Hacer visible, hacer legible: Consideraciones sobre la memoria de la dictadura en el marco de un espacio institucional

Make visible, make readable: Considerations on the memory of the dictatorship within an institutional space

Tornar visível faça legível: Considerações memória da ditadura no âmbito de um espaço institucional

Maira Mora[1]

RECIBIDO: 03-06-2016 APROBADO: 11-10-2016

 

L’excès de souffrance réelle ne supporte pas l’oubli”.

Theodor Adorno

 

Luego de 17 largos años de dictadura y de un esfuerzo oficial y generalizado de borradura del pasado reciente y su memoria histórica, los discursos en torno a la memoria comenzaron a ocupar un lugar preponderante en Chile. A pesar de que se trató de una transición pactada hacia la democracia, el Estado asumió el reconocimiento público de los abusos cometidos por el régimen dictatorial, revelando oficialmente los lugares y hechos concretos ligados a la violencia ejercida durante ese período. Así, luego de haber insistido durante años sobre el carácter incierto de la muerte de miles de desaparecidos, el gobierno terminó admitiendo que la violencia sistemática formaba parte de una política de Estado, reconociendo tanto la muerte como la ausencia de los cuerpos a través de la difusión de informes elaborados por comisiones de investigación establecidas desde el retorno a la democracia.[2] En este contexto de exploración del pasado reciente, la pregunta sobre la responsabilidad frente a la Historia se transformó en un desafío político que tomó la forma de un imperativo ético: el deber recordar. Ahora bien, como lo señala Pierre Nora (1984), la memoria está en evolución permanente: inconsciente de sus deformaciones sucesivas, vulnerable a todas las utilizaciones y manipulaciones, está siempre expuesta a la dialéctica del recuerdo y de la amnesia. La problemática que plantea el imperativo ético es aún más compleja si consideramos que la construcción social de la memoria implica una confrontación permanente entre recuerdos individuales diferentes o incluso antagónicos[3]. En lo que concierne el caso particular de Chile, la memoria relativa a la dictadura es aún hoy en día una memoria fragmentada, escindida, nunca consensual. ¿Cuál sería entonces la memoria que debemos resguardar?

Museo de la Memoria y los Derechos Humanos. Santiago de Chile
Imagen 1. Museo de la Memoria y los Derechos Humanos. Santiago de Chile

Veinte años después del retorno a la democracia y simbólicamente dentro del marco de las celebraciones del bicentenario de la nación, fue inaugurado en enero de 2010 el Museo de la Memoria y los Derechos Humanos en Santiago, pocas semanas antes del fin del gobierno socialista de Michelle Bachelet. Según el discurso oficial, este museo es “un espacio destinado a dar visibilidad a las violaciones a los derechos humanos cometidas por el Estado de Chile entre 1973 y 1990; a dignificar a las víctimas y a sus familias; y a estimular la reflexión y el debate sobre la importancia del respeto y la tolerancia, para que estos hechos nunca más se repitan” (MMDH: sp). Sin embargo, el carácter evolutivo de la memoria evocado previamente vuelve problemática la existencia de un espacio institucional que establece una memoria colectiva oficial. En efecto, la falta de consenso respecto al pasado reciente del país provocó vivas discusiones y críticas desde la presentación del proyecto, abarcando temas diversos que iban desde los actores que participarían en su construcción hasta el relato museal propuesto. No obstante, a pesar de las críticas y los riesgos que comporta un proyecto de esta envergadura, la existencia de este museo reviste una importancia fundamental. Este artículo estará consagrado al análisis de las interrogantes que plantea la creación de esta institución estatal desde dos ángulos en particular: por un lado el rol del museo ante la legibilidad de la Historia; por el otro su rol respecto a la problemática de la transmisión de la memoria, teniendo en cuenta que para ambos ejercicios -legibilidad y transmisión- la experiencia adquiere un valor fundamental.

