Una opción liberadora: sujetos en resistencia[1]
El debate sobre el sujeto en América Latina ha superado la discusión que imponía la unilineal dirección que se centraba en el que ejercía una ciudadanía. América Latina ha demostrado históricamente que la construcción del sujeto es inherente a las prácticas que viven comunidades dentro de procesos diferenciados. No solamente agrarias si no también urbanas. Si bien la pregunta por el sujeto no excluye la opción individual, la construcción desde lo social y comunitario implica la realización de sus prácticas. Los procesos de resistencia de comunidades y movimientos sociales de América Latina han producido señas de otras opciones en función de una acción liberadora. Proceso que se acentúa con la crisis que vive el capitalismo y que ha conducido a plantear una inminente crisis civilizatoria.
Palabras clave: resistencia, movimientos sociales, sujetos sociales, globalización neoliberal
El modelo que se desvanece
En las décadas del sesenta y setenta del siglo pasado se volvió imperante el marxismo en las luchas políticas de la izquierda latinoamericana. La confrontación al capitalismo se situaba en los parámetros que había establecido la guerra fría. La apelación a una opción socialista en esta dirección no era más que el eco de las orientaciones soviéticas o chinas. Cuando a finales de la década del ochenta se cuestionó radicalmente la imposición del neoliberalismo; aun se seguía adscribiendo esta crítica dentro de esa polarización. Igualmente, la controversia política e ideológica de la izquierda se situaba dentro de la disputa entre reforma y revolución. El sujeto social por antonomasia era el proletariado, y los demás actores sociales de los procesos no eran más que aliados de este en la lucha por la transformación. Cualquier otra perspectiva era reformista, pequeño burguesa o defensora de los intereses de las clases dominantes.
La consolidación del capitalismo, bajo su forma radical del neoliberalismo, profundizó la concentración de la riqueza, las desigualdades sociales, la pobreza y miseria en el mundo. El entusiasmo inicial, proferido por los defensores del mercado y del consumismo a nivel internacional, no logró llegar siquiera a las tres décadas de existencia. El fin de la historia planteado por Fukuyama como la consagración inevitable del capitalismo no fue más que el toque de una trompeta echada al viento en un momento de morbosidad histórica. La caída del muro de Berlín, como símbolo del fenecimiento de los proyectos socialistas, auguraba que a la humanidad no le sería posible otra forma de sociedad más allá de aquella que consagra al individuo dentro de las leyes del mercado. La consideración de que allí se produciría una autoregulación que conduciría al bienestar y la felicidad de la humanidad no fue más que una propaganda ideológica con la cual se enmascaraba la fragmentación que se producía en la base social. El rito de la consagración de esta mirada fue puesto en escena a través de diferentes espacios que los poderosos fueron creando. El consenso de Washington. La Organización Mundial de Comercio. Las reuniones de los ocho países más poderosos; o de los veinte, en otras. Cada uno de ellos legitimándose así mismo como los únicos espacios del devenir de la humanidad.
La disminución del Estado condujo a la reducción de los aportes a la educación, la salud, y la seguridad social. La política de abandonar en las leyes del mercado la regulación de la economía de la sociedad condujo a desatender planes de vivienda, infraestructura para sectores sociales de bajos recursos y a relegar las políticas agrarias. El predominio del capital financiero y la concentración de la producción en grandes monopolios económicos pusieron en la calle cantidades de trabajadores y trabajadoras. Pequeñas, medianas, y hasta grandes empresas fueron cerradas por la turtuosa y a asimétrica inserción en la competencia. Inicialmente los países industrializados parecían embriagados por el crecimiento inusitado de sus empresas más fuertes. Ante los ojos de los magnates de los grandes monopolios económicos y de los políticos de sus países difícilmente se podría aceptar que esa complacencia fuera de corto plazo. Las protestas de Davos, Seattle, y Praga no eran más que los viejos cantos de sirena de predicadores de ideas que la historia ya había condenado. El Foro de Porto Alegre y el Foro Social Mundial, en sus diferentes menciones, ni siquiera fue para ellos una alerta o una premonición de que la crisis tocaba sus espaldas.
No obstante, la historia de la humanidad ha demostrado que los pueblos no se resignan a permanecer bajo el predominio de una tiranía o de un sistema social que le niegue condiciones mínimas para su supervivencia. Los ecos de las luchas revolucionarias otrora dirigidas por el marxismo, dieron paso a la protesta social bajo el signo de la resistencia. No necesariamente bajo la renuncia a hacer la revolución. Más bien, como la creación de espacios en los cuales aquella sea reinventada. Ahora, de una manera muy especial, porque nuevos sujetos y nuevos problemas aparecen en los escenarios de sus movilizaciones. Muchas veces con un mensaje de la inevitabilidad de una lucha universal otras, como producto de procesos específicos que no sólo responden al desenvolvimiento de la confrontación al capital y a su hegemonía cultural, sino también a la acumulación histórica de procesos sociales o a la reacción frente a políticas de las elites y clases dominantes de diferentes países.
