Feminismo y expresiones de colonialismo patriarcal a principios del siglo XXI

Francesca Gargallo Celentani

 

Feminismo y sistema

Desde hace unos cinco, seis años, las activistas que hemos transitado por cuatro décadas de feminismo percibimos una sorprendente receptividad a algunas de nuestras reflexiones y prácticas. Revistas que nunca se habían preocupado por las expresiones de las mujeres, de repente nos ofrecen espacios de reflexión; importantes museos han abierto sus salas a exposiciones de artistas visuales feministas, resaltando su trayectoria; algunos gobiernos se ufanan de estar alcanzando la igualdad en la representación…

Estas aperturas se deben a un repunte de las agitaciones feministas en las calles. Las jóvenes, las desempleadas, las que se sienten atrapadas entre familias tradicionales y explotación laboral, sin poderse expresar, levantan sus reclamos contra la violencia que los sistemas que valoran de manera diferente las economías, los saberes, las experiencias, las creaciones, la vida y la sexualidad de las mujeres, los hombres y las y los transexuales, explayan contra los seres humanos que consideran femeninos o feminizados.

Bien, al parecer las mujeres empezamos a ser consideradas seres humanos. Ups, pero ¿en qué sistema?

En los últimos treinta años el sistema capitalista ha elaborado un discurso con el que justifica su hegemonía, presentándose como la única economía viable para gobiernos democráticos, enlazados en un mercado global y con un modelo educativo único. Ese discurso es una aplanadora que considera exclusivamente a los feminismos domesticados, que no se oponen al capitalismo y al clasismo racista ni elaboran una propuesta civilizatoria propia.

Puesto que se volvió imprudente políticamente hablar de alternativas al capitalismo y a la depredación de los seres humanos y de los recursos terrestres, se elaboraron políticas públicas de igualdad de género para sustituir las interpretaciones feministas de la realidad. El discurso político “racional” que el capitalismo encarna convirtió las utopías, los proyectos comunitarios, las alternativas ecologistas y el feminismo radical en aspiraciones impracticables.


Imagen 1. http://www.bbc.co.uk/

Sin embargo, esa misma depredación hizo que el feminismo resurgiera en Nuestramérica con vehemencia a principios de la década de 2010. Las manifestaciones contra los feminicidios de México y Argentina, las denuncias de la violencia sexual en la represión política, las acciones, fallidas pero sacudidoras de conciencias, contra la venta de niñas, las violaciones en los barrios marginales, la depredación de los cuerpos en las guerras entre cárteles de drogas, tráfico de personas y venta ilegal de armas impulsaron reflexiones anticapitalstas y anticoloniales que afectaron las seguridades de las europeas. Igualmente, reavivaron los debates en Estados Unidos, facilitando las denuncias contra el acoso sexual en la industria artística, conocidas como Me too (Yo también).

Ante el ecocidio, la violencia sin fronteras entre el mundo de la delincuencia, la represión de estado y la devastación ecológica, los feminismos comunitarios, los ecofeminismos y las prácticas separatistas de mujeres se revelaron de repente como lo que desde hace cincuenta años sostiene la desodebiencia al sistema. Encarnan, en efecto, reclamos antipatriarcales y propuestas de construcción de relaciones no competitivas ni centradas exclusivamente en las ganancias.

 

Guerra contra el mundo, guerra contra las mujeres

La ola feminista actual se rompe contra los escollos de un renovado ciclo bélico. Como si el sistema descubriera la vieja ley militar de que la mejor defensa es el ataque, el sistema capitalista se repatriarcaliza apelando a guerras de invasión, a agresiones militares y a la militarización de la seguridad pública. Las guerras, a lo largo de la historia de la humanidad, han sido tiempos de dominación masculina. La rapiña del cuerpo de las mujeres y las destrucciones territoriales, históricas y ecológicas se asimilan a la idea de que los vencedores tienen derechos. La economía de guerra desperdicia y devasta, produce imágenes de desensibilización vital, reduce las reflexiones éticas, estética, acerca de la memoria.