 

Entre el recuerdo selectivo y el olvido institucional

Como señala Tzvetan Todorov en su libro Los abusos de la memoria (1998), los regímenes autoritarios del siglo XX revelaron la existencia de un peligro antes insospechado: la supresión de la memoria. En efecto, una de las primeras medidas adoptadas por el régimen militar de Augusto Pinochet fue la abolición del pasado reciente del país, decretando desde el inicio cuáles serían los gestos, recuerdos, personas y eventos que podían continuar existiendo, cuáles serían exaltados en el marco ideológico de una pretendida “refundación de la patria” –basada en una amnesia oficial-, y cuáles deberían desaparecer. La fractura histórica que constituye el fin abrupto del proyecto de la Unidad Popular provocado por el golpe militar y la posterior dictadura que se instaló en el país definen de manera innegable la identidad histórica del Chile contemporáneo. Por otro lado, la representación de este pasado traumático es igualmente constitutiva no sólo de la identidad individual sino también colectiva. Tal como afirma el sociólogo Manuel Antonio Garretón, “un país es el modo de enfrentar y proyectar su pasado. Dicho de otra manera, es en torno a cómo resolvamos los problemas del pasado que va a definirse nuestro futuro como comunidad histórico moral” (2003: 215). No hay entonces proyecto de futuro posible sin un trabajo previo de reflexión crítica sobre el pasado, y este trabajo de reflexión permanente vuelve imposible cualquier pretensión tanto de cerrarlo de manera definitiva como de dar vuelta la página. La naturaleza trágica del quiebre democrático agrega otro elemento a la elaboración crítica del pasado, que es, como mencionamos anteriormente, la conminación ética encarnada por el deber de memoria, el deber recordar. Ahora bien, si la memoria relativa a la dictadura es aún hoy en día una memoria escindida, nunca consensual, cabe preguntarse entonces: ¿qué es lo que debemos recordar?

No podemos hablar en términos de memorias verdaderas, falsas o neutras, sino más bien de memorias hegemónicas, o, como propone Enzo Traverso, de memorias "fuertes" que se imponen sobre las memorias "débiles". Traverso explica:

Hay memorias oficiales, mantenidas por instituciones, incluso por Estados, y memorias subterráneas, escondidas o prohibidas. La "visibilidad" y el reconocimiento de una memoria dependen también de la fuerza de quienes las sostienen. Dicho de otro modo, hay memorias "fuertes" y memorias "débiles". Fuerza y reconocimiento no son factores fijos e inmutables, sino que éstos evolucionan, se consolidan o debilitan, contribuyendo a redefinir permanentemente el estatuto de la memoria. (2005: 54)[4]

Museo de la Memoria y los Derechos Humanos. Santiago de Chile
Imagen 2. Museo de la Memoria y los Derechos Humanos. Santiago de Chile

El retorno a la democracia en Chile demostró efectivamente que la fuerza y el reconocimiento no son factores inmutables. Así, el silencio y la negación de las violaciones a los derechos humanos cometidas durante la dictadura fueron reemplazados por una incipiente política de la memoria, en la que los antiguos vencidos de la Historia se transformaron en el centro de la nueva memoria oficial. Si retomamos la argumentación de Nora relativa a la dialéctica del recuerdo y la amnesia a la que se ve confrontada una memoria viva, sostenida por personas y no por instituciones, es válido preguntarse cuáles son las consecuencias políticas del establecimiento de una memoria oficial, lo que inevitablemente conlleva el riesgo de una fijación. En el caso específico del Museo de la Memoria, una de las primeras preguntas a plantearse es: ¿Cuál es la memoria que se quiere vehicular?

