Semillas en tránsfuga. La Fundación Rockefeller en Colombia: escenarios de la revolución verde en América Latina 1950-1967

Seeds defector. The Rockefeller Foundation in Colombia: scenarios of the green revolution in Latin America 1950-1967

Sementes desertor. A Fundação Rockefeller na Colômbia: cenários da revolução verde na América Latina 1950-1967

Diana Alejandra Méndez Rojas[1]

Recibido: 15-08-2016 Aprobado: 02-09-2016

 

Introducción

El proyecto cooperativo agrícola de la Fundación Rockefeller y el gobierno de Colombia entre 1950 y 1967 formó parte del Programa Agrícola Internacional de esta Fundación, una iniciativa de gran alcance que desarrolló y probó un modelo de revolución verde en América Latina entre 1943 y la década de 1960, que también incorporó a México, Centroamérica y Chile. Dicho programa fue exportado por la Fundación Rockefeller y la Fundación Ford, a partir de los primeros años de la década de 1960 a Asia para la consecución de la revolución verde, la cual fue particularmente fuerte en India, Filipinas y Pakistán. Este largo proceso, abrió una nueva fase en 2014, al anunciarse una renovada revolución verde para África, esta vez, bajo el financiamiento de las fundaciones Rockefeller, Ford y Bill & Melinda Gates.

Este modelo se conformó por la relación de dos dimensiones: la primera, refiere a un programa de modernización agrícola sustentado en una reconfiguración de los actores vinculados al área de la agricultura; la segunda, a una investigación de laboratorio que permitió el desarrollo de un paquete de prácticas e insumos, cuyo pilar lo constituyó la experimentación con semillas. Su aplicación ha sido factible en diferentes contextos, sin embargo; en todos ha generado resultados disímiles debido a las particularidades de cada país o región, aunque siempre en conexión al curso global de la revolución verde.

El plan general colombiano incluyó la experimentación genética con cultivos alimenticios como el maíz, trigo, cebada y papa para desarrollar variedades diseñadas para la región que además fueran aplicables a otras latitudes, entre las cualidades del diseño se buscó que las nuevas variedades fuesen resistentes a las plagas y enfermedades vegetales, que tuvieran un proceso de maduración precoz y que reportaran altos rendimientos por hectárea. Lo anterior se complementó con el desarrollo de materiales de divulgación, capacitación del personal vinculado al área agrícola y trabajos de extensión con los agricultores.

Este proceso de innovación tecnológica propició el desarrollo de nuevas variedades cuyo diseño atendió a la búsqueda de un mejoramiento factorial y no integral, es decir, de la emergencia de variedades que necesitaban, para su correcto crecimiento, ser acompañadas de un paquete de tecnologías que requería importantes inversiones en irrigación, maquinaria y el de uso fertilizantes, herbicidas e insecticidas sintéticos. Lo anterior contribuyó al retraso de una reforma agraria en Colombia y perpetuó una diferenciación en el campo, pues los agricultores y campesinos, primordialmente desposeídos de tierra y ocupados en la agricultura de consumo, no recibieron el apoyo institucional para el acceso a créditos y servicios que les permitiera la utilización del paquete mencionado.

Por tanto, el proceso de modernización agrícola a través de la propagación de una agricultura científica significó un afianzamiento de la concentración de tierras en manos de medianos y grandes empresarios, la expulsión de un número importante de campesinos de la ocupación agrícola de consumo y la restructuración de un capital genético de la agricultura colombiana que partió de la heterogeneidad contenida en la biodiversidad del país.

A su vez, las transformaciones en las relaciones de los actores vinculados a la agricultura y al proceso de la revolución verde se guiaron por la adopción de la política del gobierno norteamericano hacia América Latina a través de la gestión de la Fundación Rockefeller, que en términos de la política internacional y del desarrollo económico buscó afianzar la injerencia norteamericana en la región. Así, los problemas agrarios, ligados a cuestiones como los regímenes de propiedad de la tierra y el impulso de reformas agrarias como problemas de la alimentación, fueron reformulados: de ahí el resguardo de la labor de la Fundación Rockefeller bajo la bandera de la lucha contra el hambre.

De esta manera, “la dispersión geográfica de las plantas es, también, un proceso relacionado con la dispersión de los sistemas de poder económicos y políticos” (Picado, 2008, 46) pues los sistemas sociales de producción y, organización fueron modificados y se favoreció un tipo homogeneizado de consumo. La experimentación y el desarrollo de nuevas variedades de semillas “no fue un proceso impulsado sólo por razones de mercado o por el peso definitivo de la ciencia”, (Picado, 2008, 55) lo que definió el curso de la revolución verde fue el contexto geopolítico de la época, enmarcado por el conflicto bélico de la Segunda Guerra Mundial y por el posterior período de Guerra Fría, en el marco del posicionamiento geoestratégico de los Estados Unidos. Incluso el concepto mismo de revolución verde se construyó históricamente en referencia a un vocabulario geopolítico y militar, en franca oposición a las revoluciones rojas comunistas y a la revolución blanca de Irán. Ahora bien, si la revolución verde obtuvo su denominación como “verde” oficialmente en 1968, como proyecto opositor a las revoluciones rojas en el contexto de descolonización de Asia, la práctica ya había sentado sus bases en su desarrollo durante el período 1943-1961 en América Latina.[2]

 

La Fundación Rockefeller y el Gobierno de los Estados Unidos: sembrando la revolución verde

Wilson Picado (2013) ha mostrado que la revolución verde, como proceso histórico, está conectada hacia atrás con la segunda revolución agrícola en Estados Unidos y Europa Occidental, ocurrida hacia finales del siglo XIX e inicios del XX, así como con la expansión del mercado capitalista después de la Segunda Guerra Mundial. Situar el proceso en términos de la larga duración permite rescatar su vertiente política y comercial, ya que el término de revolución verde ha sufrido un proceso de “purificación” al exacerbar su vertiente científica y misionera de la mano de la Fundación Rockefeller. (Picado, 2013, 2).


Imagen 1. © Karina Jiménez Rojas

De la misma manera, Nick Cullather (2010) señala que el giro científico y tecnológico que determinó la dirección de la revolución verde fue la emergencia de una visión global que estipuló que el hambre y la pobreza no deberían ser comprendidos como una condición universal de la humanidad, sino como un peligro para la estabilidad internacional, lo que complementó la campaña anticomunista del gobierno de los Estados Unidos. Su consideración arranca del estudio sobre el impacto que generó el invento de Wilbur O. Atwater, desarrollado en la Universidad de Wesleyan en 1896, el cual medía la conversión del alimento en el cuerpo humano en energía y permitió la cuantificación en calorías de las necesidades de un humano para la ejecución de sus actividades. Este experimento generó un interés mayor en el Departamento de Agricultura de los Estados Unidos, que replicó el invento y comenzó a elaborar comparaciones sobre las dietas de diferentes naciones. Dicha actividad permitió vislumbrar la posibilidad de generar un balance entre la producción total de alimento y su consumo a nivel internacional, a través de la regulación del apetitito individual.

En consecuencia, Estados Unidos institucionalizó una idea de estabilidad sustentada en la búsqueda del balance entre la producción alimenticia y el crecimiento poblacional. De esta forma, los nutriólogos, en conjunción con la labor de la naciente demografía, comenzaron a elaborar, entre 1885 y 1910, investigaciones sobre los hábitos alimenticios en lugares como el sur de los Estados Unidos, la India y China bajo parámetros descriptivos, cuantitativos y de tecnología especializada que no vinculaban la alimentación como parte del contexto cultural y social. (Picado, 2013, 2).

