Guillermo Torres Carral

 

De Perú a México

Conocí al hermano peruano Ricardo en la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH) en el año de 1978, cuando concursó por una plaza de profesor-investigador de tiempo completo. Yo era coordinador de “Años Generales” (tronco común de dos años para las distintas especialidades que se cursaban en ese entonces) y lo atendí. Hay que apuntar que la orientación de los planes y programas de estudio era la predominancia de la enseñanza del marxismo y, por lo tanto, de la antropología marxista (destacaban los llamados Siete Magníficos).[1] A mí me entregó sus papeles y de entrada mostró un espléndido currículum. Puedo decir que desde un principio hubo química entre los dos, tanto en lo político (crítico de la izquierda tradicional y del marxismo eurocentrista) como en lo académico. Él estaba cercano a posiciones antisoviéticas-maoístas-luxemburguistas; pero hubo muchas coincidencias en su perspectiva de nacionalizar (Revueltas, dixit), regionalizar el pensamiento marxista en México, Perú y Latinoamérica; teniendo como faro el pensamiento de José Carlos Mariátegui.

Ricardo obtuvo el primer lugar y ganó la plaza. A partir de ahí comenzamos con buenas relaciones personales y empezamos un continuo diálogo académico por décadas. Recuerdo su cercanía con César Huerta y alumnos afines. Así como su sana distancia con las sectas que peleaban por el control administrativo y político de la ENAH. Su instinto de supervivencia le condujo a formar a su alrededor a un sólido núcleo de estudiantes cuya característica era el activismo académico y el compromiso social.

 

Del museo a Cuicuilco

En ese entonces la ENAH, ubicada en el Museo Nacional de Antropología e Historia, era una olla de grillos; literalmente los profes de los años generales hacían distintos trabajos para el gobierno o partidos políticos.

Pero Ricardo se concentraba en la labor académica y, sobre todo, de investigación. Su estilo fue trabajar intensivamente en varios cursos durante tres días y dejar dos para investigar semanalmente. Su forma de trabajo persistente y productiva le permitió formar grupos de estudiantes, siempre interesados simultáneamente en la academia y la política, para encaminarlos a la producción antropológica cuando era tiempo de convulsiones políticas: huelgas, movimientos, grillas internas y canibalismo político. Así, mientras unos hacían clientelismo, Ricardo promovía la militancia académica política.

Entonces había “familias” (grupos de maestros y estudiantes con parentesco político) y, por extensión, a nosotros (sin pertenecer a alguna familia) los alumnos nos decían en broma tíos; era el ambiente de fines de los setentas cuando la ENAH se mudó a Cuicuilco.

En ese tiempo todo era marxismo, tanto que había prácticamente reemplazado a la Antropología. Sin embargo, él logró crear una línea de trabajo investigativa y estilo de trabajo colectivo, pero fincado en el desarrollo personal creativo, lo que permitía que el marxismo fuese un medio, no un fin, para envolverse en la flama viva de los candentes problemas humano-sociales y etnoculturales. Y desde ahí abordar la práctica antropológico-etnológica dentro de una perspectiva histórica.

Un ejemplo de su labor, fue el uso del llamado Cuaderno Etnológico de Notas, una recopilación minuciosa del quehacer cotidiano de los sujetos sociales, que permitía penetrar en la carne y hueso de la vida simbólica y material comunitaria.

 

De Nativitas a Cuernavaca

En esa época ideó un proyecto editorial colectivo que finalmente no se concretó. Entretanto nos reuníamos frecuentemente en su casa de la colonia Nativitas. Recuerdo que su esposa Hilda (recién desaparecida también) preparaba unos deliciosos platillos peruanos y tomábamos vino y cerveza, también frecuentamos un restaurante yucateco que estaba en la avenida Vértiz, “La Milagrosa”.

En los siguientes meses Ricardo entró a Chapingo y me invitó a participar en un concurso de oposición, así fue como ingresé en 1979 a la Universidad Autónoma Chapingo (UACh). Él estaba en el Departamento de Economía Agrícola y yo en el de Sociología Rural. Empero, por problemas políticos y acoso laboral de los llamados “antorchos” Ricardo renunció, pero siguió impartiendo docencia en la ENAH, y más tarde también en la UNAM.

En esos años, un grupo de profesores y estudiantes hicimos la propuesta para la nueva carrera de Historia, en la que Ricardo participó y para la cual elaboramos un plan de estudios con enfoque latinoamericanista que duró dos décadas; frente a la otra opción, la oficial, más europeísta. La carrera comenzó en 1980. Hay que agregar que hubo un franco rechazo inicial a esta propuesta de parte de las autoridades de la ENAH y de los profesores autodenominados “marxistas” y antropólogos celosos de que la nueva competencia que acarreó esta nueva carrera les quitara clientela. No obstante, aún sin aprobarse institucionalmente, comenzamos su impartición durante un semestre y posteriormente cambiaron las condiciones y se volvieron favorables con Gastón García Cantú para el inicio de la carrera, ya reconocida por las autoridades del INAH. Hay que agregar que la directora del plantel en ese entonces reconoció el plan de estudios (igual que el INAH), pero se apropió de nuestro trabajo, designó a un coordinador y vetó al núcleo fundador. Empero la carrera resultó a la larga un éxito.

Recuerdo que a Ricardo le entusiasmó que yo me fuera a hacer un doctorado en Polonia, y me orientó y facilitó algunos artículos sobre el movimiento campesino en ese país. Todo ello alrededor de la enorme preocupación compartida sobre la alianza obrero-campesina-indígena en Latinoamérica y México.

