Covid-19. De la sopa de murciélago a las bolsas de valores

José Miguel Candia

Universidad Nacional Autónoma de México

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Recibido: 26-04-2020
Aceptado: 03-05-2020

 

 

Nadie imaginó que una sopa de murciélago y un estornudo anónimo en la provincia china de Wuhan, pondrían a la población del planeta en alerta sanitaria y a la economía internacional al borde de la mayor recesión de las últimas décadas. En momentos de redactar estas notas –abril de 2020– quien quiera reflexionar sobre la pandemia del Covid-19, debe entender que se piensa y se escribe sobre la marcha, con las noticias que ofrecen las redes y los cables de última hora. La información de los medios impresos parece un boletín desactualizado, de color sepia y con la crónica de acontecimientos antiguos. No hay tiempo para sacar conclusiones demasiado “sesudas” ni hacer inferencias demasiado pretensiosas o de jugar con hipótesis, que sean útiles en el largo plazo. El mundo está en cuarentena y la economía internacional y la salud pública de cabeza. Frente a un panorama que parece dantesco, aquellos que disponen de una vivienda y recursos suficientes para sostener los gastos familiares, cumplen con la recomendación de permanecer en sus domicilios. La población más pobre o de menores ingresos, afronta en la calle y en albergues comunitarios, la difícil situación de evitar los contagios y buscar, como puede, el sustento económico que le permita atender necesidades elementales.

En estos días, los noticiarios de las principales cadenas informativas del mundo muestran una geografía urbana casi uniforme, ciudades que parecen súbitamente despobladas. Pocas personas, muy pocas en relación al movimiento habitual, transitan por las calles con cara de preocupación y barbijos que le dan cierto aspecto fantasmal. ¿Portadores asintomáticos? ¿Contagiados que ocultan sus síntomas? ¿Prófugos irresponsables de la cuarentena que se hacen tontos? No lo sabemos y es posible que tardemos algunas semanas antes de conocer, a ciencia cierta, de que se trata. Si lograron engañar a las autoridades, las evidencias quedarán registradas en las estadísticas de afectados y fallecidos por este mal.

Ignacio Ramonet ofrece lo que, para nuestro gusto, es la más precisa definición del momento. En su artículo “La pandemia y el sistema mundo” afirma: “A estas alturas ya nadie ignora que la pandemia no es solo una crisis sanitaria. Es lo que las ciencias sociales califican de hecho social total, en el sentido de que convulsa el conjunto de las relaciones sociales y conmociona a la totalidad de los actores, de las instituciones y de los valores” (Ramonet, 2020).

Mientras tanto, grandes avenidas comerciales de Londres, Nueva York o México pueden verse sin consumidores ni automóviles. ¿Será el paisaje que esperamos cansados del ruido y la contaminación? ¿Se trata de la paz citadina que tanto añoran los habitantes de las megalópolis o es el adelanto de un futuro catastrófico para el cual debemos estar preparados? Hay que sincerarse, para nadie es un secreto, hace rato que las sociedades enfrentan urgencias que pueden encontrarse en la portada de los diarios, no hace falta acudir a ninguna base de datos. Factores como el cambio climático, la escasez de agua potable y alimentos, las migraciones, la violencia y resquebrajamiento del tejido social o las epidemias inmanejables, dejaron de ser los temas propios del guion de las películas del llamado “cine catástrofe” para formar parte de la agenda pública internacional. Un desesperado llamado de atención para todos, ricos y pobres, gobernantes y gobernados.

Desde mediados de enero de este año, con las primeras evidencias irrefutables de la aparición del Covid-19 y con el fin de encontrar certezas, la humanidad se debate entre las teorías conspirativas, algunas de envidiable entramado político-diplomático, y otras lecturas, tal vez menos seductoras, pero con mayores evidencias empíricas, que procuran explicar la pandemia desde los soportes que ofrecen la biología y la medicina epidemiológica.  En medio de esta pelea entre pesos pesados, las ciencias sociales, menos ambiciosas en materia de diagnósticos sanitarios, procuran demostrar que existe un enlace causal mediante el cual se puede explicar el surgimiento y la rápida difusión del nuevo virus y las condiciones materiales de vida de la presente fase civilizatoria. Al respecto se enumeran algunos datos duros. Los adelantos de la ingeniería genética, que facilitan la manipulación del ADN de los seres vivos, y la contaminación y destrucción del hábitat que comparten plantas, animales y la sociedad humana, generaron las condiciones que estarían poniendo un límite a la capacidad depredatoria de las nuevas tecnologías y al consumo masivo de bienes y servicios cada vez más sofisticados, incluyendo medicinas de alta complejidad. Si existe una relación causal de tipo ambiental entre las condiciones materiales de vida y las patologías predominantes en cada etapa histórica, la mutación que dio origen al virus de inmunodeficiencia humana (VIH) y al coronavirus serían un subproducto de la civilización posmoderna.

