Ciudad Juárez entre aromas y olores: una aproximación histórica a mitad del siglo XX

Realizamos una clasificación de olores asociados con espacios y con diferentes tipos de aromas relacionados con Ciudad Juárez de 1945 a 1955, utilizando la historia oral. Sin pretender ser un pantone de olores de la ciudad, la muestra que ofrezco aquí es sólo parte de la complejidad que comprende una ciudad fronteriza en transición a mitad del siglo XX.

Palabras clave: olor, identidad, espacio, ciudad, sentidos

 

Aunque el artículo está centrado en el sentido del olfato, esto puede servir para los demás sentidos y a la historia cultural en general. Por ejemplo, para ver tanto la representación de esos espacios, como fronterizos, como comidas juarenses o bien, de las diferentes regiones del mundo que convivían aquí.

Ver las prácticas que se desarrollaban en esta ciudad, encontrar las diferentes voces,  las acciones dramatúrgicas, cómo incluso pensando en De Certeau, consumían para producir esa “cosa juarense, fronteriza, pasodelnorteana”. O retomando a Bourdieau, cómo lograban la distinción de lo juarense frente a la otredad, o cómo los inmigrantes lograban distinguirse en estas tierras yermas.

Más allá de ofrecer una división muy rigurosa, parto de construcciones muy sencillas en las que por un lado están esos espacios privados como las casas, así como los públicos que serían los parques, salones de baile, restaurantes, así como aquellos liminales, aquellos que están entre lo público y lo privado. Como lo señala Marc Augé,[2] estos terceros llaman al sujeto a ir a ellos sin que forzosamente se apropien de estos lugares. Estos sitios del anonimato en los que si bien no se pierde la identidad, tampoco se ancla ni refuerza.

A pesar de no llevar a cabo un estudio con un tema foucaultiano (lugares de reclusión como cárceles o manicomios, o desde el ejercicio del poder), mi postura parte de tomar un tema periférico como el de los sentidos, donde el más periférico es el olfato. Aristóteles lo asociaba con la parte más animal del ser humano. Por otra parte, en estos tiempos en los que es constante y avasalladora la recepción de mensajes reenviados (o forwards) al correo electrónico, tuve la fortuna de leer una presentación en diapositivas de power point en la que hablaban de las cosas bellas de la vida pero no mencionaban el olor.[3]

Ahora, tengo los antecedentes de Alain Corbin, Cristina Larrea, Constance Classen, Anthony Synnot, Clare Brant y Diane Ackerman para hablar de los diferentes tipos de olores y aromas en diferentes espacios y tiempos como pueden ser iglesias, cementerios, parques de diversiones, entre otros. Entonces, es claro que existe una gama de olores para explorar en una ciudad como la de mi investigación pero no lo haré de forma exhaustiva, sólo me concentro en algunos y los divido de forma arbitraria aunque sus fronteras sean tan difusas e inasibles que puedan encerrárseles de manera rigurosa.


Av. Juárez, s/f. Colecciones Especiales de la Biblioteca Central “Carlos Montemayor”
de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez.

 

Espacios públicos

Dentro de los espacios públicos tomé sólo algunos de los ejemplos que nos dan olor (en vez de usar un lugar común como “dar luz”) a lo que considero son aquellos en los que se comparten además del lugar y el tiempo, actividades y signos que permiten la comunicación de los mensajes coherentes entre emisores y receptores. Me refiero a los parques, salones de baile, tiendas, cines, lugares de trabajo, restaurantes y lugares de comida, centros deportivos e iglesias, donde se reproducen costumbres y se legitiman ideologías, formas de pensamiento, donde se reafirman identidades, donde se ejerce una pedagogía del ciudadano, del habitante de un universo social a su vez parte de una región, un país, una tradición: la occidental.

 

Parques y monumentos

 

Borunda

El parque Borunda, es parte importante dentro de la recreación juarense a mediados del siglo XX porque fue el primero de esa naturaleza en la ciudad y con alrededor de 60 años continúa como uno de los parques tradicionales de la comunidad. Es frecuentado y muy conocido por los juarenses. Para saber qué tipos de olores encontraba uno ahí, basta con recrear lo que arrojan las respuestas de los entrevistados. Señala doña Graciela: “siempre gente se estacionaba alrededor del parque con carritos, con elotes, con chicharrones, con todas esas chucherías y la gente sí compraba y luego había unos puestecitos donde ahora está lo de las comidas pero muy rústico pues no había nada de eso ahí”.[4] Doña Taide concuerda: “recuerdo el olor de los elotes aquí en el parque Borunda”.[5]

El fotógrafo Antonio Gallardo narra:

Íbamos a nadar al Parque Borunda y ahí andar en las bicicletas, esa era la mayor diversión que había porque de vez en cuando íbamos al cine… el Parque Borunda siempre estuvo lleno de vendimias, desde raspas, pues no tanto como hay ahorita porque ya hay una especie de plaza de comidas por aquí un vendedor, acá otro y pues, de lo mismo nomás que ya los organizaron más por la cuestión del agua para que tengan más aseo los vendedores y se laven las manos, antes no había nada de eso pero sigue la misma vendimia ahí.[6]

 

Monumento a Benito Juárez

Además de ser uno de los puntos de referencia obligados, funciona como esos “lugares de memoria” que menciona Pierre Nora ya que tiene varias leyendas que recuerdan al prócer de la patria y es quien da nombre a esta ciudad fronteriza. Es preciso señalar que aquí se realizaba la “feria del algodón” y se hacían recorridos como los de recreación y cortejo en los pueblos chihuahuenses: hombres y mujeres jóvenes dando vuelta alrededor de la plaza, para platicar o iniciar un noviazgo. Esto se puede prestar para un análisis como la actitud dramatúrgica de los participantes o bien como una especie de ritual como la pelea de gallos balinesa estudiada por  Clifford Geertz. Aquí había árboles y era una de las pocas áreas verdes de la ciudad como puede verse en los planos anexados.

