Fernando Daquilema y la olvidada revuelta indígena de 1871

Fernando Daquilema and forgotten Indian revolt of 1871

Fernando Daquilema e esquecido revolta indiana de 1871

Daniel Kersffeld[1]

RECIBIDO: 18-09-2015 APROBADO: 25-10-2015

 

Una primera aproximación historiográfica

La reconstrucción de un relato histórico constituye un proceso siempre complejo y en el que intervienen distintos autores, con diferentes incidencias contextuales. En este sentido, la memoria y el relato interviniente en ella reconoce autores institucionales y no institucionales, y en torno al recuerdo convertido en un relato convergen sectores sociales, comunitarios, estatales, académicos, etc. En este caso, es importante señalar además que dado que se trató de una rebelión contra el gobierno, llevada a cabo por un sector totalmente marginado como el indígena, la memoria sobre éste se encontrará cruzada por el recuerdo, pero también por la tergiversación y la distorsión y, finalmente, también por el olvido voluntario. No resulta extraño entonces que la represión de este movimiento por parte del gobierno central de Gabriel García Moreno haya venido también acompañada de una práctica consecuente de silencio y olvido, concurrentes en el mutuo interés de rebajar la trascendencia del hecho y, en lo posible, de borrar a futuro la memoria histórica de un recuerdo siempre incómodo aunque también importante en su propuesta desestabilizadora e incluso revolucionaria.

La primera fuente documental para la reconstrucción de un acontecimiento histórico de estas características lo constituyen las versiones elaboradas por los distintos aparatos de gobierno, en este caso, el gobierno central, el gobierno de la provincia de Chimborazo y, particularmente, el Ministerio del Interior, que en todo este proceso, y sobre todo respecto a la condena de Daquilema, operó como una suerte de engarce entre las dos entidades anteriores, cobrando cada vez más peso a medida que avanzaba el proceso represivo contra el movimiento indígena. Fue construida así una “memoria estatal”, donde únicamente era registrada la visión y la interpretación de los hechos por parte de un único actor participante, y en donde el “indio” era inmediatamente asociada con el “rebelde”, con el objeto a ser reprimido y, eventualmente, también castigado para mantener así la solidez del orden existente.

Uno de los primeros escritos en torno a esta sublevación, y en el que también se señalaba a Daquilema como principal caudillo, fue el redactado por el sacerdote Juan Félix Proaño en 1915 e incluida en su Apéndice a la “Memoria de cincuenta años de la Diócesis de Riobamba”. Posteriormente, algunos elementos de este primer análisis fueron recuperados en 1930 por Rodolfo Maldonado y Besabé y en 1942 por Julio Castillo Jácome: en ambos casos, se trató de análisis históricos de índole local, sobre la provincia de Chimborazo, con menciones mínimas sobre el levantamiento de Daquilema.

El primer trabajo documentado sobre este acontecimiento fue escrito por Alfredo Costales Samaniego en 1956: su título era, justamente, Fernando Daquilema. El desarrollo de esta obra es cronológica, desde el inicio del levantamiento hasta su sofocación, y las fuentes documentales de la misma están basadas principalmente en el juicio criminal seguido contra el líder indígena. Posteriormente, y a partir de una profundización de los estudios ya realizados, el mismo autor escribió su obra clásica de 1984 Fernando Daquilema: último guaminga.

A continuación, fue Enrique Garcés quien se adentró en esta temática, utilizando casi la misma fuente documental que Alfredo Costales para dar vida a Daquilema, Rex en 1961. En este caso, la figura del líder indígena se convierte en un pretexto o clave interpretativa para ahondar en la situación social e histórica del indio en Ecuador. La descripción del proceso de levantamiento se asemeja en gran medida al análisis efectuado por Costales e incluso, como se plantea en la introducción de la obra de este último, con dudas sobre posibles plagios de uno a otro autor.

Otras aproximaciones históricas a este personaje y a la sublevación indígena de 1871 fueron realizadas por Oswaldo Albornoz en Las luchas indígenas en el Ecuador (de 1971) y por el historiador Valerian Goncharov. En el primer caso, resultó claro el intento por insertar la rebelión de aquel año dentro del desarrollo histórico del Ecuador, situándola en un contexto de rebeliones permanentes, y planteando la recuperación del legado insurreccional en posteriores levantamientos indígenas. Con respecto a Goncharov, su mirada es más política, y en ella se plantean las dificultades de la rebelión para ampliar su base social a partir de las “limitaciones” reivindicativas, sociales o de clase, expresadas por su principal líder. Asimismo, este autor señala la recuperación formulada en tiempos más recientes por organizaciones como el Partido Comunista, que se presenta como tributario de sus más relevantes exigencias.

Una de las mejores interpretaciones sobre las causas del levantamiento indígena de 1871 se encuentra en la obra de Hernán Ibarra “Nos encontramos amenazados por todita la indiada”. El levantamiento de Daquilema (Chimborazo 1871). En su trabajo, Ibarra ubica los orígenes de la insurrección en los cambios ocurridos en el Ecuador a raíz del rápido pasaje entre una economía textil a otra de base cacaotera, con la definitiva incorporación de este país en las nuevas redes del capitalismo internacional.


