María del Carmen Díaz Vázquez

 

2020 será un año difícil de olvidar. Ha estado lleno de pérdidas y de despedidas de seres queridos, fundamentales en mi vida. No imaginaba que se nos adelantarían en este viaje que todos tenemos reservado con boleto abierto. Un lugar especial en estas despedidas, lo ocupa Ricardo Melgar Bao. Aunque pueda resultar un lugar común, recordé que los viajes son parte de la relación académica y amical que sostuve con Ricardo Melgar Bao ˗el Dr. Melgar, para todos quienes fuimos sus estudiantes˗, por el respeto al que se hizo acreedor por su trabajo intelectual y por su calidad humana.

En mi formación académica y, en muchos sentidos, también personal, la figura de Ricardo Melgar estuvo presente desde que lo conocí, a finales de los años ochenta, cuando impartía catedra en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, entonces yo cursaba los primeros semestres de la Licenciatura en Estudios Latinoamericanos. Con el entusiasmo juvenil de formarme como latinoamericanista, su figura resultaba imprescindible; recuerdo su trabajo sobre el movimiento obrero que leímos en el curso que impartía. A mis compañeros y a mí, su presencia resultaba imponente, no solo por su gran estatura física, sino también por su erudición. En ese tiempo no pensaba que se convertiría en una persona entrañable, que se fija en la memoria. Él motivó mi interés en la historia del Perú, su país de origen, a raíz de eso, mi vida académica y personal, ha estado ligada a ese país y a su gente.

El primer viaje al que nos embarcamos juntos fue la tesis de licenciatura, que realicé junto con mi amiga Martha Guevara. La historia empezó así. En los últimos semestres de la licenciatura decidimos realizar una tesis conjunta, pero teníamos dudas sobre el tema, entonces, un día vimos pasar la imponente figura del Dr. Melgar, justo por eso, nos provocaba cierto temor, además, sabía demasiado y su voz, imponía, eso pensábamos (un día en clase, dijo: “hoy hablarán los mudos” y todos temblamos, sobre todo, los más tímidos, como yo, pero me salvé). Entonces, se nos ocurrió que podíamos investigar sobre el movimiento campesino en Perú, y bueno, nos atrevimos y le solicitamos que fuera nuestro director de tesis.[1] Él amablemente accedió, así comenzamos un acercamiento mayor que duraría muchos años.

Ricardo Melgar Bao, década de 1990
Imagen 1. Ricardo Melgar Bao, década de 1990
Fuente: Archivo familiar Melgar Tísoc

De izquierda a derecha: Claudio Albertani, Gregorio Sosenski, Emiliano, Dahil y Ricardo Melgar, Hilda Tísoc, Rosa Torras y Carmen Díaz. Cuernavaca, Morelos, 2003
Imagen 2. De izquierda a derecha: Claudio Albertani, Gregorio Sosenski, Emiliano, Dahil y Ricardo Melgar, Hilda Tísoc, Rosa Torras y Carmen Díaz. Cuernavaca, Morelos, 2003.
Fuente: Archivo familiar Melgar Tísoc.

En las peripecias de la tesis, los viajes nos acompañaron, de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM a la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH), luego a su casa en Cuernavaca para revisar su amplia biblioteca y elegir los libros que nos servirían para la tesis. Ahí conocimos a sus hijos, Dahil y Emiliano, entonces eran muy pequeños, también a su esposa Hilda.

El doctor Melgar, mientras conducía, nos daba asesorías, nos recomendaba autores y especialistas, nos abría un mundo de posibilidades que parecía no terminar. Así, realizamos varios viajes de la Facultad de Filosofía a la ENAH. Además, nos platicaba sobre Perú y lo mal que conducían los peruanos; él mismo era bastante intrépido al volante, años después lo comprobaría en Lima.

Trayecto CDMX a Cuernavaca
Imagen. 3 Trayecto CDMX a Cuernavaca.
Fuente: Archivo familiar Melgar Tísoc.