Debido a los avances tecnológicos y los empujes del libre comercio, hoy las guerras aparecen como un proyecto global en un mapa virtual sin límites. Se sostienen en agresiones intercontinentales, en la concepción del “terrorismo” como enemigo de la seguridad de las naciones democráticas, en aviones no tripulados y en la banalización de todas las ideologías. Estas formas de normalización y banalización de las guerras se acompañan de la sustitución robótica del trabajo manual y de la imposición de una  explotación laboral que se sostiene en la exigencia de una competitiva especialización sin fin.

 

Satanización de las migraciones para golpear los derechos laborales

Para golpear las libertades de movimiento y expresión y los derechos al trabajo y la organización, el sistema trabaja sutilmente, obteniendo la aquiescencia de un gran número de personas. La xenofobia, el racismo, el clasismo, el odio a la disidencia sexual, el sexismo, la competitividad educativa y el nacionalismo son utilizados para que la desaparición de las libertades parezca lógica, explicable y, aún más, aceptable.

Paralelamente, se esfuerza en borrar las memorias de los colectivos que sin detener nunca el poder económico-legal-político, han manejado redes de poderes locales e interpersonales que desafiaron constantemente los mecanismos del poder centralizado. Feministas, campesinas, indígenas, habitantes de barrios marginados, personas excluidas de la educación para la competencia han sido las primeras en percatarse de este juego autoritario: perdieron todo, hasta el derecho a la vida y al territorio, cuando apenas estaban por lograr algunos de los beneficios del sistema capitalista.

En 1993, las madres de las mujeres desaparecidas y asesinadas en Ciudad Juárez, la primera ciudad maquiladora del mundo, en la frontera entre Chihuahua, México, y El Paso, Estados Unidos, denunciaron una ola de homicidios de género, con características de violencia específicamente dirigidas a la depredación de los cuerpos femeninos, y los llamaron feminicidios. Hasta la fecha no han obtenido justicia, pero su reclamo visibilizó la pésima relación entre las demandas de la población y la respuesta de las autoridades en las prácticas neoliberales de gobierno.

]
Imagen 2. https://zapateando2.files.wordpress.com

 

Comunicación, perdida de memorias colectivas y  alternativas

La World Wide Web, que en 1990 utilizó las redes militares del internet desarrollado para la comunicación secreta durante la Guerra Fría, ha transformado la comunicación, enlazando noticias, mensajes, formas de informar y de incidir en las conciencias. Entre 1990 y el presente, la WWW ha enlazado a un tercio de la población mundial, logrando una sustitución de los tiempos largos de la comunicación interpersonal directa y dialogante por impersonales “amistades” cibernéticas y una sobreabundancia de imágenes cuya yuxtaposición no construye discurso alguno. Los teléfonos celulares enlazan personas de manera multimedial, haciéndolas acceder de manera compulsiva y dependiente a los medios de entretenimiento e información. Individualismo y aislamiento se suman en la (in)comunicación cibernética, las imágenes de la realidad desaparecen por la atención que se presta a hechos seleccionados por un complejo sistema de control de las emociones, la vida y la muerte se desdibujan y las mismas guerras se convierten en entretenimiento, mientras las migraciones, las tragedias ecológicas, los desastres telúricos, la represión, los accidentes se presentan como un sufrimiento lejano, que involucra a imágenes y no personas. La simpatía entre seres humanos y los valores del cuidado se desdibujan por la prisa de estar informadas acerca de los hechos protagonizados por desconocidos; se levantan pocas críticas, y la mayoría de ellas caen fácilmente en discursos conservadores que apelan a valores religiosos.

