El arribo a Zacacuautla, Hidalgo, a unos 180 km. de la ciudad de México, cerca de Tulancingo, el sábado 14 de noviembre, fue abrumador: Filiberta  y Benita expresan una enorme congoja, un estado de desasosiego e inquietud profunda: el  maravilloso bosque que provee de frescura y murmullos, que  abriga a aves y especies de la región y que es el sustento primordial de agua del pueblo está siendo arrasado. Cedros blancos, milenarias meliáceas de hasta 30 metros de altura, madera con tonos rojizos y muy aromática, son talados sin misericordia y con la complicidad del Estado y Semarnat hidalguenses. En palabras llanas: mientras que para los taladores el asunto de las meliáceas es lucrativo negocio, para las y los zacacuatlanos es sobrevivencia. ¿Cómo testimoniar el inminente desastre, la desesperación, lo que parece inevitable?

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