Por su parte, el Ing. Francisco Ochoa, refiere: “Para el 16 de septiembre se hacía una feria y en el monumento a Juárez se hacía la feria del algodón porque iniciaba la cosecha de algodón, ponían loterías, juegos… y se les antojaba. Los jóvenes daban vueltas en el kiosko y compraban gardenias”.[7] Mientras que doña Graciela comenta: “había serenata y cosas que se estilaban allá, cosas así por el estilo, siempre se veía gente los sábados y domingos, la gente del pueblo, no tenía dinero para otra cosa”.[8]

 

Salones de baile

Los salones de baile, bares, cantinas y terrazas han caracterizado la diversión de la ciudad tanto de forma local como hacia el turismo. La mayor parte de estos lugares se encontraban en la avenida Juárez y Mariscal, sin embargo, había otros de este giro cerca de dichas vías. Este era un espacio diferente a los anteriores, si bien los primeros eran de corte familiar aquí se reducían a los adultos. Comenta el fotógrafo Héctor Oaxaca: “en estos lugares había violencia, licor, drogas y juegos ilegales, aunque sólo eran rumores”.[9] Don Lázaro cuenta que “entre la Juárez y Mariscal se encontraban la mayor parte de las cantinas. Casi no olían a humo. Sin embargo, el Paraíso sí apestaba”.[10]

También existían los lugares de variedades, donde bailaban mujeres y tocaban orquestas. En estos mismos sitios, podían encontrarse referencias como las que comenta Fernando Benítez: “Los cuerpos de las mujeres despedían olores sensuales que se mezclaban al aroma de las flores”.[11] Y como puede pensarse, no sólo se mezclarían con las flores sino con el alcohol, el sudor, el humo, las colonias y perfumes desde los más baratos hasta los más caros como lo señalara también el mismo escritor: “… no podría negar que el traje de tela inglesa, los botines de charol y el alto cuello duro, son las prendas usuales del hombre civilizado, incluso muy civilizado como lo demuestra el perfume a lavanda que los impregna…”.[12] Lo que representa una excelente oportunidad para realizar una investigación en torno a la distinción como lo menciona Bourdieau que ejercían sus asistentes.

Y también en las cantinas, donde había juegos y apuestas (son, rumores dice don Héctor Oaxaca), se movía un “…un dinero truhanesco y bailarín, cuyo aroma como el vino generoso arrastraba a divinas francachelas”.[13] Y así el olor devela las pasiones que llevan a cometer infracciones y desenfrenos.

 

Tiendas

Como en todas las ciudades había diferentes tipos de tiendas y comercios, donde se surtían de alimento, ropa, calzado, muebles y todo tipo de artículos necesarios para sus actividades cotidianas y eventuales. Expresa don Antonio:

“Abarrotes la Única”, era una tienda de abarrotes, ahí le vendían de todo, haga de cuenta como en el Viejo Oeste, que le vendían clavos y cosas para lavar, ferretería, de todo había. Una tienda, una tienda de abarrotes, donde se surtía medio Juárez, a mí, me gustaba ir ahí porque me daban lo que llamaban “pilón”, una bolsa de… estaba cruzando esta calle, aquí. El “pilón”, todo mundo pedía “pilón”, le daban a uno una bolsa con gomitas, de naranja, unos gajitos de naranja, chocolates, chocolate mexicano y si salía uno con la bolsa así, a todo el que compraba… como mi mamá compraba el mandado por semana, todo lo que era sopas, latas, manteca, todo, bueno, cierto tipo de manteca, ciertas latas porque lo demás, de El Paso, El Paso, la harina la traíamos de El Paso, todo eso, pero en una parte todo lo que era carne se traía de ahí.[14]

Por otra parte, don Roberto y su esposa Taide, señalan:

Taide Olivia González de Vargas: al mercado íbamos muy esporádico, la verdura y todo eso las compraba uno en las demás tiendas.

Roberto Vargas Luna: En las tiendas de…, sí de abarrotes. Había una tienda por mi barrio que duró muchos años, se llamaba Las Flores, en la Vicente Guerrero y… ¿qué callejón será? Donde está el bar ese, la cantina La Rueda, una cuadra para acá”.

TOGV: ¿Guatemala?

RVL: Creo que era la Guatemala. Era una tienda de abarrotes, sí, con un mostrador largo.

TOGV: Grandotas.

RVL: Suave. Era casi como un súper, pero ahí lo despachaban a uno, tú no cogías las cosas sino que ahí las pedías y en el mostrador te las ponían. Te daban el mandado en… lo que comprabas en…

TOGV: En alcatraces.

RVL: En alcatraces de periódico.

TOGV: Lo que era de…

RVL: O bolsas de papel café.

TOGV: De papel… ese no sé cómo se llama.[15]

Por su parte, don Francisco, comenta: “en Ciudad Juárez había suficientes tiendas que vendían ropa y calzados, había una en especial, propiedad de Marcos Flores. Había zapaterías entre la 16 de septiembre y Avenida Juárez. Las verduras se compraban en el mercado Cuauhtémoc”.[16] Doña Graciela recuerda: “iba el Mercado Cuauhtémoc que era el único que creo yo que había, porque antes no había supermercados ni nada de eso, sí íbamos al mercado, estaba muy típico, muy… ahí sí olía fellito, como de costumbre por el tiradero que hacen los que venden, todavía huele feo por ahí.[17]

En los mercados se podían hallar olores de frutas, verduras, especias, flores, ropa y comidas. Podían formar, entonces, un cúmulo de aromas como señala Benítez: “Lirios, camelias, orquídeas y azucenas formaban una montaña perfumada…”[18] que sin duda adornarían los paisajes donde se levantaran estas formaciones aromáticas tanto en los panteones como en las florerías y en los mercados.

