Fabiola Escárzaga[1]

 

Hablaré sobre mis recuerdos de Ricardo Melgar como asesorada del doctorado en Estudios Latinoamericanos de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y como alumna de sus seminarios en esa fase, y más tarde como colega y amiga. Espero no parecer demasiado autorreferencial, pero de lo que hablaré es de su aportación a mi proceso formativo y de su acompañamiento en mi vida académica, de lo que me enseñó y de lo que aprendí de él escuchándolo y leyéndolo; de mí identificación en lo general con su perspectiva política y del respeto que siempre manifestó a nuestras diferencias. En suma, del ejemplo a seguir que en muchos aspectos representó para mí, y una experiencia que puede ser común a muchos otros de sus asesorados.

Conocí a Ricardo Melgar hacia el año 1997, cuando yo terminada mi tesis de maestría en Estudios Latinoamericanos en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, titulada La guerra popular de Sendero Luminoso (1997). Mi directora de tesis, la Dra. Raquel Sosa, me propuso consultar a Ricardo sobre la posibilidad de ser uno de mis lectores. Las tesis de maestría, en el viejo plan de estudios, debían ser leídas y aprobadas por cinco sinodales, de los cuales tres debían participar en el examen de grado. No recuerdo si acudí a Ricardo antes de mi examen para pedirle información, o si sólo le entregué la tesis terminada. En cualquiera de las dos situaciones, Ricardo me inspiraba miedo, pues yo me sentía insegura y siempre en déficit en tanto era una mexicana trabajando un tema peruano. Aunque, como decía Raquel, “ningún tesista debía sentirse amedrentado en su examen, pues era necesariamente quien sabía más sobre su tema entre todos los participantes”, en esa época no había internet ni acceso ilimitado a fuentes de información ni estancias de investigación en los lugares de estudio; y para mí, Ricardo conocía mejor el tema que yo. A pesar de mi temor, Ricardo me dio el voto positivo sin objetar nada, pero no participó en el examen.

Decidí continuar mis estudios en el mismo programa en el doctorado en Estudios Latinoamericanos y profundizar sobre en el tema de Sendero Luminoso. Esta vez desde una mirada comparativa con el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) de México y el Ejército Guerrillero Tupak Katari (EGTK) de Bolivia.[2] Esta decisión me llevó a que me atreviera a pedirle a Ricardo que fuera mi director de tesis de doctorado, pues él era quien más sabía de mi tema; y para entonces, yo ya le había perdido un poco el miedo. Aceptó asesorarme, con la condición de que tomara los seminarios que impartiera en el Posgrado de la UNAM.

En el viejo plan de Estudios Latinoamericanos, antes de la integración de los dos posgrados, debían cursarse siete seminarios en maestría y siete en doctorado. Mi generación quedó en una fase de transición en la que aún debíamos cursar los siete seminarios, pero con una oferta más amplia de cursos producto de la integración de las sedes que conforman el Posgrado en Estudios Latinoamericanos (Facultad de Filosofía y Letras, la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, entre otras). Cursé cuatro de los siete seminarios con Ricardo; siempre eran los martes por la tarde en la Facultad de Filosofía y Letras. Los seminarios que impartía Ricardo abordaban temas distintos cada semestre, siempre muy interesantes y útiles para mí pues incluían algunas lecturas sobre Perú.

Ricardo Melgar principios de 1990
Imagen 1. Ricardo Melgar principios de 1990.
Fuente: Archivo familiar Melgar Tísoc.

Al mismo tiempo que inicié el doctorado, comencé a dar clases en la Universidad Autónoma Metropolitana-Xochimilco (UAM-X) en septiembre de 1997. Titulé mi proyecto de investigación en la UAM-X: “Campesinado indígena y nación en México, Perú y Bolivia”, en el cual ensayaba una perspectiva comparativa que reflejaba el abordaje que pensaba para mi investigación del doctorado. Mi formación como socióloga latinoamericanista me hacía sentir con limitaciones teóricas para abordar mi nuevo tema: el campesinado indígena. Una problemática para la que yo asumía se requería tener conocimientos de antropología y de historia, los cuales yo no tenía. Frente a esa situación la asesoría de Ricardo Melgar fue idónea porque además de peruano, era antropólogo e historiador. Tanto sus tutorías como los seminarios que tomé con él me permitieron complementar mi formación sociológica. Su erudición quedaba patente en cada consulta y en cada consejo o sugerencia que me hacía. No se trataba de cualquier tipo de conocimientos, sino sobre una historia social subalterna de América Latina desde una perspectiva de izquierda; sobre el campesinado indígena y otros sujetos subalternos de la antropología clásica y de la posmoderna.