En este ámbito desfavorable al debate y la reflexión, se manifiesta el rechazo consciente de algunas corrientes feministas al riesgo vital que implica estar constantemente controladas por los medios. Organizan nuevas formas de convivencia, no familiares, para poner fin al aislamiento público y privado. Surgen colectivos de jóvenes entre masas de personas más ancianas de lo que nunca se había conocido. Se agrupa gente deseosa de comunicar, aprender, cocinarse, comprender su mundo, donde se postula un ambiente amable con la infancia, para que niñas y niños puedan estar relacionándose personalmente, sin ser limitados o controlados por las actividades de los adultos, ni tener actividades o espacios separados por género.

 Después de años de intelectualización del arte, en los intersticios que permite el trabajo remunerado se reúnen creadoras para grabar juntas, dibujar, pasarse técnicas y planear acciones de política de la imagen. La resistencia a la agricultura de tecnología devastadora y semillas modificadas genera colectivizaciones espontáneas: familias campesinas y colectivos ecologistas se unen para sembrar y construyen una nueva socialidad. En los espacios comunes reviven artesanías, no sólo para el embellecimiento de sus casas y actividades y vestuarios, sino para expresar deseos. Renace la pintura colectiva, se desdibuja “el” artista como creador individual, masculino y prepotente.

]
Imagen 3. http://68.media.tumblr.com

Los diversos sujetos feministas cuyo proceso de liberación fue invalidado por las narrativas neoliberales, en un clima de agresiones ideológicas, feminicidios y violaciones que ningún sistema de castigo estatal puede frenar, confrontan hoy la reelaboración  de su modernidad. Se interrogan en una posmodernidad que ellas mismas precipitaron en la década de 1960, al revelar que lo privado es un asunto político, pues la modernidad de las mujeres se debatió entre la afirmación de su diferencia histórica con los hombres y la urgencia de llevar a cabo el proceso de emancipación del dominio masculino. Por ejemplo, hoy crecen posiciones post-empoderamiento cuando el empoderamiento nunca se concretó. No obstante, de manera paralela, la lucha por la despenalización del aborto apunta a una subjetivación ética de las mujeres, pues concreta   la libertad moral de sus acciones y el derecho político a su cuerpo. La despenalización del aborto es  el fin del control masculino sobre los actos, las ideas y la sexualidad de las mujeres.

En Argentina, en abril de 2018 se ha iniciado el debate en el Congreso de la Nación por la despenalización del aborto sin causales hasta las catorce semanas. No sólo en todos los rincones del país suramericano las mujeres se han organizado para presionar al Congreso, expresando mediante debates masivos, bailes callejeros, performances y el símbolo de un pañuelo verde al cuello, su voluntad de dejar de ser criminalizadas por tomar decisiones que las conciernen, sino que en todo el continente (y más allá, pues kurdas, italianas y españolas también las sostienen) se han multiplicado las manifestaciones en solidaridad.  Algunas feministas sostienen que la criminalización del aborto es una forma de violencia institucional que estigmatiza a las mujeres y las pone en riesgo de prácticas médicas inseguras. Otras hablan más claramente de la relación entre feminicidio, tortura e imposición de continuar con un embarazo no deseado. La gran mayoría reporta casos de muerte materna por abortos clandestinos para defender la vida de las mujeres de bajos recursos que no quien ser madres y que no pueden acceder a abortos seguros. La libertad personal implica también conciencia de clase. Se trata de un fenómeno masivo de empoderamiento, a través de la ayuda mutua y la reivindicación colectiva.

 

Rebeliones locales: arte para la liberación

Las feministas nuestroamericanas han reaccionado ante la pulsión de muerte global que se propaga en sociedades corruptas, machistas y constantemente amenazadas. Ecofeministas, campesinas, teóricas como Rita Segato y Silvia Rivera Cusicanqui, dirigentes comunitarias, actvista que tejen otra relación campo-ciudad han tejido sus reflexiones con la historia de resistencia de los pueblos que conforman el sustrato mítico, artístico, cultural y laboral del continente. De tal manera confrontan sus gobiernos para que no se plieguen totalmente a la imposición de un sistema global de control y obediencia. Rebeliones locales contra explotaciones hipertecnológicas y ecocidas, sin beneficio alguno para los pueblos, son protagonizadas por mujeres zapotecas, mayas, lencas, quechuas, mapuches. Desafían la minería a cielo abierto, los megaproyectos hidráulicos, eólicos y la agrotecnología extensiva y destructiva de los cultivos ancestrales. Todas esas acciones son resultado de la historia de la desigual modernidad americana, que coincide con el auge del capitalismo. En ella, las mujeres se evidencian en diversas ocasiones como antagonistas protagónicas de la economía capitalista.