Esta idea se difundió a través de las campañas científicas y diplomáticas emprendidas por diversas organizaciones y dependencias de los Estados Unidos, que a partir de ese momento confrontaron dicha información con censos para la creación de tablas nutricionales que permitieron establecer racionamientos para ejércitos, ciudades o incluso naciones. Dejando esta labor bajo la supervisión del Estado, que a partir de una concepción del progreso a través de la organización racional de los recursos antes que de la consideración de sus límites, se favoreció que el conocimiento sobre el suministro de alimento y el balance expresado con el crecimiento poblacional, permitieran registrar la vitalidad física de otros países y su conexión con la seguridad de los Estados Unidos. (Cullather, 2010, 13)

Un primer ensayo de esta estrategia se efectuó durante la presidencia de Woodrow Wilson quien en 1917 creó una autoridad nacional sobre el alimento bajo la dirección de Herbert Hoover que estuvo encomendado para ser el líder de la campaña de rescate de Bélgica durante la Primera Guerra Mundial. Hoover definió el tema de la alimentación como un punto vulnerable del orden internacional, a la vez que calificó que esta situación podría convertirse en un instrumento para aumentar la injerencia de los Estados Unidos en el globo a partir de la medición de los recursos y la demanda energética de los países. Cullather señala que Hoover informó a Wilson que  “Estados Unidos tenía que efectuar un alivio en cuarenta y cinco naciones en el ámbito agrícola para alejarlos del bolchevismo y sacarlos de la anarquía”. Entre ellas se incluían naciones latinoamericanas. (Cullather, 2010, 22) El argumento que respaldaba esta estrategia era la idea de que las diferencias entre enemigos y aliados solo ofrecían una seguridad temporal, mientras que la distribución de alimento marcaba la diferencia entre la guerra y la paz, el orden y la revolución.

La definición de seguridad de Hoover se sustentaba en que las revoluciones y guerras se incubarían en los sitios de mayor escasez, por lo que la forma de reforzar la estabilidad residía en ofrecer alternativas que permitieran incrementar los estándares de vida de las regiones más afectadas, a través del manejo científico y técnico, bajo la supervisión frontal o directa del gobierno norteamericano. Las zonas determinadas como de primordial importancia fueron las alejadas del conflicto bélico en Europa, centrando su atención en la gran concentración de población y recursos en América Latina y en Asia; de ésta última, particularmente el área del heartland de Eurasia estudiado por Halford Mackinder. (Cullather, 2010, 22-24).

 Esta perspectiva permitió desarrollar un nuevo enfoque para las relaciones diplomáticas de los Estados Unidos, que en el curso de la Segunda Guerra Mundial y de la subsecuente Guerra Fría justificó la injerencia del gobierno norteamericano, a través de otras instituciones o directamente, en las zonas que ellos determinaron como problemáticas para equilibrar su tasa de crecimiento poblacional con la producción de alimentos básicos para el consumo humano. De forma que, a inicios de la década de 1940, Estados Unidos comenzó una campaña que reafirmaba un interés en transformar ciertas sociedades agrarias en sociedades dinámicas modernas, a través de la creencia en el avance tecnológico y en la planeación científica.

De conformidad con lo anterior, la primera organización filantrópica en ejercer esta labor de misión científica, bajo la perspectiva ensayada de Hoover en Bélgica, fue la Fundación Rockefeller, que durante la dirección de Raymond B. Fosdick –quien compartía la visión alimentaria de Hoover-  afirmó que era factible una reforma científica a escala global que además mostraría que la escasez no era un destino, puesto que no suscribía la visión de un límite inevitable de recursos de Malthus.

Es por ello que entre los mecanismos que permitieron la construcción de un orden internacional pos Segunda Guerra Mundial debe darse un lugar importante a la alimentación, ya que la administración reunida en torno a la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura suscribió la internacionalización del referido modelo de agricultura científica, apoyando el incremento de la producción masiva en lugar del consumo masivo de alimentos de los agricultores, por lo que el suplemento mundial de alimentos bajo la propuesta de Atwater se estableció como un modelo político internacional. (Cullather, 2010, 34).

En este sentido, el campo tomó un nuevo lugar dentro de las políticas desarrollistas impulsadas desde Estados Unidos. Cullather (2010) retomando a Margaret Mead en uno de sus estudios como asesora del Departamento de Defensa de los Estados Unidos, señaló que la reconstrucción rural era la técnica adecuada para la contención del comunismo global y un modelo de construcción de nación, pues podía generar una ruptura con la sustancia de la tradición al interrumpir los patrones de relaciones entre un hombre y su esposa, el padre y el hijo. De forma que los asesores americanos y las políticas implementadas debían asegurar un balance autorizado entre la población y los alimentos, pues acertando en el control de la agricultura, las naciones derrotarían a sus enemigos internos y ganarían completa autoridad sobre los recursos, el territorio y la población, incluso más que los imperios coloniales.

 

El programa agricola internacional de la Fundación Rockefeller: cuna de la revolución verde en América Latina

La Fundación Rockefeller se constituyó en 1913 en el estado de Nueva York como una organización filantrópica privada, creada por John D. Rockefeller -padre de la Standard Oil Company- bajo los principios de combatir el hambre, promover la educación y la salud, y justificada en un imperativo moral ante el apogeo de la economía estadounidense. Comenzó sus actividades en el área del tratamiento de enfermedades infecciosas y de la instauración de criterios de higiene para la prevención de epidemias, empresas que combinó con el trabajo en agricultura.

Fue al término de la Segunda Guerra Mundial que la Fundación se conectó con científicos e instituciones anteriormente involucrados en la guerra para establecer intercambio y extender los programas que venían desarrollando a través de sus cinco divisiones: de salud internacional, ciencias médicas, ciencias naturales, ciencias sociales y humanidades. En la primavera de 1950 se reformó la organización de la institución; uno de los elementos más sobresalientes fue la transformación de la División de Ciencias Naturales a la de Ciencias Naturales y Agricultura que tenía como base amplia de su plan de trabajo la ecología humana. (Rockefeller Foundation, 1951, 17-18). Sobre este cambio, los estudios de biología experimental se restringieron al territorio de Estados Unidos mientras que el objetivo internacional fue impulsar un modelo de agricultura científica.

 El primer programa agrícola internacional de la Fundación Rockefeller inició en 1943 en México, a través de un tratado de colaboración con la Secretaría de Agricultura y Fomento cuyo propósito fue superar el denominado desabasto alimentario. La posterior extensión del proyecto en 1950 a Colombia fue un trabajo conjunto entre la Fundación y el Ministerio de Agricultura, proceso que abarcó a otros países latinoamericanos en ese decenio, entre los que se cuentan Chile y Centroamérica.

Adolfo Olea Franco (1997) ha señalado que uno de los elementos centrales de esta tecnología fue la experimentación de semillas, el medio de producción fundamental en la agricultura; es decir, la creación de una nueva mercancía pues anteriormente las semillas eran primordialmente almacenadas y reproducidas en cada cosecha por los campesinos. En efecto, esta nueva mercancía generó nuevas empresas de producción de semillas que desde los albores del siglo XX existían en Europa, Estados Unidos, Rusia y Japón.