Qué se puede decantar como principios o supuestos básicos de este tipo de resistencia? Es posible pensar que no hay un solo modelo de resistencia si no múltiples prácticas que se acreditan como tales? Cuáles son los sujetos de la resistencia y cuáles sus perspectivas? Es posible construir desde allí opciones de liberación que vayan más allá de las reivindicaciones inmediatas? Cuestionamientos que conducen a retomar el debate entre reforma y revolución pero ahora articulados dentro de un proyecto actual. Quiere decir esto, con los principios y fundamentos que se derivan de las movilizaciones actuales y de su articulación a las grandes utopías en que se ha debatido la humanidad. Pues no basta con la confrontación inmediata a los lastres del capitalismo si no se decantan las posibilidades estructurales que conduzcan a la trasformación social. Ejercicio en que se inscribe esta búsqueda. Una más entre las muchas que hoy se abordan en América latina.
Los sujetos del Imperio rompen el silencio
Cuando se produjo la destrucción de las torres gemelas en el 2011 toda la reacción Norteamericana se produjo contra el que se consideraba su enemigo exterior. La lucha contra el terrorismo se presentaba como la extirpación de un cáncer que carcomía la opción de futuro de la humanidad. La arremetida suicida contra el símbolo del poder capitalista mundial no fue vista como la forma extrema de la condena a un sistema mundial que anegaba a amplios sectores de la población en la pobreza y en la miseria. Fue visto más bien como un signo del mal que de no contenerlo militarmente se impondría sobre la mayoría de las sociedades. Lejos se estaba de advertir y de intuir que la condena a ese acto de barbarie y la confrontación a sus autores no ocultaba la crisis que ya se estaba incubando en los grandes países industrializados. Sólo siete años después, Estados Unidos se encontraría al borde del abismo en una de las más profundas de su historia, después de la que viviera en 1929.
Precedida de la que pocos años antes habían tenido países Asiáticos, ésta arrastró consigo a gran parte de los países europeos. Nuevas movilizaciones y protestas, y nuevos actores sociales se desplegaron por doquier. Las de inmigrantes tanto en Europa como en Estados Unidos. Las de damnificados por los cierres de fábricas y por los recortes de los servicios sociales del estado. Las de los afectados por las pensiones. La mayor parte de ellas en Europa; sin que el centro del capitalismo mundial fuera afectado. Sin embargo, Septiembre de 2011 pasará a la historia como el momento en el cual en pleno siglo XXI los propios habitantes del imperio confrontan el sistema económico y social que lo configuró como tal. Al recuerdo de los diez años del estremecimiento de Wall Street le siguió la toma de sus calles por hombres y mujeres, jóvenes y adultos mendigos y sin trabajo. No en acciones suicidas ni con el uso de ningún tipo de armamento; sólo denuncias y palabras, y la convicción de que este tipo de sociedad ha llegado a su límite.
Que el origen de la protesta se produjera en el centro económico mundial de mayor reconocimiento, no hace más que ratificar la justeza de los procesos de resistencia que se han configurado en el mundo. La tesis de una inminente crisis civilizatoria toma fuerza. No sólo por la protesta, muchas veces encaminada a garantizar la sobrevivencia, sino también porque todos los intentos de oxigenar el sistema han sido fallidos. Las luchas de resistencia se convierten, entonces, en una especie de esperanza para quienes se han negado a aceptar que sólo el capitalismo sea la sociedad deseable. Así lo expresa una de las movilizadas, Eva Mallony, en Wall Street: “Para muchos pensar en que se puede corregir el sistema es una utopía, pero para los que estamos aquí, herejía sería no morir en el intento”.[3]
De lo cual se deduce que estas acciones colectivas decantan procesos que la humanidad acumuló en la historia del capitalismo. No simplemente se movilizan por la recuperación inmediata del trabajo, o de la casa que se perdió en la hipoteca. Van mucho más allá identificando aspectos estructurales que se requieren transformar para lograr una sociedad diferente: “Además de que se depure el sistema debemos reformular el sentido de riqueza que tenemos como sociedad. En el momento en que encontremos la felicidad por fuera del consumo dejaremos la ansiedad por acumular mas y mas”[4]. Cambiando los parámetros en relación con los sujetos políticos y sociales; pues se asumen de una manera que incluye al conjunto de la sociedad: “Somos una revolución inclusiva donde todos tienen que proponer y eso toma tiempo”. Y agregan: “Porque no se trata de si usted es rico, pobre, mujer, homosexual, residente, inmigrante, gringo, ruso o peruano, esta es una lucha del noventa y nueve por ciento por desterrar el cáncer del interés corporativo de nuestra sociedad”[5]. Articulándose así a los principios que recorren muchos países europeos, y, en parte, desde otra orilla, pregonados por pueblos del Oriente Medio. Y no de menor manera, a los que levantaron los pueblos de América Latina al acceder a los gobiernos o incidir en ellos, y a la mirada de sujetos sociales que optan por una acción liberadora.