Tal como dijimos precedentemente, se trata de un espacio destinado a dar visibilidad a las violaciones a los derechos humanos cometidas por el Estado de Chile entre 1973 y 1990, poniendo un énfasis particular en la figura de la víctima. Su construcción corresponde a la implementación monumental de una de las medidas de reparación simbólica sugeridas por el informe Rettig[5], y el discurso que articula y pone en escena en su muestra permanente da cuenta de la predominancia de una memoria emblemática en particular: aquella que considera a la dictadura como una ruptura profunda que generó una situación de violencia sin precedente histórico alguno ni justificación moral.[6] Es ahí donde radica principalmente el origen de las disputas generadas en torno al museo -en la presentación de un discurso unívoco-, puesto que al tratarse de un espacio de memoria institucionalizada, ésta deviene, por tanto, oficial y legitimada. Sin duda alguna, su construcción refleja un gesto político fuerte[7] que puede ser leído como un intento de fijación del pasado a través del establecimiento de un discurso dominante. Mientras la memoria colectiva da cuenta de un proceso de negociación entre diversos relatos, su materialización institucional implica la elección de un relato en particular. Desde esta perspectiva, el museo ejemplifica claramente el carácter selectivo de la memoria. Como lo indica lúcidamente Gabriela Raposo, “la materialización de la memoria colectiva aparece como una lucha entre el recuerdo selectivo y el olvido institucional” (2007: 83). Sin embargo, es importante insistir sobre el hecho de que el “olvido institucional” responsable, por ejemplo, de la exclusión de las causas del quiebre democrático acaecido en 1973 no implica una voluntad de tergiversación de la historia[8]. En efecto, muchas críticas dirigidas al relato propuesto en el museo apuntaban a la exclusión deliberada en la muestra permanente de la tensión social previa al golpe de Estado, las tomas de fundos y fábricas, las colas y el desabastecimiento, como si se tratara de antecedentes que podrían explicar o eventualmente justificar los crímenes perpetrados. Llegados a este punto, es útil recordar la reflexión de Jacques Rancière (2012) respecto al negacionismo: para él, éste se expresa de dos maneras distintas: la primera consiste en negar simplemente lo ocurrido; la segunda, más sutil y por ende menos perceptible como tal, consiste en querer desplegar el contexto del evento traumático hasta el punto en que su especificidad desaparece. Esta segunda modalidad no se conforma con la constatación de los hechos, sino que reclama su explicación, exponiendo las razones que indujeron al evento en cuestión. Por lo mismo es importante insistir en que las violaciones a los derechos humanos no son ni pueden ser contextualizables: No hay razón que justifique por qué se asesinó, violó, torturó, desapareció y exilió a miles de personas, y cualquier tentativa de defender esta suerte de negacionismo velado comporta una peligrosa relativización de la violencia ejercida.

No es anodino indicar que un año después de la inauguración del Museo de la Memoria, el presidente de turno, Sebastián Piñera, primer mandatario de derecha electo después del retorno a la democracia, estaba dispuesto a reemplazar el término “dictadura” en los libros escolares de historia por el de “régimen militar”, avalando así la iniciativa de su Ministro de Educación del momento, Harald Beyer Burgos.[9] El escándalo que este proyecto de revisionismo histórico provocó en la comunidad nacional impidió finalmente la puesta en práctica de la medida gubernamental, pero el incidente muestra claramente que las políticas de la memoria están en lucha permanente con las del olvido, o al menos, de la disimulación.

Museo de la Memoria y los Derechos Humanos. Santiago de Chile
Imagen 3. Museo de la Memoria y los Derechos Humanos. Santiago de Chile

 

