La estrategia de clase contra clase y sus efectos en la proletarización del Partido Comunista argentino, 1928-1935

En este artículo desarrollamos una serie de argumentaciones que ponen en cuestión el planteo que adjudica la proletarización del PC y el éxito de su inserción inicial en el movimiento obrero a la adopción de la estrategia de clase contra clase. Señalaremos aquellos procesos que antecedieron a la aplicación de dicha línea política y su posible cuestionamiento en muchos de sus aparentes beneficios y utilidades. En ciertas dimensiones y circunstancias, la inserción y el crecimiento del comunismo en el movimiento obrero pudieron desplegarse no tanto gracias a las directrices propias del tercer período, sino a pesar de ellas.

Palabras clave: Partido Comunista, Argentina, comunismo, clase obrera

 

Entre 1928-1935 el Partido Comunista (PC) de la Argentina aplicó la estrategia política denominada clase contra clase, que fuera propiciada por la Internacional Comunista (IC o Comintern). Como es bien conocido, se trató de una orientación izquierdista que condujo a los diversos partidos comunistas del mundo a caracterizaciones drásticas y tácticas que promovían la profundización de la confrontación social, en el marco de un partido que extremaba su aislacionismo y sus posiciones sectarias. El objetivo de este artículo no es describir y analizar en detalle el modo en que esta estrategia fue desplegada por el PC argentino en sus distintos ámbitos de elaboración e intervención. Lo que nos interesa, específicamente, es examinar cómo y en qué medida la aplicación de esta línea influyó en la inserción comunista en el movimiento obrero argentino. Para ello, como inicio de nuestra línea argumental, apelaremos a una reflexión de corte historiográfico.

En la débil y acotada bibliografía sobre la historia del comunismo argentino, se destaca un ya antiguo artículo escrito por el intelectual socialista José Aricó, que realizó algunas observaciones acerca de la cuestión de la influencia del PC en el mundo del trabajo preperonista. En verdad, se trató de un breve ensayo de carácter proyectivo, en el que el autor sólo alcanzó a enunciar la relevancia del problema y a diseñar algunas hipótesis que permitirían entender tanto la creciente inserción del comunismo en el movimiento obrero (que él ubicó desde principios de los años treinta) como la posterior erosión de ésta.[2] Precisamente, para explicar la expansión comunista en la clase obrera, Aricó llamó la atención sobre la importancia de la adopción de la línea de clase contra clase. Según Aricó, esta concepción sectaria tuvo la paradójica utilidad de fomentar la proletarización del PC, pues el partido se dirigió hacia una “conquista acelerada de las masas obreras”. Es decir, la hipótesis de Aricó sostiene que el factor causal del desembarco comunista en el mundo del trabajo en la Argentina debe encontrase en los resultados más tardíos del despliegue de una línea política general combativa, radicalizada y revolucionarista. Habría sido gracias a ello que el PC ganó una fuerte influencia obrera y sindical en esa etapa, pero después no pudo traducirla a un nivel político-ideológico y alcanzar así una auténtica posición hegemónica entre los trabajadores (aunque hasta 1943 parecía la corriente en mejores condiciones de lograr tal objetivo). Desde entonces, ha sido un lugar común en la historiografía referida a la izquierda y el movimiento obrero de la Argentina de entreguerras, utilizar esta periodización y esta argumentación. En esta oportubidad, discutiremos ambos presupuestos, introduciéndoles algunos matices importantes a los mismos, con el objetivo de proponer una interpretación alternativa.[3]

 

I

En primer lugar, enunciemos brevemente en qué consistió y cómo se impuso la estrategia de clase contra clase. Ella signó las caracterizaciones y acciones de la Comintern entre fines de los años veinte y mediados de la década del ’30. La aparición de esta orientación tiene una historia, que estuvo marcada por los avatares de la situación mundial, el desarrollo y la ubicación de las distintas seccionales nacionales de la organización internacional, y las discusiones que se libraban al interior del régimen soviético.

Desde mediados de 1925, la organización mundial, conducida por una troika formada por Stalin, Kamenev y Zinoviev, empezó a ser fuertemente sacudida por un “gran debate” entre dos grandes líneas: la propiciada por la mayoría dirigente, que postulaba la posibilidad de la construcción del “socialismo en un solo país” (más específicamente, en la URSS); y la de Trotsky y la Oposición de Izquierda, partidarios de la “revolución permanente”, y de la necesidad de reimpulsar la lucha por la extensión de la revolución mundial y de reestablecer los principios, cada vez más conculcados, de la democracia soviética. A medida que avanzaban las tendencias a la burocratización, al autoritarismo y al monolitismo interno estalinista (acompañado de una operación de “canonización” de la figura de Lenin), se redefinieron los campos: un inestable triunvirato formado por Trotsky-Kamenev-Zinoviev, cuyo único punto de acuerdo era la denuncia del creciente poder asfixiante del estalinismo; y una momentánea alianza de Stalin y Bujarin, en la que el primero fue haciéndose del control cada vez más omnímodo del PCUS y del gobierno soviético, y el segundo pudo hacerse cargo de la dirección de la IC.[4]

De este modo, en 1926-1927, se selló la derrota de Trotsky (sucesivamente, separado y expulsado del partido y del Estado, y luego confinado y exiliado del país) y de sus seguidores.[5]

Mientras tanto, en el plano internacional, la estrategia aplicada fue la de la profundización del frente único. Esta línea, postulada por la IC desde 1921, abría la posibilidad de los comunistas a establecer acuerdos con otras fuerzas obreras o de izquierda para objetivos definidos se lucha, siempre bajo el presupuesto de que a través de esa lucha, se lograría “desenmascarar” a las dirigencias reformistas y enfrentarlos con sus bases. Desde 1925 esta estrategia comenzó a ser redefinida en términos más amplios, en el sentido de promoverse acuerdos con el reformismo obrero o las burguesías nacionales del mundo colonial o semicolonial. China fue uno de los grandes laboratorios: la política fue el apoyo a las fuerzas nacionalistas del Kuomintang, lideradas por Chiang Kai Shek. El hecho inesperado para la IC fue el viraje del Kuomintang hacia la ruptura de ese acuerdo, el aplastamiento de la clase obrera insurrecta en Cantón y la brutal represión sobre los comunistas chinos. Eso ocasionó un profundo impacto que incidirá, junto a otros elementos, en el giro hacia la estrategia del tercer período, también conocida como de clase contra clase.

La orientación de clase contra clase fue propiciada desde fines de 1927 y fue abiertamente expresada por el VI Congreso de la IC, reunido en julio-agosto de 1928, ya bajo el dominio del sector liderado por Stalin.[6] Luego, la misma fue modelada y confirmada en las distintos Plenos del Comité Ejecutivo de la IC, desde el X, reunido en julio 1929, hasta el XIII, que sesionó en noviembre-diciembre de 1933. Globalmente, esta línea política sentenciaba el fin de la etapa iniciada en 1921, que había sido entendida como de relativa estabilización del capitalismo. Ahora se proclamaba el inicio de un tercer período, en el que, a partir de una visión catastrofista del capitalismo mundial, se auguraba su inminente caída final. Poco después, la crisis y el inicio de la Gran Depresión parecieron confirmar esos pronósticos. Desde este diagnóstico, se argumentaba que los sectores medios jugarían un papel reaccionario, se repudiaba todo compromiso con corrientes políticas como la socialdemocracia (la única posibilidad de frente único era “por abajo”, es decir, con los obreros socialistas o reformistas que dieran la espalda a sus jefes), se planteaba la necesidad de escindir los sindicatos existentes para crear organismos gremiales revolucionarios, se tendía a anular las diferencias entre dictaduras y democracias burguesas, y sólo se reconocía la existencia de dos campos políticos excluyentes: fascismo versus comunismo. Esos serían los dos únicos polos en los que acabaría dirimiéndose la política internacional y las situaciones nacionales. Los socialistas, desde ese entonces, fueron etiquetados como “socialfascistas”.

Por cierto, el VI Congreso fue el primer cónclave de la IC en el que Latinoamérica ocupó un lugar de cierta importancia en los debates. Aquí la caracterización y la propuesta de acción combinaba un planteo etapista de la revolución a realizar en la región con una propuesta ultimatista en el sentido de apostar al estallido inminente de aquella. La revolución sería democrático-nacional en transición a una fase socialista, pero se expresaría a través de una insurrección que llevaría al poder a los soviets obreros y campesinos, pues el papel de las burguesías nacionales era visto ahora como profundamente contrarrevolucionario.

El PC argentino adoptó plenamente esta línea.[7] La proclamó en su VIII Congreso, que sesionó, de manera expeditiva, el 1 de noviembre de 1928.[8] Allí se aprobó un documento central titulado “Tesis sobre la situación económica y política”.[9] Desde ese entonces, el PC argentino comenzó a caracterizar, de modo ya definitivo, la estructura socioeconómica argentina en términos de un capitalismo insuficiente y deformado por la dependencia de los imperialismos inglés y norteamericano, el peso del latifundio y los resabios semifeudales, y a entender la revolución por realizar en el país como “democrático-burguesa, agraria y antiimperialista”, bajo la dirección del proletariado y su vanguardia (como etapa previa a la revolución socialista).

Luego, la estrategia de clase contra clase se justificó en la Primera Conferencia Comunista Latinoamericana, reunida en Buenos Aires entre el 1° y el 12 de junio de 1929, que buscó homogeneizar a todas las fuerzas en la ortodoxia estalinista. El cónclave reunió a 38 delegados pertenecientes a 14 PC del continente y a dirigentes de la IC encargados del área, como el suizo Jules Humbert-Droz, del Comité Ejecutivo (CE) de dicha internacional y seguidor de Bujarin. Allí se condenó duramente a las dos escisiones que había sufrido anteriormente el PC argentino (las del “chispismo” y del “penelonismo”), y comenzó a imponerse una vulgata doctrinaria que atacó todas las “desviaciones revisionistas”, entre otras, las heterodoxas tesis mariateguistas de los delegados peruanos.[10] Seis meses después, la orientación fue oficializada en una decisiva reunión plenaria del Comité Central partidario. En esa reunión, Rodolfo Ghioldi presentó un informe que diseñó las políticas en el período siguiente, basadas en la caracterización de la agravación de la crisis económica, el creciente giro reaccionario del yrigoyenismo (como expresión de la burguesía nacional contrarrevolucionaria) y el PS, la agudización del conflicto social y la expansión del PC como única fuerza revolucionaria.[11]


Homenaje a Raúl Gónzalez Tuñon en un restaurante de Buenos Aires, en 1945, con la plana mayor del Partido Comunista Argentino. Sentado, al centro R.G.T. A su derecha: Orestes Ghioldi, Fina Warschaver y Geronimo Arnedo Alvarez. A su izquierda, Rodolfo Ghioldi y en el extremo de la mesa, Ernesto Giudici. De pie, detrás de Tuñon, Juan José Real, secretario de organizacion del PCA, expulsado en 1952. A su izquierda, Pedro Chiarantti, lider de la poderosa Federación Obrera de la Construcción. www.everba.eter.org
En lo inmediato, bajo la nueva estrategia, comenzó a imponerse una táctica aislacionista y hostil a todas las corrientes políticas. En América latina, fuerzas como el alessandrismo chileno, el aprismo peruano, el batllismo uruguayo o la Alianza Liberal y el movimiento de Prestes de Brasil (con el que el PCB luego haría acuerdo) fueron caracterizados como nacional-fascistas. En la Argentina, lo fue el radicalismo de Hipólito Yrigoyen (quien ejerció su segunda presidencia entre 1928-1930), en tanto que los gobiernos de los generales José F. Uriburu (1930-1932) y Agustín P. Justo (1932-1938) fueron caracterizados, lisa y llanamente, como dictaduras reaccionarias y fascistas. Al mismo tiempo, las distintas fuerzas reformistas (socialismo, sindicalismo) eran juzgadas como agentes o cómplices del fascismo, incluso sus alas izquierdas que, como en el caso del Partido Socialista, mostraban un inusitado vigor de la mano de Ernesto Giudici y Benito Marianetti (quienes, a pesar de los ataques previos, acabaron ingresando al PC). Tampoco fue excluido de la crítica acerba el anarquismo, en ese entonces lanzado al combate antidictatorial, a impulsar algunos conflictos obreros y a protagonizar un intento de unificación de sus fuerzas. En tanto, el trotskismo, que comenzaba a despuntar en el país y que había sido condenado de modo muy temprano por el PC argentino, era etiquetado como contrarrevolucionario y un enemigo estratégico que debía ser combatido de modo implacable.

 

II

El giro a la estrategia de clase contra clase coincidió y también reforzó un importante cambio que se produjo en la dirección partidaria desde fines de 1927 y a lo largo de 1928. En lo inmediato, lo que ocurrió fue una grave crisis interna, en la que el partido perdió una cantidad de seguidores y vio afectada varias de sus posiciones anteriormente conquistadas en el movimiento obrero. Pero el resultado fue la consolidación de una nueva conducción partidaria. Analicemos los hechos.

Ocurrió una conmoción interna: se produjo una escisión –de “derecha” se dirá desde la óptica oficial–, en la que estuvo implicada la principal figura pública del partido, José F. Penelón. Esta ruptura fue el producto de un rápido e intenso debate, bastante confuso desde el punto de vista ideológico-político, que se fue desplegando desde junio de 1927. La polémica se inició en torno a la cuestión sindical, el papel de los grupos idiomáticos y la acción en el Concejo Deliberante de la ciudad de Buenos Aires, que pasó a un casi inmediato cruce de ataques morales entre ambos bandos. Penelón fue acusado de caudillismo y reformismo parlamentario por parte de la mayor parte del CC y de un sector importante de los cuadros dirigentes del partido. Entre ellos, se hallaban Rodolfo Ghioldi (quien en octubre de ese año viajó a Moscú a buscar respaldo en la IC), Orestes Ghioldi, Israel Mallo López, Pedro Romo (quien venía oficiando como secretario general del PC), Paulino González Alberdi, Nicolás Kazandjieff, Luis Riccardi, Manuel Punyet Alberti, Miguel Burgas y, tiempo después, Victorio Codovilla. Esta dirección mayoritaria, en tanto, fue criticada como “verbalista revolucionaria” (ultraizquierdista), corrupta, inescrupulosa y distante de los problemas reales de la militancia, por parte de Penelón y sus seguidores.

Lo cierto es que Penelón, quien contaba con un fuerte prestigio personal por su histórico papel en el surgimiento del partido y por su rol en el Concejo Deliberante porteño, logró aglutinar a unos trescientos adherentes detrás de su posición. La mayoría de ellos eran obreros de la ciudad de Buenos Aires y de localidades bonaerenses próximas. Entre ellos había importantes cuadros sindicales y de la Federación Juvenil Comunista (FJC).[12] Con todas estas fuerzas, en diciembre de 1927, los “penelonistas” se escindieron del PC y lograron constituir otra organización, surgida con el nombre de Partido Comunista de la Región Argentina (luego de 1930, Concentración Obrera). Con ese partido, Penelón pudo revalidar su mandato legislativo dos veces más y prolongar su presencia en el escenario político de la ciudad durante las siguientes tres décadas.

El PC debió sobrellevar el golpe y convencer a sus adeptos de que esta nueva ruptura no era sino otra depuración necesaria. Para eso, una vez más, como había ocurrido antes con la ruptura con los “chispistas” en 1925, contó con el auxilio y la legitimidad que le aportó la IC, quien seguía considerando a la argentina como su sección más importante en América Latina. En la disputa entre Penelón y Codovilla-Ghioldi, la IC escogió por este último tándem. Tras la ruptura, Penelón fue inmediatamente separado de los importantes cargos y funciones que ejercía en el área latinoamericana de la IC; precisamente, Codovilla lo reemplazó como secretario del Secretariado Sudamericano (SSA).[13] En mayo de 1928, Ghioldi y Codovilla retornaron de Moscú con una carta del Presidium de la Internacional que zanjaba la cuestión a favor del oficialismo partidario y conminaba al sector de Penelón a volver a las filas de éste.[14] Como el “penelonismo” no acató este llamado, quedó fuera del reconocimiento de la IC, lo que fue aprovechado por el PC para presionar a quienes seguían al concejal para que retornasen al partido de origen.[15] La empresa no careció de éxito, pues varios reingresaron al PC: entre ellos, Florindo Moretti (acompañante del propio Penelón en la fórmula presidencial de 1928) y unos cuarenta militantes sindicales y de grupos idiomáticos, que habían conformado un Comité Pro aceptación de la resolución de la IC (Luis V. Sommi, los dos hermanos Chiarante, los hermanos Armando y Ricardo Cantoni, Germán Müller, entre otros). Es decir, en buena medida, gracias a este decisivo aval de la IC, el PC reconstruyó, aunque no sin esfuerzo, sus filas y pudo mantener o reconquistar la mayor parte de su espacio en el movimiento obrero. También pudo mantener algunas posiciones firmes en el Interior del país, especialmente en Rosario y en diversas ciudades de las provincias de Santa Fe y Córdoba y, en menor medida, en las provincias de Mendoza, Tucumán y Santiago del Estero. En estas zonas, la ruptura “penelonista” casi no tuvo incidencia.

Desde la salida de Penelón, la dirección indiscutida del PC quedó en manos de la dupla Codovilla-Ghioldi, cuya sintonía con las directivas moscovitas era absoluta. El primero de ellos, en continuidad con sus actividades cominternistas, entre 1926-1928 estuvo en la URSS, trabajando junto a referentes del comunismo internacional, como la alemana Clara Zetkin, el italiano Palmiro Togliatti y el búlgaro George Dimitrov. En 1927 representó al país en el primer congreso de la Liga contra el Imperialismo y la Opresión Colonial, en Bruselas. De allí en más, Codovilla se convirtió, no sólo en el operador máximo del SSA e integrante de la Comisión Internacional de Control de la IC, sino, acaso, en el más destacado apparatchik estalinista en el subcontinente. Rodolfo Ghioldi también ocupaba un lugar decisivo en esas tareas: en tanto miembro del SSA, había actuado sobre los partidos comunistas de Brasil, Uruguay y Chile, para imponer las líneas oficiales de la IC. Con el desplazamiento de Penelón, se convirtió en el nuevo director de La Correspondencia Sudamericana, el órgano de prensa impulsado por el SSA. Tras su viaje a Moscú de octubre de 1927, volvió a estar allí en 1928 para el VI Congreso de la IC, en donde fue elegido miembro titular de su CE. Desde 1928 y hasta octubre de 1934, en que partió del país para realizar actividades cominternistas que lo condujeron a la larga prisión en Brasil, fue fundamental en el manejo de la política cotidiana y estratégica del PC, desempeñándose como su secretario general en distintos períodos. El apellido Ghioldi estuvo fuertemente ligado a los avatares del PC: uno de los hermanos de Rodolfo, Orestes, se convirtió en otro personaje clave: luego de ocupar el cargo de secretario general de la FJC entre 1925-1930, en 1929 se incorporó al CE del partido. También ocuparía su secretaría general entre 1932-1933, mientras desarrollaba diversas funciones en la IC.

En esta nueva conducción del PC pospenelonista, junto a Codovilla y los hermanos Ghioldi, también tendrán una creciente importancia otras figuras. Una de ellas era el ya mencionado Luis V. Sommi (1906-1983), quien, además de ser parte del CE del partido, realizó diversos viajes internacionales. En los años siguientes, se incorporaron varios dirigentes obreros a la máxima conducción partidaria: Miguel Contreras, Florindo Moretti, Pedro Chiarante, José Peter, Gerónimo Arnedo Álvarez, Antonio Cantor, Guido Fioravanti y los hermanos Jesús y José Manzanelli. También resultaron decisivas las presencias de Paulino González Alberdi (1903-1989), quien traía una temprana intervención en el movimiento estudiantil secundario y universitario, Manuel Punyet Alberti, Israel Mallo López, Jacobo Lipovetsky y Gregorio Gelman.

Desde fines de los años veinte y principios de los treinta, fueron estos hombres (y es notable aquí la casi total ausencia de líderes femeninas, subsanada recién en la segunda mitad de los años treinta), los que irán fraguando el “equipo dirigente” o “dirección histórica” del comunismo argentino, en el que también jugaron un papel los emisarios extranjeros y clandestinos de la IC. No faltarán las deserciones y purgas en los años siguientes. Pero el grueso del elenco se mantendrá en los principales cargos de dirección, a los que se sumarán nuevas figuras claves (como Juan José Real). Una buena parte de quienes habían fundado el partido o habían desempeñado funciones claves en él durante sus primeros diez años habían sido expulsados, raleados o se habían retirado de sus filas. El PC se tornaba crecientemente monolítico, hostil a la presencia de diferencias y a la formación de fracciones internas. La tendencia irrefrenable era hacia la constitución de una estructura rígida, centralizada y vertical.

En síntesis, la ruptura con el “penelonismo”, el VIII Congreso partidario y la Primera Conferencia Comunista Latinoamericana, ocurridos entre 1928 y 1929, se convirtieron en el punto de inflexión que aseguró la definitiva homogeneización ideológica, política y organizativa del PC argentino, clausurando, así, la anterior década de grandes discusiones y disensos internos que conducían a la conformación de tendencias y fracciones. En el futuro, existieron caídas en desgracia de algunos dirigentes y cuadros partidarios, pero en todos los casos, se trató ya de casos individuales. La continuidad y la unidad interna quedaron implantadas con la existencia de un sólido aparato partidario, una ideología inconmovible (el marxismo-leninismo”), unos aceitados vínculos con Moscú y un equipo de dirección cambiante y no exento de fuertes crisis endógenas pero incapacitado para transformarlas en luchas fraccionales al resto de la organización. Este fue uno de los productos del giro a la estrategia de clase contra clase.

 

III

Ahora podemos retomar la argumentación planteada por Aricó y abordar el tópico central sobre el que gira el artículo. Esta homogeneización partidaria en torno a una nueva dirección cominternista y a la línea de clase contra clase, ¿pueden ubicarse como los procesos causales de la proletarización del comunismo argentino, el cual se habría verificado desde comienzos de los años treinta? Nuestra interpretación afirma un camino alternativo de análisis.

En verdad, el desembarco y la implantación que aseguró la inserción estructural del PC en el movimiento obrero argentino no ocurrieron desde comienzos de los años treinta, sino un lustro antes, cuando el partido aún estaba regido por la estrategia del frente único. Entonces, sostenemos que el proceso de proletarización comunista no puede explicarse como producto de la aplicación de las orientaciones del tercer período. Para explicar cabalmente el fenómeno de inserción comunista en el movimiento obrero hay que ampliar fuertemente el ángulo de análisis, incorporando todo el contexto, las distintas variables que operaban en la realidad obrera y sindical del país, detectando las demandas y necesidades obreras que pudieron canalizar los militantes del PC.

En efecto, el comunismo no tuvo desde un inicio un perfil homogénea y definidamente proletario. En el período formativo de esta corriente, entre 1914 y 1925 (primero, como fracción de izquierda del socialismo, luego, como partido socialista disidente y revolucionario, y, por último, como partido comunista durante sus primeros cinco años), la posición ocupada por ella en el mundo del trabajo fue superficial y marginal. Se trataba de un partido que había logrado establecer ciertos vínculos con los obreros, sus luchas y sus organizaciones, pero de un modo asistemático y poco profundo, sin presencia orgánica en los sitios de trabajo, con escasa incidencia en las estructuras sindicales y sin experiencia alguna en la dirección de los conflictos y organismos nacionales del movimiento obrero.

Fue a partir de mediados de los años veinte cuando la inserción obrera de los comunistas conoció un salto cuantitativo y cualitativo. Y eso se debió, en buena medida, a la “proletarización” (es decir, el reclutamiento obrero como prioridad absoluta de la organización), que promovió el llamado proceso de “bolchevización” adoptado por el partido. En ese momento fue cuando se impuso la estructura “celular” para el agrupamiento y la acción de sus militantes. No sólo se estipulaba un tipo de militante totalmente comprometido con la causa, sino que se reclamaba una sola forma organizativa, la celular. A partir de su imposición desde 1925, progresivamente, todos los afiliados debieron agruparse en alguna de las células constituidas por la organización, especialmente en las creadas por fábrica o taller. A su vez, las células promovieron la conformación de otros organismos de base, como el Comité de Fábrica, de Lucha o de Huelga, que proliferaron en diversos ámbitos industriales, en especial, en las actividades metalúrgica, textil, del vestido, de la madera, de la carne y de la construcción. Gran parte de la labor partidaria giró alrededor de la conformación, mantenimiento y extensión de esas células y comités, a los que nutrió de actividades e instrumentos específicos. El más relevante fue el periódico de empresa, original órgano de prensa que llevó la influencia del comunismo hasta la base misma de la experiencia obrera, la que germinaba en el ámbito de la producción. El acento explicativo, pues, debe situarse en esta opción estratégica tomada por el PC, que definió tanto el ámbito social sobre el que el partido iba a volcar su actividad como la forma organizativa que ésta iba a presentar. La “bolchevización”, por otra parte, implicó muchas otras cosas más: significó la transformación del partido en clave jerárquica, centralizada, monolítica y mayormente burocratizada, en sintonía con lo que iba ocurriendo en la Comintern.

Lo cierto es que, a diferencia de la década anterior, desde ese entonces y hasta 1943, el PC se trató de una organización política integrada mayoritariamente por obreros industriales, que buscó afanosamente poseer y conservar ese carácter. Si el comunismo se convirtió en una corriente especialmente apta para insertarse en este proletariado industrial, coadyuvando decisivamente a su proceso de movilización y organización, fue porque se mostró como un actor muy bien dotado en decisión, escala de valores y repertorios organizacionales. Los comunistas contaron con recursos infrecuentes: un firme compromiso y un temple único para la intervención en la lucha social y una ideología redentora y finalista, el “marxismo-leninismo”, que podía pertrecharlos con sólidas certezas doctrinales. Al mismo tiempo, aquellos nuevos repertorios organizaciones (desde las células y otros organismos de base hasta los grandes sindicatos únicos por rama) resultaron muy aptos para la penetración en los ámbitos laborales de la industria y para la movilización y agremiación de los trabajadores de dicho sector. En no pocos territorios industriales, los comunistas actuaron sobre tierra casi yerma y se convirtieron en la única voz que convocaba a los trabajadores a la lucha por sus reivindicaciones y a la pronta organización; en otros, debieron dirimir fuerzas con distintas tendencias. En ambos casos, la penetración fue posible gracias a esa estructura partidaria celular, clandestina y blindada, verdadera máquina de reclutamiento, acción y organización, que el PC pudo instalar en una parte del universo laboral.

Aquí, hay que atender especialmente a los dos instrumentos innovadores que el PC creó o impulsó para promover la movilización y organización proletaria en el ámbito industrial: las células obreras partidarias por taller o fábrica y los sindicatos únicos por rama. Las células, sobre todo en los años veinte, fueron claves para el proceso de inserción de base y molecular del partido, sirviendo como embrión para la conformación de organismos sindicales o como ariete para la conquista de ellos, aunque no tuvieron la misma utilidad para extender la presencia comunista en las centrales obreras de la época. Los sindicatos únicos por rama también fueron promovidos por los comunistas desde los años veinte (aunque es cierto que lograron expandirse verdaderamente recién durante la década de 1930). Ellos pudieron irradiar la influencia del partido desde un sitio más elevado, al mismo tiempo que transformarse en una plataforma para intentar alcanzar el dominio de la Confederación General del Trabajo (CGT), es decir, la dirección global del movimiento obrero.


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Entonces, en función de explicar las razones del éxito de la proletarización del comunismo argentino desde los años veinte, sobre todo, en el sector industrial, señalamos la necesidad de examinar la importancia de las técnicas de implantación, las formas de trabajo y las modalidades de intervención de los comunistas, que fueron todas preexistentes al establecimiento de la estrategia de clase contra clase. Fue este elemento el que le otorgó al PC una serie de ventajas decisivas en la faena de proletarización. Pero el otro factor clave fue el de los espacios y condiciones sociales que hicieron posible la empresa política comunista entre los trabajadores en la Argentina durante el período de entreguerras. Y esto también escapa, en buena medida, al carácter de las estrategias que impulsaba el partido o la Comintern. Expliquemos este punto.

Desde los años veinte, como producto de los avances de la industrialización sustitutiva de importaciones que signó el desarrollo económico del país, se verificó una  presencia cada vez más gravitante de obreros en los grandes centros urbanos (especialmente, la Capital Federal y el conurbano bonaerense), con un gran monto de reivindicaciones insatisfechas, pues las tendencias al aumento del poder adquisitivo del salario y del descenso de los índices de desocupación ocurridas en la segunda mitad de los años veinte, se revirtieron tras la crisis de 1930, y los índices sólo volvieron a mejorar, desde mediados de esa década, exclusivamente en lo que hace a la baja del desempleo. Esa industrialización impuso cambios en las orientaciones del movimiento obrero, con inserción débil en estos nuevos sectores manufactureros.

El crecimiento de un proletariado industrial más moderno y concentrado (en el rubro de la construcción, de la carne, de la metalurgia, de la madera, del vestido y textil), mayoritariamente semicalificado o sin calificación, en donde la situación laboral era ostensiblemente más precaria, dejaba un espacio vacío de representación, organización y socialización. En particular, las tareas de movilización y organización de los obreros en esos nuevos espacios de la vida industrial se presentaban plagadas de dificultades, originadas en la hostilidad de los empresarios y del Estado. Esos trabajadores se enfrentaron a formidables escollos para agremiarse y hacer avanzar sus demandas en territorios hasta entonces muy poco explorados por la militancia política y sindical. Para abrirse paso a través de esos obstáculos, se requerían cualidades políticas que no todas las corrientes del movimiento obrero estaban en posibilidad de exhibir. Allí había disponibilidad y oportunidad para el despliegue de una empresa política. En este escenario, estaba casi todo por hacer y los comunistas demostraron mayor iniciativa, habilidad y capacidad para acometer los desafíos. Usando una imagen metafórica: el PC se concebía a sí mismo capaz de abrir senderos o “picadas” en una selva, es decir, apto para habilitar caminos no pavimentados y alternativos a los reconocidos. Pero eso ya comenzó a ocurrir desde principios o mediados de los años veinte.

Erigiéndose como una alternativa proletaria radicalizada, el PC fue recreando desde aquella década, una experiencia confrontacionista como la que anteriormente había sostenido el anarquismo. Las corrientes ácratas habían logrado un fuerte ascendiente en el período embrionario del movimiento obrero, en el que sus integrantes todavía resistían a la lógica del trabajo industrial, no lo aceptaban plenamente y pugnaba por encontrar márgenes de libertad o, incluso, por abandonar su condición trabajadora. A partir de los años veinte, esa situación varió: el disciplinamiento se hizo inapelable en una sociedad urbana en creciente industrialización, en la que comenzaban a imponerse nuevas formas de explotación del trabajo que, merced a cambios tecnológicos y un mercado de trabajo cada vez más competitivo, cercenaban la autonomía a los obreros y liquidaban los oficios artesanales. Estaba surgiendo una clase obrera moderna, carente aún de una legislación laboral sistemática que la protegiera. Los incentivos estaban dados para la generalización del sindicalismo industrial por rama. La negativa de la vieja central sindical ácrata FORA V Congreso a aceptar esta realidad y a reconvertirse en esa dirección, para preferir, en cambio, seguir como entidad federativa de sociedades de resistencia y gremios por oficio exclusivamente anarquistas, condenó a esa corriente a la irrelevancia. Cuando, desde el espacio libertario, surgieron proyectos que intentaron remediar ese déficit, ya era tarde: el PC había ganado las posiciones centrales en el sindicalismo industrial.

La penetración comunista fue mucho más limitada en otra importante sección del mundo del trabajo. Entre los trabajadores del transporte, los servicios y algunos pocos manufactureros tradicionalmente organizados, con muchos trabajadores calificados (marítimos, ferroviarios, tranviarios, municipales, empleados de comercio y del Estado, telefónicos y gráficos, entre otros), la hegemonía era disputada por socialistas y sindicalistas, tendencias que desde mucho tiempo antes venían negociando con los poderes públicos y ya habían obtenido (o estaban en vísperas de hacerlo) conquistas efectivas para los trabajadores. Los sindicalistas confiaban en sus acercamientos directos con el Estado; los socialistas apostaban a potenciar su fuerza con la utilización de su bancada parlamentaria, desde la cual apoyaron los reclamos laborales, en especial, los provenientes de sus gremios afines. En ambos casos, se privilegiaba la administración de las organizaciones existentes, que gozaban de considerable poder de presión y estaban en proceso de jerarquización, complejización e institucionalización. En el caso de los ferroviarios, incluso, ya habían dado lugar al surgimiento de una suerte de elite obrera. En suma, aquellos eran territorios ocupados, en donde los comunistas no encontraron modos ni oportunidades para insertarse e incidir.

 

IV

Hemos apuntado pues, al peso que tuvieron las técnicas de implantación, las formas de trabajo y las modalidades de intervención de los comunistas en el movimiento obrero, junto a las características del medio ambiente que posibilitaron a éstos echar raíces orgánicas entre los trabajadores desde mediados de los años veinte. ¿Todo ello significa que la aplicación de la estrategia de clase contra clase no cumplió ningún papel en dicho proceso? En verdad, el despliegue de esta línea política sí desempeñó un papel favorable en este sentido. Potenció a sus máximos niveles el contenido radicalizado y confrontacionista que ya exhibían las propuestas y la acción de los comunistas. Un perfil que, como ya hemos expuesto, era adecuado a las necesidades de los sectores obreros que más crecían y estaban objetiva y subjetivamente más afectados por las características del desarrollo industrial en la Argentina.

En efecto, fue indiscutible la notable combatividad que exhibieron las organizaciones sindicales dirigidas o influenciadas por los comunistas, las cuales se agruparon en un organismo llamado Comité de Unidad Sindical Clasista (CUSC). Ellas impulsaron una gran cantidad de violentas huelgas durante el segundo gobierno de Yrigoyen, la dictadura uriburista y la presidencia de Agustín P. Justo. Como ha sostenido un historiador de los años treinta en la Argentina: “... la bandera revolucionaria ha quedado en manos del comunismo, que la iza más desafiantemente que nunca...”.[16] Y esa perspectiva revolucionaria se expresaba en los conflictos obreros. Algunos de los más importantes hasta 1935 fueron: el de la localidad cordobesa de San Francisco, de 1929; los de la madera, de 1929, 1930, 1934 y 1935; el de los frigoríficos, de 1932; el de los petroleros de Comodoro Rivadavia, ese mismo año; y el de los trabajadores de la construcción, hacia fines de 1935 y principios de 1936, este último, ya cuando el PC se hallaba bajo otra estrategia política, la del frente popular.

