Dahil M. Melgar Tísoc

 

Pensar en Ricardo Melgar Bao, mi padre, es emprender un camino que intersecta las escenas de su vida familiar con el legado que dejó como antropólogo e historiador en México durante los 43 años en que fue investigador del Instituto Nacional de Antropología e Historia (emérito desde 2014). En este trazo cronológico, mi papá ejerció como docente en la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH), entre 1977 y 2001; el Colegio de Estudios Latinoamericanos (CELA) y el Centro de Investigaciones sobre América Latina y el Caribe (CIALC) entre 1989 y 2000; programas de los que también llegó a ser director (del CELA) y coordinador (de la Licenciatura en Antropología Social de la ENAH y del posgrado del CIALC) en distintos momentos.

Si bien el INAH, la ENAH,[1] el CELA y el CIALC zanjan los espacios nucleares en los cuales mi papá articuló sus ideas y las enriqueció con el fecundo diálogo de colegas y alumnos, su labor también labró puentes que desbordaron las fronteras de estas instituciones. Los lazos que tejió se articularon en un amplio circuito intelectual que, además de México, abarcó casi la totalidad de Nuestra América, con dos fuertes nodos en Argentina y Perú, y algunas ramificaciones extendidas hacia otros continentes. Los textos que integran este número de homenaje en Pacarina del Sur plasman algunos hilos de las ideas y las redes que mi padre tejió a la trama de su vida y su quehacer intelectual.

 

El arte de (in)disciplinar

La labor docente de mi padre estuvo marcada por una impronta (in)disciplinaria a través de la cual fomentó el ejercicio de la disciplina –entendida como campo de estudio– mediante una indisciplina metafórica: animar a soltar algunas de las amarras y velos epistemológicos. Mi papá fue un latinoamericanista cuya praxis académica se cribó desde las aristas e intersticios entre la antropología y la historia, desde una inflexión interdisciplinaria situada entre ambos horizontes disciplinares.[2] La antropología que practicaba mi padre se articulaba a partir de un continuo diálogo con la historia social y cultural. De la misma manera, ejerció una historiografía pensada desde las matrices culturales y sociales de los contextos y de sus actores, ya se tratara de actores subalternizados de la historia clásica o del estudio de las utopías, reivindicaciones y militancias indígenas, campesinas, obreras, ya de los proyectos antimperialistas de América Latina, desde sus vanguardias políticas, culturales e intelectuales hasta sus diversas articulaciones y resonancias continentales-globales.

Asimismo, la práctica antropológica de mi padre escapó tanto del presentismo etnográfico como de la mirada encapsulada en lo local, perspectivas tan latentes de la antropología en América Latina, particularmente de la segunda mitad del siglo XX. Mi papá continuamente pensaba el juego de las relaciones y escalas geográficas y temporales que atravesaban todo aquello que aparentemente estaba suscrito a un solo tiempo o a un contenedor espacial más estrecho. Se abocó, en cambio, a la costura de una antropología y de una historia dialogantes con América Latina y el mundo. Reivindicó afanosamente la importancia de recuperar las epistemologías de nuestro continente, los legados intelectuales de sus pensadores y el lugar de enunciación de nuestras academias.

Todo esto lo vinculó con un estudio constante y una reivindicación de los aportes de las tradiciones intelectuales de la región: una mirada hacia las epistemologías deseurocentradas que desde hace unos años cobraron un giro muy popular al ser bautizadas como epistemologías del sur, pensamiento periférico, entre otras propuestas académicas convergentes, sin desconocer sus matices y diferencias. A esta epistemología posicionada, mi padre añadió el estudio de las inflexiones locales y contrapropuestas ideológicas, culturales y políticas que distintos pensadores de América Latina le dieron a los grandes paradigmas de la modernidad occidental, las vanguardias culturales, los proyectos para la transformación del orden social, económico y político; sin dejar de considerar la idea que, desde el discurso político, se tenía sobre los sujetos que encarnaban dichas transformaciones. Una perspectiva que lo vinculó al pensamiento crítico latinoamericano.

En la mirada sin frontera de mi padre, no encadenada a lo local, realizó trabajo de campo en México, Perú, Cuba, Argentina y Bolivia, consultó archivos de todos los países que visitó en cuatro continentes en busca del trazo diaspórico de los exilios,[3] de las contiendas ideológicas de las izquierdas latinoamericanas de principios del siglo XX, de la formación de redes intelectuales[4] y de la resonancia internacional de ideas, idearios utópicos y acontecimientos históricos latinoamericanos, sobre todo aquellos vinculados las redes del aprismo transnacional,[5] el pensamiento de José Carlos Mariátegui,[6] la interpelación de la Comintern en América Latina y la recepción de la Revolución mexicana desde diversas coordenadas intelectuales y horizontes de lucha.[7]

Esta conceptualización de la práctica histórica y antropológica de América Latina en una dimensión desbordada de las problemáticas suscritas a las fronteras nacionales comenzó a exaltarse positivamente, en las últimas décadas, como formas de “desprovincialización” de las academias del sur. Modos de voltear a ver más allá del veto nacionalcentrista, también llamado nacionalismo metodológico, y de abrir diálogos académicos Sur-Sur, Sur-Norte, Sur-Mundo.

El eco de la efigie latinoamericanista de mi padre, a partir de una antropología y una historia dialogantes, se expresa tanto en la vasta obra escrita que dejó, como en la fecunda herencia que su oralidad dejó en la formación de numerosas generaciones de antropólogos, historiadores y latinoamericanistas. Muchos de sus alumnos fundarían posteriormente nuevos departamentos de antropología e historia en otras regiones de México y América Latina. Asimismo, se convirtieron en entrañables amigos que acompañarían a mi padre toda la vida.[8]

En la hilatura académica de mi padre es posible deshilar algunas puntadas en las que es posible ver cómo las vivencias personales tanto como las políticas y académicas contribuyeron a edificar su identidad letrada. La elección de temas, sujetos y abordajes de investigación, no irrumpe espontáneamente de la nada, a modo de azar o epifanía que emana de una neutralidad inoculada de experiencias. De la misma manera, las experiencias que hacen al sujeto dejan una impronta sobre los lugares de observación, enunciación y escritura.

