Ethos disidentes en el campo intelectual argentino. Los debates de Jorge Gumier Maier contra la izquierda desde El Porteño[1]

The dissident Ethos in the argentine intellectual field. Debates of Jorge Gumier Maier against the leftist politics from El Porteño

Ethos campo argentino dissidente intelectual. Discussões de Jorge Gumier Maier contra a esquerda de El Porteño

Mariana Cerviño[2]

Artículo recibido: 16-02-2013; aceptado: 25-03-2013

El Porteño  en el espacio de las revistas opositoras

Luego de sus intervenciones en El Expreso Imaginario, en el año 1984 la firma de Gumier Maier reaparece en la prensa escrita, esta vez en las páginas de El Porteño.  El primer número de esta revista aparece en enero de 1982, en momentos en que el régimen militar había comenzado a debilitar sus medidas represivas sobre el campo cultural y variadas expresiones comenzaban a pronunciarse sobre los problemas que se presentaban como políticamente significativos, a comienzos de los años ochenta. Contemporáneamente a ésta se editan otras revistas que pueden compartir intereses y público, pero que configuran espacios diferenciados dentro del espacio de las revistas culturales del período. Algunas de ellas se encuentran ligadas a la tradición de humor político donde se destacan las creadas por Andrés Cascioli, como el caso de El Péndulo creada junto a Oscar Blotta en 1972, o Humor Registrado (1978), en las que hay fuerte presencia de la historieta o El periodista de Buenos Aires, también de Cascioli.

De aquella línea que nace en los años sesenta, combinando esoterismo, orientalismo y ecología –entre las que se destaca Eco contemporánea realizada por los escritores Antonio Dal Masetto y Miguel Grinberg entre 1961 y 1969– persiste Mutantia, también de Grinberg, que aparece entre 1980-1987. Pero esta tendencia, que en los sesenta aglutinaba a una significativa audiencia, será residual en este nuevo período, que incita a la elaboración de opiniones acerca de los nuevos problemas que se presentan, marcando un nuevo estado del campo de las revistas de Buenos Aires. Este cambio es el que marca la evolución de algunos intelectuales, como Jorge Gumier Maier, como así también la distancia entre  El Expreso Imaginario, y el nuevo universo de ideas que nuclea El Porteño.

El Porteño forma parte de la oposición al régimen que en este período tiene lugar en un espacio de circulación de las revistas culturales. Dentro de este conjunto, comparte rasgos con algunas de las publicaciones que se encuentran más cercanas al campo académico. Aunque pueden compartir determinado público intelectual, se encuentra a distancia de otras que se dirigen a una audiencia más restringida, como la revista Sitio, cuyos integrantes pertenecen a un ámbito que oscila entre este y el campo literario, que publica siete números entre 1981 y 1987 (Patiño, 1997: 27).[iii] También en diálogo con la academia, aunque en menor medida con el mundo literario –objeto de sus críticas, pero no partícipe de su grupo editor– debe mencionarse a Punto de Vista; creada en 1978, se mantiene en estos años de censura como un referente de grupos intelectuales que excede a los especialistas. Al aproximarse el fin del régimen de la dictadura militar, a principios de 1981 la revista se encuentra en condiciones de expandir su ámbito de circulación en el campo cultural argentino y al mismo tiempo incorporar colaboradores que provenían del exilio con su agenda propia de problemáticas. Punto de Vista pone en circulación otros discursos que desde la crítica cultural y la teoría literaria hasta la reflexión sociológica y la historia cultural mantienen una posición intelectual refractaria a los discursos autoritarios, no solo políticos sino propiamente culturales (Patiño, 1997: 9).


Imagen 1. El Porteño núm. 1, enero de 1982. Año 1. Portada

En cambio de estas dos, aunque están presentes la crítica de libros y las entrevistas a escritores El Porteño se dirige a una audiencia más vasta y más heterogénea que aquéllas, lo que la acerca, por su masividad, a la revista Humor, desde donde se despliega un discurso cultural disidente cruzado con la sátira y el registro humorístico, que supo ser tolerado por la dictadura, aunque no sin sobresaltos. Todas ellas reflejan desde distintas posiciones un particular estado del campo intelectual, marcado por el retorno de la democracia.

En efecto, a partir de la democracia política y el estado de derecho, entre 1983y 1987, las posiciones en el campo cultural argentino tienden a recolocarse en función del nuevo lugar que ocupan los intelectuales en el escenario político democrático. Una serie de cuestiones se presentan como perentorias. Tal como señala Roxana Patiño:

La profunda reforma de las relaciones entre cultura y política que se produce por esos años forma parte de este mismo proceso. Luego de una larga hegemonía de la cultura política de izquierda en el campo intelectual –que arranca a mediados de los cincuenta y se prolonga hasta principios de los ochenta–, se plantea un conjunto de cuestionamientos a sus contenidos que provienen del mismo sector de la izquierda. El nuevo escenario no es ya un espacio hegemonizado por el autoritarismo pero, al mismo tiempo, tampoco es un espacio frente al cual los intelectuales que provenían del peronismo y la izquierda pudieran seguir desplegando, sin una reflexión crítica previa, el mismo fundamento revolucionario que había legitimado las prácticas culturales durante los sesenta y setenta […]. La recolocación de estos intelectuales y los escritores respecto de una nueva cultura política democrática será uno de los principales ejes del cambio cultural del momento, ya que la reestructuración total o parcial de sus tradiciones ideológico-políticas genera una crisis de los paradigmas estético-culturales hegemónicos y una redefinición de la idea de cultura, de sus relaciones con la política, del lugar y la función del intelectual (Patiño, 1997: 6).

Siguiendo esta línea de análisis, interesa destacar los nuevos tópicos alrededor de los cuales se pronunciarán los distintos núcleos de intelectuales representados por las revistas que mencionamos, espacio donde, recordemos, se ubica en este momento Jorge Gumier Maier como colaborador de El Porteño.

En primer lugar, se hace presente la «cuestión de la democracia». Esta problemática posee varias aristas. Por un lado, la democracia se define en contraste con el gobierno militar que ha finalizado, pero, sobre todo por oposición a un código social heredado, cuya vigencia continúa más allá del cambio de régimen. Se hace necesario recuperar el debate intelectual, reconstruyendo una esfera pública obturada por la censura y represión de los años de la dictadura. Desde las páginas de estas revistas, y en particular de El Porteño, no cesará de señalarse la persistencia de patrones autoritarios internalizados tanto en las instituciones oficiales como en las interacciones de la vida cotidiana.

En segundo lugar, se desprende de la revalorización de la legalidad democrática, el procesamiento de la crítica al régimen anterior en términos de la problemática de los Derechos Humanos, para el proceso de juzgamiento social, legal y político sobre los crímenes de la dictadura militar. Esto supone su cumplimiento, en particular, sobre las víctimas de terrorismo de estado. Pero también habilita una discusión acerca de su extensión hacia otros grupos minoritarios.


