Los bárbaros de chihuahua en los relatos de viajeros. Siglo XIX

A partir de relatos de viajeros, se muestra la forma como justificaron la barbarie de los grupos nómadas asentados entre la actual frontera norte de México y suroeste (Southwest) de los Estados Unidos. Es decir, en tierras de la antigua frontera septentrional novohispana. Se analizan los escritos de tres viajeros que cruzaron por el estado de Chihuahua rumbo a Estados Unidos, por Nuevo México, época en la cual les tocó conocer a los alemanes Eduard Mühlenpfordt y Julius Fröbel, quien ya lo conoció como el suroeste estadounidense. El tercero, el inglés Georges Ruxton dio cuenta de la pérdida territorial mexicana en manos norteamericanas.

Palabras clave: viajeros, salvajes, bárbaros, apaches, Norte, Chihuahua


Ranchería apache. Siglo XIX

 

Presentación

Alfonso Mendiola señaló, “los discursos colonialistas son aquellos que construyen la identidad del colonizado desde la lógica del colonizador”.[2] En este sentido, debido al tiempo que tardó la Corona española en iniciar el proceso de conquista y colonización del septentrión después de haber colonizado el centro de la Nueva España, tuvo características diferentes a la colonización de la Nueva España.[3] Guy Rozat (1995) nos muestra en su libro, América, imperio del demonio, la forma como la crónica escrita por el jesuita Andrés Pérez de Ribas en el siglo XVII, sirvió para mostrar la eficacia de su labor misional en el actual noroeste de México. Es decir, justificar la colonización del septentrión novohispano. Para ello, refiere el balance que hizo este misionero sobre su labor ante las autoridades españolas, para acreditar la presencia de los jesuitas en la región.

Sustentar la doctrina de las naciones que tiene ya convertidas que son más veinte; y en sus pueblos edificadas más de ochenta Iglesias y templos cristianos. Y en los de sus pilas y fuentes del Salvador han sido bañados y blanqueados, reina ya con Cristo un ejército de 40 000 párvulos que con gracia bautismal han subido ya seguros al Cielo.[4]

Por otra parte. Considerar “la escritura de la historia como histórica”, esto es, a partir del hecho que el escritor está presente en toda su obra, me di a la tarea de estudiar algunos diarios de viajeros que visitaron el norte de México entre principios y mediados del siglo XIX, donde describen el espacio, naturaleza y pobladores que habitaron en el estado de Chihuahua, cuyo territorio formara parte de la Nueva Vizcaya y Nuevo México. Esto lo tomé en consideración, debido a que Paso del Norte (actual Ciudad Juárez, Chihuahua), perteneció a Nuevo México hasta 1824,[5] poco tiempo después de consumada la independencia política de la Nueva España de la Metrópoli, en 1821. Pienso es importante mencionarlo, ya que el viajero alemán Eduard Mühlenpfordt, en su ensayo sobre México, publicado en 1844,[6] después de permanecer en el país entre 1827 y 1834, siguió considerando a Paso del Norte parte de Nuevo México y no de Chihuahua, a pesar de que pasara a ser parte de este cuando se formó como estado. También consideré sus interpretaciones sobre Durango, debido a los vínculos comerciales y culturales que han tenido los habitantes del sur del estado de Chihuahua, desde que formó parte de la Nueva Vizcaya.

 

Los “bárbaros”, o “salvajes” en los  diarios de viajeros

¿Qué importancia tiene en la actualidad, revisar los diarios escritos por viajeros durante el siglo XIX sobre México? Sin duda, para rescatar el imaginario europeo sobre América, no muy alejado del que tuvieron los primeros que llegaron a mediados del siglo XVI, con la salvedad, de que para el siglo XIX, encontraron una sociedad mestiza, social y culturalmente heterogénea, que convivía con diferentes grupos indígenas, los que, al igual que en la Colonia española, o eran aliados, o eran enemigos de los ahora, descendientes de los colonizadores que llegaron de Europa, entre los siglos XVII y XVIII. Es por ello, que resulta interesante analizar los cambios y continuidades dentro del imaginario europeo sobre México.

Un buen ejemplo, son los libros basados en los viajes que realizaron entre 1827 y 1852, los alemanes Eduard Mühlenpfort y Julius Fröbel, y el inglés, George F. Ruxton, quienes bajo un aparente interés científico, matizado por la aventura, llegaron hasta el norte de la república durante la primera mitad del siglo XIX, rumbo a los Estados Unidos, después de haber sido enviados, tanto por compañías particulares como por sus gobiernos, a explorar las riquezas del territorio que perteneció a la Corona española y comenzaba a conformarse como una nación independiente, similar en muchos de sus planteamientos políticos, a las que se formaron en Europa, como a la del vecino país del norte, no solo realizaron estudios sobre la geografía y recursos naturales susceptibles de ser explotados, sino que describieron desde su particular punto de vista, el tipo de habitantes, su nivel evolutivo en relación a Europa, su hábitat y el paisaje, así como los riesgos que les pudieran pasar a quienes desearan venir a América.

Un análisis crítico que se viene realizando desde hace tiempo, tanto en estudios ligados a los diversos campos de la antropología contemporánea (llamada también moderna y posmoderna), la simbólica,[7] así como diversos estudios históricos donde se incorpora la interpretación sociológica, se encuentra la historia cultural.[8] Permiten mostrar la crítica realizada a las tradicionales descripciones hechas por la práctica historiográfica científica de Occidente sobre América, al considerar que fueron realizadas con el mero interés de mostrar las diferencias del europeo frente al otro, el nativo americano, el opuesto al ser civilizado, es decir, el “bárbaro”, o “salvaje”. Dicho en términos de Rozat (1993),

El núcleo esencial de esta práctica discursiva es la concepción del “antropos” que elabora “la época de las luces”. Esta nueva concepción del hombre que surgió paralelamente a la economía política inglesa, se difunde a toda la Europa Ilustrada del [siglo] XVIII y culmina con la obra política e intelectual de la Revolución Francesa y el código napoleónico [...] Para que esta construcción intelectual del espejo en el cual el burgués europeo se reconoce, funcionara plenamente de manera dinámica y auto satisfactoria, se hizo necesario igualmente construir otra figura a la vez [que] su negación y su límite; el otro, el salvaje, el extranjero, el diferente.[9]

Ese otro, el salvaje, se aprecia con toda claridad en los diarios de los viajeros, desde el escrito por Cristóbal Colón cuando llegó a las Antillas,[10] hasta en los viajeros que aquí presento; sin descartar otros posteriores que tuvieran una opinión semejante sobre los nativos americanos.[11] Podemos apreciar el antiguo discurso colonial en referencia a las clasificaciones que hicieron de los nómadas del septentrión novohispano que resistieron por más tiempo el dominio de los colonizadores, a quienes describieron, no sólo como bárbaros (menos evolucionados que los europeos), sino como “salvajes”, es decir, lo opuesto a su civilización.[12] Hicieron lo mismo con el espacio donde vivían, al narrar y pintar los “paisajes exóticos” que supuestamente vieron, vírgenes en lo que se refiere a la explotación de sus recursos naturales.[13]

A su juicio, eran riquezas que debían ser explotadas por europeos. Esto es, por gente civilizada, consciente de lo que implicaba explotar bosques, minas, etc. Mientras que los nativos, debían aprender de ellos a darle una explotación comercial a estos recursos naturales. En este sentido, el actual norte de México les pareció una región poco poblada, “desértica”, donde se libraban batallas contra los indios bárbaros. Era por tanto, “necesaria su presencia” para “civilizar” el territorio. Esto es, para acabar con ese “mundo salvaje” que frenaba el progreso.[14]

Por otra parte. Para tener una mejor comprensión de quién escribe y a quién dirige sus escritos, los diarios de los viajeros han sido clasificados por el tipo de profesión de quienes los realizaron y por su lugar de origen. Son de referencia obligada los ensayos de Alexander von Humboldt (1769-1859),[15] sobre la Nueva España de principios del siglo XIX, así como el de Henry George Ward relativo a la economía de México en 1827,[16] por su antecedente de científicos europeos, influenciados por las ideas de la Ilustración francesa y el liberalismo económico.

Relacionados a la concepción de los “bárbaros, o salvajes”, destacan los trabajos realizados por los naturalistas del siglo XVIII, el prusiano Cornelius de Paw y el francés George Louis Leclerc, Conde de Bufón (1707-1788),[17] quienes a pesar de no haber estado nunca en el Nuevo Mundo, asumieron, que debido a marcadas diferencias evolutivas con los europeos, los americanos eran incapaces de gobernarse a sí mismos.[18] También se encuentran los realizados por gente formada dentro del ejército como Joel Roberts Poinsett (1779-1851), considerado el primer embajador y espía de los Estados Unidos en México, porque además de formalizar las relaciones entre ambos gobiernos, se dedicó a indagar, e intrigar entre las autoridades políticas de ambos países, la posibilidad de anexar territorio mexicano a Estados Unidos.[19]

A través de sus escritos, podemos apreciar una clara distinción sobre los nativos americanos: los indios pacíficos, aliados (los sometidos y colonizados), y los considerados bravos, bárbaros, salvajes, insurrectos, rebeldes, etc. El paisaje que para su mirada continuaba casi virgen, indómito, o salvaje, por contar con muchos recursos poco trabajados por mexicanos flojos, “peor que los indios”, como dijera el aventurero inglés, Georges Ruxton, como veremos más adelante, podía ser explotado por europeos.