 

Hacia el país el de la revolución congelada

En 1977 mis papás llegaron a México para iniciar sus estudios de posgrado en la UNAM. Cursaron juntos la Maestría en Estudios Latinoamericanos, cuando Leopoldo Zea aún era profesor en el aula. Mi mamá, Hilda Tísoc Lindley, estaba interesada en el análisis de la literatura de escritoras mujeres de América Latina. Un nuevo proyecto que dialogaba con La agonía social de Flora Tristán y el movimiento feminista, la investigación que había sustentado previamente en Perú, y que gira en torno a una de las pioneras del feminismo y una insigne representante del socialismo romántico. Mi papá se sentía atraído hacia la historiografía de las ideas de las izquierdas latinoamericanas en su proyección continental, pero, sobre todo, al estudio de la hechura de los idearios y las agendas militantes endógenas, una propuesta que interpelaba la perspectiva dominante de la época bajo la cual se asumía que los idearios y la praxis militante en la región no era sino parte de un eco universal de las demandas y de las experiencias emanadas de los polos europeos. Como si los legados militantes irradiaran de un norte ideológico hacia las periferias del mundo, sin interpelaciones, demandas propias ni contrapropuestas locales.

Carátula de obra de Hilda Tísoc, texto original, 1971 en la Biblioteca de la Universidad de Massachusetts
Imagen 1. Carátula de obra de Hilda Tísoc, texto original, 1971 en la Biblioteca de la Universidad de Massachusetts.
Fuente: Archivo familiar Melgar Tísoc.

Hilda Tísoc Lindley en Cuernavaca, México 1974
Imagen 2. Hilda Tísoc Lindley en Cuernavaca, México 1974.
Fuente: Archivo familiar Melgar Tísoc.

Ricardo Melgar Bao y Mariátegui, década de 1970
Imagen 3. Ricardo Melgar Bao y Mariátegui, década de 1970.
Fuente: Archivo familiar Melgar Tísoc.

Sin embargo, ese no fue el primer encuentro de mis padres con México, un país que mi mamá ya había pisado dos veces. La primera, en 1971, en un viaje por el continente realizado con dos amigas, profesoras como ella, en un tiempo en que las mujeres no solían viajar solas. La segunda vez, en 1974, junto con mi padre, en el viaje de su luna de miel, para el cual eligieron México sobre los tradicionales destinos europeos. México era un país que gravitaba fuerte en el imaginario de mis padres, en parte porque se trataba del polo editorial y universitario desde el cual circulaba literatura hacia el sur del continente, en fuego cruzado con aquella otra que emanaba desde Argentina. Si bien ambos flujos editoriales venían marcados por la censura de la dictadura militar peruana.

No obstante, a través de las maletas de los amigos viajeros y de recientes posgraduados peruanos que regresaban del exterior era posible leer libros fuera del veto militar y sobre temas que no circulaban en las librerías peruanas, aun si no fueran de interés para la censura. México era también un país cuyo cine de oro con sus simbologías históricas sobre la Revolución y su aura mítica de país receptor de tantos exilios, entre ellos, el de la Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA), había afianzado sendos imaginarios en las izquierdas peruanas. Aun cuando esa revolución se hubiera congelado –por hacer un guiño a Raymundo Gleizer– y mutado hacia un partido único y omnipresente.

Boleto de avión familiar de viaje a México, década de 1970
Imagen 4. Boleto de avión familiar de viaje a México, década de 1970.
Fuente: Archivo familiar Melgar Tísoc

Hilda Tísoc y Ricardo Melgar. Tlatelolco, 1974
Imagen 5. Hilda Tísoc y Ricardo Melgar. Tlatelolco, 1974.
Fuente: Archivo familiar Melgar Tísoc.

Hilda Tísoc y Ricardo Melgar. Tula, Hidalgo, 1974
Imagen 6. Hilda Tísoc y Ricardo Melgar. Tula, Hidalgo, 1974.
Fuente: Archivo familiar Melgar Tísoc.

A su vez, México estaba unido a mis padres a través de los lazos epistolares que mi papá formó en su juventud con otros universitarios mexicanos. A algunos de ellos los conoció a través de las redes de intercambio entre colectivos literarios signados bajo la política del hacer poético. Uno de los lazos epistolares más estrechos lo mantuvo a través del grupo literario de Xilote.[9] En las redes internacionales de intercambio epistolar fluyeron publicaciones de ensayos, poemas, cuentos y otras narrativas emanadas de las plumas de los integrantes de los colectivos literarios. A través de ellas fluían remesas de revistas culturales y de análisis político, así como algunos libros de literatura y filosofía que no circulaban con soltura entre un polo y otro del Ecuador. También se compartían sucesos vinculados con el “despertar latinoamericano” de la segunda mitad del siglo XX. Las noticias que llegaban a veces alimentaban el horizonte utópico juvenil; otras advertían sobre la desmesura de los aparatos de represión continental.

En Perú mi papá integró el Círculo literario Javier Heraud de Barranco entre 1965 y 1966. Un año más tarde, cuando mi padre se mudó a Huánuco para continuar sus estudios en la Universidad Nacional Hermilio Valdizán, fundó allí una filial. Javier Heraud era el nombre del insigne poeta de la generación del 60 cuyos versos y efigie de mártir alimentaron la utopía juvenil de las generaciones que le sucedieron. Mi padre participó también de Comentarios, la revista de juventud que costuró junto con otros amigos. El nombre de la revista remitía al autor de Comentarios reales de los incas, un guiño a la primera adscripción universitaria, garcilaciana, de mis padres. Circularon 10 números de Comentarios entre 1968 y 1970. Comenzó con una impresión de dos mil ejemplares, y para el tercer número el tiraje se extendió a diez mil, siendo sus ámbitos de distribución la venta mano a mano en los claustros universitarios de Lima. La portada era ilustrada por algún reconocido pintor peruano, el cual “solía brindarnos solidariamente ese derecho: Milner Cajahuaringa, Tilsa Tsuchiya, Fernando de Szyszlo, entre otros. Para los tres primeros números, apelamos principalmente a nuestras redes universitarias signadas por coordenadas generacionales e institucionales. Luego, devino en campo de atracción de colaboradores” (Ricardo Melgar Bao, testimonio, 22 de septiembre de 2019).

