeta, 364 p.

 

Periodismo de Investigación ¿Pasatiempo literario o nueva vía de acceso a la verdad histórica?

A estas alturas del debate no sabemos si las afirmaciones de ciertas escuelas críticas del quehacer literario, tengan validez y hayan abierto un espacio de exploración que resulte fecundo para juzgar la producción libresca de los últimos años, o solo se trate del marco discursivo que sirve de ejercicio dialéctico al mundo académico y a las publicaciones especializadas.

Podemos plantear el tema a partir de algunas preguntas rectoras: ¿Nos hartó el juego de tramas ficticias que conducían a callejones sin salida, a explicaciones demasiado fantasiosas – de tipo cinematográficas -  o a soluciones previsibles, casi desde el inicio de la obra? ¿Tendrá la culpa Truman Capote cuando nos sedujo hasta el horror, con su incomparable novela A sangre fría? ¿O resultó que el devenir cotidiano tiene un vértigo que lo hace más atrapante y cargado de incertidumbres, que muchas de las tramas que surgen del argumento dibujado por los autores, aun cuando se trate de la obra que proviene de la pluma de los más reconocidos?

Por alguna de estas causas, y por varias más que exceden las pretensiones de estos comentarios, o por lo que queramos, pero  las mesas de las librerías están tapizadas de novedades editoriales en las cuales se abordan hechos recientes de la vida política, cultural y económica de nuestros países. En algunos casos se trata de crímenes y actos de violencia, en otros se relatan hechos de corrupción en los que se ven involucrados los funcionarios más parlanchines y mediáticos y no faltan los textos que bordan sobre cuestiones de la vida privada de las celebridades del momento junto con episodios que hacen a la administración de los asuntos públicos. ¿Qué es lo verdaderamente trascendente del contenido de estos relatos, el detalle morboso de la vida íntima o la afectación de los recursos del Estado? En lo que suelen ser infernales vodeviles literarios, se narran infidelidades y divorcios vinculados al reparto de bienes y herencias de dudoso origen, sin perder la oportunidad de divulgar, a renglón seguido,  las ambiciones políticas futuras del o los personajes involucrados.

Una primera revisión de los títulos permite detectar que existe, en la mayoría de ellos, cierta ligereza o irreverencia, si se prefiere esta palabra,  en el abordaje de las formas literarias. Pongamos algunos ejemplos, con un poco de atención descubrimos que se promueven novelas que parecen crónicas; cuentos que se verían mejor como pequeños ensayos; crónicas que se desdibujan entre la novela y el respaldo documentado de los hechos que se relatan; testimonios personales en los que por momentos se pierde el hilo que el autor debe sostener entre lo que realmente vivió y quie  re dejar constancia, y lo que imaginó o pudo haber ocurrido de “no haber sido porque ese día…” Y por esta vía lo testimonial pierde fuerza y se diluye en un ejercicio de historias “contra-fácticas”. El “hubiera” y el “tal vez” nos conducen a espacios abiertos, donde podemos golpear la puerta que se nos ocurra y todas, parecen ofrecer cierto grado de certeza o contener una pizca de la verdad que el relator  quiere transmitir.

Sin embargo, sería injusto pensar que la “non fiction”  latinoamericana ha generado solo productos descartables. La literatura testimonial y la novela histórica de los últimos años han gestado piezas memorables. Nadie podrá negar que La fiesta del chivo de Mario Vargas Losa, es una novela de una jerarquía literaria destacable, en la que se relatan episodios escalofriantes del régimen del dictador dominicano Rafael Trujillo. ¿Y qué pensar de la trama de El General en su Laberinto de Gabriel García Márquez, un retrato incomparable del libertador Simón Bolívar? La novela describe con crudeza pero con un cuidadoso estilo literario,  la figura de Bolívar al borde del derrumbe, acorralado entre sus padecimientos físicos y las deslealtades políticas de quienes habían sido sus estrechos colaboradores.

Fuera de la región, en particular en España, el proceso de transición democrática y el destape cultural del pos-franquismo detonó un verdadero boom  de literatura histórica y testimonial de enorme valor para la vida cultural – y para la salud política -  de una sociedad que debe sincerar los horrores de la guerra civil y el agobio de una dictadura de casi 40 años para mirar el futuro con la frente en alto. Vale mencionar, entre otros, la obra de Rafael Chirbes – ver La buena letra o La caída de Madrid - Javier Cercas, Soldados de Salamina, El monarca de las sombras; Manuel Rivas, El lápiz del carpintero, La mano del emigrante; Alberto Méndez, Los girasoles ciegos. Por razones puramente generacionales, no se incluye a Jorge Semprún, que desde el exilio abrió camino para que lo transitara la nueva narrativa española.