Uno de los temas que más debatimos en ese periodo fue el fascismo en la economía y la política; puedo agregar que ello me estimuló para profundizar en el estudio de la guerra desde la economía política. Otro tema era el estudio de Mariátegui, del cual adquirí sus obras completas; en especial del trabajo Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana, donde el autor se preocupó de adaptar el marxismo al movimiento indígena, formulando nuevas preguntas teóricas y reflexiones sobre hechos históricos fuera del análisis convencional del marxismo-leninismo-maoísmo, pero desde una perspectiva crítica. En esta dirección destacó fundamentalmente la preocupación crítica sobre el presente y futuro del bloque soviético antes de su derrumbe. Se trataba de desmitificar los dogmas desgastados del pensamiento comunista único. Mientras el movimiento real ascendía e iluminaba el camino al pensamiento revolucionario.

En relación a la caracterización y tendencias presentes en el bloque soviético (que la llevó a su anunciado e inevitable desmoronamiento) y su mayor simpatía con China, hablábamos de un sistema dos bloques (capitalismo-socialismo) y tres campos (USA/URSS/CH).

Hubo un periodo posterior que nos veíamos más esporádicamente, pero se intensifico desde los años del 11-S. Tuvimos larguísimas charlas telefónicas luego de que se trasladó a Cuernavaca, que en principio eran de índole intelectual y más tarde giraban en torno a las enfermedades que atraparon a Ricardo, que con terapias complementarias y alternativas (como el biomagnetismo) lo mantuvieron vivo y bien, ante las limitaciones de la medicina institucional. Todo ese tiempo resistió, nunca se quejó; siempre con su sonrisa valiente, aumentada por los chistes de casa.

 

De México a Latinoamérica

En ese tiempo, junto con otros profesores, pretendió echar a andar una revista de pensamiento crítico y se compró una maquinaria obsoleta que, aunque nunca funcionó bien, alimentó el reto de cumplir ese sueño. En retrospectiva, ahora podemos ver que la persistencia en ese proyecto continuó y cristalizó dos décadas después en la revista electrónica Pacarina del Sur; con la idea de conjugar distintas voces y miradas a fin de continuar tejiendo el mundo intelectual crítico desde Nuestra América; realizando una labor titánica como fundador, articulista, director y editor de la revista; contando con el imprescindible apoyo de Perla Jaimes.

Pacarina fue creciendo en cantidad y calidad rebasando con creces la vocación puramente latinoamericanista para abordar temas y problemas de alcance universal desde el punto de vista inter y multidisciplinario. Algunos de los temas centrales en la discusión, fueron sobre las formas del fascismo en América latina y la reflexión sobre esas tendencias en México.

Finalmente, con la pandemia, él tenía una perspectiva pesimista en la que advertía de un creciente autoritarismo y cercanía con un estado totalitario. Ojalá se haya equivocado.

 

La larga marcha. El final

Con su traslado a Cuernavaca, nos reuníamos mi esposa Socorro y yo con él e Hilda, aquí o allá. Por mi parte, comencé a publicar en Pacarina varios artículos,[2] lo que resultó ser una experiencia intelectual formidable. Recuerdo que en los últimos años me comunicaba a su casa cada semana. Él siempre pendiente de la enfermedad de Hilda, así como de sus hijos Emiliano y Dahil.

Resistió bien y mucho, gracias a que se concentró en el arduo trabajo intelectual que nunca cesó, con sus múltiples publicaciones y destacadamente su papel como director de Pacarina del Sur; que es un foro latinoamericano de pensamiento crítico y que ha dado cabida a una larga lista de investigadores, escritores y articulistas. Esto le ha dado un prestigio internacional reconocido. Esta obra debe continuar en memoria de Ricardo.

Ricardo Melgar Bao, década de 1970
Imagen 1. Ricardo Melgar Bao, década de 1970
Fuente: Archivo familiar Melgar Tísoc

Hilda y Ricardo Melgar, México, década de 1970
Imagen 2. Hilda y Ricardo Melgar, México, década de 1970.
Fuente: Archivo familiar Melgar Tísoc

Ricardo Melgar, Guillermo Torres y Socorro Valencia en Cuernavaca, febrero de 2018
Imagen 3. Ricardo Melgar, Guillermo Torres y Socorro Valencia en Cuernavaca, febrero de 2018.
Fuente: Archivo familiar Melgar Tísoc

Guillermo Torres, Socorro Valencia, Ricardo Melgar, Abilio Vergara y Dolores Romaní, Cuernavaca, febrero de 2020
Imagen 4. Guillermo Torres, Socorro Valencia, Ricardo Melgar, Abilio Vergara y Dolores Romaní, Cuernavaca, febrero de 2020.
Fuente: Archivo familiar Melgar Tísoc.

 

Notas:

[1] [N.E.] Los Siete magníficos es como se conoce en la antropología mexicana a un grupo de siete antropólogos (Ángel Palerm, Guillermo Bonfil, Enrique Valencia, Arturo Warman, Mercedes Olivera, Daniel Cazés y Margarita Nolasco) que impulsaron distintos debates de ruptura con las prácticas del inidigenismo estatal de finales de 1960.

[2] [N.E.] Véase: Torres Carral, G. (2010a, 2010b, 2011a, 2011b, 2012, 2014a, 2014b, 2015, 2017, 2018 y 2019).

 

Referencias bibliográficas: