Testimonio de un Médico Militar Sandinista en la etapa contrarrevolucionaria

Testimony of a Sandinista Army Medical in the counter-revolutionary stage

Testemunho de um médico do exército sandinista na fase de contra-revolucionária

Mireya Tinoco Villa [1]

Recibido: 25-05-2016 Aprobado: 20-06-2016

 

Introducción

Acerca de la Revolución Sandinista se han producido obras desde diversos campos del conocimiento tales como la economía, sociología, política, literatura, teología y, por supuesto, la historia e historia oral y testimonial. La importancia de seguir conociendo este proceso radica, por una parte, en que fue la última revolución triunfante de América Latina y porque luego de años de lucha, de la transición de gobiernos y de los períodos ocupados por la derecha, el Frente Sandinista asumió el poder desde el 2006, periodo en el que han surgido movimientos de inconformidad por parte de lo que se puede considerar la nueva izquierda nicaragüense, En este sentido, diremos que luego del triunfo revolucionario los actores más solicitados para aportar testimonios fueron las mujeres, por ser un sector que antes de dicha coyuntura, no había sido considerado partícipe en la construcción de su propia historia. Asimismo, se escribieron muchas obras autobiográficas sobre todo por parte de algunos personajes que lograron alcanzar grados importantes dentro del gobierno sandinista como Tomás Borge (Borge, 1989), Omar Cabezas (Cabezas, 1982) y Sergio Ramírez (Ramírez, 1999)  y Humberto Ortega (Ortega, 2013), sólo por mencionar algunos.  

El caso particular que estamos presentando no es parte de ninguno de los dos ejemplos citados, se trata más bien del rescate de la memoria a través de un caso que nos da la oportunidad de tener otro punto de vista de un proceso que se vuelve más complejo a medida que nos adentramos en él. Esta memoria resulta importante para al presente, siguiendo la propuesta de Antonio Novalón, quien sostiene que  “toda memoria que no signifique una enseñanza viva no vale para nada. Si no sirve para evitar la impunidad, no sirve de nada” (Novalón, 2007:50). En este sentido, podemos señalar que el testimonio que se desarrolla a continuación, ofrece, además de conocimientos históricos invaluables, algunas reflexiones sensibles acerca de lo que puede ser la naturaleza humana y por ende, de las transformaciones que se pueden gestar en nuestro interior a causa de sucesos externos.  

Este testimonio es presentado en forma de entrevista abierta y está estructurado en cuatro temáticass. La primera denominada, Sus años formativos abarca algunos años de su infancia y adolescencia de nuestro testimoniante,  el médico psiquiatra Roger Sáenz Escobar, quien durante estos años vivió entre La Paz Centro y Managua. En este periodo Roger aparece como un niño común de la Nicaragua de los años sesentas, ocupado en los quehaceres familiares, la escuela y sus amigos, siendo estos últimos una influencia decisiva para su vida posterior. Sin embargo, a partir del año 67, él recuerda un aumento en la represión por parte del Estado somocista contra la juventud nicaragüense. La carestía de la vida, las  manifestaciones populares y la violencia de la Guardia Nacional fueron las razones por las que nuestro personaje comenzó a participar en la vida política de su país siendo aún adolescente y las cuales lo llevaron a salir de Nicaragua para formarse como profesionista en México. Esta primera etapa está escrita con la participación de ambas partes, se trata de una suerte de introducción a los apartados siguientes que tendrán forma de entrevista en la que nuestra intervención sólo consistirá en plantear las preguntas guía a partir de las que se desarrollará el testimonio.

La segunda etapa, La elección de ser psiquiatra,  podemos delimitarla entre 1975 y 1979. En esos años, Roger Sáenz estudió medicina en la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, en Morelia, Michoacán, México, terminó sus estudios, se casó y nació su primera hija. Por estar en un país extranjero, Roger evitó ser parte activa en las manifestaciones de apoyo y solidaridad de los estudiantes nicolaítas hacia la causa sandinista; sin embargo, de manera discreta y activa se mantuvo ligado al Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), -vanguardia del movimiento revolucionario nicaragüense- brindando hospedaje y comida a algunos compañeros guerrilleros, que por seguridad debían abandonar el país para luego incorporarse a la lucha armada. A partir de esta etapa, el artículo cobra forma de entrevista en la que el testimoniante toma la palabra definitivamente.

La tercera etapa, El Ejército Popular Sandinista visto desde dentro,  abarca los años que van de 1979 marcado por el triunfo revolucionario hasta 1991, luego de que el FSLN perdió la contienda electoral de 1990. Durante esa década Roger fue parte del Ejército Popular Sandinista y se especializó en psiquiatría en el Hospital Militar de Nicaragua. Fue parte de la lucha armada en contra de los “contrarrevolucionarios” apoyados directamente por Estados Unidos. Para concluir esta entrevista, el testimoniante responde a la interrogante sobre la decisión de regresar a México donde sigue viviendo en la actualidad.  

La entrevista al médico psiquiatra, Roger Sáenz Escobar se realizó en el consultorio que ocupa en el  Hospital Psiquiátrico donde actualmente labora. Por cuestiones laborales comenzamos la charla cerca de las 10 de la noche. La duración de la entrevista fue de 1: 37: 34.  Cuando llegamos el doctor había terminado de atender a sus pacientes y aunque mostraba  un poco de cansancio en el rostro, fue muy accesible a la hora de responder a las preguntas. El consultorio es un lugar sencillo y de fondo tuvimos la voz cálida del canta-autor nicaragüense, Salvador Bustos. A pesar de los años que tiene viviendo en México, Roger conserva mucho de su acento nicaragüense pero ya se dejan sentir en él los regionalismos michoacanos.


