El Partido Comunista argentino y sus políticas en favor de una cultura obrera en las décadas de 1920 y 1930

Analizaremos las políticas que se trazó el Partido Comunista para promover la cultura obrera, especialmente en el campo de la educación y el divertimento. Examinaremos los distintos emprendimientos encarados por el Partido, analizando las características del discurso, de los valores y del sistema de representaciones simbólicas que se hallaban detrás de ellos. Asimismo, indagaremos en el lugar ocupado por los escritores y artistas vinculados al partido.

Palabras clave: cultura obrera, Argentina, educación, Partido Comunista, socialismo

 

 

El Partido Comunista (PC) ocupó un capítulo importante en la historia del movimiento obrero de la Argentina durante el cuarto de siglo que concluyó hacia mediados de la década de 1940. Con la implantación molecular de sus células fabriles y sus agrupaciones gremiales, el PC se convirtió en un impulsor principal de la movilización de los trabajadores. Durante esos años, logró agrupar a miles de militantes, montó una densa red de agitación y propaganda, y lideró numerosos conflictos y organizaciones sindicales, en especial, dentro del proletariado industrial.[2]

Esta inserción comunista también se expresó en el plano sociocultural. En este campo, el PC promovió prácticas y formas de agregación relacionadas con la instrucción y la recreación, sostuvo una red de bibliotecas, centros culturales, escuelas y clubes deportivos obreros, además de impulsar actividades para los niños y las familias de los trabajadores, a través de agrupaciones infantiles, eventos artísticos o celebraciones. Los intelectuales y artistas del partido se pusieron a disposición del éxito de estas iniciativas. Estas acciones fueron entendidas como experiencias constitutivas de una cultura obrera, a la que el PC le incorporó algunos rasgos y espacios específicos. La subcultura obrera comunista, que impugnó muchos de los presupuestos de la cultura popular, representó una posibilidad de socialización alternativa a las que circularon en la Argentina de entreguerras.

En verdad, esta apuesta cultural comunista recogía una rica tradición histórica, que había sido habilitada tanto por el anarquismo como por el socialismo desde fines de siglo XIX. Desde aquellos tiempos, como se ha señalado, era posible detectar que “... los trabajadores creaban sus espacios de sociabilidad: efectuaban representaciones teatrales, bailaban, cantaban, se educaban, entonaban sus himnos, desplegaban sus símbolos”.[3] Es bien conocido el despliegue cultural que el Partido Socialista (PS) sostuvo en el seno de la clase trabajadora: centenares de bibliotecas obreras, centros de estudios, escuelas libres y ateneos de divulgación; una universidad popular, la Sociedad Luz, fundada en 1899, que desde 1922 dispuso de un espléndido edificio propio en Barracas, en el que impulsó cursos de los más variados temas; coros, conjuntos teatrales y musicales; miles de conferencias y visitas a museos; proyecciones cinematográficas; editoriales que encaraban una intensa obra difusora; un despliegue permanente de campañas sanitarias, higienistas, antialcohólicas y de profilaxis sexual. Ángel M. Giménez, el orientador de la política cultural del PS, estipulaba hacia 1926: “Todo centro socialista debe tener: a) Una biblioteca pública, bien organizada, la que deberá ser complementada con lecturas comentadas y conferencias; b) Una sección coral y cuadro artístico y musical; c) Una biblioteca y recreo infantil; d) Una sección de propaganda antialcohólica, de higiene social y de excursiones; e) Una sección deportiva”.[4] Todos estos emprendimientos revelan la presencia de una verdadera estrategia del PS en el tema, ambiciosa, coherente y sistemática, aunque afectada, como reconocía José Aricó, por un “carácter abstractamente pedagógico y privilegiador de la divulgación científica”.[5] Como afirmaba Juan Carlos Portantiero acerca de estas redes de socialización: “Detrás de una concepción ostensiblemente iluminista –educar al trabajador como parte de la formación de una cultura política democrática– se advierte la preocupación, a la manera de la socialdemocracia europea, por constituir una suerte de ‘sociedad separada’ que abarcaba desde recreos infantiles hasta tiendas cooperativas, pasando por escuelas de oficios y ateneos de divulgación científica”.[6] Era la propuesta del que aparecía concebido como un “partido de la modernidad”, influido por un legado positivista, que mostraba una confianza ciega en la asociación entre la ciencia y el progreso. De estas fuentes provinieron los comunistas, quienes se habían escindido del PS en un período demasiado cercano.


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El PC intervino con iniciativas semejantes a las practicadas por los socialistas en el ámbito sociocultural. La organización recordaba una y otra vez a sus militantes el esmero con el que debían asumir su intervención en esa área: “Las fracciones comunistas deberán crearse en otras instituciones que también tengan influencia sobre las masas trabajadoras, por ejemplo, en las Bibliotecas culturales, clubes deportivos de barrio, sociedades de fomento, etc., en donde existe un amplio campo de acción, si se sabe aprovechar inteligentemente”.[7] Sin embargo, detrás de estas actividades podía apreciarse un sentido algo distinto al del PS. Para el PC, el concepto clave a destacar era el de cultura obrera.

Este último término fue usado por los propios comunistas en aquella época, pero, al mismo tiempo, fue una categoría de amplia utilización en la historia de los movimientos sociales y en los propios estudios históricos. Desde una visión global, el concepto alude a un conjunto de actitudes, creencias, patrones de comportamiento, imaginarios y rituales, articulados en torno a una identidad obrera, que traslucen una conciencia de clase proletaria.[8] En un sentido más estricto, permite englobar el entramado de hábitos, prácticas y formas de asociación político-culturales que tenían como protagonistas principales a colectividades de trabajadores, con el objetivo de garantizar y extender su recreación e instrucción de un modo independiente al de la burguesía. Para los comunistas y buena parte de la izquierda en la Argentina de los años veinte y treinta, este emprendimiento era no sólo deseable sino posible, porque las diferentes formas de “ocio alienado” generadas en la cultura de masas, no habían alcanzado, todavía, una hegemonía total en el imaginario de las clases subalternas y, más específicamente, en el de la clase obrera, aunque era evidente el enorme espacio que iban adquiriendo. Sus expresiones eran múltiples, entre otras, el creciente impacto de la radio que invadía los hogares y permitía modos nuevos de comunicación y propaganda; la aparición del cine sonoro; la multiplicación de las revistas populares y la literatura de kiosco generadas por una nueva y pujante industria editorial; la progresiva profesionalización del fútbol; la supervivencia del circo, el vodevil y las formas de teatro menor.[9] De este modo, pudieron subsistir, cada vez con mayor dificultad, prácticas generadas por sectores proletarios, que intentaban competir con estas diversificadas ofertas de distracción.

Nos detendremos en el período situado entre principios de los años veinte y mediados de los años treinta. La razón de esa elección es clara: fueron los tiempos en los que con mayor contundencia el comunismo postuló la necesidad de una cultura obrera alternativa, mientras el partido adoptaba dos orientaciones izquierdista: primero, la estrategia del “frente único”; luego, la de “clase contra clase”, propia del llamado tercer período de la Internacional Comunista. Con el viraje hacia el “frente popular”, en 1935, las apuestas partidarias, en el marco de una creciente moderación de la línea y de ampliación del arco de alianzas de la organización, apuntaron a sostener una cultura popular en la que debía confluir el mundo proletario. Como veremos, hasta 1935, el PC establecía una diferenciación entre cultura obrera y cultura popular, optando por la necesidad de fortalecer la primera. Veamos los distintos caminos y expresiones de este proceso.

 

Las iniciativas para el “sano” entretenimiento en el tiempo libre de los trabajadores

¿Cómo divertir a los obreros y a sus familias, de manera “sana y racional” y lejos de las influencias burguesas? Un camino era el de las reuniones sociales. Eran permanentes las funciones artísticas dirigidas “a los obreros”, organizadas por el PC de manera central, local o por sus organismos socioculturales. Es ilustrativo citar ejemplos de ellas a través de los años. Como la velada cinematográfica organizada en un salón de Berisso la noche del 1º de mayo de 1925, cuyo programa contenía: “1.º ‘Un glorioso cuarteto’, cómica en tres actos, por Chiripa. 2.º ‘El XV preludio de Chopin’, 7 actos de Russ Film. 3.º Conferencia por la compañera Mica Feldman. 4.º ‘Fuera de combate’, cómica en tres actos, por los pibes. 5.º ‘El padre Sergio o La tentación del pecado’, 7 actos de la Russ Film. 6.º ‘Dibujo animado’, en un acto”. O el festival organizado por la Biblioteca Obrera Renovación de Villa Crespo en octubre de 1926, en el que se prometía: “1.º ‘La Internacional’ (coro); 2.º Conferencia del compañero Edo. Ghitor sobre ‘Cultura obrera’; 3º. ‘Hijos del pueblo’, drama en un acto; 4.º ‘Proletarios somos’, ronda infantil con música y trajes simbólicos; 5.º Declamaciones y monólogos, por varias compañeritas; 6.º ‘El Puente de Avignon’, ronda infantil”. O el festival realizado en 1929, que ofrecía: “... la hermosa película soviética ‘El milagro del soldado Ivan’, comedia basada en un argumento de León Tolstoy y la informativa ‘Cómo se educan los niños en Rusia’. Habrá una conferencia a cargo del compañero Pedro Romo. El baile familiar será amenizado por la reputada orquesta ‘Red Star’ (‘Estrella Roja’)”.[10]

Sin duda, la predilección era montar espectáculos múltiples, en donde se combinaban distintas expresiones artísticas. En el formato de este tipo de eventos, es posible reconocer ciertos elementos rutinarios. Se empezaba entonando el himno “La Internacional”. Seguía la puesta en escena de alguna obra teatral, de carácter dramático o una comedia. La otra alternativa era la exhibición de una película cinematográfica soviética de la Russ Film. Las más requeridas eran las que había realizado el joven director Serguei Eisenstein como parte de la Proletkult: “Huelga” (1924), “El acorazado Potemkin” (1925), “Octubre” (1927) y “Lo viejo y lo nuevo. La Línea General” (1929), films en los que, respectivamente, se mostraba la explotación y lucha de la clase obrera, se conmemoraban las revoluciones de 1905 y 1917, y se narraba la vida de una campesina koljoziana en lucha contra los kulaks. Continuaban unas recitaciones poéticas. Luego la orquesta tocaba varias piezas musicales, en algunas ocasiones, de carácter clásico o erudito, en otras, de tipo popular criollo o provenientes de las comunidades de inmigrantes, alternadas con algún número cómico. Se cerraba con un baile familiar. En el medio, sin excepción, una conferencia fijaba la posición comunista frente a algún tema. Las reuniones se realizaban en salones teatros comerciales o vinculados al movimiento social y colectividades de extranjeros. Entre los porteños, los usualmente alquilados eran los siguientes: XX de Septiembre, Giuseppe Garibaldi, Unione e Benevolenza, Casa Suiza, Mandolinístico, Augusteo, Ideal, L’enfants de Beranger, Italia Unita y Círculo Gallego; en Avellaneda, el Roma. Desde enero de 1929, cuando el PC inauguró en la Capital la Casa del Proletariado, un gran salón ubicado en Independencia 3054, la mayoría de los eventos recreativos comunistas se realizaron en ese lugar.

En todos estos encuentros, se exponen varios de los símbolos y signos de la cultura obrera de la época. Por un lado, la presencia de formas artísticas tradicionales, como el teatro, la poesía y los himnos, junto a otras nuevas, como el cine, desarrolladas por aficionados, que buscaban exponer mensajes sociales y políticos explícitos. Por otro, persistieron las expresiones internacionalistas, que reflejaban la presencia inmigratoria. Al mismo tiempo, se advierte una explícita valorización de la participación de la familia, que, en la experiencia comunista, como ha sido señalado para otros países, quedaba enteramente subordinada a las exigencias del compromiso revolucionario, como parte de un proceso en el cual la frontera entre vida privada y vida militante se diluía.[11]

También las labores de carácter recreativo ocuparon un lugar central en las agrupaciones infantiles del PC. Una de ellas era la organización de los “domingos comunistas”, jornadas al aire libre en donde los menores practicaban deportes y juegos, alternados con la entonación de himnos proletarios (como “La Internacional” o “Hijos del Pueblo”). Por otra parte, si desde principios del siglo XX, como afirma Dora Barrancos, “... entre los socialistas hubo una determinación muy clara en volcar el trabajo escénico de los niños al servicio de la causa proletaria”[12], advertimos que los comunistas potenciaron esta experiencia. Esto ocurría con las grandes “matinées infantiles” en las que los camaraditas rojos, acompañados por sus madres, se entretenían con cantos, danzas, obras de teatro, números de declamación e himnos. Todos los años, en el mes de junio, transcurría la “Semana internacional de los niños proletarios”. En esa oportunidad, a pesar de que la convocatoria aparecía regida por un objetivo político (“... que los hijos de los obreros puedan expresar intensamente todo el dolor de la explotación despiadada del capitalismo, a la par que el deseo de colaborar eficazmente con los adultos en la lucha por la emancipación”), la actividad giraba en torno a un gran festival.[13]

En esos eventos, los “compañeritos” eran sometidos a un extremo grado de politización: “Un número que gustó con delirio fue la ronda adaptada ‘En el puente de Avignon’. Un grupo de pibes de las Agrupaciones Infantiles la realizaron con mucha gracia, ridiculizando con acierto al capitalismo, a los radicales, a los socialistas, al fascismo y entonando loas al proletariado y al Partido Comunista”. Y luego continuaba: “Ya el salón desierto y triste por la falta de sus pequeños animadores, al salir el cronista a la calle, escuchaba aún a lo lejos a un grupo de compañeritos que cantaban el motivo de la ronda: ‘A un Centro Comunista van mis padres, van mis padres. A un Centro Comunista van mis padres y yo también’”.[14] Si los “niños obreros” eran entretenidos por el PC en clave lúdico-pedagógica, éstos nunca dejaban de ser empleados, al mismo tiempo, como precoces propagandistas del ideal comunista; de esta manera, se los subordinaba a la lógica del compromiso doctrinario. Aquí hubo una gran similitud con el anarquismo, que desarrolló una concepción integral del niño militante.

