Hazel Dávalos Chargoy

 

El diez de agosto de 2020 desperté, y el primer mensaje que encontré tenía la noticia más triste que podía haber recibido. Mi maestro, Carlos González Herrera, me comunicaba que nuestro querido Ricardo Melgar Bao había muerto. Desde ese momento tengo el corazón destrozado ¿Cómo se hace para despedir a alguien que se quiere tanto, estando tan lejos? ¿Cómo se hace para agradecer lo tanto que nos dio? ¿Qué se hace con todo lo que siento y que ya no se puede decirle?

Al doctor Melgar lo conocí hace mucho tiempo, para ser más precisa, en septiembre de 2006. En aquel entonces, Ricardo León, nuestro coordinador de carrera estaba por ascender a la jefatura de departamento; y un grupo de estudiantes decidimos hacerle un pequeño homenaje, a manera de agradecimiento. Yo sabía, por reiteradas pláticas de nuestros profesores, la cercanía que ellos habían tenido con el doctor Melgar, cuando estudiaron la licenciatura en Antropología Social en la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH). Por lo que consideré que sería un detalle bonito para nuestro maestro Ricardo León, recibir unas palabras de quien fuera su mentor; fue así que Carlos González Herrera fungió como nuestro intermediario con Ricardo Melgar, y le pidió, a nombre nuestro, aquellas palabras.

Su escrito tardó un poco en llegar, pues se encontraba en uno de sus tantos viajes y extravíos cibernéticos, como solía decir. Aun sin conocerlo y estando dirigidas hacia alguien más, sus palabras dirigidas a Ricardo León, me conmovieron profundamente. Con solo leerlas entendí el por qué era tan admirado y querido por mis maestros, todos ellos, alumnos de él. Comprendí que se trataba de un personaje único, intelectualmente sui géneris, de un corazón sumamente generoso y cálido, de esos que dejan huella y que se hacen presentes en la memoria continua.

De izquierda a derecha: Carlos González Herrera, Ricardo León García, Ricardo Melgar Bao y Alejandro Pinet, 1991
Imagen 1. De izquierda a derecha: Carlos González Herrera, Ricardo León García, Ricardo Melgar Bao y Alejandro Pinet, 1991.
Fuente: Archivo familiar Melgar Tísoc.

Decidí copiar el correo electrónico de Ricardo Melgar del mensaje que nos reenvío Carlos Herrera, para presentarme y agradecerle. A partir de entonces, comenzamos a escribirnos. Durante un año más o menos, nos carteábamos por correo electrónico antes de que pudiera conocerlo en persona en alguno de los congresos de historia que se realizaban en la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez (UACJ);[1] institución con la siempre mantuvo lazos muy estrechos.

En los correos que intercambiábamos me describía los muchísimos lugares a los que iba, los libros que estaba leyendo, las comidas y los vinos que estaba disfrutando e incluso, de aquellas otras de las que debía privarse para recuperar la salud. Quizás una de las misivas que más recuerdo, por la intensidad con la que narró, era donde me contaba que iba a Argentina a bailar tango con la señora Hilda, su esposa, cuyo fallecimiento en 2017, también me dolió mucho.

Yo a él le decía que era mi abuelo académico porque fue el maestro de mis maestros. Lo nombraban tanto, lo recordaban tanto, que entendí la enorme influencia que tuvo en su proceso de formación. A través de lo que mis maestros me contaban sobre el doctor Melgar entendí la manera en que emigran las ideas junto con sus portadores. También comprendí cómo una persona se construye profesional e intelectualmente en un cierto espacio y en un tiempo definido, y de qué manera es posible transmitir estos conocimientos a otras generaciones y en diferentes espacios.

Ese cruce entre la historia y la antropología, tan característico del doctor Melgar, siempre me resultó tan significativo, así como su método de trabajo y sus herramientas que lo llevaban a ir y venir de un lado al otro de las teorías y de las corrientes de pensamiento. Esta forma de pensamiento y enseñanza derivó en una manera muy propia del quehacer histórico y antropológico en esta institución fronteriza, la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez; porque, esa forma de ir entremezclándose las disciplinas también se hereda. De estas primeras observaciones sobre los docentes que migraron de sus países de origen y después formaron a otras generaciones de profesionistas en otros países, surgió el tema de investigación que desarrollé en la maestría y el doctorado.