Artistas visuales, grafiteras, muralistas y aficionadas intervienen en los bloqueos que protagonizan las mujeres en las entradas de las minas y los megaproyectos que ponen en riesgo la sobrevivencia misma de los pueblos indígenas. “Zapateando”, 2 de agosto de 2011,[1] en La Pota, Guerrero, muestra a mujeres iracundas contra la instalación en territorio comunal de una hidroeléctrica; juntas, levantan los brazos para romper las cadenas que las apresan, no para levantar sus senos. Corren detrás de una manta sostenida por una mujer que también carga a un niño y un hombre con sombrero: “La tierra es nuestra madre. En su río está la vida como sangre que corre en nuestras venas”. Persiguen a los coyotes, animales que simbolizan a los traidores de su comunidad que han permitido el ingreso de las mineras, ahuyentan a sus enemigos —que no aparecen en la imagen. Las figuras de las personas y los animales son las de los bordados y pinturas en papel amate, propio de tradiciones artísticas locales.

En Venezuela la resistencia al Arco Minero y su militarización ha sido protagonizada por ecologistas y dirigentes mujeres y hombres de los pueblos wanikua, baniva o kurripako, piapokos, yavaranas, makues, puniaves, sáliba, wottuja, yanomamis, mapoyos, waikes, sanama, pemones (taurepan, kamarocotos, arecuna), uruak, kariñas o caribes, waraos, panres o e´ñepas, maquiritares o yekuanas, acawayos, chaimas y yaruros. En 2016, colectivos de activistas empezaron a pintar muros y mantas que prefiguraron ya sea la destrucción ecológica y sus muertos o la resistencia de todas las fuerzas vivas de la naturaleza, seres humanos incluidos. Definitivamente la explotación del coltrán, sea en la cuenca del Orinoco o en Congo, permite que militares corruptos amasen fortunas y fomenten delincuencias y guerras. En un muro de piedra en Cumaná, cerca del Cerro Turimiquire, una mujer de perfil con el pelo recogido y un arete lleva pintado en la cabellera “El agua vale más que el oro”. La mirada de la mujer es directa, desafiante, representa a los pueblos contra la destrucción ecológica.

Las imágenes de los murales de las mujeres zapatistas en Chiapas, México, han dado la vuelta al mundo: son representaciones de mujeres que trabajan, desafían los espectadores, marchan, construyen escuelas y muestran sus rostros cubiertos de pasamontañas o paliacates (pañuelos de colores) que simbolizan su pertenencia al Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN). Por lo general han sido pintados en los Caracoles, esto es, los emplazamientos de las regiones organizativas de las comunidades autónomas zapatistas. Los Caracoles fueron creados en 2003 para reemplazar la anterior forma de organización, los Aguascalientes. Ahí se reúnen las Juntas de Buen Gobierno, estrictamente formadas por 50 por ciento de mujeres y 50 por ciento de hombres representantes de los Municipios Autónomos Zapatistas[2] de las comunidades que forman parte de cada Caracol; sus miembros son rotativos y reemplazables en todo momento.[3] En Oventik, es el rostro de una mujer con paliacate y trenzas, rodeada de las figuras míticas de Zapata y un comandante con pasamontañas, la que hace referencia a las mujeres en la lucha zapatista.[4]