En el caso de Estados Unidos, las empresas de producción de semillas lograron gestionar que en el año de 1923 se suspendiera la distribución gratuita de las mismas por parte del gobierno por considerar esta actividad como competencia desleal. Tres años más tarde Henry A. Wallace, especialista en ciencias agrícolas, fundó la compañía de semillas de maíz híbrido conocida actualmente como Pioneer-Hi Bred International, una de las compañías de mayor producción de semillas de maíz en la historia. (Olea, 1997, 193)

Posteriormente, Wallace se convirtió en el Secretario del Departamento de Agricultura de los Estados Unidos durante la firma del tratado de cooperación agrícola entre la Fundación Rockefeller y el gobierno mexicano, mostrando así una correspondencia directa entre los intereses comerciales de los Estados Unidos y los proyectos agrícolas efectuados por la fundación en América Latina. Adolfo Olea Franco (1997) menciona que esta situación revela como un mito la tesis de que la revolución verde tenía por propósito acabar con el hambre en América Latina, Asia y África.

La aplicación de este paquete tecnológico dentro de la estructura agraria latinoamericana, generó importantes transformaciones sociales y ambientales con el objetivo de incrementar la productividad. Además, el proyecto tecnológico llevó implícita una agenda política marcada por la relación con Estados Unidos, cuya prioridad fue la búsqueda del desmantelamiento por parte del Estado de las organizaciones campesinas reivindicativas, ya fuesen de corte agrarista, cooperativista o comunista. De este modo, para Colombia fue una derivación de la consolidación de un Estado oligarca a través del sistema bipartidista que frenó la reforma agraria y desató el período de mayor violencia en el país. (Palacios, 2011).

 

Proyecto agricola colombiano: de la agricultura de consumo a la agricultura industrial

Al establecimiento del Programa Agrícola Internacional de la Fundación Rockefeller le antecedieron dos misiones exploratorias de la región latinoamericana para la evaluación de las posibilidades de extensión de las prácticas agrícolas norteamericanas. La primera se ejecutó a través del Departamento de Ciencias Sociales bajo la dirección de Joseph H. Willits, quien encomendó al geógrafo Carl O. Sauer el diagnóstico de la situación agrícola de los países andinos (Chile, Bolivia, Perú, Ecuador y Colombia), pidiéndole que elaborara informes en los que se estableciera la relación entre el clima, las características del suelo y su uso para la agricultura. Al mismo tiempo debía evaluar las posibilidades institucionales para generar intercambios entre la fundación, las universidades, dependencias agrícolas y científicas de la región.[3] Sauer recopiló importante información que envió para su evaluación a la Junta Internacional de la Fundación Rockefeller, la cual resolvió la posibilidad de extender el proyecto agrícola de México –en ese momento en negociación- directamente a Colombia y posteriormente a Chile.


Imagen 2. © Karina Jiménez Rojas

La segunda fue el trabajo de Nathan L. Wettern, quien en 1942 fue becado por el Departamento de Estado y la Oficina de Relaciones Agrícolas Extranjeras de Estados Unidos para la realización de un estudio sobre las condiciones sociales y rurales de América Latina. Dicho departamento designó el caso mexicano a Wettern, quien prestó sus servicios como sociólogo rural agregado en la embajada de Estados Unidos en México entre 1942 y 1945. Lo más relevante de su estudio es la conclusión de que México se constituía como la puerta de entrada de Estados Unidos a América Latina, por lo que un plan de acción conjunta en materia de agricultura debía arrancar en México para servir de referente al resto de la región.(Esteva, 1980, 63.)

De conformidad con estas dos recomendaciones, la Fundación Rockefeller selló el acuerdo de cooperación agrícola con México ligado a la Secretaría de Agricultura y Fomento. Servando Ortoll (2003), señala que las modificaciones que propusieron los científicos al gobierno mexicano en materia de semillas fueron:

El abatimiento de las fronteras “agriculturales” -nacionales e internacionales- que permitiera obtener semillas y variedades de un lugar y adaptarlas a otro; 2) que dichas semillas y variedades resistieran con más fuerza a las plagas y enfermedades vegetales que las variedades locales, 3) que con las semillas y variedades se incrementara la producción agrícola en porcentajes elevados y, 4) que se adaptaran y se aceptaran nuevos cultivos -como el frijol de soya y el sorgo, y que dichos cultivos al utilizarse como de rotación, enriquecieran los suelos y acrecentaran su capacidad para retener agua. (Ortoll, 2003, 82).

 

Deborah Fitzgerald agrega que este equipo de investigadores tenía claro que su trabajo consistía en exportar el modelo de investigación y extensión agrícola de los Estados Unidos a México “sin tomar en cuenta eventuales problemas de adaptabilidad ecológica o social de la tecnología” (Fitzgerald, 1995, 73-74), por lo que la Oficina de Estudios Especiales -órgano administrativo creado para la ejecución del proyecto- tomó como referencia el modelo de las estaciones experimentales estadounidenses. Así, las actividades de la Fundación Rockefeller en México y Colombia comprendieron tres tipos de programas:

  1. Proyectos de investigación que buscaban la mejora de las cosechas de los productos agrícolas más importantes del país beneficiario.
  2. Un sistema de becas, pensiones y bolsas de viaje; destinado a enriquecer la experiencia y a hacer más amplia la formación del personal científico seleccionado.
  3. Una serie de subvenciones a universidades y otras instituciones para favorecer los estudios y la investigación en las ciencias agrícolas.

 

La oligarquía colombiana y la Fundación Rockefeller: de la agricultura posible a la agricultura ¿necesaria?

El proyecto cooperativo agrícola colombiano se insertó en un contexto nacional en el que el país se encontraba en un proceso de evolución de una sociedad caracterizada por un Estado débil con una estructura social fuerte, a una sociedad que puede caracterizarse como poseedora de un Estado fuerte dentro de una estructura de dominio social progresivamente débil. (Bejarano, 1981, 35) Por esta razón, las luchas campesinas, hasta mediados del siglo XX, se habían producido bajo el impacto de tres grandes crisis:

La crisis demográfica, que afectó el equilibrio entre la población y los recursos naturales, particularmente la tierra, la crisis de los ecotipos, que abrió el mercado de tierras valorizándolas e integrando la producción campesina a los circuitos comerciales, y la crisis de autoridad, que resultó de la convergencia de las dos anteriores y que debilitó el poder de las élites tradicionales y dislocó los mecanismos de dominación. (Bejarano, 1981, 34)

 

En efecto, “el problema campesino quedó entretejido a una trama nacional caracterizada por la crisis de transición política y del Estado,” (Palacios, 2011, 22) en la cual, una serie de protestas favorecieron que una renovada clase política pudiera desarrollar la articulación de un nuevo proyecto, que permitió otorgar presencia a nivel municipal. Me refiero a las protestas ocurridas a raíz de la Ley Agraria de 1936, que permitía que cualquier colono[4] que ocupara un terreno por un período de cinco años pudiera reclamar legalmente la propiedad. Así, las protestas de los años treinta forzaron al Estado a brindar apoyo -aunque limitado- a los campesinos, procurando hacerlos propietarios con cierto acceso al mercado de café. No obstante, estas movilizaciones fueron contenidas ya que a nivel local los terratenientes continuaban ejerciendo un poder fáctico mayor que el del Estado. 