El museo como espacio de inteligibilidad de la historia

El Museo de la Memoria y los Derechos Humanos no es, en ningún caso, un museo de historia, aún si su muestra permanente se basa en la exposición sus fragmentos. Como dijimos previamente, se trata de un lugar creado para perpetuar una memoria en particular: la de los vencidos de la Historia. La finalidad de esta institución es promover una conciencia pública acerca de las violaciones masivas, sistemáticas y prolongadas a los derechos humanos acaecidas durante la dictadura; y esta labor no tiene un propósito político sino moral y pedagógico, dirigido particularmente hacia las nuevas generaciones que no vivieron la dictadura. Para lograr este objetivo, lo que está en juego entonces es la construcción de una visibilidad, de un espacio de inteligibilidad de algo de lo cual no se puede tener hoy una experiencia directa. Esta visibilidad que puede y debe conjugarse al relato histórico y a otros formatos capaces de vehicular un sentido -como la obra de arte, por ejemplo- obran en conjunto en el proceso de transmisión de la memoria, llenando o completando lagunas en la articulación sensible e inteligible del acontecimiento. Ahora bien, ¿cuál es la estrategia específica utilizada para lograr este objetivo y por qué es tan necesario?

Según el filósofo e historiador del arte Georges Didi-Huberman, “el pasado deviene legible, por lo tanto cognoscible, cuando las singularidades aparecen y se articulan dinámicamente entre sí” (2010: 14). En concordancia con esta afirmación, la solución adoptada por el museo fue crear un espacio de memoria que reuniera una gran diversidad de objetos, documentos y archivos en diferentes soportes y formatos, que en su conjunto fueran capaces de hacer legible lo que fue la dictadura en sus diversos aspectos: el golpe de Estado, la represión de los años posteriores, la resistencia, el exilio, la solidaridad internacional y las políticas de reparación adoptadas tras el retorno a la democracia. Se trata entonces de una memoria archivística, que “se apoya por completo en lo más preciso de la huella, lo más material del vestigio, lo más concreto de la grabación, lo más visible de la imagen” (Nora, 1984: XXVI). Es en este factor -que Pierre Nora define como el paso de la memoria en historia[10]- donde reside la pretensión de objetividad del relato museográfico. La museografía no se basa entonces en la representación del pasado, sino en la presentación de sus fragmentos, dando cuenta de una voluntad de visibilizar las huellas de lo que ha desaparecido, de los que han desaparecido. A través de la confrontación directa con los vestigios de la historia, con la articulación dinámica de singularidades que se ofrece a la percepción sensible, el visitante se transforma en un testigo más, siendo capaz de elaborar su propio relato en función de sus conocimientos y su experiencia previa. A este respecto, es importante señalar que, además de la muestra permanente, el museo cuenta con un espacio consagrado a las exposiciones temporales, así como también con dos obras de arte permanentes que ofrecen una aproximación radicalmente diferente al tema de la memoria[11]. El edificio acoge también un Centro de Documentación y un archivo audiovisual, permitiendo así una exploración personal que “abre la posibilidad de producir fisuras a la narración monumental”. (Reyes, 2012: 10). El museo se plantea entonces como un espacio de inscripción de una visibilidad en espera de un sentido, que no puede ser en ningún caso impuesto por la institución.

Museo de la Memoria y los Derechos Humanos. Santiago de Chile
Imagen 4. Museo de la Memoria y los Derechos Humanos. Santiago de Chile