Las jornadas de divertimento tenían un límite que no debía trasponerse: el carnaval, la antigua celebración inspirada en el Rey Momo (aquel dios de la burla, expulsado del Olimpo por sus bromas sarcásticas), que estaba instalada en la cultura popular. Para los comunistas, el carnaval implicaba el embrutecimiento de las masas y un ataque a los principios de la lucha de clases. Si sus seguidores no entendían estas verdades, el partido no dudaba en amonestarlos: “La Biblioteca Obrera de Villa Industriales (Lanús) ‘Día a día más luz’, juntamente con los círculos Zepelín y Los Rojos del Diamante, organizó varios bailes carnavalescos. Con tal motivo dirigió un llamado a los trabajadores. Si resulta repudiable que una biblioteca de carácter proletario se complique en las fiestas de carnestolendas, secundando así a los comités vecinales y demás organismos políticos, llegando a unirse a sociedades de marcado tinte carnavalesco, es aún mucho más censurable que para el éxito de la fiesta de Momo llegue a quererse explotar el sentimiento clasista de los obreros”.[15]

Un año después, otro centro cultural del PC, de Avellaneda, asume esta lucha anticarnavalesca: “La CA de la Biblioteca Emilio Zola, con el objeto de aumentar el número de sus afiliados y aprovechando los días de carnaval, para combatirlo, realizará dos bailes familiares los días 27 del corriente y 6 de marzo, a los cuales no se permitirá la entrada a ningún disfrazado”.[16] En 1929 una obrera comunista alertaba: “Nosotros no podemos divertirnos en esta fiesta. No es ésta una fiesta nuestra [...] [pues] muestra la corrupción de la sociedad burguesa [...]. ¿Podemos acaso tener una fiesta común con la clase que nos explota? Yo creo que no. Son los patrones los que organizan los corsos. Es el gobierno el que tiene interés en que se realicen [...]. Así, con esas diversiones artificiales, la burguesía intenta engañar aún más a la clase trabajadora e impedir que despierte a la reflexión”. Y terminaba convocando a “... luchar contra todos los parásitos y crear una sociedad de alegría sana, de fiestas sinceras y agradables, de felicidad para todos”.[17] El sermoneo contra el carnaval no era originario del PC. Tenía una larga tradición entre los socialistas y los anarquistas, quienes lo entendían como un festejo irracional, atávico y regresivo que desenfrenaba los sentidos, atentaba contra la facultad reflexiva, introducía prácticas lascivas y horadaba el comportamiento moral.[18] Lo que evidencia la lucha anticarnavalesca de los comunistas es el modo en que éstos concebían en ese entonces el espacio de la cultura obrera: autónomo y diferenciado del de la cultura popular.

Asimismo, estaban las concentraciones que realizaba el PC en las calles. No nos interesa aquí su dimensión política, sino el fenómeno sociocultural que traslucían en el mundo proletario. Los dos eventos claves eran las marchas y actos que anualmente realizaba el PC el 1º de mayo (declarado desde 1899 Día Internacional de los Trabajadores y feriado nacional a partir de 1925) y el 7 de noviembre (aniversario de la revolución bolchevique). Allí los comunistas concentraban todos sus esfuerzos y, por lo menos durante el período analizado, en Buenos Aires se jactaban de reunir regularmente entre 10.000 y 20.000 simpatizantes en cada una de esas fechas. Esas actividades tenían un periplo recurrente, en el que se combinaban actos con múltiples tribunos y desfiles entre la Plaza Once, la Plaza de los dos Congresos y los bordes de la Plaza de Mayo (la Diagonal Sur), acompañados por cánticos, bandas musicales y carteles que identificaban cada una de las columnas.

Hasta el golpe militar de 1930, pudo mantenerse el carácter festivo de estas movilizaciones. Luego, la represión impidió su realización o las inundó de violencia. Tanto la manifestación del 1° de Mayo como la del 7 de noviembre, en las que confluían las reivindicaciones proletarias y los planteamientos y consignas del ideario comunista, eran prácticas rituales dotadas de una fuerte carga simbólica, en las que se destacaban determinados valores: masividad, disciplina, carácter proletario y familiar, voluntad por ocupar el espacio público de la ciudad. Así, el 1º de mayo de 1932, los infantes comunistas se exhibieron en la conmemoración del Día Internacional de los Trabajadores y un emocionado obrero relataba la experiencia de la jornada: “Vestidos con guardapolvos y pañuelos rojos, llevando sus estandartes, y con las caras radiantes de alegría salieron de sus respectivos barrios los pioners [...]. Centenares y centenares de obreros se fueron a sus casas admirados por la fuerte organización de la niñez trabajadora”.[19] El apego a estas celebraciones y manifestaciones constituía una vieja tradición obrera europea. Operaban como una autopresentación regular y pública, una exhibición de autodominio, una invasión del espacio social burgués y una conquista simbólica, en las que se procuraba “demostrar el poder ante todos”.[20]

Por otra parte, para los comunistas existía otra iniciativa sociocultural muy valiosa dirigida a ocupar el tiempo libre de los trabajadores: la actividad deportiva, en especial, el fútbol. Por aquellos años, el PC impulsó la formación de decenas de clubes obreros, por supuesto, de tipo amateur. Esto continuaba una tradición asociativa que, desde principios del siglo XX, había forjado una serie de instituciones deportivas promovidas por sindicatos, sociedades mutuales y comunidades vecinales. Varios de estos clubes fueron creados por anarquistas y socialistas (como Argentino Juniors y Chacarita Juniors). Los clubes obreros promovidos por el PC surgieron a partir de 1923 y, para 1926, alcanzaban el medio centenar en el ámbito de la Capital (en los barrios de Barracas, Constitución, Nueva Pompeya, La Boca, Balvanera, San Cristóbal, Boedo, Almagro, La Paternal, Villa Crespo, Villa Luro, Villa Devoto, Flores, Parque Chacabuco, Vélez Sarsfield, Liniers y Mataderos) y del Gran Buenos Aires (Avellaneda, Lanús, Quilmes, Haedo, Ramos Mejía, Ciudadela y Adrogué). Otra veintena se desparramaba en otras provincias del país, especialmente, en las de Santa Fe, Córdoba y Tucumán. Estaban mayoritariamente dedicados al fútbol y, ocasionalmente, al atletismo, el basketball y el ajedrez. En muchos casos, proponían actividades culturales y tenían sus propias bibliotecas. También era frecuente que organizaran festivales y conferencias sobre las virtudes del deporte obrero en teatros públicos barriales.

Como tantos otros de esa época, y con  rasgos comunes a los socialistas, los clubes comunistas apenas contaban con recursos materiales y financieros propios, y su vida resultó efímera (no más de cinco a siete años), pero realizaron una labor casi constante y parecieron poder construir ciertos lazos identitarios. Tenían un promedio de medio centenar de socios, a los que podían agregarse simpatizantes y ocasionales espectadores. La mayoría alcanzó a conformar varios teams, pero algunos no superaron la categoría de “clubes-equipos”. Sus canchas nunca abandonaron su estado de precariedad y se ubicaron en esos terrenos urbanos sin edificar que los porteños, durante las primeras décadas del siglo XX, reclamaron y usaron como espacios verdes para la recreación. Estos campos baldíos, en general, se encontraban en barrios alejados de sus secretarías, como Villa Soldati o Liniers. La distancia entre el lugar de juego y la sede sugiere que, aunque eran expresión de la vida del vecindario en donde estaban insertas estas últimas, estos clubes traspasaban los límites barriales y se constituían esencialmente a partir del gremio (de hecho, algunas instituciones deportivas eran específicamente de los sindicatos dirigidos por los comunistas o en los que éstos ejercían una influencia importante) o el grupo de fábricas a las que pertenecían sus miembros.

Al revisar los nombres de los clubes comunistas, puede observarse su singularidad frente a los otros de carácter popular surgidos durante las primeras décadas del siglo XX, que mayoritariamente recurrieron a denominaciones como Argentino (para diferenciarse de las primeras instituciones inglesas); Unidos o Defensores (que aludía a un agrupamiento y representación territorial); Estudiantes, Juniors o Juventud (que realizaba un recorte generacional); y un conjunto heterogéneo en donde se encuentran algunos nombres ingleses, otros que surgen del ambiente simbólico religioso, muchos asociados a las fechas patrias o a próceres de la historia argentina y una gran cantidad vinculados a los vecindarios o localidades de origen.[21] Los clubes del PC, en cambio, prefirieron otros apelativos, propios de la liturgia anticapitalista: un panteón en el que aparecen líderes marxistas (Rosa Luxemburgo, Sportivo Lenin) o figuras ajenas a él (como el geógrafo anarquista Elisée Reclus, el escritor Emilio Zola o el creador de la imprenta Gutenberg); la iconografía del socialismo y la clase obrera mundial (Hoz y Martillo, 1º de Mayo, Sol de Mayo, Hijos del Pueblo, La Internacional, La Chispa, La Antorcha); todas las conjugaciones posibles de “rojo” (Estrella Roja, Alba Roja, Deportivo Rojo, Aurora Roja); y una serie de valores universales de redención (Justicia, Salud y Fuerza, Unión y Trabajo, Valor y Verdad, Deportivo Luz, Claridad). Aquí hubo un campo común con el PS, quien, para denominar a esa veintena de clubes que había montado por aquella época en sus comités barriales, también recurrió a personajes marxistas o del progresismo laico, y a imágenes proletarias emblemáticas (Marx, Engels, Bebel, Jaurès, Pablo Iglesias, Ingenieros, Del Valle Iberlucea, Darwin, Ameghino, 1º de Mayo, entre otros). Acompañando una tendencia general, tampoco hubo clubes comunistas que aludieran a una identidad étnica, nacional o idiomática, que en el fútbol argentino se hicieron más comunes luego de 1930. De este modo, los numerosos obreros inmigrantes comunistas se enrolaron en clubes cuyo principio articulador fue siempre el lugar donde se ubicaba el sitio de trabajo, el sindicato o la vivienda. El horizonte clasista aparece implícito o explícito en todos ellos; así, hasta los que usaron el término juventud, lo acompañaron del adjetivo obrera.


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Desde julio de 1924, estos clubes se agruparon, o sumaron luego, en una institución madre: la Federación Deportiva Obrera (FDO), que se comportaba como Sección Argentina de la Internacional Roja del Deporte y la Gimnasia, y tenía sus sedes en locales del PC. A los pocos meses de crearse en Capital-GBA, también se fundó la FDO Provincial de Córdoba y, más adelante,  las de Santa Fe y Tucumán. La FDO buscaba convertirse en una entidad “... que permita la práctica libre del deporte a la juventud obrera, que oprimida en los talleres es explotada por el capitalismo en todos los órdenes de la actividad humana, inclusive en el deportivo. Organismo encargado, por otra parte, de apartar a las masas juveniles del deporte burgués, demostrándole que debe luchar por su emancipación desde todos los lugares: partido político, sindicato, organizaciones deportivas, culturales, cooperativas”.[22] El PS también fue partidario del “deporte obrero” y constituyó, en 1926, una entidad similar a la FDO. Se trató de la Confederación Socialista Deportiva (CSD) –originariamente pensada bajo el nombre de Federación Obrero-deportiva de la Capital–, que existió hasta 1930, cuyo inspirador fue el concejal Manuel T. López.[23] En la óptica del PC, aquella confederación sólo había surgido para rivalizar con la FDO y operaba como mero apéndice del partido de Justo y Repetto. Los comunistas cuestionaban a la CSD en algo más esencial: “No tiene un carácter de clase. Se fundó con el propósito de practicar un ‘deporte sano, elevado, libre de normas perniciosas y de la acción de camarillas’. En fin, es una institución deportiva como cualquier otra”.[24]

En comparación a su símil socialista, la FDO mostró un desarrollo más vasto. Organizaba un campeonato de fútbol de cinco divisiones, en el que intervenían los equipos nombrados. Tenía su propio reglamento de disciplina, que fijaba las reglas del juego y  definía la organización interna de los clubes y su relación con la Federación.[25] También poseía una agrupación de referees (encargada del  seguimiento de las pautas de comportamiento) y un boletín en donde se resumían sus actividades; periódicamente, realizaba congresos nacionales. La Internacional tuvo desde mayo de 1925 una sección deportiva diaria en sus páginas; allí se informaba acerca de los eventos realizados por cada club, se presentaba el fixture de encuentros, se comentaban los matchs y se ofrecía la tabla de posiciones de los campeonatos. La mayoría de los clubes y la propia federación estaban controlados por el PC, y funcionaban al lado o en los comités barriales del partido. Pero había algunos independientes, que tenían una tradición propia; ése era el caso, por ejemplo, del Club Juventud Obrera de Villa Castellino, fundado en 1914 por un grupo de operarios de la vidriería Papini.