Fragmentos que sobreviven. Revista Comentarios, 1969

Fragmentos que sobreviven. Revista Comentarios, 1969
Imágenes 7 y 8. Fragmentos que sobreviven. Revista Comentarios, 1969.
Fuente: Archivo familiar Melgar Tísoc.

Estas experiencias de juventud en torno a la producción de revistas y la difusión de ideas que traspasan los ámbitos locales, agudizaron la mirada y sensibilidad de mi padre acerca de la importancia de los soportes hemerográficos y epistolares en el estudio de las redes intelectuales y militantes transfronterizas. Sus compañeros de estudios recordaban cómo, desde sus días universitarios, buscaba afanosamente entre librerías de viejo y papeles de descarte números desperdigados y nuevos hallazgos de la prensa militante de América Latina de principios del siglo XX.[10] En su mayoría se trataba de documentos de circulación e impresión efímera, de la que no quedaba registro en las bibliotecas y centros de documentación, o de las que sólo había una recopilación muy fragmentaria. Además de las colecciones de revistas y periódicos, también reunía folletería, carteles y otros indicios materiales de la propaganda militante que circulaba de mano en mano, de pared en pared. En esa vocación de coleccionista de la memoria hemerográfica desperdigada de las izquierdas latinoamericanas, de tanto en tanto aparecían epístolas originales. A través de estos documentos, mi papá pudo adentrarse en el diálogo íntimo de aquellos intelectuales y actores políticos que se develaba a través de misivas personales y políticas.

El amplio conocimiento que se forjó mi padre en torno a las revistas militantes y de vanguardia política y cultural de la región, lo impulsó a sembrar aquí y allá menciones y sugerencias de investigación sobre redes intelectuales y sus soportes hemerográficos. Puedo afirmar que de su generosidad surgieron temas inéditos para ser explorados por estudiantes y colegas. A mi papá le entusiasmaba que ese campo de estudio en crecimiento fuera fortaleciéndose con más investigaciones. En contraflujo, también recibía con generosidad ideas, pistas y noticias de hallazgos hemerográficos de otros colegas y alumnos.

 

Entre el proceso de historiografiar la Guerra Fría y su vivencia transgeneracional

La Guerra Fría atravesó la vida de mi padre no sólo porque en su juventud pudo atestiguar la victoria del esfuerzo brutal por erradicar los proyectos de utopía latinoamericana a nivel continental, sino porque ésta delinearía uno de los grandes temas de su quehacer intelectual: el exilio aprista y las muchas vertientes que asumió el antiimperialismo en América Latina. Aún más, podría decirse que mi padre era hechura del mismo exilio que estudiaba. Su abuelo paterno, Pedro Tirso Melgar Conde, en su militancia aprista, se exilió en Argentina entre 1926 y 1939. En su vida militante, mi bisabuelo escribió bajo el pseudónimo “Tirso, el esperpento en marcha” (adoptando el título de la propuesta de la estética política del insigne Ramón María del Valle-Inclán).[11] Sus escritos cuestionaban ya al argentino Leopoldo Lugones, ya a las dictaduras militares antiapristas que se sucedían en Perú: el oncenio de Augusto Leguía (1919-1930), la Junta de Gobierno de Luis Miguel Sánchez Cerro (1930-1931) y su mandato constitucional (1931-1933) interrumpido por su magnicidio a manos de un joven aprista ‒Aberlardo Mendoza Leyva‒; así como del segundo gobierno de Óscar R. Benavides (1933-1939). El exilio de mi bisabuelo representó una dolorosa ausencia e impuso un silencio familiar sobre un tema del que no se hablaba, aun si mi abuelo paterno, Mario Tirso Melgar Tizón, su único hijo varón y el mayor de sus cuatro vástagos, se hubiera asumido aprista desde los 13 años.

Pedro Tirso Melgar Conde, principios del siglo XX
Imagen 9. Pedro Tirso Melgar Conde, principios del siglo XX.
Fuente: Archivo familiar Melgar Tísoc.

La resonancia de las ideologías en el ámbito de lo doméstico, lo familiar y lo privado, además de provocar la ausencia de mi bisabuelo, incidió sobre algo tan íntimo como el nombre y la disputa por el registro de la fecha de nacimiento de mi padre. Mi papá nació en los minutos de transición entre el 21 y el 22 de febrero de 1946, en un día marcado por la algarabía callejera por el festejo del cumpleaños de Víctor Raúl Haya de la Torre (quien había nacido el 22 de febrero de 1895). Mi abuelo se había encaminado del hospital a la celebración del cumpleaños de Haya de la Torre en el paseo de antorchas en la Avenida Alfonso Ugarte para saludar a su líder político. El azaroso y fortuito golpe que representó el que mi padre, el primogénito de una familia fervorosamente aprista, naciera en fecha tan solemne, implicaba que debía llamarse Víctor Raúl. Sin embargo, según relata mi papá, como su padre “andaba entretenido [en el festejo callejero de Haya], mis abuelos paternos convencieron a mi madre que lo más apropiado para mí era un nombre no militante. Mi abuelo sabía de los nombres quemantes que en tiempos de dictadura” (Ricardo Melgar Bao, testimonio, 21 de febrero de 2016). Un debate similar se suscitó en torno a la fecha de registro de su nacimiento, optándose por registrarlo el día 21, en vez del 22, que coincidía con el natalicio de Haya de la Torre.