En la obra de los autores mencionados, subyacen dilemas y tensiones que fueron mejor resueltos que en buena parte de los textos generados por los autores de la posdictadura argentina (1976 – 1983). En un libro como El monarca de las sombras el propio Javier Cercas afronta los riesgos de “novelar” episodios de la guerra civil española sobre los cuales la documentación existente y los testimonios corales disponibles resultan escasos y poco confiables. En el límite de perder el control de su obra y licuar ficción y realidad,  Cercas reflexiona sobre su propio trabajo y deja formulada una advertencia que es oportuno citar en estos comentarios:”…Nadie lo sabe: no queda de él un solo testimonio escrito ni un solo superviviente capaz de contar lo que ocurrió; así que en este punto debería callarme, dejar de escribir, ceder la palabra al silencio. Claro que si yo fuera un literato y esto fuera una ficción podría fantasear sobre lo ocurrido, estaría autorizado a hacerlo. Si yo fuera un literato podría por ejemplo, imaginar a Manuel Mena horas antes del ataque, ovillado en su refugio nocturno en la nieve,…” (2017: 142-143).

 

Argentina: el karma de los 70. De la utopía al abismo                   

En pocos años, en sentido estricto en menos de una década, una generación completa de jóvenes argentinos transitó del compromiso militante, y del vértigo de la política vivida como compromiso cotidiano, a probar el rigor de la capacidad represiva de los organismos de seguridad del Estado. No hace falta que nos detengamos a describir lo que se vivió en la sociedad argentina de esos años, pero entre 1976 y 1983 se superaron todos los antecedentes conocidos en materia de violación de los derechos humanos y exterminio de la oposición política en cualquiera de las formas conocidas: agrupaciones obreras o estudiantiles; universidades y círculos culturales; editoriales y espacios de reflexión literaria, fueron arrasados con inusual crueldad y espíritu vengativo.

Con el regreso a la democracia en diciembre de 1983 los protagonistas sobrevivientes del naufragio iniciaron por diversas vías, una revisión crítica de lo actuado – desde la izquierda y desde las instituciones públicas que administró la dictadura – fue así como surgieron las primeras obras de denuncia, acompañadas con fuertes relatos testimoniales, películas de indudable valor documental, y nuevas publicaciones que nacían al respirar el aire fresco de la democracia o retomaban un camino ya andado antes de la catástrofe de 1976.

No hay espacio para sistematizar la producción cultural de los últimos 30 años vividos bajo la saludable vigencia de las libertades públicas. En el espacio literario, el que nos preocupa en estas reflexiones, podemos marcar algunas grandes líneas de expresión. La novela testimonial - al estilo de Recuerdo de la muerte o La memoria donde ardía de Miguel Bonasso – abrió un camino por el cual se expresaron poco después, otros autores, solo como referencia deben citarse, en un listado que omite otros nombres por razones de espacio,  a Claudia Piñeiro, Elsa Ducraroff, Eduardo Anguita, Rolo Diez, Leopoldo Brizuela, Elsa Osorio.

Otro tipo de producción posdictatorial, trató de aportar con un estilo narrativo que oscila entre el texto de historia clásico y la crónica narrada en primera persona, las memorias de los años de plomo. La Voluntad, de Eduardo Anguita y Martín Caparrós, deja en varios tomos, una especie de fuente testimonial de los años de plomo, la versión criolla de la “enciclopedia británica”. Debe valorarse el esfuerzo realizado por los autores para ordenar la información y describir, al mismo tiempo, los hechos políticos más relevantes y algunas cuestiones culturales de esos años (películas de éxito en los cines de Buenos Aires; los libros más vendidos; las obras teatrales más recomendables y también eventos deportivos destacables). Los cuatro extensos tomos, constituyen, sin duda, un valioso material de crónica para precisar fechas y conocer el destino trágico de muchos de los militantes de aquellos años. Las interpretaciones de carácter político son más discutibles – no le quita mérito a la investigación - y suelen estar tratadas de manera menos profunda. La obra tiene otro agravante,  en algunos casos el testimonio de la persona elegida como narrador central de cada uno de los volúmenes distorsiona los hechos y añade supuestos o juicios de “libre interpretación”. Un lector externo, con menos información de la política argentina, puede pensar que el entrevistado, sobre el cual pivotea el período que esté consultando, fue uno de los sujetos determinantes del acontecer político de la época. Se sobredimensiona, de esta manera, el papel de quien relata los acontecimientos que vivió de manera directa o que protagonizó como espectador obligado de ciertos hechos de época.