Del viaje a Cuernavaca, regresábamos muy felices porque traíamos una caja con libros y revistas; él nos dejaba elegir y tomar lo que nos interesaba. Para nosotras, dos jóvenes muy disciplinadas, pero inexpertas, organizar el viaje a Cuernavaca implicaba una logística especial, pero valía la pena. Entonces, comenzamos esa aventura que implicaba estudiar la realidad de un país tan complejo y que ya no nos parecía tan lejano.

Como buen estudioso y tejedor de redes, nos contactó con algunos peruanos en México, hasta que un día decidimos viajar a Perú. El Dr. Melgar, nos dio una lista con los teléfonos y direcciones de sus amigos en su país de origen. En esos años Perú atravesaba años difíciles por la guerra desatada por Sendero Luminoso y el Ejército peruano. Nosotras, jóvenes y osadas, no teníamos temor e iniciamos la inmersión y el contacto directo con este país sudamericano.

En este primer viaje a Perú, conocimos Lima, siguiendo la ruta que nos había señalado Ricardo Melgar; así, un tanto nerviosas, llevábamos la lista que nos había dado a todos lados. La lista no solo se trataba de contactos, también de instituciones (la Embajada de México en Perú, por ejemplo), lugares de venta de libros. La familia de un amigo suyo, Godofredo Taipe, nos hospedó en Até Vitarte, y luego nos dedicamos a contactar a otros amigos de Ricardo Melgar (Antonio Rengifo, Alberto Villagómez, Wilfredo Kapsoli, entre otros), todos ellos historiadores y literatos de los barrios medios de la ciudad. Todos ellos generosos como él, nos llenamos de libros, folletos, revistas, además, de muchas dudas. Pero sobre todo nos rondaba la pregunta ¿quién era el responsable de la violencia en Perú?

La situación política y económica era muy difícil en el país andino, era en el año 1993, nos sorprendió que estudiosos renombrados vivieran en condiciones críticas, que los camiones de Lima fueran tan viejos, que los billetes que se usaban se deshicieran entre los dedos, y que los apagones nos dejarán a obscuras en una ciudad que no conocíamos. Pero también nos sorprendió que la familia que nos acogió, originaria de Huancayo, se levantara tan temprano y que las personas fueran tan amables. Nuestra estancia de casi un mes fue una lección de vida que jamás olvidaremos, especialmente, en mi caso. En nuestro viaje al interior de Perú, visitamos Cuzco y Puno, y allí pasamos una serie de peripecias que hicieron que quisiéramos volver a México lo antes posible. Ahí también entendimos lo que implicaba estar en situación de guerra interna, en descenso para ese año.

A la vuelta de nuestro viaje, nos encontramos con el Dr. Melgar. Traíamos cartas, libros y mensajes para otros peruanos radicados en México y que habían salido por la emergencia en el país. Tejimos nuevas redes. De alguna manera, me convertí en emisaria de una estrategia melgariana: llevar y traer libros y revistas. Era una forma de impulsar la formación de redes de intelectuales y también para que sus discípulos entraran en contacto con especialistas. Seguramente lo que narro no sólo fue exclusivo de mi relación académica y amical con Ricardo Melgar, como tampoco lo fue el impulso que me dio para publicar.

Ricardo Melgar en Barranco, inicios de 1990
Imagen 4. Ricardo Melgar en Barranco, inicios de 1990.
Fuente: Archivo familiar Melgar Tísoc.

Cuando, finalmente, terminamos la tesis, después de conocer Perú y casi naufragar en la realidad y en la información que habíamos obtenido y, no obstante nuestra novatez en la investigación, él potencializó nuestro empeño y nos motivó para publicar dos capítulos de libro[2] y un artículo de una revista. Eso nos abrió el camino para continuar con la maestría.

Martha Guevara, finalmente, se fue a vivir a Estados Unidos y yo continúe mi formación académica y los estudios sobre Perú. En la maestría en Estudios Latinoamericanos, el doctor Melgar fue lector de mi tesis. Posteriormente, decidí emprender el viaje a Costa Rica, para realizar el doctorado en Historia de Centroamérica; me alejé del área andina por un tiempo, pero no de mi querido profesor, quien, como buen latinoamericanista, seguía las huellas de los personajes y de los temas que le interesaban en cualquier lugar a donde fuera, especialmente de la Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA) y los apristas. Así que no fue extraño que también estuviera en mi examen de grado, sobre una tesis referida a las relaciones políticas y culturales de México con Centroamérica.[3] En este examen se reunió con otro amigo suyo, compañero de algunas batallas, el doctor Arturo Taracena, director de la tesis.