Imagen 1. www.culturaenecuador.org

De acuerdo con este marco económico y social, el Estado republicano, conservando importantes rasgos coloniales, empezó un acelerado pasaje a la modernización, intentando convertir a los indígenas en ciudadanos. Esto implicó diversos cambios en la vida de los indígenas mediante la recurrente supresión de las tierras de comunidad, tendiendo en consecuencia a su privatización. Asimismo, a nivel político y de representación comunitaria, el proceso de centralización del poder estatal conllevó la deslegitimación de las autoridades étnicas y el ascenso de nuevos personajes a nivel rural como el teniente político, suprimiéndose además el sistema de protectorados indígenas. Por otra parte, no es casual que en este contexto de cambios, la rebelión haya acontecido en el espacio agrícola de Yaruquíes y Cacha, ya que se trataba de una zona en la que predominaban las comunidades libres, y donde las haciendas tenían poca relevancia en el control de la propiedad y de la mano de obra.

Con todo, el levantamiento de Fernando Daquilema se explicaría más bien en una serie de medidas con un rechazo cada vez más profundo en las colectividades indígenas: antes que la privatización de las tierras, la oposición estaba planteada frente al cobro de tributos como el diezmo y las primicias, así como también frente al “trabajo subsidiario”, un impuesto de cuatro a cinco reales que podía ser abonado ya sea en dinero o en jornadas de trabajo, y que servía para apoyar en la construcción municipal o provincial de puentes, carreteras, escuelas e iglesias. Asimismo, y a nivel de los imaginarios de la época, contaba también el elemento simbólico de la “aduana”, un mecanismo impositivo de los tiempos coloniales que generaba amplio temor ante la posibilidad de que pudiera ser implantado en un futuro más o menos cercano.

En suma, Ibarra menciona que en los orígenes de la sublevación de Daquilema hubo por tanto una conflictiva convivencia entre “dos tiempos históricos”: por una parte, el tiempo colonial con el recuerdo de la “aduana” y el tributo que se mantuvo vigente hasta 1857, y por el otro, el tiempo republicano en el que continuaba y, bajo un nuevo marco legal e institucional, se profundizaba la dominación étnica y social, y por el cual se obligaba a los indios en convertirse en ciudadanos. Este proceso de reconversión altamente complejo se deba en medio de la reestructuración del país y de la adopción de un signo claramente capitalista, tal como se establecía en los nuevos circuitos comerciales y financieros a nivel internacional.

En gran parte coincidente con el análisis de Hernán Ibarra es el efectuado por el historiador y geógrafo Leoncio López-Ocón Cabrera en su artículo “Etnogénesis y rebeldía andina. La sublevación de Fernando Daquilema en la provincia de Chimborazo en 1871”. Su eje principal eje interpretativo está dado por las transformaciones sufridas por el Estado ecuatoriano y la frustración provocada por el hecho de que tras siglo y medio de funcionamiento del Estado nacional, éste no acabó de consolidarse en los países andinos ya que fue diseñado por los protagonistas de la emancipación ecuatoriana según modelos europeos totalmente ajenos a la realidad local. El avance del capitalismo en Ecuador, y sobre todo, la redistribución de la tierras que éste implicaba, a fin de hacerlas productivas según parámetros más intensivos de trabajo, generaron focos de resistencia entre las comunidades indígenas que se veían apartadas cada vez más a zonas periféricas. De ahí que, como también veremos en el siguiente punto, la rebeldía indígena ante esta situación dio lugar a lo que el autor denomina como “manifestaciones de etnogénesis”.

En el caso de la insurrección protagonizada por Fernando Daquilema la situación es particular, ya que como se aclaró según el texto de Ibarra, justamente en el área conformada por Cacha y Yaruquíes eran pocas las haciendas existentes, y en consecuencia, más limitado el efecto social causado por la apropiación de territorios indígenas. En el trabajo de López-Ocón Cabrera se señala como determinante la nueva alianza conformada por la burguesía costeña y la oligarquía serrana con posterioridad a la crisis desatada en 1859: esto marcará los nuevos tiempos del Ecuador bajo la égida de García Moreno, en el que la inserción del país en los nuevos circuitos del capitalismo provocará cambios económicos a nivel local, favorecidos además por un nuevo plan vial para la vinculación de distritos antes alejados, y por la reubicación y la generación de mercados, justamente, gracias a este nuevo trazado de caminos y carreteras. Por otra parte, las sublevaciones indígenas de Cañar (1862), Imbabura y Guano (1868) y Chimborazo y Azuay (1871) ejemplifican los distintos modos de resistencia planteados contra el avance del sistema capitalista y de la modernización liberal en el país.

Desde ya, todos estos cambios afectaron la vida social y económica del cantón de Riobamba, en donde según datos estadísticos, en 1861 la mitad de la población se dedicaba a la agricultura y una cuarta parte trabajaba en la producción textil. Había en la provincia unas pocas haciendas, y una infinidad de pequeñas porciones de tierra en manos de los indígenas. Producto de este modelo de transición, se sabe que en la década del ’60 hubo una sobreexplotación de la mano de obra indígena, con un descenso demográfico en la mayor parte de las parroquias y un aumento en el pago de los diezmos, los que crecieron considerablemente a principios de los años ’70, justamente, para compensar la baja poblacional. De ahí que fueron dos mecanismos los que más perjudicaron al sector indígena, incidiendo directamente en los orígenes de la rebelión: los diezmos y las leyes del trabajo subsidiario. Ambos recursos fueron reconocidos por este autor como responsables directos en el alzamiento de 1871.