Surcos de resistencias en América Latina
América Latina entró en los procesos de resistencia de manera disímil y asimétrica. La revolución Cubana en 1959, el triunfo de Allende y su gobierno socialista, al iniciar la década del setenta, y la revolución Nicaragüense en 1979 establecieron hitos en los procesos de la lucha política y del desarrollo intelectual. De la misma manera, el militarismo que se produjo en diferentes países dejó una secuela inolvidable en la menoría histórica, pero a la vez, obligó a una trasformación de la representación que la izquierda se hacía del estado y de la democracia.[6] De tal manera que las experiencias socialistas aportaron fundamentos relacionados con la construcción de la democracia como la complejidad de la relación entre el poder y el estado, y la resignificación de los sujetos de la trasformación. El tránsito de las dictaduras a la democracia introdujo nuevos significados de la institucionalidad, una revaloración de los llamados pactos sociales pregonados por el contractualismo y una irrupción de sujetos sociales como nunca antes se había visto en el continente. El foro de Porto Alegre, entonces, no es solamente la reacción a los impactos del neoliberalismo si no también, un resultado de la dinámica de los pueblos de la región.
Los procesos de América Latina no se restringen al marco anteriormente expresado. Sociedades y países con una alta composición indígena como Bolivia, Ecuador, Guatemala, Perú y México registran en su memoria cultural y política, procesos de resistencia desde la invasión española a estos territorios. Lo hicieron también grupos étnicos de menor población en todos los países renunciando a ser arrasados por la hegemonía colonial y explotadora. Pueblos y culturas que se negaron a interiorizar y adoptar las formas de dominación colonial que les impusieron. Comunidades que se aliaron con la cruz para evadir el flujo arrollador de la Iglesia Católica. Logrando mantener su lengua, su relación cosmogónica con la que calificaron la madre tierra, y múltiples símbolos y ritos que pervivieron a pesar de la barbarie y de la devastación. Su voz por tantos años acallada se hizo palabra y acción a lo largo de estas dos últimas décadas. Si antes sus reivindicaciones y principios se diluyeron en la conjugación que hacían con los procesos de la izquierda latinoamericana, ahora emergían con signos y banderas propias. Sin que con ello exprese su marginación del caudal de las resistencias que fluyen por doquier.
Un pregón mexicano
En el amanecer de 1994 se lanzó un grito que se hizo eco replicado en múltiples rincones del planeta. No solamente se tomaba como símbolo de confrontación al neoliberalismo, al hacerse justamente el día en que México suscribía acuerdos para el Tratado de Libre Comercio con Canadá y Estados Unidos. El EZLN izó sus banderas a nombre de las comunidades indígenas mexicanas cuyo rostro era ignorado e invisivilizado. Los pasamontañas dejando entrever sólo su mirada puesta en el horizonte de una sociedad posible, y sus labios que proclamaban al mundo la vigencia de su palabra, se aunaban al grito de guerra que se declaraba desde el Sur de la nación Mexicana. Sabedores de que su lucha no podía darse aislada de aquellas otras que hilvanaban muchos pueblos en el universo, hicieron de su nicho un núcleo de la protesta mundial. Pues a la confrontación del neoliberalismo le fue congruente el cuestionamiento de la forma de democracia que imperaba en su país. Primero porque consideraba que la de su país no lo era, o sólo lo era a medias. A la vez, porque lo que se erigía como democracia había entronizado el neoliberalismo como signo de muerte y de destrucción. La centralización en que se cimentaba no hacía más que desconocer la participación comunitaria y ciudadana y la pluralidad étnica, cultural y regional. A nombre de ella se había construido todo tipo de autoritarismo y de verticalidad. Por ello proclamaban “Democracia, libertad y justicia para todos los mexicanos”. Con su grito se despertaron los sueños que recrean utopías, se avivaron esperanzas de que otro mundo es posible.
Aquí el sujeto de la resistencia pareciera refundirse en su origen. Pueblos indígenas que vacían la memoria de sus resistencias acumuladas. La tierra, sus culturas, sus saberes, puestas en igual plano de aquellas que asumieron que sólo las suyas podían existir. Practicas comunitarias milenarias expuestas ante el mundo como formas posibles de profundización de la democracia. Aquella que viene desde abajo. Esa que luego aplicaron en los municipios de los caracoles zapatistas. El cambio permanente de autoridades realizado en los municipios que están bajo su control. Una versión permanente de la pluralidad. De lenguas, de vestidos, de colores, de ritos, de artesanías. Un arco iris fluyendo en el devenir cotidiano se sus vidas. Una relación con la naturaleza, no de conquista, no de utilidad, no de mutilación, no de devastación. Una naturaleza que dialoga con los sujetos que la habitan y que nutre y que se hace sujeto de derechos.