En 2016-2017, Mona Caron representó a nueve mujeres de los pueblos amazónicos y andinos de Ecuador que, detrás de unas grandes hojas, se sostienen una a la otra, dos de ellas teniéndose por mano. Ha ideado Las custodias de nuestro hábitat  con el fin de hacer saber al mundo, a través de quienes asistan al evento mundial Hábitat III, en 2017, que el entorno natural; la biodiversidad, los bosques y el derecho a la buena alimentación cuentan con que Zoila Castillo, presidenta de la Confederación Nacional Indígena del Ecuador; Gloria Ushiga, dirigente de las mujeres záparas; Cristina Gualinga, del pueblo Sarayacu; Rosa Gualinga, shiwiar; Alicia Cawiya, waorani; Blanca Chancoso; Josefina Lema y Carmen Lozano los defenderán en todos los escenarios, también los internacionales.[5]

En 2015, en Salta, Argentina, Cielo Montial, Belén Aguirre, Melina Castillo y Viviana Rivero realizaron un mural relativo a la lucha por los derechos de las mujeres en la pared del Club Gimnasia y Tiro. En Toribio, en el oriente del Cauca, en Colombia, una de las poblaciones más afectadas por la violencia en las décadas pasadas, muros que todavía llevan las marcas de las balas y los incendios han sido intervenidos por diversas y diversos muralistas, en muchas ocasiones acompañados por sus hijas e hijos.

Las chiquillas]
Imagen 4. “Las chiquillas”. Estefanía Leighton©
www.pinterest.es/

¿Qué diferencia hay entre estos murales de mujeres en que las mujeres son protagonistas de la historia y no sólo símbolos de ideas masculinas, como la patria, la libertad, la justicia, etcétera? ¿Se trata de expresiones de una voluntad política del arte, de una necesidad de autorrepresentación, de un gesto de embellecimiento, de un grito de auxilio? A lo largo del siglo XX, el muralismo ha sido una constante en el arte público Nuestroamericano. No obstante, es sabido que los grandes muralistas mexicanos hicieron todo lo posible para evitar que una mujer pintara los muros de un edificio público.  Ese fue el caso vergonzoso protagonizado por David Alfaro Siqueiros y Diego Rivera contra María Izquierdo. Por otro lado, los muralistas mexicanos eran pintores de Estado, mientras el muralismo contemporáneo es básicamente una expresión popular, grafitero, no académico.

Durante el quinto Urban Fest de Cochabamba, Bolivia, en noviembre del 2015, la colombiana Estefanía Leighton, Stfi!, junto a Elodie y Pium y la tatuadora Rana Caloría, pintaron tres figuras femeninas sentadas en el piso sobre la hierba, frente a un planeta de nopales que se levanta al fondo; la primera viste una corta bata de flores, dirige su mirada verde hacia un/a posible espectador/a, tiene una flor en el pelo negro, un corazón tatuado en el brazo y las manos frente al rostro de una pequeña mujer montaña de tres picos, nariz de mariposa, pintura ritual, vestido de hojas azules o plumas, piernas desnudas, que tiene del otro lado a una mujer coneja de cuerpo tatuado con calaveras y flores, desnuda, pero con las piernas cruzadas al frente que le tapan la vulva. ¿Están influenciadas por el dibujo manga japonés? ¿Quieren representar en clave urbana el mito del conejo de la luna? ¿Se exhiben a sí mismas tatuadas como prostitutas sagradas mexicas?[6]

 Las mujeres que se dan la mano postulan una sororidad. Más activas son las figuras femeninas que reportan la participación de las mujeres en la construcción social. En ocasiones el lenguaje artístico de las mujeres nuestroamericanas contemporáneas es  caprichoso,[7] en otras, racional; finalmente, puede ser un lenguaje abstracto. De todas formas los murales que acompañan la protesta feminista y las acciones ecofeministas desocultan  sus miedos y enojos tanto como sus fuerzas y proyectos. Van de una cosa a la otra y las relacionan.  