El segundo eje temático que quisiéramos abordar en este artículo es el de la transmisión. En los párrafos precedentes intentamos desarrollar la hipótesis de que este museo permite una cierta legibilidad de la experiencia dictatorial. Pero ¿en qué reside la importancia radical de esta posibilidad? Walter Benjamin fue el primero en señalar que la modernidad se caracteriza por una crisis de la transmisión de la experiencia. Para el filósofo alemán, la Primera Guerra mundial marca simbólicamente el inicio de este declive, al señalar el mutismo de los soldados que retornaban del campo de batalla como prueba de esta catástrofe. Esta comunicabilidad de la experiencia que estaría en crisis se refiere, como explica Pablo Oyarzún, “a formas de participación en una experiencia común, la cual, sin embargo, no está pre-constituida, sino que deviene común en la comunicación y en virtud de ella” (2008: 13). Benjamin sugiere una distinción entre la “experiencia transmitida” (Erfahrung) y la “experiencia vivida” (Erlebnis): Mientras que la primera se perpetúa casi naturalmente de una generación a la siguiente, forjando así las identidades colectivas a largo plazo, la segunda está ligada a la vivencia individual, frágil, efímera y no transmisible. La Erfahrung es típica de las sociedades tradicionales, mientras que la Erlebnis pertenece en cambio a las sociedades modernas, “a veces como la marca antropológica del liberalismo, del individualismo posesivo, otras veces como el producto de las catástrofes del siglo XX, con su cortejo de traumatismos que afectaron a generaciones enteras sin poder transformarse en una herencia que se inscriba en el curso natural de la vida” (Traverso, 2005: 12). En efecto, aunque el recuerdo de un trauma histórico vivido en carne propia no resulte frágil ni efímero, no es sin embargo transmisible a una nueva generación.[12] En este sentido, podemos decir que el principal logro del Museo de la Memoria es el de llenar el vacío producido por la crisis de la transmisión de la experiencia. Aunque haya sido inaugurado en un momento en que la generación que padeció la dictadura está viva aún y que por ende todavía es posible intentar transmitir esta experiencia a través del relato indefectiblemente incompleto del trauma vivido, la capacidad del museo de hacer legible la experiencia dictatorial cobra una importancia radical de cara al futuro, en un contexto en que el acceso a esa experiencia estará fundado únicamente en la mediación del texto escrito y de la imagen. En este museo “la ausencia inenarrable no es por ello ininteligible, sino que al contrario, ella se da a ver, a escuchar, se deja aprehender” (Mora, 2016: 43).

 

Coda

El año 2013 se cumplieron 40 años del golpe militar. Aún si la explosión memorial que provocó ese aniversario, materializada en decenas de programas de televisión, reportajes, ciclos de cine, eventos académicos y exposiciones podría llevar a pensar que se trataba de un intento de elaboración crítica del pasado, este “boom” de la memoria escondía en realidad un fenómeno funesto, destinado a desvincular el Chile de hoy con ese pasado traumático que aún nos determina. Como escribe María José Contreras, “esta conmemoración intentaba infiltrar con sutiles (y no tanto) subterfugios discursivos la idea que todo estaba superado, una suerte de historización forzada que de a poco fue instalando un discurso latente que comunicaba que todo era parte del “pasado”. Se nos quería hacer creer que aquella sociedad del 73 era otra respecto a nuestro moderno y casi desarrollado Chile de hoy” (2016: 83). Bien por el contrario, ninguna memoria puede plantearse como una temporalidad cerrada herméticamente, como evocación de un pasado cerrado, fijado como un recuerdo inamovible. Las mediaciones a construir entre la memoria como supervivencia activa del pasado y el olvido como voluntad de dar vuelta la página dependen de una práctica activa y anti-contemplativa del recuerdo. Por lo mismo, el gran desafío del museo es mantenerse alejado de esa voluntad nefasta de cerrar el pasado definitivamente, transformando cada día la tentación de la fijación en un gesto de activación crítica del pasado. Sólo de ese modo el pasado traumático puede devenir principio de acción para el presente, y desde una toma de posición consciente, construir un futuro común como comunidad nacional.

 

Notas:

[1] Licenciada en Comunicación social y título de periodista por la Universidad de Chile, Licenciada en  Estética por la Pontificia Universidad Católica de Chile, Master en Estética por la Université Paris 1 Panthéon-Sorbonne, candidata a Doctor en Estética por la misma universidad parisina. Becaria 2014 del Centre Pompidou en el área de investigación Mundialización y estudios culturales, es co-autora del libro colectivo Frontières et dictatures. Images, regards. Chili-Argentine, que acaba de ser publicado en la editorial L’Harmattan. El título de su investigación doctoral en curso es “Esthétique et politique. De l’art engagé au Chili depuis 1973”. Filiación institucional actual: Univesité Paris 1 Panthéon-Sorbonne. Correo electrónico: Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.