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Primera etapa. Sus años formativos

Roger G. Sáenz Escobar nació el día 31 de enero de 1957 en Managua, hijo de Paula Escobar originaria de León, una región de histórica tradición liberal y de Roger Sáenz, originario de Granada de antigua tradición conservadora. La pronta separación de sus padres ocasionó que sus primeros años de infancia viviera junto a su madre y hermanos Yamil y Analia, en un lugar llamado La Paz Centro, pequeña ciudad donde había una  estación del tren;

Vivíamos justo frente a la estación. Me gustaba andar entre los trenes, mi mamá administraba un negocio de su familia, por un sueldo ínfimo y no le compartían las ganancias; era hija fuera de matrimonio. Pasábamos hasta noche haciendo bolis para vender en la estación. Tengo la impresión de que he visto a mi mamá siempre trabajando, eso fue decisivo en mi formación.(Entrevista)[2].

 Al hablar de ésta etapa de su vida, sonríe y se le siente un tono de felicidad, al recordar que su infancia la pasó envuelto en la vida rural y relaciona sus recuerdos con Cien años de soledad de Gabriel García Márquez, pues al poco tiempo y con base en mucho trabajo su madre compró una casa “grande, con un patio grande, llena de árboles en la Paz Centro”.

El tiempo narrado por el entrevistado coincide con el contexto de una fuerte oleada represiva a causa del asesinato del general Anastasio Somoza García, fundador de la dinastía somocista. Asimismo, en Nicaragua se estaba viviendo bajo una paz relativa debido a que el sucesor del general, su hijo Luis Somoza asumió la presidencia bajo la promesa de no reelegirse como presidente. En otros aspectos, en el país hubo aumento del desempleo, bajaron los salarios y comenzó una rápida urbanización como producto de las migraciones de campesinos a la ciudad debido al permanente despojo de tierras de que eran objeto.  

A pesar de esta situación, a mitad de la década de los sesentas, la familia Sáenz Escobar se mudó nuevamente a Managua con los ahorros de años de su madre que le permitieron comprar su propia casa y mantener un hogar, a sus hijos y darles estudios. Con algunas limitaciones económicas, vivió en el barrio Santa Rosa, donde había mucha pobreza y analfabetismo, pues a nivel nacional este índice estaba en más del 70% de la población. Una vez instalados en la ciudad, la señora Paula comenzó a trabajar en su propia pulpería en la que vendía “las cosas de horno que ella misma hacía”, entre otros productos. Luego pudo montar un taller de costura de camisas y pantalones, que le ayudó a mejorar de manera definitiva la cuestión económica familiar.

De esa etapa, Roger recuerda su gusto por los comics, por la escuela -excepto por las matemáticas- así como la severidad con que fue educado en la escuela durante su etapa primaria en los que se daban fuertes castigos físicos a los niños como rutina diaria. Algo que resalta, es que un primo suyo vendía periódicos en las calles, él lo ayudaba a escondidas de su mamá, era el año de 1967, “un día vendiendo el diario opositor al gobierno de Somoza, vi la foto del Che muerto, cuando cae en Bolivia y sin saber por qué, le quedó grabada la imagen que aún sigue influyendo en toda mi vida”. Los efectos de la revolución cubana ya se dejaban sentir en todo el continente, en el caso de los países centroamericanos, la ola de represión y violencia nacional estaba auspiciada de manera directa por Estados Unidos.

A pesar del anticomunismo desplegado, algunos jóvenes organizaron desde Tegucigalpa un grupo armado al que llamaron Frente Sandinista de Liberación Nacional, mismo que fue objeto de la represión por parte del Estado nicaragüense. Mientras esta situación se desarrollaba en el país, Roger en plena adolescencia estaba interesado en los libros, con predilección por los cuentistas rusos,  su pasión era aprender a tocar guitarra, además de leer  temas sobre ateísmo y el marxismo. El acceso a este tipo de literatura la tenía en casa de un funcionario del gobierno somocista, Don Pedro Conrado, quien como maestro de escuela, y principalmente como padre de jóvenes, comprendía sus inquietudes intelectuales y de alguna manera les permitía el acceso a la discusión de las muchas obras que tenía en su biblioteca. Roger confiesa que más que el marxismo, su tema predilecto era el ateísmo.

En estos años que hemos comentado, el frente sandinista había realizado trabajo de reclutamiento en las montañas, donde además llevó a cabo su primera ofensiva en la zona de Pancasán (Alegría Claribel, 2004), durante la cual la organización sufrió algunas bajas de líderes fundadores. A pesar de eso, el grupo guerrillero no había conseguido un verdadero involucramiento de la población, sin embargo, la crisis económica ocasionada por los problemas del Mercado Común Centroamericano, la Guerra del Futbol entre Honduras y El Salvador y el terremoto de Managua de diciembre de 1972, lograron activar un cuestionamiento abierto al sistema de gobierno imperante, tanto por la reelección de los Somoza, como por el aumento en los precios de la canasta básica y por los problemas en varios sectores de la sociedad.