Una mujer de edad avanzada, con una máscara facial protectora, es rociada con una solución desinfectante de cloro por un soldado como medida preventiva contra la propagación del nuevo coronavirus
Imagen 1. Una mujer de edad avanzada, con una máscara facial protectora, es rociada con una solución desinfectante de cloro por un soldado como medida preventiva contra la propagación del nuevo coronavirus, a la entrada de un mercado de alimentos en Caracas, Venezuela, el viernes 20 de marzo de 2020. Foto: Ariana Cubillos/AP.

Algunas teorías con buena prensa en los últimos tres meses, procuran ofrecer certezas a una humanidad ganada por el miedo y la incertidumbre, con un argumento relativamente simple: el corona-virus es solo un capítulo de la tercera guerra mundial y forma parte del enfrentamiento comercial entre China y los Estados Unidos. Si la responsabilidad primaria la tiene el gobierno del presidente Xi Jinping, no queda más remedio que pedirle a la comunidad científica y militar china, que rinda cuentas ante la opinión pública internacional, por el desastre en el que embarcaron a toda la humanidad. O bien, ser más modestos y maldecir al cocinero que, a escondidas de la vigilancia sanitaria, no supo preparar una sopa de murciélago en la provincia de Wuhan, cuna de la epidemia. Con un razonamiento similar, pero cambiando de responsable, sería el presidente Donald Trump quien nos debe una explicación y tiene que asumir las culpas de haber jugado con fuego y diseminado por todo el planeta ese actor microscópico que ahora nos tiene en jaque. Si los destinatarios del virus eran los grandes conglomerados chinos, flaco favor se le hizo a la economía mundial sumergida, en estos días, en un cuadro recesivo que recuerda la hecatombe de 1929 y que deja muy chiquitas la crisis petrolera de 1973 o la debacle bancaria de 2008.

Quien haya sido, si es que esta línea de razonamiento fuera cierta, no resulta demasiado coherente que la maniobra de inteligencia puesta en marcha a través de la difusión del Covid-19, haya dañado de la misma manera y en forma casi simultánea, al aparato productivo del país supuestamente agresor y la economía del país agredido.

O tal vez resulte más eficaz pensar – hasta tanto no haya una respuesta convincente - en una solución salomónica. ¿Ni vencedores ni vencidos en este ensayo de Tercera Guerra Mundial sin misiles, pero con instrumentos biológicos aún más letales? Por el momento esta lectura parece poco verosímil y difícil de sostener. El costo de la crisis humanitaria y económica como la que se avecina no resulta manejable y hasta donde sabemos, tampoco provechosa para quebrar al adversario y sacar ventajas definitivas. Con caídas estimadas del producto que superan los cinco puntos porcentuales para 2020, las tareas de reconstrucción son responsabilidades que comprometerán a todos los países del mundo.

 

¿Reordenamiento capitalista? ¿El regreso del Estado?

La izquierda europea de principios del siglo XX, recibió con cierta esperanza, la crisis económica que provocó la Primera Guerra Mundial y casi con las mismas expectativas la gran depresión que desató la caída de la bolsa de valores de Nueva York en octubre de 1929. También el horror humano y material que se conoció en 1945, con fin de la Segunda Guerra, llevó a pensar en el derrumbe definitivo del capitalismo. No era un regodeo gratuito, en los tres momentos, a partir de algunos fundamentos teóricos de carácter “economicista” y con mucho optimismo político, se entendió que se estaba en las vísperas de la debacle definitiva del sistema capitalista mundial. Pero la réplica no tardó en llegar y desde los grandes centros del poder económico se hizo escuchar la respuesta, los muertos que vos matáis gozan de buena salud. Los países rectores de la economía internacional recompusieron con más herramientas prácticas que discursos, las condiciones que hicieron posible la recuperación de los mercados financieros y las actividades productivas. Recordemos la creación, en diciembre de 1945, de un organismo emblemático en materia de asignación de créditos y fijación de normas para la inversión: el Fondo Monetario Internacional.