La FDO poseía un discurso específico: reivindicaba un deporte rojo y proletario, y lo contraponía a la mercantilización y a la corrupción que habría sufrido bajo el régimen capitalista, en donde el amateurismo perdía espacios frente al avance de la práctica profesional, en la que los jugadores encontraban un medio para obtener réditos económicos. El PC se enfrentaba a esta perspectiva, levantando la consigna de “¡Contra los clubes empresas! ¡Por el deporte popular y obrero!”.[26] Claro que esta defensa del amateurismo tenía  razones bien diferentes de la que sostenían los sectores aristocratizantes. Éstos, en la visión del PC, querían salvaguardar el carácter aficionado de la actividad para mantenerla bajo el dominio de los ricos, los únicos que podrían disponer libremente del tiempo de ocio necesario para desarrollarla.

Es evidente que estas esperanzas comunistas fracasaron completamente, pues las tendencias a la profesionalización del fútbol avanzaron inexorablemente. En verdad, estas últimas habían tenido un origen democratizante: si se rentaba a los jugadores, se lograría que los pobres se pudieran dedicar por entero a la práctica futbolística y así igualar sus oportunidades con los ricos. Pero esta concepción abrió paso a los mecanismos de mercado. Junto a ello, al poco tiempo, las instituciones del fútbol acabaron por entronizar a ciertas élites que pudieron obtener buenos ingresos lucrativos y construir estrechas vinculaciones con el poder político y económico. Este proceso finalizó con la creación, en 1934, de la Asociación del Fútbol Argentino (AFA), imponiéndose definitivamente la profesionalización y masificación del fútbol, cuyas evidencias eran el aumento de espectadores en las canchas y el crecimiento de los “Cinco grandes” equipos (River Plate, Boca Juniors, San Lorenzo, Independiente y Racing Club), que contaban para 1930 con más de 50.000 socios.[27]

Lo cierto es que esta orientación profesionalista fue impugnada por el PC ya desde los años veinte. Sobre todo, el partido cuestionaba la aparición de los “clubes empresas”, en donde los dirigentes comenzaban a vivir a expensas del deporte, lucrando con el bolsillo de los aficionados, al tiempo que azuzaban el odio entre trabajadores: “El deporte en las ligas burguesas es, en primer término, un negocio [...]. En segundo lugar, tiende a desarrollar los sentimientos nacionalistas patrioteros del pueblo [...]. Además, el deporte burgués es esencialmente individualista; no tiende a formar una raza fuerte, sino a formar hombres que sobresalgan de los demás. Un Dempsey, un Firpo, son los ideales del deporte burgués, aunque en las fábricas de embutidos de Chicago o en los yerbales de Misiones, o en el feudo de Vasena, el proletariado cansado y dolorido, muera de anemia. Crea ídolos”. En este sentido, el deporte rojo era visto como la contracara, por ser “... esencialmente internacionalista, puesto que desarrolla los sentimientos de confraternidad proletaria entre todos los explotados del mundo y declara que únicamente después de haberse hecho la revolución social, el deporte será universalizado. Es profundamente colectivista, porque poco le interesa que sobresalga nadie, tener muchos campeones, sino fortalecer al conjunto del proletariado. Crea vínculos de camaradería entre todos los jugadores y no ofrece espectáculos repudiables”.[28]

Los clubes comunistas tuvieron vinculaciones con otros clubes porteños con impronta proletaria, aunque mayor tradición, como el Club Atlético Barracas Central y el Club Atlético Colegiales. Cuando debió organizar algún match importante, la FDO utilizó las instalaciones del Club Atlético Atlanta, ubicado en Villa Crespo. Esto ocurrió, por ejemplo, en octubre de 1925, cuando se disputó un partido internacional de revancha entre la FDO y la Federación Roja del Deporte del Uruguay. La ceremonia que rodeó a ese encuentro, al que asistieron unos dos mil espectadores, ofrece una imagen cargada de mensajes culturales y procedimientos rituales: en los descansos reglamentarios, una banda de música ejecutaba himnos obreros y coros de trabajadores yugoslavos animaban la “jornada proletaria”, mientras los dos equipos rioplatenses  intercambiaban como obsequio una estrella de cristal biselado que llevaba grabado la hoz y el martillo.[29] Solidaridad proletaria, espíritu internacionalista y códigos clasistas aparecían sostenidos como principios cuya ratificación importaba tanto como el evento deportivo. En lo que hacía específicamente a estos “matchs obreros”, los comunistas siempre destacaban su carácter fraternal y festivo, en oposición a los que se hacían en las ligas “burguesas”, cada vez más desnaturalizados por la rivalidad/enemistad. Para el PC, el único ámbito en donde existía el verdadero juego limpio, sostenido en normativas éticas, era el de la FDO.

Desde fines de los años veinte, los comunistas experimentaron grandes dificultades en esta experiencia deportiva obrera. La actividad se resintió debido a la propia crisis interna que afectó al PC hacia diciembre de 1927, cuando tuvo lugar la ruptura del grupo encabezado por la principal figura del partido, José F. Penelón. La división se reprodujo en el propio seno de los clubes y de la FDO de la Capital. Durante 1928 varios de aquellos se disolvieron o se alinearon con los penelonistas. Desde entonces, las FDO del interior del país siguieron en manos del PC, pero, en la más fuerte, la de Buenos Aires, los clubes comunistas quedaron en minoría y en incómoda convivencia, como “fracción roja”.[30] Lo que siguió fue peor: como tantas otras instituciones socioculturales y órganos de prensa asociados al PC, la FDO fue formalmente disuelta por el gobierno de facto a fines de 1930, mientras que en varias de las sedes de sus clubes se sufrieron allanamientos y detenciones policiales.[31] Hacia marzo de 1932, al recuperar márgenes de legalidad, los comunistas pudieron volver a poner en marcha la FDO. Se reorganizaron y fundaron nuevos clubes, que durante algunos meses tuvieron un intenso despliegue social, cultural y político. Hasta agosto de 1932, pudieron mantenerse estas iniciativas, pero, en los meses siguientes, languidecieron en medio de la persecución policial, las torturas y las deportaciones que volvieron a afectar a la militancia comunista.

Si la actividad de los clubes deportivos comunistas se orientaba específicamente a la juventud obrera masculina, las entidades infantiles del partido pretendían encarar la socialización cultural de los niños. El PC le dedicó gran atención al tema de la minoridad, como parte de sus preocupaciones por el proceso de transmisión intergeneracional del proyecto comunista. Lo hizo con un contenido más militante y  distante de la mirada médico-higienista y positivista que tuvieron los socialistas, en un ámbito que, por lo demás, siempre definió como “infancia proletaria”. Desde los primeros años veinte, se conformaron las Agrupaciones Infantiles Comunistas, que procuraban reunir a los hijos de obreros con fines educativos, culturales y propagandísticos, y que, al mismo tiempo, buscaban impactar sobre sus progenitores. Desde 1927 actuaba la Comisión Central de Grupos Infantiles, que reunía a las distintas agrupaciones de niños. Sus nombres, nuevamente, remiten al panteón y a las efemérides de la tradición marxista: en la Capital, la más antigua y dinámica era la Carlos Liebknecht (que editaba un periódico mensual, ¡Siempre listos!); también actuaban otras, como Nicolás Lenin, Rosa Luxemburgo y Alba Roja; en Avellaneda, estaba la 7 de Noviembre. Como continuación de estas experiencias, en los años treinta, el PC formó la Federación Infantil de Pioners. Se presentaba como enemiga de las “organizaciones burguesas infantiles”, en especial, de la que aparecía como la más activa, la de los Boys Scouts, tachada de  reaccionaria y militarista.

Para promover la acción de estos grupos infantiles proletarios del PC, existía un órgano de prensa específico: Compañerito. Tuvo dos etapas: la primera, en la que el PC declaró una tirada de unos 25.000 ejemplares, se extendió entre mayo de 1923 y el golpe militar de 1930, y se editó como “Periódico mensual para los niños”; desde julio de 1932, reapareció como “Periódico de los niños explotados. Editado por la Federación Infantil de Pioners”. La publicación se adjudicaba la misión de construir, en los menores proletarios, valores opuestos a los impartidos por el Estado, el sistema educativo, la Iglesia y algunos medios de comunicación. Desde sus primeros números, los objetivos quedaron expuestos: “Para luchar contra la explotación de los niños en las fábricas, contra las mentiras de las escuelas, contra el patriotismo que en ellas se inculca, contra el pulpo religioso”. En un formato pequeño y con un diseño ágil –textos cortos y muchas ilustraciones–, Compañerito recorría un espectro temático que iba desde la reivindicación inmediata de ciertos derechos hasta el discurso más utópico de transformación social. En el segundo sentido, se encuentra una saturación de textos e ilustraciones que proyectan imágenes de la sociedad futura, en clave de mística doctrinaria: en un número, un dibujo muestra a chicos de distintos lugares del mundo, entrelazados, haciendo una ronda alrededor de una bandera roja, con una frase que reza “Pronto llegará el día en que los niños de todos los pueblos de la tierra podrán estrechar sus manos en torno de la única bandera de fraternidad”; en otro, tras la consigna “Niños proletarios contemplando ansiosos la salida del nuevo sol, la Sociedad Comunista”, se observa a una madre abrazada a sus hijos, que asisten alborozados al amanecer resplandeciente de una hoz y un martillo.[32] Compañerito se posicionaba como rival de las revistas infantiles “burguesas”, como Billiken (impulsada por la Editorial Atlántida, de Constancio C. Vigil, con cierta orientación conservadora y católica), a la que llamaba a boicotear, tanto por su contenido como por sus manejos empresarios.[33] El órgano infantil del PC denunciaba los prejuicios que impedirían la adquisición de una “auténtica” conciencia proletaria: “La burguesía trata con sus revistas y periódicos, como el Billiken, el Purrete, etc., embaucar a la niñez trabajadora por medio de sus mentiras, como la patria, la religión, las novelas fantásticas, pero no le habla del hambre y la miseria que sufrimos y cómo acabar con esto”.[34] Compañerito también incorporaba motivos profanos: reproducía cuentos y poemas infantiles, cartas enviadas por escolares, juegos de ingenio, ejercicios para repasar la tabla de multiplicar, dibujos y chistes. En cada material, se filtraba un lenguaje o sentido común de clase y una pedagogía proselitista en clave obrerista.

 

Las experiencias ilustradas

Uno de los instrumentos privilegiados para el desarrollo de las experiencias de formación cultural comunista fue la Biblioteca Obrera, que casi siempre ostentaba también el título de Centro de Cultura o Asociación Cultural. En las décadas de los veinte y los treinta, aún se mantenía esa larga tradición existente en el país, particularmente en Buenos Aires, con respecto a este tipo de instituciones.[35] Desde las últimas décadas del siglo XIX y, por lo menos, hasta la aparición del peronismo, una de las primeras tareas que encaraba todo nuevo sindicato o federación gremial era constituir su propia biblioteca. Los anarquistas, los sindicalistas y, especialmente, los socialistas conformaron centenares de ellas en sus locales y centros. Para ilustrar con algunas cifras la permanencia de este fenómeno, señalemos que, hacia marzo de 1932, existían unas 400 Bibliotecas Obreras creadas por el PS, con un promedio de 3.000 a 6.000 volúmenes cada una, repartidas por casi todas las provincias y territorios nacionales (entre ellas, 56 en Capital Federal y 180 en la provincia de Buenos Aires); el Vigésimo segundo Congreso Ordinario del PS, de mayo de 1934, calculaba que esa cifra se había elevado a 772 (además de 19 centros culturales).[36]

El emprendimiento comunista que ahora exhibiremos fue más acotado, pero no resultó insignificante. En Capital-GBA, hemos podido reconstruir la existencia de casi una treintena de estas instituciones impulsadas por los comunistas en los barrios de Barracas, Nueva Pompeya, La Boca, Balvanera, Boedo, Almagro, La Paternal, Villa Crespo, Villa Luro, Villa Devoto y Flores, así como en algunas localidades de Avellaneda, Lanús, Quilmes, Haedo, Ramos Mejía, Ciudadela y Adrogué. A ellas hay que sumar las implantadas en otras regiones del país, especialmente en La Plata-Berisso y Zárate, y las provincias de Córdoba, Santa Fe y Tucumán.

Las bibliotecas obreras comunistas estaban sostenidas por los miembros y allegados al partido, y postulaban una total autonomía frente al “estado burgués”. Precisamente, encontraban allí el elemento de distinción con las llamadas “bibliotecas populares”, lo que puede advertirse en las palabras con las que un dirigente sindical cordobés del partido saludaba la inauguración de una de estas instituciones: “... habló sobre el tema ‘Labor de las bibliotecas obreras’, explicó el significado de las mismas, señalando la diferencia que hay con las bibliotecas que se dicen ‘populares’, que no son otra cosa que bibliotecas subvencionadas por la burguesía”.[37] Sin embargo, el PC también apoyó algunas bibliotecas populares ubicadas en barriadas obreras, parcialmente financiadas con fondos públicos. Un ejemplo en este sentido fue la Biblioteca Veladas de Estudio después del Trabajo, ubicada en Avellaneda (Galicia 667).[38]

En la ciudad de Buenos Aires y el conurbano bonaerense, los nombres de las bibliotecas y centros de cultura comunistas remiten, por un lado, a un conjunto heterogéneo de próceres (militantes, pensadores, científicos y escritores) provenientes de las tradiciones marxista o “progresista”: tal el caso de los existentes, entre otros, bajos los nombres de Carlos Marx, Federico Engels, Rosa Luxemburgo, Kart Liebknecht, Julio Antonio Mella, Voltaire, Emilio Zola, Máximo Gorki, León Tolstoi y Anatole France; por el otro, se recurrió a una serie de valores y símbolos ligados a esas tradiciones, en los que se observan improntas iluministas y románticas, como se advierte en las bibliotecas llamadas Renovación, Antorcha de la Verdad, Trabajo, Sol de la Humanidad, Germinal, Día a día más luz, Amigos del Comunismo, La Comuna. El recurso a figuras argentinas sólo alcanzó a dos casos: el paleontólogo y naturalista Florentino Ameghino y el intelectual romántico Esteban Echeverría.