En síntesis, este período puede ser comprendido como la apertura a la discusión sobre la integración de los campesinos a los partidos políticos, que entre los sectores de las clases dominantes se tradujo en la pugna por alcanzar un orden social que “por definición, incluía las clases populares, de un lado, y, del otro, aquellos terratenientes que adoptaron posiciones refractarias y, con base en el poder local o regional, persiguieron a los campesinos inconformes”. (Palacios, 2011, 25) Salomón Kalmanovitz y Enrique López Enciso señalan que:

A lo largo del siglo XX la política económica frente a la cuestión agraria en Colombia, fue un asunto muy álgido que dividió las aguas entre liberalismo social y conservatismo. Mientras el primero intentó encauzar los nuevos actores creados por el desarrollo capitalista dentro del sistema político, los conservadores defendieron las formas políticas tradicionales. Con la pausa que sufrieron las políticas de reforma en los años cuarenta, se relegó el tema de los derechos campesinos y más bien se otorgó a la agricultura la misma protección y similares subsidios a los recibidos por la industria. (Kalmanovitz y López, 2006, 19).

 

Estas fracturas tomaron un tinte más violento en la década de 1940 como resultado del choque bipartidista, inaugurando así el período conocido como la violencia.[5] De cualquier forma, se arribó a una fractura del poder del Estado como culminación de una trayectoria de la crisis política que desembocó en el sistema bipartidista. Esto fue resultado de la indefinición de los mecanismos de la hegemonía, de la oposición campo-ciudad, de los efectos políticos y sociales por la penetración capitalista en la modernización de la agricultura y de la consolidación de las relaciones capitalistas de trabajo.

En consecuencia, el contexto político-estatal en el cual se insertó el vínculo colaborativo entre la Fundación Rockefeller y el gobierno colombiano proyectó una modernización en el campo que favoreció una transformación del Estado, retrasó una reforma agraria  y que, a la vez, atendió a las estrategias para la inclusión moderada del campesinado en la representación democrática y en los programas de cooptación y desmembramiento de organizaciones campesinas que rebasaban la representatividad estatal a nivel local.

Ahora bien, además del contexto político referido, la Fundación Rockefeller también valoró las posibilidades ambientales que ofrecía Colombia para la ejecución de un proyecto agrícola. Entre ellas destaca que, por su condición de país ecuatorial, Colombia recibe una cantidad constante de radiación solar, por lo que prácticamente no existe el cambio estacional en las regiones templadas y la temperatura es constante a lo largo del año. En suma, la ubicación de Colombia “hace que tenga una temperatura casi constante a lo largo del año y que ésta se vea modificada por la altitud, esto permite una agricultura productiva los 365 días del año y en una enorme variedad de climas”. (Guhl, 1976, 13).

Unido a eso, Colombia es uno de los países con mayor disponibilidad de agua, lo que integrado a la interacción de la topografía, genera pisos bioclimáticos diferenciados que a su vez sustentan una enorme diversidad de ambientes, condiciones climáticas y edáficas, fauna y flora que hacen que exista una gran cantidad de recursos muy cerca unos de otros. De este modo, Colombia tiene una enorme diversidad de formas de vida, pues aunque ocupa el 0,7% de la superficie continental mundial, alberga el 10% de la biodiversidad del planeta. (Dirección Nacional de Planeación y Ministerio de Medio Ambiente, 1997).

Por estas razones, en el año de 1948, el gobierno colombiano bajo la presidencia de Mariano Ospina Pérez, extendió una invitación oficial a la Fundación Rockefeller para el establecimiento de un programa de cooperación agrícola. Como primer acercamiento, el Director General de Agricultura de Colombia -el Gral. Arturo Chary- visitó el proyecto agrícola mexicano en 1949 para conocer en mayor detalle el desarrollo del mismo. Consecuentemente, el gobierno colombiano firmó un acuerdo con la Fundación Rockefeller a través del Ministerio de Agricultura en el año de 1950, que terminó en el año de 1967 y derivó en la creación del Centro Internacional de Agricultura Tropical.[6]

La Fundación Rockefeller arrancó las actividades enviando una comisión científica que recorrió el territorio colombiano para generar un diagnóstico sobre la agricultura del país. Estos científicos también se reunieron con funcionarios gubernamentales, especialistas en ciencias agrícolas y agricultores que laboraban en el Ministerio de Agricultura, en la Universidad Nacional de Colombia y en la Universidad del Valle en Cali.

Es importante destacar que en 1949 el Ministerio de Agricultura apenas tenía un año de vida como entidad independiente, razón por la que no contaba con los recursos suficientes para contribuir a mejorar la educación de los estudiantes de agronomía de la Universidad Nacional de Colombia, quienes estaban siendo formados sólo de una forma teórica, con una instrucción a través de los libros de texto y egresando con serias deficiencias en el desarrollo de habilidades para la ejecución de soluciones prácticas a los problemas agrícolas del país. Al respecto es interesante anotar que:

Desde 1945 la Fundación Rockefeller asistió a la Facultad de Medellín enviando a uno de los alumnos graduados mejor calificados a México para realizar un año de prácticas trabajando sobre patología vegetal, germinación vegetal, entomología aplicada o ciencias del suelo. Y a partir de 1947 la Fundación proveyó de fondos a la Facultad de Agronomía de Cali para realizar un entrenamiento similar por un período de tres años. (Rockefeller Foundation, 1948, 197-198).


Imagen 3. © Karina Jiménez Rojas

En 1950, el Dr. Lewis M. Roberts y el Dr. Joseph A. Rupert viajaron a Bogotá para comenzar formalmente el proyecto al ser nombrados por la Fundación Rockefeller como directores de mejoramiento de maíz y trigo, respectivamente. Ambos científicos contaban con cinco años de experiencia laborando en la Oficina de Estudios Especiales dentro del programa mexicano, por lo que llevaron con ellos –además de sus conocimientos- cientos de paquetes de semillas de maíz híbrido y trigo rust-resistance  para iniciar de inmediato las pruebas en suelos andinos de las variedades creadas en México. (Rockefeller Foundation, 1948, 197-198).

Esto es importante debido a que fue la experiencia previa de la Fundación Rockefeller en México la que permitió que el proyecto colombiano diera resultados más rápido, gracias a las semillas con las que ya se contaba y por el personal calificado que pudo desplazarse, algunos de ellos especialistas y estudiantes colombianos previamente capacitados en México y en Estados Unidos. Además, como en el caso mexicano, la Fundación Rockefeller se vinculó con la estructura administrativa del campo, en este caso con el Ministerio de Agricultura generando la división de la Oficina de Investigaciones Especiales, por medio de la cual, el gobierno de Colombia otorgó estímulos al esfuerzo cooperativo, proporcionando tierra, mano de obra, maquinaria y subsidios directos. (Rockefeller Foundation, 1950, 161).

Los científicos trasladados a Colombia siguieron los pasos que habían logrado sistematizar en México: 1) crear una colección de variedades vegetales a través del recorrido estratégico del territorio, 2) generar pruebas de todas las variedades recabadas para la observación y registro de sus cualidades físicas y químicas, 3) la selección de las variedades que durante las pruebas demostraron características especiales para el desarrollo de semillas mejoradas resistentes a plagas y sequías, 4) hibridación a través de la polinización mezclada de las mejores variedades, 5) multiplicación de las semillas para el envió de paquetes para pruebas en diferentes regiones, 6) distribución mundial de las semillas que durante las pruebas mostraron mayores rendimientos por unidad de producción, y la extensión del cultivo para los campesinos del país, y finalmente 7) el estudio del impacto en la composición del suelo tras el cultivo de las nuevas variedades para la evaluación de las posibilidades de su comercialización internacional. . (Rockefeller Foundation, 1954a, 16-19).