Resulta imposible detenerse en todos o, incluso, en los más destacados de estos conflictos. De modo que, a modo de ejemplo, consideraremos sólo dos de esas huelgas, que pueden resultar emblemáticas para ilustrar el tipo de combatividad desplegada por los comunistas en esos años en el movimiento obrero. El primer caso fue el de los petroleros de Comodoro Rivadavia, en la región patagónica. Hacia aquella época, la ciudad era la gran base petrolera del país y contaba con unos 10.000 habitantes. La industria se extendía por varios kilómetros más allá de ese centro urbano, en donde existían diversos campamentos de YPF, la Compañía Ferrocarrilera de Petróleo y la Manantial Rosales (ambas pertenecientes a Royal Dutch Shell), la compañía Diadema Argentina (subsidiaria de la Standard Oil) y la empresa Astra de Petróleo Argentina. En conjunto, allí había unos 15.000 obreros y empleados petroleros, la mayoría extranjeros (búlgaros, lituanos, rumanos, portugueses, húngaros, yugoslavos, españoles, alemanes, italianos y chilenos, entre otros), cuyos niveles de insatisfacción laboral eran muy altos. El PC había logrado implantarse en la zona hacia mediados de los años veinte y contaba con ocho células de unos sesenta afiliados, la mayoría búlgaros, que se reunían en el Club Búlgaro Macedónico. La deportación de varios de ellos redujo y desarticuló la acción del PC, que en 1928 reunía apenas cuarenta militantes.[17] En los años siguientes, hubo un proceso de virtual disgregación de los comunistas. En 1931 el Comité Central del PC decidió mandar a la región a un cuadro obrero experimentado de Córdoba: Rufino Gómez. En la provincia mediterránea, corría peligro de muerte por la persecución desatada y, en Comodoro, podría ayudar en las tareas de consolidación partidaria y organización sindical. Gómez necesitaba intérpretes para hacer reuniones entre esa masa obrera heterogénea. La línea imperante en ese entonces era organizarse en células idiomáticas, pero Gómez opinaba que, de ese modo, se favorecía a las empresas, que alentaban la rivalidad entre obreros de distintas nacionalidades. De allí que promoviera, en cambio, la formación, en todos los yacimientos, de células de tres tipos: por empresa, por turnos de trabajo y por lugar de vivienda. Para sortear la vigilancia patronal y el espionaje policial, se pautó que las células no tuvieran más de cinco miembros, de modo que sus reuniones no generaran sospechas.

Para mayo de 1931, el PC de Comodoro había recuperado sus activos y también había conseguido muchos afiliados al Socorro Rojo Internacional (SRI), creado ante la seguridad de que los conflictos generarían la necesidad de su intervención. A fines de año, el partido contaba con cerca de trescientos militantes, agrupados en unas setenta y cinco pequeñas células y organismos, todos en la clandestinidad. A comienzos de 1932, los comunistas crearon la Unión General de Obreros Petroleros (UGOP), con un estatuto “clasista y revolucionario”, que, de inmediato, se adhirió al CUSC y a la Internacional Sindical Roja (ISR). Como puede advertirse, en este escenario, el PC no tenía competidor alguno: “Con participación de más de doscientos obreros, acaba de crearse en Comodoro Rivadavia, bajo la dirección del Partido Comunista y del Comité Nacional de Unidad Sindical Clasista, la Unión General de Obreros Petroleros. La novel entidad, compuesta por obreros que sufren una bestial explotación, después de elegir a su Comité Central, aprobó por unanimidad la adhesión al Comité Clasista y a la ISR, sobre la base de un informe que diera un compañero con respecto a la vida, orientación, táctica y métodos de lucha de ambas organizaciones”.[18]

Hacia el mes de marzo de 1932, la UGOP tenía 3.600 afiliados; el PC, unos 400; el SRI, unos 500; y la FJC, unos 20. Entonces, se consideró que era posible lanzar una huelga, una experiencia que no tenía tradición en el sector petrolero. La UGOP exigía reconocimiento del sindicato, aumentos salariales, cumplimiento de la jornada de ocho horas, pago de horas extras, calificación técnica de todo el personal, suministro de ropas de trabajo, eficiente atención médica, cumplimiento de la ley de accidentes de trabajo y que los comedores colectivos pasasen a ser administrados por los obreros. En el momento más agudo de la desocupación, el sindicato hizo un primer paro, organizado de modo clandestino, por la reincorporación de seis despedidos de la Compañía Ferrocarrilera del Petróleo, que también habían sido obligados a abandonar sus viviendas. La acción fue derrotada con la intervención de infantes de Marina y, a continuación, se sucedieron detenciones y deportaciones de activistas, y allanamientos a locales y domicilios obreros. Luego del fracaso, el PC se dispuso a preparar mejor la siguiente lucha: extendió las células en los campamentos de YPF (donde había menor inserción) y montó una imprenta clandestina, donde editó el periódico El Obrero Petrolero. Las autoridades organizaron, sin éxito, comandos policiales para descubrir y cerrar esa imprenta.

En abril, después de proponer el pliego de reivindicaciones a todas las empresas, la UGOP volvió a proclamar el paro, esta vez en toda la rama, que, de hecho, se transformó en una huelga general en Comodoro Rivadavia, declarada por la Unión Gremial de los Obreros del Pueblo. El paro, al que llegaron a plegarse unos 5.000 obreros, fue violentamente enfrentado por 2.000 marineros enviados en dos barcos de la Marina de Guerra, 800 soldados de dos batallones de zapadores pontoneros del Ejército, 450 policías reclutados en Chubut y decenas de policías de civil y espías.[19] Los huelguistas fueron amenazados a bayoneta calada; muchos fueron llevados detrás de los cerros y sometidos a simulacros de fusilamientos (como en Santa Cruz, en 1921). Sus dirigentes y decenas de delegados fueron detenidos y varios de ellos, torturados. En la emergencia, la UGOP y el PC recurrieron a todo tipo de tácticas: lograron la solidaridad popular y la intervención de mujeres y niños en el apoyo al conflicto, con caravanas de camiones que trasladaban activistas y alimentos; intentaron confraternizar con las tropas; organizaron piquetes que realizaban acciones directas y de sabotaje contra las empresas extranjeras (por ejemplo, rotura de los caños subterráneos que transportaban el petróleo, incendio de destilerías y refinerías, etc.); y desarrollaron prácticas de autodefensa armada.

Pero la huelga, que estaba aislada y no contaba con ningún sostén por parte de la CGT, fue finalmente aplastada en junio. El saldo fue de 1.900 obreros encarcelados, la deportación hacia sus países de origen de otros 1.000 (con previo paso por la Sección Especial, en Buenos Aires) y algunos obreros y rompehuelgas muertos. Centenares de obreros fueron despedidos de sus trabajos y desalojados de sus viviendas. Al final, el PC negó la envergadura de la derrota, pero se acomodó, de hecho, a ese diagnóstico. En los meses siguientes, la UGOP dirigió la lucha de los despedidos y desalojados, y habilitó comedores para alimentarlos; en agosto, estaba implicada en otra huelga general.[20] Muy pocas de las demandas que habían dado origen al conflicto fueron alcanzadas.

Durante este período, los comunistas lideraron otro proceso importante de organización y lucha sindical: el de los trabajadores de la carne. Allí se había avanzado en el establecimiento y articulación de una serie de sindicatos locales en una rama que, hasta el momento, había experimentado grandes dificultades. El objetivo fundamental trazado por el Grupo Rojo de Obreros de la Carne, que funcionaba en Avellaneda y actuaba en los marcos del CUSC, era la constitución de un gremio único de industria a escala nacional. A lo largo de 1931, a pesar de la dictadura, hubo progresos visibles en este proceso de implantación y organización. En este sentido, cumplieron un papel los planes de “emulación sindical revolucionaria” que diseñó el CUSC. Hacia fines de aquel año, se impulsó un programa metódico, con directivas para expandir o establecer, desde las células partidarias, la estructura sindical.[21] Luego de este plan para lograr unos quinientos cotizantes y varios comités de desocupados, cursos de capacitación y periódicos de empresa, el siguiente paso era la celebración de una Conferencia Nacional de Obreros de la Carne y la organización de una huelga de todo el sector.

En enero de 1932, encaró la primera lucha el sindicato obrero del viejo frigorífico River Plate (ex Anglo), que, luego de haber sido arrendado al Armour, estaba en proceso de cierre y despido de sus operarios. La organización, adherida al CUSC, logró el pago de los sueldos. Poco después de este conflicto, en marzo, fueron liberados y llegaron desde la prisión de Ushuaia los dos principales dirigentes obreros de la carne del PC, Gerónimo Arnedo Álvarez y José Peter. Ellos se pusieron al frente del proceso de conformación de la Federación Obrera de la Industria de la Carne (FOIC), con la edición de El Obrero del Frigorífico. En la FOIC, confluyeron el sindicato de los trabajadores del frigorífico River Plate de Zárate, el sindicato de obreros de la carne de Berisso y las secciones sindicales de los cuatro frigoríficos de Avellaneda. Era el viejo proyecto comunista de crear una entidad única en toda la rama. El primer objetivo fue la preparación de una huelga por mejoras salariales y laborales a escala nacional, que estalló unas semanas después.