Imagen 2. El Porteño Núm. 20, Agosto de 1983.

En tercer lugar, un conjunto de temas se vinculan con la crítica –o autocrítica, según el caso– acerca de la militancia de los setenta, que se articula con una crisis internacional de la izquierda. Tiene lugar un cuestionamiento de los espacios militantes que han ocupado lugares centrales en la vida política de los setenta que se manifiesta tanto en un nivel teórico-doctrinario, como cultural y estético. Siguiendo un poco más el argumento de Patiño, la autora sostiene que tanto a aquellos intelectuales que provenían del peronismo, como de los partidos políticos de izquierda, se les impone la necesidad de desplegar una reflexión crítica «acerca del mismo fundamento revolucionario que había legitimado las prácticas culturales durante los sesenta y setenta»[iv]. A esta crisis se refiere en los siguientes términos:

Luego de una larga hegemonía de la cultura política en el campo intelectual –que arranca a mediados de los cincuenta y se prolonga hasta principios de los ochenta–, se plantea un conjunto de cuestionamientos a sus contenidos que provienen del mismo sector de la izquierda (Patiño, 1997: 41).

Como se dijo, El Porteño forma parte de un universo de debates que definen los ejes de división del campo, al tiempo otros de sus elementos trazan una continuidad con la década anterior. Recupera asimismo problemáticas de El Expreso Imaginario. Aparecen en su primer número artículos cobre ecología, la cuestión indígena y la anti-psiquiatría de Alfredo Moffat. El arte tiene asimismo un lugar destacado: una entrevista a Berni realizada cinco días antes de morir–, y notas extensas sobre estilos musicales de escasa divulgación como la referida al jazz argentino con una entrevista al músico “Mono” Villegas.

Otros artículos de esa primera aparición marcan, por el contrario, un cambio de época, como el análisis de actualidad política de Inglaterra y de Polonia, o el informe sobre emigración, vinculado a razones económicas y políticas, consecuencia del período político militar, aún vigente. Completan el número 1 una variedad de investigaciones periodísticas, centradas en la producción cultural, abarcando un espectro que puede interesar al público común, no iniciado, pero también al público entendido: la relación entre arte y tecnología, fotografía –una entrevista a Humberto Rivas–, un artículo acerca de la relación entre artistas y críticos, mirada desde el punto de vista de los artistas, y un relato de Alfredo Pippig, al que se presenta como un «extraño narrador argentino».

La revista es creada por Gabriel Levinas en el año 1982, quien la dirigió hasta 1985, cuando la dirección pasa a Jorge Lanata, su nuevo propietario. Anteriormente Levinas había tenido una importante galería de arte contemporáneo desde 1975 llamada Artemúltiple, que había dado espacio a las nuevas tendencias[v]. Participan en su revista algunos de los artistas que pertenecieron a aquélla de un modo permanente, como Armando Rearte u Oscar Bony.

El escritor Miguel Briante es el jefe de redacción de la revista entre 1982 y 1984, dando lugar a la impronta distintiva de los primeros años de la revista[vi]. Además de escribir ocasionalmente reseñas críticas sobre artes plásticas en revistas internacionales como Artinf y Vogue, Briante había colaborado en ese rol en medios como Confirmado, Primera Plana, Panorama y La Opinión, revistas que han congregado tempranas respuestas a la dictadura, que con dificultades circulan años antes de que ésta hubiera finalizado. En agosto de 1983 se suma Enrique Symns como jefe de redacción del suplemento Cerdos y Peces. La cercanía de Symns con Jorge Pistocchi, quien lo ha iniciado a en el periodismo en su revista Pan Caliente, sugiere la cercanía mencionada entre el espacio social del El Expreso Imaginario y el de El Porteño[vii].

Si bien la última es contemporánea del régimen militar en sus primeros veintidós meses, desde su apertura en enero de 1982 hasta octubre de 1983, se trata de un período final de la dictadura, cuando la censura, y la autocensura, han disminuido notablemente[viii]. Con respecto El Expreso Imaginario, El Porteño adquiere un tono ideológico-político, situado en la política nacional. Algunos de los temas compartidos sirven para visualizar el cambio de tono. Con respecto a los indígenas, en El Expreso… los artículos subrayan el valor artístico, o bien el tipo de la relación –no mercantil– de aquellas culturas con la naturaleza, elementos con los cuales se manifestaba una identificación del grupo editor con esas prácticas; su exaltación funciona como una crítica a la cultura occidental. En el caso de El Porteño la problemática sigue estando presente, pero los artículos colocan el acento en la dimensión política históricamente situada, del vínculo entre el Estado argentino y las comunidades (Imagen 1).

Tanto la torsión antiautoritaria como la revalorización de los mecanismos de la democracia formal, y en este sentido, la fuerte presencia de los organismos y del discurso de los derechos humanos, así como también la revisión doctrinaria que habilita la crisis de la izquierda, todos estos problemas que presenta este período de transición del campo intelectual, ponen en circulación nuevos temas que progresivamente conquistarán el espacio público, conforme avance el proceso de redemocratización y el recambio de los referentes político-intelectuales.

Si es cierto que a los intelectuales se les imponen nuevos temas, marcados por el nuevo período que abre la transición democrática, también debemos tener en cuenta que éstos serán abordados en función de los modos diversos en los que los distintos grupos han sido transitados los duros años anteriores. La “transición democrática” impone la necesidad de operar una ruptura con el pasado al que se construye, como afirma Gabriel Vommaro, como parte de la alteridad política que se quiere “dejar atrás” (Aboy Carlés, 2001); pero es en ese pasado donde se han forjado e interiorizado los esquemas de percepción y de apreciación del juego político (Vommaro, 2006: 245).

En el caso de la reflexión de Gumier Maier, el punto de partida y centro organizador de los nuevos debates es la experiencia gay, y es ese lugar desde el cual abordará todas estas temáticas.

La revista había sido tempranamente receptiva a esta temática, antes de la intervención de Gumier Maier.[ix] En agosto de 1983 comienza a salir en El PorteñoCerdos y Peces, suplemento marginoliento de El Porteño(Imágenes 2 y 3). El subtítulo del apartado indica el tono de irreverencia con el cual se abordan allí los tópicos del momento[x]. En cuanto a la democracia, los artículos de ese primer número ya tienden al cuestionamiento de sus límites formales, y a las resistencias que todavía pueden detectarse en amplios sectores de la población con artículos sobre la legalización de la marihuana, o la reivindicación de la ocupación de edificios deshabitados en una investigación titulada: “Squaters, inquilinos anarquistas”. Se fuerza la tolerancia aceptada, evidenciando los límites de las libertades y garantías del régimen democrático burgués en general y del gobierno de Raul Alfonsín, en particular.


Imagen 3. “Suplemento Cerdos y Peces”, Año 1, Núm. 1, en el mismo número.