 

Panaderías

Quizá uno de los establecimientos más conmovedores de la conciencia odorífera sea la de las panaderías. El olor del pan recién horneado hace que a uno se le antoje aunque sea para darle un mordisco. Por esto, es muy evocador lo que recuerda doña Graciela:


“Rialtos”, periódico El Fronterizo, jueves 27 de septiembre de 1945, p. 3.
…ahí cerquita de la calle Colón, por la calle Mejía, estaba, que nosotros estábamos entre la Colón y la Mejía. Por la calle Mejía estaba una panadería que se llamaba La Antigua, ¡ay, qué rico el olor a pan y qué pan vendían en La Antigua!, riquísimo, todas las tardes iba yo al pan, y claro pues tenía yo que lucirme. Iba yo a traer el pan. Rico y luego por la avenida Juárez donde está ahora un mercado de curiosidades que creo que ya hasta lo cerraron, había también una panadería que se llamaba El Pedernal, también era un pan riquísimo, del que ya no, ya no se hace aquí. ¡Riquísimo! Uh sí, desde la mañana le empezaba a llegar el olor del pan que se estaba cociendo, muy rico.[19]

En Pedro Páramo, hay una línea que describe algo parecido: “es la misma hora en que se abren los hornos y huele a pan recién horneado”.[20] Es inevitable que este aroma, transporte a momentos y lugares en la memoria.

 

Cines

Una de las mayores atracciones para la comunidad juarense fueron los cines y éstos se ajustaban a los sectores sociales que componían Ciudad Juárez a mitad de siglo XX. Existían cines baratos y lujosos. Un ejemplo de ello es lo que cuenta doña Graciela:

Pos los cines, cómo le quiero decir como de… pos olían a veces a húmedo y eso, yo creo por las butacas y las cosas que también llevaba la gente para… se metían con su soda y todo eso, y sí olía a húmedo pero por lo general no, este, cuando inauguraron el cine Victoria también fue un éxito. Yo estuve allí con una de mis tías y la gente muy elegante, vinieron muchos invitados de El Paso, hubo un coctel, hubo autoridades de El Paso y de aquí, ese cine era muy bonito cine, muy bonito cine.[21]

Don Lázaro por su lado, comparte: “recuerdo que en 1955 me tocó una lluvia muy fuerte cuando regresaba del Cine Plaza; era muy bonito, y olía a palomitas”.[22]

 

Lugares de trabajo

Como lo señala Óscar Martínez, en Ciudad Juárez, en esos años la mayoría trabajaba en la agricultura pero había herrerías, panaderías, cantinas, bares, tiendas de diferentes productos, mueblerías y como lo narran mis entrevistados, se dedicaban a algún oficio en particular. El fotógrafo Héctor Oaxaca recuerda: “mi laboratorio olía a ácido acético”.[23] Por su parte, don Lázaro comenta: “comencé en una carnicería en Dalias y Plomo, ahí cerquita, se llamaba La Mascota”.[24] Mientras que doña Eva Martínez dice: “mi padre trabajaba en la agricultura en el Valle de Juárez. Yo trabajaba en una tienda de abarrotes que se ubicaba por la avenida Vicente Guerrero y Paraguay”.[25]

Don Roberto y doña Taide refieren dónde trabajaban sus padres:

RVL: Mi papá trabajó en un… ¿qué era de algodón?

TOGV: GIN, se llamaba GIN.

RVL: Se llamaba el Gin, pero se escribía…

TOGV: G, J, no G.

Los dos: IN.

RVL: El GIN, era un…

TOGV: Donde procesaban el algodón, porque antes aquí se sembraba mucho algodón.

RVL: El algodón de Ciudad Juárez se comparaba con el algodón de Egipto, en cuanto a calidad, era de lo mejor del mundo. Estaba acá por la carretera que va hacia…”.

TOGV: Porvenir… ahora ¿cómo se llama?

RVL: ¿Por la que va al Valle?

TOGV: Al Valle, sí ahí por la calle que se llama ahora… Gómez Morín.[26]


Mapa basado en el Plano Regulador de Ciudad Juárez de 1958.
Observamos que de 1944 hasta esa fecha no hubo grandes cambios en la urbe.
Realizado por Diana Prado.

 

Restaurantes y lugares de comida

Como refiero páginas arriba, el que haya existido una migración constante a Ciudad Juárez llevó a enriquecer y complejizar su cocina y sus restaurantes tuvieron mayor variedad. La mayor parte de estos establecimientos se ubicaban en la zona turística de la ciudad, es decir alrededor de la avenida Juárez. Recuerda doña Graciela:

Pues estaba la comida internacional, ahí en la esquina de Avenida Juárez y Colón estaba el Spanish Camp, se servía comida internacional, y había variedad como le digo, y había pues baile con orquestas, orquestas que traían no sé de dónde pero buenas orquestas no con los discos que llevan ahora que no dejan platicar a la gente, que no hay un intermedio para platicar.[27]

Es interesante cómo doña Graciela hace énfasis en el factor de convivencia de los salones de baile, donde solían platicar, es decir, había un entendimiento de relaciones sociales en las que era importante dejar un espacio sin música para que pudieran platicar las parejas, los amigos, los comerciantes, entre otros. Es un buen elemento para reflexionar en lo que ahora se han convertido ese mismo tipo de lugares, por un lado las personas van ahí para pasar un buen rato pero poco les importa platicar, entre menos comunicación verbal exista mejor. Se ha llenado de posmodernidad, es un lugar donde se divierten sin perder su individualismo, donde hay actitudes dramatúrgicas pero tienen otros referentes y otros fines a los de mitad de siglo XX.

Por otro lado, don Roberto y su esposa Taide, comentan:

TOGV: Ahí por la ferrocarril estaba… estaba un restaurante que se llamaba La Poblana, muy famoso, ahí en Ferrocarril y 16 de Septiembre.

RVL: No es la ferrocarril hija, es la Ugarte.

TOGV: ¿eh?, ¿la Ugarte?

RVL: Ahí empezó La Poblana y luego ya se cambió para la ferrocarril.