José F. Penelón
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Esta tarea fue encarada furtivamente desde principios de 1932, centrada en el Anglo, de Avellaneda. Los comunistas desplegaron todos los atributos de su experiencia en la militancia clandestina. El primer paso fue confeccionar las reivindicaciones. Dada la imposibilidad de realizar una asamblea abierta, éstas debieron discutirse en pequeñas reuniones de obreros, camufladas como encuentros sociales (picnics, festivales o paseos), que sorteaban las acciones de vigilancia realizadas por las empresas. Además, había que limar las desconfianzas existentes entre obreros extranjeros y argentinos. La información también circulaba, de manera subrepticia, a través de los volantes y los periódicos del PC y la FOIC, junto a carteles y pintadas  fugazmente estampadas en las paredes de los establecimientos.

Las reivindicaciones acordadas giraron en torno al pedido de: readmisión inmediata de todos los obreros despedidos por su actividad sindical y reconocimiento del derecho de organización; total supresión del sistema de trabajo forzado (“standard”); aumento general de salarios; equiparación de sueldos entre hombres, mujeres y jóvenes; prohibición de despidos o suspensiones de personal sin causa justificada frente al sindicato; y pago mínimo de 4 horas a todo obrero convocado al trabajo. Estos reclamos de los trabajadores del Anglo fueron tomados como modelo por los operarios de los demás frigoríficos. La coyuntura no era apropiada para iniciar un conflicto, pues existía una alta desocupación en el sector, debido a la disminución de la faena de ganado bovino que se arrastraba desde la crisis de 1930.

Pero los acontecimientos se precipitaron. El 6 de mayo, el PC informaba que el Anglo, “... que olfatea la proximidad de la huelga, extrema la feroz ofensiva contra la organización sindical. En los mítines comunistas concurren, además de la policía, elementos pesquisantes del frigorífico, para identificar a los obreros, para luego expulsarlos del trabajo”.[22] En la noche del 9 de mayo, se reunieron unos doscientos delegados de los cuatro frigoríficos de Avellaneda, y de los de Berisso y Zárate, bajo la organización del Consejo Federal de la FOIC, liderado por Peter. Allí se aprobaron los reclamos, se obtuvo un “aval mayoritario” para ir al conflicto y se nombró un Comité de Huelga. Asimismo, se designó a la comisión encargada de presentar en el Anglo el 20 de mayo, a las ocho de la mañana, las demandas que la patronal debía responder con un plazo de cinco minutos. A esa hora, en el patio del establecimiento, bajo la convocatoria del pito de la sala de máquinas, los operarios se reunieron en asamblea y proclamaron el inicio de la medida de fuerza.

Sólo en el Anglo, fueron casi cuatro mil los obreros que empezaron el paro y cerca de tres mil los asistentes a las asambleas casi diarias realizadas bajo el auspicio de la FOIC y el CUSC. Dos días después, se sumaron a la medida los 2.500 trabajadores de otro frigorífico de Avellaneda: La Blanca. El conflicto se tornaba más violento y el PC llamó a la autodefensa obrera armada: “La perrada policial de Martínez de Hoz y de Justo 4144 da carta blanca a los provocadores y golpea, sablea y encarcela a los huelguistas […]. Contra las milicias patronal y policíacas, organicemos las milicias obreras para defender la dirección de huelga, para aplastar la reacción, para imponer el derecho de reunión, de palabra, huelga, etc., por encima de los esbirros y lacayos de la empresa imperialista”.[23] El día 22, se realizó una asamblea en el Salón Verdi, de la Boca, en la que Peter arengó a los obreros y los convocó a reafirmar la lucha, al tiempo que condenó a la CGT y a la FORA por no adherirse a ella. También hablaron allí Rodolfo Ghioldi y otros dirigentes, todos comunistas.[24]

Desde el día 23, en Avellaneda, la acción tomó características más vastas: el CUSC, un Comité Sindical de Frente Único formado por la FOIC y el sindicato metalúrgico, y la célula comunista de la metalúrgica TAMET hicieron sumar a muchos de los 800 obreros de esa fábrica a la huelga por sus propios reclamos y en apoyo a la de los frigoríficos. Para el PC, los “tres colosos” fabriles de Avellaneda (Anglo, La Blanca y Tamet) estaban en pie de lucha. El 29 quisieron agregarse los obreros del Wilson, aunque la célula del PC tuvo dificultades para hacer cumplir la medida: “Ayer a las 9, grupos nutridos a los gritos de ‘Viva la huelga’, hicieron abandono de sus tareas, dirigiéndose a la gerencia, donde iban a presentar el Pliego de Reivindicaciones. Toda la perrada policial de V. Alsina, jefes y capataces, armados, se lanzaron contra los obreros, mientras otros empleados cerraban el portón. Los huelguistas se han resistido bravamente, pero ante la fuerza armada de la perrada, tuvieron que replegarse”.[25] El mismo día, la célula comunista del frigorífico Armour (Berisso), compuesta mayoritariamente por búlgaros y lituanos, intentó llevar allí la protesta, sin lograrlo; lo mismo ocurrió en el Swift;[26] Arnedo Álvarez, también infructuosamente, trató de plegar a los del Smithfield, de Zárate. Las informaciones de Bandera Roja daban cuenta de 10.000 participantes en el momento cúlmine del conflicto, aunque la cifra puede ser exagerada, pues el paro sólo tenía fuerza en el Anglo y en La Blanca.

Tanto en el Comité de Huelga como en las comisiones de Solidaridad, de Propaganda y de Recursos creadas para sostener el paro, los comunistas tenían una presencia destacada, pero también había trabajadores de distintas tendencias. Entre las iniciativas adoptadas, la FOIC logró organizar a los desocupados acampados en Puerto Nuevo, a quienes las empresas intentaban reclutar para reemplazar a los obreros en inactividad. Además, se generalizaron los piquetes contra los rompehuelgas y grupos de autodefensa enfrentaron a las patrullas policiales y al virtual toque de queda imperante. En los barrios humildes de la Isla Maciel, las fuerzas de seguridad efectuaron redadas y asaltos a domicilios obreros, y detuvieron a centenares de huelguistas, la gran mayoría trasladados en camiones del propio Anglo al Cuadro Quinto del Departamento Central de Policía. También fueron allanados y clausurados los cuatro locales que la FOIC tenía habilitados en Avellaneda y en La Boca. Para el 29 de mayo, eran casi seiscientos los detenidos, entre ellos, Peter y Esteban Peano (ambos de la FOIC y de la máxima dirección del PC), los integrantes del Comité de Huelga y otros dirigentes que  apoyaban el conflicto.[27] Un nuevo Comité de Huelga prosiguió la lucha. El SRI desplegó una actividad intensa para juntar ropa y dinero para los presos, y presentar los amparos judiciales.

Finalmente, el conflicto de la carne se agotó  por la represión y el aislamiento. Ni la CGT ni la FORA le prestaron respaldo efectivo, sino que denunciaron que había sido copado por el comunismo. Con el solo concurso del CUSC, la lucha no podía continuar. El 3 de junio, el PC y el CUSC lanzaron una arriesgada huelga general en Avellaneda, que fue impedida por la policía: “Se palpaba de armas en plena calle. Las patrullas de cosacos y policías en motocicletas, automóviles y a pie, formaban un verdadero ejército. Todo el mundo era detenido, registrado y metido en camiones, llevándoselos presos. Desde ayer las comisarías de Avellaneda, Lanús, Sarandí, V. Alsina, Piñeyro, Dock Sud, Isla Maciel y demás localidades del partido están repletas de detenidos”.[28] Otro tanto ocurría en Berisso, donde se produjeron allanamientos policiales al local de la FOIC y a los barrios proletarios. Ante estos reveses, unos días después, una asamblea convocada por el Comité de Huelga en el cine Select, de Avellaneda, examinó la situación de debilidad y votó levantar la medida, tras casi veinte días de desarrollo.

Había ocurrido una derrota inocultable. El saldo de la más masiva y geográficamente extendida huelga de los obreros de la carne hasta ese entonces realizada en el país dejó cientos de obreros detenidos, despedidos y heridos, sin alcanzar las demandas. La FOIC pareció quedar templada por la adversidad, ya que, en los años siguientes, reconstruyó la organización y preparó nuevas medidas de fuerza. Varios de los despedidos atendieron la labor militante en los frigoríficos desde afuera; otros emigraron a distintos gremios y, dada su experiencia, se convirtieron en cuadros sindicales destacados.