Algunas de estas bibliotecas tenían cierta historia y envergadura. Era el caso de la Esteban Echeverría, que actuaba en el barrio porteño de Flores desde la primera década del siglo (aún en el seno del PS), y, hacia fines de 1926, contaba con casi tres mil libros; o el de la que llevaba el nombre de Engels (inicialmente ubicada en Avellaneda y luego mudada a Barracas), con más de dos mil volúmenes de carácter social, literario e infantil hacia mediados de 1927. Cada biblioteca tenía su correspondiente Comisión Administrativa, en la que, generalmente, actuaban un secretario general, un secretario de actas, un tesorero, cuatro vocales, dos revisores de cuentas y seis bibliotecarios. Los informes internos del PC destacaban la importancia que revistaban estas entidades y recordaban el modo en que debían ser financiadas: “Será especial cuidado de los Comité de Barrio el de ponerlas en funcionamiento regular, permitiendo así que se acerquen a nuestra organización una cantidad apreciable de obreros. No olvidar que dichas bibliotecas no tienen que ser una carga para el partido, sino que deben ser sostenidas económicamente por los lectores que a ellas concurran”.[39] Algunos de estos centros tenían su propio periódico, en los que comentaban las obras que iban ingresando al catálogo y las actividades realizadas por la institución; ocasionalmente, fijaban posiciones sobre problemas del barrio, como la inseguridad, los servicios públicos, entre otros.

La literatura que circulaba en las bibliotecas comunistas procedía, en buena medida, de La Internacional, la editorial del PC, cuyo catálogo se reproducía diariamente en el órgano oficial del partido. Hasta fines de los años veinte, esta editorial funcionaba en Independencia 4168/70, local central que operaba como librería y sede de La Impresora, donde se confeccionaban los materiales partidarios. Sólo una parte de catálogo era impreso por LI; la mayoría eran libros que el sello sólo se dedicaba a comercializar. Ya desde 1925, en el listado se ofrecían más de un centenar de obras, cifra que se duplicó y triplicó en los años siguientes. La mayoría de los títulos se inscribía en una literatura socialista y anticapitalista: obras de Marx, Engels, Lenin, Rosa Luxemburgo, Paul Lafargue, Clara Zetkin, Radek, Bujarin, Kollontay, Lunacharsky, Stalin y Trotsky (por razones obvias, sólo hasta mediados de 1928), entremezcladas con algunas de los anarquistas Kropotkin y Eliseo Reclus. En segundo lugar,  una selección de obras de la “cultura universal”, especialmente aquellas pertenecientes a la narrativa decimonónica, que evidenciaban un contenido social, humanista, romántico o naturalista moralizante (buena parte de la obra de Victor Hugo, Zola, Gorki, Tolstoi, Dostoievski e Ibsen). También, varios textos de escritores contemporáneos en los que se filtraba un espíritu antiburgués, antimilitarista o solidario con la Revolución Rusa: los integrantes del grupo francés Claridad Romain Rolland y Henri Barbusse, el norteamericano Upton B. Sinclair, el francés Anatole France y otros. No faltaban obras clásicas de representantes de la ilustración (Rousseau, Voltaire y Diderot). Entre los nombres locales, se destacaban Echeverría, Ingenieros, algunos intelectuales de la Asociación Amigos de Rusia y los escritores libertarios Alberto Ghiraldo y Julio R. Barcos. Este bricolage de autores y títulos estaba presente en todas las instituciones culturales obreras desde su momento formativo.

José Fernando Penelón
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Sin embargo, cuando el PC se embarcó en la estrategia del tercer período, especialmente a partir de los años treinta, la visión sobre muchos de estas figuras se alteró, y comenzaron a ser tachadas de variantes de la cultura y el pensamiento burgueses. Desde entonces, toda la tradición de mayo y la historia nacional liberal fueron juzgadas reaccionarias, proimperialistas y antipopulares, extrañas a cualquier proyecto de “revolución democrática”.[40] Así, y como parte de cierta dinámica antiintelectual de la que el estalinismo haría gala en todo el mundo, muchos de los autores mencionados desaparecieron de los estantes de las bibliotecas comunistas, que acabaron privilegiando aquellas obras que encajaban mejor en la ideología “marxista-leninista” o que reproducían las resoluciones de los organismos partidarios y de la IC. Precisamente, desde 1929 el PC impulsó, junto al SSA de la IC, una nueva editorial, llamada Sudam (acompañada de algunas otras de efímera existencia), que constituyó una expresión clara del cambio. Con la adopción del frente popular en 1935, otras casas editoras y publicaciones suplantarán, a su vez, este catálogo. El nuevo dará cuenta de un viraje radical respecto de las anteriores concepciones historiográficas y políticas, porque contendrá una recuperación de la tradición intelectual liberal iniciada con la Revolución de Mayo y continuada por la generación del 37 (reivindicará abiertamente los nombres de Moreno, Alberdi y Sarmiento).[41]

El momento de mayor desarrollo y apertura de las bibliotecas comunistas transcurrió durante la mayor parte de los años veinte. En aquella época, y como también era frecuente en las que animaron las otras tendencias de izquierda, estas instituciones, además de las tareas formalmente asignadas (la promoción de la lectura y el almacenamiento de libros), realizaron múltiples experiencias de instrucción y sociabilidad cultural: cursos, lecturas comentadas, conferencias, obras de teatro, concursos de poesía, veladas literarias y musicales, entre otras, siempre con el objetivo de que los obreros se ilustrasen en los valores anticapitalistas. Es decir, fueron, al mismo tiempo, ámbitos de erudición y de entretenimiento. Veamos algunos ejemplos para la primera de estas funciones. Uno de los centros, hacia mediados de 1926, prometía para todos los lunes el ejercicio de “... lecturas comentadas, empezando por el ‘Libro de la Revolución’ de Upton Sinclair; y todos los jueves a la misma hora, habrá clases de cantos revolucionarios a cargo del compañero M. Sciancolépore. Ningún obrero simpatizante con los principios de la Internacional Comunista y que viva en la Boca debe estar ausente los lunes y jueves de estos actos educativos”.[42] En varias de estas bibliotecas, se impartían clases gratuitas nocturnas de las asignaturas escolares. En ocasiones, desde esos centros se promovían visitas guiadas a ámbitos específicos de la cultura, por ejemplo, al Museo Nacional de Bellas Artes, para estudiar las obras pictóricas y escuchar luego las reflexiones de algún conferencista del partido o vinculado a éste. Las conferencias abordaban temáticas no muy variadas y se privilegiaban las que señalaban la existencia de una cultura de los trabajadores, lo que queda evidenciado por sus recurrentes títulos: “Misión de las bibliotecas y cultura obrera” o “La revolución proletaria y la cultura”.

Detrás de la actividad de estas instituciones, se percibe un eco, pero atemperado y mucho más aggiornado, de aquel propósito que definían a los centros del PS: comportarse como faros para la “elevación cultural y moral” de la clase obrera. Ciertamente, en estas bibliotecas comunistas se advierte el intento por irradiar una cultura erudita basada en modelos letrados clásicos, pero, al mismo tiempo, en ellas se encuentra una creciente tendencia (mayor aún que la que aparecía en el caso socialista) a realizar concesiones o adaptaciones con respecto a sus fines originarios de ilustración popular, evidenciada  en actividades sociales más profanas. Señalemos algunos ejemplos. La Biblioteca Esteban Echeverría de Flores organizaba festivales artísticos y cinematográficos, y conferencias sobre asuntos políticos nacionales e internacionales, en el Teatro Boedo, en el Cine Ideal Palace y en el Cine Imperio (ubicados a pocas cuadras), alternados con algún té danzante familiar amenizado por orquestas.[43] Otro tanto hacía, en Villa Crespo, la Biblioteca Germinal (en el Teatro Gral. Mitre) y, en La Paternal, la Biblioteca Antorcha de la Verdad (en el Cine Oeste). La Biblioteca Emilio Zola, de Avellaneda, montaba funciones en el Salón Cosmopolita, de Villa Alsina. La Biblioteca Obrera Renovación, de Haedo, organizaba comedias, lecturas de poesía, números de canto y guitarra, y bailes familiares en el Teatro Rivadavia de esa zona. Varias de estas entidades también preparaban salidas campestres familiares: los picnics en el balneario de Punta Chica o en algún recreo de la Isla Maciel, y las excursiones en vapor al Delta del Paraná, parecían ser las preferidas.

¿Cuál era la especificidad comunista en cuanto a las bibliotecas obreras? Sus propuestas eruditas debían subordinarse al objetivo de la lucha de clases, es decir, debían ser un instrumento para la consolidación de una conciencia proletaria revolucionaria. Este argumento aparece desplegado por un dirigente partidario, M. Punyet Alberti:

“Es común caer en el error de pensar que una biblioteca mantenida por trabajadores debe preocuparse ante todo de los grandes problemas de la ciencia y de las creaciones de la literatura [...] tal criterio no responde a la verdadera función de las bibliotecas obreras [...]. Si las bibliotecas organizadas y mantenidas por obreros alimentan la ilusión de que con una labor cultural pura se contribuye con mayor eficacia que con la acción a la emancipación del proletariado, repetimos que errarían el camino [...]. Se trata de adquirir mediante estas bibliotecas, la cultura indispensable para mantener una lucha tenaz contra la minoría que se ha adueñado del mundo”.[44]

En la historia de estas bibliotecas y centros, debe establecerse un corte en 1930. A partir del golpe militar ocurrido ese año, la persecución policial que sufrió el PC obligó al cierre forzado, al menos en su carácter público, de la casi totalidad de estas entidades, que funcionaban, en general, dentro o al lado de los locales del partido o de los sindicatos hegemonizados por éste. Desde principios de 1932 y hasta mediados de ese año, cuando el PC pudo salir del estado de clandestinidad casi absoluta y varios de sus locales e instituciones recuperaron carácter público, emergió una nueva camada de bibliotecas y centros culturales comunistas. Una de las más activas fue la Asociación Cultural Anatole France, que disponía de un salón de actos en Belgrano 1732 y solía realizar diversas conferencias y veladas artísticas. La Biblioteca Obrera Gutenberg (Gorriti 4912), dentro de sus múltiples tareas, organizó cursos de economía e iniciación marxista.[45] Otras bibliotecas, que ya existían antes, como Renovación, realizaron una intensa labor en este período, por ejemplo, festivales cinematográficos. La represión que volvió a golpear al PC desde fines de 1932 deshizo la acción de muchas de estas instituciones.

Examinemos ahora la estrategia comunista vinculada a la instrucción formal y sistemática en el mundo del trabajo. En este terreno, el PC navegó entre dos aguas. Por un lado, buscó desarrollar instituciones educativas propias, independientes del Estado: las “escuelas obreras”. Se retomaba aquí la vasta experiencia que el PS había desarrollado desde fines del siglo XIX con la creación de decenas de “escuelas libres”.[46] Pero es evidente que, para los años veinte y los treinta, estos esfuerzos comunistas resultaban vanos frente al peso, prestigio y recursos con que contaba el sistema de educación pública. De modo que aquel intento “autonomista” se vio acompañado por propuestas de cambio radical del sistema, para hacerlo más propicio, útil y accesible a los hijos de los trabajadores. Los esfuerzos por formar centros de enseñanza “proletarios” aparecen reflejados en la propaganda cotidiana del PC. Decía el PC en 1925: “¡Por la creación de escuelas obreras! ¡Por nuestros niños, que son carne de explotación en las escuelas del Estado y del Clero”.[47] El éxito, sin embargo, se logró limitadamente, pues sólo pudieron constituirse escuelas en una comunidad étnico-lingüística en la que el PC actuaba con especial fuerza: la judía. Eso no significó que hasta mediados de los años treinta el PC no siguiese atacando la pedagogía pro capitalista impuesta desde las escuelas, que se basaba, en la visión del PC, en el puro engaño. “¡Abajo la educación burguesa! ¡Abajo los mentirosos bárbaros!”, eran algunas de las frecuentes consignas de orden de la revista Compañerito, las que podían sugerirse en sus tiras cómicas, como la que mostraba a un maestro preguntando a un alumno la causa de su llegada tarde a clase y a éste último contestándole: “Porque me quedé escuchando una conferencia de la Federación Infantil de Pioners, que es mucho más interesante que oír sus macanas”.[48]