[2] La dictadura del general Augusto Pinochet se extendió entre el 11 de septiembre de 1973 y el 11 de marzo de 1990. Patricio Aylwin, primer presidente electo luego del retorno a la democracia, impulsó la constitución de la Comisión Nacional de Verdad y Reconciliación, cuyo objetivo era el establecimiento de la verdad respecto a las graves violaciones a los derechos humanos cometidas durante el régimen de Pinochet. El informe emitido por dicha comisión fue hecho público a principios de 1991, pero conforme a la postura conciliadora de Aylwin, consciente de la fragilidad de la democracia en ciernes, su objetivo no era constituirse en la base para la realización futura de acciones en justicia: Para el ex presidente, el establecimiento de la verdad era la base necesaria para un proceso de reconciliación nacional en el que el perdón y el olvido serían las piezas fundamentales. Aylwin dejó así en suspenso la exigencia de justicia reclamada por los familiares de las víctimas, quienes reclamaban verdad y justicia afirmando a la vez « ni perdón, ni olvido ». En el año 2003, el presidente Ricardo Lagos encomendó la creación de la Comisión Nacional sobre Prisión Política y Tortura, cuyo trabajo de investigación tomaría en cuenta todos los casos que no habían sido considerados por la comisión precedente, es decir, los casos de privación de libertad y tortura que no hayan implicado la muerte de la víctima. Según las investigaciones realizadas por estas dos comisiones, se estableció que la represión masiva llevada a cabo durante la dictadura elevó a más de 40 mil el número de víctimas, incluyendo detenidos desaparecidos, ejecutados políticos, torturados y presos políticos durante los 17 años de la dictadura.

[3] Ver Maurice Halbwachs, La memoria colectiva, así como también Los marcos sociales de la memoria.

[4] Todas las traducciones desde el francés fueron realizadas por la autora.

[5] Se trata del informe emitido por la Comisión Nacional de Verdad y Reconciliación publicado en 1991, cuyo objetivo era, además de establecer la verdad sobre lo sucedido, identificar y reconocer a las víctimas e implementar políticas de reparación.

[6] El historiador norteamericano Steve Stern propone entender el concepto de “memoria emblemática” como un marco que reúne varias memorias personales otorgándoles un sentido interpretativo compartido. La memoria emblemática opera entonces como un criterio de selección de memorias personales. Según su perspectiva, a partir de 1973 los chilenos han construido cuatro memorias emblemáticas en torno a la dictadura y la violación a los derechos humanos, cuatro visiones diferentes que responden a la problemática sobre qué sentido atribuir al régimen militar. La primera de estas memorias considera el 11 de septiembre como la salvación de un país en ruinas; la segunda como una ruptura profunda que generó una situación de violencia sin precedente histórico alguno ni justificación moral; la tercera como una situación que puso a prueba la consecuencia ética y democrática de las personas; y la cuarta como un episodio de la vida nacional que, dada su imposibilidad de solución y el grado de conflictividad que provoca, es mejor relegar al olvido.

[7] Es válido señalar que la por entonces presidenta de Chile, Michelle Bachelet, es hija de Alberto Bachelet, general de brigada de la Fuerza Aérea de Chile y miembro del gobierno de la Unidad Popular liderada por Salvador Allende. Acusado de traición, Alberto Bachelet fue detenido tras el golpe de Estado y murió en prisión en 1974. Su esposa Ángela y su hija Michelle fueron también detenidas siendo víctimas de tortura y vejaciones en el centro de detención clandestino Villa Grimaldi antes de partir al exilio en 1975. No es sorprendente entonces que el proyecto de construcción de un museo de la memoria le resultara particularmente importante, entre otras cosas para oponerse firmemente la ola de negacionismo y relativizaciones respecto a los crímenes de la dictadura.