La vocación de ser mentor, más que docente, fue algo que Ricardo Melgar transmitió a sus alumnos; quienes después fueron mis maestros. A través de este lazo comprendí el porqué de la generosidad, calidez y cercanía docente que distinguía al programa de historia de la UACJ. Espero que nuestra generación sepa honrar y transmitir esta tradición ahora que nosotros también somos docentes.

Nunca fui formalmente alumna de Ricardo Melgar Bao,[2] pero en 2010 pude asistir al Seminario de Colonialidad y Frontera de El Colegio de Chihuahua en el cual él impartió el primer seminario-taller de análisis y debate qué el tituló “Pensamiento latinoamericano: de José Carlos Mariátegui a Aníbal Quijano”.[3] Aprendí tanto de aquellos diálogos, en los que, ante cualquier problema etnográfico de los alumnos él tenía la solución metodológica o teórica, así como la recomendación de la lectura más apropiada para resolverlo o apoyar su fundamentación; pero, sobre todo, nos brinaba el aliento para sostener y madurar intelectualmente nuestras ideas, por muy vagas que fueran.

Ricardo Melgar en seminario Colonialidad y frontera que impartió en 2010 en El Colegio de Chihuahua
Imágenes 2, 3 y 4. Ricardo Melgar en seminario Colonialidad y frontera que impartió en 2010 en El Colegio de Chihuahua.
Fuente: Luis Alfonso Herrera Robles. Blog Modernidades Múltiples, http://modernidadesmultiples.blogspot.com/2010/06/?m=0

Su capacidad de retención, su impresionante acervo de lecturas y su experiencia como antropólogo e historiador hacían que siempre tuviera la aportación más certera. Ya fuera a través de una conversación mediada por un buen café, una llamada o sus comentarios a algún escrito. Otras, simplemente eran observaciones muy breves, pero que, con su manera de hablar, siempre tan pausada y equilibrada, daban la clave para desatorar cualquier texto o investigación estancada.

Recurrí al consejo del doctor Melgar para resolver distintos problemas etnográficos o metodológicos que se me iban presentado. Entre ellos, me afligían distintas inquietudes de la ética en la investigación.

Esta época parece distinguirse de las anteriores por haber precisado y definido los conceptos más correctos para estudiar a grupos sociales y culturales de interés antropológico, grupos ya de por si vulnerados. Asimismo, los reglamentos institucionales que regulan las prácticas profesionales se nos presentan como instrumentos que ordenan y estructuran las buenas prácticas de investigación; pero en los que, de manera paradójica, no siempre está presente la dimensión ética.

Cuando inicié mis investigaciones sobre la formación de grupos académicos y la manera en que éstos construyen conocimiento dentro de las instituciones de investigación y de educación superior, consulté al doctor Melgar. En esta indagación fueron clave sus observaciones en torno a la ética y a la falta de la misma en la investigación y en los juegos institucionales; generalmente vinculados a las micropolíticas y al poder de los grupos académicos, y a las formas de evaluación de los diferentes programas de estímulos para la investigación.

Asimismo, conté con su consejo cuando comencé a investigar sobre diferentes grupos vulnerables de Ciudad Juárez; particularmente en el caso de mujeres que vivían en contextos sociales de extrema violencia. Él fue quién me ayudó a poner en orden mis primeras observaciones de campo sobre las que me sentía limitada a escribir. Principalmente por la incertidumbre o temor que me generaba que mi información de campo pudiera llegar a afectar a las personas sobre las que estaba escribiendo, o que al hacerlo estuviera de alguna manera traicionando su confianza.

El doctor Melgar escuchó mis largas explicaciones de todo lo que yo había observado con infinita paciencia; aún entonces, la mayoría de las veces eran ideas vagas e imprecisas. Pero su capacidad de análisis, su discernimiento reflexivo sobre cualquier problema de investigación, me dieron guía y, sobre todo, seguridad para seguir escribiendo.

A esta situación probablemente nos enfrentamos la mayoría de quienes nos iniciamos en la antropología; pero no siempre se cuenta con la interlocución de una voz que pueda orientarnos desde la experiencia y desde el verdadero ejercicio ético de nuestro proceder en la investigación. Su escucha y consejo también me ayudó a mediar y ordenar las emociones que me generaba conocer las historias de vida y los sucesos de extrema violencia que las personas que entrevisté en esa investigación habían experimentado.

Ante cualquier problema emocional, el doctor Melgar tenía el remedio perfecto; ya con un consejo sabio, ya con sus flores de Bach u otras formas de homeopatía. Sabía escuchar y compartir, como pocas personas saben hacerlo.