Campamento Comanche
, 1834. Grabado de George Catlin. Este grupo fue enemigo de los apaches. Con frecuencia se enfrentaban. [20]

 

Los viajeros en el México independiente

Si bien es cierto que después de 1821, México se convierte en una nación independiente y se lucha por la conformación de un Estado-nación moderno, en la práctica, como bien lo señaló José María Luis Mora, "no era realmente sino el virreinato de la Nueva España con algunos deseos vagos de que aquello fuese otra cosa".[21] Lo apreciamos en los recién establecidos estados fronterizos norteños, formados en territorio del antiguo septentrión novohispano. Mantuvieron las mismas relaciones coloniales con los indios bárbaros. Continuaron hasta bien entrado el siglo XIX: realizando tratados de paz con ellos, al tiempo que añoraban la presencia de las antiguas tropas presidiales, encargadas de contener sus ataques y mantenerlos en “sitios de paz”, que para esa época se encontraban en pleno derrumbe y desmantelamiento.[22]

Con una clara visión eurocéntrica, los viajeros extranjeros que permanecieron en territorio mexicano durante el periodo que va de 1827 a 1846, describieron la población, costumbres, riquezas naturales y minerales, así como su paisaje geográfico y cultural. Para ellos, América continuaba debatiéndose entre los planteamientos de Cornelius de Paw y el Conde de Buffon. Cabe destacar que hubo otros, como Alexander Von Humboldt,[23] que reivindicaron con sus escritos a los habitantes de América, aunque continuaron los planteamientos de Hegel,[24] basados en la filosofía de la naturaleza, relativos a la “inmadurez de América”, así como críticas relativas a la “miseria zoológica y antropológica de América”, de Friedrich Von Schlegel.[25] No debemos olvidar los de Charles Darwin,[26] cuyos planteamientos evolutivos retomaron las autoridades latinoamericanas para justificar una guerra contra los bárbaros; con mayor intensidad, durante la segunda mitad del siglo XIX. Al respecto, tenemos lo que comentó Weber (2009):

En la era de los Borbones […], el pragmatismo con frecuencia se combinó con el principio que recomendaba los medios pacíficos como la mejor forma de garantizar la seguridad y el crecimiento económico. No obstante, los Borbones si permitieron hacer la guerra cuando los recursos suaves no consiguieron pacificar al enemigo, y cuando los oficiales españoles informaron que tenían fuerza suficiente para vencer. En tales casos, el principio cedió el paso al pragmatismo. […] era el poder, más que el poder de las ideas lo que había determinado cómo los españoles ilustrados trataban a los bárbaros, y es en este sentido que las campañas contra los indígenas de la segunda parte del siglo XIX representan una continuación de la política española más que una ruptura con ellas.[27]

En estos relatos de viajeros podemos apreciar con claridad lo dicho por Weber. Cuando visitaron el norte de México, la república se encontraba políticamente indefinida. Salvo la vinculación que siempre existió en el norte con el centro del país, a través de vínculos comerciales y políticos desde el periodo colonial, por el Camino Real de Tierra Adentro, el país estaba separado por regiones, racial y culturalmente distinguibles, debido a lo accidentado de su geografía y a la falta de vías de comunicación. Continuaban utilizando las viejas rutas coloniales que partían del centro del antiguo virreinato de la Nueva España.[28] Razones por las cuales, se obstaculizaba consolidar un sentimiento único de nación pretendido por las autoridades centrales mexicanas.

Los viajeros que llegaron durante la primera mitad del siglo XIX, les tocó apreciar el periodo de mayor inestabilidad del joven gobierno y élite mexicanos, que después de rechazar el Imperio de Iturbide y su proyecto sobre la creación de una monarquía liberal, se enfrascaron en varias luchas internas en busca de su definición como país (república central o federal, sin descartar por completo un estado monárquico), al grado de ser incapaces de poder evitar la separación de Texas en 1835 y poco después, sostener una guerra contra los Estados Unidos (1846-1848), donde se perdiera el territorio que formaban la Alta California, Alto Sonora y Nuevo México.[29]

El territorio perdido por México, pasó formar parte de los Estados Unidos. Actualmente lo reconocen como el American Southwest; más conocido como el legendario oeste norteamericano. Fue una derrota justificada en 1859, por el mismo Benemérito de la Américas, licenciado Benito Juárez, donde se aprecia el poco interés sobre este territorio, a pesar de haber vivido varios años entre la ciudad de Chihuahua y Paso del Norte (hoy Ciudad Juárez), durante la intervención francesa.[30] Esta falta de interés por el territorio perdido dentro del proyecto de nación asumido por las mismas autoridades centrales mexicanas que representaba, lo hace manifiesto cuando notificó a los gobernadores liberales el reconocimiento de su gobierno por parte de Washington, al decirles: “que más valía un vecino rico y poderoso, que un desierto devastado por la miseria y la desolación”.[31]

La idea de vincular al norte perdido con el desierto, es una retórica manifiesta en varias ocasiones. Pareciera con estas declaraciones, que era un espacio árido, sólo habitado por indios bárbaros, el cual nunca pasó a formar parte de la identidad nacional mexicana que se estaba construyendo bajo los principios del liberalismo europeo. Cuando Justo Sierra habló en relación al Tratado McLane-Ocampo, donde se define la actual frontera norte de México, lo que permitió a las autoridades mexicanas considerar invasores extranjeros, a los “indios bárbaros” que la cruzaban para atacar a los pobladores del lado de México, demandó una explicación por esta derrota.

Yo busco una explicación para mí de este fenómeno del orden psicológico: ¿Cómo es que hombres de una moral cívica excelsa, de un patriotismo tal que ha sobrevivido incólume y espléndido, no sólo a los ataques de estupenda violencia de que han sido víctimas en vida y muerte, sino al hecho mismo, al acto que constituyó su falta suprema, acto irreductible para su memoria, cómo es en suma, que repúblicos como Juárez, Ocampo, Lerdo, compaginaron esa obra de tan claro aspecto antinacional?[32]

Como ya lo mencioné, esta derrota, aunada al desconocimiento de toda la geografía del territorio, sirvió a muchos políticos e intelectuales de la época, para restar valor al territorio perdido, al tiempo que identificar el norte como una región árida, desértica de civilización europea, mayormente habitada por indios bárbaros difíciles de someter, a pesar de haber sido visitada por militares como Anastasio Bustamante, Manuel Mier y Terán, Juan Nepomuceno Almonte y Mariano Arista, dos de ellos presidentes de México (Bustamante y Arista) y tres ministros de Guerra: Mier y Terán, Bustamante y Arista, visitaron territorios allende el río Bravo durante la primera mitad del siglo XIX. Todos participaron en la guerra de Texas. Esto significó preocupación de carácter militar y administrativo sobre este territorio, pero cuando propusieron su colonización, los gobernadores de los estados centrales se opusieron.[33] a diferencia de los norteamericanos, quienes consideraron el oeste, arrebatado a México, como la tierra prometida. Esto es, un lugar donde construir su hogar para tener una vida mejor, un espacio de bonanza. Lo muestra su pronta colonización.

El desconocimiento del norte de la república también se reflejó en la prensa; gran parte de sus noticias eran sobre ataques de “bárbaros” a pobladores norteños. Los escasos estudios de tipo etnográfico, por los relatos de viajeros, o los partes militares, siempre aludían, tanto a lo árido de sus tierras como a la barbarie de sus indios. Para los habitantes del centro del país, dentro de su imaginario se convirtió en una tierra peligrosa para vivir. Esto es, en un enorme territorio árido, plagado de indios salvajes y por el desierto que los separaba de los Estados Unidos. Espacio cuyas dimensiones los mexicanos del centro y sur, no contaban con una idea clara del tipo de gente que lo habitaba y sus costumbres, o el tipo de construcciones donde vivían. La literatura de esa época da muestra de ello. A fines del siglo XIX, Manuel Payno escribió (entre 1889-1891) Los Bandidos de Río Frío, donde resalta el supuesto salvajismo de los indios comanches.