En los distintos vaivenes de la política y de los regímenes militares peruanos, mi abuelo Mario fue uno de los perseguidos por las cruzadas en contra de la Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA) entre 1948 y 1956. Por la persecución perdería su empleo y se vería sumergido en intermitentes etapas de clandestinidad. Mi abuela, Elsa Bao Ormea, lo acompañaría la mayoría de las veces, hasta que un día, cansada de huir, dejó de hacerlo. Mi abuelo también habría desfilado, al igual que otros apristas de su época, por la fortaleza colonial de El Real Felipe y El Sexto, estancias que le dejarían secuelas permanentes en su salud. Falleció joven, en 1962, siendo mi padre adolescente. Mario Melgar, alcanzó a ver el desmoronamiento del APRA indómito y “la traición de Haya de la Torre”, quien, en 1962, se alió con Manuel A. Odría; el dictador que tan solo seis años antes había perseguido y masacrado sin descanso a los apristas. Este pacto entre Haya y la dictadura militar afectó hondamente a mi abuelo paterno, al igual que a muchos otros apristas que durante décadas entregaron corazón y cuerpo a los ideales de una causa derrumbada, y asumieron los altos costos de la persecución política a sus militantes. Para la cúpula intelectual aprista estuvieron los laureles y las investiduras simbólicas de un ‒muchas veces cobijado‒ exilio, para la base militante, el impacto inmediato de la represión más desnuda y la organización de la supervivencia desde las redes apristas de los anónimos.

 

Mi memoria se pobló de imágenes fragmentadas de mi padre: fue muy fuerte e impactante que mi madre me llamase a la casa de los abuelos. Me pidió que la acompañase al día siguiente de la salida del colegio a visitar a mi padre al penal de “El Sexto Me impresionó el color gris del penal, el cual contrastaba con el color ladrillo de “La Penitenciaría”, alma gemela del Palacio Negro de Lecumberri en la Ciudad de México. Los guardias republicanos nos revisaron, íbamos en fila india. Nos tocó turno. Me quedé estupefacto tras los barrotes al ver a mi padre al lado de otros presos políticos: flaco, demacrado, luciendo moretones, hablando muy parco, lo que era inusual pero comprensible. Digresión: mi padre en sus evocaciones, recordaba su paso por el penal colonial del “Real Felipe” en el puerto del Callao y las torturas recibidas que afectaron su sistema nervioso y sus bronquios de por vida. Celdilla subterránea de castigo con filtración de agua en la que la única postura posible de descansar el peso de su cuerpo era apoyar sus rodillas sobre el fungoso y húmedo muro de piedra, día con día, semana con semana. Siendo adolescente lo vi pocas veces. Varias de ellas, vino a verme a la casa mi abuelo acompañado de su compañero Charles Smith. Ambos participaban en brigadas de agitación y propaganda. Un tema recurrente en los encuentros amicales con Charles a los que me llevaron fue: sus temerarios éxitos de desmontar oficiales de la policía montada y despojarlos de sus sables en el centro histórico de Lima. Se turnaban. Uno se colocaba escondido en el umbral de alguna vieja casona mientras que el otro, provocaba al oficial con gesticulaciones y gritos. El oficial desenvainaba la espada, agarraba las bridas con una sola mano y espoleaba a su caballo para castigar con un sablazo ejemplar al joven retador. El otro salía sorpresivamente del umbral tomando al jinete por sorpresa, alzaba con sus dos manos bota y estribo y lo hacía caer estrepitosamente en el asfalto. Y a salir corriendo en busca de nuevas hazañas callejeras (Ricardo Melgar Bao, testimonio, 21 de junio de 2015).

 

Mario Tirso Melgar Tizón y Elsa Bao Ormea, década de 1940
Imagen 10. Mario Tirso Melgar Tizón y Elsa Bao Ormea, década de 1940.
Fuente: Archivo familiar Melgar Tísoc.

Ricardo de 3 años con disfraz, Carnavales de Lima, 1949
Imagen 11. Ricardo de 3 años con disfraz, Carnavales de Lima, 1949.
Fuente: Archivo familiar Melgar Tísoc.

Mi bisabuelo Pedro, a quien sus nietos llamaban afectuosamente “tatata”, crio amorosamente a mi padre desde los tres años, junto con mi bisabuela Angélica Tizón Tijero y las tres hermanas menores de mi abuelo Mario: Reneé, Doris y Martha, todas ellas jóvenes solteras en ese entonces. La vida clandestina en la dictadura de Manuel A. Odría no era buen lugar para un infante, aún menos para el primer nieto de la familia.

No obstante, al regresar de su exilio en Argentina, mi bisabuelo enterró sus años de aprista en pos de la redención familiar ante su esposa y sus tres hijas, a quienes había tenido que abandonar de pequeñas, y que esperaron por tan largo tiempo su retorno. Sin embargo, continuamente reafirmaba ante el infante que era mi padre el orgullo que debía sentir por pertenecer a los Melgar, “un linaje de defensores de la República”. Años más tarde consagró este legado simbólico obsequiándole a mi padre su antiguo retrato de Mariano Melgar, “poeta de los yaravíes”, que yacía como efigie familiar en el dormitorio mi bisabuelo. Fue una de las pocas cosas que mis padres trajeron consigo a México. Como guiño hacia el abuelo que tanto amó, mi padre me puso por segundo nombre Mariana, invocando con ese bautizo los dones fundacionales de sus ancestros.

Entre los proyectos que quedaron pendientes en el tintero de mi papá permaneció el dar esa postergada puntada al gran lienzo de la historia sobre la fase indómita de la APRA, y zurcir a ella la microhistoria del eco transgeneracional que dejó el aprismo antiimperialista en su familia.

El retrato de Mariano Melgar perteneciente a Ricardo Melgar
Imagen 12. El retrato de Mariano Melgar perteneciente a Ricardo Melgar.
Fuente: Archivo familiar Melgar Tísoc.

 

Ricardo Melgar, una malla de redes intelectuales y hemerográficas en expansión

Mi papá dejaría una extensa obra sobre las prensas militantes[12] y los epistolarios intelectuales[13] en la articulación de distintos movimientos políticos de Nuestra América. En su hechura están los estudios interpretativos que escribió sobre estas fuentes y sobre su uso como herramientas para la historia de las ideas y la historia intelectual, así como las compilaciones de fuentes originales.[14] Muchas de estas fuentes, que representaron una búsqueda minuciosa a lo largo de varios años y diferentes países, fueron compartidas por mi padre; ya fuera poniéndolas en circulación impresa, ya abriendo las puertas de su biblioteca en la que recibía con frecuencia a estudiantes y colegas. Otras más fueron donadas desde 1997 por él a la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez (UACJ) a la que remitió en vida más de 12 mil materiales (además de otros tantos comprometidos a enviar post mortem) de su archivo sobre América Latina y que fueron clasificados en dos frentes: el Fondo Ricardo Melgar Bao en la Biblioteca central “Carlos Montemayor” de la UACJ, con publicaciones de consulta abierta sobre movimientos sociales de la segunda mitad del siglo XX en América Latina; estudios sociales contemporáneos sobre la región, y literatura latinoamericana (éstos últimos en su mayoría eran libros de mi madre, donados tras su deceso en enero de 2017). Así como otros documentos de acceso restringido que están resguardados en el Acervo Documental Ricardo Melgar Bao[15] en el archivo histórico de la UACJ y que comprenden colecciones de prensa militante, revistas, documentos, microfilms, gráfica y manuscritos históricos y epistolarios de finales del siglo XIX y la primera mitad del XX que trazan la ruta intelectual y biográfica de diversos pensadores de Nuestra América.

El universo de archivos que componen esta biblioteca no solamente documenta los intereses de mi padre, sino también las bases documentales sobre las que edificó y alimentó su obra. La migración de su biblioteca al norte de México fue posible gracias a la gestión y soporte de Ricardo León, Carlos González, Alonso Pelayo, así como de Bertha Carabeo y muchos más que contribuyeron tiempo y esfuerzo a la organización y resguardo de su acervo.

Ricardo Melgar Bao en medio de algunos estantes del Fondo Ricardo Melgar Bao, Biblioteca central, UACJ, México, 2015
Imagen 13. Ricardo Melgar Bao en medio de algunos estantes del Fondo Ricardo Melgar Bao, Biblioteca central, UACJ, México, 2015.
Fuente: Archivo familiar Melgar Tísoc.

Pero, sobre todo, mi padre encontró en distintos rincones del mundo a colegas y amigos con quienes debatir, compartir hallazgos y sumar esfuerzos por compilar, difundir y estudiar la(s) memoria(s) militante(s) de América Latina. Participó de las plataformas de discusión que en cada país sostenían los distintos grupos intelectuales y proyectos dedicados a su estudio; así como también de las arenas físicas y virtuales que los conjuntaban internacionalmente en redes epistolares y electrónicas, congresos, publicaciones y otros formatos de encuentro e interlocución.

En Perú, la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y el Museo Mariátegui eran los nodos articuladores a los que mi papá regresaba en cada viaje, y en los que se reencontraba, a través de las charlas que impartía o los eventos en los que participaba, con los Amigos de Aclapades, los Amigos de Mariategui y otros amigos y colegas de distintos campos y épocas de su biografía. Entre éstos, compañeros de San Marcos, de Huánuco y del “núcleo duro” y extendido de Garcilaso. En Argentina convergía el que representó quizá el caudal más fuerte de las redes de mi papá, a través del Centro de Documentación e Investigación de la Cultura de Izquierdas (CeDInCI) y su emblemáticas Jornadas de Historia de las Izquierdas, el Centro de Educación Ciencia y Sociedad (CECIS) y su vinculación al Corredor de la Ideas, el Centro de Estudios Históricos de los Trabajadores y las Izquierdas (CEHTI), el Centro de Historia Intelectual de la Universidad de Quilmes, la biblioteca Utopía del Centro Cultural de la Cooperación Floreal Gorini y la Universidad de Cuyo, entre otras arenas. En Chile, la red de mi papá se tejía con el Instituto de Estudios Avanzados en la Universidad de Santiago de Chile, la Universidad de Valparaíso, la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso y la Universidad de Talca, entre otros escenarios. En Costa Rica, se enlazaba con la Universidad Nacional de Costa Rica. Del mismo modo, en México, el CIALC y el Seminario de Historia Intelectual de América Latina de El Colegio de México le permitían reencontrarse con distintos colegas y grupos de trabajo de todo el país. Además, mi padre participaba de discusiones y encuentros con otros colegas dedicados a la historia y presente de América Latina, historia intelectual, movimientos sociales, pensamiento latinoamericano y temáticas afines en el Instituto Nacional de Antropología e Historia, la Universidad Nacional Autónoma de Morelos, la Universidad Nacional Autónoma del Estado de México, El Colegio de Michoacán, la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez, la Universidad Autónoma de Guerrero, el extinto Centro de Estudios del Movimiento Obrero Socialista, entre otros. Remarco que la geografía de la red intelectual de mi papá excede los espacios y los países que he mencionado. He señalado éstos en cuanto representan nodos de articulación y convergencia con otros seminarios, grupos de trabajo, amigos y colegas en el mundo, quienes también confluían en estos espacios y redes.

Otras arenas de encuentro intelectual atravesaban las revistas Wirapuru y Cuadernos de Historia en Chile; Políticas de la Memoria, Archivos y Estudios de Filosofía Práctica e Historia de las ideas, en Argentina; Amerika, en Francia; Agua y En la Corriente, en Perú; En el volcán insurgente, Noésis, Convergencia, Memoria, Cuadernos y Boletín de Antropología Americana (hoy Antropoología Americana) del Instituto Panamericano de Geografía e Historia; Temas de Nuestra América, en Costa Rica; por mencionar solo algunas. 

La centralidad de las redes intelectuales en la vida y quehacer de mi padre también se trasluce en que dos días antes de su deceso concluyó su última obra en vida, el libro: Revistas de vanguardia e izquierda militante. América Latina, 1924-1934. Actualmente en prensa en la serie “América Latina en sus revistas” de la editorial argentina Tren en Movimiento, en colaboración con el CeDInCI.[16] La edición póstuma de este libro fue posible gracias a la intermediación de Horacio Tarcus.

Entre otros proyectos de edición póstuma de trabajos de mi padre se encuentran el Diccionario biográfico del movimiento obrero y popular peruano (1848-1959) cuya costura mi papá inició hace varias décadas, junto con mi madre, en respuesta a la iniciativa de Robert Paris de microbiografiar a los actores de estas movilizaciones. La hilatura de este diccionario implicó un trabajo artesanal de unir puntada a puntada los datos biográficos sueltos que aparecían desperdigados como menciones sutiles, a veces marginales, de un nombre, una fecha, un lugar, una movilización política.[17] A su vez, el Diccinario se inscribe en un proyecto de largo aliento de construcción colectiva de diccionarios biográficos de las izquierdas en Latinoamérica, al respecto de los cuales Sandra Jaramillo (2020) escribió un completa revisión.

A las dos obras póstumas de mi padre que ya he mencionado, se le sumará La Revolución mexicana en Buenos Aires. Revista Claridad escrita en coautoría con José Miguel Candia, y con la colaboración de Perla Jaimes Navarro y María Elizabeth Hernández Vázquez. Además de la edición de las más de veinte entrevistas que entre finales de la década de 1970 y principios de la de 1980 mis padres realizaron a Leo Zuckermann, una figura relevante del exilio alemán en México y editor de la prensa cominternista La Correspondencia Internacional, editada en inglés, francés y español. Esto, por mencionar los proyectos editoriales más inmediatos, entre otros materiales por revisar y editar en los que Perla Jaimes y yo nos encontramos trabajando.

 

Una trama familiar compartida

Mi papá encarnó al académico de prolífica escritura y de un hilo inagotable de palabras de gran erudición, al hombre de prominente estatura y voz de relámpago capaz de generar un natural silencio en un auditorio lleno. Su voz cautivaba tanto por el tejido de ideas que enunciaba como por la elasticidad envolvente de un habla impostada que transitaba de un tono grave y sonoro hacia un ritmo pausado, íntimo, casi cómplice, con la que generaba escenas de cercanía discursiva y acentuaba los elementos de dimensión sensible. Un legado vocal hecho cuerpo durante los años en que fue dirigente estudiantil y participó de encendidas contiendas de ideas y duelos de discursos por la Federación Universitaria de San Marcos, en el marco de un tiempo que dialogaba con el mundo, suscrito a los giros en la imaginación de la juventud internacional de la segunda mitad de la década de 1960. Pero también, parte de un legado sonoro que emana de los años universitarios en que mi papá escribió y recitó poesía en competidos escenarios literarios y un temprano ejercicio docente ante tan diferentes y retadoras audiencias.

Su capacidad de escuchar a los otros, su vasta experiencia de vida y los mundos profundos que construyó a través de inconmensurables lecturas, en tan distintos campos, lo dotaban de un largo hilo de palabras que desenrollaba sobre cualquier tema que se le pusiera en frente. Fue también un académico que siempre encontró, en su quehacer intelectual, tiempo y espacio para adentrarse en un diálogo respetuoso y sin jerarquías. Esto llevó a que a mi papá se le viera circulando tanto en las más ortodoxas y prestigiadas arenas académicas como en escenarios y tribunas de discusión de colectivos, jóvenes estudiantes en formación, iniciativas culturales ciudadanas y espacios emergentes. Ese carácter de alguien a quien ningún espacio le quedaba chico, y para quien no había diálogo que no pudiera enriquecerlo, ciñeron la práctica intelectual de mi padre. Pero, sobre todo, creyó en la defensa de los espacios de enunciación de Nuestra América y en la apuesta de las revistas académicas y culturales de nuestro continente que comenzaban enflaquecer debido al frenesí de la economía de puntajes. De esa postura emana Pacarina del Sur desde hace 12 años.

El académico de gesto serio era a la vez el papá que en las vacaciones escolares, aquellas en las que el tiempo y la rutina de la organización familiar se reinventan, conducía diariamente al trabajo con sus hijos, improvisaba juguetes y distractores con la papelería y el mobiliario de su cubículo, e intentaba atenuar las largas jornadas en que su ejercicio docente lo llevaba al salón de clases, a las asesorías con los alumnos o hacia el auditorio donde estaba a punto de impartir una gran conferencia. También era el papá que iba acompañado de su familia a algunos de los recorridos de su trabajo de campo con otros colegas y alumnos, y en ese recorrer-andando iniciaba a sus hijos en la hondura de otros universos culturales.

Papá y yo. México, 1986
Imagen 14. Papá y yo. México, 1986.
Fuente: Archivo familiar Melgar Tísoc.

Ese lazo infantil y adolescente que mi hermano y yo formamos con el Ricardo que además de papá era antropólogo, nos permitió conocerlo en la escena vibrante de una icónica ENAH, en la que fue muy respetado. Esta proximidad con la ENAH alimentó la vocación antropológica que años después elegimos para formarnos sus hijos y que, como un guiño con el pasado, optamos por estudiar en aquella escuela en la que jugamos de niños, encontrando restos de obsidianas entre los cactus y nopales de la gran jardinera del estacionamiento, y leyendo, sentamos en el piso de la librería de la ENAH aquellos libros infantiles que buscaban desde distintos sellos editoriales descolonizar la imaginación de una infancia que se antojaba disidente.