Al mismo tiempo, el PC propugnaba transformaciones en la educación estatal.[49] Los socialistas defendían la pedagogía sarmientina, la escuela pública como espacio de socialización infantil para todas las clases sociales y  la escolarización de la niñez obrera. La posición de los comunistas, en cambio, hizo hincapié en el combate a la enseñanza “burguesa, patriótica o religiosa” dentro de la educación pública. En los programas del partido, además, se exigía que el Estado garantizase el acceso al estudio a todos los hijos de obreros (con entrega gratuita de útiles, merienda y vestimenta), el derecho de alumnos y maestros a expresar sus opiniones y que se democratizaran los Consejos de Educación (propiciaba su elección por parte de alumnos, maestros y padres).[50]

Por otra parte, el PC tuvo una posición heterogénea frente al llamado Movimiento de la Escuela Nueva, en apogeo durante las tres primeras décadas del siglo XX, caracterizado por ideas democratizadoras y progresistas, afines a una discusión del estatus del niño, de la relación entre autoridad docente y libertad infantil, y de las modalidades y didácticas de los procesos de enseñanza-aprendizaje. Por un lado, desde la provincia de Mendoza (escenario de una particular mezcla de gremialismo docente combativo, feminismo y pedagogía nueva), se destacó la experiencia de la gran maestra y pedagoga Florencia Fossatti (1888-1978). Con una formación en la Universidad de La Plata, Fossatti se desempeñaba como inspectora de Bibliotecas Populares y de Escuelas. Luego, fue una de las líderes de la huelga de 1919, en la que se conquistó el primer escalafón docente. Desde la Unión Gremial del Magisterio y la Asociación de Maestros de Mendoza, se enfrentó duramente a la Federación de Maestros Católicos. En 1921 fue destituida de su cargo docente, por discriminación ideológica, junto a Angélica Mendoza, la destacada integrante del PC que emigró con la fracción de los chispistas en 1925. Como presidenta del grupo Maestros Unidos, Fossatti  participó del Movimiento de la Escuela Nueva, que enfrentaba a los sectores conservadores e impugnaba la formación dada en las Escuelas Normales. En ese contexto, organizó el Centro de Estudios Nueva Era, que elaboró una serie de publicaciones y creó dos escuelas experimentales, en donde se promovió el autogobierno infantil, dentro y fuera de las aulas, a través de centros de alumnos, y de tribunales y cooperativas de los niños. La experiencia fue arrasada por la represión conservadora y Fossatti, entre 1936 y 1958, estuvo expulsada del magisterio público. Si bien su vinculación con el PC era muy anterior, en 1938 la pedagoga se afilió al partido y militó en él hasta su muerte.

Aníbal Norberto Ponce, un intelectual indisolublemente ligado al PC, se colocó en una visión muy distinta: criticó la experiencia de la Escuela Nueva y los principios de autonomía del discurso pedagógico experimental. En 1934 dictó unas lecciones en el Colegio Libre de Estudios Superiores, luego editadas bajo el título de Educación y lucha de clases. Se presentaban como un intento, desde el “materialismo dialéctico”, de reconstrucción del condicionamiento que el medio social imponía a las formas de la instrucción y la adquisición de conocimientos. A tono con el espíritu del tercer período, allí, la historia de la educación era auscultada en función del choque de intereses de la burguesía y el proletariado. Por ello, el movimiento escolanovista de renovación pedagógica era reputado como una iniciativa reformista y pequeñoburguesa, que ignoraba la educación de las masas e incomprendía la verdadera realidad educativa. Todavía más, se lo definía como un esfuerzo vano por ubicarse “entre el fascismo de la burguesía y el socialismo del proletariado”, que quedaba superado por la alternativa que ofrecía el sistema soviético de instrucción, en donde sí se construía un “nuevo tipo de niño”. En este sentido, Ponce se mostraba enemigo acérrimo de la “neutralidad escolar”: “La llamada “neutralidad escolar” sólo tiene por objeto substraer al niño de la verdadera realidad social: la realidad de las luchas de clase y de la explotación capitalista; capciosa “neutralidad escolar” que durante mucho tiempo sirvió a la burguesía para disimular mejor sus fundamentos y defender así sus intereses”.[51]

 

El aporte de los artistas y escritores del PC

¿Cuál fue el lugar de los intelectuales, escritores y artistas en esta recreación comunista de una cultura obrera durante los años veinte y hasta mediados de los treinta? Aquí el balance se vuelve complejo. Por una parte, experimentaban una atracción hacia el PC debido a una serie de factores: la permanencia del ideal del comunismo y de la causa de la Revolución soviética; la creencia en una caída inminente del capitalismo tras la crisis de 1929; la creciente conflictividad social que se vivió a partir de este fenómeno; los vínculos orgánicos con la clase trabajadora que demostraba poseer el partido; el compromiso de lucha que exhibían sus militantes; la búsqueda de una nueva cultura. Como sostiene Oscar Terán,

“… los comunistas ganaron una evidente influencia en el movimiento obrero. Esta mayor inserción debía sin duda resultar atractiva para algunos intelectuales progresistas, máxime cuando esa situación se iluminaba con el contraste entre la crisis capitalista mundial por un lado y lo que se percibía como los éxitos de la construcción del socialismo en la Unión Soviética por el otro”.[52]

El impacto de la Revolución rusa en el medio intelectual y cultural argentino dibujó una ola de simpatía que fue más allá del espacio del PC y construyó un momento de identidad específico para una camada de hombres y mujeres: “El encuentro de estos jóvenes intelectuales con la Rusia de los soviets es su punto de diferenciación respecto del resto del campo cultural; el impacto ideológico-político de la revolución se convierte en un leit-motiv de discursos y prácticas artísticas, genera compromisos y articula núcleos intelectuales la mayor parte de las veces apartidarios”.[53]

Leonidas Barletta
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Sin embargo, la incorporación de intelectuales y artistas al PC o, en algunos casos, que siguieran, al menos, siendo sus “compañeros de ruta”, se veía dificultada por el acérrimo obrerismo que caracterizaba la organización. En general, eran definidos bajo el peyorativo término de pequeñoburgueses, propensos a todo tipo de desviaciones. También influía la existencia de una dirección partidaria todavía débil, cambiante e inexperta, que se mostraba hostil a la independencia de criterio de la que hacían gala algunos de aquellos individuos. A esto se sumó el fuerte sectarismo que definió al tercer período en todo el comunismo internacional, que, en el plano artístico y cultural, coincidió con una creciente desconfianza hacia las experimentaciones de las vanguardias estéticas y científicas, y con una progresiva instauración de los principios soviéticos del “realismo socialista”.

Aquí, dejaremos de lado las referencias a los intelectuales y académicos del PC, en buena medida, durante estos años, casi limitados a las jóvenes figuras de Aníbal N. Ponce y Héctor P. Agosti, quienes fueron desarrollando desde los años treinta una producción vasta en cuestiones de psicología, filosofía, sociología, historia, crítica literaria y estudios culturales, a los cuales pueden sumarse la presencia del puñado de estudiantes universitarios reunidos entre 1931-1935 en la agrupación Insurrexit. Nos concentraremos, en cambio, en la labor de los escritores y artistas comunistas en el campo cultural, sobre todo, en el que pretendía articularse con el mundo de los trabajadores.

Desde los años veinte, el PC tuvo influencia entre los escritores y ensayistas de la nueva generación, muchos de los cuales abrazaron la utopía revolucionaria. Varios novelistas, poetas, cuentistas y dramaturgos del Grupo Boedo, que retrataron al hombre de abajo, plantearon el compromiso social como forma de expresión y a crearon una literatura de denuncia, adhirieron al partido o fueron sus “compañeros de ruta”, al menos durante un tiempo. La mayoría tenía origen humilde, surgido en el suburbio, el conventillo y la familia de inmigrantes. Habían animado la revista Los pensadores, administrada por Antonio Zamora, y luego dieron vida a Claridad (la gran publicación pluralista de las izquierdas durante los años treinta y los cuarenta) y a la colección de libros Los nuevos. Debe destacarse aquí a Leónidas Barletta, cofundador, en 1928, de la Sociedad Argentina de Escritores (SADE). Barletta fue, en 1930, el creador y primer director del Teatro del Pueblo, que, al poco tiempo, pudo funcionar en un pequeño local ubicado en el 465 de la Corrientes todavía angosta y erigirse, en los años siguientes, en una alternativa independiente a la escena comercial, a partir de representar obras clásicas y de nuevos dramaturgos. Otros fueron los narradores Elías Castelnuovo y Álvaro Yunque (en 1935 dirigió Rumbo, una revista literario-política cercana al PC), y el poeta, dramaturgo y secretario de SADE, César Tiempo. Varios de estos escritores reemplazaron al lumpen y al paria como actor principal de sus obras por el obrero sano y optimista, capaz de participar en una revolución socialista.[54]

A estos cánones no se adaptó Roberto Arlt: ni en los avatares angustiosos y sórdidos de personajes más bien desclasados o amorales, como Silvio Astier y Remo Erdosain, de sus novelas El juguete rabioso y Los siete locos, ni en una trama como la de este último libro, que gira en torno a una pandilla de intelectuales frustrados que pretende financiar un indeterminado plan revolucionario con la explotación de prostíbulos… Sin embargo, el gran novelista tampoco escapó a la influencia del comunismo. Pero el “caso Arlt” sirve para entender los límites y dificultades en la posibilidad de acercamiento de hombres de la cultura al PC. Castelnuovo recordaba sobre Arlt: “Cuando organizamos la Unión de Escritores Proletarios, firmamos juntos los términos de la convocatoria que se dio a publicidad. Entonces, estuvo a punto de ingresar al Partido Comunista”.[55] Eso ocurría hacia comienzos de 1932. Efectivamente, aunque, poco después del golpe de Estado perpetrado por Uriburu, Arlt había tenido alguna participación en la Liga Antiimperialista, una organización fomentada por el PC, fue en aquel año cuando el escritor protagonizó un acercamiento directo al partido. Bandera Roja, el fugaz diario comunista, lo atestigua. Para ese entonces, Arlt ya era muy conocido: había publicado sus novelas, había escritos dos obras de teatro, se había desempeñado como cronista policial en el diario Crítica y, luego, como redactor del diario El Mundo (allí editaba una sección con firma, sus famosas “Aguafuertes porteñas”). Por eso, sus artículos en el diario del PC aparecieron con un inhabitual “Roberto Arlt escribe”. Se ha afirmado que, a principios de 1932, fue Rodolfo Ghioldi, quien solía tratar con intelectuales, el encargado de reunirse, en el Teatro del Pueblo, con Arlt y Castelnuovo para invitarlos a colaborar con Bandera Roja, en cuyas páginas había lugar para expresiones artísticas y culturales.[56] La participación de Castelnuovo (quien venía de participar en periódicos anarquistas y sindicalistas) pareció más eficaz para la óptica comunista: publicó en el diario extensos y elogiosos artículos sobre la URSS a partir de sus experiencias de visitante en 1931, que le sirvieron al autor para editar, en 1933, su libro Yo vi en Rusia. Impresiones de un viaje a través de la tierra de los trabajadores. Pero hasta estos relatos resultaban heterodoxos para el estilo partidario.

En cuanto a Arlt, puede afirmarse que ya colaboraba con el partido: en abril puso a disposición su obra Los humillados para que el Teatro del Pueblo la representara en el marco de un festival y baile familiar que hizo la FJC con el objetivo de recaudar fondos.[57] Por esos días, también Juventud Obrera, el periódico de la FJC, en su segundo número, publicó un texto entregado por Arlt, dedicado a criticar a Manuel Gálvez. Los dos primeros textos del autor de Los lanzallamas escritos para Bandera Roja lo mostraron alineado con las posiciones sectarias del PC: eran críticas a Antonio Zamora, al ministro de Agricultura Antonio de Tomaso y a los socialistas, desde posiciones de izquierda.[58] La tercera intervención de Arlt  derivó en polémica. En su nota “El bacilo de Carlos Marx”, trazaba el objetivo de “... hacer comprender a todo tibio simpatizante con la causa de Rusia que su deber, su único, su exclusivo deber, es estudiar de continuo. Un propagandista preparado es un arma de combate terrible. Una especie de cultivo de bacilo elevado al máximum de su poder tóxico”.[59] Era un planteo herético para un partido intelectualmente tan tosco y dogmático, narcotizado por las caracterizaciones del tercer período. La respuesta fue inmediata. Primero, un ignoto Artero retrató a Arlt como un intelectual pequeñoburgués, amigo de Rusia, pero inconsecuente con las tareas y necesidades de la hora, pues no comprendía que un revolucionario no se podía formar sólo en el estudio: “No. Ese propagandista debe hacerse en la lucha, debe morder las necesidades del proletariado, debe ir a los sindicatos, a las reuniones de obreros, a sus clubs, sentir en carne propia el desprecio a la burguesía dominante… y también estudiar. He aquí al revolucionario. No basta la intención, la simpatía ni el entusiasmo”.[60] Luego, la propia pluma de Ghioldi salió al ruedo con un artículo que, si bien reconocía la utilidad del “estudiar al marxismo”, impugnaba directamente la ocurrencia arltiana: “En ‘El bacilo de Carlos Marx’ observamos que el punto de partida es el individualismo más apretado y las conclusiones, individualistas también […]. La revolución no es el producto de tales minorías, sino el movimiento revolucionario de masas. Inocularse el ‘bacilo de Marx’ para crear la casta de la minoría selecta, es directamente antimarxista”.[61] En ese mismo texto, Ghioldi colocaba a Arlt entre una serie de intelectuales (Julio R. Barcos, Arturo Orzábal Quintana y otros), con los cuales el propio PC acababa de compartir acciones en común en la lucha contra el imperialismo, la guerra y el apoyo a la URSS. Para él no eran más que intelectuales pequeñoburgueses confundidos, a los que se les debían señalar sus límites. La conclusión del virtual secretario general del PC era inevitable: “El pequeñoburgués, pedante de su sabiduría muchas veces discutible, piensa que someterse a la dirección del proletariado sería indigno de su suficiencia; en realidad la dignidad revolucionaria de la pequeño-burguesía sólo puede existir en la medida en que trabaje con el proletariado y bajo su dirección”.