Sólo esto bastaría para admitir que sus señas oxigenan los procesos de las trasformaciones posibles. No obstante ello, sin teorizar sobre la interculturalidad, la hacen efectiva. Pues, admiten que sólo en el encuentro, en el diálogo con otras prácticas y culturas, se hace posible la realización de sus propósitos. Y no solamente frente al inmediato hermano de su propia sobrevivencia: el campesino. Sino también frente a ese torrente de hombres y mujeres, de negros y mestizos, de obreros y destechados, de lesbianas y homosexuales, de ecologistas y pobladores urbanos. Son aquellas que define como,
“Bolsas de resistencia que se multiplican. Cada una de ellas tiene su propia historia, sus diferencias, sus igualdades, sus demandas sus luchas, sus logros. Si la humanidad tiene todavía esperanzas de supervivencia, de ser mejor, esas esperanzas están en las bolsas que forman los excluidos, los sobrantes, los desechables. (…) Hay tantos modelos como resistencias y como mundos hay en el mundo” En esto de las bolsas, como en las resistencias, la diversidad es riqueza”[7].
El encuentro con los otros y las otras da cabida a la estructuración de principios que van más allá de las reivindicaciones o propósitos de las comunidades en que se origina la resistencia. Abre el espacio para darle contenido a un proyecto que puede inscribirse dentro de la construcción de una utopía de liberación. Pues no se trata solamente de lograr paliativos para reformar la forma hegemónica de dominación cultural, política y económica. Es la puesta en juego de principios y valores de los cuales puede devenir un nuevo proyecto social. Es la consideración que sin trasformaciones radicales de nuestras sociedades no podrían darse señales de que los pueblos marchan hacía formas de vida más equitativas e igualitarias. Es la aceptación de que el individuo sin entorno social, sin comunidad pierde su razón de ser como ser social. Los acuerdos iniciales con el grupo insurgente así lo resaltaba: “Debe considerarse la naturaleza colectiva de los derechos de los pueblos indígenas, dimensión que no puede incluirse en los derechos individuales”[8]. Es la admisión de que las leyes del mercado solo regulan relaciones entre cosas, bienes, mercancías. Que el consumismo al cual nos arroja no hace más que relegar la dimensión humana de las relaciones entre las personas. Invierte la apropiación de los bienes para darle sentido y significado a la vida humana por la de una conducta delirante en que el sujeto nunca se sacia con las ofertas constantes y cambiantes que le ofrece el desarrollo de la tecnología y de la industrialización. Es la radical propuesta de que la depredación de la naturaleza llego a su fin, porque de no aceptarlo sería el fin de la misma humanidad. No es entonces una liberación que se circunscriba a un sujeto, el proletariado, para su realización. Es aquella que no lo excluye pero reivindica la multiplicidad de sujetos que pueden lograrla. El cómo y el cuándo no son prescritos a priori, ni tampoco los sujetos susceptibles de entrar en ella.
El rastro del sur
Queda consignada así la existencia de múltiples resistencias. Aun de aquellas protagonizadas por comunidades y organizaciones indígenas. En efecto, si nos detuviéramos en las que se produjeron en Ecuador, y Bolivia, encontraríamos sus diferencias, pero igualmente, sus proximidades. Un movimiento ecuatoriano cuya expresión visible se produjo con las movilizaciones que condujeron a la renuncia o destierro de varios gobernantes. Detrás de sí estaba la confrontación centenaria a múltiples formas de colonialismo, racismo y explotación. En sus movilizaciones se percibía la fuerza de culturas que habían trascendido la herrumbre de los tiempos. En sus prácticas devenían múltiples formas de organización comunitaria que dejaban atónitos a quienes desde la cultura occidental observaban el despliegue de miles y miles de indígenas que parecían enjambres en los cuales no había lugar para el tropiezo ni la pérdida de sus caminos.
La confrontación al autoritarismo, la corrupción, la aristocracia, el patrimonialismo de estado, buscaban desestructurar una hegemonía que históricamente nunca los incluyó en su proyecto de nación. Esbozaba principios que le dan un nuevo contenido a la democracia. Más bien, postulaban la opción de construcción de otra democracia. Aquella que tiene en cuenta la plurietnicidad y la pluriculturalidad. De allí partió también la lucha por la plurinacionalidad. Principio que luego fuera incorporado como mandato constitucional. Una democracia incluyente que rompa con las formas de colonialidad y racialidad predominantes. Que genere formas de participación en que la pluralidad sea incluida.