Se destacan las continuidades con el inmediato pasado, tomando así distancia del optimismo general. Así, en octubre de 1983, mes de las elecciones, se recuerda en la etapa la deuda del estado de derecho con respecto a la memoria y la justicia respecto de los crímenes cometidos por la dictadura. La foto de Hebe de Bonafini y la nota de tapa,  “Madres de plaza de mayo: “Esas viejas molestas””, ponen en primer plano el problema de los derechos humanos, tarea que sin dificultxades se le impondrá al primer gobierno democrático marcando a su vez un tono intransigente, haciéndose eco del reclamo del ala más intransigente de los distintos movimientos que los reclaman (Imagen 4).

Pero es más provocativo el hecho de que, en el mismo sentido de señalar continuidades en lugar de esperanzas por los cambios de época, en el número 3 de Cerdos y Peces (Imagen 5), un artículo de Néstor Perlongher da cuenta de un grave hecho que tiene lugar en la ciudad de Buenos Aires aunque ya se haya producido el sufragio, y la junta militar masivamente desprestigiada se encuentre en retirada (Imagen 6). Introduce una larga investigación sobre la represión homosexual en Argentina, con la grave denuncia:

El reciente procedimiento realizado en un salón de fiestas del barrio de Belgrano, en donde 300 personas inocentes se vieron vejadas en su intimidad y sometidas a la humillación de un encierro injustificado, es un hito más de esa larga historia de represiones y abusos que ha caracterizado la historia de nuestra nación. La presente investigación profundiza en esa historia de mutilación y escarnio (Perlongher, octubre de 1983).

El texto de Perlongher consistía en la demostración histórica de una constante: el patrón represivo de la sexualidad en general, y especialmente homofóbico, a través de los sucesivos regímenes (autoritarios y democráticos) y signos políticos de los gobiernos argentinos desde el año 1848 hasta el presente.

Si bien el artículo se anunciaba como parte de una “sección gay”, y anticipaba para el siguiente número un estudio sobre “La represión homosexual en el proceso”, ello no se produjo[xi]. La articulación, en un mismo número de la revista, entre distintas víctimas del autoritarismo como habían sido los desaparecidos políticos y los homosexuales adelanta en años una alianza que estaba lejos en aquélla época de producirse.

Diez meses más tarde, en este mismo sentido, se publicará un texto de Symns denunciando las múltiples amenazas y finalmente el cierre del suplemento. Había ya sufrido antes advertencias censuradoras que desembocaban ahora en esta decisión. Así lo expresa Enrique Symns en su editorial de agosto de 1984:

Enjuiciada repetidas veces por apología del delito, prohIbída su distribución en las provincias de Córdoba, San Juan, Mendoza, Chaco y otras que probablemente aun no nos han notificado, saboteada en lugares estratégicos de la Capital Federal y provincia de Buenos Aires en donde fue ilegalmente secuestrada de diversos kioscos (sin que los canillitas se atrevieran a denunciar el hecho); finalmente CERDOS Y PECES deja de salir a la calle (Symns, agosto de 1984).

En su crítica de este hecho, Symns pone al descubierto, por un lado, la vigencia de las fuerzas represivas de la derecha que si bien ya no se encuentran en el Estado, continúan vivas en zonas de la sociedad.

Cuando la derecha contraataca lo hace con un sistemático rigor, apoyándose en las instituciones donde sus representantes están estratégicamente ubicados (sacerdotes, abogados, etc.) y utilizando en sus acciones judiciales sus testaferros de turno (Ibíd.)

Y por otro lado, señala asimismo a algunos sectores de la izquierda. 

Pero esta admirable estrategia de la derecha no dio frutos por sí misma sino que contó con el apoyo indirecto de quienes se hayan ubicados ideológicamente en el margen opuesto de la opinión. La izquierda (que comparte, entre otras cosas, la pacatería moral de la derecha) no se manifestó en esta ocasión, a favor no de nuestra revista (sic.), sino en contra de esta fuerte coacción contra la libertad de expresión (Ibíd.)

A ambos les adjudica el triunfo de los representantes de una “deleznable moral autoritaria” (Ibíd., agosto de 1984). Finalmente, apunta contra uno de los grupos más prestigiosos de la transición, con el cual no deja de mencionar su cercanía pero también su distancia.

Las organizaciones de derechos humanos, con las que hemos compartido y seguiremos compartiendo esfuerzos por crear un auténtico orden de justicia no han incluido en su lucha a las expresiones marginales de la existencia: homosexuales, delincuentes, drogadictos, enfermos mentales y otras minorías sometidas han sido excluidas de un mundo supuestamente humano negándoseles el derecho a reivindicar sus derechos como individuos libres.

En líneas generales, su análisis enfatiza un rasgo común a los colaboradores de la revista que es el escepticismo de este grupo respecto del retorno democrático, si se compara con el entusiasmo que existía en la llamada “primavera alfonsinista”.

 

La tradición homoerótica recuperada: estigma y liberación

La presencia de Néstor Perlongher alumbra las subsiguientes intervenciones de Gumier Maier y revela la tradición intelectual recuperada en sus columnas. En primer lugar, se trata de un universo cultural gestado a partir de la vivencia del estigma de sus opciones sexuales. La represión a la homosexualidad no era patrimonio exclusivo de la última dictadura argentina. La construcción de la tradición intelectual y literaria homosexual, que en estos primeros años de la democracia aparecerá con una visibilidad inédita en el espacio cultural, es indisociable de la historia de la persistente violencia con la cual en distintos períodos históricos, los gobiernos oligárquicos y burgueses, democráticos y de facto, habían perseguido las prácticas homosexuales y la homofilia en general[xii]. Varios elementos los emparentan. Como señala Ricardo Melgar Bao, “la ideología higienista moderna, a través de muchas vías y entidades que van más allá del campo educativo, proyectó su control sobre los lenguajes corporales, la oralidad y la escritura” (Melgar Bao, 2004). La construcción de la nacionalidad argentina, iniciada por el régimen oligárquico de 1880, requirió de un dispositivo de control acorde al modelo civilizatorio que defendía sus propios intereses. Como apunta Salessi, en la cuestión de la identidad nacional – la raza argentina, tal el concepto que acuñó Ramos Mejía- se articulaban a la vez el género, la clase y la orientación sexual (Salessi, 1995). Es decir, como parte de las políticas inspiradas en aquella ideología, había que limpiar sexualidades disidentes que amenazaban el ideal moral de las clases dominantes argentinas. En sus orígenes la profilaxis sexual, si bien se hace extensiva a otros espacios de la sociedad, se encuentra vinculada a los diferentes estigmas que apuntan al control de las clases populares.


Imagen 4. El Porteño núm. 22, octubre de 1983. Portada

La primera formulación de ese programa de exclusiones fue la dicotomía sarmientina entre “civilización” y “barbarie”, que implicaba la sustitución de las poblaciones nativas por las de origen europeo. Más tarde, a medida que la oligarquía fue conformando un mercado capitalista, aquélla primera formulación dio lugar al higienismo positivista (Rapisardi, 2000: 157), en el cual la coordinación de los poderes científico-médicos y jurídicos proveía de una mayor eficacia en el control de los flujos migratorios, tanto internos como transatlánticos.