Sus clases siempre eran un lujo y en ellas Ricardo hacía una reflexión profunda sobre los temas y textos que había asignado para cada sesión. No eran lecturas teóricas, eran textos variados, literarios o de crítica literaria muchos de ellos; también lecturas sobre procesos históricos que eran materia de su análisis, esta forma de abordaje era su mejor enseñanza. Sus clases eran muy estimulantes, en ellas había participación de los estudiantes, pero sobre todo eran las reflexiones de Ricardo las que enriquecían mi formación teórica. Si bien los intereses temáticos de los otros estudiantes del seminario eran muy diferentes a los míos, los contenidos de los cursos resultaban pertinentes y provechosos para todos, y además de lo que nos aportaban, Ricardo nos enseñaba cómo investigar a través del proceso mismo de la investigación que él realizaba en ese momento. Nos estimulaba a desarrollar nuestra creatividad para abordar la realidad.

Recuerdo en particular uno de los seminarios cuya temática fue sobre anarquismo e indígenas. En él leímos entre otras lecturas, el texto de Silvia Rivera Cusicanqui y Sulema Lehm (1988), Los Artesanos Libertarios y la Ética del Trabajo; de José Luis Ayala, Wancho Lima (croninovela) (1989) sobre una rebelión aymara en Puno; y otro texto de Gonzalo Espino Reluce, La lira rebelde proletaria (1984) y algún texto de y sobre Ricardo Flores Magón. Este seminario me abrió el camino para rastrear los antecedentes de la compleja relación entre indígenas y mestizos, y de las eventuales alianzas políticas que unos y otros han formado en la historia. Sobre estas últimas, de manera particular me acercaron a las experiencias de interpelación de los mestizos hacia los indígenas mediante programas de transformación radical, como fue el anarquismo en el siglo XIX o las experiencias rebeldes que elegí como temas de estudio.

La búsqueda de algunos de los antecedentes históricos de estos temas me llevó a indagar sobre la rebelión de Atusparia en Huaraz, Perú en 1885; y sobre el pensamiento anarquista de Plotino Rhodakanaty y su influencia en la creación de la Comuna de Chalco y rebelión indígena en contra del despojo legalizado por las Leyes de Reforma, encabezada por Julio López Chávez en 1868. También a lo escrito por el intelectual anarquista José C. Valadés, quien documentó ese y otros procesos.

Cuando comenzó la huelga de la UNAM en abril de 1999, yo estaba iniciando el último semestre de los créditos del doctorado, y Ricardo nos ofreció a sus alumnos la posibilidad de asistir al seminario que impartía en la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH), los martes por la mañana. Para llegar al seminario yo tenía que correr desde la UAM-X, en donde impartía clases de 8 a 11 am; de ahí participar como estudiante tanto de las actividades académicas en la ENAH como de las asambleas de posgrado que se convocaron durante la huelga. Hasta las 5 pm en que tenía que recoger a mis hijos de su escuela. Sólo aguanté dos meses de participación en la huelga; era muy desgastante y frustrante la dinámica para mí de tener una triple jornada como profesora de la UAM-X, otra como estudiante del doctorado y otra como madre.

Asistir semanalmente a la ENAH me permitió conocer el mundo de los antropólogos de la ENAH; uno en el que Ricardo Melgar era una figura muy valorada por estudiantes y colegas. Allí tuve la oportunidad de conocer a varios peruanos que trabajaban como docentes o eran estudiantes de posgrado en la ENAH y que eran amigos cercanos de Ricardo; entre ellos, Abilio Vergara, Julio García Miranda, Godofredo Taipe, Carlos Huamán y otros. A su vez pude acercarme a las discusiones antropológicas y a las vivencias de la peruanidad en México. También Ricardo me invitó a impartir conferencias, y a participar de exámenes de titulación de sus asesorados peruanos con temáticas cercanas a mis intereses, ya fuera en la ENAH o en el Centro INAH en Cuernavaca; e incluso en alguna ocasión me invitó a asistir a una visita de trabajo de campo a Coajomulco en donde él hacía una investigación.

En aquella época, Ricardo junto con Francisco Amezcua, profesor de la ENAH, organizaban, cada dos años, el Coloquio Internacional José María Arguedas de Antropología y Literatura.[3] Yo asistí a varios; primero como público y luego como ponente. En la licenciatura yo había leído Los Ríos profundos de Arguedas, pero mi asistencia a estos coloquios me motivó a hacer una lectura sistemática de su obra literaria y antropológica. A su vez, me estimularon a ver en la literatura una fuente de conocimiento que me acercaba a una sociedad y cultura diferente a la mía y sobre esta temática posteriormente he publicado varios artículos

Ricardo Melgar y Francisco Amezcua, principios de 2000
Imagen 2. Ricardo Melgar y Francisco Amezcua, principios de 2000,
Café La Habana, Ciudad de México
Fuente: Francisco Amezcua.