Inscritos en las luchas de resistencia internacional al neoliberalismo, el movimiento indígena Ecuatoriano confrontó en 2004 los acuerdos tendientes a establecer un tratado de libre comercio con los Estados Unidos. Desde el 2000 se habían opuesto al Plan Colombia que identificaban como una forma de militarización de la región, bajo el mando del imperio norteamericano y con ello la posibilidad de propiciar la ejecución de macroproyectos favorables al gran capital y una ampliación del control de toda el área amazónica. Ya desde 1999 el comando sur de los Estados Unidos había instalado una base militar en su país, en Manta, sustituta de la que existía en el canal de Panamá, desalojada por presiones del gobierno panameño. De tal manera que su confrontación al capital, a través de su modelo neoliberal no sólo se ocupaba de sus implicaciones económicas, en un país exportador de petróleo, sino también de las políticas y acciones militares producidas desde la máxima potencia económica y militar mundial. La asociación entre economía y política era clave porque daba cuenta de que la regulación económica del mercado iba acompañada de una siniestra estrategia militar. Implicaba también un claro contenido humano por la paz. Es decir, el reconocimiento de que la opción de la trasformación social obliga al establecimiento de reglas de juego que posibiliten la solución negociada de los conflictos.
Le es común a los otros procesos de resistencia el principio de una relación equitativa con la naturaleza. La tierra, concebida como la pacha mama, es el centro de su cosmogonía de su visión del mundo. Y a través de ella el conjunto de la naturaleza adquiere vida, y en ella una repuesta a la degradación a que ha sido sometida por el imperio de la utilidad en las relaciones de mercado. Desde allí se deriva otro horizonte en relación con los proyectos y programas que deben realizarse para producir un buen vivir. La propia noción de desarrollo entra en conflicto porque se descarta el sometimiento de la naturaleza. No se concibe como una linealidad o un proceso evolutivo al que la humanidad homogéneamente debe llegar. El buen vivir proviene de una relación equitativa con la naturaleza e igualmente con aquellos que conforman la sociedad. Se da por descontado descartar que un grupo determinado de la sociedad imponga a los demás lo que considere que sea válido para ella. Su criterio de la felicidad no puede ser el del conjunto de la sociedad. Tampoco quiere decir que se niegue la opción del reconocimiento de unos mínimos en que se posibilite la convivencia.
Desde esta perspectiva se identifica claramente una deuda con procesos de la izquierda marxista al reconocer que una sociedad en que predomina el capital, inevitablemente tendrá a gran parte de la población bajo formas de explotación. En cuanto tal, en el ejercicio de resistencia se producirá su participación en cuanto la conforma como tal. Es decir, de una manera diferenciada. A la vez, como parte de un proceso en que los principios y estrategias de otros también pueden confluir en un proyecto común. No se trata pues de una perspectiva que muchos pudieran calificar de indigenista. Es más bien la incorporación de procesos que alientan su propia lucha y la adscripción a prácticas que fortaleciendo las luchas de otros dinamiza la suya propia. Esta consideración hace que en ese proceso se incorporen sindicatos y organizaciones gremiales que en su lucha contra el capital convergen con aquellas en que ellos también la efectúan. De allí que su participación en diferentes sesiones del foro social mundial y su articulación con los encuentros regionales que se enfrentan a los tratados de libre comercio, sean parte significativa de su propio proceso de resistencia.
De igual manera, el paso de una lucha contestataria contra el capital y las formas excluyentes, coloniales y autoritarias del estado, al establecimiento de alianzas con un gobierno amigo en un principio, el de Rafael Correa, y su participación en una asamblea nacional constituyente los sitúa en condiciones diferentes en relación con la resistencia. Aun con los conflictos que el movimiento indígena ecuatoriano tiene hoy con el gobierno de Correa hay una diferencia del proceso en cuanto, quiérase o no, hay una forma más directa de interlocución con el estado. No sin mayores problemas, porque hay sectores del mismo movimiento indígena que han sido asimilados a las dinámicas institucionales del gobierno. Lo cual comporta contradicciones en su interior que necesariamente conducen a fraccionamientos dentro de sus propias organizaciones. Pareciera que el mismo gobierno estuviera interesado en ello. Por lo menos eso es lo que se interpreta desde la dirección de los movimientos sociales. Explicable si se tiene en cuenta que en el ejercicio del control del estado, como en todas las prácticas sociales, se ponen en juego relaciones de poder. Evidentes en este caso; pues si bien Correa accedió a la presidencia como producto de las movilizaciones indígenas efectuadas en años anteriores a su elección, su candidatura no se produjo a nombre de su máxima organización, la CONAIE. De igual manera, al mandatario no se le conoce vinculaciones a procesos sociales de mayor importancia. Por eso su proclamación de un gobierno dirigido por el llamado socialismo del siglo XXI no tiene un precedente en su propia formación académica, ni tampoco una valoración precisa de la pluriculturalidad y de la interculturalidad.