Así lo nota Juan José Sebreli:

El tipo deformado del lumpen homosexual descubierto por los criminólogos fue divulgado por la crónica roja de los medios de la época, la prensa sensacionalista, las revistas costumbristas como Fray Mocho y después el diario Crítica, que forjaron el mito de los misterios de la gran ciudad y los secretos de la mala vida. Lo unilateral de esta visión consistía en que los únicos personajes homosexuales que quedaron registrados en los archivos psiquiátricos policiales de Veyga pertenecían a la clase baja, frecuentemente inmigrantes y con características de imitación paródica del cliché femenino, incluido el travestismo; aunque éste fuera un tipo difundido en la época, de ninguna manera era representativo de la mayoría de los homosexuales porteños, mucho menos de la clase alta o los sectores intelectuales (Sebreli, 1997: 290).

Pero es más que un sesgo. Al contrario de la opinión personal del autor que se deja ver en esta cita extensa, en la que puede notarse una queja desde su identificación con los homosexuales “no lúmpenes”, de lo que se trata es justamente de una estigmatización de “lo lumpen”, incluidas sus prácticas sexuales, eventualmente homoeróticas, aunque no sólo eran éstas el blanco de sus violentas impugnaciones.

El proyecto higienista iba de la mano del positivismo argentino de principios del siglo XX, cuya obsesión, como se sabe, eran los inmigrantes de sectores bajos excluidos de las cada vez más grandes ciudades a los que no ahorraban metáforas degradantes[xiii]. A efectos de cumplimentar la limpieza étnica y social que su programa requería, el médico Francisco de Veyga[xiv] y José Ingenieros fueron autorizados desde 1889 por un decreto del jefe de policía para realizar experimentaciones de psicología social con material humano (Sebreli, 1997: 285). No era casualidad si la población provista por el destacamento “24 de noviembre” se componía de vagabundos, locos, prostitutas, alcohólicos, homosexuales, a veces obreros revoltosos, todos ellos mezclados bajo el común denominador de disolventes sociales (Sebreli, Ibíd.: 286). Se sumaba a ellos Eusebio Gómez, también criminólogo y director de la Penitenciaría Nacional donde trabajaba con Ingenieros. Éste último realizó el prólogo del libro de Gómez La mala vida en Buenos Aires (1908). Como el mismo Sebreli señala, “el prejuicio de las clases altas tradicionales contra el inmigrante cargaba en éste todas las características de la mala vida” (Sebreli, Ibíd.: 284).

Por todo esto, no debe sorprendernos que esa línea intelectual homoerótica que corta en diagonal a la cultura legítima argentina, asociara su orientación sexual con la historia de otras poblaciones con las que habían compartido históricamente su propio estigma. Las militancias homosexuales, por otro lado, surgieron en el zurco marcado por los movimientos emancipatorios de otros sectores subalternos que formaban parte de los llamados “bajos fondos”. Su propio universo se encontró, bien por filiación, bien por poseer enemigos comunes, imbricado con el de aquéllos. Por lo pronto, la tradición a la cual nos queremos referir, y en la que se inserta Jorge Gumier Maier, identificaba su propia posición periférica en el campo intelectual con la del lumpen en la sociedad argentina en general.

Números más adelante de aquél del cual formó parte el artículo de Néstor Perlongher, Jorge Gumier Maier comenzaría a publicar en forma regular una columna dedicada a la problemática gay en el cuerpo de la revista, lo que la distinguió a ésta de todas sus semejantes. La reflexión sobre esa experiencia por parte de Gumier Maier, será el eje de organización de su perspectiva intelectual, y le permitirá colocarse, desde allí, ante los nuevos debates.

 

«La homosexualidad no existe»

El primer artículo que publica Gumier Maier (El Porteño, agosto de 1984) (Imagen 7), aparece en un número que ilustra bien la capacidad del campo para influir en las posiciones que lo conforman. Por un lado para imponer una agenda básica de problemas, y por otro para articular y contraponer las distintas posiciones alrededor de ésta. Una rápida mirada sobre el resto de los artículos de ese número describe la ubicación del núcleo editor en el campo de debates que señala Patiño (2006). La tapa anuncia títulos que son tomas de posición. «Los negocios del Opus Dei» apunta a develar los intereses económicos que ligan a esa institución con el poder ejecutivo del régimen anterior. Otra de las investigaciones trata un problema central para esta etapa, en el campo intelectual: «La deuda interna» se refiere a la deuda del Estado con las víctimas de la represión. Dos notas que preceden su artículo reflejan finalmente el debate interno de la izquierda, al que nos referimos: «¿Dónde queda la izquierda?» y «El ‘Che’ bajo subasta». En esa línea, en la página inmediatamente posterior a la de Gumier Maier, Enrique Symns retoma los mismos ejes en su relato sobre la suspensión del suplemento Cerdos y Peces al que ya nos hemos referido.

La posición crítica de Symns involucra a la izquierda y más específicamente a las organizaciones de derechos humanos, «con las que hemos compartido y seguiremos compartiendo esfuerzos por crear un auténtico orden de justicia», a las cuales reclama no incluir entre sus luchas «las expresiones marginales de la existencia: homosexuales, delincuentes, drogadictos, enfermos mentales y otras minorías sometidas […] negándoseles el derecho a reivindicar sus derechos como individuos libres» (Symns, agosto de 1984).

También el texto de Gumier Maier (Imagen 8) está atravesado por estas problemáticas, que se desplegarán de allí en adelante en las sucesivas columnas que escribe. Su enfrentamiento con una zona de las izquierdas tiene como fundamento la adhesión de la militancia tradicional a un código moral que ha reprimido a las sexualidades no heteronormativas, desde su punto de vista tanto como sus adversarios de la derecha.


Imagen 5. El Porteño núm. 22. Suplemento “Cerdos y peces”, Año 1, Núm. 3. Portada

En un primer momento, la focalización en el tema gay se vuelve prioritaria, para luego dejar paso a problemas más generales, aunque sus argumentos no cambian en lo sustancial. Como el título de su primera columna lo indica – “La homosexualidad no existe”–, en esta primera intervención el autor se ocupa de desmontar la categoría “homosexualidad”, que califica de “ideológica”. Se refiere en primer lugar al origen histórico del término y a la función de esta categoría como centro de organización de la sexualidad, cuyas reglas lejos de ser naturales, han variado a lo largo de la historia, y según las diversas culturas.