La respuesta de Arlt giró sobre esta última observación, cuya universalidad cuestionó, ya que sólo tendría vigencia “... siempre que el proletariado del país donde actúa el intelectual pequeñoburgués sea marxista. Ahora, si el proletariado y la gran masa rural no es comunista, ¿qué camino debe seguir el intelectual?”. Para el escritor, Ghioldi entraba en una “demagogia desenfrenada, con principios autoritarios; el proletariado es todo. Sí, el proletariado será todo, cuando su dictadura (vehículo para la desaparición del estado capitalista) haya absorbido todas las clases destruidas en su concepto de clase”.[62] A los pocos días, Bandera Roja cerró el debate, planteando que ya Ghioldi no intervendría más debido a sus “múltiples ocupaciones”, pero se dejaba constancia de que Arlt no entendía ni al movimiento revolucionario ni al marxismo.[63] Meses después, en uno de sus cuentos, Arlt le hizo decir a uno de sus personajes lo que parecía ser un balance de esta experiencia: “Como otros de mis compañeros, me quise acercar a la clase trabajadora […]. A las primeras de cambio algunos obreros fantásticamente instruidos, ayudados por su terrible dialéctica marxista (que aún no la entiendo claramente por ser tan complicada) trituraron nuestros conceptos y mi literatura, y sin pelos en la lengua nos tildaron de ignorantes, vanidosos y oportunistas y chiflados”.[64]

Todo esto, sin embargo, no impidió que Arlt continuara siendo durante algún tiempo un escritor cercano al PC y partidario de iniciativas militantes. Por ejemplo, junto a Castelnuovo (al que Ghioldi también había definido como “literato pequeñoburgués”), fue fundador, en mayo de 1932, de un efímero intento de rivalizar con la SADE: la Unión de Escritores Proletarios, que se pronunció a favor de la URSS y de la lucha contra la guerra imperialista, el fascismo y el socialfascismo. Al fin y al cabo, Castelnuovo aseguraba respecto de él y de Arlt, que sólo “por un mal entendido no ingresamos los dos al Partido Comunista Argentino”.[65] Ambos colaboraron con la revista Actualidad artística – económica – social, una publicación orgánica del PC que salió entre 1932-1936. En su comité editor, figuró el propio Castelnuovo, junto a Manuel Punyet Alberti y Horacio Trejo, entre otros. Arlt escribió allí artículos sobre los desocupados y las huelgas de los obreros de la carne que dirigió el PC en Avellaneda durante 1932. Desde la revista, se entablaron relaciones con los escritores, artistas e intelectuales próximos al partido. No pocos de ellos fueron sometidos a las mismas críticas que Ghioldi antes había desarrollado respecto de Arlt, Castelnuovo y otros. En Actualidad, en directa polémica con ideas que había expresado Barletta, se presentaba así el dilema de todo pensador y artista: “O son revolucionarios desembozadamente, y todas sus ideas, todos sus actos, toda su propaganda pertenece por entero al bloque proletario que enfrente al bloque burgués, o bien integran, consciente o inconscientemente, este último, participando así del papel conservador y obstructivo de servir y defender todo lo viejo y consagrado que tiene el mismo”.[66]

La crítica a Barletta, fue más allá. Entre 1933 y 1935, integrantes del partido impulsaron, frente a la institución creada por él y para darle verdadera batalla al “teatro burgués”, el Teatro de Arte Proletario, dirigido por Ricardo Passano, y cuya secretaría se ubicaba en Bartolomé Mitre 1281. Se definía como un conjunto antiindividualista, que rechazaba la idea de primeras figuras, de maestros y directores, y representaba obras para distraer y, a la vez, elevar “... el nivel cultural de las masas trabajadoras, ayudarlas en su emancipación dentro de la actual sociedad […]. Es decir lo contrario de lo que ocurre en los teatros burgueses, mercantilizados, cuyo público sólo reacciona en forma visible ante las más gruesas chabacanerías o ante las imbéciles y torpes alusiones o procacidades de los cómicos en boga, que no traducen ninguna inquietud, ninguna sensibilidad artística, ninguna preocupación de un orden superior y más digno, que no van más allá de lo superficial”.[67]

También un integrante del Grupo Florida se acercó al PC: el poeta, escritor y periodista Raúl González Tuñón. Su acercamiento a la clase obrera y a la izquierda fue gradual desde la segunda mitad de los años veinte, mientras concluía su participación en la revista Martín Fierro, escribía en el diario Crítica (al cual había ingresado siete años antes como columnista y corresponsal viajero) y publicaba sus libros de poesía El violín del diablo, Miércoles de ceniza y La calle del agujero en la media. Ya habiéndose declarado comunista, pero sin reportar, por el momento, a su orgánica partidaria, entre abril y septiembre de 1933, González Tuñón fundó y dirigió Contra. La revista de los franco-tiradores, una singular experiencia de vinculación entre vanguardia estética y vanguardia política.[68] En el primer número de Contra, se reproducía en la tapa una litografía de Guillermo Facio Hebequer (junto a los pintores y grabadores José Arato, Adolfo Bellocq y Abraham Vigo, y al escultor Agustín Riganelli, había formado el grupo Artistas del Pueblo, de claro contenido social), en la que un obrero alza desafiante su puño izquierdo. La revista propugnaba el “arte revolucionario” y negaba la idea del “arte puro”, bajo la creencia de que su neutralidad era imposible mientras subsistiera la sociedad de clases. En sus páginas, se dejaba sentir una admiración por la poesía de Vladimir Maiakovsky y Louis Aragón, por los representantes del surrealismo francés y por los nuevos novelistas norteamericanos, como John Dos Passos y Upton Sinclair. Allí escribieron varios de los intelectuales cercanos al PC, con algunos de los cuales González Tuñón había compartido la experiencia de Martín Fierro y Crítica. Incorporando modelos literarios experimentales, Contra tradujo la mayor parte de las políticas que impulsaba el partido en plena estrategia del tercer período, lo que se demuestra, por ejemplo, en el denuesto total al radicalismo y al PS. Es cierto que la publicación intentó preservar su autonomía del PC y un carácter más pluralista, pero su director formuló definiciones contundentes: “… el único camino posible es el del comunismo. Hay proletarios y burgueses, y yo estoy con los proletarios, si no por mi cultura y mi condición de periodista, por, entiéndase bien, mi mentalidad revolucionaria”.[69] Un militante censuró el “confusionismo pequeñoburgués” que advertía en Contra, creyendo necesario reafirmar que la conciencia revolucionaria no podía ser creada por los intelectuales y sus instrumentos, sino por los obreros en la lucha de clases y guiados por el PC; González Tuñón (a diferencia de lo que Arlt había hecho con Ghioldi antes), evitó una respuesta clara a esta crítica.[70]

En el cuarto número de Contra, González Tuñón publicó su poema “Las brigadas de choque”, en el que postuló la adhesión al proletariado, la revolución y el comunismo.[71] Encabezado por una frase de Aragón, “por el aniquilamiento total de esta burguesía”, convocaba a sus “camaradas poetas” al compromiso urgente: “Pero reclamo de cada uno la actitud revolucionaria / frente a la vida. / Pero reclamo el puño cerrado / frente a la burguesía”, y afirmaba luego “Formemos nosotros, cerca ya del alba motinera, / las brigadas de choque de la Poesía. / Demos a la dialéctica materialista el vuelo lírico / de nuestra fantasía”. A partir de allí, seguía una metralla de oraciones provocativas: “... y nosotros, únicamente nosotros los comunistas, auténtica, / legítimamente nos reímos de esa constitución burguesa / y de la democracia burguesa / pero no de la democracia que proclamamos / porque nosotros queremos la dictadura / pero la dictadura que asegurará la verdadera libertad / de mañana”. El poema continuaba con ataques al orden burgués en todas sus expresiones y bramaba contra los fascistas, los radicales y, además, “los social-demócratas, los católicos, los nacionalistas”, a quienes, como a los cuervos, “hay que destrozarlos con un tiro de escopeta”. También “contra las putas espías de Orden Político”, “el anarquismo sentimental y claudicador” y “toda la roña burguesa” (abogados, jueces, intelectuales, vedettes, mesías). Finalmente, llamaba al combate “Contra los museos, las universidades, / la prensa paquidermo, / la radiotelefonía, / la academia, el teatro y el deporte burgués. / ¡Preparémonos para tirar / y acertar esta vez!”, y concluía, de manera contundente “Yo arrojo este poema violento y quebrado / contra el rostro de la burguesía”.

Los efectos del escrito fueron inmediatos. En el quinto y último número de Contra, aparecido en septiembre, se denunciaba que algunos de sus lectores, obreros del Frigorífico Anglo, habían sido detenidos por la policía, que también entorpeció las tareas de distribución y venta. Ese mismo número fue secuestrado por las fuerzas de seguridad, lo que puso punto final a la publicación. González Tuñón se convirtió en otra víctima de la Sección Especial de Represión del Comunismo: fue encarcelado y, debido al citado poema, procesado por incitación a la rebelión, pero logró la libertad bajo “caución juratoria”. En contra de la sentencia, se pronunciaron Federico García Lorca, Pablo Neruda, León Felipe y Miguel Hernández, entre otros. Finalmente, en 1934 González Tuñón dio un paso más y se afilió al PC, y lo mismo hizo su hermano Enrique. Tras su viaje a España en 1936, publicó su libro militante, en homenaje al levantamiento asturiano y en apoyo a la República: La rosa blindada.

Por otra parte, durante los primeros años treinta, el PC contó en sus filas, o tuvo como firmes simpatizantes, a destacados representantes de la plástica argentina. Por ejemplo, Antonio Berni. Luego de su estadía en Europa, en donde absorbió la experiencia del surrealismo,  una vez reinstalado en su ciudad natal, Rosario, en 1931 el pintor ingresó al PC (y Rodolfo Puiggrós tuvo mucha incidencia en ello).[72] Ya distanciado de la dimensión inconsciente y fantástica del surrealismo, Berni postuló la necesidad del compromiso del artista con los procesos históricos y los desheredados, y una impugnación a la estética sostenida en una pura especulación sobre las formas y los materiales del arte. En 1934 Berni organizó en Rosario la Mutualidad Popular de Estudiantes y Artistas Plásticos, una escuela-taller que formó a varios jóvenes, y realizó muestras de murales y cuadros de gran tamaño, dirigidos a un amplio público.[73] El objetivo de este nuevo espacio, en donde la influencia del PC era muy grande, se encuentra en el manifiesto que emitió la Unión de Escritores y Artistas Revolucionarios creada hacia esa época en la ciudad santafecina, en el que el principio de identidad aparecía inequívoco: “Nosotros, intelectuales revolucionarios, enarbolamos valientemente la bandera de la lucha común con el proletariado. Y en el orden de la cultura, nosotros propugnamos la creación de una literatura y un arte proletario de masas que capten y expresen los anhelos de las clases oprimidas, que eleven el destino de la literatura y el arte prostituidos por la burguesía y utilizados por ésta para cretinizar a los intelectuales y para oprimir ideológicamente a las masas trabajadoras”. A continuación, sostenía: “Nosotros reivindicamos la creación de un arte y una literatura de combate que contribuyan a educar revolucionariamente a los trabajadores, intelectuales, estudiantes y artistas en general, que despierten en ellos la pasión generosa de la lucha por la revolución, que exalten la grandeza del movimiento emancipador y del heroísmo del proletariado…”.[74] Berni apostaba a una renovación del arte, con una estética vanguardista que abrazaba la utopía revolucionaria y tematizaba el mundo obrero, el drama del desempleo y las expresiones de la protesta, y exaltaba su potencial contestatario. Testimonian estas preocupaciones “Manifestación” y “Desocupados”, cuadros de 1934, calificados en la perspectiva comunista como expresión de una plástica revolucionaria.[75]

Compartían algunas de las experiencias de Berni Juan Carlos Castagnino y su amigo Lino Enea Spilimbergo, quien dedicó a las temáticas sociales varios óleos con figuras monumentales, cercanos a la estética muralista, y fue fundador, en mayo de 1933, del Sindicato de Artistas Plásticos (SAP).[76] Berni, Spilimbergo y Castagnino estuvieron directamente vinculados a la visita, en 1933, del comunista mexicano David Alfaro Siqueiros, quien dictó una serie de conferencias y realizó el célebre “Ejercicio Plástico” en el subsuelo de una residencia bonaerense del periodista Natalio Botana. Los tres fueron parte del Equipo Poligráfico Ejecutor de la obra, que inauguró el muralismo sudamericano, fenómeno que tuvo un más bien débil desarrollo en el país.