Con flechas, lanzas y armas de fuego hacían una carnicería horrible en esos inofensivos animales [los cíbolos], les quitaban las pieles y las lenguas, y las iban a vender a las factorías de la frontera de los Estados Unidos, recibiendo, en cambio, armas de fuego, pólvora, tabaco, abalorios y aguardiente. Cuando se habían provisto de todo esto, se dividían de nuevo en tribus más o menos numerosas, mandadas por un capitancillo, y comenzaban a penetrar en las fronteras mexicanas, cometiendo en los ranchos y pequeñas poblaciones indefensas de los estados de Sonora, Chihuahua, y a veces de Durango, Coahuila y Tamaulipas, todo tipo de atrocidades.[34]

Los encargados de someter a estos indios, no podía ser más que “la gente ruda del norte”.[35] Baste recordar que se ofreció dinero para que las autoridades locales pagaran por “cabelleras de indios”,[36] supuestamente capturados en pie de guerra, al tiempo que continuaron pactando tratados de paz con los indios insurrectos, donde se les proveía de una serie de víveres y un espacio territorial para que lo habitaran, con tal de que no atacaran a los norteños no indios (o indios aliados) que vivían en Chihuahua.[37] Mientras que con limitadas provisiones y escaso presupuesto para salarios a soldados, los antiguos presidios convertidos ahora en colonias militares, sus autoridades se empeñaron en mostrar la “fiereza y salvajismo” de estos indios, para obtener más recursos con que sostener a sus soldados y a las colonias que procuraron formar con las familias de ellos, ofreciéndoles tierras para que poblaran el vasto y poco habitado territorio norteño, fracasaron.[38] Colonias militares, que viajeros con formación académica como Julius Fröbel (geólogo y diplomático alemán exiliado a mediados del siglo XIX en América), hablaron de su importancia para frenar los ataques apaches, a quienes consideró parte de los “pieles rojas”.

Un sistema militar totalmente diferente, como sería el establecimiento de una milicia bien pertrechada, armando a toda la población, dándole al mismo tiempo libertad de movimiento, en resumidas cuentas, la descentralización de todas las medidas ofensivas y defensivas y el estímulo de toda manifestación de fuerza individual, pronto refrenaría las actividades de los pieles rojas y con el tiempo se les sometería, pero sólo siempre y cuando el gobierno mexicano se resolvería a poner en práctica un sistema así.[39]

 

La Republik Mejico

Entre los especialistas en minería que llegaron a México, se encuentra el Alemán Eduard Mühlenpfordt. Fue director del Departamento de Obras y de Caminos del estado de Oaxaca, para la compañía minera inglesa Mexican Company. Después de su estancia en México (1827-1834), publicó en alemán su libro sobre México (2 volúmenes, Hannover, C. F. Kius, 1844). La edición en español, Ensayo de una Fiel descripción de la República de México, referido especialmente a su geografía, etnografía y estadística, está publicada en 2 volúmenes por el Banco de México en 1993. En la “Presentación”, Juan A. Ortega y Mediana habla sobre la gran influencia que tuvo la obra de Alexander von Humboldt en Mühlenpfordt. Este este personaje nació en Clausthal, localidad cercana a Hannover y situada en el Oberharz, región norte de Alemania donde se practicó intensamente la extracción de plata entre los siglos XVI y XVIII. Su padre fue director de máquinas en el Departamento de Minas. Se sabe que en 1819 se matriculó como estudiante de matemáticas en la Universidad de Götingen (Gotinga).[40]

Sobre las descripciones que hizo de diferentes regiones de México. Para poder establecer un punto de comparación en su obra relativo a sus descripciones del centro y norte del país, tomé como referencia la que hizo del estado de Oaxaca, por ser el lugar donde permaneció por buen tiempo y ocupó cargos de relativa importancia en la extracción minera por parte de los ingleses. Cuando clasifica a la población indígena, se basa en estudios históricos, para distinguir a los zapotecos de otros grupos de indios de la región, a quienes consideró menos evolucionados.

Nejapa o Nezapa, antiguo asentamiento zapoteca. En 1590 en virrey don Luis de Velasco, fundó frente al pueblo indígena, junto al río, la villa de Santa María […] como una especie de fortaleza contra las tribus rebeldes de los mixes y chontales, los primeros habitaban las sierras al este de Nejapa, y los segundos en las del sur del lugar. Ambas naciones, salvajes y belicosas, solían incursionar en la Zapoteca vecina y el presidio de Villalta, demasiado alejada, no podía mantenerlos a raya.[41]

Utiliza la mayor parte de su Ensayo para enumerar, a detalle, las principales actividades realizadas por la población del estado de Oaxaca de principios del siglo XIX: artesanías, fábricas, minería, agricultura, comercio, etc. Escribe también: sobre la historia de la fundación de villas, pueblos y ciudades, sobre las riquezas naturales y minerales que tienen y quiénes las habitan, sobre las enfermedades más comunes, así como del poco cambio de población que tuvo Oaxaca después de la Guerra de Independencia. Una interesante comparación que realiza sobre los diferentes grupos raciales, muestra la influencia que tuvo del naturalismo manejado por Buffon, Cornelius de Paw y del mismo Humboldt.

Todas las clases que conforman el estado de Oaxaca -blancos (criollos), miembros de castas e indígenas- suelen más bien ser de corta estatura. Los primeros, como suelen ser todos los criollos, son de constitución delgada y delicada, con una tez pálida; en cambio, la mayoría de los indios son musculosos, pequeños y rechonchos. Las facciones faciales de los últimos son normalmente toscas, aunque no carentes de expresión. Algunas tribus, como la de los chatitos, son sumamente feas y por lo común se pueden distinguir la complexión de su cuerpo. Los criollos, como la mayoría de los cobrizos, se distinguen por su carácter tranquilo, amistoso y amable, aunque entre los segundos hay unos casi salvajes que no pueden negar una inclinación arrebatada y belicosa. Entre ellos hay que mencionar especialmente a los chontales, los mixes y los chinantecos, aunque estos últimos en menor grado.[42]

En contraste con el centro de la república, el paisaje norteño se vuelve hostil: desértico, árido, “salvaje”. A pesar de reconocer el poco conocimiento que tenía del estado de Chihuahua, escribe:

En la sierra abundan los paisajes agrestes y las más espectaculares bellezas naturales, así como profundísimas barrancas y precipicios; es una región salvaje y poco conocida por la gran cantidad de indios libres que tienen poco o ningún contacto con los habitantes sedentarios de la región vecina.[43]

Si comparamos la reseña que hace de Oaxaca en comparación con la que hizo de Chihuahua, podemos considerarla breve. Sobre su agricultura, dijo que no estaba muy extendida debido a la falta de población. Es por ello, que sus principales actividades continuaban siendo la ganadería y la minería. Respecto a sus poblaciones, mencionó eran pocas las importantes; incluyó los presidios, así como los distritos y antiguos pueblos mineros. Finalmente, al describir a sus habitantes, igual que en Oaxaca, distingue a los nativos de acuerdo a su estado evolutivo, en función de su aculturación, o aceptación de la civilización que trajeron al norte los colonos de ascendencia española, mestiza, etc.

Los habitantes en realidad son escasos, están distribuidos muy irregularmente en el extenso territorio de este estado. Un censo oficial efectuado en 1825 registró una población de 118 328 personas; según el de 1832 dicha población era ya de 160 000 y actualmente suma 266 000 personas. Aproximadamente un tercio de los habitantes del estado son indios sedentarios, seminstruidos por los misioneros que viven entre ellos. Pertenecen a las tribus de los tepehuanes, yanos, acotlanes y cocoyames; también hay algunos pocos colonos aztecas en este estado. Los apaches mezcaleros y los faraones vagan libremente y en número incierto por el Bolsón de Mapimí y las sierras limítrofes orientales del Chanate, del Diablo Puerco y de los Pilares, aunque a veces los combaten los comanches, que también llegan hasta aquí. En las barrancas de la sierra de los Mimbres al noroeste del estado habitan los apaches mimbreños y más al sur todavía, en las barrancas agrestes y profundas de tarerecua y santa Sinforosa, algunas familias de tarahumaras practican la caza. Los indios sedentarios han conservado muchos de sus antiguos usos y costumbres: las labores agrícolas y del hogar las realizan casi exclusivamente las mujeres, mientras que los hombres se dedican a la caza.[44]

Del mismo modo describe a Nuevo México (donde ubica al presidio de Paso del Norte, a pesar que desde 1824 formara parte de Chihuahua): “por el norte lo limitan los parajes de caza de los indios […] colinda al oeste con las desérticas tierras de indios que rodean los ríos Gila, Yaquesila, Navojoa y Colorado […].[45] Bajo los mismos criterios personifica “Las tierras de los indios bravos en el norte y noroeste”. Las ubica entre el río Gila y las sierras de la Alta California, extendiéndose por el norte, rumbo a los manantiales de Arkansas. Podemos apreciar en esta descripción, el uso del lenguaje propio de los geógrafos y etnógrafos europeos (algunos, lectores de diarios de viajeros), donde establecen semejanzas en para describir los amplios espacios situados al norte de la República, incluso, llegando a generalizar toda la América del Norte no colonizada, “Según se ha llegado a saber, este extenso territorio ofrece en general un panorama parecido a al de las tierras del interior de Norteamérica”.[46] Esto demuestra el poco conocimiento, que a principios del siglo XIX, tenían los viajeros de esta parte de América. Sin embargo, no deja de informar sobre lo peligrosos que eran los nativos; particularmente, los nómadas.