Se evidencian en su argumento una cantidad de lecturas teóricas realizadas en el marco de su militancia en el GAG (Grupo de Acción Gay), y por otro lado alimentadas por su avidez de intelectual autodidacta. Siguiendo a Foucault, se refiere a las funciones sociales de la categoría, desplegando los distintos niveles de “la homosexualidad como CONFIGURACIÓN” (el énfasis es suyo). Se dirige a una audiencia amplia, a la que explica el carácter “no natural de la sexualidad humana”, invitando a “comparar lo diverso de su organización en distintas culturas, como muestran los estudios antropológicos de Mead, Ford, Beach, etc.”. Distingue sociedades donde existen prácticas homosexuales corrientes, pero no se deduce de ellas “la FIGURA del homosexual” (el énfasis es suyo). La figura del homosexual funciona, concretamente, como una “localización de la represión de las prácticas homosexuales de todos los demás”, localizándose en cierto grupo la totalidad de esa pulsión reprimida. Es por eso que la “identidad homosexual” existe para que exista la “identidad heterosexual”. Se trata entonces de cuestionar, simétricamente, ambas identidades. Dejan verse en su argumento conocimientos sobre teoría psicoanalítica –se menciona a Lacan– que probablemente ha conocido en su paso por la Universidad pero que cobran otro valor en el contexto de los grupos de reflexión que frecuenta, y en este momento coordina. Esta referencia le permite la comprensión de tendencias post-estructuralistas de la época, cuya apropiación para las políticas de la diversidad sexual, conducían a cuestionar la homosexualidad como una identidad predefinida, y fija. Esta discusión no tenía solo un propósito pedagógico hacia en público corriente, sino que retomaba una problemática que lo posiciona frente a otras posturas dentro del espacio de la militancia gay, específicamente, cuyas posiciones respecto de la cuestión identitaria diferían. Luego de desplegar todo su argumento, extendía lo dicho sobre el caso particular homosexual a la sexualidad en su conjunto. La función de lo homosexual configura así un universo localizado y diferenciado:

Esa visibilidad se produce de distintas maneras: Normando la marginalidad a través de conducta estereotipadas, vestimenta, maneras de comportamiento especiales (pues el poder inevitablemente, y en un solo proceso, fija la norma y pauta también la excepción a la norma); la prohibición de la publicidad de las conductas homosexuales, obligando al ghetto; MARCANDO lugares (actividades) como femeninos, o sea sensibles y creativos, logrando así alejar a los varones de los mismos, satisfaciendo las características que de su rol se exige (Jorge Gumier Maier, agosto de 1984: 86).

Finalizaba ese primer artículo con una frase-consigna: “No es cuestión de respeto y tolerancia sino de liberación sexual. O como dice ‘Anahí’: ‘El lugar de la homosexualidad es ideológico’”.

A partir de allí la columna salió en los números subsiguientes, convirtiéndose en una sección fija de la revista. Tenía la particularidad de ser una columna en primera persona. Encabeza la página una fotografía suya de frente, observando a la cámara, es decir al lector, respondiendo de algún modo a la consigna de visibilizar la cuestión gay, comenzando por su implicación personal en ella.

Al mes siguiente, en un artículo que titula “Los usos de un gay”, su posición frente al problema de la identidad gay se precisa aun más. Señala:

La apología de una supuesta identidad gay (LO GAY), afirma a la identidad dominante y opresora como sujeto. Y reproduce la concepción maniquea de dos identidades divorciadas, excluyentes y naturales» (Gumier Maier, septiembre de 1984: 82).

Pero el tema no es tan simple. Por un lado, asumir algo como la identidad gay deja sin alterar la percepción desde el discurso dominante, que precisa una localización de lo homosexual en un grupo de gente, al cual ubica como “otro”. Pero no asumir esta preferencia, sigue también la proscripción que hasta el momento conduce a “disimular”, hacer “que no se noten” rasgos que puedan develar la presencia de un desvío a la norma heterosexual. El argumento de Gumier Maier reconoce al mismo tiempo la dificultad de un grupo oprimido para construir una política desde su propia posición, sin reproducir los supuestos ni los modos del discurso que lo domina.

En esta nación: ¿qué es lo que se debe silenciar? Hurgueteando en mi archivo de papeles impresos argentinos redescubro 7 sesudos trabajos sobre Fassbinder y Pasolini, que no mencionan, ni oblicuamente, su condición de gays. Sus pérdidas se reducen así a la dolorosa pérdida de un talento para la humanidad. No murieron POR gays, pero sí COMO gays. Y así vivieron y crearon (Gumier Maier, Ibíd.).

En el siguiente número, la columna de Gumier Maier también se articula con la página siguiente, escrita por Enrique Symns; ambos profundizan en el argumento comenzado anteriormente. «La mítica raza gay» (Gumier Maier, octubre de 1984: 80), continúa en la línea del artículo anterior, con el propósito de desmitificar la existencia de la homosexualidad –y la heterosexualidad– como dos entidades naturalmente diferenciadas, explicando a la audiencia, en términos teóricos sofisticados, la construcción social de la jerarquía entre sexos. Pero al mismo tiempo el texto insiste en un proceso de diferenciación y posicionamiento en torno a la identidad homosexual, que se constituía progresivamente como actor político, que, en la modalidad de la CHA -donde se funden prácticamente todos los pequeños grupos que funcionan previamente- reclama al orden democrático como sujeto de derechos. Como tal, la definición de tal identidad se imponía como una lucha política en el interior del espacio de militancia gay, del cual Gumier Maier formaba parte. Su perspectiva post estructural se oponía a la sustancialización –o localización, como lo designa en su texto– de lo homosexual, aunque fuera como respuesta al estigma construido por el discurso dominante.

Su posición reitera la crítica con respecto a la tarea de constituir una identidad gay, solo que ahora interpela directamente a los actores con los que hasta aquí discutía tácitamente: «Jáuregui, presidente de la Comunidad Homosexual Argentina (CHA), en el último número convoca a la los gays a asumirse, para así sortear la enfermedad posible» (Gumier Maier, Ibíd.).


Imagen 6. El Porteño núm. 22, octubre de 1983. Suplemento “Cerdos y Peces”, Núm. 1.
Artículo de Néstor Perlgongher.

Debe notarse que en este párrafo aparece por primera vez en sus textos –aunque se evita, en realidad la mención– la enfermedad del SIDA. Pero además de deslizar este problema, no menor, apuntaba a que asumirse en términos políticos implicaba, para la institución que pretendía la representación de los derechos de los homosexuales la construcción de una identidad pública. La estrategia de Jáuregui, en la visión de Gumier Maier, consistía en presentar un tipo de gay que pudiera no irritar la sensibilidad de la sociedad ni de los funcionarios en ella incluidos, ante los cuales debía reclamar. Es por eso tomaba en parte la mirada estigmatizadora que construía ese colectivo, desde afuera:

Forjar el prototipo gay (puliéndolo de sus aristas más revulsivas) es clarificar el objeto para mayor gozo de la Ciencia y eficacia del Control Social. ‘No irritar’, se oye en estas irritadas gargantas (¿desconocerán acaso los lubricantes?). En una fiesta rechazaron la presencia de transformistas, para ‘no confundir’ (Gumier Maier, Ibíd).