Roberto Arlt
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Hacia 1933 también ingresó al PC quien se convirtió en un pionero de la pintura concreta rioplatense: Raúl Lozza. Participó de las campañas partidarias a favor de los presos políticos y contra las guerras imperialistas, a través de pintadas callejeras. Ese mismo año, fue alcanzado por la Sección Especial y fue detenido en dos oportunidades (en la segunda, durante seis meses). Lozza habría sido uno de los que bautizó el método de tortura de “la picana”. Precisamente, bajo ese título, realizó un dibujo a lápiz que representaba una escena de tormento sobre un prisionero con la aplicación de descargas eléctricas. En el periódico Socorro Rojo, que editaba el Socorro Rojo Internacional (la entidad impulsada por el PC con el objetivo de brindar tareas de solidaridad a quienes sufrían represión policial o judicial), aparecieron varios escritos e ilustraciones del artista, que denunciaban la tortura y la acción de la Sección Especial.[77]

Todos estos intelectuales, escritores y plásticos fueron convirtiéndose en miembros o “compañeros de ruta” del PC, con el que desarrollaron relaciones muchas veces tensas y sometidas a una permanente inspección ideológica. Una tarea en la que el partido no dejó de sancionar actitudes o planteos “inadecuados”. No obstante, si bien se intentó imponer, cada vez más, el canon soviético del realismo socialista, en la práctica, esta operación fue sobre todo discursiva, sin poder materializarse en expresiones significativas en este período. Se ha señalado que varios de estos intelectuales chocaron con el PC pues procuraban jerarquizar su lugar y dar una funcionalidad autónoma a sus apuestas teóricas y culturales.[78] Esto es cierto, pero también lo es que, para ellos, acercarse al PC constituía una posibilidad de vincularse a la lucha obrera y a una causa, la del comunismo, que todavía despertaba una profunda atracción en ciertos estratos. Por eso, la mayoría de estos escritores y artistas siguieron orbitando en torno al partido (muchos, incluso, se incorporaron a sus filas), un proceso que aparece difuminado en las visiones mencionadas. ¿Cómo entender, acaso, que, a partir de la aplicación de la estrategia del frente popular, prácticamente todos ellos, juntos a muchos otros más, confluyeran en la Asociación de Intelectuales, Artistas, Periodistas y Escritores (AIAPE), motorizada por el PC? [79]

 

Conclusiones

En este artículo, se ha examinado el modo en el que, desde los años veinte, la clase trabajadora fue interpelada por el comunismo desde una variedad de ofertas socioculturales. Los adeptos al PC debieron abrirse un espacio allí donde los socialistas llevaban una ventaja evidente, ya que habían logrado montar una empresa educativa y recreativa sólida en los sectores populares. Pero el PC manifestó mucho más explícitamente que el PS una vocación por crear un ámbito de socialización cultural proletaria diferenciado de los impulsados por las clases dominantes. Al mismo tiempo, los comunistas expresaron otro matiz: la renuncia a asignarle aquel lugar central que le otorgaban los socialistas a su propuesta pedagógica, erudita y cientificista, clave para su objetivo de incorporar a los trabajadores a la vida cívica y al juego electoral. Esta era una operación que el PC reputaba como reformista: la liberación de la clase obrera no surgiría de la pura educación en ciertos valores de una cultura universal progresista ni de la obsesión por crear ciudadanos virtuosos, sino de la lucha de clases extraparlamentaria y antisistémica. Es decir, las prácticas culturales sólo debían servir para alimentar ese proceso de emancipación, que siempre se resolvía en la lucha política revolucionaria.

Desde comienzos de los años ‘30, cuando el PC profundizó la desafiante estrategia del tercer período y debió volver clandestina buena parte de su labor ante los embates represivos, la acción cultural comunista fue perdiendo impulso y riqueza frente a las urgencias políticas más inmediatas, pero nunca desapareció y, desde la segunda mitad de aquella década, recuperó espacio, bajo un molde más popular y menos obrerista. En todo caso, pueden servir algunas apreciaciones realizadas para Francia: si los comunistas tendieron a configurar hasta el tercer período una “gran familia” o “subsociedad”, con la aplicación de esa orientación conformaron una “microsociedad” o “secta”, que quedó reducida a un gueto.[80] Esta fue una derivación bastante lógica en un partido que tuvo tendencia a convertirse en una “institución total”. En este sentido, el PC puede ser visto como una “escuela de sociabilidad” en ciertos ámbitos militantes del mundo del trabajo.[81] Asimismo, durante los años veinte y los treinta, el PC aparecía como un partido de obreros inserto en un campo cultural a través de una red de prácticas e instituciones, que se alimentó con la acción de intelectuales, artistas y escritores. Ellos desarrollaron con el partido relaciones poco apacibles, a veces contradictorias, guiados por las ansias de una literatura de compromiso social o de un arte revolucionario. A su modo, de la mano del PC o en un camino convergente, ellos fueron a la búsqueda de la clase obrera.

Las experiencias aquí reseñadas pueden definirse como tributarias de una cultura obrera, a la que, al mismo tiempo, el PC coadyuvó a constituir. No forzamos la utilización del concepto, pues fueron los propios actores los que, en todo momento, aludieron a él para explicitar el contenido de sus prácticas. El término se había convertido en un objeto de significación social. Pero no es recomendable formular definiciones demasiado generales u ontológicas sobre la categoría cultura obrera. Los investigadores germanos enrolados en la corriente de la “historia de la vida cotidiana”, quienes encararon diversos estudios sobre el mundo del trabajo en la Alemania prenazi, tendieron a concebir la historia de la clase trabajadora como la de un entramado de subculturas.[82] Siguiendo esta senda interpretativa, entendemos que la comunista pudo haber representado, en los años veinte y treinta, una variante dentro de la cultura obrera, es decir, una “subcultura” proletaria, inclinada a conformar sus propias normas, proclive a recrear rasgos particulares y localizada en ámbitos específicos.[83] Tal como se caracterizó a la cultura anarquista de principios del siglo XX, también es posible decir que la experiencia comunista se aproximó más a una cultura alternativa antes que a una contracultura.[84] Y por las mismas razones que se esgrimen para el caso anarquista: el proyecto del PC estuvo cruzado por contradicciones y contaminado por múltiples influencias racionalistas, iluministas y románticas, heredadas de su pasado socialista, lo que puede advertirse al explorar su almacén iconográfico, sus apuestas estéticas y sus enunciaciones discursivas. En definitiva, como apuntó Hobsbawm, “... el socialismo (o el anarquismo, o el comunismo, que pertenecen ambos a la misma familia) es el último y el más extremado de los descendientes del racionalismo y de la ilustración del siglo XVIII”.[85]

 


Notas:

[1] Historiador, Investigador Independiente del CONICET / Profesor de la Universidad de Buenos Aires.

[2] Un estudio global acerca de esta temática en: Hernán Camarero, A la conquista de la clase obrera. Los comunistas y el mundo del trabajo en la Argentina, 1920-1935, Buenos Aires, Siglo XXI Editora Iberoamericana, 2007.

[3] Mirta Z. Lobato y Juan Suriano, La protesta social en la Argentina. Buenos Aires, FCE, 2003, p. 33.

[4] Ángel M. Giménez, “Treinta años de acción cultural”, en Páginas de historia del movimiento social en la República Argentina, Buenos Aires, Sociedad Luz, Imprenta La Vanguardia, 1927, p. 86.

[5] J. Aricó, La hipótesis de Justo. Escritos sobre el socialismo en América Latina, Buenos Aires, Sudamericana, 1999, p. 144.

[6] Juan Carlos Portantiero, “Nación y democracia en la Argentina del novecientos”, Punto de Vista, IV, 14, 1982, p. 6.

[7] “A todas las células, comités de barrio y delegados a la segunda conferencia de la Capital”, Comité Local del PC, Capital Federal, 17/8/26, p. 5.

[8] Sobre la categoría cultura obrera, remitimos a tres autores ingleses. El primero es Richard Hoggart, con su clásico estudio escrito en 1957 y traducido al castellano como La cultura obrera en la sociedad de masas, México, Grijalbo, 1990, forjado sobre experiencias personales, precisamente, de las décadas de 1920-1930. En esa obra, el autor entiende que el proletariado británico había logrado constituir, antes y durante ese tiempo, una “valiosa cultura propia” –posteriormente erosionada por los instrumentos de la cultura urbana de masas–, que se expresaba en gustos, costumbres, estilos de habla y hábitos de un carácter distinguible e inconfundible. El segundo es Eric Hobsbawm, con sus artículos dedicados al tema, como “La formación de la cultura obrera británica” (en El mundo del trabajo. Estudios históricos sobre la formación y evolución de la clase obrera. Barcelona, Crítica, 1987, pp. 216-237). El tercero es Gareth Stedman Jones, especialmente por su “Cultura y política obreras en Londres, 1870-1900: notas sobre la reconstrucción de una clase obrera”, en Ídem, Lenguajes de clase. Estudios sobre la historia de la clase obrera inglesa. Madrid, Siglo XXI, 1989, pp. 175-235.

[9] Sobre el avance de las distintas expresiones mencionadas: Beatriz Sarlo, “La radio, el cine, la televisión: comunicación a distancia”, en Ídem, La imaginación técnica. Sueños modernos de la cultura argentina, Buenos Aires, Nueva Visión, 1992, pp. 109-134.

[10] Las actividades aludidas en este párrafo en: “Actos organizados por el P. Comunista”, La Internacional (periódico oficial del PC, en adelante LI), VIII, 1018, 1/5/25, p. 1; “Festival”, LI, X, 3157, 9/10/26, p. 2; “Festival cinematográfico y baile”, LI, XI, 3281, 16/3/29, p. 1.

[11] Gérard Vincent, “¿Ser comunista? Una manera de ser”, en P. Ariès y G. Duby, Historia de la vida privada, tomo X, Madrid, Taurus, 1989, pp. 58 y ss.

[12] Dora Barrancos, Los niños proselitistas de las vanguardias obreras, Buenos Aires, DT/CEIL, 24, 1987, p. 5.

[13] “La Semana internacional de los niños proletarios”, LI, IX, 1303, 23/6/26, p. 1.

[14] “El festival infantil del 29”, LI, IX, 1310, 1/7/26, p. 1.

[15] “Un mal paso”, LI, IX, 1238, 28/2/26, p. 1.

[16] “Biblioteca ‘Emilio Zola’ de Barrio Piñeyro”, LI, X, 3175, 19/2/27, p. 4.

[17] “Una obrera escribe sobre el carnaval”, LI, XI, 3280, 16/2/29, p. 7.

[18] Juan Suriano, Anarquistas. Cultura y política libertaria en Buenos Aires, 1890-1910, Buenos Aires, Manantial, 2001, pp. 153-156.

[19] “El desfile del 1.º de mayo”, Compañerito [2.ª etapa], I, 1, julio de 1932, p. 4.

[20] Eric Hobsbawm, “La transformación de los rituales obreros”, en ídem, El mundo del trabajo…, op. cit., pp. 104 y 109.

[21] Julio D. Frydenberg, “Los nombres de los clubes de fútbol. Buenos Aires, 1880-1930”, Educación Física y deportes (Revista Digital), I, 2, Buenos Aires, septiembre de 1996, pp. 3-9.

[22] “El deporte obrero. En el IIº aniversario de la FDO”, LI, IX, 3117, 9/7/26, p. 2. Un análisis de los primeros años de la FDO, en: Cristina Mateu, “Política e ideología de la Federación Deportiva Obrera, 1924-1929”, en P. Alabarces, R. Di Giano y J. Frydenberg (comps.), Deporte y sociedad, Buenos Aires, Eudeba, 1998, pp. 67-86.

[23] Dora Barrancos, Educación, cultura y trabajadores (1890-1930), Buenos Aires, CEAL, 1991, pp. 115-118.

[24] “El deporte obrero. En el IIº aniversario de la FDO”, LI, IX, 3117, 9/7/26, p. 2.

[25] “Reglamento de disciplina de Federación Deportiva Obrera”, Juventud Comunista (Órgano de la Federación Juvenil Comunista), III, 29, noviembre de 1924, p. 8.

[26] “Las giras comerciales de los fotballers sudamericanos. Bajo la careta del amateurismo viven profesionales y se cultiva el más asqueroso de los chauvinismos”, LI, VIII, 1018, 1/5/25, p. 6.

[27] Sobre el tema: Eduardo Archetti, “Fútbol: imágenes y estereotipos”, en F. Devoto y M. Madero (comps.), Historia de la vida privada en la Argentina. Tomo III, Buenos Aires, Taurus, 1999, pp. 227-253; Pablo Alabarces, Fútbol y patria. El fútbol y las narrativas de la nación en la Argentina, Buenos Aires, Prometeo Libros, 2002, pp. 48-52.

[28] “Nuestro concepto del deporte”, Boletín de la Federación Deportiva Obrera, I, 1, 24/10/25, p. 3.

[29] “El gran match internacional proletario del domingo”, Boletín de la Federación Deportiva Obrera, I, 1, 24/10/25, pp. 1-2. Para la comprensión de éstas y de otras prácticas proletarias comunistas como rituales, en donde es posible detectar formalidades específicas en las ceremonias de iniciación, presentación pública y reunión, en los juramentos, en los simbolismos y en las iconografías, nos hemos apoyado en Eric Hobsbawm, “La transformación de los rituales obreros”, en ídem, El mundo del trabajo…, op. cit., pp. 93-116.

[30] “El sectarismo penelonista en la FDO”, LI, XI, 3294, 25/5/29, p. 7. “La Federación Deportiva Obrera es empleada por el penelonismo para la lucha contrarrevolucionaria”, LI, XI, 3305, 10/8/29, p. 7.