Las labores comenzaron en los lugares que la Fundación diagnosticó como los de mayor urgencia, estableciendo estaciones en sitios que representaban las zonas agrícolas más importantes del país, ubicadas desde alturas cercanas a los tres mil metros hasta el nivel del mar. Las estaciones de investigación fueron:

  1. Estación experimental agrícola federal de Medellín “Tulio Ospina”, auxiliada por una pequeña instalación en “La Ceja”.[7]
  2. Estación de la Picota, cercana a Bogotá.
  3. Estación Palmira en el Valle del Cauca.
  4. Estación Bonza en la Meseta Alta.
  5. Estación Montería en el Valle del Sinú.
  6. Estación de Tibaitatá.

 

Mientras que las subestaciones en las que se efectuaron replicaciones y estudios especiales fueron:

  1. Bonza: Situada en el Valle del Río Chicamocha en Boyacá. Estación de gran importancia debido a que se sitúa en un medio propicio para el desarrollo de las royas, por lo que los trigos mejorados en Tibaitatá fueron sometidos a pruebas ahí.
  2. Obonuco: Ubicada cerca de la ciudad de Pasto, en el Departamento de Nariño.
  3. Usmé: En el Distrito Especial de Bogotá, a una altura superior de la Sabana. La estación destacó por ser representativa de una serie de suelos: “La Cabrera”, propios de la zona de los Páramos y “La Isla”, en el valle del Río Bogotá.

 

En 1953, la Fundación firmó un acuerdo con el Ministerio de Agricultura de Colombia, en el cual se estipuló que esta tomaría la mayor responsabilidad y dirección de los proyectos de mejoramiento de semillas de trigo, maíz, cebada y papas en todo el país. (Rockefeller Foundation, 1953, 205). Para 1955 ya todo el personal formaba parte de la Oficina de Investigaciones Especiales, debido a que durante la primavera de ese año todas las actividades de investigación del Ministerio de Agricultura fueron integradas dentro de una nueva unidad administrativa, el Departamento de Investigaciones Agrícolas, cuya dirección sobre las cuestiones técnicas quedó a cargo de la Oficina de Investigaciones Especiales, es decir, bajo la completa autoridad de la Fundación. (Rockefeller Foundation, 1955, 112).

Como resultado del creciente interés de la Fundación en el proyecto colombiano, se  envió a algunos de sus mejores científicos, entre los que destacaron: el Sr. Roland E. Harwood, auxiliar de estación experimental; el Dr. William H. Hatheway, miembro del personal de adiestramiento asignado al personal agrícola de campo en calidad de biometrista auxiliar; y el Dr. David H. Timothy, genetista auxiliar. Se tenía prevista la integración del Dr. Asheley W. Oughterson, miembro del personal de campo de educación médica y Salubridad Pública, pero lamentablemente murió en un accidente de aviación en Colombia el 17 de noviembre de 1956, mientras se dirigía a ocupar el cargo. (Rockefeller Foundation, 1956, 75).

Otra de las formas en que se expresó el programa fue el financiamiento por parte de la Fundación Rockefeller para la organización de eventos académicos, entre los que sobresalió la Conferencia Latinoamericana de Fitogenetistas, Fitopatólogos, Entomólogos y Científicos del Suelo,  la cual tuvo su tercera reunión en el año de 1955 en Colombia en las instalaciones de la Unidad Experimental de Tibaitatá con la representación de 23 países. Dicha edición también contó con el apoyo financiero del Ministerio de Agricultura de Colombia y los Colegios de Agricultura de Medellín y Palmira. Durante la sesión se presentaron un estimado de 150 comunicaciones científicas y reportes de programas de investigación en el área, además de visitas a las estaciones experimentales de Palmira, Medellín y al Centro de Investigación de café ubicado en Chinchiná. (Rockefeller Foundation, 1956, 75).


Imagen 4. © Karina Jiménez Rojas

Aún más, la Fundación Rockefeller propició la creación de proyectos comunes y la colaboración con otras instituciones que compartieran el financiamiento de las mismas. Uno de los proyectos de intercambio científico de mayor envergadura en este sentido, fue la creación del Banco de Germoplasma de maíz para el resguardo de las variedades nativas de todo el hemisferio occidental con proyección de intercambio a nivel internacional. La idea surgió del Dr. F. G. Brieger, perteneciente al Colegio de Agricultura Luiz de Queiroz en Piracicaba en Brasil, quién envió la propuesta al Dr. Ralph E. Cleland, entonces presidente de la División de Biología y Agricultura del Consejo Nacional de Investigación (Rockefeller Foundation, 1956, 75); inquietud que surgió a raíz de la visita que realizó a México junto con otros científicos brasileños y colombianos para conocer el trabajo del banco de germoplasma que se estaba desarrollando. De forma que, en 1951, el Consejo Nacional de Investigación Nacional estableció un comité para la preservación de cepas nativas de maíz bajo la dirección del Dr. Cleland, quién expuso al consejo durante la primera sesión las siguientes conclusiones:

En toda América Latina y en zonas de Estados Unidos existen incontables cepas de maíz en peligro de desaparecer debido a las incursiones en el cultivo de variedades foráneas. Reportes confiables indican que si no se hace algo por preservar estas cepas, algunas de las cuales representan el resultado de miles de años de domesticación, una gran proporción de ellas se extinguirá dentro de un período que oscila entre una y tres décadas. Lo anterior sería un gran desastre por las siguientes razones:

  1. Provocaría la pérdida del germoplasma necesario para el mejoramiento del maíz en América Latina y el desarrollo de variedades hibridas diseñadas para áreas específicas. Por lo que incrementar la calidad de vida de los latinoamericanos sería difícil sin la posibilidad de llevar a cabo el mejoramiento de semillas.
  2. Muchos de los genes presentes en este material son importantes para nuestro programa de mejoramiento de maíz [U. S.]. Estamos llegando al punto en donde para continuar con el trabajo de mejoramiento de maíz en Estados Unidos es necesario retomar de México y Centroamérica nuevo germoplasma. Eventualmente también tendremos que mirar hacia Sudamérica, para experimentar con los genes que sean capaces de mejorar nuestros stocks en diferentes maneras.
  3. La extinción de estas cepas privaría a los genetistas de mucho material valioso para el análisis futuro del sistema genético del maíz. Este material será extremadamente útil para los genetistas si logramos preservarlo.
  4. La pérdida de este material privaría a los etnólogos y antropólogos de un recurso valioso de información sobre las relaciones de las diferentes culturas que habitaron América Latina. Un estudio comparativo de las cepas nativas de maíz aportaría pistas valiosas de estas relaciones. (Rockefeller Foundation, 1959, 19).

 

De este modo, el mismo comité negoció un contrato con la Administración de Cooperación Técnica del Departamento de Estado para el otorgamiento de un financiamiento para un programa de tres años para la recolección y preservación de las cepas nativas de maíz en América Latina. Con un presupuesto de 85 000 dólares, se establecieron tres divisiones en México, Colombia y Brasil para la ejecución de las tareas. Así, México y Colombia, a través de la Fundación Rockefeller, fueron los responsables de colectar las variedades pertenecientes a Centroamérica y Sudamérica, específicamente de Venezuela, Ecuador, Perú, Bolivia y Chile. Además de las importantes donaciones de los proyectos de la Escuela Nacional de Agricultura de Chapingo en México y del Centro Nacional de Investigación Agrícola de Tibaitatá en Colombia, logrando reunir a partir de su apertura en 1954 un aproximado de 12 000 variedades y subvariedades de maíz. A parte de ello, en 1957 se publicó una serie de reportes titulados: Razas de maíz en México y Razas de Maíz en Colombia. (Rockefeller Foundation, 1957, 24).