Lo que se sabe de estas tierras se limita casi exclusivamente a las noticias que han transmitido algunos cuantos viajeros, sobretodo frailes misioneros, algunos de los cuales han penetrado profundamente en ellas con pasmosa valentía […] Varios frailes franciscanos habían fundado antes algunas misiones entre los indios de Moqui y Navajoa, pero fueron asesinados a golpes en 1680 durante el gran levantamiento de los indios [conocida como rebelión de los indios pueblo, encabezada por Popé] y desde entonces no se ha vuelto a hacer ningún intento por fundar establecimientos en estas regiones.[47]

Respecto a sus nombres de poblados. Dice que sólo designan sitios habitados por indios que los misioneros encontraron en esos puntos, “bautizándolos a su modo”, pero que “ningún viajero ha visitado estas tierras con un fin estrictamente científico”.[48] Tierras, como lo menciona, donde “todavía un europeo no ha levantado allí su casa. Esta comarca está habitada por tribus de indios libres y los títulos de propiedad de México con respecto a ella sólo se basan en los derechos que los españoles les derivaron de su conquista”.[49] Sin embargo, no deja de referir los nombres de los indios que habitan esta parte de Norteamérica, llegando a considerar algunas tribus sedentarias.[50]

Cabe destacar un aspecto importante de lo escrito sobre los lugares y habitantes del antiguo septentrión novohispano y la región de América del Norte, allende Nuevo México, cuyos nombres como distinguieron a los nativos, fueron puestos por misioneros y primeros exploradores españoles. Esto nos permite inferir, que tanto los lugares como las identidades atribuidas a estos indígenas, así como sus descripciones, son en función de quien los describió. Debemos adentrarnos en el autor, para saber cuál era su intención al decirlo. Dicho en términos de Umberto Eco en su novela El nombre de la rosa,

[…] ¿Cómo podemos confiar en el saber antiguo, cuyas huellas siempre estáis buscando si nos llega a través de unos libros mentirosos que lo han interpretado con tanta libertad?

- Los libros no se han hecho para que creamos lo que dicen sino para que los analicemos. Cuando cogemos un libro, no debemos preguntarnos qué dice, sino qué quiere decir, como vieron muy bien los comentadores de las escrituras.[51]


“La poste au Mexique”
. Jinete del correo postal mexicano que huye de unos “indios que lo persiguen”.[52]

 

Las “Adventures on Mexico” de Ruxton

Si el anterior viajero derrochó el lenguaje propio de los geógrafos y etnógrafos del siglo XIX, para describir el norte de México, considerando, tanto a los nativos pobladores como los sitios donde habitaban, agrestes o salvajes, al inglés George F. Ruxton, ex-militar y miembro de la Royal Geographical Society y de la Etnological Society, que siguió la ruta de Veracruz a la ciudad de México y de ahí, hasta Nuevo México con dirección a las Rocallosas, tal como tituló su obra en inglés, Adventures in Mexico and the Rocky Mountains, publicada en Londres por John Murray en 1847, lo podemos considerar el trampero que vino para aventurarse en el “salvaje mundo americano”. De acuerdo a Begoña Arteta Gamerdinger (2001), Ruxton era,

[…] miembro de la real Sociedad Geográfica y de la Etnológica, quien estuvo en México en 1846 da otra justificación que no es nueva, el carácter de los mexicanos, cuya apatía, poco espíritu y cobardía, no los hacen merecedores de poseerlas. Refiriéndose a su experiencia en Nuevo México, apunta: “Se han hecho varios intentos para colonizar esa ruta, pero todos han fracasado debido a la hostilidad de los apaches. Si este departamento pasara a manos de los norteamericanos, pronto sería una floreciente colonia, ya que los rudos hombres de los bosques, con su hacha en un hombro y el rifle en el otro, no estarían acobardados por los salvajes, como lo están ahora los pusilánimes propietarios de estas tierras, para poderles sacar provecho”.[53]


Rocky Mountains Trapper
, c.1839. Autor, Alfred Jacob Miller .[54]

Más que una descripción fiel del México en sus primeros años de vida independiente, parece que relata una novela sobre el mundo exótico americano; como lo fue el mundo africano y asiático, que tanto emocionaron con lo escrito en sus diarios, los antropólogos de la era victoriana.[55] Por su tipo de descripciones totalmente eurocentristas, parece ferviente admirador de los naturalistas Conde de Buffon y Cornelius de Paw, así como de la “selección natural” propuesta por Charles Darwin e  1838, al percibir el desprecio que en sus escritos manifiesta sobre la población de México.

Dijo era una tierra mayormente poblada por indios y por gente aguerrida que en el norte se dedica a combatir indios bárbaros. Detalla sus ropas para resaltar esa presencia bárbara. Habla de los sitios donde se encuentran las minas, “pobladas de ladrones”. Habla también de los beneficios de presentarse ante los mexicanos con cartas de representación de alguna compañía minera extranjera. El norte lo considera un lugar peligroso, poblado de bárbaros y gente ruda. Quizá, dijo, el mejor punto de partida para conocer la diferencia que establece con el centro del país, sea Durango.

La ciudad de Durango puede ser considerada como la Ultima Tule de la zona civilizada de México. Más allá del norte, hacia el norte y el noroeste, continúan las enormes y despobladas planicies de Chihuahua, el Bolsón de Mapimí y los áridos desiertos del Gila. En los oasis que se encuentran allí se reúnen las tribus salvajes que continuamente descienden a las haciendas cercanas, hurtando caballos y mulas y asesinando desalmadamente a los campesinos desarmados. Esta guerra, si es que se puede llamar así, cuando las agresiones y asesinatos provienen de una sola parte con la resistencia pasiva de la otra, ha existido desde tiempo inmemorial y es una maravilla que los atribulados habitantes que son atacados continuamente no hayan abandonado la región.[56]

Tomando como referencia la anterior escenografía que él mismo diseña, más dentro de ese mundo imaginario, regido por una sola escala evolutiva donde situaba a Europa como lo más desarrollado, se convierte en una especie de “London Quijote”, que a diferencia del realizado por Cervantes, va a disponer de varios acompañantes, o Sanchos Panza. Contrata a varios mozos para atravesar el norte de México. Los cambia en cada uno de los estados por donde pasa (Durango, Chihuahua, Nuevo México, etc.). Considera a los mexicanos ladrones y cobardes. También,  a un irlandés mexicanizado, por consecuencia, “implacable con los bárbaros”.

Comenta que encada estado, nunca va falta una aventura que contar, como la del “dandy” que se acobardó frente a los comanches; la del indio que para sacar oro de una mina, tenía que ofrendar pulque, o aguardiente, al espíritu de la mina; la cobardía de la gente frente a los bárbaros; sus casi encuentros continuos violentos con apaches y comanches; así como su valentía mostrada contra de los bárbaros, premiada por el agradecimiento de las mujeres. Chihuahua y Nuevo México los describe como lugares de mucho peligro, por lo que espera que con la guerra entre México y Estados Unidos, pasen pronto estas tierras a manos quienes las puedan hacer productivas. Al respecto, tenemos la referencia que hizo sobre la supuesta crueldad de los habitantes de Chihuahua mostrada a los indios bárbaros.

[Es] capital del Estado de ese nombre […] frente a la entrada principal [de la catedral], sobre los portales que formaban uno de los costados de la plaza, colgaban las siniestras cabelleras de 170 apaches que habían sido atrapados e inhumanamente asesinados por los cazadores de indios que paga el estado [comandados por James [Santiago] Kirker[57]]. Las cabelleras de los hombres, mujeres y niños, fueron llevadas en procesión triunfal a la ciudad y colgaban como trofeos del valor y la humanidad mexicanos.[58]

Al tiempo que cuestiona la brutalidad de quienes atacan a los apaches y comanches insurrectos, también condena la supuesta barbarie de estos indios, por la “crueldad y cobardía” con la que realizaban sus ataques contra los pobladores del norte de México, cuando escribe:

[Los apaches, son] […] una raza de indios cobarde y traicionera. Sólo atacan en emboscadas. Cuando se han llevado los caballos y mulas que desean, envían una comisión para expresar a los gobernadores sus deseos de paz. [Mientras que los comanches eran], […] los más formidables enemigos, los más temidos por los habitantes de Durango y Chihuahua […] Sus expediciones tienen el propósito de conseguir animales y esclavos, para lo cual se llevan se llevan a los jóvenes y muchachas, masacrando a los adultos de la manera más bárbara.[59]

En síntesis. Dentro de su narrativa podemos apreciar, tanto el discurso academicista como el literario; sobrepasando el imaginario sobre los dos. Como muestra, tenemos la narración que hizo de un relato que le contaron en un rancho del valle Florido, a medio camino entre las ciudades de Durango y Chihuahua.

Escamilla siguió la mirada de la chica y lo que vio lo acobardó. Una banda de indios [comanches] avanzaba hacia ellos. Desnudos hasta la cintura, pintados para la guerra, y blandiendo sus lanzas. Sin hacer caso de la doncella desamparada y dejándola a su propia suerte, el cobarde salió corriendo y gritando: “¡los bárbaros, los bárbaros!