Clausura del Primer Seminario Internacional Diálogos entre la Antropología y la Historia Intelectual, CDMX, 19 de septiembre de 2019
Imagen 5. Clausura del Primer Seminario Internacional Diálogos entre la Antropología y la Historia Intelectual, CDMX, 19 de septiembre de 2019.
Fuente: Archivo familiar Melgar Tísoc.

Al terminar los cursos del doctorado en la Universidad de Costa Rica, realicé una pasantía en París, Francia, desde ahí escribía al Doctor Melgar, sobre los estudiantes latinoamericanos que estudiaban allá, mi visita a la tumba de César Vallejo y una reunión casual con peruanos que radicaban en París y se encontraban en el Cementerio de Montparnasse realizando un homenaje al poeta peruano. Él, como siempre, me decía “escribe sobre eso” y me recomendaba algunas lecturas y autores.

Desde París, viajé a otros países de Europa, siguiendo la tradición, le enviaba, ya no cartas, sino correos electrónicos a Ricardo Melgar sobre mis aventuras en esas tierras lejanas; él siempre muy cariñoso, compartía conmigo, libros, artículos, posiciones políticas y sugerencias de temas y personajes para estudiar.

A mi regreso a México, trabajé con él como ayudante de investigación, junto con mi amiga costarricense María Esther Montanaro, en la revisión y clasificación de un archivo que le habían donado.[4] Nos acercamos a los mensajes encriptados de algunos apristas, nos movimos por el mundo secreto de la militancia. También, me encomendó la revisión del archivo histórico de la Secretaría de Relaciones Exteriores. Como eran tiempos difíciles, con María Esther, fuimos correctoras de estilo de trabajos de antropólogos, esto como una muestra más de la generosidad de Ricardo Melgar, quien también se preocupaba por nuestra situación laboral y, en mi caso, sus sugerencias posibilitaron que tuviera un empleo estable.

El doctor Melgar dejó una huella tan profunda en mi formación que, como él, aprendí a moverme por territorios y temas diversos, en el campo de la interdisciplina y el afán por aprender y conocer cada vez más. Un poco a su estilo, pero aún lejos del profesor que motivó mi acercamiento a la historia andina. Así, con su apoyo, entre 1988 y el 2004, transité de los Andes a Mesoamérica, de la licenciatura al doctorado.

La última vez que lo vi, a través de una videollamada, estaba vestido con su traje de astronauta, seguramente, listo para buscar otros mundos desconocidos, siguiendo la huella de la historia y la memoria de Perú y América Latina.

 

Notas:

[1] [N. E.]: Ver: Díaz Vásquez, M. C. y Guevara Martínez, M. Violencia, campesinado y proceso político en el Perú: 1980-1990. Tesis de Guevara Martínez, M. licenciatura en Estudios Latinoamericanos, Universidad Nacional Autónoma de México, 1993.

[2]  [N. E.]: Ver: Guevara Martínez, M.: Región, diversidad y contradictoriedad interregional (15-26) y Díaz Vásquez, M. C.: Las fuerzas de seguridad y el poder (87-110), ambos publicados en Melgar Bao, R. y Bosque Lastra, M. T. (Eds.) (1993). El Perú contemporáneo. El espejo de las identidades, Universidad Autónoma de México.

[3]  [N. E.]: Díaz Vásquez, M. C. El proyecto político del México posrevolucionario, su proyección y significación en Guatemala. El papel de los intelectuales (1920-1932). Tesis doctoral en Historia, Posgrado Centroamericano en Historia, Universidad de Costa Rica, 2004.

[4] [N. E.]: Se trata del Fondo Luis Eduardo Enríquez Cabrera de la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH). Los materiales de dicho fondo le sirvieron a Ricardo como base para la elaboración de su libro Redes e imaginario del exilio latinoamericano en México: 1934-1940, publicado en 2003 por la editorial Libros En Red.