[31] “Se organiza la Fed. Dep. Obrera”, Bandera Roja (diario del PC, en adelante BR), I, 4, 4/4/32, p. 4.

[32] Compañerito [1.ª etapa], I, 2, junio de 1923, p.1 y I, 3, julio de 1923, p. 1.

[33] “Ningún niño proletario debe comprar ni leer Billiken”, Compañerito [1.ª etapa], II, 4, julio de 1924, p. 6.

[34] “Nuestra reaparición”, Compañerito [2.ª etapa], I, 1, julio de 1932, p. 1.

[35] Leandro Gutiérrez y Luis A. Romero, Sectores populares, cultura y política. Buenos Aires en la entreguerra, Buenos Aires, Sudamericana, 1995, pp. 69-105. Pero aquí el fenómeno de las bibliotecas obreras es englobado y subsumido en el de las “bibliotecas populares”, como instrumentos de la cultura barrial.

[36] Ángel M. Giménez, Nuestras bibliotecas obreras, Buenos Aires, Sociedad Luz, 1932; Emilio J. Corbière, “La cultura obrera argentina como base de la transformación social (1890-1940)”, Herramienta, V, 12, 2000, pp. 91-104.

[37] “Inauguración de la Biblioteca del bloque obrero y campesino de Oliva”, LI, XI, 3309, 7/9/29, p. 3.

[38] Fundada por anarquistas, en 1926 contaba con unos 200 socios y 1.500 libros. En esa época, el PC denunciaba que tanto el intendente Barceló como el gobernador Cantilo habían dejado de aportar los fondos que aseguraban su funcionamiento: “Biblioteca Popular ‘Veladas de Estudio después del Trabajo’”, LI, IX, 1237, 4/4/26, p. 3. La biblioteca pudo sobrevivir (incluso hasta hoy, bajo control municipal) y, en los años siguientes, experimentó aún más la influencia comunista. Fue allí donde, en 1934, el pintor Juan Carlos Castagnino, escapando de la persecución política, vivió oculto unos meses y pintó un mural en agradecimiento a los obreros que le habían dado cobijo.

[39] “A todas las células, comités de barrio y delegados a la segunda conferencia de la Capital”, Comité Local del PC de la Capital Federal, 17/8/26, p. 4.

[40] Por ejemplo, Rodolfo Ghioldi, “Juan B. Alberdi”, Soviet, II, 7, julio de 1934, pp. 21-24, en donde se ataca a aquella figura y a las de Sarmiento, Mitre, Ingenieros y otras, y se intenta mostrar su contenido “de clase”.

[41] El abrupto cambio político-intelectual del PC de 1928, cuando se imponen las visiones del tercer período, y el modo en que desde 1935 fue reemplazado por otro en donde se habría descubierto la “cuestión nacional”, la “historicidad” de la sociedad argentina y lo progresivo de la tradición liberal, en José Aricó, La cola del diablo. Itinerario de Gramsci en América Latina, Buenos Aires, Puntosur, 1988, pp. 181-185; María Caldelari, “De la secta a la política”, La Ciudad Futura, 4, 1987, pp. 17-18; Daniel Lvovich y Marcelo Fonticelli, “Clase contra clase. Política e historia en el Partido Comunista argentino (1928-1935)”, Desmemorias, VI, 23/24, 1999, pp. 199-221.

[42] “Centro Boquense de Cultura y Propaganda”, LI, IX, 1281, 28/5/26, p. 3. Un análisis de este tipo de prácticas, limitado al caso anarquista, en: Dora Barrancos, “Las lecturas ‘comentadas’: un dispositivo para la formación de la conciencia contestataria entre 1914-1930”, Boletín CEIL, X, 16, 1987, pp. 1-8.

[43] Una interesante foto del festival de la biblioteca en el Teatro Boedo en Revista de Oriente. Órgano de la Asociación “Amigos de Rusia”, I, 3, agosto de 1925, p. 19.

[44] “Los trabajadores y las bibliotecas. Conferencia en Biblioteca Florentino Ameghino”, LI, XI, 3216, 10/12/27, p. 4.

[45] “Biblioteca Cultural Obrera Gutenberg”, BR, I, 53, 24/5/32, p. 2.

[46] Sobre las experiencias educativas del PS: Dora Barrancos, Educación, cultura y trabajadores (1890-1930),  op. cit.; ídem, La escena iluminada. Ciencias para Trabajadores, 1890-1930, Buenos Aires, Plus Ultra, 1996.

[47] “Escuelas proletarias”, LI, VIII, 1144, 26/9/25, p. 2.

[48] “Como mienten los maestros”, Compañerito [2.ª etapa], I, 1, julio de 1932, pp. 5-6. Otro ejemplo: “Un compañerito desenmascara a un maestro reaccionario”, Mundo Obrero, I, 17, 12/9/32, p. 2.

[49] Aquí nos apoyamos en: Sandra Carli, Niñez, pedagogía y política. Transformaciones de los discursos acerca de la infancia en la historia de la educación argentina entre 1880 y 1955, Buenos Aires, Miño y Dávila-UBA, 2002.

[50] “Proyecto de Programa del Partido Comunista de la Argentina”, LI, VIII, 1168, 29/10/25, p. 7; “Las reivindicaciones de las masas explotadas en la plataforma electoral del PC”, LI, XVI, 3424, 20/2/34, p. 4.

[51] Aníbal Ponce (1937), Educación y lucha de clases, Buenos Aires, Cartago, 1975, pp. 183-184.

[52] Oscar Terán, En busca de la ideología argentina, Buenos Aires, Catálogos, 1986, p. 159.

[53] Beatriz Sarlo, Una modernidad periférica: Buenos Aires 1920 y 1930, Buenos Aires, Nueva Visión, 1988, p. 123.

[54] María Minellono, “Los obreros en el período de entreguerras en Argentina: sus formas de representación literario-discursivas”, en J. Panettieri (comp.), Argentina: trabajadores entre dos guerras, Buenos Aires, Eudeba, 2000, pp. 204 y ss. Ver: Elías Castelnuovo, Vidas Proletarias. Escenas de la lucha obrera, Buenos Aires, Victoria, 1934.

[55] E. Castelnuovo, Memorias. Buenos Aires, Ediciones Culturales Argentinas, 1974, p. 138.

[56] Raúl Larra, Roberto Arlt, el torturado. Una apasionada biografía, Buenos Aires, Ameghino, 1998, p. 148. En Bandera Roja, por ejemplo, había ilustraciones de plásticos locales (Guillermo Facio Hebequer, entre otros) y extranjeros. Las más empleadas fueron las caricaturas y dibujos de crítica social del comunista alemán George Grosz, referenciado por el PC local como representación prístina del “artista revolucionario”.

[57] “Intervendrá el Teatro del Pueblo”, BR, I, 12, 12/4/32, p. 4.

[58] “Roberto Arlt escribe: Zamora y el gran inquisidor”, BR, I, 4, 4/4/32, p. 2; “Roberto Arlt escribe: De Tomaso y Zamora”, BR, I, 11, 11/4/32, p. 2.

[59] “Roberto Arlt escribe: El bacilo de Carlos Marx”, BR, I, 18, 18/4/32, p. 2.

[60] Artero, “Contestando a Roberto Arlt”, BR, I, 21, 21/4/32, p. 2.

[61] R. Ghioldi, “Sobre el bacilo de Marx”, BR, I, 24, 24/4/32, p. 2 y BR, I, 25, 25/4/32, p. 2. Un análisis del tema en: J. Aricó, “La polémica Arlt-Ghioldi. Arlt y los comunistas”, La Ciudad Futura, 3, diciembre de 1986, pp. 22-26.

[62] “Escribe Roberto Arlt: Ghioldi y el bacilo de Marx”, BR, I, 33, 4/5/32, p. 2.

[63] “La cuestión Arlt”, BR, I, 39, 10/5/32, p. 2.

[64] R. Arlt, “Escritor fracasado”, en ídem, El jorobadito y otros cuentos (1933), Buenos Aires, Losada, 2004, p. 63.

[65] E. Castelnuovo, Memorias, op. cit., p. 199. David Viñas, en un artículo publicado bajo el seudónimo de Juan José Gorini (“Roberto Arlt y los comunistas”, Contorno, 2, mayo de 1954, p. 8), argumentó que la aproximación de Arlt al PC fue ocasional, subestimó así, a nuestro entender, la relación intensa y conflictiva que existió entre ambos.

[66] Carlos E. Moog, “El arte y nuestras ideas sociales”, Actualidad artística – económica – social, I, 3, junio 1932.

[67] Julio Valdez, “El Teatro de Arte Proletario de la Argentina”, Contra, I, 5, septiembre de 1933, p. 10.

[68] Sylvia Saítta, “Polémicas ideológicas, debates literarios en Contra. La revista de los franco-tiradores”, en S. Saítta (coord.), Contra. La revista de los franco-tiradores, Bernal, UNQ, 2005, p. 13.

[69] R. González Tuñón, “Algunas opiniones que explican algunas actitudes”, Contra, I, 2, mayo de 1933, p. 6.

[70] C. Moog, “Contra Contra”, Contra, I, 3, julio de 1933, p. 12. González Tuñón, en “Los sucesos, los hombres”, Contra, I, 5, septiembre de 1933, p. 2, dijo, respecto del artículo de Moog: “nosotros no discutimos y aceptamos alguna gran verdad que nos dice”.

[71] R. González Tuñón, “Las brigadas de choque”, Contra, I, 4, agosto de 1933, pp. 8-9.

[72] Guillermo Fantoni, “Vanguardia artística y política radicalizada en los años ’30: Berni, el nuevo realismo y las estrategias de la Mutualidad”, Causas y Azares, IV, 5, otoño de 1997, pp. 131-141; Fernando García, Los ojos. Vida y pasión de Antonio Berni, Buenos Aires, Planeta, 2005, p. 105.

[73] Rafael Sendra, El joven Berni y la Mutualidad Popular de Estudiantes y Artistas Plásticos de Rosario, Rosario, UNR Editora, 1993.

[74] “Manifiesto de la Unión de Escritores y Artistas Revolucionarios”, Contra, I, 5, septiembre de 1933, p. 12.

[75] Cayetano Córdova Iturburu, “Hacia una plástica revolucionaria”, Unidad. Por la defensa de la cultura, I, 1, enero de 1936.

[76] María Cristina Rossi, “En el fuego cruzado entre el realismo y la abstracción”, en AA. VV., Arte argentino y latinoamericano del siglo XX. Sus interrelaciones, Buenos Aires, Fundación Espigas, 2004, p. 87 y ss.

[77] Adriana Lauria, “Cronología biográfica y artística”, en Raul Lozza. Retrospectiva, 1939-1997, Buenos Aires, Museo de Arte Moderno de Buenos Aires, agosto-septiembre de 1997, p. 18.

[78] J. Aricó, “La polémica Arlt-Ghioldi”, art. cit.; Sylvia Saítta, “Entre la cultura y la política: los escritores de izquierda”, en A. Cattaruzza (dir.), Crisis económica, avance del Estado e incertidumbre política (1930-1943), t. VII de la Nueva Historia Argentina, Buenos Aires, Sudamericana, 2001, pp. 383-428.

[79] La AIAPE fue fundada en junio de 1935 y tuvo una vastísima actividad hasta su clausura con el golpe militar de 1943. Su modelo era el Comité de Vigilance des Intellectuels Antifascistes, creado en París en 1934. La AIAPE reunió a distintas expresiones, pero el predominio comunista fue innegable. Estructuró filiales en todo el país, articuló departamentos y comisiones (de plásticos, médicos, periodistas, pedagogos), montó una editorial y organizó cursos y seminarios a cargo de especialistas. Ponce fue el primer presidente, reemplazado un año después por Emilio Troise, quien se acercó al PC desde aquellos años. Ver: James Cane, “’Unity for the Defense of Culture’: The A.I.A.P.E. and the Cultural Politics of Argentine Antifascism, 1935-1943”, Hispanic American Historical Review, LXXVII, 3, Duke University Press, 1997, pp. 443-482.

[80] G. Vincent, op. cit., p. 65.

[81] “École de sociabilisation”, en el marco de una “culture ouvrière”, es el término utilizado en un texto sobre el PC francés, que analiza el mismo tipo de prácticas a las que nos referiremos en este artículo. Raymond Pronier, “Fragments d’une culture de bastion”, en A. Spire (ed.): La culture des camarades. Que reste-t-il de la culture communiste?, op. cit., pp. 143-145. También se ha estudiado la experiencia del comunismo británico como un submundo social, político y cultural basado en tradiciones, reglas y prácticas de sociabilidad propias, en Raphael Samuel, “The Lost World of British Communism”, New Left Review, 154, London, november-december 1985.

[82] Ver: Sergio Bologna, Nazismo y clase obrera (1933-1993), Madrid, Akal, 1999, p. 59.

[83] Sobre el concepto de “subcultura”: Alessandro Pizzorno, Le radici della politica assoluta e altri saggi, Milano, Feltrinelli, 1993, pp. 120-124.

[84] J. Suriano: Anarquistas..., op. cit, pp. 25-28.

[85] E. Hobsbawm, “Las sectas obreras”, en Rebeldes primitivos. Estudio sobre las formas arcaicas de los movimientos sociales en los siglos XIX y XX, Barcelona, Ariel, 1974, p. 191.