Un jinete lo encontró, era su hermano Juan María que iba persiguiendo un antílope para obsequiárselo a la infortunada Isabel. Las exclamaciones del aterrorizado Escamilla y un vistazo al camino le indicaron la suerte que corría la pobre joven. Se dirigió a rescatarla. Pero los salvajes ya estaban junto a ella, con una desmedida sed de sangre. La muchacha, cubriéndose el rostro con las manos, suplicó a su antiguo amor: “¡sálvame Juan María, por Dios, sálvame!” en ese momento la lanza de un indio le atravesó el corazón. La joven exhaló su último aliento sobre el salvaje asesino.[60]

Sin duda, cuando escribió su libro, lo hizo para mostrar las “aventuras” por las que puede pasar un europeo en un país “exótico”, que para describir un espacio geográfico y cultural poco conocido para los europeos y sus lectores estadounidenses. Particularmente, el norte de México de mediados del siglo XIX, cuyos habitantes se encontraban inmersos en una guerra que terminaría por definir la actual frontera política entre México y Estados Unidos, a juicio de Ruxton, poblada de mexicanos poco confiables, “rudos, crueles, e incluso, cobardes”, quienes se enfrentaban a los indios bárbaros, principalmente apaches y comanches (enemigos entre ellos mismos), como lo relató para el estado de Chihuahua, la que describe como una tierra que cuenta con un paisaje árido y habitantes salvajes, con metales a flor de tierra, peligroso, sólo apto para aventureros y extranjeros que de esas tierras sin explotar, puedan hacerlas productivas, como esperaba lo hicieran los estadounidense, al ganarles la guerra.


Georges Frederick Augustus Ruxton (1821-1846).[61]

 

Fröbel, El viajero científico y político exiliado

Carl  Ferdinand Julius Fröbel, nació en Griesheim (Turingia), Alemania (1805-1893). Huérfano. Fue educado por su tío Frederick Fröbel, quien después de haber luchado contra Napoleón, se dedicó a la educación, organizando el primer Kínder Garden. Estudió ciencias naturales en Múnich (München), Jena y Berlín. En 1836 fue nombrado profesor de Mineralogía en la universidad de Zürich. Para 1848, fue miembro del Parlamento de Frankfurt. Salió exiliado de Alemania por su posición pro austriaca. En Estados Unidos, radicó en Nueva York. Estuvo a favor de abolir la esclavitud. Gracias a una amnistía en 1857, pudo regresar a Alemania. A la edad de 68 años entró en el servicio diplomático del Imperio alemán y se convirtió en cónsul en Esmirna, y más tarde, en Argel. Se retiró en 1888. A decir de Jaime Incer Barquero,

En la primavera de 1852 partió de la gran metrópoli hasta Chihuahua, en el norte de México, atravesando los territorios centrales de los Estados Unidos en caravana, como los pioneros de aquellos días. Por varios meses las carretas entoldadas surcan por las praderas, vadean impetuosos ríos y vivaquean en las noches de luna, cuyo silencio sólo perturban los aullidos de los coyotes o el temor por el asalto de los indios.[62]


Julius Fröbel
, viajero Alemán (1805-1893). Geólogo, minerólogo y diplomático.

 

Chihuahua, paisajes, mexicanos e indios “pieles rojas”

Su descripción del norte de México, la comienza en el entonces Paso del Norte (actual Ciudad Juárez). Calcula que la habitaban unas “cinco mil almas”. Pequeña ciudad que considera aparentemente desierta, pero dice que esta se esparce “[…] en casas aisladas entre montes y valles, huertas y viñedos, a lo largo de los álamos que bordean el río, en una extensión de ocho o diez millas, con un total de 14 a 15,000 habitantes”.[63] Habla de los paisajes,

Los jardines y huertas del El Paso se riegan con agua del río. Nada crece allí sin ella; viñedos y demás sembrados dependen de esa agua. Por dondequiera se ven las acequias que fertilizan el suelo. Su clima es delicioso. Está la ciudad a 3,800 pies sobre el nivel del mar, y las parcelas bien cultivadas contrastan vivamente con las faldas de los cerros grises y rocosos de las inmediaciones. Eso es lo que da lugar al encanto peculiar de los paisajes del norte de México, que tiene algo de la fisonomía que distingue al oriente y al norte de África.[64]

Menciona también, que hay mena de plata en los cerros y que sus habitantes viven de la agricultura que cultivan. Cuando se refiere a la seguridad, dice que en México falta esta, lo que le impide al “naturalista hacer allí investigaciones”. Es por ello, dijo, no pudo estudiar a detalle la “estructura geológica de las serranías aledañas”.[65]

¿”Qué hay de los indios? Menciona que fue la primera pregunta que hizo un tal “Mr. Mayer” al llegar a El Paso. La respuesta, “son malísimos ahora”. Dijo que poco antes habían atacado las haciendas del lado estadounidense, llevándose ganado de las casas aledañas a Franklin y Macgoffinville (actualmente El Paso, Texas). Por lo que añade que el coronel Emilio Langberg,[66] de origen danés, educado en Alemania, le aconsejó no saliera del camino, “ni siquiera veinte pasos. Aun cuando acampamos en las afueras de Franklin, se juzgó necesario llevar en la noche mulas al patio del abandonado fuerte y vigilarlas”. La razón, “Estos temidos pieles rojas son principalmente apaches que habitan en las zonas montañosas de Nuevo México, Chihuahua y el oeste de Texas”.[67]

En un estado evolutivo inferior considera a los apaches, en relación con los llamados “indios pueblos”, a quienes considera ya civilizados. “Los indios bautizados del valle del río Grande, a quienes se les conoce como indios pueblo, son agricultores pacíficos y gozan de todos los derechos ciudadanos. Son dueños de un pueblo llamado Sinecú [Senecú] dentro de los términos de El Paso, y todos los días llegan a la ciudad, los hombres con sus largas trenzas y las mujeres con la cara pintada.[68]

También habla de los comanches, los que considera igual de peligrosos que los apaches, aunque rivales entre ellos. “Cuando los comanches no están incursionando en los alrededores de El Paso, la tregua se debe sin duda a la hostilidad que existe entre ellos y los apaches”.[69]

En los capítulos VIII al XIII, libro II, Siete años… (1978), habla de su estancia en Chihuahua y regreso a los Estados Unidos. De El Paso toma rumbo a la capital del Estado de Chihuahua. Son significativos los temas que aborda con más detalle, relativos a la guerra contra el bárbaro. Distingue, como ya lo vimos, diferentes tipos de indios por su nivel de aceptación  de la civilización que les estaban imponiendo desde la Colonia;  considera “pieles rojas” a los apaches, a los indios pueblo, les reconoce los derechos que tienen como ciudadanos por ser sedentarios, al tiempo que compartir y aceptar valores culturales de la  civilización de origen europeo, y a los comanches, bárbaros igual que los apaches. También habla de los mexicanos de esta región, a quienes considera “muy valientes” por su lucha contra los apaches (la “gente ruda”), sobre la importancia de las colonias militares y el papel que jugaba el coronel Langberg en este enfrentamiento.

Como ejemplo de la valentía de los mexicanos (diferente interpretación a la de Ruxton que los consideró cobardes), por enfrentar a los indios.

Entramos en Guadalupe [al norte de Carrizal] al anochecer del 12 [de noviembre de 1852]. Pocos eran los hombres que habían quedado en el pueblo, pues ochenta andaban persiguiendo a los pieles rojas. Campañas como estas son frecuentes en el norte de México y sería erróneo suponer que a las gentes les falte valor y ánimo aunque rara vez tienen éxito. Los guadalupanos son principalmente inmigrantes de Nuevo México llegados allí desde la anexión de ese territorio a Estados Unidos.[70]

En su trayecto a Chihuahua menciona, que la “falta de seguridad en México impide al naturalista hacer allí sus investigaciones”.[71] Sin embargo, menciona que Langberg le comentó sobre un tratado entre las autoridades del estado de Chihuahua y los comanches, contra los apaches. Además, recibe información sobre un estudio sobre una “toldería apache”.

Este oficial [Langberg], al hacer un estudio de carácter militar de la frontera oriental de México, desde El Paso al río Grande inferior, visitó la toldería de una poderosa tribu apache. El coronel me enseñó algunos planos topográficos de ese estudio bellamente trazados por un caballero polaco que le acompañó en la gira.[72]

Al tiempo que describe la flora y la fauna del camino rumbo a Chihuahua, menciona un aspecto importante, la decadencia de las colonias militares, “pueblos de soldados casados, quienes tienen a su cuidado el cultivo y defensa de la tierra”, las que considera importantes para someter a los indios rebeldes. Respecto a la colonia militar de Guadalupe, dice que los alcanzó un escuadrón de la caballería mexicana. Le informaron que Langberg había enviado tropas a esta colonia para sofocar una sublevación, “a causa del hambre que estaban pasando”, “echando al comandante y apoderándose de algunas reses y exigiendo su sueldo retrasado”.

[…] la noche anterior antes de nuestra llegada los apaches se habían llevado treinta reses de los alrededores. Un respetable lugareño me comentó que los soldados se están muriendo de hambre y no tienen caballos ni ropa, y así, ¿cómo van a protegernos de los indios?”. Los mismos soldados les temen tanto como los guadalupanos, y estos temen tanto a los soldados como a los indios.[73]

Describe otro antiguo puesto militar, el de Carrizal, que para cuando lo visitó, ya se encontraba en decadencia, que en sus cercanías estaba una ranchería[74] apache.

