Ezequiel Maldonado[1]

 

El último Congreso en que Ricardo y yo cincidimos fue en el XVII Congreso Internacional de Historia Regional, de la Universidad de Ciudad Juárez en octubre de 2019. El congreso tenía como tema “El centenario del asesinato de Emiliano Zapata”. Ahí Ricardo presentó la ponencia “Representaciones peruano-bolivianas de Emiliano Zapata y la lucha por la tierra”. Con este trabajo, Ricardo aludía al imaginario social de estos pueblos y su relación con Emiliano Zapata. Fue un infatigable animador de congresos y encuentros, y gracias a éste de Ciudad Juárez nos reencontramos en persona por última vez.

Cuando llegué aturdido a la sala de espera del aeropuerto de juaritos, una voz coreó repetidas veces mi nombre. Di varias vueltas como estúpido buscando aquel llamado incesante. Por fin localicé la voz: venía de un personaje parecido a un pastor presbiteriano o de alguna secta: con un traje negro, camisa blanca y un sombrero negro de ala ancha que enmarcaba un rostro con barba y bigote canos: era Ricardo Melgar. “¿Ya no reconoces a los amigos?, ¡Qué cabrón eres!”. Dos de las fotos tal vez confirmen o desmientan mi dicho.

Las imágenes siguientes nunca las vio Ricardo. Insistí en enviárselas por correo electrónico, pero fue tajante, “ya no veo mi correo”. Las fotos pretendían “recobrar” la peruanidad de Ricardo con paisajes andinos, camélidos, danzantes, máscaras que reflejan rostros de la alteridad peruana, fálicas y burlescas. Fui muy atrevido al insertar dos de sus poemas de juventud publicados en Crónica de la plumífera con el afán, ahí sí, de recuperar al joven limeño de 1970 que ¿se estrenaba como poeta? No lo sé. Tampoco sé si truncó ese arduo camino. Los poemas de Roque Dalton, de Paco Urondo y los textos de José María Arguedas resultan un guiño cómplice de escritores entrañables. Dalton y Urondo, la ironía y el sentido coloquial, militantes, guerrilleros, asesinados en esa época torva que les tocó sufrir, gozar, vivir. La narrativa y ensayos de José María Arguedas fueron una inspiración constante por alcanzar afanes y esperanzas a través de un mundo donde cupiesen otros mundos, como dicen los zapatistas, junto con Angélica Aranguren, Paco Amezcua y Juan José García Miranda, amigos que compartimos. 

Emiliano Melgar, Ezequiel Maldonado, Ricardo Melgar, Hilda Tísoc y Conchita Álvarez, Los Dinamos, Ciudad de México, 2003
Imagen 1. Emiliano Melgar, Ezequiel Maldonado, Ricardo Melgar, Hilda Tísoc y Conchita Álvarez, Los Dinamos, Ciudad de México, 2003.
Fuente: Archivo familiar Melgar Tísoc.

“Prohibido orinar. Pena de muerte”.  Ernesto, personaje de Los Ríos profundos de J. M. Arguedas, llora de emoción: “las piedras del muro incaico bullían… Era estático el muro, pero hervía por todas sus líneas y la superficie era cambiante… El hombre orinó, en media calle, y después siguió caminando… El Cuzco está igual, dijo mi padre. Siguen orinando aquí los borrachos y los transeúntes. Más tarde habrá otras fetideces” En Cuzco atravesamos el callejón Siete culebras y Amaranta parafraseó “siete mil orinones” ante el fétido aroma.  Pese al mensaje: “Pena de muerte”, los peruanos y los ecuatorianos siguen orinando en paredes, ahora más recatados. Un mensaje altamente agresivo para cualquier extranjero, a los locales no hace mella alguna. En ese callejón cuzqueño de la prohibición no vimos chuchos, pero sí, de acuerdo con Malí Pulí, de seguro el letrero lo pusieron gentes bravas. Todavía me resulta un enigma ¿el afán de orinar en sagradas piedras del muro incaico?

Conciliación de contradicciones: la Inmaculada Concepción y la fortachona dama levanta pesas. Esta imagen en una chichería cuzqueña, hubiese sido del agrado de Ricardo: ver a dos damas en un mismo plano, en condición de igualdad, la espiritualidad de Santísima virgen, Inmaculada Concepción y la terrenalidad de la pesista. Los cuzqueños lograron conciliar esa ¿aparente? contradicción.

La amistad y el vino o viceversa. “A veces cuando nos sentamos a charlar/ y tomar un poco de vino, / se terminan por un rato las catástrofes…” poetizó Paco Urondo antes de enfrentar a los milicos argentinos. El vino peruano es una bebida dionisiaca. En Ica alguna vez bebimos, con Walter y Solé, en todas las chicherías y destiladoras iqueñas, el delicioso vino de Ica y el espirituoso pisco, auténticamente peruano. A Ricardo le hubiese gustado estar ahí, disfrutando la amistad y el vino para exorcizar por un rato las catástrofes de épocas torvas que nos tocó vivir. ¡Salud!.

 

[1] Profesor-investigador de la Universidad Autónoma Metropolitana, Azcapotzalco.