 

Interpretaciones culturales de la rebelión

Desde una perspectiva cultural y antropológica, resulta válido el análisis trazado por Amalia Pallares en su trabajo “Bajo la sombra de Yaruquíes: Cacha se reinventa”, incluido en la compilación titulada Etnicidades bajo la coordinación de Andrés Guerrero. Como lo propone su autora en el inicio de este artículo, su interés es el de “analizar la relación entre lugar, historia, identidad étnica y racial en Cacha, Ecuador”[2]. A partir de un interpretación en torno al indígena de Cacha como participante de una “etnia” y a propósito de su sentido de interrogación y cuestionamiento al orden vigente como un proceso de “ruptura de la doxa”, según la formulación que sobre ella hiciera el sociólogo francés Pierre Bourdieu, es posible interpretar el levantamiento de 1871 no sólo como un acto de protesta social sino también, y fundamentalmente, como una medida constitutiva de la propia identidad como un grupo autónomo y autoorganizado.

De acuerdo con este análisis, para la autora es fundamental establecer el tipo de relación existente entre los anejos de Cacha, Querag y Amulag, y sobre todo, su vinculación con el polo político y económico de la zona, establecido en el pueblo de Yaruquíes, además, paso obligado para todos aquellos que desde el campo quisieran movilizarse a Riobamba, la capital provincial. Yaruquíes se construye también como un espacio de poder por la presencia en ellos de blancos y mestizos, quienes establecen una relación de subordinación con los indígenas, fundamentalmente, a partir de relaciones comerciales, así como también por la existencia en dicho pueblo de la iglesia local, el cementerio, y demás ámbitos constitutivos de la vida social en aquella región del Ecuador.

En una apreciación que, sin mencionarlo por la autora, remite a los estudios de Mijail Bajtin sobre la cultura popular en la Edad Media y, particularmente, sobre el papel social, cultural y ritual desempeñado por el carnaval, en el caso de la relación entre Yaruquíes y Cacha se vivía algo similar ya que el único momento de participación de los indígenas en el ámbito de los blancos y mestizos tenía lugar en determinadas festividades. Con todo, conviene tener en cuenta en este caso que la celebración de las fiestas en Yaruquíes no sólo resultaban estructuralmente limitadas (la embriaguez podía ser tolerada y aun auspiciada, no así la crítica a las autoridades o, más en general, al sistema de dominación) sino que además eran incentivadas por medios económicos y comerciales. En este sentido, aquellos indígenas designados como organizadores de los festejos, en un cargo que desde lo social era validado por sus implicaciones para la propia comunidad y para la relación entre los indígenas con los blancos y los mestizos, desde el punto de vista económico podía resultar un verdadero problema, ya que para concretar la celebración debían comprar productos a los sectores comerciales de Yaruquíes y, probablemente, endeudarse de por vida.


Imagen 2. www.youtube.com

            La relación entre Yaruquíes y Cacha y sus aledaños fue entonces de subordinación y explotación en sus múltiples sentidos: no sólo económico, sino también político, social y también cultural. Por la descripción efectuada por la autora, no resulta pues extraño el interés de Daquilema y los participantes de la sublevación de 1871 por tomar aquel pueblo que de diversas maneras los condenaba a una situación de constante inferioridad y expoliación. Hubo así un claro sentido de revancha en los intentos de toma de Yaruquíes acontecidos durante el levantamiento. De igual modo, la tensa y conflictiva relación entre ambas comunidades continuó de ese modo prácticamente durante un siglo más, de hecho, hasta que a través de una importante labor política, Cacha logró establecerse como una parroquia políticamente independiente. Los pobladores de la zona, sin memoria sobre el levantamiento de Daquilema, lo retomaron con una lectura desde el presente, contribuyendo a moldear una identidad que, al menos hasta entonces, no se manifestaba en los indígenas y que sin duda, fue altamente beneficioso en este nuevo proyecto político de tipo autonómico.

 

El inicio de la rebelión indígena

El relato en torno a los orígenes de la rebelión tiende a situar su punto de partida en el mediodía del lunes 18 de diciembre de 1871, cuando el mestizo Rudecindo Rivera, conocido en la zona como recaudador de diezmos, partió desde Yaruquíes con dirección a Cacha. Al llegar a las inmediaciones en donde vivía Carlos Manzano, en la laguna de Cauña, en la parte alta de Cacha y Amulá, se reunió a su alrededor un creciente número de indígenas preocupados por saber si el diezmero traía con él los libros de cobranza de la aduana. Se destacó en el numeroso grupo la figura de Fernando Daquilema, líder en ascenso y con un gran poder de predicamento entre sus compañeros y vecinos, a quien algunos historiadores como Enrique Garcés incluso señalan como heredero de la dinastía Duchicela. Pese a las explicaciones tranquilizadoras del visitante, la angustia y el miedo tomaron cuerpo en la masa, cada más inquieta y amenazante, con preguntas recurrentes sobre una futura aplicación de la “aduana”. Manzano finalmente agredió a Rivera provocando su caída: pronto recibió una paliza por parte de los allí presentes, quienes presos de un incontenible deseo de venganza, decidieron someter al diezmero a toda clase de torturas.

Todo un ritual de violencia se descargó sobre el cuerpo de Rivera, adoptando en el infortunado visitante el símbolo de cuatro siglos de opresión y humillación: su asesinato colectivo, seguido de la práctica del canibalismo se convirtió así en el preanuncio del levantamiento que pocas horas más tarde estallaría y que por varios días estremecería a toda la región.