El paralelismo con la raza quería cuestionar la fijeza –y la exclusión– supuesta en toda identidad sin fisuras, que aunque se asumiese construida parecía prescribir una nueva naturaleza.

Levemente conscientes estos homosexuales de que la genética, credo moderno, no los explica, llaman a forjar la identidad. Todo un trabajo, con el catálogo de lo que se debe y lo que no, para obtener un lugar en esta raza gay. […] La identidad gay, síntesis aspirable, que en lugar de descendencia, secreta una nueva especie, reforzando el recorte FIGURADO del deseo: los que son héteros, los héteros que hacen de activo (chongo), los taxis, el gay que se relaciona con gays, la mariquita que se relaciona con chongos, el travesti con heterosexuales… eslabones fijos en el continuum [sic] de los cuerpos (Gumier Maier, Ibíd.).

Aunque pudiera ser eficaz en términos políticos, tal identidad postulaba, como lo hacían sus enemigos, un deber ser del «buen gay», en definitiva, un código moral.

La identidad gay, como toda otra, prescribe en tres áreas: el comportamiento sexual (con este sí, con este no), el afectivo (cómo amar), y el social (cómo manifestarse, hablar, vestir…). Solo la creencia de que su sexualidad es algo malo los puede llevar a comportamientos tan llamativamente discretos y generosos (Gumier Maier, Ibíd.).

Hasta aquí, su ubicación con referencia a la coyuntura política de las agrupaciones de militancia gay, y en particular su posición acerca de la «identidad gay». Pero como hemos señalado, luego de estas primeras intervenciones, lo gay se constituye en una plataforma de experiencia a partir de la cual las reflexiones se extienden a problemas generales. Para ejemplificar esta transitividad, basta la conclusión del primer artículo:

La salida es convertir la homosexualidad como tematizable en disparo al centro que la PRODUCE, PAUTA y MANTIENE para hacerla SOSTÉN de la organización represiva de la sexualidad, mientras la veamos como «accidente» de una minoría. El problema de la represión gay, es el problema de la represión de la sexualidad (Gumier Maier, agosto de 1984: 86).

Repasaremos a continuación la evolución de los temas que presentamos, a lo largo de sus sucesivos artículos.

En primer lugar, la problemática de la democracia. El artículo de diciembre de 1984 tiene por tema la relación entre «Derechos Humanos, sexualidad y autoritarismo». Sus posiciones en el texto vinculan debates del momento político particular de las políticas de diversidad sexual, con los de la cultura política de la democracia, en particular, los derechos humanos.

Muchos gays sostienen que su cuestión compete a Derechos Humanos. Sí, si recordamos que aún hoy se asesina a gays impunemente, o si recordamos también a aquellos que están presos por su modo sexual y que nadie osa reivindicar; o a los que murieron en campos de concentración (de Argentina, claro) y nadie vio, o si vio, dictó su propia ley de amnesiología. […] Pero es errado plantear la cuestión SOLO en esos términos. Los gays existen para hacerse cargo de las pulsiones homosexuales que todos poseemos, y que de no ser reprimidas y depositadas fuera, impedirían que cumplamos con el mandato heterosexista. No se pude pedir integración a algo que justamente se sostiene gracias a este rechazo (Jorge Gumier Maier, diciembre de 1984: 80).

Es decir, el carácter estructural de la exclusión de los gays ponía en cuestionamiento la vía integracionista que seguía la CHA y sus seguidores. Pero este pasaje también se destaca a los muertos “que nadie osa reivindicar”, en alusión a las políticas que llevan adelante los organismos de DDHH.

En cuanto a la crítica de las izquierdas, otro leitmotiv que atraviesa sus reflexiones, reclamará su complicidad homofóbica con el resto de la sociedad:

 “La izquierda argentina, socialdemócrata y mojigata en lo relativo a la sexualidad, que a lo sumo opta por aplaudir en vez de agredir cuando una columna gay se suma a sus reclamos, ha demostrado su incapacidad para pensar la liberación más allá de una óptica economicista de un discurso nacionalista paranoico plagado de invasores y traidores. Como dijo la Bullrich (la del PJ, digo): los mariscales de la derrota son maricones” (Gumier Maier, Ibíd.)

 

Su crítica está sin embargo, situada en el interior de esa misma tradición, la cual reivindica como habilitadora de las luchas por la emancipación, en las cuales incluye la de las minorías sexuales:

La graciosa izquierda nacional (la misma que gentilmente invitó a las mujeres a sentarse al lado de un presidente socialista y viril, hace un año) olvida a Marx cuando este dice que la primera opresión de clase es sexual, la de la mujer por el hombre, y que sobre ella se desarrollan las demás (Gumier Maier, diciembre de 1984).


Imagen 7. El Porteño nº 32, agosto de 1984. Portada

«La izquierda y Osiris Villegas: Extrañas coincidencias» reafirma esa postura (Gumier Maier, noviembre de 1984) reagrupando a figuras representativas de distintos momentos e ideologías políticas (derecha e izquierda), en torno a su posicionamiento respecto de la cuestión homosexual.

Rechazadas por el código que promovía el sector más «integrista» de la Comunidad Homosexualidad Argentina, cuya estrategia consistía en no provocar a los sectores más reaccionarios de la sociedad, las travestis eran objeto de interés de Gumier Maier. Justamente la ambigüedad de esta opción sexual, cuestiona la unilateralidad del deseo y la misma noción de identidad sexual, tal como le interesaba sostener a Gumier Maier. El acento en este tipo de configuración forma parte de la contraposición a «la imposición de la división en géneros (dos), [que] necesita de la convención de signos inequívocos para sostenerse» (Gumier Maier, febrero de 1985). «La función sexual», sostiene en su terminología marxista-foucaultiana, «la función «mujer», es cumplida por hombres y mujeres, según se coloquen en esta» (Gumier Maier, febrero de 1985).

Una teatralidad y un montaje son constitutivos de la sexualidad, y el travestismo lo evidencia.

Imperio de la imagen. Nuestro deseo se enrosca y pierde en algo que escasamente es más que pura escenografía y vestuario. Si el imperio es el de la imagen, el travesti es su emperatriz o emperador, como guste. Mujeres hermosísimas y tan femeninas, por lo general. […] Pero entonces, ¿no sería todo una cuestión de qué se hace y cómo y no de qué se es? (Gumier Maier, febrero de 1985).

De hecho, la mujer, en sus distintas funciones sociales es un centro de interés de Gumier Maier que aparece en forma reiterada; excede el travestismo, y se constituye en un nuevo locus de su crítica a las izquierdas.

«Los reclamos de las mujeres, aunque lleguen a ser reconocidos por nuestra izquierda machista, son algo menor, inoportuno, que distrae de las grandes tareas masculinas: la insurrección del proletariado, la lucha contra el FMI o la guerra» (Gumier Maier, abril de 1985: 80).