Los Coloquios Internacionales José María Arguedas de Antropología y Literatura abrieron un espacio muy enriquecedor para el aprendizaje de la complejidad de la obra y la personalidad de Arguedas. También una vía extraordinaria de conocimiento del conflicto étnico peruano y del mundo intelectual peruano de la segunda mitad del siglo XX. En estos coloquios conocí al variado núcleo de expertos en Arguedas, entre ellos asesorados y amigos cercanos a Ricardo; como el desaparecido Jorge Fuentes Morúa con quien cultivé una cercana amistad junto con su compañera Olga Terrazas, ambos profesores de la UAM, Iztapalapa él y Azcapotzalco ella. Con Olga y Jorge nos acercaba nuestra común pertenencia a la UAM y la cercanía en edades de nuestros hijos.

En el II Coloquio, realizado en 1999, el conferenciante estelar fue impartida por Alfredo Torero (1930-2004), lingüista peruano con una gran trayectoria,[4] y amigo cercano de José María Arguedas. Torero orientó su disertación hacia una revisión crítica del libro de Mario Vargas Llosa sobre Arguedas, La utopía arcaica. José María Arguedas y las ficciones del indigenismo (1996).[5]  En este libro, Vargas Llosa descalifica la mirada de Arguedas sobre la realidad aduciendo sus problemas emocionales y conflictos de identidad. La presencia de Torero en México fue todo un acontecimiento, pues vivía exiliado en Holanda desde 1992, cuando se desempañaba como vicerrector en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos.

También fue una ocasión para rendirle un merecido homenaje a Torero promovido por Ricardo. Al finalizar la jornada de ese día, Torero estaba descansando en el cubículo de Ricardo y éste me dijo que lo entrevistara para mi tesis; el problema es que yo no sabía en ese entonces quién era Alfredo Torero; tampoco lo había leído, ni tenía idea de su trayectoria y la relación con mi tema sobre el conflicto armado en Perú. Torero había hablado en su conferencia sobre Arguedas, su contacto con él en los últimos días antes del suicidio y sobre su relación de amistad, pero no sobre sí mismo. Pensar sobre qué entrevistarlo era sumamente difícil para mí en ese momento, por lo que de aquella entrevista no salió nada. Pero la anécdota muestra cómo Ricardo, como asesor y maestro, te obligaba a dar pasos audaces y a tomar valor.  Ese fue un impulso muy importante para mí. 

Creo que fue con ocasión del II Coloquio y de la presencia de Alfredo Torero que pude conocer a la familia de Ricardo, pues hubo una fiesta de cumpleaños de su hija Dahil, en su “casa del bosque” camino a Cuernavaca a la que asistieron todos sus amigos peruanos. Ahí pude conocer a Hilda, su esposa, siempre solidaria y amable. A Emiliano lo conocí mucho antes porque me entregó una carta que yo requería para un trámite del posgrado en alguna ocasión en que Ricardo estaba de viaje.

Ricardo no era el tipo de asesor que hace una lectura sistemática de los avances y que te exige acotar los temas de investigación para hacerlos viables, como se hace en la actualidad, casi de manera casi burocrática, por la obsesión de garantizar la eficiencia terminal. Era un asesor que te abría nuevos horizontes, perspectivas teóricas y dimensiones de la realidad. Ricardo te sugería nuevas líneas a investigar y te daba alas para volar más que forzarte a aterrizar y acotar. Te proponía la lectura de textos suyos y de otros autores, y con él aprendí que cualquier tema de investigación era relevante o legítimo, con tal de que fuera bien planteado.

Otro aspecto fundamental de las asesorías que me brindó Ricardo, fue el motivarme y casi obligarme a viajar a Perú para presentar ponencias en los múltiples congresos académicos que se celebraban allí. Así que cada año, entre mediados de julio, agosto y mediados de septiembre –los meses de vacaciones largas en la UAM– Ricardo siempre tenía lista la información de los congresos a los que debía presentarme. Así fue que comencé a viajar a Perú en el 2000, y más adelante también a Bolivia.

La presentación de ponencias en aquellos congresos eran solo el pretexto académico para regresar a los países objeto de mi investigación, recopilar bibliografía y conocer en vivo aquellos escenarios del conflicto armado peruano y del conflicto social en Bolivia. Sobre el caso boliviano, más que en el peruano, también pude conocer a antiguos participantes del conflicto. Al inicio, me resistí a la idea de viajar a estos países porque significaba dejar a mis hijos, todavía pequeños; afortunadamente siempre conté con el apoyo de su padre, aunque para mí, dejarlos siempre era doloroso.