Su memoria sobre los eventos de cada persona, quizás superaba a la de su propio conocimiento académico. Recordaba con precisión, aún pasados los años, conversaciones compartidas, pequeños detalles que me hacían saberlo cerca aún a la distancia. Sus mensajes de apoyo y de consuelo en momentos particularmente difíciles fueron muy significativos para mí, de la misma manera en que tuve la oportunidad de que compartiera los momentos en que su salud mermaba y muchos otros de gran felicidad. Me hacía feliz escuchar sus historias cuando me narraba sobre algún viaje, la conclusión de sus libros, el nacimiento de su nieta, el amor por sus hijos, la adopción de su gata Lola, o de la felicidad que compartía con Marcela Dávalos, de quien me bromeaba que era mi prima (por la coincidencia de apellidos y profesión).

Me quedo con todas las charlas y enseñanzas que el doctor Melgar me brindó sobre el pensamiento latinoamericano, el pensamiento decolonial y el discernimiento sobre lo onírico.[4] Asimismo, con su apoyo intelectual para fomentar mi escritura académica y con la dicha de haber compartido la mesa y aquello que sucedía en la vida misma. Pero, sobre todo, me quedo con esta capacidad de vivir conectando la mente y el corazón, y ejercer nuestro quehacer académico y nuestra propia vida como seres sentipensantes, tal y como él nos lo enseñó.

Cierro con algunos fragmentos de aquellas palabras que Ricardo Melgar escribió para el homenaje de nuestro maestro, Ricardo León García. Aunque fueron escritas por él para alguien más, las leo y me recuerdan al doctor Melgar y desde la ilusión de un reencuentro que quedó pendiente:

De izquierda a derecha: Hazel Dávalos, Kara Reza, Ricardo Melgar y Carlos González. Ciudad Juárez, 2009
Imagen 5. De izquierda a derecha: Hazel Dávalos, Kara Reza, Ricardo Melgar y Carlos González. Ciudad Juárez, 2009.
Fuente: Hazel Dávalos.

Va mi abrazo grande, es decir, palabritas, pedacitos de pan fresco, vallejianamente horneados en mi corazón. […] Mis dos manos frotan una botella de vino tinto del Duero, como si fuera la lámpara de Aladino. Espero al genio, es decir, el reencuentro, el abrazo, lo no dicho, las promesas y los buenos augurios, y también el brindis por todo lo vivido, y por todo lo que nos falta, por los jóvenes, por los viejos, por los amigos, por los terruños que también he hecho míos, ¡salud! […].

 

Doctor Melgar: nos debemos unos tintos, esos que quedaron pendientes. Ojalá que sí exista ese plano trascendental del que tanto hemos dudado, sepa usted doctor, que lo quiero mucho, que le he aprendido tanto, que me duele muy profundamente su partida, que lo extraño y lo necesito mucho. ¡Feliz viaje a las estrellas!

 

Notas:

[1]  [N. E.]: Entre el 2001 y el 2019, Ricardo Melgar asistió a cinco ediciones del Congreso Internacional de Historia Regional de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez. En octubre de 2001 presentó “Redes y representaciones cominternistas: el Buró Latinoamericano” en el VIII Congreso; en septiembre de 2003“El exilio aprista en México 1934-1940: entre trotskistas, cardenistas y lombardistas” en el IX Congreso; en octubre de 2005 “La cultura política roja: de lo trágico a lo carnavalesco” en el X Congreso; en octubre de 2009 “Los procesos de independencia en dos virreinatos: Perú y México” en el XII Congreso; en octubre de 2019 “Representaciones peruano-bolivianas de Emiliano Zapata y la lucha por la tierra” en el XVII Congreso.

[2] [N. E.] Ricardo Melgar impartió dos cursos en el posgrado de historia de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez. El primero la asignatura titulada“Imagen, iconografía política y producción simbólica en América Latina” entre el 18 de mayo y 17 de junio de 2009 en la Cátedra internacional de Historia Latinoamericana Friedrich Katz. El segundo el seminario “Surgimiento de las alianzas políticas en la historia reciente de América Latina” entre el 21 y el 25 de mayo de 2018.

[3] [N. E.] Ricardo Melgar impartió el módulo “Una mirada al pensamiento latinoamericano: de Mariátegui a Aníbal Quijano” en el Seminario permanente Colonialidad y frontera, El Colegio de Chihuahua, Ciudad Juárez, 24 y 25 de junio de 2010.

[4] [N. E.]: Una de las líneas de investigación de Ricardo Melgar ha sido el estudio antropológico de la noche y lo onírico.