Esa misma noche se produciría nada menos que la consagración de Fernando Daquilema como caudillo de la rebelión en ciernes: la pequeña y humilde capilla del anejo de Cacha dedicada a la Virgen del Rosario se convertiría en el escenario de la coronación del nuevo rey indígena. Frente a una verdadera multitud proveniente de los anejos de Cacha, Quera Ayllu y Amulá, los principales cabecillas e instigadores del asesinato de Rivera se manifestaron por redoblar su combate, dirigido ahora y de manera específica a la “eliminación de la población blanca”, la que era vista como enemiga mortal y principal responsable de todas sus desgracias. Una vez aceptada la imposición de la nueva investidura, Daquilema fue saludado como “Nuestro gran Señor, nuestro Rey”.

Según menciona Alfredo Costales Samaniego, serían los siguientes objetivos, o “nueve puntos de Cacha”, los adoptados por Daquilema, entre los que se encontraban no pagar diezmos a los curas, ni la aduana al gobierno; no acudir a los trabajos de la carretera nacional; apoderarse de las tierras de las haciendas que antes fueron de los indios; y no trabajar para los blancos, “aunque les paguen con oro”[3].

Daquilema no perdió un sólo momento en emitir nuevas disposiciones adoptadas ahora como nueva autoridad. Así, inmediatamente nombró como general a José Morocho con la misión de organizar un regimiento de caballería con todas las cabalgaduras del área. Un grupo de hombres de confianza fue enviado a distintos puntos de la provincia para buscar apoyo y, sobre todo, a fin de reclutar indígenas dispuestos a combatir. Mientras tanto, un grupo de fieles servidores se encargó de levantar una especie de “palacio real”, que no era otra cosa que un simple y enorme galpón de paja, al tiempo que designaban a distintos seguidores como miembros de la nueva servidumbre. A la medianoche o primeras horas de la madrugada, ya todo estaba listo para concretar el primer objetivo: la toma del pueblo de Yaruquíes.

Desde el amanecer del martes 19 de diciembre, Fernando Daquilema se instaló junto con sus lugartenientes en la cumbre del Guachaguay: luego de analizar la situación, ordenó el ataque a sus capitanes. Mientras tanto, y pese a su importancia, nadie en Yaruquíes parecía tener noticias de los sucesos acaecidos desde la tarde anterior en Cacha. Sin embargo, grande fue la sorpresa cuando desde aproximadamente las 7 de la mañana, una multitud de entre dos mil y tres mil indios en pie de guerra fue vista en los contornos del pueblo. Casi sin ninguna preparación, un improvisado destacamento de milicianos salió al encuentro de los rebeldes en las inmediaciones de las lomas de Guachaguay, para librar allí el primer combate.

            La lucha fue desigual ya que los indígenas respondían con palos, puñales y lanzas a las armas de fuego de los soldados: con todo, su número superior les permitió el asesinato de dos milicianos. En las inmediaciones de Yaruquíes, algunos soldados con mejor preparación militar consiguieron matar a varios indígenas disparando a mansalva a la multitud que se acercaba con gran ferocidad. La llegada de un contingente armado proveniente de Riobamba, distante a pocos kilómetros de Yaruquíes, fue el factor que seguramente impidió que el pueblo cayera en manos de los indígenas, quienes debieron retroceder llevándose consigo a los heridos durante el enfrentamiento. Una vez concluida una rápida fase de reorganización, Daquilema aceptó las sugerencias de su núcleo íntimo y dirigió sus fuerzas al ataque de las poblaciones de Sicalpa y Cajabamba, las que debían ser invadidas ese mismo martes por la tarde.

Las noticias sobre el intento de toma de Yaruquíes pronto comenzaron a correr en la región. De ahí que los habitantes de Sicalpa y Cajabamba, enterados ya del levantamiento indígena, contaran con más tiempo para organizar una defensa exitosa. Hacia las cuatro de la tarde, alrededor de diez mil hombres manifestaron su presencia amenazante en las cinco colinas que rodean a Sicalpa. Junto con algunos de sus más leales hombres, Fernando Daquilema se movilizó a la cima del Cushca para poder observar la arremetida indígena.

En medio de la cruenta batalla, los atacantes retrocedieron hasta Sicalpa cuando la caballería indígena, al mando de José Morocho, anunció su llegada al pueblo. Sin embargo, al estar atestada de gente la plaza central y, en consecuencia, al no poder avanzar con sus caballos, el general Morocho resolvió echar pie a tierra a los suyos y avanzar corriendo hacia la multitud. Gracias a estos refuerzos, fueron los blancos y mestizos los obligados a retroceder para salvar sus vidas: su derrota parecía ahora inevitable.

Sin embargo, en el clímax de la batalla, y cuando nuevamente cabía la posibilidad de un triunfo indígena, un acontecimiento inesperado cambió el destino del violento encuentro. La visión de grandes escuadrones de caballería dirigidos por “un hombre muy hermoso”, cabalgando sobre un “corcel blanco”, inmediatamente llenó de pavor a los indígenas quienes en su pronta huida gritaban “¡No peleamos con el cielo!”. El desbande fue generalizado y aprovechando el terror causado por la superstición y las creencias aborígenes, los defensores de Sicalpa y Cajabamba lograron hacerse de sesenta prisioneros. Según se pudo luego reconstruir a partir de sus propias declaraciones, en su visión los indios creyeron que dichos ejércitos eran los refuerzos provenientes de Riobamba en tanto que los vecinos atribuyeron este hecho a un milagro de San Sebastián, su Santo Patrono, por el cual organizaron luego una magnífica procesión.