TOGV: Pues yo nomás me acuerdo de la Ferrocarril… mi papá nos llevaba mucho a La Poblana, tenían un mole muy rico…[28]

Así, en los restaurantes, o en las fonditas o puestos de comida se encontrarían los olores respectivos de tales lugares como el ejemplo de Benítez: “…encendieron el fuego en la cocina y nos sirvieron carne asada, frijoles y café”.[29] Aquí se combinarían los aromas de las carnes, de las especias, de los granos, de las bebidas aromáticas como el café o el chocolate o como comenta el autor de El rey viejo: “… el hornillo donde se cocía el té de yerbas olorosas…”.[30]

 

Centros deportivos

Entre los diferentes espacios dedicados a las actividades deportivas, retomo sólo algunos para ver el tema que me interesa. Y aquí se puede ver claramente la apreciación meramente subjetiva (no puede ser de otra forma), del olor, y sus representaciones, cómo se evidencia si no la construcción, sí el resultado que permite que una persona exprese una sensación no convencional. De esta forma, doña Graciela habla acerca de la plaza de toros Balderas, a la que asistía consuetudinariamente:

Bueno pues olía mucho a los corrales donde estaban los toros porque lógicamente enseguida estaban los, el corralón de los toros  y olía al, pues que, al excremento de los animales, que no huele mal, huele bien, a mí me gustaba y así que llegaba de repente el olor del, pues que ahora es el abono, a ver que sí, siempre ha sido el abono para los jardines y todo eso. Y eso había pero otros olores, pues no.[31]

Por su parte, don Roberto cuenta una anécdota:

RVL: Como mi papá tenía la cantina esa y también de la lucha libre… de la lucha libre no te he platicado. Deja platicarte primero de la lucha libre antes de que se me olvide. Así como estaba el de beisbol, en esa época estaba, se llamaba Auditorio Naci… Auditorio Municipal, me acuerdo yo que se llamaba Auditorium, con um al final y a mí me causaba rareza Auditorium Municipal, allí había funciones de lucha libre los martes, no, los jueves y los domingos.

TOGV: ¿Y ya no?

RVL: Creo que ya no. Los jueves era en la noche y los domingos en la tarde. Entonces mi papá tenía también ahí una cantina. Cantina, así se le decía porque ahí vendían las sodas y las cervezas.[32]

Por su lado, doña Graciela relata:

Pos olía mucho a humo porque la gente fumaba mucho, entonces no estaba prohibido que fumara aquí o fumara allá, olía mucho a humo en los boliches Pete’s pero que yo recuerde ahí no vendían licor.[33]

 

Iglesias

Uno de los lugares distintivos por la cuestión aromática es la iglesia, el templo. Desde los inciensos para disfrazar los humores concentrados por meses de peregrinaje hasta la composición prohibida por Dios para su propio deleite,[34] el escenario odorífero ha tenido un papel relevante en los ritos religiosos occidentales. El fotógrafo Héctor Oaxaca relata: “una de las iglesias más requeridas para las bodas era la del Sagrado Corazón de Jesús. Las bodas eran un ritual tremendo. Contrataban tenores para que amenizaran las misas”.[35]

 

Escuelas

Las escuelas, son otros de los lugares que pueden rastrearse en la memoria a través de los olores. Don Roberto y doña Taide comentan:

RVL: Como los lápices, cuando los hueles un lápiz, te remonta a la primaria, o el cuaderno que hueles al papel.

TOGV: Ah, y cuando iba uno a la escuela llevaba uno un tintero.

RVL: El tintero.

TOGV: Llevaba uno un tintero y con las plumas esas las metía uno al tintero y luego escribía y luego hacía uno un batidero que ay…

RVL: Te embarrabas todos los dedos.

TOGV: (Risas) Y los cuadernos más que nada.[36]

Además estaban los característicos de las escuelas donde podrían estar aquellos de los cuadernos, de la goma, del pegamento blanco, de la loción, de la comida impregnada en las ropas de los infantes, en los perfumes de las maestras o los profesores.

 

Espacios privados


Bar Miaw”, Colecciones Especiales de la Biblioteca Central “Carlos Montemayor”, Fondo Chihuahua, Universidad Autónoma de Ciudad Juárez.
El espacio privado por antonomasia es la casa, y en ella pueden encontrarse varios lugares que se caracterizan por sus diferentes funciones y propósitos. Así, aunque no es una revisión exhaustiva de una vivienda o un grupo de ellas, presento aquí algunas características relevantes para la temática.

 

Casas

Cocina

Uno de los puntos más importantes si no el que más, es la cocina. Ahí se recibe además de los alimentos, muchas de las enseñanzas que moldean los comportamientos de las familias, se reproducen hábitos y costumbres. Doña Graciela recuerda:

De la cocina siempre, de la cocina siempre que es lo que huele uno todos los días, esté o no esté a la hora que llegábamos de la escuela, llevamos lonche para la escuela, cuando veníamos de El Paso salíamos a las 3 de la tarde, claro que veníamos con hambre, llegábamos y ¡ay qué rico olía, a sopa de arroz recién hecha![37]

Don Roberto señala: “las mamás cocinaban con estufa de petróleo o con estufa de leña; el carbón no se utilizaba”. Por su parte, el fotógrafo Antonio Gallardo:

Ey…, sí había gas; se usaba mucho la, tanto la madera como el petróleo, nosotros tuvimos calentones de, calentones de petróleo, estufas de petróleo y teníamos lo que, haga de cuenta una calefacción central de petróleo, teníamos en nuestra casa. Se quedó ahí, además porque posteriormente (inaudible), sí porque imagínese mi madre, llegaba un camión y llenaba un tanque de doscientos litros de petróleo, no sé cómo esté ahorita el petróleo pero póngale que más barato que la gasolina, yo creo que ha de andar como en unos tres o cuatro pesos más o menos, ahora que si anda igual que el diesel, pues entonces está muy caro, que ha de andar como en unos siete pesos. Ahora que cuando no había aquí petróleo, usted iba a El Paso, era petróleo blanco, no el morado, no olía, no tenía olor o sea que no dejaba, usted ponía un calentón de petróleo y si no tenía buena combustión olía a petróleo, poquito, no mucho pero olía y el blanco no tenía olor, pero era más caro.