El 17 [de noviembre] por la mañana llegamos a Carrizal, hoy en ruinas, pero antaño un pueblo importante cuando fue puesto militar establecido allí para proteger a la población de los ataques de los apaches. Estos enemigos de la civilización tienen una ranchería en uno de los cerros vecinos. Desde las casas del pueblo me señalaron sus fragosidades, y esos bandidos pueden siempre, desde sus atalayas rocosas, espiar el ganado que en cualquier momento puede pasar a sus manos. Los habitantes de Carrizal, al igual que todas las localidades del norte de México, viven como alertas pastores contra los apaches, y por eso es que todos los hombres andan armados. Semejante modo de vivir ha hecho de los carrizaleños gente indómita y brutal, así que es mejor que los viajeros se anden con cuidado allí.[75]

Quizá una de las mejores formas que han servido para construir el símbolo que representa al hombre norteño, “la gente ruda”, fuera fomentado también, de acuerdo a lo que menciona Fröbel, por ganaderos de la región, los que protegían su ganado y propiedades con hombres bien armados. Como ejemplo, el caso que menciona de Estanislao Porras, ganadero chihuahuense, de la hacienda de Agua Nueva, “una de las pocas grandes ganaderías del norte de México, en donde se crían rebaños al estilo y magnitud del antiguo norte de México”: Menciona, “que protege su ganado de las correrías de los pieles rojas manteniendo un numeroso grupo de hombres armados, aun cuando dos de sus hijos y varios criados han sido asesinados por indios”.[76]

En sus descripciones sobre los lugares y poblaciones que visita en su paso rumbo a Chihuahua, como el valle del río Grande, aunque atribuye que en este lugar se ha sufrido a causa de los ataques de los apaches, mantiene varias acequias que sostienen un molino.[77] A su arribo a Chihuahua, describe las viejas minas de Santa Eulalia, las que se encontraban para ese tiempo en decadencia.[78] A pesar de recorrer más de cuatrocientos kilómetros, no deja de mencionar el temor que sentía: “mientras estuve en Chihuahua, nunca dejé de dormir con el arma bajo la almohada”.[79]

Ya en la capital del estado, en sus notas vuelve a calificar de injusto se considere a los mexicanos cobardes en su lucha contra los “pieles rojas”: “muy al contrario, los de clase más humilde derrochan coraje; y si bien muchos en el norte caen ante la furia de los salvajes, con frecuencia estos son los que llevan la peor parte”. Por lo que critica a “aquellos amos que si escrúpulo exponen a semejante peligro a sus pastores.” Peligro, porque ni “el mismo gobierno les facilita armas para defenderse”.[80]

Por otra parte, rescata de nuevo la presencia del coronel Emilio Langberg, en esta lucha. Dice que cuando Lngberg realizaba estudios topográficos del territorio del río Grande [Bravo], en el estado de Coahuila, conoció al “jefe de los pieles rojas seminole”, apodado, “Wild Cat (Gato Montés)”, notorio en la historia de las guerras indias de La Florida y con él al conocido negro Gover Jones junto con los demás expulsados seminoles,” a quienes contrató para llevarlos a pelear contra los apaches “y otras tribus hostiles de pieles rojas”. Pero que el gobierno federal, ya fuera por temor a los seminoles, por envidia, o por falta de dinero, no quiso ratificar este tratado. Por lo que los seminoles salieron del estado diciendo “que no había un solo funcionario gubernamental que fuera caballero”. Habló de otro tratado, el que tenían con los comanches del Bolsón de Mapimí para atacar a los apaches, según dijo, con buenos resultados, “sacando el gobierno provecho de estas dos tribus enfrentándolas una contra otra.[81]

Para finalizar. Como Fröbel lo señaló, “la historia de estos indios, que afecta a la civilizada y semicivilizada población del país, está llena de interesantes episodios que el novelista Fenimore Cooper[82] sabría relatar para deleite de sus lectores”.[83] La lectura de sus relatos sobre sus experiencias en Chihuahua, podríamos continuarlas por varias páginas donde continúa describiendo a la gente ruda y a los “pieles rojas”. Baste como ejemplo lo hasta aquí mencionado para formarnos una idea de la visión que tuvo Fröbel del norte de México, quien se quejó del peligro que había para los naturalistas realizar investigaciones en Chihuahua y, que como una notoria contradicción, detalla la forma como se estaba librando la “guerra contra el bárbaro”, sin dejar de describir el paisaje, la minería, o sus paseos a caballo. Algo parecido podemos mencionar de los otros dos viajeros, Mühlenpfordt y Ruxton, quienes describieron el norte, entre lo académico y la aventura. Si bien, sus relatos nos permiten darnos una idea de cómo era la vida en esta región fronteriza durante la primera mitad del siglo XIX, justo cuando se definieron los límites de la actual frontera política que divide a México de los Estados Unidos, bien vale la pena recordar lo dicho por Umberto Eco, cuando describe en El nombre de la Rosa, una pintura cuyo centro es la imagen de Jesucristo como centro del Mundo:

[…] mezclados con ellos, en treinta círculos dispuestos en arco por encima del arco de los doce paneles, estaban los habitantes de los mundos desconocidos, de los que sólo tenemos noticias a través del Fisiólogo y de los relatos confusos de los viajeros.[84]

 


Notas:

[1] Doctor en Antropología. Profesor-investigador de la UACJ-Departamento de Humanidades. Líder del Cuerpo Académico Consolidado de Estudios Históricos.

[2] Guy Rozat Dupeyron (1995). América, imperio del demonio. Cuentos y recuentos. México: UIA (Historia y grafía), p. 8.

[3] Sobre la conquista y colonización del septentrión novohispano, ver, Bernardo García Martínez (2000), La creación de la Nueva España (1548-1611). Historia General de México (pp. 281-306), México: El Colegio de México y Alfredo Jiménez (2006). El Gran norte de México. Una frontera imperial en la Nueva España. Madrid, España: Ed. Tebar, pp. 105-140.

[4] Rozat, op. cit., p. 43.

[5] Sobre la anexión de El Paso del Norte a Chihuahua, M. González dice, “los ‘estados internos [del Norte, que reunía a las antiguas provincias internas de Nueva Vizcaya y Nuevo México, con su capital en Chihuahua,]’ se fueron desmembrando, y por un decreto del 6 de julio de 1824 el Estado Interno del Norte queda dividido en dos estados y un territorio respectivamente: Durango, Chihuahua y Nuevo México. En ese mismo decreto se ordenó que la región de El Paso del Norte quedara incluida en el estado de Chihuahua.” Martín González de la Vara (2002). Breve historia de Ciudad Juárez y su región. México: Colef-New Mexico State University-UACJ-Ediciones y Gráficos Eón, p. 60.

[6] Eduard Mühlenpfordt (1993). Ensayo de una fiel descripción de la República de México, referido especialmente a su geografía, etnografía y estadística (1844). Traducción y nota preliminar de José Enrique Covarrubias, Edición a cargo de Teresa Segovia, México: Banco de México.

[7] Sobre antropología simbólica, ver, Rafael Pérez-Taylor, editor (2011). VI Coloquio Paul Kircchoff. Antropología simbólica. México: UNAM-IIA, pp. 11-29.

[8] Respecto a quienes han trabajado la historia de la cultura, Chartier menciona a quienes considera la realizaron en forma de comentario. Es decir, aquellos que han realizado una aportación a la reflexión historiográfica sin ser historiadores: “Ricoeur es filósofo, Bourdieu y Elias son sociólogos, Marin es semiólogo, Foucault hizo un trabajo filosófico en canteras históricas, y Michael de Certau era lingüista, antropólogo, psicoanalista, historiador y, como jesuita, historiador de teología.”, Cf. Roger Chartier (1999). Cultura escrita, literatura e historia. México: FCE, p. 230. Mientras que Pokewitz, Franklin y Pereyra afirman, “La historia cultural es una historia del presente […] aspira a captar las condiciones relativas a lo que es posible decir como «cierto» y a considerar la configuración actual y la organización del conocimiento a través de una excavación  de las cambiantes formaciones de conocimiento a lo largo del tiempo.” Cf. Thomas S. Popkewitz, Barry M. Franklin y Miguel A. Pereyra, compiladores (2003). Historia cultural y educación. Barcelona: Ed. Pomares, p. 47.

[9] Guy Rozat Dupeyron (1993). Indios reales e indios imaginarios en los relatos de la conquista de México, México: Tava Editorial, pp. III-IV.

[10] Cristóbal Colón (1991). Los cuatro viajes del Almirante y su testamento. Madrid: Espasa-Calpe (Col. Austral), edición y prólogo de Ignacio B. Anzoátegui, 10ª. Ed., p. 54.  El “domingo 4 de noviembre” de 1492, describe a los supuestos habitantes de las Antillas: “Entendió también que lejos de allí había unos hombres con un ojo y otros con hocicos de perros que comían a los hombres y que en tomando uno lo degollaban y le bebían su sangre y le cortaban su natura”.

[11] Al respecto, ver, Lily Litvak (1984). Geografías mágicas. Viajeros españoles del siglo XIX por países exóticos (1800-1913). Barcelona: Laertes.