¿Qué nos deja como conclusión el análisis de la huelga de los petroleros y de los obreros de la carne, ambas dirigidas e impulsadas por los comunistas en 1932? Por un lado, se puede advertir las tendencias a la confrontación que estaban presentes en varios sectores de los trabajadores industriales del país en aquella época. Por el otro, la extrema combatividad que ofrecían los comunistas, que, en plena aplicación de la línea izquierdista y sectaria de clase contra clase, se orientaron a organizar sindicatos casi propios, libres de influencias reformistas, y a lanzarlos a violentas huelgas contra el capital y el Estado. Podría decirse, entonces, que esta estrategia confrontacionista favorecía la proletarización comunista, al prestigiar a sus militantes, mostrándolos como abnegados cuadros que canalizaban las perspectivas de la lucha obrera. Sin embargo, no puede dejar de señalarse que ambas huelgas fueron claramente derrotadas, sin alcanzar las principales reivindicaciones puestas en juego en el conflicto y debiendo sobrellevar centenares de dirigentes y activistas presos, despedidos, torturados y expulsados del país.

Las causas de las derrotas fueron varias, pero sin duda es evidente el peso que tuvieron el aislamiento en el que se desenvolvieron las huelgas, la ausencia de apoyo de organizaciones extracomunistas (empezando por la propia central obrera nacional, la CGT) y el apuro por lanzar unos conflictos en los que parecieron no medirse adecuadamente la fortaleza de la patronal y de las fuerzas represivas estatales, al mismo tiempo que se exageraron las disposiciones a la lucha por parte de los trabajadores. Precisamente, todas ellas eran algunas de las características propias de la estrategia de clase contra clase. Entonces, podemos decir que dicha orientación, si bien por un lado aseguraba el interés comunista por insertarse y pretender orientar la lucha obrera, por el otro, no dejó de restar eficacia a dicha intervención en el campo proletario. Lo que se dibujaba en el horizonte de las masas obreras era a un partido de militantes entregados a la causa del combate clasista, detrás de una línea sectaria, aislacionista y vanguardista. Al fin y al cabo, en términos globales, la concepción era que, detrás de cada conflicto, se hallaba el germen de la victoria revolucionaria. “De la huelga a la toma del poder”, como predicaba Lozovky (el secretario general de la ISR): ésa fue una de las principales perspectivas que signaron la acción del PC en aquel período.[29]

 

V

Ese sectarismo comunista del tercer período se proyectaba al campo sindical, también restándole efectividad u ocasionándole dificultades a la intervención partidaria. Hasta 1928, los militantes laborales del PC actuaban en los sindicatos existentes. Luego, la línea fue la de formar “sindicatos revolucionarios”. Eso, incluso, quedó formalmente aprobado en el V Congreso de la ISR, realizado en septiembre de 1930. Allí se pautó definitivamente que las “oposiciones revolucionarias” que los comunistas formaban hasta ese entonces en los “sindicatos reformistas” fueran emigrando de ellos y constituyeran “sindicatos rojos”, es decir, organizaciones autónomas de las estructuras gremiales tradicionales y controladas por el partido.

Ello se expresó también en las centrales obreras: hasta 1928 los comunistas actuaban en el seno de la Unión Sindical Argentina (USA), que tenía una mayoría dirigida por los sindicalistas, pero el PC no se cansaba de pedir la unificación con las fuerzas de la Confederación Obrera Argentina (COA, de los socialistas) y la FORA Vº Congreso (de los anarquistas). Desde el año siguiente, el PC comenzó a plantear que una posible unidad entre estas tres centrales obreras existentes en el país, sólo servía si se realizaba sobre principios revolucionarios. Así, cuando, en marzo de 1929, se dieron los primeros pasos efectivos en pos de la fusión entre las centrales sindicalista y socialista, con el establecimiento de ciertas bases y la formación de un Comité Nacional Sindical con quince miembros de cada sector (USA y COA), los comunistas impugnaron ese proceso y sostuvieron que esos puntos de acuerdo estaban inficionados de reformismo y colaboracionismo, y habían sido realizados de espalda a los obreros.[30] El proceso de unificación entre la COA y la USA continuó su curso en los meses siguientes. En oposición a este proceso, el PC hizo un llamado a crear un comité nacional de todas las fuerzas sindicales que luchasen por una “unidad de clase”. Sobre la base de los gremios que controlaba el PC, muchos de los cuales, habían sido excluidos o se habían separado de la USA, y con las agrupaciones comunistas que actuaban en los sindicatos que este partido no dirigía, se constituyó, a fines de mayo de 1929, un organismo propio, el Comité Nacional Pro Unidad Sindical Clasista.[31] Al año siguiente, adoptó  el nombre definitivo de Comité Nacional de Unidad Sindical Clasista (CUSC). Entre 1929 y 1930, el CUSC se  transformó en una virtual central obrera, que rivalizaba tanto con la USA y con la COA (en plena fusión en lo que luego fue la CGT), como con la FORA anarquista.

Durante toda la primera mitad de los años treinta, el CUSC, de hecho, se transformó en una suerte de central obrera, rival de la CGT, con la que no veía posibilidad de acuerdo. La decisión de crear confederaciones sindicales propias o fuertemente influidas por el comunismo fue característica de la estrategia del tercer período impulsada por la IC en todo el mundo.[32] El CUSC mantuvo su caracterización de la conducción cegetista: “burocrática”, “capituladora” (primero a la dictadura uriburista, luego al gobierno de Justo) e, incluso, “pro fascista”. Pero lo que ocurría era que el poderío y la supremacía de la CGT eran innegables. Nada podía ocultar que la CGT se había convertido en la central obrera más grande hasta ese momento constituida en el país y que superaba ampliamente en cantidad de afiliados, poder de presión y capacidad de incidir en la escena pública, a los que exhibían tanto la FORA anarquista (que tampoco se había sumado a la creación de la CGT) como el CUSC. Hacia 1935 la CGT agrupaba alrededor de doscientos mil trabajadores y unos cuatrocientos sindicatos. Es cierto que todo giraba en el poder de los ferroviarios (cerca de doscientos sesenta sindicatos de la central eran seccionales de la Unión Ferroviaria) y, en menor medida de los gremios marítimos, estibadores y trabajadores del Estado (que aportaban más de cincuenta organizaciones), a los que se sumaba el aporte numérico de los sindicatos de comercio, telefónicos y tranviarios, entre otros. El problema más serio de la CGT era que no tenía una sólida base en el proletariado industrial, el escenario en donde los comunistas se hallaban mejor implantados. Pero el CUSC no podía mostrar ninguna amenaza cierta a aquella central. En sus primeros años, el CUSC navegó en la desorganización y la soledad. Recién pudo adquirir una mayor consolidación institucional en los primeros días de octubre de 1932, cuando realizó su I Conferencia Nacional, reunida en Rosario. Según la propia versión del PC, a ese cónclave asistieron unos setenta y siete delegados en nombre de unos veinte mil obreros.[33] Lo hacían en representación de 54 sindicatos y 20 “oposiciones sindicales revolucionarias”. Es decir, un poder muy acotada en relación al que poseía la CGT. En los años siguientes, no hubo un progreso muy significativo de las fuerzas del CUSC, hasta que, con el giro partidario al frente popular de 1935, acabó disolviéndose dicho organismo y decidiéndose ingresar a la CGT. En este sentido, pues, la línea del sectarismo y el aislacionismo de la estrategia de clase contra clase no mejoraron las posibilidades de inserción sindical del PC.

***

Es posible formular una última conclusión general, que se refiere a la supervivencia del PC en el movimiento obrero con independencia de los abruptos cambios de línea política que el partido experimentó durante estos años. Observamos que la presencia del comunismo entre los trabajadores creció y se desenvolvió desde los años veinte y hasta la aparición del peronismo en 1943-1945, mientras la organización actuó bajo diversas estrategias postuladas por la Comintern, sucesivamente: la de frente único, la de clase contra clase y la de frente popular. En oposición a ciertos consensos historiográficos, así como sostenemos que el inicio de la conquista de las masas obreras por el PC no se produjo hacia principios de los años treinta, con la imposición de la línea de clase contra clase (pues era preexistente a ella), también alertamos que la aplicación del frente popular antifascista, desde mediados de los años treinta y sobre todo a partir de 1941, tampoco fue la causa única y exclusiva de la caída de la influencia comunista en el movimiento obrero. En verdad, la inserción siguió una curva ascendente que pareció independizarse  de estos virajes y, en parte, de las variaciones del contexto socioeconómico y político del país. Por eso, para entender la implantación del comunismo en la clase obrera preperonista, resulta más relevante detenerse en la autonomía y continuidad de sus prácticas de intervención militante y en los rasgos de su cultura política obrerista. En esos años, los militantes comunistas pudieron disponer de una suerte de capital político acumulado que les otorgó cierta inmunidad para poder resistir las dificultades y los problemas originados en las modificaciones de la línea partidaria. Por otra parte, las estrategias cambiaban e imponían nuevas prioridades y caracterizaciones políticas, así como cambios en el marco de alianzas del partido, pero sus militantes continuaron desarrollando una serie de prácticas de movilización y organización de la clase obrera que permanecían inalterables.