Imagen 3. www.youtube.com

Daquilema, ajeno a esta confusa situación, no pudo entender que había ocurrido con sus tropas, justo cuando parecía que el triunfo estaba finalmente al alcance de su mano. El número de pérdidas humanas fue alto: más de cincuenta muertos, sin contar a los heridos y contusos, que sumaban más de doscientos. De ahí que su prioridad fue la de reorganizar una vez más sus tropas ya que el Rey de Cacha tenía un nuevo objetivo para profundizar el levantamiento indígena: el ataque al pueblo de Punín, el que debía concretarse el viernes 22, el “día de la venganza”.

Ante una situación que amenazaba con desbordarse y agudizarse cada vez más, el gobernador de la provincia de Chimborazo, José Larrea y Checa, decidió solicitar refuerzos a la capital y a las demás gobernaciones, principalmente, a las de Guaranda y Tungurahua. Asimismo, el miércoles 20 de diciembre declaró el estado de sitio en toda la provincia. En tanto que al siguiente día, el gobierno central encabezado por Gabriel García Moreno también tomó cartas en el asunto, preparándose para iniciar las acciones represivas que finalmente condujeron al aniquilamiento total del movimiento de vindicación. El Presidente declaró el estado de sitio en toda la provincia de Chimborazo, decisión que fue comunicada oficialmente al gobernador José Larrea y Checa el jueves 21 de diciembre. Paralelamente, y con el objetivo de acallar la revuelta, desde Ambato partieron algunas tropas y se prepararon grupos selectos de veteranos para atacar directamente a Cacha, considerada como el núcleo duro del movimiento.

Iniciado el levantamiento indígena cuatro días antes, en todas las ciudades de Chimborazo se respiraba un aire de angustia e intranquilidad. Esta situación se sentía particularmente en la capital Riobamba, y en Punín que, se presumía, podía ser atacada de un momento a otro, ya que había evidenciado su vulnerabilidad y falta de preparación para una correcta y efectiva defensa militar. En un contexto ciertamente difícil, el teniente parroquial organizó de manera urgente a las Guardias Nacionales cuando ya se avizora en los alrededores la presencia amenazante de las fuerzas rebeldes. Al entrar en el pequeño caserío de Chuipi, separado de Punín por una profunda quebrada, comenzó a destacarse la figura de Manuela León, de 32 años e hilandera, como una verdadera lideresa en esta nueva arremetida indígena.

A medida que las distancias disminuían, y que los atacantes se acercaban a Punín, resultaba más intenso el fragor de la pelea. Manuela León fue la primera en llegar al pueblo e inesperadamente triunfó en el combate cuerpo a cuerpo contra el capitán de los milicianos, que resultó muerto en el enfrentamiento. Le siguieron a él otros cuatro soldados fallecidos en medio del avance incontenible de la turba. Mientras tanto, una segunda partida, conducida por Pacífico Daquilema, se hizo presente al otro lado de Punín, confirmando así su toma por parte de los invasores. Frente a cinco mil indios reunidos en la plaza central, Manuela León ordenó el incendio total del pueblo, dejando en pie únicamente a la iglesia. Un festín sin control tuvo lugar a continuación, dando rienda suelta a todo tipo de violencia en contra de los cuatro milicianos asesinados, en tanto que como símbolo de la resistencia indígena, la humareda producto del incendio de catorce casas podía verse amenazante a varios kilómetros de esa localidad.

La conquista de Punín cambiaría sin embargo al atardecer de ese mismo día, al llegar al pueblo la noticia del pronto arribo de un destacamento de tropas veteranas, proveniente de Riobamba, y al mando del coronel Ignacio Paredes. El clima de temor e incertidumbre inmediatamente tomó cuerpo entre los indígenas, quienes en medio de las deliberaciones, debieron optar entre abandonar Punín inmediatamente, como pensaba la mayoría, o quedarse en el pueblo y resistir, según proponía Manuela León. La primera opción fue la que finalmente triunfó.

Más allá de las justas reivindicaciones y reclamos de los indígenas rebeldes de la provincia de Chimborazo, lo cierto es que ya pera ese entonces fue notorio el punto de inflexión, y sobre todo, de desbande en una lucha que desde un principio pretendió ser organizada y planificada. Ese mismo día viernes, ante la pronta presencia de las tropas gubernamentales, varios cabecillas y amotinados de Cacha y Amulá decidieron solicitar un indulto, sin haber pedido permiso ante Daquilema.

 

Últimos días del reinado de Daquilema

Establecido ya en Punín Ignacio Paredes ordenó que a las 5 de la mañana del sábado 23 de diciembre se iniciaran las operaciones en contra de los rebeldes. Mientras tanto, los campesinos amotinados resolvieron en su marcha atacar al poblado de Licto, si bien chocaron contra la férrea resistencia encabezada por el entonces capitán Melchor Costales junto a cuatro milicianos apostados en la torre de la iglesia. Fue ésta una de las últimas acciones de los indígenas, antes de que los escuadrones compuestos por blancos y mestizos se dedicaran a darles cacería y a aplicarles el peso de la ley de la peor forma posible.