La reflexión sobre género es atravesada por los ejes que concernían al campo en su totalidad. En algún caso por la problemática de los derechos humanos, reivindicando en este caso a una de las agrupaciones más reconocidas de la disidencia con el régimen militar: las Madres de Plaza de Mayo. Cita a Laura Rossi «en el primer número de ALTERNATIVA FEMINISTA»:

(La madre) se hace cargo de funciones sociales por excelencia a descargo del Estado –desde la reproducción de la especie hasta la salud y el cuidado de niños y ancianos–: esta atomización, en que cada familia es responsable individual por el grado de bienestar de sus integrantes aparece a los ojos de estos como un hecho natural […] La madre, para defender bajo el estado terrorista su rol de madre, se ha visto obligada a dejar de ser ‘madre’. Para defender a la familia, debieron enfrentar a la familia. Para defender a los hombres, debieron invadir su terreno y cuestionarles su centralidad política y social […] (Gumier Maier, abril de 1985: 80).

Paralelamente a la creciente polémica que, hacia el interior de los grupos militantes, mantiene en torno al problema de la «identidad gay», enfatiza el alcance de sus reflexiones hacia cualquier posición subordinada, y por ello la insistencia hacia la izquierda de no excluir de sus luchas al colectivo del cual forma parte aunque no aspira a representarlo, como el mismo se encarga de aclarar:

No soy portavoz (representante) de minorías sexuales –noción racial, dice Baigorria- pues la existencia de las mismas es una fabulación del poder. Y es de su discurso del que yo hablo –y de la marca de su matriz en el pensamiento que intenta oponérsele –cuando reflexiono sobre las figuras en las que este se sostiene; la de la madre, la del traidor, la del homosexual, la del judío, la del subversivo… (Gumier Maier; julio de 1985: 78).


Imagen 8. El Portteño nº 32, agosto de 1984. Artículo de Jorge Gumier Maier

Al año siguiente, un artículo en doble página (Gumier Maier, julio de 1986) aborda esta vez la cuestión de las víctimas de la represión de Estado. Justamentxe se trata, siempre en tono polémico, de contrastar la versión alfonsinista –elaborada por algunas agrupaciones comprometidas con la lucha por los Derechos Humanos– que colocaba a los desaparecidos en un lugar pasivo, olvidando su rol de militantes. “Ya hace tiempo lo señalaron las Madres: Tenemos que decir también quiénes eran nuestros hijos, por qué luchaban, por qué los secuestraron. Sacarlos del relato de los cuerpos victimizados y reintegrarlos a la soberanía de sus razones” (Ibíd.).

 

Palabras finales

Desde la editorial de El Porteño Gumier Maier introduce la reflexión sobre la homosexualidad en el sub campo intelectual de la Ciudad de Buenos Aires «under», extendiendo estas ideas que identifican a una comunidad restringida a otras zonas de la sociedad de la Ciudad de Buenos Aires. Desde allí, todo el sistema de preferencias de la intelectualidad media tradicional es puesta en cuestión, a partir de la experiencia del estigma que no se restringe a la transgresión a la norma sexual, sino que a partir de determinada interpretación de esa experiencia y de la reivindicación política de la propia desobediencia a la norma general. Desde esa posición, todos los valores y normas de la sociedad heterosexista se ven cuestionados. Durante los años de la dictadura, el clima general represivo favoreció la construcción de lazos comunitarios entre un conjunto de personas cuyas prácticas, gustos, y opciones de vida debían mantener ocultas. La relativamente pequeña red de artistas e intelectuales a la que nos referimos, reforzó los lazos intra grupo, recuperando una línea cultural ligada a opciones sexuales disidentes, alternativa a la dominante.  Como señala Ernesto Meccia,

[…] la memoria de una prolongada historia de discriminación es la materia para construir la identidad colectiva de un grupo disperso. […] No se trata de un recuerdo nostálgico del autor o de una postura académica esencialista: la memoria de la represión crea ‘comunidad’ porque favorece la identificación colectiva de las víctimas (Meccia, 2006: 116).

Los escasos lugares de encuentro reunían a personas provenientes de distintas actividades, que por efecto de la privación de una verdadera ciudadanía, “tienden a la guetización nocturna de algunas zonas de la ciudad” (Meccia, 2006: 116). La experiencia de una transgresión a la norma sexual, definida con éxito por otros grupos como “desviada” (Becker, 2009: 31), gestó asimismo un universo cultural en relación a esa experiencia. Tanto la multiplicación de grupos de reflexión, como la visibilzación de las estéticas que contenían elementos de una subcultura, progresivamente toman el espacio público partir del fin de la dictadura militar argentina. Sostiene Meccia que «es difícil negar el efecto de comunitarización sin precedentes que produjo el accionar de las organizaciones en los años ochenta» (Meccia, 2006: 116). Se trata de una comunidad cuya autoridad se construye por fuera de los centros hegemónicos, lo que permite una rebelión colectiva respecto de la norma dominante. La experiencia de la homosexualidad, atravesada por el universo cultural



[1] El presente artículo es una versión ampliada del trabajo presentado en el congreso organizado por Internacional del Conocimiento, enero de 2013, en la Universidad Santiago de Chile, en el simposio nº 27: “Estigmas y demonios de las izquierdas en américa latina: herejes, expulsos, espías y disidente”. Agradezco los comentarios de los organizadores y asistentes que contribuyeron a enriquecerlo.

[2] Dra. en Ciencias Sociales. Instituto Gino Germani- Universidad de Buenos Aires. CONICET. Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.

[iii] Conforman el núcleo de la revista: Ramón Alcalde, Eduardo Grüner, Luis Gusmán, Jorge Jinkis, Mario Levin, Luis Thonis, a quienes se le agrega un entorno de colaboradores cercanos como Osvaldo y Leónidas Lamborghini, Néstor Perlongher, Enrique Pezzoni, Silvia Molloy, Beatriz Castillo, Luis Chitarroni, entre los más frecuentes.

[iv] Señala en nota al pie las referencias. Terán, Oscar (1991). Nuestros años sesentas. Buenos Aires, Puntosur, y Sigal, Silvia (1991). Intelectuales y poder en la década del sesenta, Buenos Aires, Puntosur. La cita no es textual, sino que corresponde al análisis de la autora.

[v] Pertenecían a su galería Marcia Schvartz, Felipe Pino, Jorge Pirozzi, Eduardo Stupía, Fermín Eguía, y el mencionado Armando Rearte, entre otros. La galería de Levinas fue un espacio de legitimación clave para los artistas que expusieron sus primeras obras en los años ochenta, tal como recuerda Marcia Schvartz[v].

M.S.: Y era el premio [Marcelo] De Ridder, no sé quién estaba. No me acuerdo quién era el jurado tampoco, pero un premio muy importante para jóvenes.