Si bien es cierto que se advirtió que la creciente liberación de variedades mejoradas de semillas conduciría a la extinción de las variedades nativas y a su invaluable material genético que podría ayudar a la innovación presente y futura del cultivo de maíz, en el informe de la Fundación Rockefeller de 1954 se señaló explícitamente que las mismas no tenía valor desde el punto de vista comercial debido a su bajo rendimiento y a su susceptibilidad a las enfermedades vegetales, por lo que veían en su resguardo el futuro del desarrollo de las variedades comerciales industriales para una población mundial creciente. (Rockefeller Foundation, 1954, 20).

 

Resultados de la colaboración

Como resultado de las investigaciones en trigo, el programa colombiano obtuvo tres variedades destacadas en relación a los rendimientos por hectárea: Frocor x Yaqui-Kentana (4359 kg/ha), Frocor x Fontana-Yaqui (4826 kg/ha) y Bola Picota (1198 kg/ha). De estas nuevas variedades, las dos primeras se entregaron a la Campaña de Multiplicación de Semilla de Trigo del Fondo Rotatorio de Fomento Económico, en las siguientes cantidades: de la primera, 10.118 kilos y de la segunda 2.367 kilos. La tercera se sembró en la Estación Tibaitatá, en una extensión aproximada de 2 hectáreas. (Ministerio de Agricultura de Colombia- Oficina de Investigaciones Especiales, 1957, 8).

A ellas se sumaron las variedades comerciales de Bonza (4513 kg/ha) y Menkemen 5 (2225 kg/ha). La variedad Menkemen fue multiplicada para su distribución a gran escala, entregando 1 000 toneladas que fueron plantadas entre 1953 y 1954, cubriendo así prácticamente toda la zona cultivable de trigo. Mientras que la variedad Bonza, cualificada por sus altos rendimientos comenzó a ser sembrada en 1954 con una cantidad inicial de 25 toneladas. (Rockefeller Foundation, 1954, 179).

La última variedad híbrida de trigo Rocol Menkemen 50 mostró ser una de las que reportó mayores rendimientos por lo que en el año de 1954 se distribuyeron para su cultivo un estimado de 2 000 toneladas de semillas. Esta variedad de trigo era particularmente apreciada por combinar la resistencia a las enfermedades, una maduración temprana y por ser satisfactoriamente utilizada por la industria para la molienda y el horneado de pan. (Rockefeller Foundation, 1953, 206). Las pruebas de estas últimas características fueron efectuadas en los laboratorios del Centro Nacional de Investigación Agrícola en Tibaitatá.

El programa de maíz iniciado en 1952 tuvo como prioridad la producción de maíces comerciales industriales de condiciones agronómicas ideales. Sin embargo, las condiciones ambientales de las tierras frías hicieron más lenta la investigación del mejoramiento de este cereal en relación al trigo, porque sólo se permitió un cultivo al año. Una de las variedades mejoradas más destacadas fue Diacol V551. La Oficina de Investigaciones Especiales entregó al Banco de Crédito Agrícola las variedades Eto, Colombia 2 y Venezuela I, y tres variedades de doble cruza para zonas de altura intermedia H-201, H-202 y H-203 para su multiplicación y venta a los campesinos, reportando que entre 1953 y 1954 fueron vendidas en su totalidad aunque sin solventar la demanda de semillas. (Rockefeller Foundation, 1954, 178).

Durante 1955 se incrementó la distribución de semillas hibridas comerciales de maíz desarrolladas por la Oficina de Investigaciones Especiales, a través de la campaña de semillas promovida por la Caja de Crédito Agrario, Industrial y Minero, y por el Banco Nacional de Crédito Agrícola. Se logró en el curso de aproximadamente dos años solventar la demanda de semillas a través de dicha campaña, dentro de la cual la variedad Bonza fue la que se reprodujo en un mayor número llegando a remplazar a Menkemen, debido a que la primera demostró ser más resistente a la roya y por ser la más adaptable entre todas las variedades desarrolladas en Colombia. (Rockefeller Foundation, 1955, 114-115).

Para 1960 la zona que comprende el Valle del Cauca, la región de mayor producción de maíz, estaba sembrada en un 80% con las variedades desarrolladas por el programa de la Fundación Rockefeller. (Rockefeller Foundation, 1960, 56) Además, la fundación reportó que, a diferencia de México, en el caso de Colombia los consumidores de maíz tenían una marcada preferencia por las variedades blancas y suaves, por lo que las plantas mejoradas buscaron mantener estas características.

El Programa de cebada se inició en 1952 con la colaboración del Consorcio de Cervecerías Bavaria S.A, desde entonces líder nacional en la producción cervecera. Las investigaciones se desarrollaron en el Centro Nacional de Investigaciones Agrícolas Tibaitatá, y en las subestaciones de Bonza y Obonuco. En el caso de la cebada, se notó una mayor participación de inclusión en el proyecto a fincas particulares en la región de la Sabana de Bogotá, y en los departamentos en donde tradicionalmente se desarrollaba el grueso de los cultivos de cebada: Boyacá, Cundinamarca, Nariño, algunas partes del Valle del Cauca, Caldas y los dos Santanderes. (Rockefeller Foundation, 1954, 13). Respecto de la cebada el Ministerio de Agricultura buscaba:

  1. Altos rendimientos, precocidad, resistencia al vuelco y accidentes.
  2. Resistencia a las diferentes enfermedades en especial a los carbones, royas, escaldado y quemazón de las hojas, y al “enanismo”, que es una de las enfermedades de mayor importancia en las zonas cebaderas de Nariño.
  3. Características adecuadas para la fabricación de maltas de alta fuerza diastásica y de colores claros; se requiere que las cebadas sometidas a estos procesos sean uniformes en cuanto al color y la forma del grano.
  4. Que las maltas se comporten satisfactoriamente en los procesos, tanto de laboratorio como industriales, que se siguen en la elaboración de cerveza. (Rockefeller Foundation, 1954, 14).

 

En este caso no es difícil observar que el objetivo primordial fue crear una cebada adecuada para la producción de cerveza, que al tener involucrada a una de las compañías cerveceras más importantes del país dentro de la investigación, redundó en el beneficio directo de los intereses particulares de este sector y no favoreció la inclusión del sector campesino dentro del proyecto. Además, marcó una diferencia en relación al proyecto mexicano que atendió el diseño de las semillas mejoradas priorizando una alta productividad y resistencia a las enfermedades, mientras que en el caso de Colombia se atendió a que el diseño además de esas características respondiera a las necesidades industriales.

Las variedades de cebada más destacadas fueron Funza, Bachué y Tequendama. La primera fue difundida en 1956 para su distribución a los agricultores, y de esta variedad en se sembraron aproximadamente 9.000 hectáreas en 1957, las cuales produjeron un estimado de 20.000 toneladas destinadas a la producción industrial de cerveza. La Oficina de Investigaciones Especiales estimó en ese año que la variedad Funza era mucho más ventajosa que las variedades tradicionales Raspa y Pocha, cuyos rendimientos se registraron en un 40% menor bajo condiciones comerciales. (Rockefeller Foundation, 1954, 15).

Lo anterior tuvo importantes consecuencias pues la misma Oficina reportó que para 1957 la variedad Bachué se plantó en las principales zonas productoras en una cantidad más que significativa, como indicio de que la utilización de nuevas semillas estaba remplazando a las variedades criollas. En el departamento de Cundinamarca se llegó a sustituir hasta en 95% y en Boyacá en 60%. En el caso de Nariño la expansión fue más lenta debido a que se presentó un brote de un virus que es conocido como “acebollamiento”, “achaparramiento” o “enanismo.” (Rockefeller Foundation, 1957, 16).