[12] Sobre considerar a los nativos de América como lo opuesto a la civilización europea, ver, Roger Bartra (1998). El salvaje en el espejo. México: UNAM (Coordinaciones de Difusión Cultural y Humanidades)-Ed. ERA.

[13] En relación a descripciones referentes al desierto del norte de México, “habitado por indios salvajes”, ver, Rafael Pérez-Taylor, Carlos González Herrera y Jorge Chávez Chávez, editores (2009). Antropología del desierto. Desierto, adaptación y formas de vida. México: El Colegio de Chihuahua-UACJ-Cuerpo Académico de Estudios Históricos. Varios de los autores abordan este tema. Respecto a los paisajes exóticos, existen muchas litografías y grabados, en particular, las realizadas entre los siglos XVI y XVIII. Muchos de estos grabados se encuentran en, Emir Rodríguez Monegal, editor (1984). Noticias secretas y públicas de América. Barcelona: Tusquets Editores, S. A. y Círculo de Lectores, S. A., y en, Miguel Rojas Mix (1992). América imaginaria. Barcelona: Editorial Lumen. Vienen paisajes y animales enviados a Europa, entre los siglos XVI y XVIII. Algunos, retomados del bestiario medieval, como el cíclope, el orejón, los cinocéfalos, los canicéfalos, o los bosques donde vivían los “seres salvajes”. Otros, producto de la imaginación del grabador.

[14] De acuerdo con Weber, el discurso que justifica el salvajismo de los indios insumisos, fue retomado por las autoridades latinoamericanas durante el siglo XIX y que podemos apreciar en los diarios de viajeros. Al respecto señaló lo siguiente: “[…] el “optimismo entusiasta” de la Ilustración, con su idea de que todo el género humano puede crecer en racionalidad y progreso hasta asemejarse a los europeos, cedió el paso al “severo y opresivo darwinismo social que concebía el progreso en términos de ganadores y perdedores”. David J. Weber (2009). Escribiendo a través de fronteras. Los españoles y sus salvajes en la era de la Ilustración. De la barbarie al orgullo nacional. Indígenas, diversidad cultural y exclusión. Siglos XVI al XIX (pp. 104-105). México: UNAM.

[15] Aristócrata de la Prusia Renana, romántico, heredero de la tradición humanística del renacimiento. En particular, de los enciclopedistas franceses, tanto por el contenido de su trabajo como por su estilo literario. Su análisis lo basa en el empirismo razonado, que aplica tanto a fenómenos naturales como sociales. Recurre a la observación directa y a las fuentes históricas locales. Se puede apreciar su mentalidad colonialista al considerar superior el pensamiento grecolatino al prehispánico. Es por ello que consideró a América un tanto incivilizada en relación a Europa. Respecto a los indios, los divide en mansos y bravos. Su posición humanista le impide justificar las matanzas de indios. Sin embargo, ve los inconvenientes para Europa que ellos permanezcan. Prefiere que la civilización los vaya expulsando a los desiertos hasta extinguirlos. Sobre este viajero, ver, Jaime Labastida (1974). Las aportaciones de Humboldt a la antropología mexicana. México: Ed. Siglo XXI.

[16] El libro escrito por Henry George Ward, inglés, encargado de negocios de su Majestad en México, entre 1825 y 1827, sobre las riquezas mineras y naturales de México, publicado en inglés en 1828, describe, por ejemplo, zonas minerales y el estado de evolución en que se encontraban los nativos que vio durante el viaje que hizo al norte, pasando por Durango rumbo a Chihuahua, la frontera oriental, la Sierra Madre y Guarisamey (Durango), Texas, estados de Sonora y Sinaloa, Golfo de California, Mazatlán y Guaymas, Arizpe, minas de Álamos, Mulatos y Cosalá. Cf. Henry G. Ward (1981), México en 1827. México: FCE, pp. 624-658.

[17] Olivia López Sánchez (Octubre 2000-marzo 2001), La mirada médica y la mujer indígena en el siglo XIX. Ciencias, 60-61, p. 45. Dijo:  “Las tesis de degeneración de la raza indígena sostenidas por Bufón, Cornelius de Paw, Reynal y William Robertson fueron aceptadas de buen grado por la mayoría de estos intelectuales criollos, tales como fray Servando Teresa de Mier, Carlos María de Bustamante, Lucas Alamán, Lorenzo de Zavala y José María Luis Mora, entre otros. Todos ellos tenían una certeza: los indios constituían uno de los mayores obstáculos para la edificación de la nación y su instalación en el camino del progreso.”

[18] Para mayor información sobre estos planteamientos, ver Michèle Duchet (1975). Antropología e historia en el siglo de las luces. México: Siglo XXI editores, pp. 199-242. También, sobre la defensa de Clavijero (1780) contra la interpretación del supuesto atraso evolutivo de los americanos, hecha por Cornelius de Paw en Investigaciones filosóficas sobre los americanos, en la cual defiende a los mexicanos (pasado prehispánico), frente a que considera la ignorancia de los europeos sobre América, ya como una clara muestra del patriotismo criollo contra la dominación europea en la Nueva España, ver el capítulo sobre las “Cualidades corporales de los mexicanos” en, Francisco Javier Clavijero (2003). Historia antigua de México. México: Porrúa (“Sepan cuantos…” n. 29), pp.712-741.

[19] Joel Roberts Poinsett (1977). Te odio México. México: Contenido S.A. Su primera edición en inglés fue publicada en 1825 con el título, Notes on Mexico. Militar y diplomático norteamericano. Influenciado por el trabajo del Varón de Humboldt, visitó parte de América Latina y México. considerado como el primer embajador de Estados Unidos en México, trajo el rito masónico yorkino, dentro del cual participaron casi todos los miembros del grupo liberal. Describió la población y sus principales actividades económicas, considerando a los estadounidenses superiores a los mexicanos. Abiertamente partícipe de la política anexionista, promovió la separación de Texas y la guerra contra México.

[20] George Catlin (26 de julio de 1796-23 de diciembre de 1872). Pintor y abogado estadounidense. Escritor y viajero. Se especializó en retratos de nativos americanos de los Estados Unidos. Produjo dos colecciones de pinturas sobre indios americanos y publicó una serie de libros relacionados con los viajes que realizó en pueblos nativos de Norteamérica, Centroamérica y Sudamérica. http://es.wikipedia.org/wiki/George_Catlin

[21] José María Luis Mora (1963). Obras sueltas. México: Biblioteca Porrúa, n. 26, p. 6.

[22] Sobre la caída de los presidios, ver, David J. Weber (1988). El desmoronamiento de los presidios, ciudadanos-soldados y el fracaso del puño de hierro. La frontera norte de México, 1821-1846. El sudoeste norteamericano en su época mexicana (pp. 156-175). México: FCE.

[23] En relación a la crítica de Humboldt a los planteamientos de Buffon y Paw, ver, Antonello Gerbi (1982). El entusiasmo de Humboldt por la América tropical. La disputa del Nuevo Mundo. Historia de una polémica (pp. 510-527). México: FCE.

[24] Sobre los planteamientos de Hegel, Gerbi. Hegel: América, inmadura e impotente. Op. cit. (pp. 527-558).

[25] Cf. Gerbi. Friedrich Von Schlegel: miseria zoológica y antropológica de América. Op. cit. (pp. 562-572).

[26] En relación a la aplicación de la teoría de Darwin, relativa a la evolución en América, ver, Gerbi. Darwin: la fauna sudamericana y la evolución de las especies. Op. cit. (pp. 572-575).

[27] Cf. Weber, Escribiendo… op. cit. (p. 105).

[28] Cf. Bernardo García Martínez (2004). Regiones y paisajes de la geografía mexicana. Historia General de México, México (pp. 64-75). México: Colmex.

[29] Sobre la inestabilidad política del México de la primera mitad del siglo XIX, ver, Jan Bazant (1991). México. Historia de América Latina, 6. América Latina independiente, 1820-1870 (pp. 107-143). España: Cambridge University Press-Critica.

[30] Sobre el poco interés que tuvo del norte de México Benito Juárez, ver, Jorge Chávez Chávez (2009), Desterrado me fui… Benito Juárez y las penurias de vivir en el desierto. Visto a través de su correspondencia. Antropología del desierto. Desierto, adaptación y formas de vida (pp. 205-224). México: UACJ-El Colegio de Chihuahua-CA Estudios Históricos.

[31] Cf. Enrique Rajchenberg S. y Catherine Héau-Lambert (July 2005). El septentrión mexicano entre el destino manifiesto y el imaginario territorial, JILAS-Journal of Iberian and Latin American Studies, 11:1, p. 31.

[32] Loc. Rajchenberg y Héau-Lambert. Op. cit., p. 1.

[33] Cf. op. cit., p. 31.

[34] Manuel Payno (1968). Los bandidos de Río Frío. México: Porrúa (col. “Sepan Cuantos...”, núm. 3), p. 728.

[35] En relación a la construcción cultural de la “gente ruda”, o “gente sencilla” del norte que enfrentó a los bárbaros, ver, Jorge Chávez Chávez (2011). Entre rudos y bárbaros. Construcción de una cultura regional en el norte de México. México: El Colegio de Chihuahua, pp. 172-181.