Para estas horas, la soledad de Daquilema, y la traición a la que había sido sometido por varios de sus lugartenientes y seguidores resultaba más que evidente. Aislado de todo y de todos, y únicamente en compañía de su esposa, razonó sobre cuál debía ser el camino a seguir a partir de entonces. Eligió finalmente la alternativa del indulto, esperando que los blancos se apiadaran de él o, en todo caso, y como jefe revolucionario, cargar con el peor de los castigos a fin de librar de él a su comunidad y a su gente. Determinado a cumplir con esta última acción, salió de su choza y se entregó voluntariamente a una pequeña partida de soldados que se había aventurado por aquellas tierras justamente para apresarlo y llevarlo a juicio. Fernando Daquilema, el Rey de Cacha, terminó de ese modo su efímero y trágico reinado.

Cautivo por la soldadesca, la procesión de Daquilema se prolongó hasta Yaruquíes, aquel pueblo cuyo ataque tuvo el sabor de la venganza y la recuperación del poderío indígena, donde fue encerrado en la prisión junto con otros jefes de la rebelión, varios de los cuales lo habían traicionado en los últimos días. El 4 de enero de 1872, abatida complemente la rebelión, sin que se celebrara ningún juicio y pese al indulto decretado por el presidente García Moreno, un Consejo de Guerra conformado especialmente sentenció a muerte a varios de los cabecillas.

Condenados los primeros dos dirigentes, y para aumentar el sadismo de esta medida, se resolvió que su muerte fuera además directamente contemplada por doscientos prisioneros. Entre ellos se encontraba el propio Daquilema, a quien con particular saña se buscaba doblegar en su voluntad. El oficio por el que se aprobó el ajusticiamiento de estos prisioneros contenía el siguiente texto:

En medio de un cruce de oficios y resoluciones, en el que no quedaba claro qué entidad debía tomar las decisiones en torno a los indígenas detenidos, y aun en flagrante contradicción con el indulto emitido por el gobierno central en los inicios de la revuelta, lo cierto es que las ejecuciones continuaron sin pausa y a un ritmo acelerado, utilizando para ello el simple Proceso Verbal Sumario de oficiales generales, prácticamente sin ningún derecho a defensa o a intervención por parte de las víctimas. Más allá de algunas situaciones particulares, en los que se planteaba la conmutación de la pena capital en función de un extremo régimen de trabajo, lo cierto es que a un mes del inicio de la insurrección, los cabecillas más decididos de la revuelta habían ya sido ajusticiados.

 

Juicio y muerte de Fernando Daquilema

Mientras tanto, Fernando Daquilema continuaba en prisión, ya en la ciudad de Riobamba, esperando su juicio y su correspondiente y previsible sentencia. En marzo de 1872 volvió a ser planteada la cuestión del indulto, aunque resultó claro que sus alcances no incluirían al vencido rey de Cacha. El 23 de marzo de 1872 finalmente dio inicio el juicio contra Fernando Daquilema y Juan Maji, uno de sus más estrechos colaboradores: dado que ambos detenidos no hablaban el idioma español, el tribunal nombró a dos personas como intérpretes.

Una vez iniciado el juicio, a ambos reos se les comunicó que por orden del Coronel Félix Orejuela, comandante militar de la Provincia, se les hacía responsables de los delitos de “motín, asesinatos, robos e incendios”. Sin ninguna traducción al quechua, a Daquilema se le “invitó” a nombrar como defensor militar al Capitán Rafael Zambrano y como letrado, al Dr. Miguel Ángel Corral. El viernes 25 de marzo se citó por primera vez a ambos acusados para tomarles juramento.

Concluidos los formulismos iniciales, el Juez Fiscal ordenó la comparecencia en la sala de cuatro testigos para que declarasen el motivo por el cual Fernando Daquilema se titulaba rey: el joven caudillo pronto comprendió que la rectificación de una serie de declaraciones sólo iban en dirección a la traición, al inculparlo a él y únicamente a él de todos los desmanes y delitos cometidos en el transcurso del levantamiento. Pese a las respuestas vagas y a las contradicciones evidenciadas entre los diversos testigos frente a preguntas que apuntaban más a indagar en las causas personales, morales y psicológicas de Daquilema antes que en las causas políticas, sociales y económicas que habían motivado la sublevación, el abogado impuesto al derrocado rey indígena concluyó “implorando” justicia (como quien solicita piedad por parte de los poderosos) para su defendido.


Imagen 4. www.youtube.com

El Consejo de Guerra dio por terminado el período de relevamiento de pruebas a las 6 de la mañana del sábado 26 de marzo. Luego de deliberar en soledad, dio a conocer el fallo en el que se le imponía la pena de muerte a Fernando Daquilema[4]. A continuación se dio lectura en voz alta al fallo del Consejo de Guerra con los acusados presentes en la sala. Concluido el acto, y por ser analfabeto, Fernando Daquilema estampó una cruz a manera de rúbrica. El proceso junto con la sentencia, de un total de treinta hojas, fue entregado el 28 de marzo para su elevación al Supremo Gobierno, a fin de que éste confirmara la sentencia dictada por el Consejo de Guerra. Pasados diez días, la respuesta del presidente García Moreno se hizo conocer por comunicación del Ministro de Guerra[5].