Por otra parte, el programa que se dedicó a la papa fue el que contó con un mayor número de cruzas al utilizar la Colección Central Colombiana, que contenía 500 clones que correspondían a variedades y formas de especies cultivadas, semicultivadas y silvestres procedentes de diferentes regiones de los Andes, Centroamérica, Estados Unidos, Canadá y Europa; además de 600 híbridos. En el caso de la papa, el programa mantuvo como prioridad la obtención de variedades resistentes a la “gota” (Phytophthora infestans), cuyas pruebas experimentales se desarrollaron en la Estación Tibaitatá (2.600 msnm), Usmé (Páramo 3.200 msnm) y Obonuco (Nariño 2.700 msnm). Los resultados, favorables en este caso, se vincularon con la implementación de grandes cantidades de fungicidas, aproximadamente de 300 galones de agua por hectárea (1.135 litros).  Los más efectivos tras varios años de pruebas fueron: Manzate, Parzate y Dithane M.22. El trabajo de mejoramiento de papas fue fundamental en Colombia pues, a diferencia de otros países como México, constituía uno de principales alimentos de la población.

El programa cooperativo entre el gobierno de Colombia y la Fundación Rockefeller en investigación de maíz se extendió directamente a Ecuador, Venezuela y Perú. Mientras que la división dedicada al trigo sólo se extendió a Ecuador y Perú, pues dentro de la economía venezolana el trigo tenía muy poca importancia como un cultivo de consumo alimenticio. (Rockefeller Foundation, 1966, 34). Aparte de ello, durante 1955 se sembraron en Filipinas líneas de las semillas mejoradas de maíz colombiano y se realizaron pruebas de resistencia a la roya de las mismas en Sudáfrica. Además de que semillas de maíz desarrolladas en México, Colombia y Centroamérica fueron probadas en la India. (Rockefeller Foundation, 1955, 113).

De hecho, en 1954, el Dr. Wellhausen, perteneciente al programa mexicano, y el Dr. Ulysses J. Grant, del programa colombiano, visitaron la India para estudiar la producción de maíz en ese país y hacer recomendaciones al gobierno para encaminar el mejoramiento del cultivo. (Rockefeller Foundation, 1954, 20). En 1956 se realizó un acuerdo entre el gobierno de la India y la Fundación Rockefeller para establecer un programa de cooperación a través del Instituto Indio de Investigaciones Agronómicas, cuyo principal objetivo fue el mejoramiento de las cosechas de maíz, trigo y otros cereales que servían de principal alimento a la población, y el estudio de las cuestiones generales relacionadas con la investigación agrícola y la preparación avanzada del personal, comenzando así la gestión para la creación de la Escuela Central de Posgraduados. (Rockefeller Foundation, 1956, 181).

 La experiencia de la India, fue la primera después del programa agrícola de Colombia en la que se puso igual atención en la investigación agrícola y en los proyectos académicos de especialización, pero mantuvo el diseño desarrollado en América Latina, en el que la Fundación buscó vincularse a través de las instituciones preexistentes en el ramo de la agricultura. Finalmente, en el informe de 1963, la Fundación Rockefeller señaló que el programa internacional de agricultura valoraba como puntos fuertes de su organización, la necesidad de cuatro premisas para la obtención de los resultados esperados:

Primero, instituciones locales –privadas y del gobierno- deben estar emocionados de cooperar y dispuestos a asumir responsabilidades mayores en financiamiento y de operaciones para el desarrollo exitoso de los proyectos.

Segundo, los logros alcanzados en las naciones altamente desarrolladas no pueden ser trasplantados intactos a las naciones subdesarrolladas. Por lo tanto, es necesario concentrase en mejorar los activos locales, instalando las habilidades y recursos occidentales que mejor se adapten a las condiciones locales.

Tercero, debe existir una continuidad de esfuerzos entre los hombres y el soporte financiero por varios años e incluso décadas. Lleva tiempo que los hombres cambien sus hábitos y su ambiente.

Cuarto, ningún programa –como la mejora de un cultivo, por ejemplo, o la creación de un currículum universitario- puede considerarse completado hasta que una nueva generación de científicos y estudiantes locales, hayan sido entrenados para tomar el control del proyecto y estén preparados para ser líderes de una nueva generación. Si la población local no ésta entrenada y no hay investigación, ni el desarrollo de instituciones educativas, incluso un programa muy exitoso puede ser deteriorado después de la retirada del apoyo externo. (Rockefeller Foundation, 1963, 17-18).

 

De este modo, en el año de 1967 la Fundación Rockefeller concluyó que el programa cooperativo con Colombia había cumplido sus objetivos primordiales y había sentado una base sólida sobre la cual dejaría en manos de la administración colombiana las iniciativas desarrolladas. El máximo signo de esta decisión fue la aceptación por parte de la Fundación Rockefeller y de la Fundación Kellogg para el establecimiento en Colombia del Centro Internacional de Agricultura Tropical, fundado ese mismo año en el municipio de Palmira en el Valle del Cauca, el cual quedó conformado como una organización autónoma dedicada a la investigación agrícola internacional y a la capacitación. Dicho centro se integró con una Junta Directiva conformada por 17 miembros, quienes eran destacados investigadores en el área agrícola, el ministro de agricultura de Colombia, el rector de la Universidad Nacional, el gerente general del Instituto Colombiano Agropecuario y miembros de ambas fundaciones. Este fue un paso de central importancia, porque afianzó la tendencia progresiva del traslado de la investigación científica gubernamental hacia la de la iniciativa privada con un énfasis en el desarrollo de cultivos industriales, pues recibía financiamientos mixtos.


Imagen 5. © Karina Jiménez Rojas

Paralelamente, en Colombia se aprobaron dos leyes de Reforma Agraria, durante 1961 y 1968, que dieron al gobierno la facultad de adquirir tierras de propiedad particular, pagando el avaluó catastral y revendiéndolas a los inquilinos sin tierras y a pequeños agricultores, mediante la concesión de préstamos. De forma que al dueño original le estaba permitido conservar 100 hectáreas, limitación que contrasta con la situación en otros países. En resumen, el Ministerio tenía las facultades para ayudar a los campesinos a convertirse en propietarios legales.

Sin embargo, para Germán Márquez a pesar de que Colombia ha transformado más ecosistemas de los que se necesitan para mantener a la población del país, la tenencia de la tierra sigue concentrándose en pocas manos. Según las estadísticas de la subdirección del catastro del Instituto Geográfico Agustín Codazzi para el año 2001, existían 16 388 dueños, correspondientes a sólo el 0,45% de los propietarios de tierras en el país, que concentraban el 57, 3% de los más de sesenta y siete millones de hectáreas registradas. De forma que, el espacio geográfico se ha constituido en una herramienta de exclusión social, de control territorial y en un impulsor del desplazamiento forzado. (Márquez, 2004, 9).

 

Reflexiones finales

La creación de Centros Internacionales de Investigación Agrícola inauguró una nueva fase de la labor involucrada en el ámbito agrícola de la Fundación Rockefeller. Se trató de un viraje que cerró la extensión del Programa Agrícola Internacional bajo el modelo colaborativo entre la fundación y los gobiernos de los distintos países, pues en el modelo de Centros de Investigación Internacional se buscó generar bases de experimentación, investigación, multiplicación y resguardo de semillas bajo el auspicio primordial -aunque no exclusivo- de la iniciativa privada, modificando así la posibilidad de su distribución para solventar las necesidades de consumo y comercio de los pequeños productores en favor de los grandes productores de alimentos industriales a nivel global.