Quisiera cerrar esta mirada a la vida académica y la dimensión humana de mi padre evocando el recuerdo de mi madre, pues la trayectoria vital e intelectual de Ricardo Melgar Bao no se explican Hilda Tísoc Lindley. Mi madre no solo le brindó el amoroso apoyo cotidiano que le permitió a mi padre cimbrar los cimientos de su obra, sino que también fue una compañera e interlocutora de ideas y de agencias utópicas, que orientó su voz y su escritura hacia una mirada sensible a las dimensiones políticas del género y la importancia de los liderazgos intelectuales femeninos, así como al cariz humano de la vida de los actores. Mi mamá también fue en su agudeza literaria aquella pluma revisora que, a lo largo de varias décadas, disciplinó la escritura de mi padre, y quien sumó junto a él intensas jornadas de desvelo en la confección del universo de biografías intelectuales en torno a las que mi padre centró gran parte de su obra. Así, puedo afirmar que distintas coordenadas del camino de escritura de mi padre se tejen de manera indisociable en plural.

Ricardo e Hilda, Lima, 1970
Imagen 15. Ricardo e Hilda, Lima, 1970.
Fuente: Archivo familiar Melgar Tísoc.

Retratos familiares de Hilda Tísoc y Ricardo Melgar, década de 1970
Imágenes 16 y 17 . Retratos familiares de Hilda Tísoc y Ricardo Melgar, década de 1970.
Fuente: Archivo familiar Melgar Tísoc.

 

Notas:

[1] De manera complementaria a este texto se puede leer “Ricardo Melgar Bao. El impulso de una antropología histórica en la ENAH y una mirada dialogante con América Latina” de mi autoría publicado en este número de homenaje a Ricardo Melgar Bao en Pacarina del Sur (46-47).

[2] Se puede profundizar más sobre este tema en el artículo de “Antropología e Historia Intelectual: algunas exploraciones en la obra de Ricardo Melgar Bao” de Aimer Granados (2021).

[3] Para el tema de exilio en la obra de Ricardo Melgar se pueden ver los libros: Redes e imaginario del exilio en México y América Latina 1934-1940 (Melgar, 2018); Haya de la Torre y J. A. Mella en México. El exilio y sus querellas (Melgar, 2013) y los textos: “Testimonio de César Miró: Blanca Luz Brum, José Carlos Mariátegui y la intelectualidad socialista itinerante” (Melgar, 2019c); “El testimonio de Wilfredo Rozas (1905-1984): Los apristas en París” (Melgar, 2019b); “Apristas en París 1926-1930: arte, identidad y política” (Melgar, 2015b); “Exile in the Andean Countries: A Historical Perspective” (Melgar, 2012b); “El primer exilio y la independencia: entre categorías y nativos americanos” (Melgar, 2010a); “Huellas, redes y prácticas del exilio intelectual aprista en Chile” (Melgar, 2010b); “Los ciclos del exilio y del retorno en América Latina: una aproximación” (Melgar, 2009d); “El exilio venezolano en México” (Melgar, 1998). También se puede revisar la tesis: “El movimiento obrero, Carlos Manuel Rama y Ricardo Melgar Bao: un ensayo de aproximación contextual” de Rubén Sánchez Acosta (2002).

[4] Sobre el tema de redes intelectuales en la obra de Ricardo Melgar pueden leerse el libro: Raúl Porras Barrenechea y Rafael Heliodoro Valle: un ejemplo de cooperación intelectual (1921-1959) (Melgar, 2019) y los textos: “Redes del exilio aprista en México (1923-1924), una aproximación” (Melgar, 2012); “Cominternismo intelectual: representaciones, redes y prácticas político-culturales en América Central (1921-1933)” (Melgar, 2010c); “Redes y espacio público transfronterizo: Haya de la Torre en México (1923-1924)” (Melgar, 2005) y “Redes teosóficas y pensadores (políticos) Latinoamericanos” (Melgar y Devés, 1999). Asimismo el artículo: “Melgar y las redes: una reflexión a manera de homenaje” de Alexandra Pita (2021).

[5] Sobre la APRA y el estudio del aprismo transnacional además de los textos ya mencionados para los tópicos de exilio (nota 3) y redes intelectuales (nota 4) se puede consultar: “The Anti-Imperialist League of the Americas between the East and Latin America” (Melgar, 2008); “El populismo indoamericano: entre Haya de la Torre y Trotsky” (Melgar, 2004) y “El joven Haya de la Torre y sus muchos mundos” (Melgar, 2003); entre otros. También mi padre se detuvo en otras figuras del aprismo itinerante como Tristán Marof (Melgar, 2011a; Melgar, 2011c); Esteban Pavletich (Melgar y Jaimes, 2019; Melgar, 2017b; Melgar, 2009c) y José Ingenieros (Melgar, 2019d); entre otros.

[6] Al respecto de los escritos de mi padre sobre José Carlos Mariátegui, además de las referencias temáticas ya indicadas en las notas referentes a exilio (nota 3) y las que se indican posteriormente sobre prensa militante (nota 12), epistolarios (nota 13) y compilación de fuentes originales (nota 14), se pueden consultar los libros: Mariátegui entre la memoria y el futuro de América Latina (Melgar y Weinberg, 2000) y Mariátegui, Indoamérica y las crisis civilizatorias de Occidente (1995). Asimismo los textos: “José Carlos Mariátegui y los indígenas: más allá de la mirada, diálogo y traducción intercultural” (Melgar, 2020); “Entre resquicios, márgenes y proximidades: reflexiones sobre los 7 Ensayos… de Mariátegui” (Melgar, 2012c); “Un ‘socialista impenitente’: Mariátegui, Colombia y los pueblos originarios” (Melgar, 2011d); “Mariátegui e a ocidentalização da política” (Melgar, 2000b); “José Carlos Mariátegui; Mariátegui, Indoamérica y las crisis civilizatorias de Occidente” (Melgar, 1995); “Oriente y Occidente en el pensamiento de José Carlos Mariátegui” (Melgar, 1994); “Entre la lucha por la vida y los desafíos intelectuales; entre otros.