Años después, la crisis energética de 1973, el conflicto de la deuda en la década de los ochenta y las fisuras del sistema bancario en 2008, pudieron remontarse con decisiones de políticas públicas que oxigenaron los mercados y auxiliaron a los agentes económicos más golpeados por el desbarajuste de las finanzas. Miremos un poco la historia, los hechos muestran que el capitalismo solo se cayó allí donde hubo actores sociales y políticos dispuestos a sustituirlo por nuevas formas de producción. La Europa del Este en 1945, China en 1949, Corea y Vietnam a principios de los años 50 y la revolución cubana en 1959, respondieron a condiciones históricas muy particulares, en un caso la derrota del fascismo en Europa y el papel destacado de la Unión Soviética en esa gesta. En las otras experiencias la lucha anticolonial y antimperialista contra Japón, Francia, Inglaterra y Estados Unidos detonó guerras civiles bajo la conducción de fuerzas revolucionarias anticapitalistas. En todos los casos, además de profundas fracturas sociales y crisis económicas, se contó con la presencia de una voluntad política organizada y dispuesta a llevar la lucha contra los sectores dominantes hasta las últimas consecuencias. La liberación nacional era un proceso que solo lograba su éxito definitivo con la eliminación de las oligarquías nativas y la sustitución del mercado por la planificación económica.

Si las opciones revolucionarias de perfil anti-capitalista, no están hoy a la orden del día, cabe preguntar ¿qué alternativas de reorganización institucional y productiva les queda a las principales economías del mundo? Sin especular demasiado pueden apuntarse algunas grandes líneas que comienzan a externar, todavía de manera solapada, los grandes organismos multilaterales de crédito y poderosos bloques económicos como la Unión Europea, el G-20 y la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE).

Entre otros temas de preocupación, sustantivos para definir la naturaleza de la sociedad del futuro, hay cuestiones que deben ser abordadas con urgencia antes de que el mundo pos-Covid-19 devenga en un orden caótico incontrolable. Estas cuestiones, que cruzan de manera transversal todos los órdenes de la vida pública y privada, se expresan en un conjunto relativamente pequeño de factores medulares. Entre otros vectores, habrá que volver a pensar en la necesaria regulación de los mercados y en el papel del sector público, a veces como dinamizador de las actividades productivas y en otros casos como un necesario ente protector de los sectores más vulnerables de la población: migrantes, desempleados, trabajadores precarios, minorías étnicas o religiosas, jóvenes sin empleo y mujeres con doble jornada laboral, pequeños y medianos productores.

La expansión del Covid-19 en países de alto desarrollo y con indicadores socioeconómicos envidiables –Italia, Inglaterra, Alemania, Francia, Estados Unidos y España, entre otros– lleva a replantear el insustituible papel de los sistemas de salud pública como garantes de las condiciones sanitarias de la población. El presidente Donald Trump se encargó de desmantelar el sistema sanitario que impulsó Barack Obama y las consecuencias están a la vista. Pensemos, por un momento y para ahorrarnos palabras, en la imagen desoladora que ofrecen las calles de Nueva York.

Argentina en cuarentena
Imagen 2. Argentina en cuarentena. Foto: Rafael Mario Quinteros. www.clarin.com

Ni los defensores más ortodoxos del neoliberalismo niegan la necesidad de reformular las estrategias económicas que se volvieron dominantes a partir de la segunda mitad de los años setenta. Admiten que no es posible regresar de manera acrítica, al credo doctrinario de pensadores como Friedrich Hayek y Milton Friedman, fundantes de las doctrinas que exaltaron la privatización de áreas sustantivas de la economía y depositaron en los mercados el futuro de la humanidad. De igual forma, tal vez tampoco se pueda volver de manera puntual, a las concepciones que John M. Keynes materializó durante la década de los treinta del siglo pasado, de la mano salvadora del presidente Franklin D. Roosevelt. No parece sensato pensar en abrir y tapar hoyos como fuente reactivadora, cuando las nuevas tecnologías, la interdependencia de los mercados y las transformaciones en el mundo del trabajo, señalan la presencia de una realidad económica y social muy alejada de aquella sobre la cual las ideas de Keynes operaron con manos virtuosas.