Así, los centros de investigación sirvieron como focos de irradiación de los programas agrícolas primarios, a través de la ejecución de proyectos de extensión en los que los científicos asignados a estos centros apoyaron por medio de asistencia directa a otros programas de investigación a nivel nacional con otros países asociados. De forma que el proyecto de cooperación agrícola que estableció la Fundación Rockefeller con los gobiernos latinoamericanos -particularmente con México y Colombia- mediante la inversión para la innovación técnica, tecnológica y para la profesionalización de científicos, permitió la creación de nuevos bienes de capital: las semillas mejoradas en variedades comerciales.

Uno de los primeros efectos de este proceso, se manifestó a partir de 1961, cuando se dio inicio un proceso de sustitución en el cultivo y uso de los granos a nivel mundial que significó un desplazamiento de los cultivos para el consumo directo, privilegiando la multiplicación de variedades que necesitaban procesos industriales para su consumo final, granos para el alimento de ganado y para el mercado de exportación. Dentro de esta tendencia destacaron: México, Colombia, Brasil, Perú, Venezuela, Egipto, Nigeria, Sudáfrica, Sudán, Tanzania, India, Filipinas y Tailandia.[8]

Las repercusiones sociales de este proceso se manifestaron en la inequidad a nivel global del acceso a los alimentos y el desplazamiento económico de los productores a pequeña escala que se vieron enfrentados a competir de manera desigual con los productos de las grandes trasnacionales que exportaban a los mercados de los países en vías de desarrollo. Lo que propició  a lo largo de la década de 1960 procesos de migración del campo a la ciudad sin el surgimiento de actividades productivas alternativas para la población desplazada.

El proceso de sustitución de granos a nivel global demostró que la revolución verde, en su desarrollo tecnológico para la creación de semillas mejoradas, fue direccionada con la finalidad de desarrollar variedades de semillas comerciales industriales, motivada por la búsqueda del incremento de la ganancia y no como dicta el slogan de la Fundación Rockefeller “hacia el bienestar de la humanidad”.

América Latina fue la región que experimentó en mayor grado este proceso. Si bien es cierto que los programas agrícolas ejecutados por la Fundación Rockefeller y el gobierno mexicano y colombiano ayudaron durante las décadas de 1940 y 1950 a alcanzar la suficiencia alimentaria a través del mejoramiento de semillas de alimentos básicos para la alimentación, para la década de 1960 no se lograron mantener los altos rendimientos debido a que los centros de investigación funcionaron al servicio de intereses privados.

Las pruebas propiciadas a través de los programas agrícolas y los centros de investigación a nivel internacional generaron la perspectiva de que la adopción y difusión de cultivos suponía que los granos introducidos en nuevas regiones podrían experimentar ahí mayores rendimientos. De forma que en el período entre 1961-1982, México experimentó un descenso de su producción de maíz a favor de un incremento exponencial del cultivo de sorgo. Colombia compartió el descenso en extensión del cultivo de maíz, al que se sumó el del trigo, sustituido por un incremento marcado del cultivo de sorgo y arroz. (Barkin, 1991, 43).

Aunque los resultados en favor de la mayoría de la población no se realizaron de forma sólida y a largo plazo, es innegable que la experiencia de vinculación académica y científica entre la Fundación Rockefeller y las universidades latinoamericanas, creó fuertes lazos para la consolidación de la investigación agrícola en la región instaurando nuevas escuelas y universidades, y fortaleciendo las existentes.

 

Notas:

[1] Licenciada en Estudios Latinoamericanos- UNAM. Contacto: Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.

[2] La primera mención pública de la denominación revolución verde fue expresada en 1968 por parte de William S. Gaud -administrador de la Agencia para el Desarrollo Internacional de los Estados Unidos- en su documento The Green revolution: Accomplishments and Apprehensions en donde resaltó los logros de las semillas mejoradas genéticamente en la lucha contra el hambre mundial, destacando las experiencias en Pakistán, India, Turquía y Filipinas. (Gaud, 1968).

[3] Los informes de Carl O. Sauer fueron enviados a la Fundación en forma de cartas semanales y quincenales durante su recorrido por los Andes. Las cuales fueron publicadas en Estados Unidos en 1982 con una presentación y selección de Robert Cooper West. (Cooper, 1982).

[4] Marco Palacios señala que “quizá porque algunos manuales de derecho romano definían como colono al arrendatario de predio rústico, tinterillos y políticos -persuadidos por abogados- grupos de arrendatarios cundinamarqueses se declararon colonos. Es decir, cultivadores con morada y labranza en terrenos baldíos y en espera de un título de adjudicación. El hecho de que algunas haciendas de café se establecieran con base en unos contratos de partida -mediante los cuales una familia campesina desmontaba tierra virgen y formaba una sección de cafetal en un lapso de cuatro a cinco años, a cambio del usufructo de una parcela de pan coger adyacente-, hizo aún más confuso el panorama legal de colonos y arrendatarios”. (Palacios, 2011, 20).

[5] La violencia puede ser entendida como “una guerra civil producida en medio de una crisis económica, social y política, una tensión revolucionaria no disipada por el pacífico desarrollo económico ni atajada para crear estructuras sociales nuevas, fue un instrumento de represión y de revancha terrateniente contra las clases populares, fue la subversión comunista como reacción a la represión anticomunista, fue la respuesta conflictiva de la sociedad feudal o pre moderna a la modernización, o al revés una desordenada demanda por cambio frente a la reacción de los grupos retrógradas de la clase” (Palacios, 2011, 49).

[6] La historiografía colombiana reconoce como punto de partida para la actividad de la Fundación en Colombia la invitación que el Presidente Marco Fidel Suárez realizó en 1918, debida -entre otras circunstancias- a que las elites de las que formaban parte los médicos y ciertos sectores de agricultores habían notado que existía una relación entre la uncinariasis y una baja productividad por parte de los campesinos afectados. La cuestión no era menor si consideramos que fue el ciclo cafetero el que permitió a Colombia vincularse de forma definitiva con el mercado internacional gracias a la explotación del grano después del cierre del ciclo agrícola de explotación del árbol de quina, el añil y el tabaco. Por si fuera poco, el éxito del cultivo de café favoreció la acumulación del capital necesario para el inicio de un período de modernización hacia el año de 1925. (García y Quevedo, 1998, 6)

[7] En la Estación Experimental Tulio Ospina en Medellín, se evaluaron variedades puras e hibridas de maíz, de cuya mezcla se obtuvo la variedad Rocol nombrada así en honor al trabajo conjunto de la Fundación Rockefeller y Colombia. (Rockefeller Foundation, 151, 295)

[8] El caso contrario, son los países en los que la sustitución de granos en la producción favoreció a los principales granos para alimentar a la población local, como en la experiencia de Burkina Faso, Kenia, Zimbabwe, Bangladesh, Indonesia y Turquía. (Barkin, David, 1991, 37).

 

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Cómo citar este artículo:

MÉNDEZ ROJAS, Diana Alejandra, (2016) “Semillas en tránsfuga. La Fundación Rockefeller en Colombia: escenarios de la revolución verde en América Latina 1950-1967”, Pacarina del Sur [En línea], año 8, núm. 29, octubre-diciembre, 2016. ISSN: 2007-2309.

Consultado el Jueves, 28 de Marzo de 2024.

Disponible en Internet: www.pacarinadelsur.com/index.php?option=com_content&view=article&id=1386&catid=14