Regina Crespo

 

Recuerdo a Ricardo y me viene su voz. Una voz grave, tranquila en el hilar de las ideas, una voz ancestral, si así la puedo definir, que me hacía respirar profundamente y esperar.  Ricardo Melgar hablaba sin prisas, con un ritmo poco usual en estos tiempos cibernéticos e impacientes. Era fundamental saber escucharlo, esa fue una lección que aprendí. Los encuentros que tuvimos –y no fueron pocos– al paso de los años de nuestra larga amistad, quedaron en mi memoria como pausas agradables en mi rutina eléctrica de universitaria. Entre una clase y otra, entre una junta y un seminario, entre el ir y venir de los días y meses escolares en la vorágine del viejo DF, al que Ricardo venía con frecuencia, era un placer compartir con él unos instantes de plácido diálogo.

Recordar a Ricardo me hace pensar en las innumerables vetas de investigación que, generoso, abrió a todos los que lo acompañábamos. A mí me presentó una revista brasileña que fue fundamental para mi investigación sobre los contactos entre intelectuales brasileños e hispanoamericanos de izquierda en la década de 1930. Agradecida, investigué los números de la revista Folha Acadêmica depositados en la Biblioteca Nacional de Antropología e Historia y después busqué, detectivescamente, los que estaban perdidos en Brasil. Ricardo, conocedor profundo de las redes intelectuales latinoamericanas, sabía de la importancia de esa pequeña revista y reservó su estudio para mí, brasileña preocupada por entender el lugar de mis paisanos en el debate continental.

Compartimos varias mesas redondas, participamos en congresos y seminarios, incluso estuvimos juntos en otros países, donde pudimos celebrar nuestra amistad con un buen vino y la alegría de la amena conversación entre amigos.

Mesa: Redes intelectuales transfronterizas del Primer Seminario Internacional Diálogos entre la antropología y la historia intelectual, CDMX, 18 de septiembre de 2019
Imagen 1. Mesa: Redes intelectuales transfronterizas del Primer Seminario Internacional Diálogos entre la antropología y la historia intelectual, CDMX, 18 de septiembre de 2019.
Fuente: Archivo familiar Melgar Tísoc.

Compartimos, también, esa sensación curiosa y única que une a los que dejan su lugar de origen y adoptan como suyos otros paisajes y horizontes. Hablamos algunas veces sobre el tema. Ricardo ya llevaba muchos años en México cuando llegué. Sus hijos nacieron aquí, como el mío. Pertenecer a un lugar puede tener un sentido relativo en un continente como el nuestro, segado por golpes de Estado y generales truculentos, pero también unido por manos y acciones solidarias. Una tarde de café, Ricardo me contó cómo le quitaron su nacionalidad peruana –cuando iba a su Perú natal, tenía que presentar su pasaporte mexicano– y cómo se volvió ciudadano de este país. En circunstancias distintas, México nos tendió a ambos sus brazos y aquí decidimos vivir. Sin embargo, curiosamente, nunca tuvimos la oportunidad de visitarnos en nuestros hogares. Ricardo me invitó algunas veces a Cuernavaca y nunca pude ir. Yo también lo invité a mi casa y jamás hubo tiempo para una visita informal, ya que sus muchos compromisos en la Ciudad de México no le permitían la extravagancia de los paseos.

Por ello, recuerdo a Ricardo con una pizca de nostálgica tristeza. Quizás hubiéramos podido compartir alguna cena con nuestras familias, quizás Ricardo hubiera conocido mejor a mi hijo que alguna vez vio correr en los pasillos del CIALC[i] y ahora ya es alumno de la UNAM. Sin darse cuenta uno cree que la vida dura para siempre.

Pero pensar en “lo que pudiera haber sido y no fue” –esa máxima que nos tortura cada vez que miramos al pasado con amargura– no puede empañar lo profundo de nuestra amistad, construida en los años en que nos hablamos y en que compartimos la alegría del encuentro en los espacios de trabajo que, para nosotros a quienes nos gusta lo que hacemos, se vuelven también lugares de alegría y de placer.

La imagen de Ricardo Melgar me remite al universo latinoamericano en lo que tiene de generosidad y esperanza. La potencia de su mirada me recuerda lo mucho que hay por conocer en este continente bravío y desafiante, en todas sus contradicciones y riquezas. Las enseñanzas del latinoamericanista Ricardo Melgar, amante de la vida, del conocimiento y la amistad rebasan sus libros y se expanden entre todos los que creemos en la fortaleza de nuestro continente. La energía que mantuvo hasta sus últimos momentos me estimula a seguir investigando, trabajando y compartiendo lo que descubro. Su entusiasmo y curiosidad como método han sido un modelo para mí. Su voz grave y tranquila siempre me viene a la memoria, recordando la importancia de pensar y crear sin prisas y con placer.

Ricardo Melgar y el mar limeño, Chorrillos, 2010
Imagen 2. Ricardo Melgar y el mar limeño, Chorrillos, 2010.
Fuente: Archivo familiar Melgar Tísoc.

 

[i] [N. E.]: Centro de Investigaciones de América Latina y el Caribe de la Universidad Nacional Autónoma de México.