Al mismo tiempo que la dictadura hacía uso de la fuerza militar para contener cualquier manifestación de inconformidad por parte de los sectores populares, el FSLN siguió aglutinando fuerzas en la clandestinidad, en las zonas urbanas y en las rurales. Como una forma de reforzar el proyecto, los sandinistas en voz del secretario de la organización, Carlos Fonseca Amador, dieron a conocer por primera vez el programa de lucha. Dicho esquema advertía sobre la necesidad de que todos los sectores sociales de Nicaragua se unieran a la estrategia que terminaría con el derrocamiento de Somoza.

Para el periodo de 1973-1975, ante las constantes manifestaciones y huelgas por las muchas injusticias sociales, el Estado somocista comenzó a desplegar una fuerte campaña de represión militar. A pesar de ello Roger intentó ser partícipe de esos movimientos, de su asistencia a una manifestación de estudiantes de secundaria, recuerda la consigna guardia vendida, únete al pueblo, en esa ocasión:

La guardia nos lanzó muchas  granadas, que yo creía eran de fragmentación, como había visto en la tele en la serie “combate”; salí corriendo y tuve la firme seguridad de que una de las granadas, iba exclusivamente tras de mí, que me perseguía!; estaba seguro que al alcanzarme iba a estallar. Lo único que pienso en ese momento, es en la reacción de mi madre al ver mi cadáver y reflexiono, que mi caso no sería el único, porque la guardia somocista asesinaba muchos estudiantes de 14 y 15 años; cuando estalló, yo me asfixiaba y sentía que me quemaba el cuerpo, dentro y fuera, con un ardor intenso en muchas partes y principalmente los ojos; porque la granada era de gas lacrimógeno.

Una vez disuelta la manifestación recuerdo que alguien me da un “trapo” con agua carbonatada, camino media cuadra muy atontado,  por todo lo que viví en esos intensos y eternos momentos y veo llegar la guardia en jeep llamados BECAT - Brigada Especial Contra Actos Terroristas- cerrando la cuadra en las esquinas  y veo de cerca, como uno de ellos, le desbarata la cara de un culatazo a un joven, como de 15 años -poco mayor que yo-, el mismo guardia somocista se dirigió hacia mí y me miró a los ojos y quedé paralizado frente a él, sin moverme, sin respirar, sintiendo detenido todo a mi alrededor, de repente me gritó: ¡BUUUUUUU¡ y le respondí: ¡AAAAAYYYYYYY! Y no sé cómo, comencé a correr, pasando a su lado, jamás volvería a lograr esa velocidad. Ese día debía haber muerto, pero a un guardia somocista le dio pesar mi infancia, mi aspecto, mi terror y a pesar de su entrenamiento para asesinar; me dejo vivir.

 

En este momento de la entrevista, hace énfasis en la descripción del policía “me pareció que era muy alto, muy fuerte y grande, de mirada asesina, con casco y todo su aditamento de guerra, que le daban un aspecto aterrador para mis 13 años”. Después de éste episodio decidió no salir de su casa por más de una semana; “perdí el apetito y el sueño, me la pase acostado, en shock y sin contestar las preguntas y miradas preocupadas de mi mamá”. Nuestro entrevistado relaciona esta experiencia con su creciente interés por leer más sobre el marxismo, la lucha y el pensamiento del Che.

Como estudiante de secundaria llegó a ser secretario del consejo estudiantil de su escuela y por lo tanto, en ese momento inició su activismo político participando en la organización de tomas de la escuela, también en manifestaciones callejeras, (como protestas por aumento del precio de la leche, el pan, transporte público etc.). Estas actividades le llevaron a ser detenido por primera vez, pero fue rescatado de manera rápida por su mamá, quien pudo sobornar a los guardias para que no lo echaran preso. A esta primera vez le sucedieron otras muy parecidas, lo que resalta de tales experiencias es que: “Nos  interrogaban acerca de quién nos estaba dirigiendo, si habíamos sido entrenados en Cuba, dónde teníamos ocultas las armas, nos amenazaban con fusilarnos ahí, en la calle que nos habían detenido si no confesábamos. Como no les contestábamos y no les dábamos las respuestas que querían; nos golpeaban. Yo no sabía de qué estaban hablando”.

En este sentido recuerda haber estado  detenido  entre tres y cuatro veces, como muchos de sus amigos de la secundaria o del barrio. Estos motivos son los que impulsaron a su mamá a buscar la manera de sacarlo a estudiar fuera de Nicaragua “si te quedas en Nicaragua, te van a matar”. La primera opción era mandarlo a los Ángeles, la segunda, enviarlo con los hermanos Conrado, nicaragüenses que eran amigos de él, con quienes compartía ideas respecto a la política del país y que estaban estudiando en Morelia, Michoacán.