Cuando no había aquí, había que cruzar. Y mucha gente tenía su estufa de leña, era buena opción, la lata era conseguir la leña, con lo que había, desperdicio de leña, madererías, todo eso pero no era muy fácil conseguirlo, era, aparte que tenía que ser cortando cuadritos para meterlos. La estufa servía de calentón. Yo tenía varios amigos que en su casa tenían estufa de leña y las señoras estaban acostumbradas a hacer ahí sus tortillas de harina aparte hacían su comida y calentaban la casa. Había cuates que tenían, estaba la estufa y tenía una tronera, una salida, tubos que sacaban lo del, el humo pero esos tubos, en algunas casas, pasaban por aquí uno y por allá otro, o sea en cualquier salida, era una sola salida y se hacían tres y por donde pasaba el tubo estaba caliente para no tener… muchos la tenían en la sala, y de allá repartía y antes que no tenía para poner todos los tubos pues abrían las puertas para que se expandiera el calor. Sí lograba, sí lograba su objetivo de calentar, era muy buena opción. ¿sabe qué era lo que también usaban mucho?, había calentones de aceite, esa sí tenía que tener muy buena salida de… no se tenía, no se filtraba nada, era un calentón, entonces lo alimentaban con aceite. El que desechaban los carros cuando hacían cambio de aceite, en muchas partes se lo regalaban, los desechos pero sí tenía que tener más cuidado porque era aceite usado, pero donde no hacía comida, ahí tenía ese tipo de calor, la gente le buscaba, usted sabe, la gente le buscaba que saliera económico la forma de vivir…[38]

Uno de los aromas recurrentes en las casas es el del café, como en este pasaje en el que el coronel Aureliano Buendía realizaba sus labores cotidianas: “de regreso al taller percibió el olor de pabilo de los fogones que estaba encendiendo Santa Sofía de la Piedad, y esperó en la cocina a que hirviera el café para llevarse su tazón sin azúcar”.[39]

 

Jardín

El fotógrafo Antonio Gallardo refiere los momentos que recuerda del jardín de su casa:

… bastante agradables porque fíjese que en la mañana, al levantarnos ya el olor a hierba porque mi madre siempre tuvo un jardín que salía tempranito a regar y el olor a zacate, a hierba, y adentro, en el interior pues ya cocinando el desayuno tempranito. A mediodía pues igual con la cuestión de la comida y ya en la tarde salían y regaban, regaban el jardín pero también parte de la banqueta después de barrer, ya cuando caía el sol, muy agradable por cierto, aunque fue un barrio, ahorita sigue, es un barrio más…, es diferente, un barrio bravo ahorita pero todo aquel tiempo era muy feliz…[40]

Quizá olería como el narrado en Cien años de soledad: “…el jardín saturado por la fragancia de las rosas…”.[41]

 

Recámara

Otro de los lugares donde se pasa buena parte de la vida, es la recámara e indudablemente ahí se encontrarían otros olores, como lo que cuenta Jesús Gardea:

La sábana con la que me tapo hasta la barbilla, huele a jabón. Es un olor bueno porque le quita a la cama su siniestra realidad nocturna. Los sentidos, la carne, se alegran indeciblemente a causa del olor... Por debajo del olor a limpio hay el de un cuerpo recién salido del agua.[42]

 

No lugares

Como lo expone Marc Augé, no pueden existir lugares sin no lugares y eso se puede apreciar de una forma más contundente que la conformada por una dialéctica del espacio. Es decir, en estos no lugares que muestro a continuación se ve claramente que para hablar de los olores y su relación espacial, es necesario dejar de lado concepciones euclidianas en las que no es posible contener, en este caso los aromas y olores en un lugar bien delimitado y con sus fronteras bien delimitadas monolíticas.

 

Calles

En un no lugar como la calle, donde se manifiesta lo público de una vía y lo privado del cuerpo, se encuentra uno en lo liminal. Aquí no es posible delimitar tajantemente las divisiones de mi temática, sin embargo sí es posible hallar visos que escapan de otros lugares. O mejor, aquí es donde se ve que el espacio del olor choca con el visual, lo subvierte, no respeta su jerarquía. Entonces, la complejidad de la comunión de los espacios físicos y sensoriales conforma un coctel que no es fácil de desmenuzar. Por un lado, un peatón que cruce una calle, aunque no sea habitante de la ciudad sino un turista verá vulnerado e invadido lo más privado que posee que es su cuerpo con los diferentes olores que emanen de las cocinas de algún restaurante, de las bebidas de alguna cantina. Los olores tienen identidades, arraigos regionales, componentes culturales en los ingredientes y en la forma de prepararlos, en la forma de ingerirlos.

Puede uno reflexionar lo anterior cuando revisa pasajes como el siguiente ofrecido por doña Graciela:

olía mucho a cerveza pero era por la cerveza que los soldados tomaban que se tiraban en la calle y todo olía mucho a cerveza, nosotros vivíamos atrás y entonces ahí llegaban los olores de los restaurantes, cantinas, estábamos muy cerca… Olía mucho a comida de restaurante, eso sí, mucho a comida de restaurante porque estaba lleno de restaurantes. (Mientras que la calle Mariscal) pos olería a vino yo creo, el olor que salía de las cantinas, a comida igual.[43]

Es decir, en las calles los olores característicos eran aquellos despedidos de las cervezas, de los vasos de whisky, de los caballitos de tequila, además del humo de los cigarros. Y seguramente se mezclaba el aroma de las cremas, los perfumes, las brillantinas, entre otras, algún platillo o guiso, quizá para acompañar la bebida. O como señalaría el escritor chihuahuense Jesús Gardea en su cuento “Garita, la muerte”: “Lejos de acostumbrarse al penetrante olor del brandy, Irene Nacianceno, lo sentía, por el contrario, metido ya en todo su cuerpo”.[44]

Además, es importante tener en cuenta las migraciones eventuales y los asentamientos regulares o irregulares donde se mezclaron culturas o prácticas culturales del sur del país con las arraigadas en este punto de la República Mexicana.