Pese al magro presupuesto para investigación de la UAM, había cierta flexibilidad en el uso de recursos para labores de investigación; por lo que pude complementar el financiamiento de la estancia hospedándome con amigos o en hostales accesibles a mi bolsillo. En casa estancia podía sacar el mayor provecho académico debido a mi espíritu aventurero. 

Ricardo me aportó una red de contactos invaluables en Lima, la cual pude ir ampliando; eran sus amigos y después fueron los míos y me mostraron, cada uno, diversas caras de la sociedad peruana: Josefa Nolte, Antonio Rengifo, Cecilia Linares, Juan José García Miranda, Angélica Aranguren, y a partir de ellos se ampliaron otros contactos con: Clara Boggio, Simón Escamilo, Manuel Valladares, etcétera. Esos contactos me permitieron conocer la alta valoración que se tenía sobre Ricardo en el ámbito académico peruano.

Gracias a este impulso para viajar, aprendí una manera personal de hacerlo. Los congresos eran sólo el pretexto, pues apenas presentaba mi ponencia, viajaba a provincia por tres, cuatro o cinco semanas para avanzar en mis investigaciones. Cuando los viajes eran más largos combinaba Perú y Bolivia; ya fuera que viajara de un destino a otro por avión o por tierra. Los viajes por tierra eran de 36 horas a través de la empresa Ormeño, que por 60 dólares iba directo y, por lo tanto, no tenía que cambiar de vehículo en la frontera. Mi pasión por el paisaje andino y costeño me permitía soportar los prolongados trayectos, y la recompensa era proporcional al sacrificio. Después de haber probado distintas rutas concluí que la terrestre de Ormeño era la forma más cómoda y segura; incluso más práctica que tomar un vuelo de Lima a Juliaca y de ahí, continuar el trayecto por tierra de Juliaca a Puno, de Puno a Desaguadero (la frontera) y que ahí a La Paz. Los viajes me permitieron vivir el pulso las ciudades y sus dinámicas; pero sobre todo conocer y sentir la hermosa y a la vez hostil geografía andina en su estratificación territorial y sus particulares relaciones interétnicas. Además de conocer y disfrutar sus diversas expresiones culturales, especialmente su música y danzas.

En mi primer viaje a Perú en este siglo,[6] en agosto de 2000 presenté una ponencia titulada “Análisis comparativo de las rebeliones indígenas de Chalco 1868 (México) y Ancash 1885 (Perú)” en el VII Foro Estudiantil Latinoamericano de Antropología y Arqueología, celebrado en Lima. Al terminar la mesa me abordaron dos profesoras del Instituto Pedagógico de Huaraz, Noemy López Domínguez y Ada Oliveros, para invitarme a visitar la ciudad y como yo disponía de tres semanas, viajé a conocer el escenario de la Rebelión de Atusparia y la comunidad de Marian, en la cual Atusparia era alcalde. El trayecto a Marian tomaba cuatro horas de caminata, entre ida y vuelta; lo realicé con un excelente guía, Walter Méndez Cano, quien estudiaba la carrera de guía de turista y era alumno de mis amigas. En ese mismo viaje, y por otros contactos, también pude visitar a un preso político, cuadro senderista en la cárcel de Huaraz. Regresé varias veces a esa ciudad para realizar presentaciones de libros e impartir conferencias.

En agosto de 2001, se realizó en Lima el XXXIII Congreso Peruano del Hombre y la Cultura Andina. En este congreso participó Ricardo junto con varios de sus asesorados de ese momento o ex asesorados, entre ellos Gloria Caudillo Félix, Ezequiel Maldonado y Xavier Solé,[7] Así como nuestro querido Mario Miranda Pacheco, boliviano y  catedrático de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM con quien si bien no tuve el gusto de cursar seminarios como alumna, conservo muy gratos recuerdos de él, tanto por su sencillez y amabilidad como porque después coincidimos en varias actividades extra académicas en las que el vínculo afectivo se estrechó.

Ricardo Melgar, Lima, agosto de 2001
Imagen 3. Ricardo Melgar, Lima, agosto de 2001.
XXXIII Congreso Peruano del Hombre y la Cultura Andina.
Fuente: Archivo familiar Melgar Tísoc.

Al término de aquel congreso en Lima en grupo emprendimos un paseo matutino a las ruinas de Pachacamac, para cerrar la jornada en Barranco en donde cenamos anticuchos en la Bajada de Barranco, nos deleitamos con el repertorio de una estudiantina en la plaza de la municipalidad y recorrimos distintas calles en busca de un bar en dónde celebrar. Dado que era domingo, la oferta nocturna era muy limitada, pero finalmente encontramos un bar con pista de baile y disfrutamos de una noche de salsa en Barranco. Fue una velada muy divertida y memorable.