[8] En el marco de una encendida polémica que tuvo lugar en junio de 2012 respecto a la existencia y legitimidad de esta institución, el directorio del museo emitió una declaración pública en donde se afirmó que su tarea “no es historiográfica ni jurídica. Su propósito no es entregar información acerca de las causas que condujeron a esas violaciones o contextualizarlas, ni, tampoco, formular imputaciones individuales de responsabilidad, sino promover la idea que, con prescindencia de las circunstancias, ese tipo de hechos no deben ocurrir nunca más en nuestro país”.

[9] Ministro de la Educación entre 2011 y 2013.

[10] Ver: Nora, Pierre, “Entre mémoire et histoire. La problématique des lieux”. Les lieux de mémoire, Vol. 1; La République. Pierre Nora (ed). Paris, Gallimard, 1984.

[11] Para un análisis detallado de una de las obras presentes en la colección permanente del museo, ver: Mora, M., (2012). “Museo de la Memoria y los Derechos Humanos: una apuesta estético-política de legibilidad de la experiencia dictatorial”, en Cátedra de Artes, nº 11/12, Santiago, Pontificia Universidad Católica de Chile, pp. 63-76.

[12] A este respecto, es interesante el aporte que realiza Marianne Hirsch con su concepto de post-memoria, según el cual lo que se transmite de una generación a otra es el trauma, sin que haya mediado necesariamente una transmisión oral de la experiencia vivida.

 

Bibliografía

Adorno, T., (1984), Notes sur la littérature, Paris, Flammarion.

Benjamin,W., (2008), El narrador. Introducción, traducción, notas e índices de Pablo Oyarzún,  Santiago, Metales Pesados.

Contreras, M., (2016). “#vouloirNepasvoir : Ou la possibilité de présentifier la présence (encore) absente des détenus disparus au Chili”, en: Medina, J., M. Mora y F. Soulages (dir), Frontières et dictatures. Images, regards. Chili, Argentine, Paris, L’Harmattan, pp. 81-102.

Didi-Huberman, G., (2010), Remontages du temps subi. Paris, Les Éditions de Minuit.

Garretón, M., (2003). “Memoria y proyecto de país”, en: Revista de Ciencia Política, Vol. XXIII, Nº 2, Santiago, 2003, pp. 215-230.

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Rancière, J., (2012), Figures de l’histoire, Coll. Travaux pratiques, Paris, PUF.

Raposo, G., (2007). “Muerte y lugar en la memoria: Las huellas de la dictadura militar en Santiago de Chile”, en: Rodríguez-Plaza, P. (compilador), Estética y ciudad. Cuatro recorridos analíticos, Santiago de Chile, Frasis.

Reyes Sánchez, R., (2012), Arte, política y resistencia durante la dictadura chilena: del C.A.D.A a Mujeres por la Vida, Tesis para obtener el grado de maestro en Estudios latinoamericanos, México, Universidad Nacional Autónoma de México.

Sitio web del Museo de la Memoria y los Derechos Humanos: http://ww3.museodelamemoria.cl

Traverso, E., (2005), Le passé, modes d’emploi. Histoire, mémoire, politique, La Fabrique éditions, Paris.

 

Cómo citar este artículo:

MORA, Maira, (2017) “Hacer visible, hacer legible: Consideraciones sobre la memoria de la dictadura en el marco de un espacio institucional”, Pacarina del Sur [En línea], año 8, núm. 30, enero-marzo, 2017. Dossier 20: Herencias y exigencias. Usos de la memoria en los proyectos políticos de América Latina y el Caribe (1959-2010). La conflictiva y nunca acabada disputa por las memorias en América Latina. ISSN: 2007-2309.

Consultado el Jueves, 28 de Marzo de 2024.

Disponible en Internet: www.pacarinadelsur.com/index.php?option=com_content&view=article&id=1418&catid=62