 

A medio siglo del cuestionamiento de la mirada masculina

Las pintoras feministas contemporáneas recuperan el cuerpo de la mujer, lo ven desde ojos que han pasado por cincuenta años de liberación de la mirada masculina, y lo convierten en el protagonista de una vida propia. Es un cuerpo de cuerpos que se planta y dice no a la muerte impuesta, baila contradanzas, no está interesado en seducir, sino en afirmarse. El arte refleja la política que expresa las acciones sociales.

Sin embargo, la potencia de una expresión propia de las mujeres necesita ser reafirmada constantemente, apelando a los sujetos históricos que interpretan y modifican los esquemas de conocimiento y de representación como sujetos de vivencias de género (y de rebelión ante la imposición de los patrones de género), porque las derechas también han elaborado defensas patriarcales cada día más agresivamente cerradas y violentas. Dan vuelta a discursos, hacen trampa en el debate entre igualdad y diferencia, son capaces, por ejemplo, de utilizar las críticas al dimorfismo sexual, entendido como construcción cultural, avanzadas por las teorías de la performática del sexo, para negar la validez de la subjetivación de las artistas a través de la apropiación de la historia a la que accedieron con su cuerpo sexuado. Hoy reivindicarse se ha complicado, de modo que muchas feministas actúan en el ámbito de la denuncia de la violencia, la lucha por el territorio, el derecho a la vida sexual, a la vez que viven la crisis de la identidad absoluta, propia de la filosofía teorética y de las estratificaciones sociales de la colonialidad: indígenas, blancas, negras y las mestizas que representan a la idea de la nación del estado independiente. Ninguna feminista cree en esencias femenina y masculina, pero en los diálogos entre mujeres de culturas diversas las reflexiones sobre las identidades fluidas, creativas, se complican, mezclando reivindicaciones de una historia ancestral negada por el colonialismo y postulados de las filosofías llamadas posmodernas. Potencialmente este tipo de identidades podría evitar la exclusión que producían las jerarquías nacionales, étnicas, de género, de sexualidad y de religión; no obstante, producen también la imposibilidad de asirse de evidencias y seguridades. En este clima, las mujeres reemprenden constantemente la tarea de justificar el camino hacia su liberación, las finalidades, las técnicas y la función de sus expresiones políticas. Desde Nuestramérica, recodificar los signos para cruzar las reivindicaciones de género y el antirracismo, la lucha de clases y la red de derecho de las personas con discapacidades, ha sido una práctica constante de los feminismos. Hoy implica visualizar los cuerpos en su territorialidad, las ideas en leguas no estatales, que apelan a ontologías e historias no hegemónicas, las identidades en historias de resistencia, los trabajos en una urgencia de superar la explotación, y con todo ello poder hablar de placer y mundos femeninos.

 

 Notas:

[1] https://zapateando2.files.wordpress.com

[2] www.wikipedia.org

[3] Algunos de estos murales pueden verse en: https://bit.ly/2xKc9Dz

[4] Véase: http://www.bbc.co.uk/spanish/specials/1935_zapatistas/page11.shtml

[5] Véase. http://68.media.tumblr.com

[6] https://es.pinterest.com. Estefanía Leighton Stfi! en muchos murales presenta mujeres bellas, jóvenes, de rasgos propios de la poblaciones mestizas del Caribe, sentadas, ensimismadas, como Contempla, Pasto, 2014, o María Mulata; Cartagena, 2016. ¿Se trata del mismo lenguaje? Sus imágenes femeninas nunca son banales.

 

Cómo citar este artículo:

GARGALLO CELENTANI, Francesca, (2018) “Feminismo y expresiones de colonialismo patriarcal a principios del siglo XXI”, Pacarina del Sur [En línea], año 10, núm. 37, octubre-diciembre, 2018. ISSN: 2007-2309.

Consultado el Jueves, 28 de Marzo de 2024.

Disponible en Internet: www.pacarinadelsur.com/index.php?option=com_content&view=article&id=1692&catid=15