De acuerdo a esta orden, el Comandante de Distrito ordenó la inmediata “puesta en capilla” de Fernando Daquilema y Juan Maji, para que se “prevea en todo lo necesario para la ejecución de la pena, debiendo ésta tener lugar el día lunes 8 del presente en la parroquia de Yaruquíes de diez a once del día”[6]. Quedó entonces sellada la suerte de Fernando Daquilema, señalándose el día, el lugar y la hora en el que la sentencia de muerte debía ser cumplimentada.

Una vez comunicada esta resolución al acusado y sentenciado a muerte, éste inmediatamente fue trasladado de la cárcel pública en la que se encontraba a la capilla situada en el mismo edificio para, por último, ser entregado al comandante de la escolta. Aquella noche, su última noche, Daquilema fue acompañado en todo momento por un sacerdote que al expresarse en español, nunca pudo ser comprendido por el indígena. Apenas despuntó el sol en la mañana del 8 de abril, el reo, junto con la escolta, inició su marcha con dirección a Yaruquíes, donde debía cumplirse su sentencia, arribando a este pueblo poco antes de las 8 de la mañana. A continuación, el Juez Fiscal, Teniente Coronel Ignacio Paredes, ordenó fijar en distintos sitios una serie de carteles anoticiando a la comunidad sobre la ejecución que tendría lugar en breve, así como también sobre las razones para llevar adelante la pena de sentencia capital.

Una vez publicadas las razones del ajusticiamiento, Fernando Daquilema fue conducido al patíbulo, instalado en la plaza central de Yaruquíes. Frente a la víctima, el escuadrón de caballería esperó la orden del Teniente Coronel I. Paredes para hacer fuego. A las 11 de la mañana del 8 de abril de 1872, Fernando Daquilema, Rey de Cacha, y líder de uno de los movimientos indígenas más importantes en la historia del Ecuador, había dejado de existir. El cadáver de quien supo enfrentar al presidente García Moreno se dejó todo ese día en la plaza, para ser contemplado por todos los transeúntes, como ejemplo de la máxima justicia aplicable frente a aquel que osara contradecir los términos del poder central. El 10 de abril fue sepultado por la escolta que lo acompañó en sus últimos momentos: en la parte superior del cadalso quedó anotado el nombre de la víctima y el motivo de su condena:

Fernando Daquilema
Ajusticiado por el Ministerio de la Ley por haber recibido el calificativo de Rei
y haber sido el cabecilla principal de la sedición de 1871

 

Conclusiones y controversias en torno a la muerte de Daquilema

La muerte de Ferddnando Daquilema no implicó la desaparición total de esta personalidad: su impacto social, político y cultural fue demasiado profundo como para simplemente ser olvidado una vez acontecida su muerte. De ahí que autores como Enrique Garcés y Alfredo Costales Samaniego citan al Dr. Juan Félix Proaño, testigo presencial de la muerte del caudillo indígena por desempañarse por aquellos tiempos como prefecto y profesor en el Seminario de Riobamba. En su artículo denominado “Fortaleza de Cacha”, dedicado a narrar los acontecimientos más relevantes del levantamiento indígena de 1871, el religioso declara lo siguiente:

“Tomaron preso al Rei y a la Reina, con unos doscientos indios, el Rei fue juzgado en Consejo de Guerra y sentenciado a muerte. Fue ejecutado en la Plaza Pública de Yaruquíes a presencia de doscientos indios prisioneros. Al subir al cadalso el rei, con gran serenidad de ánimo y resignación, dirigió una arenga emocionante a sus compañeros, amonestándoles que jamás volvieran a sublevarse, ni que trataran de recobrar su antigua soberanía pues la suerte les tenía sometidos a los blancos y se sentó en el cadalso”[7].

¿Realmente pudo haber tenido lugar una exclamación de estas características, más aun cuando Daquilema se caracterizó en todo momento por su silencio y por una inocultable voluntad de rebeldía, manifestada incluso hasta el último momento de su vida? ¿Cabe imaginar una alocución como ésta, plena de arrepentimiento y justamente llamando a sus congéneres y anteriores súbditos a la resignación y a una obediencia sin límites ante el blanco y el mestizo? ¿O será, en cambio, una interpretación sobre la muerte de Daquilema ajustada a una intencionalidad política y, al mismo tiempo, con inocultables intereses sociales y económicos?

Costales Samaniego aceptaría la veracidad de la versión expuesta por Proaño, pensando en que la ausencia de nuevas rebeliones indígenas en la provincia de Chimborazo sería explicada por dicha expresión de Daquilema. Sin embargo, Oswaldo Albornoz en Las Luchas Indígenas en el Ecuador ofrece una interpretación distinta al plantear que justamente en 1885 existió una nueva rebelión indígena en dicha región del Ecuador, con lo que resultaría desmentida la versión de Proaño y la ofrecida por Costales Samaniego.

A manera de conclusión, podríamos preguntarnos, tal como lo hace Hernán Ibarra, sobre si Fernando Daquilema y los indígenas que se sublevaron en 1871 lo hicieron con la perspectiva clara del cambio social, tal como lo plantearía Valerian Goncharov y, en general, la lectura que desde la izquierda ecuatoriana se hizo sobre este movimiento, o más bien se trató de una medida radical que buscaba mantener el orden vigente. Como menciona Ibarra, y parafraseando a John Womack, historiador de la Revolución Mexicana con relación a los campesinos zapatistas del Estado de Morelos, su participación en dicho proceso se dio, justamente, “porque no querían cambiar”. ¿Cabe suponer algo semejante frente al alzamiento indígena de 1871 en la Provincia de Chimborazo frente a todos los cambios que se estaban dando a nivel económico, político y social bajo el gobierno de Gabriel García Moreno?