M.C.: Vos recién empezabas…

M.S.: A mostrar, sí. Eso en realidad lo mandó Gabriel Levinas, de la galería Artemúltiple. Yo le llevé las cosas y él me los enmarcó, le sacó las fotos, los llevó, todo. Después hice la muestra. Yo no estaba acá [en Buenos Aires], vino mi hermana [a Barcelona] y yo le mandé los cuadros a través de ella y él hizo la muestra (Entrevista personal, 21 de octubre de 2009).

[vi] Briante ejerció los oficios de periodista y crítico de arte con la misma lucidez que ponía en sus textos literarios. Aparte de los catálogos, críticas de arte en revistas internacionales y colaboraciones en medios Briante nació en la provincia de Buenos Aires en el año 1944 y falleció en el año 1995. Como escritor publicó, entre otras obras, Las hamacas voladoras (1964), Hombre en la orilla (1968) y Ley de juego (1983). Colaboró asimismo como periodista en medios como La Voz, Artinf y Vogue, entre 1967 y 1975. Trabajó para Confirmado, Primera Plana, Panorama y La Opinión. Antes de haber sido jefe de redacción de El Porteño, entre 1977 y 1979 fue Jefe de Redacción de Confirmado, y luego, desde 1987 hasta su muerte estuvo a cargo de la sección de artes plásticas en el diario Página/12. Escribió como crítico sobre artes plásticas en distintos medios y fue, primero Asesor (1989-90) y más tarde director (1990-93) del Centro Cultural Recoleta de la ciudad de Buenos Aires.

[vii] También comparten algún colaborador, como Claudio Kleinman. Por otro lado, Symns había trabajado como actor en una obra de café concert con otro integrante de El Expreso Imaginario, Horacio Fontova.

[viii] Suelen mencionarse dos hitos que marcan la apertura de las condiciones represivas durante la dictadura. En primer lugar, el traspaso de la presidencia de Videla a Viola, en de 1981. En segundo lugar, la pérdida de la guerra de Malvinas, en 1982, hecho que debilita al régimen de manera definitiva (Canelo, 2006:71).

[ix] Además del mismo Gumier Maier y de Néstor Perlongher se destacan columnas sobre la temática homosexual por parte de Enrique Symns, Daniel Molina y de Osvaldo Baigorria, con el mismo espíritu que estamos describiendo: señalar los límites de la democracia en curso. Véanse, entre otros, del primero: “Cariñosa requisitoria sobre la pareja”, del segundo: “Llegó el SIDA”, El Porteño, 41, mayo de 1985, 36-39. Por otra parte en el número de abril de 1985 la revista publica una entrevista Michel Foucault titulada “Un estilo de vida. Conversaciones con Michel Foucault” (incialmente aparecida en la revista francesa Gai hbdo Pied) donde habla de la problemática homosexual desde su experiencia personal, entendida más allá de las relaciones sexuales, “como modo de vida”. pp. 63.

[x] El del nº 2 fue: “Suplemento marginoso de El porteño, mientras que a partir de allí quedó como “suplemento marginal...”.

[xi] Sin embargo Néstor Perlongher publicó numerosos artículos en la revista: “El sexo de las locas”, El Porteño, 28, mayo de 1984;; “Sobre Alambres", El Porteño, 74, febrero de 1988; “Evita vive”, en Cerdos y Peces, 11, abril de 1887 y luego en El Porteño, 88, abril de 1989; “El fantasma del Sida”, El Porteño, 89, mayo de 1989; “Éxtasis sin silicio”, El Porteño, 116, agosto de 1991; “La desaparición de la homosexualidad”, El Porteño, 119, noviembre de 1991. También el texto breve “Las tías”, El Porteño, 37, enero de 1985.

[xii] La diferencia entre homosexualidad y homofilia radica en que en la última se alude al amor a personas del mismo sexo, más allá de la existencia o no de relaciones sexuales entre ellos o ellas referida en el primero de los vocablos. La distinción cabe aquí porque la represión recayó las más de las veces no en efectivas prácticas sexuales sino en lenguajes corporales, o incluso en obras literarias que dejaban ver un universo de amor y seducción que en ese contexto hostil no alcanzaban, en numerosos casos, a concretar la aproximación, siquiera, al ser amado.

[xiii] Abunda en la prosa de José M. Ramos Mejía la utilización de comparaciones de “la multitud” con el mundo animal destacando la sensibilidad o la percepción directa de los estímulos exteriores en detrimento de la inteligencia: “Haré más claro mi pensamiento diciendo que reciben el estímulo de la luz como las larvas de dípteros en que experimentaba Pouchet, o como los quilópodos ciegos de Plateau, que sin tener ni aun rastros de un aparato visual, todo su cuerpo se siente herido por ella reaccionando inconsciente pero vivamente. Hay algo de animal en esa secreta obediencia de la multitud que en virtud de la ya notada disposición mental, se hace apta para verificar ciertas funciones sin haberlas aprendido y sin que el entendimiento pueda guiarla en el camino. (Ramos Mejía, 1904: 73- 74). Sobre el inmigrante, específicamente, anota por ejemplo: “Cualquier craneota inmediato es más inteligente que el inmigrante recién desembarcado en nuestra playa. Es algo amorfo, yo diría celular, en el sentido de su completo alejamiento de todo lo que es mediano progreso en la organización mental. Es un cerebro lento, como el del buey a cuyo lado ha vivido; miope en la agudeza psíquica, de torpe y obtuso oído de todo lo que se refiere a la espontánea y fácil adquisición de imágenes por la vía del gran sentido cerebral”. multitudes argentinas (Ramos Mejía, 1904: 158-159)”. En otros pasajes de Las multitudes argentinas, como así también en Los simuladores del talento..., debe decirse, sin embargo, que la mordacidad no se restringe a la descripción de los tipos sociales subordinados, sino que se incluye en la descripción faunística a otros personajes propios de la “fisiología social” nacional: el caudillo, el burgués, el usurero, el individualista, el periodista y a los personajes que “viven de la pobreza”, todos ellos comparten la miseria en lucha por la vida de las grandes ciudades modernas (Ramos Mejía, 1904).

[xiv]Francisco de Veyga era un conocido médico higienista hijo de un militar. Pertenecía al Ejército donde llegó a ser teniente coronel. Discípulo de José María Ramos Mejía, fue el creador de la criminología argentina junto a José Ingenieros.

 

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Revista El Porteño (1982-1993). Archivo CEDINCI.

 

Cómo citar este artículo:

CERVIÑO, Mariana, (2013) “Ethos disidentes en el campo intelectual argentino. Los debates de Jorge Gumier Maier contra la izquierda desde El Porteño”, Pacarina del Sur [En línea], año 4, núm. 15, abril-junio, 2013. ISSN: 2007-2309. Consultado el

Consultado el Martes, 16 de Abril de 2024.
. Disponible en Internet: www.pacarinadelsur.comindex.php?option=com_content&view=article&id=679&catid=3