Por lo tanto, es un juego de fuerzas en que en una dirección se impone la lógica de la centralidad del estado y, en otra, la de las fuerzas sociales desde la vida y organización propias de las comunidades. Para el gobernante es imperativo establecer diálogos con las fuerzas sociales porque hacerlo legitima su reivindicación de un socialismo. Sin embargo, las reglas del ejercicio del gobierno no se circunscriben únicamente a las demandas y posibilidades internas del país, por lo cual efectúa restricciones a las exigencias de los movimientos sociales. De igual manera, las alianzas para mantenerse en el gobierno van más allá del respaldo que ellos puedan brindar. La trasformación de la institucionalidad no necesariamente incorpora las trasformaciones que la base social está exigiendo. La resistencia entonces sigue produciéndose en cuanto tal; puesto que el acceso a la institucionalidad del estado solamente proporciona fragmentos de aquello que es su razón de ser.
Cabria incluso preguntarse si le es inherente a todo tipo de estado y de sociedad la existencia de diferentes tipos de resistencia; pues el orden estatal y los intereses generales de una sociedad subordinan o relegan muchas de las expresiones propias de su carácter plural. El fracaso de la pretensión de homogenizar a la sociedad producida por el modernismo y el liberalismo europeos así lo confirman. El origen y desarrollo plural de las sociedades no han hecho más que hacer emerger múltiples derechos que se inscriben en la especificidad propia de sus demandantes, no necesariamente identificadas con un proceso u ordenamiento colectivos.
Qué significa entonces resistir. En este ámbito hay un espacio autónomo en que se efectúa su propio ejercicio. Aquél que proviene de una memoria histórica y cultural en que confrontaron el ejercicio de dominación, pero a la vez produjeron y reprodujeron sus propias condiciones de vida cultural y comunitaria. Por eso no sería reexistencia, porque no se trata de volver a existir. No es la vuelta a un pasado que arcaicamente se quiera recrear en el presente. Tampoco es la aceptación de una inexistencia en los periodos más cruentos de su subordinación. Al contrario, si hay resistencia es porque hay vida porque se existe. Porque se tiene la fuerza suficiente para enfrentar o eludir al dominador y para producir y reproducir aquello que se quiere eliminar.
Una resistencia dentro del Estado y contra el Estado
Es, quizá, el proceso boliviano el que puede dar pautas más definidas acerca de los procesos de resistencia que acceden al control del estado. En una sociedad mayoritariamente indígena, sometida a ejercicios de dominación coloniales desde la invasión española la memoria cultural y social fluye en múltiples direcciones. En muchas de ellas, similares a los otros procesos de resistencia que comprometen a comunidades indígenas. De allí la defensa de principios como la autonomía, la autodeterminación, el territorio, la cultura. En un aspecto más especifico, la plurinacionalidad. En otras, se articula con los procesos que confrontan al capital y a su expresión actual al neoliberalismo. En ese país el movimiento sindical fue abanderado de significativas luchas; lo cual hizo inevitable su encuentro con los movimientos políticos marxistas. Por eso varias organizaciones y grupos indígenas a un hoy son deudoras de sus postulados.
Su tradición cocalera en su vida cultural fue utilizada por el narcotráfico internacional para el abastecimiento de sus mercados. A la vez, la confrontación efectuada por el imperio estadunidense a los productores de coca y a los miembros de las redes internacionales del narcotráfico condujo a las luchas de los cocaleros indígenas por la defensa de su cultivo ancestral. De esa manera, la lucha contra el imperio fue práctica. La experiencia directa les permitió vivir cuánto puede hacer un imperio para imponerse. A su vez, condujo al fortalecimiento de sus comunidades y de sus formas organizativas. Articulado con la lucha contra la venta del agua a empresas extranjeras y con la defensa de los recursos naturales los colocaba directamente en una confrontación contra el capital. La resistencia, entonces, integraba sus propias demandas como grupos indígenas con aquellas que confrontaban directamente al capital y al imperio.
Dentro del acumulado histórico no puede dejarse de lado la experiencia nacionalista de la década del cincuenta del siglo pasado. Pues, “Desde 1952, la historia del poder es también la historia de conglomerados populares, de los sindicatos, pero nunca como modo de aplicación misma del poder, sino tan sólo como regulación de sus atribuciones, de su extensión, de su eficacia”[9]. Quiebre en la historia que se constituyó en una gran experiencia para el movimiento indígena y los movimientos populares. Ampliadas posteriormente con las constantes movilizaciones y confrontaciones en las luchas de los cocaleros. Experiencias que se refrendarían en 2006 cuando las organizaciones indígenas logran una mayoría en el congreso. Preámbulo para el acceso mayoritario al gobierno en cabeza del líder indígena Evo Morales.