Una vez que se decidió el traslado, llegó a México con 17 años, antes de cumplir la mayoría de edad, iniciaba 1975. Ingresó a estudiar la carrera de ingeniería en el Instituto Tecnológico de Morelia, en donde sólo duró un semestre y en ese mismo año decidió ingresar a la carrera de medicina en la UMSNH, pues en esos años la universidad no cobraba cargos extras por el ingreso de estudiantes extranjeros.  A pesar de que en ese tiempo ya la agitación política en Nicaragua era evidente, a nivel internacional no había conocimiento sobre el tema. Sin embargo, cuando la lucha comenzó a ser conocida a nivel internacional, la UMSNH  condonó las inscripciones de los nicaragüenses que estaban en ella. Durante los cinco años de su formación mantuvo contacto con el FSLN y como residente en Morelia su aportación consistía en lo siguiente:

Recibía gente que salía de Nicaragua a México, porque allá habían realizado alguna acción por parte del frente y eran perseguidos por la Guardia Nacional y la seguridad del Estado. Los “compañeros” llegaban a Morelia enfermos, heridos y los hospedaba en donde yo vivía, era gente que yo no llegaba a conocer realmente, por razones de seguridad, no debía preguntarles mucho ni personal ni de actividades, se compartimentaba información, ni siquiera cuánto iban a estar o donde irían después, algunos duraban algunos meses, creo que la mayoría regresaban a Nicaragua a integrarse a la lucha armada revolucionaria.

 

Desconoce si dichas personas salían de Nicaragua de manera legal o clandestina pero descarta el hecho de que haya sido a través de alguna Embajada. Estos jóvenes, aunque de manera escasa, le daban algunos datos sobre el avance de la lucha, lo demás lo sabía por medio de la televisión. Comenta que entre 1978 y 1979 comenzó a sentir la necesidad de regresar a su país e integrarse al movimiento armado revolucionario. Sin embargo su responsable le dijo que debía esperar porque; “empuñar un fusil cualquiera lo podía hacer, pero una vez que triunfara la revolución se iban a necesitar médicos”. Esto nos habla de la certeza que se tenía acerca del triunfo popular contra Somoza.


Imagen 2. www.inatoday.com

Triunfó el movimiento revolucionario el 19 de julio de 1979, Roger terminó el quinto año de medicina en 1980 y  regresó a Nicaragua. Por medio del Dr. Alejandro Espinoza, (un amigo que ya estaba en el recién formado Ejército Popular Sandinista (EPS)) pudo ingresar al EPS integrándose a la escuela militar “Javier Guerra Báez” era el año de 1981, contaba ya con 24 años.

 

Segunda etapa. La elección de ser psiquiatra.

A partir de esta segunda etapa nos permitiremos dejar fluir el testimonio del doctor guiado solamente por algunas preguntas con el objetivo de mantener el ritmo  y la narrativa del propio testimoniante.  Por ello se estructura a modo de entrevista con respuestas extensas.

Pregunta: Debido a que uno de los motivos por los que optamos por hacerle la entrevista al Dr. Sáenz es su formación académica decidimos preguntar ¿Qué te lleva a tomar la decisión de ser psiquiatra?

Jamás pensé ser psiquiatra, en Nicaragua cuando entré en el EPS fue a una escuela militar de preparación para clases y soldados. En la que se preparaban para combatir.  Ahí pude ver personas con graves problemas de salud: lesiones físicas muy dolorosas, pies llagados, lesiones de columna, etc.,  y a pesar de eso mantenían la firme decisión de continuar su entrenamiento e irse a las montañas a combatir somocistas. Se estaba exterminando el pandillerismo y el bandolerismo que realizaban los grupos somocistas que quedaban dispersos. Este tipo de gente me impactó, porque mi formación médica me enseño que; ¡si te duele te quedas quieto!, entonces repensé el marxismo y relacioné que lo ideológico, lo psicológico, el pensar, pareciera más importante que lo corporal. No es una idea que haya captado en la universidad, creo que es una idea que había estado embrionaria ahí; por los libros leídos antes en Nicaragua, y que al ver a treinta o cuarenta gentes, que debieran estar acostados por su molestia física, por su problema corporal, me pedían, me lloraban y me decían: ‘no me saque del entrenamiento por favor¡’, yo les decía: ‘pero es que apenas puedes caminar’: -‘yo le echo ganas’; -‘pero mirá cómo estás sangrando!’, -‘si pero póngame algo ahí y yo le sigo’.

Después estuvimos en misiones médicas militares, en combates contra los grupos residuales somocistas en 1982, yo me quedaba en la retaguardia, curando heridos y enfermos y miraba cómo aun, en sus condiciones físicas precarias querían seguir en el combate. Esto me llamó mucho la atención porque entendí que el ser humano no está determinado por su cerebro, por su cuerpo, sino por su propia historia, sus propios sentimientos, emociones… a partir de ese momento, me gustó mucho la psiquiatría y tuve la oportunidad de llevar pacientes que estaban en cuadros psicóticos a una Unidad de Salud Mental que tenía el Hospital Militar central, cuando yo los iba a dejar, me encontraba con un gran psiquiatra; el Dr. Jacobo Marcos Frech, y otros psicólogos compañeros del ejército y les pedía que me permitieran conocer el manejo y avances del enfermo.

Cuando terminé el servicio social, en el ejército estábamos escogiendo las especialidades y yo tenía más experiencia que otros compañeros de mi nivel, porque llegué de la tropa, la mayoría de la gente que estaba en mi generación de médicos hizo sus prácticas no en las unidades de combate, sino en los hospitales cual debe ser, pero yo lo hice al revés; primero hice servicio social en las unidades, en la tropa y después me autorizaron a hacer el internado en los hospitales, entonces yo vengo de donde ellos van y esto me dio mayor fundamento y autoridad. Pedí estudiar psiquiatría basándome en lo anterior.