[7] Sobre la percepción e influencia de la Revolución mexicana en América Latina se puede consultar: “América Latina y la Revolución Mexicana” (Melgar, 2010d); “Recepción latinoamericana de la Revolución Mexicana” (Melgar y Saldaña, 2010) y “La revolución mexicana en el movimiento popular-nacional de la región andina (La controversia Mariátegui y Haya de la Torre” (Melgar, 1987); entre otros escritos. A estos textos se sumará el libro: La Revolución mexicana en Buenos Aires. Revista Claridad que mi padre escribió en coautoría con José Miguel Candia y que actualmente se encuentra en revisión para su edición póstuma.

[8] El número de homenaje a mi padre publicado en el número 63 de En el volcán Insurgente reúne el testimonio de varios de sus exalumnos, convertidos en entrañables colegas y amigos. Se puede consultar en la siguiente liga: http://www.enelvolcan.com/ediciones/2020/63-octubrediciembre-2020

[9] Algunos ejemplares de la revistóta Xilote que editaba este grupo yacen en los archivos del Archivo General de la Nación (AGN) de la Ciudad de México.

[10] Acerca de este tema se puede leer “La temprana vocación por los libros de Ricardo Melgar” de Gabriel Niezen (2020).

[11] El esperpento es una de las propuestas estéticas y políticas de Ramón María del Valle-Inclán, que evoca lo grotesco a través de un humor deformante de la realidad. La primera obra signada en esta propuesta fue Luces de Bohemia (1920); sin embargo, en Tirando Banderas. Novela de tierra caliente, publicada en 1926, es que la propuesta adquiere una verdadera dimensión política. Esta novela toma como escenario un país latinoamericano imaginario bajo el mandato de un dictador, también imaginario, el general Don Santos Banderas. No obstante, “el enfoque de la obra no es perfilar a un tirano individual, sino en denunciar la degradación de la persona por la tiranía. La novela es un ácida sátira social y política, que condena la tiranía militar en los países de Hispanoamérica. En la obra de Valle-Inclán, el carácter satírico, la implícita intención crítica, se manifiesta mediante el esperpento” (Tacu, 2018, pág. 226).

[12] Sobre el tema de prensas militantes se puede consultar el libro: La prensa militante en América Latina y la Internacional Comunista (Melgar, 2016) y El zapatismo en el imaginario anarquista norteño: Regeneración, 1911-1917 (Melgar, Jaimes y Calderón, 2016). También los textos: “El antiimperialismo de la revista Indoamérica: México 1928” (Melgar, 2018b); “Entre la Revolución Rusa y Nuestra América. La prensa militante: 1919-1935” (Melgar, 2017a); “América Latina en la revista Octubre de Madrid 1933-1934: Redes intelectuales antifascistas” (Melgar, 2015a); “José Carlos Mariátegui, Labor y la otra modernidad (1928-1929): Modelación de la identidad socialista” (Melgar, 2013a); “Mariátegui y la revista Amauta en tiempos de crisis” (Melgar, 2012a); “La Hemerografía cominternista y América Latina, 1919-1935. Señas, giros y presencias” (Melgar, 2011b); “Amauta: política cultural y redes artísticas e intelectuales” (Melgar, 2009a); “El Machete: redes, palabras, imágenes y símbolos: 1924-1938” (Melgar, 2009b); “Mariátegui y la revista Amauta en 1927: redes, accidentes y deslindes” (Melgar, 2007b); “Redes y representaciones cominternistas: el Buró Latinoamericano, 1919-1921” (Melgar, 2001); “El universo simbólico de una revista cominternista: Diego Rivera y El Libertador (1925-1929)” (Melgar, 2000a); ente otras obras.

[13] Con respecto del papel y estudios de los epistolarios en la obra de Ricardo Melgar se puede consultar el libro: Víctor Raúl Haya de la Torre a Carlos Pellicer. Cartas Indoamericanas (Melgar y Montanaro, 2010) y los textos: “El epistolario como vehículo de comunicación y cultura: México en la correspondencia de José Carlos Mariátegui” (Melgar, 2014) y “Dos cartas de Mariátegui a César Vallejo” (Melgar, 2007a); entre otros escritos.

[14] Sobre las compilaciones de fuentes originales hechas por Ricardo Melgar y acompañadas de estudios interpretativos están por ejemplo los libros: Esteban Pavletich. Estaciones del exilio y Revolución mexicana, 1925-1930 (Melgar y Jaimes, 2019); José Carlos Mariátegui. Originales e inéditos 1928 (Melgar y Pásara, 2018); Víctor Raúl Haya de la Torre: Giros discursivos y contiendas políticas (Melgar y Gonzáles, 2014) y la edición facsimilar digitalizada: El Libertador. Órgano de la Liga Antiimperialista de las Américas. 1925-1929 (Melgar, 2006); entre otros trabajos.

[15] Al respecto del Acervo Documental Ricardo Melgar Bao se puede consultar el artículo escrito por Gabriel Rayos García “Acervo Documental Ricardo Melgar Bao (ADRMB), testigo en papeles de la izquierda latinoamericana”, publicado en este número de homenaje póstumo en Pacarina del Sur (46-47), y la tesis “América Latina en Documentos: El Índice Analítico del Acervo Ricardo Melgar Bao (ADRMB): Destacando los Movimientos Sociales y Organizaciones Políticas de Izquierda en Latinoamérica de 1960 a 1990” del mismo autor.

[16] El primer libro de esta serie fue Las revistas culturales latinoamericanas. Giro material, tramas intelectuales y redes revisteriles, de Horacio Tarcus, publicado en 2020.

[17] Arturo Taracena y Horacio Tarcus han dado seguimiento al Diccionario biográfico del movimiento obrero y popular peruano (1848-1959).

 

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