La resistencia comunitaria indígena adquiere así una connotación particular porque no solamente se queda en el nivel contestatario, sino que logra el acceso a la instancia máxima de poder. Los principios y reivindicaciones se convierten en un elemento básico de construcción de poder. Ya no es sólo el ideal o la utopía es la opción de concretar aquello que fue el centro de la resistencia. En este caso, con los aspectos básicos que se materializan en un proceso constitucional. En efecto en él se materializó la autodeterminación, el autogobierno, la plurinacionalidad, la interculturalidad, el valor del poder comunitario, la participación y la descolonialidad. Se consagraron las libertades que la humanidad ha conquistado, y se declaró la independencia del estado de todo tipo de religión.
El acceso al poder del estado no garantiza por sí la realización de los principios y programas que motivaron la resistencia. Mucho más si se tiene en cuenta que obtenerlo no fue a través de un proyecto revolucionario que se impusiera sobre el conjunto del estado y de la sociedad. El hecho de que la mayoría de la sociedad boliviana sea indígena no le otorga al gobierno el poder de imponer una hegemonía avasalladora. La misma diversidad de grupos indígenas obliga al establecimiento de consensos, no fáciles de lograr entre grupos con experiencias tan radicales. La existencia de campesinos, clase media y sectores empresariales obliga a comprender que se gobierna para todos ellos y que inevitablemente quedaran por satisfacerse muchos de los principios y reivindicaciones que harán obligatoria la vigencia de la resistencia. Cabría incluso plantearse si bajo esta modalidad, habrán fuerzas sociales que trasladan al gobernante la realización de formas de resistencia ante las asimetrías que se producen en la geopolítica y la economía internacional.
Si el acceso al gobierno por la vía institucional no garantiza la realización total de los objetivos de la resistencia, y sí aun un triunfo revolucionario tampoco los concreta, podría afirmarse que aquella es inherente a la propia condición humana. La insatisfacción individual y colectiva la mantiene. La subyugación, sometimiento o subordinación, la hacen imprescindible. En el campo político de las relaciones de fuerza, de las luchas por el poder, el ejercicio de la resistencia se constituirá en factor indispensable para garantizar la no permanencia de las hegemonías. En un mundo con predominio del mercado en que hasta los mismos seres humanos son tratados como cosas habrá reacciones de quienes se niegan a entrar en sus redes.
Se trasciende así el campo restringido de la resistencia a actores sociales circunscritos en grupos étnicos. Más bien, sus demandas y su memoria histórica y cultural serán factor suficiente para incentivar otras luchas y procesos. Así lo han demostrado las dinámicas de América Latina. Con disimiles experiencias, pero concurrentes en muchos de los objetivos que se proponen. Coincidentes con la confrontación al capitalismo y a su modalidad actual el neoliberalismo. Dejan de lado las propuestas de los partidos. Coadyuvan más bien a su fenecimiento. No se sienten representados en ellos. Son más bien el signo de la corrupción y del agotamiento del estado. Se expresan entonces a través de los movimientos sociales que le dieron vida y sostenibilidad. Su formación diversa hace que diversos sean sus caminos y múltiples sus propósitos. Lo cual conlleva a dificultades para su unidad y, contradictoriamente, a una fuerza inusitada cuando la logran. A su vez es fuente de recreación permanente de múltiples opciones para darle continuidad. Factores que explican el poder de que se han hecho dueños.
Las señas que abren camino
La filosofía política se recrea permanentemente con los discursos y saberes que emanan de sus diferentes procesos. Repensar la comunidad no nos circunscribe a aquellas centradas en los grupos étnicos. Sí hasta el liberalismo ha pensado lo comunitario como una forma de reformular el estado,[10] podría concluirse que lo comunitario también se produce en poblaciones campesinas y urbanas con características claramente diferenciadas y diferenciadoras. Referencia que reinventa el ejercicio de la ciudadanía en cuanto que desde allí se propicia una participación directa en la definición de políticas estatales y, por tanto, la preeminencia de funciones colectivas por sobre las individuales o de grupo. El campo propio del poder es cuestionado; pues se descentra el Estado para multiplicarlo por la pluralidad de espacios en los que devienen los individuos, las organizaciones, y las comunidades. El “mandar obedeciendo” zapatista es un replanteamiento del poder que rompe con la burocratización y la centralización del ejercicio del poder estatal. Lo disemina, a su vez en la pluralidad de opciones que la misma sociedad presenta. Sin que necesariamente conduzca a la anarquía porque los principios de unidad y de cohesión social prevalecen garantizando los fines colectivos.