Cuando yo llegué al hospital militar y venía de la tropa con mi grado de sargento, los médicos de ahí me decían riéndose: “es que tú eres oficial cómo vas a tener grado de sargento” y a mí me dio más risa de ellos, porque yo sentía un gran honor de traer esos grados y  les decía; bueno, a mí me los dieron allá, en la tropa; no me los voy a quitar aquí, en el hospital! Creo, o hasta donde yo sé, que soy el único caso de oficial del EPS que ha recibido grados de sargento.

Me acuerdo que en ese tiempo se fue el médico de las Fuerzas Aéreas y de Artillería a estudiar a otro país y solicitaron en el hospital quién fuera a cubrir ese puesto: me ofrecí por mi experiencia en tropa, yo estaba en funciones ahí, cuando hubo un atentado en el aeropuerto, un capitán somocista llegó con un avión y tiró bombas, queriendo darle al depósito de combustible de la Fuerza Aérea y destruir el aeropuerto; una de las bomba cayó a 10-15 mts. del puesto médico donde había una paciente con embarazo de alto riesgo y ella abortó por el bombazo de ese señor, creo que la única víctima de ese atentado terrorista fue el embrión.

Ese atentado hizo poner en alta disposición y nivel combativo principalmente a la FAAS-DAA y nos fuimos a sitios secretos asignados por algunos meses, en esa época se da la invasión a Granada (1983) está Reagan en el poder, creo que había problemas también con Libia y entonces nosotros esperábamos un ataque de Estados Unidos, por constantes amenazas de invasión a Nicaragua. Además estaba organizando un ataque del consejo militar centroamericano (CONDECA).

Cuando terminó ese período de crisis me regresaron al hospital central a escoger especialidad. En ese momento yo iba primero en la lista para escoger y elegí psiquiatría; esa especialidad no estaba en la lista, había medicina interna, cirugía, traumatología, incluso había una plaza para estudiar dermatología en Puerto Rico. Todos me preguntaban a mí que qué iba a escoger, éramos creo que doce y cada quien quería saber sus posibilidades de la especialidad que quería, yo les decía que psiquiatría y ellos se ponían a reír, pensaban que les mentía y me decían que estaba mal, que me habían dado algún balazo en la cabeza (ríe) pensaban que era “gacho”, como dicen aquí en México, por no decirles que especialidad quería, yo me reía, nadie me creyó.

Por mi desempeño y misiones en las tropas me dieron reconocimientos, grados militares -de sargento-, etc. Entre ellos había una carta del comandante –Humberto Ortega, jefe de las Fuerzas Armadas de Nicaragua- indicando que era merecedor de un estímulo.  Cuando llegó el día de elección de especialidades me presenté, en la mesa de entrevistas se encontraba el director del hospital, un representante de la universidad y un compañero asesor cubano, porque muchas de las especialidades médicas se iban a hacer en Cuba. Después del saludo militar y formal me preguntaron: “¿Qué quieres?” y les dije que psiquiatría, se rieron, me dijeron, ya en serio, qué quieres, respondí: psiquiatría. Me dijeron que no, porque no estaban interesados en formar especialistas en psiquiatría. En ese momento, saqué la carta que me habían dado y les dije “Mire, yo tengo un estímulo y quiero estudiar psiquiatría, me dijeron “sí, pero ¿cómo vamos a hacerle”, a lo que respondí “no sé, pero yo quiero estudiar psiquiatría”. Así conseguí comenzar a estudiar la especialidad. Mi primer año lo hice en el Hospital Civil Psiquiátrico de Nicaragua, por eso regresé en cierto modo a  llevar vida civil, sólo me llamaban cuando el ejército nos necesitaba, por estar en alta disposición combativa -bajo amenaza de invasiones-.

En ese tiempo bajo la idea de la Guerra de Baja Intensidad (GBI) hubo mucha agresión psicológica, pasaban los aviones “pájaros negros”; y rompían la barrera del sonido, con un gran estruendo, que pretendía aterrar a la población, al principio todo mundo andaba corriendo, luego todos riéndose. Cada vez que se metían los Estados Unidos a invadir algún país: Granada, Afganistán,  por ejemplo, me movilizaban para la alta disposición combativa que debía tener el ejército. Así pasó mi primer año de formación.

Por razones militares y académicas me reubicaron nuevamente al hospital central, para mi segundo año de especialidad, y fue curioso, porque en vez de mandarme a estudiar al extranjero, como la mayoría de mi generación, trajeron un tutor de Cuba para que me enseñara psiquiatría y a la vez organizara la residencia de psiquiatría en el hospital militar. El maestro Héctor Hernández Carrazana era jefe de docencia del Hospital Almajeira de Cuba[3] y fue quien llegó como mi tutor. Durante ese segundo año el hombre me hizo leer, leer, leer y  pensar, pensar y pensar, sin darme casi tiempo para otras cosas y lo odié, sólo después entendí y agradecí porque él quería prepararme. Creo que es un excelente maestro.

La experiencia de guerra, de la paz, de la consulta, fue generando toda una forma de ver el mundo, y la situación me permitió aprender también de la práctica, luego llegó otro compañero psiquiatra cubano, el Dr. Héctor Barreto también como asesor, pero yo ya estaba en tercer año de la residencia, para ese tiempo, ya habían aceptado tres residentes más para psiquiatría y un año después, dos más, o sea que los servicios médicos se dieron cuenta que después de la guerra, íbamos a tener necesidad de muchos psiquiatras.