[36] Sobre la guerra contra el bárbaro (las “contratas de sangre”), desde Chihuahua, Fröbel comentó a mediados del siglo XIX lo siguiente: “El gobierno [mexicano] ha fijado una elevada recompensa por cada piel roja que se capture o mate. Da 200 dólares por cada indio adulto, vivo o muerto. Para el primer caso deben presentarse la cabellera y las orejas de la víctima. Una india viva vale 250 dólares; por un muchacho vivo se da la misma cantidad, y si muere 100 dólares.” Julius Fröbel (1978), Siete años de viaje en Centro América, Norte de México y Lejano Oeste de los Estados Unidos. Publicado por Richard Bentley, Londres 1859. Traducción Luciano Cuadra. Nicaragua: Editorial y Litografía San José, S. A., Colección cultural del Banco de América, serie viajeros. Libro II, cap. X, p. 216.

[37] Cf. El informe presentado por Francisco García Conde, siendo gobernador y comandante del departamento de Chihuahua en, Diario del Gobierno de la República Mexicana. 23 de septiembre de 1842, núm. 2 649, t. XXIV, pp. 213-216, donde menciona los tratados de paz que celebró con diferentes parcialidades apaches en Janos y Paso del Norte, viene completo en J. Chávez (2011), op.cit., pp. 223-248.

[38] Para mayor información sobre la situación de las colonias militares y la lucha del ejército mexicano contra los indios bárbaros del Norte de México, revisar las Memorias que los ministros de la Guerra presentaron al Congreso de la Unión entre 1829 y 1886. En ellas viene la justificación de más y mejor armamento, así como de gastos para sostener las tropas de los soldados en su lucha contra estos indios.

[39] Fröbel, op. cit., p. 216.

[40] Respecto a la descripción que hizo de los indios de México, ver, José Enrique Covarrubias (2002). La situación social e histórica del indio mexicano en la obra de Eduard Mühlenpfordt. La imagen del México decimonónico de los visitantes extranjeros: ¿un Estado-nación o un mosaico plurinacional? (pp. 95-116). México: UNAM-I. I. Jurídicas Doctrina jurídica.

[41] Eduard Mühlenpfordt (1993). Ensayo de una Fiel descripción de la República de México, referido especialmente a su geografía, etnografía y estadística. México: Banco de México. T. II, pp. 127-128.

[42] Mühlenpfordt. Op. cit., t. II, p. 109.

[43] Ibíd., T. II, p. 387.

[44] Mühlenpfordt. Op.cit., pp. 388-389.

[45] Ibíd., T. II, p. 393.

[46] Ibíd., T. II, p. 402.

[47] Ibíd., T. II, p. 405.

[48] Ibíd., T. II, p. 402.

[49] Mühlenpfordt. Op. cit., t. II, p. 405.

[50] Para ver a detalle los nombres y lugares por donde fueron vistos los indios que la habitaban, ver, Mühlenpfordt. Op. cit., t. II, pp. 404-406. Entre una amplia variedad de nombres de grupos tribales, menciona los apaches, a quienes localizó entre el río Gila y la sierra de los Cosninas, en su parte norte, a los nichoras o nijoras, y junto a su desembocadura en el Colorado, a los yumas y cocomaricopas. Mientras que los que consideró sedentarios, hizo referencia a los que fundaron la ciudad (en ruinas) de Casas Grandes por los españoles y Hottai-Ki.

[51] Unmberto Eco (1988). El nombre de la rosa. México: Representaciones editoriales, S. A., p. 386.

[52] Colección de tarjetas postales UACJ.  “La poste au Mexique” (#1435660). Berlín Alemania: Stengel & Co. [19--]-color; 14 x 9cm. Album 20, hoja 22 y tarjeta 1.

[53] George Ruxton (1847). Adventures in Mexico and the Rocky Mountains. London: John Murray, Albernarle Street, p. 7.

[54] Alfred Jacob Miller. Rocky Mountains Trapper (c. 1839). Fuente: Herman J. Viola (1988). Exploring the West. New York: Harry N. Abrams. Georges Ruxton, antes de escribir sobre su viaje a México, trabajó como “hombre de montaña” en las montañas Rocallosas.

[55] Al respecto, ver Clifford Geertz (1989). El antropólogo como autor, Barcelona: Paidós, España.

[56] George F. Ruxton (1985). Aventuras en México. Traducción Raúl Trejo. México: Ediciones “El Caballito”, pp. 127-128. Título en inglés, Adventures in Mexico and the Rocky Mountains: Experiences of Mexico and the American South West during the 1840s.

[57] Sobre este personaje, ver, Salvador Álvarez (1991). James Kirker. El aventurero irlandés. México: UACJ-Gobierno del Estado de Chihuahua-Meridiano 107, editores, colección: Chihuahua: las épocas y los hombres, núm. 5.

[58] Ruxton. Op. cit., p.181.

[59] Cf. Ibíd., p. 128.

[60] Loc. en Jesús Vargas Valdés (2002). Viajantes por Chihuahua. 1846-1853. México, Gobierno del Estado de Chihuahua-Secretaría de Educación y Cultura-Dir. de Publicaciones, p. 57. También se encuentran otros libros novelados Georges Ruxton (1951), Life in the Far West. USA, University of Oklahoma Press, Norman, Publishing Division University, Col. Travel American Exploration and Travel series, vol. 14. G. Ruxton and Horace Kephart (1915). In the Old West. USA, The Macmillan Company, press The Commercial Booksinding Co.

[61] George Frederick Augustus Ruxton. Pintura de Kathy Barnes. Library Thing. http://www.microsofttranslator.com/bv.aspx?from=en&to=es&a=http%3A%2F%2Fwww.librarything.com%2Fpic%2F213353

[62] Julius Froebel (1978). Siete años de viaje en Centro América, norte de México y lejano Oeste de los Estados Unidos. Traducción Luciano Cuadra. Introducción Dr. Jaime Incer Barquero. Nicaragua: Fondo de Promoción Cultural-Banco de América. Serie viajeros, n. 2, p. XVI.

[63] Froebel. Op. cit., p. 199.

[64] Ibíd., p. 200.

[65] Ibíd., p. 201.

[66] Coronel Emilio Langberg, danés. Ocupó en 1851 el cargo de “Inspector interino de las colonias militares de Chihuahua en reconocimiento de toda la línea derecha del río Bravo y en cumplimiento de las órdenes del Supremo Gobierno de la Unión”. Participó en la campaña contra los “bárbaros”; principalmente apaches. Se valió de la enemistad con los comanches, para que los atacaran.

[67] Cf. Ibídem.

[68] Ibídem. Respecto a estos indios, puso una nota aclaratoria: “Los norteamericanos llaman a estos indios “pueblos”, usando de manera incorrecta el nombre de su tribu. Pero “pueblo” conforme a la antigua ley de los tiempos coloniales españoles, en vigor todavía en México, es una comunidad de indios reconocida por el gobierno, y con ciertos derechos y privilegios. Por tanto, los indios “pueblos” pertenecen al Estado de México, y gozan de derechos civiles.”

[69] Ibídem.

[70] Ibíd., p. 203.

[71] Cf. Ibídem.

[72] Ibíd., pp. 201-202.

[73] Ibíd., p. 203.

[74] Cuando hablan de “ranchería apache”, hacen referencia a un sito donde estaban establecidos los apaches. Lo mismo cuando se refieren a sus “tolderías”. Por lo general eran temporales, dado que los apaches eran nómadas.

[75] Ibíd., p. 205.

[76] Ibíd., p. 206.

[77] Cf. Ibíd., p. 108.

[78] Cf. Ibíd., p. 208.

[79] Ibídem.

[80] Cf. Ibíd., p. 211.

[81] CF. Ibíd., p. 214.

[82] James Fenimore Cooper (Burlington, Nueva Jersey, 15 de septiembre de 1789 - Cooperstown, Nueva York, 14 de septiembre de 1851). Novelista estadounidense. Escribió treinta y cuatro novelas de aventuras donde relató la vida de los pioneros y sus enfrentamientos contra los pieles rojas. Su mejor frase: “Run mother facker, RUN!". Destacan Los pioneros (1823), El último mohicano (1826), La Pradera (1827), El trampero (1840) y El cazador de ciervos (1841). Wikipedia, http://es.wikipedia.org/wiki/James_Fenimore_Cooper. Sin duda, la referencia de Fröbel para considerar a comanches, seminoles y apaches, como pieles rojas.

[83] Ibídem.

[84] Eco (1988), op. cit., p. 411.

 

[div2 class="highlight1"]Cómo citar este artículo:

CHÁVEZ CHÁVEZ, Jorge, (2012) “Los bárbaros de chihuahua en los relatos de viajeros. Siglo XIX”, Pacarina del Sur [En línea], año 3, núm. 12, julio-septiembre, 2012. ISSN: 2007-2309.

Consultado el Jueves, 28 de Marzo de 2024.
. Disponible en Internet: www.pacarinadelsur.comindex.php?option=com_content&view=article&id=488&catid=6[/div2]