Lo mismo podría decirse de la autonomía. Sí bien la referencia inmediata se dirige a la que reclaman las comunidades indígenas, también se orienta a la que reivindican muchos sectores organizados de las sociedades. La interculturalidad se desprende a su vez de la afirmación de la pluralidad y de la plurinacionalidad. La misma constitución boliviana la incorpora como un mandato. Lo cual la inscribe dentro de la institucionalidad estatal, otorgando con ello una fuerza que la generaliza al conjunto de la sociedad. El reconocimiento del otro no es simplemente un imperativo ético, lo es también político puesto que implica aceptarse en la diferencia, y, en cuanto tal, asumir que cada cultura tiene derecho a existir y que ninguna puede sobreponerse sobre las demás.
Se concluye, entonces, que no hay un cierre a las opciones de liberación. Al contrario. Lo que nos enseñan estos procesos es que son múltiples los insumos para su construcción. No para hacer borrón y cuenta nueva, como muchos quieren pregonarlo. Más bien es la posibilidad de recrear lo que los pueblos crean día a día en su lucha contra las injusticias, la miseria, la pobreza, la explotación y la hegemonía colonial. En esa dirección América Latina dejo de ser copia, réplica de Europa, para asumir su propio destino. Retomando a Mariátegui: “Creación heroica”.
Notas:
[1] Una primera versión de este texto fue presentada como ponencia en el VIII Congreso de Pensamiento Latinoamericano, efectuado en la Universidad de Nariño. Pasto, Noviembre 2, 3, y 4 de 2011.
[2] Doctor y Magister en Estudios Latinoamericanos de la UNAM. Licenciado en Educación y en Filosofía de la Universidad del Valle, Cali, Colombia. Profesor jubilado de la Universidad del Cauca, Popayán, Colombia. Evaluador y director de tesis del Doctorado en Estudios culturales de la Universidad Andina Simón Bolívar de Quito. Profesor de las Maestrías en Ética y Filosofía Política, y Estudios Interdisciplinarios del desarrollo de las Facultades de Ciencias Humanas y Ciencias Contables, Económicas y Administrativas de la Universidad del Cauca. Cotutor de tesis de la Maestría en Humanidades de la Universidad Autónoma del estado de México. Autor de los libros: Las Huellas del socialismo. Los discursos socialistas en Colombia 1919-1929; Satanización del comunismo y del socialismo en Colombia, 1930 1953; Mariátegui y su revalorización de la política. Autor de artículos en libros, páginas web, y revistas de Argentina, Australia, Colombia, Cuba, Ecuador, El Salvador, México, Perú, y Venezuela.
[3] Alvaro Corzo V, una noche en la plaza de la Libertad. El fin de una generación apática sin esperanza en el futuro y mucho menos en su destino político, podría estar a la vuelta de la esquina. Día 22 de la ocupación de Wall Street. El Espectador, Octubre 9, de 2011, p. 24).
[4] Ibídem.
[5] Ídem, p. 25.
[6] Véase Evelina Dagnino, “Cultura, Ciudadanía y Democracia: los discursos y prácticas cambiantes de la izquierda latinoamericana”. En Arturo Escobar, Sonia E. Álvarez y Evelina Dagnino (Ed.), 2001: Política cultural y Cultura política, Bogotá: Taurus. En la dirección propia de la percepción que la izquierda se hizo sobre los Derechos Humanos por la persecución en los regímenes militares está el artículo “Democratización y servicios legales en América Latina” de Joaquim Falcao. En Falcao Joaquím y otros, 1986: Los Abogados y la Democracia en América Latina. Quito: ILSA.
[7] EZLN. Siete piezas sueltas del rompecabezas mundial. El neoliberalismo como rompecabezas: La inútil unidad mundial que fragmenta y destruye naciones, México, Junio de 1997.
[8] Iniciativa de Ley COCOPA, presentada por Jaime Martínez Veloz en la Tribuna del Congreso de la Unión, el 9 de Abril del 2002, con el respaldo de 168 Diputados Federales del PRD, PRI, PT, PC, PVEM y PAS.
[9] García Linera, Alvaro, 2009: La Potencia plebeya. Acción colectiva e identidades indígenas, obreras y populares en Bolivia. Bogotá: siglo del hombre y CLACSO.
[10] Véase Dworkin, Ronald, 1996: La comunidad liberal. Bogotá: siglo del hombre y U. de los Andes, pp: 133-185.
[div2 class="highlight1"]Cómo citar este artículo:
JARAMILLO SALGADO, Diego, (2012) “Una opción liberadora: sujetos en resistencia”, Pacarina del Sur [En línea], año 3, núm. 11, abril-junio, 2012. ISSN: 2007-2309.