Así lo menciona la señora María Concepción Irigoyen Provencio: “Entonces se vino muchísima gente del sur a hacer negocio aquí. Nosotros, los de Juárez, no lo hicimos, pero todo el que vino de fuera hizo negocio. Se ponían con una mesita ahí en la Avenida Juárez y vendían hasta lo que no”.[45] Asimismo señala la señora Irigoyen la problemática que ocasionó ello: “… y vinieron y se asentaron donde quisieron, sin calles, ni servicios de agua, de drenaje… fue un problema para la ciudad atender todo eso”.[46]


Calle Lerdo, s/f. Colecciones Especiales de la Biblioteca Central “Carlos Montemayor”
de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez.

Entonces no era raro que quienes pasaran por esta ciudad percibieran el olor de la tierra suelta, las polvaredas levantadas por los pasos o por los pocos vehículos que había entonces. Aunque por la misma razón se podían dar algunas ocasiones en las que se sintiera el juarense como menciona Fernando Benítez: “El olor a tierra mojada nos envolvía”[47] cuando cayera la lluvia en la ciudad. Las pocas calles pavimentadas eran las que concentraban la mayor parte de los atractivos turísticos: la Avenida Juárez y la Mariscal. O como narrara Jesús Gardea en su cuento “Las traiciones”: “De la callecita de tierra por donde él camina, la de los puestos, se desprende una nube de polvo que sube hasta las narices de los transeúntes: compradores y curiosos”.[48]

En algunas calles podían olerse también algunas frituras, como señala doña Graciela:

Y luego los puestos de flautas, ponían ahí los puestitos de flautas, los tranvías viejos los acondicionaban como para restaurante. Ponían como le digo, ponían tablas así como mesitas y asientos a un lado del tranvía y estaban siempre llenos de gente. Estaba uno por la calle Mejía y casi Mariscal pero eran flautas, que tenían carne, que tenían, todo, todo, estaban riquísimas…[49]

Y los dulces como los:

Encanelados, les llamábamos a unos que tenían leche arriba y chocolate abajo y eran así, larguitos, riquísimos… bolitas negras, eran como de azúcar quemada y luego las pipitorias ya fuera con cacahuate o con pepitas de calabaza y dulce… Y las melcochas rellenas. ¡Melcochotas! Gritaba el señor, ja, ja, ja y venían rellenas de cacahuate o de nuez. Muy ricas. Y ya no se encuentran.[50]

El olor dulce, entonces, podía hallarse en las calles, y pasearse por ellas, dejando un aroma a cacahuate o nuez y azúcar.[51] Además estaba el de los limones que vendían en las calles, 10 por un peso.[52]

 

Medios de transporte

Entre los medios de transporte que considero en este apartado se encuentra el ferrocarril. Y para ello, rescato lo que dice doña Graciela:

…entonces no eran como las máquinas de ahora, eran como las máquinas de antes que sí olían a petróleo quemado o no sé qué cosa, pero sí.

Pos’ donde quiera vendían, no, todo el mundo llevaba. Llevaban sus canastas con sus enchiladas, con sus... pero en cada paradita del tren había vendedoras de comida, comíamos, la gente se bajaba a comprar los asaderos, los tamales… Sí, ahí andaban vendiendo. Vendían dulces, vendían cañas, vendían pues de todo lo que se acostumbra en sus canastas con sus dulces y todo eso, la gente siempre quiere comprar algo.

Llevaban estas tortillas, esas gorditas que son muy todavía hasta la fecha, gorditas rellenas de picadillo, todo muy tapadito, muy calientito antes de que el tren se fuera, ya la gente que no llevaba de por sí, ahí se aprovisionaba pero había el carro comedor, carro comedor que era para… bueno para todos pero la gente que acostumbraba ir en el carro comedor eran los que viajaban en primera clase, los que viajábamos en segunda clase sí podíamos ir a comer al carro comedor pero mejor la gente compraba su comida. Era un carro comedor tenía su mesita así, con asientos de un lado y de otro.[53]

Con este extracto se puede retomar lo que dice Bourdieu acerca de la distinción entre las clases sociales, cómo puede lograrse tal tanto en la forma de transportarse, de viajar, que a pesar de ocupar un mismo medio, hay mecanismo que están dispuestos para hacer la diferencia entre quienes tiene un capital económico, en términos bourdeanos, mayor y menor.

Es inevitable pensar en recuerdos cuando se huele algo, cuando vuelve uno a oler algo que conocía previamente, aun cuando se trate de cosas agradables y otras que no lo son. Uno de los ejemplos más claros es aquél en el que se relaciona la gloria con algo que debería oler hermoso y lo que escribe Gabriel García Márquez:

…Melquíades rompió por distracción un frasco de bicloruro de mercurio.

-          Es el olor del demonio –dijo ella.

-          En absoluto –corrigió Melquíades-. Está probado que el demonio tiene propiedades sulfúricas, y esto no es más que un poco de solimán.