La privatización de los sistemas de salud pública, de prestaciones básicas como las jubilaciones y pensiones y de servicios elementales como la energía eléctrica y el agua potable, que se emprendió desde la segunda mitad de los años setenta del siglo pasado, dejó la ilusión de algunos años de crecimiento y un tendal de nuevos pobres y excluidos.


Imagen 3. Foto: Filiberto Faustos/AP. www.dw.com

La discusión parece centrarse en las siguientes coordenadas: “Ni tanto mercado que mate a los débiles ni tanto Estado que ahogue las iniciativas económicas de los más pudientes”. El enunciado parece fácil, pero resultará muy difícil encontrar el “justo medio” sino se abre el debate acerca del papel que tendrán en el mundo pos-pandemia, diversas instituciones que ejercen rectoría económica. Entre otras, los organismos internacionales de crédito y las instancias multilaterales que fijan normas en materia de inversiones y comercio (FMI; Banco Mundial; Banco Interamericano de Desarrollo; OCDE; Organización Mundial de Comercio).

Es posible que la discusión sobre lo que asoma como un “nuevo orden económico internacional” –una definición que parece reflotada con el afán de buscar relaciones más justas entre las economías del mundo – coincida con una exacerbación de la puja China-Estado Unidos por el control de los mercados. La economía pospandemia podría marcar la declinación definitiva de la hegemonía financiera y comercial norteamericana y el ascenso de ese monstruo que se mueve por el mundo con una definición que nos cuesta aceptar: socialismo de mercado. Esa curiosa combinación de un sistema productivo privatizado y abierto al mundo con un régimen político de “partido de Estado” y el socialismo como doctrina oficial.

Las especulaciones son muchas y todos los ejercicios teóricos sobre escenarios futuros parecen tener algo de razón. Tal vez estemos presenciando el fin del predominio económico del Atlántico y la cuenca del Pacífico – con el liderazgo chino -  se levante como el próximo centro neurálgico del capitalismo mundial. Una transformación radical desde que este modo de producción apareció en el planeta hace poco más de 200 años. Pero aun en el caso de que esta línea de pensamiento fuese correcta, y el declive de Estados Unidos no tenga retorno, no podrán obviarse mil interrogantes. ¿De qué capitalismo estamos hablando? ¿Es razonable soñar con un dejá vu de Keynes y con un regreso a los años dorados del “Estado de Bienestar”? Los años de fiesta y consumo de esa economía pujante de la segunda pos-guerra, parecen tan distantes en el tiempo como de las condiciones tecnológicas y financieras del capitalismo actual. Poco queda del pleno empleo, de los buenos salarios, de la fuerza sindical y del derroche de aquellos años.  Será más sensato, entonces, prepararse para abordar el futuro desde nuevos paradigmas de producción y consumo.

En esta dirección piensan algunos economistas. Un grupo de investigadores holandeses, preocupados por el futuro pospandemia, dio a conocer algunos lineamientos posibles acerca del derrotero que debiera tomar la economía mundial en los próximos años. La propuesta es audaz – enfatizan la necesidad de aceptar un  escenario de “decrecimiento” – por lo que queremos referir, con propósitos ilustrativos y como una forma de aportar insumos a un debate que apenas comienza, los cinco aspectos señalados por este grupo de 170 economistas: 1. Pasar de una economía enfocada en el crecimiento del PIB a diferenciar entre sectores que deben decrecer (gas, petróleo, minería, publicidad); 2. Construir una estructura económica basada en la redistribución equitativa del ingreso. Establecer una renta básica universal y un sistema universal de servicios públicos; altos impuestos a los ingresos, al lucro y la riqueza; 3. Transformar la agricultura en una actividad regenerativa, basada en la conservación de la biodiversidad, sustentable y apoyada en la producción local; 4. Reducir el consumo y los viajes lujosos y de consumo despilfarrador 5. Cancelación de la deuda, en particular a los trabajadores y pequeños productores así como a los países del hemisferio Sur (El Clarín de Chile, 2020).