Más allá de esta duda, y como plantea López-Ocón Cabrera, una de las primeras consecuencias del levantamiento conducido por Daquilema fue el intento del Estado garciano en atenuar la explotación de la mano de obra indígena. Así, el 30 de diciembre de 1871, casi al fin de la sublevación, se reformó por un decreto el Reglamento de Recaudación y Administración de Diezmos, siendo ésta la primera regulación en ser aplicada a las imposiciones indígenas en tiempos del republicanismo. Sin embargo, tanto diezmeros como rematistas continuaron obteniendo enormes beneficios burlando la ley y distintas disposiciones, lo que en parte explica posteriores alzamientos en Chimborazo como los ocurridos en 1884 y 1885 en las parroquias de Licto, Pungalá y Punín bajo un nuevo líder, Alejo Sáez, de significativa acción en posteriores años y en tiempos de la revolución alfarista.

 

Notas:

[1] Licenciado en Ciencia Política por la Universidad de Buenos Aires. Magíster en Ciencias Sociales por FLACSO-Argentina. Doctor en Estudios Latinoamericanos por la Universidad Nacional Autónoma de México, con mención honorífica y un posdoctorado en ciencias políticas por la misma universidad. Historiador dedicado al siglo XX latinoamericano. Profesor invitado en distintas universidades de la región. Autor de cinco libros y de más de cincuenta artículos publicados en periódicos, compilaciones y revistas especializadas en más de diez países. En 2008 obtuvo el premio de la Academia Mexicana de Ciencias por su tesis doctoral, y en 2013 la Mención Honorífica del premio Pensamiento de América Leopoldo Zea, otorgado por el Instituto Panamericano de Geografía e Historia por su libro Contra el Imperio (México, Siglo Veintiuno, 2012). Es miembro correspondiente de la Academia Nacional de Historia del Ecuador. 

[2] PALLARES, Amalia 2000 “Bajo la sombra de Yaruquíes: Cacha se reinventa”, en Guerrero, Andrés (compilador) Etnicidades (Quito: FLACSO/ILDIS), p. 267.

[3] COSTALES SAMANIEGO, Alfredo 1984 Daquilema. El último guaminaga (Quito: Abya-Yala), pp. 80-81.

[4] “Juicio Criminal contra Fernando Daquilema, etc.”, citado en Costales Samaniego, pp. 162-163.

[5] “Comunicaciones de la Comandancia Militar y más empleados militares de la provincia del año 1871”, citado en Costales Samaniego, p. 164.

[6] “Documento citado 1871”, citado en Costales Samaniego, pp. 165-6.

[7] Citado en Costales Samaniego, p. 179.

 

Bibliografía:

  • ALBORNOZ, Oswaldo 1971 Las luchas indígenas en el Ecuador (Guayaquil: Claridad).
  • CORONEL, Valeria 1994 “Repensando la tradición y la diferencia”, en ProcesoS, Revista Ecuatoriana de Historia (Quito: Corporación Editora Nacional) N° 6.
  • CORONEL FEIJOO, Rosario 2009 Poder local en la transición de la Colonia a la República: Riobamba 1750-1820 (Quito: Universidad Andina Simón Bolívar-Sede Ecuador) Tesis del Programa de Doctorado en Historia.
  • COSTALES SAMANIEGO, Alfredo 1984 Daquilema. El último guaminaga (Quito: Abya-Yala).
  • COSTALES SAMANIEGO, Alfredo s/a Daquilema. El gran señor (Quito: Abya-Yala) Colección Generala Manuela Sáenz N° 3.
  • GARCÉS, Enrique 1961 Daquilema, Rex. Biografía de un dolor indio (Quito: Secretaría de Pueblos, Movimientos Sociales y Participación Ciudadana).
  • GONCHAROV, Valerian 1979 “Daquilema, el Gran Daquilema”, en Ecuador: tierra y hombres (Guayaquil: Casa de la Cultura Ecuatoriana, Núcleo del Guayas).
  • IBARRA, Hernán 1993 “Nos encontramos amenazados por todita la indiada”. El levantamiento de Daquilema (Chimborazo 1871) (Quito: Centro de Estudios y Difusión Social-CEDIS) Serie Movimiento Indígena en el Ecuador Contemporáneo N° 3.
  • LÓPEZ-OCÓN CABRERA, Leoncio 1986 “Etnogénesis y rebeldía andina. La sublevación de Fernando Daquilema en la provincia de Chimborazo en 1871”, en Boletín Americanista (Universidad de Barcelona. Facultad de Geografía e Historia. Sección de Historia de América) Nº 36.
  • PALLARES, Amalia 2000 “Bajo la sombra de Yaruquíes: Cacha se reinventa”, en Guerrero, Andrés (compilador) Etnicidades (Quito: FLACSO/ILDIS).

 

Cómo citar este artículo:

KERSFFELD, Daniel, (2016) “Fernando Daquilema y la olvidada revuelta indígena de 1871”, Pacarina del Sur [En línea], año 7, núm. 26, enero-marzo, 2016. ISSN: 2007-2309.

Consultado el Viernes, 29 de Marzo de 2024.

Disponible en Internet: www.pacarinadelsur.comindex.php?option=com_content&view=article&id=1274&catid=6