La diversidad temática de los congresos en los que participé en Perú y México me estimularon para ampliar o ajustar mi abordaje de temas; también para poner a prueba el análisis comparativo de tres países que me proponía hacer en la tesis. Recuerdo que en abril de 2003 se realizó el IV Coloquio José María Arguedas de Antropología y literatura en la ENAH, y en esta edición presenté una ponencia titulada “El Arguedas de Vargas Llosa. Comunidades indígenas y resistencia”, en la cual rastreé el análisis sobre las comunidades indígenas en la obra antropológica de Arguedas.

Continué explorando cómo distintos temas sociales e históricos podían ser estudiados a partir de obras literarias, esto me llevó a participar en las Jornadas Andinas de Literatura Latinoamericana (JALLA), organizado por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, Lima, Perú, en agosto de 2004. En aquella ocasión presenté la ponencia “Sendero Luminoso en dos novelas”, buscando en ellas elementos para la comprensión de los actores del conflicto armado y de la sociedad que los generaba. Ese mismo año, se organizó un congreso en Homenaje al Dr. Ricardo Melgar Bao en la Escuela Nacional de Antropología e Historia en el que presenté una ponencia titulada “Encuentros y desencuentros interétnicos en las insurgencias senderista, katarista y zapatista”. Aquel homenaje marcaba el cierre de la etapa docente de Ricardo en la ENAH, a partir de entonces se dedicaría a la investigación en el INAH Morelos en Cuernavaca; ciudad donde residía.

Dos años antes, a Ricardo le fue diagnosticado un cáncer de tiroides, a partir de allí sus viajes a la Ciudad de México se redujeron. Afortunadamente su tesón en la búsqueda de terapias alternativas le permitió superar las sucesivas embestidas del cangrejo, como él le llamaba. Ricardo mantenía una intensa actividad de investigación y, por temporadas, también de viajes internacionales; cada tanto atravesaba recaídas de salud que le llevaban a bajar un poco el ritmo de su agenda, pero siempre estaba trabajando en algo nuevo.

Cuando en 2002 nos propusimos junto con Raquel Gutiérrez organizar las primeras Jornadas Latinoamericanas resistencia y proyecto alternativo, le expliqué a Ricardo lo que nos proponíamos: establecer un diálogo horizontal entre dirigentes indígenas y académicos estudiosos de los movimientos indígenas en varios países de América Latina, y lo invité a participar. Rechazó la invitación, pero me sugirió invitar a Mercedes Olivera y a Alicia Barabas y Miguel Bartolomé, de quienes me dio sus contactos. Mercedes se convirtió en una presencia entrañable y sostenedora de las tres Jornadas que organizamos en México (2003), Bolivia (2006) y México (2011). En estas tres ediciones también participaron Magdalena Gómez y Francisco López Bárcenas, quienes a su vez nos sugirieron a otros participantes. Cuando publicamos el libro de las primeras Jornadas en el Museo de la Ciudad de México en 2005, Ricardo fue uno de los comentaristas.

En 2005 se realizó en la ENAH el V Coloquio Internacional José María Arguedas de Antropología y Literatura.[8] A partir de la VI Edición, en agosto de 2008, el Coloquio se trasladó a Perú, a la ciudad de Huancayo. El VII Coloquio fue nuevamente en Huancayo en agosto de 2011 en conmemoración al centenario del natalicio de Arguedas.[9] Ricardo no pudo viajar por problemas de salud, pero presentó la conferencia inaugural de modo remoto titulada “Arguedas y la sonorización simbólica: el proceso ritual, la identidad y el lugar”.[10]

V Coloquio José María Arguedas de Antropología y Literatura
Imagen 4. V Coloquio José María Arguedas de Antropología y Literatura.
Francisco Amezcua y Ricardo Melgar, CDMX, 2005.
Fuente: Archivo familiar Melgar Tísoc.

Con la orientación de Ricardo, desarrollé líneas de investigación complementarias de mi tema de tesis, a las que él se refirió en alguna ocasión como subproductos de mi investigación. Estos subproductos se concretaban en ponencias que yo después presentaba en congresos y en avances de investigación que Ricardo me impulsaba a convertirlos en artículos y publicarlos.

En la UAM-X había una en aquellos años una dinámica favorable para el desarrollo de la investigación: libertad de investigación, la posibilidad de liberar un trimestre de docencia al año para dedicarlo a labores de investigación, y el acceso a un presupuesto que, si bien era reducido, era de uso flexible. Estas condiciones combinadas con el estímulo de Ricardo, creaban un círculo virtuoso en el cual mi investigación avanzaba de manera muy productiva, aunque también era un poco vicioso para mí salud.

Si bien continuamente avanzaba en mi investigación e incluso había redactado partes de la tesis, difícilmente me sentaba a terminar de escribirla. Mi carga de trabajo como docente en la UAM era intensa, además de mis propios desvíos hacia otros temas que me interesaban. Hasta que un día, tal vez de agosto de 2006, Ricardo me dio un ultimátum, me dijo que haría un viaje largo el siguiente año y que yo tenía que terminar la tesis para octubre, y graduarme antes de su viaje. Eso me obligó a sentarme a escribirla a marchas forzadas y terminarla. Logré presentarla el 11 de diciembre de 2006 bajo el título La comunidad indígena en las estrategias insurgentes de fin de Siglo XX en Perú Bolivia y México. La buena disposición de los lectores,[11] para acelerar el proceso de revisión del texto y para lograr que los trámites se concretaran en ese año, lo hizo posible. Fue un examen muy largo y pesado, cinco horas, un promedio de una hora por sinodal, y es que cada examinador preguntaba sobre el caso o aspecto de su interés, pero fue un enriquecedor proceso de reflexión sobre lo escrito. Ricardo no se quedó al festejo porque su salud no era buena, pero me había obligado a concretar lo que me costaba tanto trabajo.

Afortunadamente nuestra relación no terminó con la presentación de la dilatada tesis; fue una sólida amistad que se mantuvo a través del tiempo y a pesar de la distancia. Ricardo venía pocas veces a la Ciudad de México, y cuando participaba en alguna conferencia o en los varios homenajes que le ofrecieron por su meritoria labor docente y de investigación, siempre me invitaba. También, conversábamos por teléfono y me enviaba alguno de sus borradores o me hacía llegar sus textos publicados, y en la medida de lo posible yo hacía lo propio. Ricardo siempre fue una fuente generosa de conocimiento disponible para la consulta. Me invitaba a publicar en Pacarina del Sur y a dictaminar artículos de la revista. Sin embargo, algo en lo que Ricardo era un maestro y que desgraciadamente yo no aprendí, fue el incansable y fecundo trabajo de archivo que él desarrolló.

No sólo tardé en presentar la tesis, también demoré en publicarla. Mi tesis me parecía demasiado larga y quería acortarla. Varias temporadas me pasé trabajando en ello y no lograba reducirla, pero aparecían cosas nuevas y la tesis seguía creciendo. Cuando en 2017 finalmente concluí la versión definitiva y el presupuesto para publicarla fue aprobado, le pedí a Ricardo que hiciera la presentación, acepto hacerla y me invitó a visitarlo en Cuernavaca para interrogarme sobre mis motivaciones. Desgraciadamente, cuando ya debía entregarse el manuscrito a la imprenta, Ricardo tuvo problemas con su computadora y el archivo del texto que escribió se perdió, y ya no hubo manera de arreglarlo, así que el libro La comunidad indígena insurgente en Perú Bolivia y México (1980-2000) salió sin su presentación escrita. Sin embargo, Ricardo participó en una de las presentaciones que organizamos en el CIALC de la UNAM.

Presentación del libro La comunidad indígena insurgente en Perú Bolivia y México (1980-2000)
Imágenes 5, 6 y 7. Presentación del libro La comunidad indígena insurgente en Perú Bolivia y México (1980-2000), CIALC, CDMX 15 de febrero de 2018.
Fuente: Kateri Aldaraca.

En diciembre de 2018, en ocasión del indulto a Fujimori, Ricardo y algunos peruanos convocaron a una protesta en el Ángel de la Independencia; éramos realmente pocos, pero fue una grata oportunidad de conversar presencialmente con él y sus amigos peruanos en un café cercano. En los últimos tiempos nuestra comunicación fue a través de WhatsApp, por llamadas o chateos en los que me mandaba diversos textos, y algunos escritos por él. El 2019 fue sobre todo muy fecundo en publicaciones para él.

Protesta contra el indulto a Alberto Fujimori, Ángel de la Independencia, CDMX, enero de 2018
Imágenes 8 y 9. Protesta contra el indulto a Alberto Fujimori, Ángel de la Independencia, CDMX, enero de 2018.
Fuente: Carmen Haydee Matos.

Un tema que nos acercó mucho en los últimos años fue el de nuestras gatas, a partir de la llegada a su vida de su gata Lola. Yo tenía una gata muy longeva llamada Luna, que murió en febrero de 2020. Ricardo me mandó varias fotos de Lola, la primera de ellas vestida de guerrillera. Luego le llegó otra gata más y en el fin de año pasado otros dos, de visita, según me comentó. A finales de mayo de este año me mandó una foto suya muy tierna, con un tlacuache bebé que había llegado a su casa y que era alimentado y preparado para poder ser liberado en su ambiente silvestre.

Siempre leía con placer las reflexiones que Ricardo publicaba en el Facebook en la página de Amigos de Aclapades, todas ellas reflexiones profundas y bien informadas sobre diversas temáticas; y también algunas notas que eran autobiográficas y sonaban a despedida. Me alegó mucho saber de su nueva relación con Marcela Dávalos, luego de la muerte de Hilda Tísoc, su compañera de toda la vida, y de que hubiera vivido plenamente los últimos años de su vida. Tuve oportunidad de conocer a Marcela en marzo de 2018, en la comida de cumpleaños de Ricardo, en su casa de Cuernavaca. Justamente compartimos mesa y pudimos conversar; en ese entonces todavía no iniciaba su relación, según me comentó después Ricardo.  

El 13 de agosto de 2019, me envió su breve autobiografía intelectual, que había sido publicada en el Diccionario de autobiografías intelectuales de América Latina, por la editorial Biblos de Buenos Aires y que también se reproduce en este número de homenaje en Pacarina. El primer párrafo es una síntesis inmejorable de su trayectoria vital y del tiempo que le tocó vivir, apretada, pero profunda:

 

Nací en la ciudad de Lima un 21 de febrero de 1946 en el seno de una familia pequeñoburguesa criolla, católica y aprista. Mi generación es hechura de la crisis de la República Aristocrática, la segunda posguerra mundial, el inicio de la Guerra Fría y la reactualización de las utopías y la Revolución cubana. En la edad madura nos cimbró el colapso del socialismo real y la crisis del marxismo latinoamericano, incitándonos a repensar críticamente sus legados. Aprendimos a mirar la realidad social y sus urgencias desde el prisma de la diversidad y nutrimos nuestra preocupación por la condición del hombre. Hemos visto florecer y caer gobiernos “progre”, entre dudas y esperanzas. No desmayamos. Nuestros entusiasmos se siguen orientando a favor de un futuro deseable para nuestros pueblos, a contracorriente de la crisis civilizatoria mundial.

 

A pesar de todas las vicisitudes, Ricardo siguió trabajando, investigando y publicando; y en la medida de lo posible, viajando y atento a la vida política de México, Perú y el mundo. Durante 2019 aparecieron varios textos suyos en Pacarina del Sur y en otras publicaciones, así como un libro sobre Raúl Porras Barrenechea y Rafael Heliodoro Valle publicado por la Cantuta en Lima,[12] en donde la había sido otorgado un Doctorado Honoris Causa en marzo de ese año. Asimismo, el 31 de marzo de 2019 me mandó un texto suyo recién publicado en Pacarina del Sur, a propósito de las estatuas derrumbadas o intervenidas en las protestas en Chile en octubre de 2019. En ese texto titulado “Chile Hoy: Iconoclastía laica y protesta urbana”,[13] Ricardo retomaba un tema que vimos en alguno de sus seminarios y lo carnavalesco en la protesta política, temas que lo entusiasmaba mucho. Estoy segura de que también se hubiera entusiasmado con lo ocurrido con las protestas en contra de la usurpación de la presidencia por Merino ocurridas en noviembre de 2020 en Perú, lamentablemente no pudo verlas.

El 9 de mayo de 2020 me mostró el resultado positivo de su prueba de COVID-19, resultó contagiado a pesar de que llevaba tres meses y medio de reclusión y de que tomaba medidas extremas de control. El virus aceleró su deterioro de salud; desde finales del año pasado estaba con neumonía y usaba tanque de oxígeno. No podía recibir llamadas telefónicas porque hablar lo agotaba.

El 12 de julio me comentó que le estaban haciendo una larga entrevista en video por parte del INAH, y me pidió que si tenía alguna pregunta que hacerle se la mandara. También me compartió el retrato que le hizo un pintor peruano, Bruno Portuguez, que expresaba muy bien su personalidad.

Ricardo Melgar en estudio de Bruno Portuguez. Lima, 15 de marzo de 2019
Imagen 10. Ricardo Melgar en estudio de Bruno Portuguez. Lima, 15 de marzo de 2019.
Fuente: Archivo familiar Melgar Tísoc.

Retrato de Bruno Portuguez, 2019
Imagen 11. Retrato de Bruno Portuguez, 2019.
Fuente: Archivo familiar Melgar Tísoc.

Siempre me sentí incompetente para decirle las palabras de aliento o de consuelo adecuadas y oportunas cuando me compartió las terribles condiciones de deterioro de su salud que le tocó vivir. Su última comunicación fue el 29 de julio de 2020. Retomo aquí algunos fragmentos de una nota que me envío por WhatsApp el 9 de julio, comentando su estado físico, desde hace tres días estaba en silla de ruedas y no podía caminar:

 

El coronavirus se fue no sus secuelas crónicas y ascendentes. Es cosa de risa la adversidad, así la tomo, así debe tomarse. Mirar la otra cara de la luna... La muerte no es el final del túnel, no es el límite, es tan solo un umbral para lo que de energía leguemos. Eso pienso y me vuelvo a reír... Cosa de risa la vida, cosa de risa la enfermedad y los achaques, cosa de risa la muerte.