En esos momentos ya estaba la lucha con la “contra”, ya había una guerra casi formal, había muchas bajas por cuestiones físicas y psíquicas, se prepararon seis psiquiatras. El Dr. Héctor Hernández Carrazana dejó hecho el programa de residencia en psiquiatría, mi jefe superior era un psiquiatra que se había graduado en México[4], fui asignado como responsable de docencia de salud mental,  estando en tercer año de la residencia.  

Como parte del trabajo, hacíamos brigada médica para atención de la salud mental, íbamos a valorar a la tropa que estaba en combate y detectar a los que tenían problemas psiquiátricos, a desmovilizarlos de la tropa, para que no fueran más problema y atender algunos que podían tener reacción en los combates y que podrían desestabilizarse mentalmente. Entonces estábamos meses en la montaña con la tropa y meses en el hospital en Managua estudiando, poniéndonos al día, siguiendo la consulta, hasta que nos volvían a movilizar para las operaciones, por ejemplo durante la Operación Danto que es histórica en Nicaragua. En muchos casos se movilizaron los servicios médicos, atendiendo los Batallones Ligeros de Infantería (BLI) hacíamos hospitales de campaña para atención.

 

Tercera etapa. El Ejército Popular Sandinista visto desde dentro

Pregunta: Tu participación dentro del Ejército Popular Sandinista se dio durante los años de la lucha contrarrevolucionaria ¿cuál fue el nivel de aprendizaje personal? ¿La población nicaragüense seguía conservando el mismo entusiasmo en la lucha que durante los primeros años de la revolución?

Yo siento que quienes estábamos en el ejército, por razones de nuestra experiencia, de nuestra vivencia diaria, esforzándonos y luchando, viendo las víctimas de la contra, seguíamos conservando nuestra moral en alto y nuestras convicciones políticas se reforzaban, pero pienso que entre la gente civil; el racionamiento de productos básicos y otros como papel higiénico, de jabón, de refresco, de chicles, el hacer fila, etc.  fue mermando esta capacidad, pero al parecer –y esto te lo digo ya como psiquiatra del ejército-siento que afectó mucho la ley del servicio militar, era difícil para mí, por ejemplo, ir a entregar cadáveres de jóvenes de entre 16 y 18 años que habían muerto en combate. En los primeros años del triunfo revolucionario las familias apoyaban, pero con el paso del tiempo y ante un cadáver se tiene que reflexionar por la pérdida, el duelo, etc. y esto fue disminuyendo el entusiasmo y la participación de la gente, el servicio militar obligatorio tuvo un gran impacto negativo para el sandinismo.

Estoy totalmente convencido de que si el presidente Daniel Ortega durante la campaña electoral hubiera hecho la promesa de quitar el servicio militar, él hubiera sido reelecto. Creo que el pueblo de Nicaragua podía aguantar hambre, privaciones pero más muertes era difícil; si para quienes luchábamos por convicción ideológica, era complicado ver caer a un “compañero”, también nos generaba un vacío; en otros casos eso nos impulsaba a tener más coraje para la lucha pero también algunas veces nos generaba miedo. Como psiquiatra, considero que decirle a una madre que su hijo murió por la patria y esperar que eso la consuele es poco conveniente, pues muy pocas madres pueden con ese dolor, lo mismo en el caso de los hermanos, la esposa, amigos, etc.

Y te lo digo porque en realidad, para los miembros regulares del ejército, los muchachos del servicio militar a veces, no siempre, eran un estorbo, porque no tenían experiencia combativa, muchos no iban con voluntad política sino por ley, entonces cuando oían los disparos y que salía gente herida, no reaccionaban bien, como los militares permanentes, que teníamos –supuestamente- convicción política y aunque teníamos miedo, terror y entrabamos con dificultad a los combates, estas personas con menos preparación militar y política les era más y muy difícil; uno terminaba cuidándolos, más que apoyarse en ellos.


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A esta situación se fueron sumando más factores: las carencias económicas, la creciente cantidad de muertos, creo que en esos años hubo miles de caídos en combate entre miembros del Ejército Popular Sandinista, pero por lo menos un tercio de esos miles eran jóvenes, niños, eso impacta.   En ese tiempo algunos “compañeros civiles” justificaban que por lo menos ahora tenían un fusil y durante la dictadura la policía sólo nos agarraba y nos mataban en la calle, con cuadernos en mano.  A principios de los setentas, cuando se suponía que nos encontrábamos en tiempo de paz  mínimo morían dos o tres estudiantes, pero ahora la lucha era, en realidad, contra un ejército invasor, entrenado en Miami, apoyados en todos los sentidos por Estados Unidos.

Recuerdo un ataque de la “contra”; en un lugar me parece que se llama San Miguel de las Mulas, creo que ahí mataron 28 jóvenes, creo que ninguno era mayor de 25 años, solo una sobreviviente adolescente con amputación de brazos, cuando te toca entregar 28 cadáveres a sus familias, es difícil seguir siendo combatiente revolucionario, seguir teniendo el respeto como miembro del ejército; pues cuando la gente veía a su hijo, sobrino, etc., muerto, en vez de culpar a la “contra” por asesinarlos, se culpaba al frente, al EPS, como si fuera el promotor de la violencia.  