…Aquel olor mordiente quedaría para siempre en su memoria, vinculado al recuerdo de Melquíades[54]

Los olores que recupero son producto de una investigación en diferentes fuentes y si aventurara a definir estos diez años (1945-1955) por un olor u olores característicos, serían los del alcohol en sus diferentes presentaciones, gracias a las actividades del sector turístico de la ciudad, es decir, Juárez y Mariscal. Ahí había bares, cantinas, salones, casinos. Se consumía cerveza, whisky y tequila durante la mayor parte de la semana y casi las 24 horas del día. Algunos lugares los cerraban pero otros continuaban abiertos y por ende, el consumo no se detenía. Por consiguiente, donde se ingieren bebidas embriagantes es muy común que se fume y más si se trata de una época en la que aún no se endurecían las leyes contra los fumadores y por fumar en lugares públicos y cerrados. En aquellos años se podía fumar prácticamente en cualquier parte. Basta observar alguno de los anuncios de los cigarrillos Rialtos en el periódico El Fronterizo.[55]

Y el olor de los cigarros es muy peculiar, como para pasar desapercibido, ya la menciona Benítez: “Fumaba todo el día echado en un sillón de su cuarto o sentado en un extremo de la mesa del comedor, casi invisible entre el humo acre de los cigarros”.[56] Esto pues, es un ejemplo del aroma tan característico de este producto.

Otro olor característico era aquel del humo. Si alguien pasara por Ciudad Juárez entre 1945-1955 no sería extraño que le tocara ver restos de alguna casa o comercio hecho cenizas, o algunas paredes ahumadas, o el mismo olor en el ambiente, sólo humo, tal vez hasta el fuego ardiendo en algún rincón de la ciudad. En estos años hubo muchos incendios, accidentales y se presume que muchos fueron ocasionados a propósito pero no hay responsables. Basta mencionar el ejemplo del mercado Cuauhtémoc que se incendió un miércoles por la noche[57] y no se supo quién lo ocasionó pero las pérdidas fueron cuantiosas. Quizá por eso no sea extraño que una de las multas más onerosas fuera junto con manejar en estado de ebriedad, el hecho de pasar con un carro sobre las mangueras de los bomberos.[58]

Si se recuerdan las líneas del poema de Pablo Neruda, “Walkin around”, en el que dice “El olor de las peluquerías me hace llorar…”, puede uno pensar en las peluquerías de Ciudad Juárez, y los olores que pudieron haber tenido. Y al menos en el Reglamento de Peluquerías (aprobado el 4 de mayo de 1945) disponía que deberían estar limpias.[59] Quizá podía encontrarse un escenario como el pintado por Benítez: “…y el aire estaba impregnado con el olor del jabón y de la colonia vertida generosamente”.[60]

Hasta aquí puede tenerse un panorama odorífero de Ciudad Juárez en la transición de lo rural a lo urbano, a mitad del siglo XX, atravesando una coyuntura mundial como la de la segunda guerra. Eso también puede percibirse a través de los olores que permeaban por toda la ciudad o en puntos específicos de la misma. Los olores, los aromas, entonces, comunican, transmiten mensajes del contexto en el que son percibidos y se pueden “leer” desde el punto en el que se les recuerda también.

Los olores y aromas pero no sólo el olfato sino los demás sentidos como el gusto, el tacto, el oído y sin duda la vista, percibían esa multitud de sensaciones que fincaban o subrayaban recuerdos, generaban memoria y sobre todo reforzaban la memoria histórica de esa ciudad que se recuerda y se anhela por los entrevistados en estos años tan difíciles que viven los juarenses.

Entonces, los espacios tenían sus marcadores, percibidos a través de los sentidos, de nivel socioeconómico, de clase, de género, de reclusión, de pedagogía, de diversión de acuerdo a las edades, de vida cotidiana en las casas, en los empleos. Y la ciudad iba perdiendo algunas de estas sensaciones y adquiría otras nuevas pero a pesar de ello, permanecían las que caracterizaban a Ciudad Juárez: las de un tipo de turismo atraído por la avenida Juárez y sus comercios, sus bebidas, sus comidas, sus mujeres y hombres.

Finalmente, esta es una propuesta que aventuré en mi ciudad, pero que pudiera dar luz para realizar investigación desde la historia cultural, insisto, no sólo desde los olores, sino desde todos los sentidos. Todavía más, se trata de una clasificación que podría ayudar a entender las representaciones, las prácticas, los consumos, las lecturas, las “actitudes dramatúrgicas”, las producciones, las narrativas de una ciudad.

 


Notas:

[1] Licenciado en Historia de México. Universidad Autónoma de Ciudad Juárez, México.

[2] Los “no lugares”. Espacios del anonimato. Una antropología de la sobremodernidad. Barcelona, Editorial Gedisa, 1993.

[3] En la presentación se hablaba de las cosas agradables de la vida como ver un paisaje, un atardecer, saborear un pastel, escuchar una melodía, abrazar a alguien querido pero no decía nada ni de los aromas ni de los olores.

[4] Entrevista a doña Graciela Echávarri de Oaxaca (24 de marzo de 2010).

[5] Entrevista a doña Taide Olivia González de Vargas (5 de septiembre de 2009).

[6] Entrevista a don Antonio Gallardo Lechuga (8 de abril de 2010)

[7] Entrevista a don Francisco Ochoa Cunningham (agosto de 2009)

[8] Entrevista a doña Graciela…

[9] Entrevista a don Héctor Oaxaca (24 de septiembre de 2009).

[10] Entrevista a don Lázaro Guzmán (27 de agosto de 2009).

[11] Fernando Benítez. El rey viejo. México, FCE, 2006 (1ª ed. 1959), p. 123. Es una novela sobre los últimos días de Venustiano Carranza.

[12] Ibid, p. 192.

[13] Roberto Arlt. El juguete rabioso. México, Conaculta, 1ra reimpresión 2001, (1ra ed. Clásicos para hoy, 1997), p. 32.

[14] Entrevista a don Antonio…

[15] Entrevista a don Roberto Vargas Luna y doña Taide (5 de septiembre de 2009).

[16] Entrevista a don Francisco…

[17] Entrevista a doña Graciela…

[18] Benítez, op. cit., p. 152.

[19] Ibid.

[20] Juan Rulfo. México, Plaza y Janés, 2000 (1ra ed. 1955), p. 53.

[21] Ibid.

[22] Entrevista a don Lázaro…

[23] Entrevista a don Héctor…

[24] Entrevista a don Lázaro…

[25] Entrevista a doña Eva Martínez Flores (18 de octubre de 2009).