Ciro Bustos, el polémico camarada del Che Guevara en la experiencia fallida de la guerrilla boliviana, dejó – aunque de manera un tanto tardía – un magnífico libro de memorias que se editó bajo el título El Che quiere verte.

La aparición de un nuevo grupo de escritores, hijos de exmilitantes de la izquierda aniquilada en los setenta, abre un campo fecundo sobre el cual ya se han consolidado valiosas obras de análisis y descripción de los hechos que llevaron a la pérdida de sus padres o al exilio. Félix Bruzzone, Mariana Eva Pérez, Laura Alcoba, Demián Verduga y Cristina Zuker. Otra vez, sabemos que las menciones son insuficientes, pero lo hacemos con propósitos ilustrativos para que el lector interesado amplíe por su cuenta el campo de búsqueda.

Y siguiendo con esta línea de tratar el andar de personajes de carne y hueso,  Gisela Marziotta y Mariano Hamilton, presentan un trabajo de investigación que libra las dos tentaciones más frecuentes en la literatura política de los últimos años: no pretende “novelar” la vida de los personajes abordados en el texto ni tiene ambiciones de “clausura” como ocurre con algunos autores que procuran cerrar el debate sobre personajes o hechos resonantes. Otro mérito, el libro tiene el valor de abordar el estudio de protagonistas relevantes de la vida política argentina del siglo XIX y de actores de episodios resonantes de épocas más recientes. Figuras del ayer y del hoy en un mismo texto que no pretende fabricar “causalidades” caprichosas.

El análisis de la vida y muerte en circunstancias trágicas, de figuras como Mariano Moreno, patriota de la independencia (1811); Manuel Dorrego, víctima injusta de las guerras civiles (1828) y de Leandro N. Alem, ideólogo y político sobresaliente del último tramo del siglo XIX. El creador de la Unión Cívica Radical y tío del futuro presidente Hipólito Yrigoyen, se suicidó en Buenos Aires el uno de julio de 1896.

El estudio de los personajes citados está abonado con una importante y minuciosa tarea de revisión bibliográfica y documental. El tratamiento literario es mesurado y no se busca impresionar al lector con frases apocalípticas. En los casos de las figuras que vivieron y murieron en épocas más cercanas se paga el precio inevitable del manoseo periodístico, judicial y político de los hechos, según conveniencia de los testigos o posibles involucrados en el suicido o asesinato de quienes ocuparon cargos públicos de relevancia.

Por último, cabe otro reconocimiento a los autores. Al abordar el “caso del fiscal Alberto Nisman” Marziotta y Hamilton no eluden tomar posición. Dejemos en palabras de los dos responsables de la obra su interpretación de los hechos: “En definitiva, ¿quién era realmente Nisman? Ya se dijo: un hombre que había perdido la voluntad. Un funcionario que estaba a merced de los servicios de inteligencia (de Stiuso, básicamente) y que ya no pensaba por sí mismo. Pero además, estaba poseído por una patología implacable: sufría de hipomanía con trastornos bipolares. Y por eso se explican sus reacciones, como por ejemplo esa doble presentación. La que decía que Cristina Kirchner era la jefa de una organización que pretendía borrar de un plumazo la responsabilidad de Irán en el atentado de la AMIA para mejorar las relaciones bilaterales, vender granos y comprar petróleo y la otra que afirmaba sin ambages que la presidenta era la principal defensora de los derechos de las víctimas a lo largo del tiempo y que la firma del Memorándum no era más que otra herramienta, degradada, es cierto, pero que apuntaba a llegar a sentar a los iraníes en el banquillo de los acusados.” (2017: 359).

 

Cómo citar este artículo:

CANDIA, José Miguel, (2018) “Mejor Muertos. Asesinatos, suicidios y “accidentes” que hicieron historia en la política Argentina”, Pacarina del Sur [En línea], año 9, núm. 34, enero-marzo, 2018. ISSN: 2007-2309.

Consultado el Viernes, 29 de Marzo de 2024.

Disponible en Internet: www.pacarinadelsur.com/index.php?option=com_content&view=article&id=1598&catid=12