 

Cuando miro las dos fotos de Ricardo que fueron colocadas como homenaje en la carátula de Pacarina del Sur tras su deceso, me provocan una profunda impresión. Una de ellas muestra una sonrisa plena que trasluce su gran capacidad de disfrutar de la vida aún a pesar de todas las adversidades y complicaciones de salud que lo afectaban en ese momento. La otra foto es aún más impactante para mi, con la mirada perdida en el horizonte, pareciera que está mirando a la muerte que se acerca.

Como a los difuntos queridos que se marcharon en este año de pandemia, no pudimos despedirlo como se merecían, ni acompañarlos a su última morada o escuchando la música que les gustaba. Acciones tan necesarias para poder procesar su ausencia. Me consuela constatar el gran reconocimiento que hay hacia la obra de Ricardo, pero también hacia su y persona expresados a raíz de su desaparición.

 

Notas:

[1] Profesora investigadora de la Universidad Autónoma Metropolitana Unidad Xochimilco.

[2] Al iniciar el doctorado en 1997 me propuse abordar el caso de Bolivia a través de la movilización del grupo de cocaleros que lideraba Evo Morales. Si bien conocía la experiencia del Ejército Guerrillero Túpac Katari, al inicio no veía cómo podría acceder a la información necesaria. Mi tema se reorientó cuando pude contactar a Raquel Gutiérrez, quien en 2001 acababa de volver a México. A través de ella pude acceder a la información del caso y contactarme con algunos de sus participantes. La tesis de doctorado se tituló La comunidad indígena en las estrategias insurgentes de fin de siglo XX de Perú, Bolivia y México, 2006.

[3] [N. E.]: De 1997 a 2011 se celebraron ocho ediciones del Coloquio José María Arguedas de Antropología y Literatura, los primeros cinco coloquios se celebraron en la ENAH (1997, 1999, 2001, 2003 y 2005), y el sexto y séptimo en Huancayo (2008 y 2011). Algunas de las ponencias fueron publicadas en siete ediciones de la revista Cuadernos de la Feria.

[4] [N. E.]: Alfredo Torero fue fundador de la lingüística andina en Perú y autor de la clasificación lingüística del quechua más completa, entre otros escritos sobre lingüística e historia social andina.

[5] Su conferencia posteriormente sería publicada bajo el título: “Recogiendo los pasos de José María Arguedas” en Agua, Revista de Cultura Andina, núm. 2, febrero de 2005.

[6] En 1988 viajé con mi compañero durante siete meses y medio por Sudamérica, siendo Perú fue el destino principal. Ese viaje afirmó mi vocación latinoamericanista, pero también me permitió desarrollar una mirada comparativa y las distintas preguntas que desarrollé en el doctorado y algunas de las cuales intenté responder en investigaciones posteriores.

[7] Con mayores fuentes bibliográficas obtenidas en el viaje pude profundizar el análisis sobre la rebelión peruana, y presenté la ponencia “La tragedia de Atusparia: identidades étnicas y estrategias militares”, en el que me planteaba explicar las características del conflicto étnico presente en la sociedad peruana en el momento de la rebelión, los proyectos propuestos por los distintos actores y las relaciones interétnicas.

[8] Presenté la ponencia titulada “Sendero Luminoso y el campesinado indígena en dos novelas peruanas”.

[9] Presenté la ponencia titulada “El indianismo latinoamericano: la correspondencia entre Reinaga, Carnero Hoke y Bonfil Batalla (1969-1979)”.

[10] Agua, Revista de Cultura Andina, núm. 6, agosto de 2012.

[11] Raquel Sosa, Diana Guillén, Lucio Oliver, Jorge Fuentes Morúa, Luis Tapia y Carlos Figueroa.

[12] [N. E.]: Melgar Bao, R. (2019). Raúl Porras Barrenechea y Rafael Heliodoro Valle. Un ejemplo de cooperación intelectual (1921-1959). Universidad Nacional de Educación Enrique Guzmán y Valle.

[13]  [N. E.]:  Pacarina del Sur (2020). [Nota Editorial] Chile Hoy: Iconoclastía laica y protesta urbana. Pacarina del Sur, 11(42).  Disponible en:  http://pacarinadelsur.com/home/pielago-de-imagenes/1851-chile-hoy-iconoclastia-laica-y-protesta-urbana