[26] Entrevista a don Roberto y doña Taide…

[27] Entrevista a doña Graciela…

[28] Entrevista a don Roberto y doña Taide…

[29] Benítez, op. cit., p. 82.

[30] Ibid, p. 125.

[31] Entrevista a doña Graciela…

[32] Entrevista a don Roberto y doña Taide…

[33] Entrevista a doña Graciela…

[34] Éxodo 30: 34-38.

[35] Entrevista a don Héctor…

[36] Entrevista a don Roberto y doña Taide…

[37] Entrevista a doña Graciela…

[38] Entrevista a don Antonio…

[39] Gabriel García Márquez, Cien años de soledad., México, Diana / SEP, 2005 (1ra ed 1967),  p. 277.

[40] Ibid.

[41] García Márquez, op. cit., p. 70.

[42] Los viernes de Lautaro. México, SEP / siglo xxi editores, 1986 Lecturas Mexicanas (1ra ed 1979), p. 137.

[43] Entrevista a doña Graciela…

[44] Jesús Gardea, op. cit., p. 52.

[45] Ricardo Aguilar y Socorro Tabuenca. Lo que el viento a Juárez. Torreón, Editorial del Norte Mexicano – Nimbus Ediciones – Universidad Iberoamerica Laguna, 2000, p. 24.

[46] Ibid.

[47] Benítez, op. cit., p. 164.

[48] Jesús Gardea, op.cit., p. 124.

[49] Entrevista a doña Graciela…

[50] Ibid, p. 32.

[51] Entrevista a don Francisco...

[52] Entrevista a don Roberto y doña Taide...

[53] Entrevista a doña Graciela…

[54] Gabriel García Márquez. Cien años de soledad. México, Diana / SEP, 2005, pp. 12-13.

[55] Estos cigarrillos tenían una forma muy ingeniosa de promover sus productos ya que utilizaban el descubrimiento de algún invento para asociarlo con el consumo de los cigarros que “harían época”. Por ejemplo, titulaban el anuncio Famosos Descubrimientos Históricos en las que había una secuencia de tres imágenes como viñetas o tiras cómicas. Entonces, el 22 de octubre de 1945 aparece uno subtitulado Chardonnet descubre el secreto de la seda artificial. En el primer cuadro, están dos personajes en el primer plano y uno comenta: “¡Figúrate… el pobre quiere hacer seda artificial!” refiriéndose a otro personaje en un segunda plano. En el siguiente cuadro aparecen el personaje al que hacían referencia los primeros y sostiene un trozo de tela en sus manos mientras alrededor están tres hombres y dice el descubridor: (quien se presume es Chardonnet) “Esta seda puede competir con la de los gusanos”. Y responde uno de sus acompañantes: “¡Es un descubrimiento que hará época!”. En el tercer cuadro con un encabezado dice Y en 1945… y en el mismo se ven dos personajes. El del lado izquierdo dice al otro: “Trato hecho… mándeme 50 cajas de artisela”. Y extiende su mano a la cajetilla de cigarros que le ofrece quien menciona: “Fumemos un RIALTOS el cigarro de la época, por el feliz resultado de la operación”. A ambos se les ve contentos. En un último cuadro destaca una cajetilla de cigarros Rialtos con las leyendas siguientes: El descubrimiento del día! Rialtos, el cigarro de la época. 20 ¢. Aromáticos, suaves, tabacos claros. Cia. Cigarrera “La Moderna, S.A.” Este último cuadro siempre era el mismo, sólo cambiaban los tres anteriores. Entonces se pudo haber fumado de éstos o de otra marca de cigarrillos en la zona turística juarense.

[56] Benítez, op. cit. p. 17.

[57] El Paso Times, 14 de junio de 1945, p. 1:7.

[58] “Tarifa de Cobros por Infracciones al Reglamento de Tránsito de Ciudad Juárez, Chih”. Acta de Cabildo correspondiente al 4 de mayo de 1945, foja 158. Archivo Histórico Municipal Municipal de Ciudad Juárez, en Biblioteca Arturo Tolentino.

[59] Acta de Cabildo correspondiente al 4 de mayo de 1945, foja 150. Archivo Histórico Municipal Municipal de Ciudad Juárez, en Biblioteca Arturo Tolentino.

[60] Benítez, op. cit. p. 38.

 

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Fuentes primarias:

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Plano Regulador de Ciudad Juárez de 1958. Consultado en la biblioteca del Instituto Municipal de Investigación y Planeación (IMIP)

 

Entrevistas:

Ing. Francisco Ochoa Cunningham (agosto de 2009)

Sr. Lázaro Guzmán (27 de agosto de 2009)

Abog. Roberto Vargas Luna y Taide Olivia González de Vargas (5 de septiembre de 2009)

Fotógrafo Héctor Oaxaca (24 de septiembre de 2009)

Sra. Eva Martínez Flores (18 de octubre de 2009)

Sr. Alfredo Montoya Mendoza (22 de octubre de 2009)

Sra. Graciela Echávarri de Oaxaca (24 de marzo de 2010)

Fotógrafo Antonio Gallardo Lechuga (8 de abril de 2010)

 

Hemerografía

El Fronterizo (1945-1955)

El Paso Times (1945-1955)

El Paso Herald Post (1945-1955)

Fichero hemerográfico de la Biblioteca Pública de El Paso, Texas, Estados Unidos de

América

 

 

[div2 class="highlight1"]Cómo citar este artículo:

MARTÍNEZ VELA, Marlon, (2012) “Ciudad Juárez entre aromas y olores: una aproximación histórica a mitad del siglo XX”, Pacarina del Sur [En línea], año 3, núm. 10, enero-marzo, 2012. ISSN: 2007-2309.

Consultado el Jueves, 28 de Marzo de 2024.
. Disponible en Internet: www.pacarinadelsur.comindex.php?option=com_content&view=article&id=373&catid=3[/div2]