Ya había gente que estaba sacando a sus niños del país, antes de que llegaran a la edad del servicio militar, esto debimos haberlo visto, a ello se agregó que los comandantes y dirigentes revolucionarios comenzaron a distanciarse de los niveles de vida de la mayoría, comenzaron a vivir con derroche de recursos y lujos, que resultaron ofensivos para la sensibilidad de la mayoría; ellos ya luchaban por su bienestar personal; habían dejado de luchar por el pueblo nicaragüense. Había toda una distorsión de las cosas, obviamente una reacción política negativa al sandinismo, la gente reaccionaria aprovechó.

Creo que la promesa de quitar el servicio militar obligatorio hecha por doña Violeta Chamorro le dio el triunfo en las elecciones de 1990 y no los Estados Unidos. Creo que el frente sandinista le apostó a que el pueblo podía soportar más muertes, pero yo siento que la insurrección y la lucha con la contrarrevolución ya no era posible para una población de dos o tres millones en aquel tiempo, hablar de cincuenta mil muertos era muchísimo, casi en todas las colonias, de cada cuadra de las ciudades, había muerto alguien, en la guerra de insurrección y la contrarrevolución.

Lo de Nicaragua no era una guerra civil, era una guerra de invasión de soldados entrenados por la Agencia Central de Inteligencia (CIA) y reforzados por cubanos “gusanos”, por agentes estadounidenses y agentes latinoamericanos (Argentina y Chile) de la CIA. La lucha era entre la Revolución Popular Sandinista contra un bloque invasor. Este choque provocó muchas muertes por ambos lados, pero los contras eran terroristas,  porque ellos tomaban prisioneros de guerra para torturarlos, matarlos y dejaban ahí los cadáveres de los compañeros para espantarnos con letreros que decían: “por comunistas, por sandinistas” eso era terrible.

Los miembros de las unidades de servicios médicos teníamos que bajarlos de los árboles con el pene en la boca, sin los brazos, etc., acciones que la contra realizaba y que eran parte de las indicaciones de un manual de terrorismo de la CIA. Estas cuestiones impactaron mucho en el pueblo nicaragüense; no creo exagerar  cuando te digo que en Nicaragua llegó un momento en que hacían falta calles para poner los nombres de quienes estaban muriendo, algunas calles tenían hasta dos nombres o por grupos de mártires, en esos momentos la lucha estuvo muy fuerte, yo me acuerdo que en un año cayeron muchos  médicos en combate frente a la contrarrevolución, que para la cantidad de médicos que teníamos, sí era un gran daño, fue el año de 1984, el más duro en la lucha con la “contra”.

Estaba en Apanás, Jinotega, en el hospital militar “Comandante Germán Pomares Ordoñez”, cercano a la frontera con Honduras, que era por donde más se metía la contra, estuve ahí durante los últimos dos años, ya no entrabamos en acciones combativas, nos llevaban los heridos y enfermos en helicóptero. El ejército estaba ganando a la “contra”, creo que perdimos como ejército, como Frente Sandinista, frente al pueblo, no frente a la contra. El Frente Sandinista, como partido, no era el pueblo, se nos olvidó que el pueblo era la fuente y razón del Frente Sandinista. Tantos muertos le costaron al frente sandinista las elecciones. Eso afectó las votaciones,

Fue curioso porque cuando pierde el FSLN, en realidad a mí no me impactó, lo esperaba. Como psiquiatra creo que entiendo más los fenómenos sociales y no estaba tan convencido, como muchos sandinistas,  porque escuchaba en el bus, escuchaba en la cantina, en el mercado, por lo que había que suponer que ellos (el frente) estaban sordos, para no entender que no había la posibilidad certera de la reelección. Yo tuve la esperanza de que en el último cierre de campaña de Daniel anulara el servicio militar obligatorio. La gran decepción fue escucharlo decir: “el servicio militar continúa, ¡no pasarán!” Me sentí incómodo, decepcionado de eso, pero no de la revolución sandinista, preocupado por comprometer por la fuerza a los jóvenes con la lucha armada del frente sandinista; fue paradójico porque esa lucha fue la que el frente perdió; si hubiera quedado sólo el ejército regular, con la gente más entrenada y con más experiencia, hubiéramos detenido cualquier invasión, pero la muerte de tantos muchachos, el pueblo lo resintió. Sólo varios años después el pueblo de Nicaragua, pareció perdonar esa decisión, al darle el triunfo a Daniel Ortega en las elecciones del 2006.

Yo ya tenía una actitud, una relación, más fuerte respecto a las pérdidas o la muerte, pero incluso tuve que quitarles pistolas a los compañeros en el hospital, porque unos se iban a suicidar, me llegaron dos o tres gentes sandinistas a la consulta llorando, porque las elecciones las habíamos perdido y alguno que otro, diciéndome; “ya para qué vamos a vivir”. Después de las elecciones perdidas, se empiezan a desmantelar muchas cosas, incluso el hospital de Apanás, porque era obvio que la contra no iba a seguir en acciones combativas; los compañeros  médicos de cuba que estaban apoyando también comenzaron a regresar a su país.