¿Y cómo mirar la película desde la periferia? De distinta manera y con impactos desiguales, la historia enseña que América Latina pudo aprovechar las condiciones creadas por la Primera Guerra, la Gran Depresión de los años treinta y los efectos devastadores de la Segunda Guerra Mundial sobre los mercados internacionales. La venta de alimentos y materias primas a buenos precios, ayudó a mejorar las condiciones de vida de nuestros países y en algunos casos, permitió diversificar la estructura productiva estimulando la sustitución de importaciones de numerosos bienes y servicios de consumo masivo. Este proceso posibilitó también, consolidar el mercado interno, afianzar la presencia de un sector empresarial propio, expandir el trabajo asalariado y dar lugar a la formación de grandes centros urbanos como resultado de la migración campo-ciudad.

Una vista de la plaza Navona de Roma (Italia) el 18 de marzo totalmente vacía
Imagen 4. Una vista de la plaza Navona de Roma (Italia) el 18 de marzo totalmente vacía. Foto: Andrew Medichini/AP.

Resulta obvio decir que las condiciones de la economía internacional no son las mismas con respecto a los tres casos mencionados y que aun conservando la región algunas ventajas comparativas en la producción de alimentos y materias primas, las condiciones de inserción en determinados nichos del mercado mundial es una tarea titánica en una etapa del desarrollo capitalista marcada por la profundidad y velocidad de las innovaciones tecnológicas y la virulencia de la lucha por el control del comercio.

Un factor adicional de preocupación es el notorio vacío de liderazgos regionales para afrontar lo que se viene y pelear por un lugar propio en el mundo pos-Covid19. Las crisis anteriores coincidieron con el mandato firme de dirigentes nacionales con fuerte arraigo popular y marcada identificación con la defensa del patrimonio latinoamericano. Las figuras de Hipólito Yrigoyen, Lázaro Cárdenas, Getulio Vargas, Juan Perón brillan con luz propia en la primera mitad del siglo pasado. Dos décadas después, presidentes como Juan Velasco Alvarado en Perú y años más tarde Hugo Chávez, Lula, Néstor Kirchner y Evo Morales recuperaron las banderas antimperialistas de los fundadores de nuestra independencia. En ese escenario de proyectos, marcados por la impronta del progreso económico, la integración y justicia social, destaca, por su enorme dimensión histórica, Fidel Castro, el jefe de la revolución cubana.

¿Quién tomará la posta de enarbolar la bandera de los pueblos latinoamericanos en los próximos años? El horizonte se muestra gris y los actores se ven dando tumbos entre la necesidad de atacar la pandemia y el deber de levantar la voz para sostener reclamos propios que son innegociables, a riesgo de aceptar un espacio residual y comer de las migajas que nos ofrezcan en los próximos años. Desde su propia perspectiva, Nicolás Maduro, Alberto Fernández y el presidente mexicano López Obrador, buscan una salida digna a la pandemia y al colapso económico de sus países.

En este contexto incierto, tal vez sea el momento de reiterar que, como siempre, existe solo una certeza: la capacidad de respuesta y la voluntad justiciera de nuestros pueblos.

 

Referencias bibliográficas:

  • El Clarín de Chile. (23 de abril de 2020). Holandeses avanzan en el escenario pospandemia y proponen un modelo económico basado en el decrecimiento. El Clarín. Obtenido de www.elclarin.cl/2020/04/23/holandeses-avanzan-en-el-escenario-pospandemia-y-proponen-un-modelo-economico-basado-en-el-decrecimiento
  • Ramonet, I. (25 de abril de 2020). La pandemia y el sistema-mundo. La Jornada. Obtenido de https://www.jornada.com.mx/ultimas/mundo/2020/04/25/ante-lo-desconocido-la-pandemia-y-el-sistema-mundo-7878.html

 

Cómo citar este artículo:

CANDIA, José Miguel, (2020) “Covid-19. De la sopa de murciélago a las bolsas de valores”, Pacarina del Sur [En línea], año 11, núm. 43, abril-junio, 2020. ISSN: 2007-2309.

Consultado el Jueves, 28 de Marzo de 2024.

Disponible en Internet: www.pacarinadelsur.com/index.php?option=com_content&view=article&id=1887&catid=15