 


Notas:

[1] Historiador, Investigador Independiente del CONICET / Profesor de la Universidad de Buenos Aires.

[2] José Aricó, “Los comunistas en los años treinta”, Controversia, México DF, Nº 2-3 (suplemento Nº 1), diciembre 1979, pp. v-vii. Más tarde, fue publicado como “Los comunistas y el movimiento obrero”, La Ciudad Futura, Buenos Aires, Nº 4, marzo 1987, pp. 15-17.

[3] Un marco general sobre para nuestros planteos: Hernán Camarero. A la conquista de la clase obrera. Los comunistas y el mundo del trabajo en la Argentina, 1920-1935. Buenos Aires: Siglo XXI Editora Iberoamericana, 2007.

[4] Milos Hájek. Historia de la Tercera Internacional. La política de frente único (1921-1935), Barcelona: Crítica, 1984, pp. 129-170.

[5] El PC argentino se alineó desde un comienzo con las posiciones de la mayoría dirigente de la Comintern. Incluso, condenó de manera muy temprana las posiciones de Trotsky. “Resolución del Comité Central del Partido Comunista de la Argentina sobre las discusiones en el seno del Partido Comunista de la Unión Soviética”, La Internacional (en adelante, LI), X, 3167, 25/12/26, p. 1. Dos años después, ya comenzaron los ataques más importantes (“El trotzkismo es una fuerza contrarrevolucionaria”, LI, XI, 3281, 23/2/29, p. 2).

[6] VI Congreso de la Internacional Comunista, México, Pasado y Presente, 1977-1978, 2 vols. El análisis del cambio de líneas de la IC se hace en: Milos Hájek. Historia de la Tercera Internacional. La política de frente único, 1921-1935, op. cit., pp. 171-266; Pierre Broué. Histoire de l’Internationale Communiste, 1919-1943. Paris: Fayard, 1997.

[7] Una justificación de la nueva línea en: Victorio Codovilla. ¿Qué es el tercer período? Montevideo: Justicia, 1928.

[8] “Crónicas del VIII Congreso”, LI, XI, 3265, 10/11/28, p. 4.

[9] El documento está trascripto en La Correspondencia Sudamericana (“Revista quincenal editada por el SSA de la IC”), 2ª época, 6, 15/12/28, pp. 5-21.

[10] Sobre el tema, ver: Secretariado Sudamericano de la IC. El movimiento revolucionario latinoamericano. Versiones de la Primera Conferencia Comunista Latino Americana. Junio de 1929. Buenos Aires, La Correspondencia Sudamericana, 1930; Jules Humbert-Droz. Mémoires. De Lenine à Staline. Dix ans au service de l’Internationale communiste, 1921-1931. Neuchâtel (Suisse): La Baconnière, 1971; Paulino González Alberdi. La primera conferencia comunista latinoamericana, Buenos Aires: Centro de Estudios, 1978; Alberto Flores Galindo. La agonía de Mariátegui. La polémica con la Comintern. Lima, Desco, 1980.

[11] “¡A la lucha por la dirección de los combates de masa! Los trabajos del pleno del Comité Central del PC”, LI, XI, 3324, 21/12/29, p. 2.

[12] La crisis puede ser analizada a través de las cartas enviadas a Codovilla y a la IC en la segunda mitad de 1927. La versión “penelonista” sobre la ruptura en: PCRA, “Informe sobre la crisis del movimiento comunista de la Argentina y las causas que determinaron la constitución del Partido Comunista de la República Argentina”, junio-julio de 1928, y en los diez primeros números del periódico Adelante. Un documentado análisis de esta crisis, en: Otto Vargas. El marxismo y la revolución argentina. Buenos Aires: Agora, t. II, 1999, pp. 358-418. Un testimonio de un miembro del penelonismo (Ruggiero Rúgilo), en: Emilio J. Corbière. Orígenes del comunismo argentino (El Partido Socialista Internacional). Buenos Aires: CEAL, 1984, pp. 77-82.

[13] “Penelón ha sido destituido por la IC del cargo de secretario sudamericano”, LI, XI, 3231, 24/3/28, p. 1.

[14] “El fallo de la Internacional Comunista”, LI, XI, 3240, 19/5/28, pp. 1 y 8. Un análisis de la carta en Julio Godio. El movimiento obrero argentino (1910-1930). Socialismo, sindicalismo y comunismo. Buenos Aires: Legasa, 1988, pp. 321-365.

[15] “Con o contra la Internacional Comunista”, LI, XI, 3246, 30/6/28, p. 1.

[16] Tulio Halperín Donghi. Vida y muerte de la República verdadera (1910-1930). Buenos Aires: Ariel, 2000, p. 152.

[17] “Al Bureau Político del Comité Central. Informe de organización sobre la actual situación del partido”, 29/5/28. Para la inserción del PC y las huelgas de Comodoro luego de 1931, nos apoyamos en Rufino Gómez. La gran huelga petrolera de Comodoro Rivadavia (1931-1932) en el recuerdo del militante obrero y comunista Rufino Gómez. Buenos Aires, Centro de Estudios, Colección Testimonios, 1973.

[18] “Se ha creado la Unión General de Obreros Petroleros”, LI, XIV, 3386, 15/2/32, p. 2.

[19] La mejor cobertura del conflicto se hizo en Bandera Roja (en adelante, BR) y LI: “Desembarcaron tropas en Comodoro Rivadavia”, BR, I, 26, 26/4/32, p. 1; “Comodoro Rivadavia bajo el terror del 4144”, BR, I, 29, 29/4/32, p. 1; “Es brava la huelga de los petroleros…”, LI, XIV, 3392, 01/5/32, p. 3; “Pese a la normalidad de los palos, deportaciones y desalojos, sigue la gran huelga de Comodoro Rivadavia”, BR, I, 43, 14/5/32, p. 1; “Comodoro Rivadavia y Avellaneda señalan el camino, LI, XIV, 3394, 14/6/32, p. 3.

[20] “Estalló la huelga en Comodoro Rivadavia”, Mundo Obrero, I, 2, 25/8/32, p. 1.

[21] “La emulación sindical revolucionaria en marcha” y “Argentina: la Federación Obrera de la Carne y su plan de emulación revolucionaria”, El Trabajador Latinoamericano (ETLA), IV, 46-47, enero/febrero de 1932, pp. 3-4 y 17-19. Sobre el conflicto, ver: José Peter. Crónicas proletarias, Buenos Aires: Esfera, 1968.

[22] “Van hacia la huelga los obreros del Anglo”, BR, I, 35, 6/5/32, p. 3.

[23] “Los obreros de La Blanca entraron ayer al combate”, BR, I, 51, 22/5/32, p. 1.

[24] “Miles de obreros huelguistas de La Blanca y del Anglo juraron luchas hasta vencer”, BR, I, 52, 23/5/32, p. 3.

[25] “El lunes no debe entrar ningún carnero a las fábricas”, BR, I, 57, 29/5/32, p. 3.

[26] Mirta Z. Lobato. La vida en las fábricas. Trabajo, protesta y política en una comunidad obrera, Berisso (1904-1970). Buenos Aires: Prometeo Libros/Entrepasados, 2001, pp. 217-221.

[27] “La ‘normalidad’: ¡600 presos! La feroz reacción del gobierno 4144 se ha desencadenado contra los obreros ¡Aplastemos la dictadura de Justo!”, BR, I, 57, 29/5/32, p. 1.

[28] “La ciudad proletaria vivió ayer en pleno estado de guerra”, BR, I, 63, 4/6/32, p. 3.

[29] A. Lozovsky. De la huelga a la toma del poder. Los combates económicos y nuestra táctica. Montevideo: Cosinlatam, 1932.

[30] “El Partido Comunista frente a la fusión de la Unión Sindical Argentina y de la COA”, LI, XI, 3288, 13/4/29, pp. 1-2.

[31] “Se ha constituido el Comité Nacional Pro Unidad Clasista y de adhesión a la Confederación Sindical Latino Americana”, LI, XI, 3296, 8/6/29, p. 3.

[32] Por ejemplo, en España se expresó en 1934, cuando el PC conformó la CGTU que, antes de disolverse al año siguiente, intentó competir, tan inútilmente como el CUSC aquí, con las centrales mayoritarias en ese entonces existentes en la Península, la UGT socialista y la CNT anarquista. Manuel Tuñón de Lara. El movimiento obrero en la historia de España. Madrid: Sarpe, 1985, t. II, pp. 334-335.

[33] “Un paso hacia la unidad revolucionaria del proletariado”, Frente Único, I, 1, 18/10/32, p. 3; “Conferencia nacional del Comité de Unidad Sindical Clasista”, Acción.., IV, 3, 15/11/32, p. 6.

 

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