En ese momento yo estaba inconforme porque se pudo haber ganado, porque el esfuerzo tan doloroso en tantos aspectos, lo iba a pagar el pueblo de Nicaragua, como en realidad sucedió. Solicité mi baja del ejército y me fue negada. En el ejército se comenzaron a resentir los cambios de políticas internas, los altos mandos decidieron ya no dar atención médica a la gente civil, es decir, al pueblo, sólo se iba a dar atención a los militares. A mí no me gustó esa decisión, pues la percibí como un castigo a la gente, a castigarlos por haberle negado el voto al frente. Protesté diciendo: somos el frente sandinista, prometimos ayudar al pueblo porque somos pueblo y ahorita les estamos diciendo que no, esta medicina es de él, mi sueldo viene de él, como dice la Constitución, el poder emana del pueblo. Eso fue terrible para mí, porque se le volvía a negar el servicio al pueblo, que por la revolución ya tenía acceso a medicamentos y atención médica.

 

A modo de conclusión. Sobre el fin de la revolución y el retorno a México.

Pregunta: Finalmente, ¿qué te hizo volver a México?

Yo creo que hay dos cosas, una creo que es inconsciente, el hecho que sentí que de alguna manera estaba muriendo gente innecesariamente en la lucha, y la otra que  yo estaba casado con una mexicana y su familia me ofrecía ayuda. En Nicaragua yo salía de mi casa, no podía decir a dónde iba, regresaba después de algunos meses todo demacrado, estaban mi hija y mi esposa esperándome, la única instrucción que tenía ella, es que si llegaban a invadir Nicaragua se fuera al consulado mexicano, que yo no iba a poder estar allí con ellos, que no me buscara, porque iba a estar con el ejército deteniendo cualquier cosa, entonces, que no podía preocuparme por ella y lo entendió.

Había también una presión por parte de mi esposa y de la familia. Yo quería seguir estudiando y un familiar de ella me ofreció una beca para venir a estudiar una especialidad, en un centro de estudios latinoamericanos, creo que era salud mental comunitaria. Anteriormente yo le había pedido al ejército que me dejara hacer algo más de estudios, la única opción fue hacer una especialidad en Alemania y otra en psiquiatría infantil en Argentina y ninguna me interesó. Me habían negado autorización a venir a estudiar a México en el año 1988.

Después de la pérdida del frente en las elecciones me quedé sin ilusión, sentí que no estábamos haciendo nada, me acuerdo que llegué a la Unidad en el Hospital de Apanás y pregunté, “¿dónde vamos a trabajar?”, me contestaron que me iban a regresar al Hospital Central; -¿y si no quiero, si quiero seguir en la tropa?, Me dijeron no, te vas al hospital central. Les digo; “no, me voy a quedar en mi casa y ahí mándenme a echar preso”, porque ya había puesto mi solicitud de baja y no me la aceptaron. Me fui a mi casa y ahí me quedé tres meses, ahí me llegaban a pagar. Por fin me avisaron que me darían de baja pero sin recibir beneficios de los retirados, porque yo había puesto renuncia; al final, sí los recibí. Antes de recibirlos,  yo ya estaba trasladándome a México, esperando el apoyo de la persona que mencioné antes, pero no se concretó la beca. Comencé a trabajar en el Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) en Acapulco como apoyo en un centro recreativo, allí era mesero,  salvavidas, hasta médico de vez en cuando, ya después conseguí una plaza aquí en el hospital (se refiere al hospital psiquiátrico de Morelia, Michoacán) y ya después volví a estudiar (egresó de dos maestrías) y me alejé psicológicamente del ejército, del FSLN, pero nunca de Nicaragua.

Ahora en el trabajo me siento bien, en mi vida personal, me siento bien, tal vez en mi vida pública no me siento a gusto, porque me hubiera gustado seguir un poco como luchador social y no hacerlo, me da una sensación de pérdida. Cuando viajo a Nicaragua siento que persiste la visión de los enemigos, porque esperamos que el otro empiece a ser nuestro enemigo, ¡y no tarda el otro en satisfacer esa necesidad! Pareciera que sólo podemos desarrollarnos contra alguien. Tenemos que hacer la patria juntos.

 

 

Notas:

[1] Doctora en Historia por el IIH-UMSNH. Actualmente  Becaria Posdoctoral de la Coordinación de Humanidades de la UNAM, en el Centro de Investigaciones sobre América Latina y el Caribe (CIALC) Publicación reciente: “México y Nicaragua, entre la cordialidad y el distanciamiento”, como parte del proyecto México ante el conflicto centroamericano, 1976-1996. Una perspectiva histórica (PAPIIT-UNAM IN-400512), bajo la dirección del Dr. Mario Vázquez, CIALC/UNAM. Actualmente se encuentra en proceso de entrar a imprenta. 

[2] En adelante todas las referencias sobre la vida de Roger son temadas de la entrevista realizada por nosotros.

[3] Se refiere al Hospital Clínico Quirúrgico “Hermanos Amejeira”, de la Habana, Cuba

[4]El testimoniante menciona que no le gusta acordarse de él, sin decir los motivos.

 

Bibliografía:

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Cómo citar este artículo:

TINOCO VILLA, Mireya, (2016) “Testimonio de un Médico Militar Sandinista en la etapa contrarrevolucionaria”, Pacarina del Sur [En línea], año 7, núm. 28, julio-septiembre, 2016. Dossier 18: Herencias y exigencias. Usos de la memoria en los proyectos políticos de América Latina y el Caribe (1959-2010). ISSN: 2007-2309.

Consultado el Viernes, 29 de Marzo de 2024.

Disponible en Internet: www.pacarinadelsur.comindex.php?option=com_content&view=article&id=1333&catid=58