“Ser mujer es una gran responsabilidad”: Aprender a ser mujeres nahuas en Cuetzalan, Puebla, México

"Being a woman is a great responsibility": Learning to be Nahua women in Cuetzalan, Puebla, Mexico

"Ser mulher é uma grande responsabilidade": Aprender a ser mulheres nahuas em Cuetzalan, Puebla, México

Lourdes Raymundo Sabino[1]

RECIBIDO: 17-08-2015 APROBADO: 28-09-2015

 

Los procesos organizativos: contexto y posicionamiento teórico-metodológico

Cuetzalan es uno de los municipios que forma la Sierra Norte del estado de Puebla en México. La población que habita en ella, es indígena (nahuas, totonacos, tepehuas y otomíes) y mestiza. Se considera que gran parte de estas comunidades presenta un alto índice de marginación y pobreza, pero hay que destacar que estas condiciones sociales reflejan algunas de las consecuencias de los procesos socio-históricos que se han vivido en este contexto.

Antes de la Conquista, las personas nahuas de la región tenían que dar tributo al emperador Azteca, y después de este proceso estuvieron bajo la administración española y fueron evangelizadas por frailes franciscanos. Durante la Independencia de México, este municipio no aparece en las funetes, pero sí en la Batalla de Puebla. La Revolución mexicana impulsó la llegada de mestizos a la Sierra, este hecho hizo que las y los indígenas se fueran a vivir a las montañas y poco a poco fueron despojadas/os de gran parte de sus tierras según indica Susana Mejía (2010). En todo caso, quienes podían poseer tierras antes y ahora han sido en su mayoría los hombres, y quienes han detentado el poder desde entonces son los hombres mestizos.

Ante estas y otras situaciones, la población indígena, y en particular las mujeres, no han permanecido pasivas, se han organizado para resistir, enfrentar y transformar las condiciones en que viven, aunque hay que decir que con frecuencia estas organizaciones han sido acompañadas por personas externas a Cuetzalan, pero sin duda ha sido un lugar en el que se han gestado varios procesos organizativos, entre ellos: de productores de café, artesanas, médicos tradicionales y de derechos humanos. Esta breve contextualización histórica envuelve la experiencia de trabajo de las mujeres que conforman la CAMI, el Refugio y el CEDDEM.

Así pues, las mujeres que laboran en la Casa de la Mujer Indígena, el Refugio y CEDDEM, bajo su contexto de trabajo se conocen como: coordinadoras, promotoras, personal y usuarias. Siendo las coordinadoras, promotoras y personal quienes se encargan de brindar atención a los casos de violencia que presentan las usuarias que acuden por ayuda a estas instancias. Las mujeres que laboran en estas organizaciones en compañía y en conjunto con las mujeres que participan en CADEM A.C. (Centro de Asesoría y Desarrollo Entre Mujeres), han reflexionado sobre problemáticas que las afectan a ellas y a sus familias desde hace años, siendo la violencia en sus múltiples manifestaciones (física, emocional, sexual, económica y patrimonial) una de ellas.

Imagen 1. Mujer nahua. Foto: Lourdes Raymundo Sabino.
Imagen 1. Mujer nahua. Foto: Lourdes Raymundo Sabino.

La CAMI es una asociación civil de mujeres Nahuas, y está conformada por mujeres de las siguientes organizaciones: Maseualsiuame Mosenyolchicuani, YancuikSiuat, Siuame Chikauka Tejkitini y Yankuik Masualnemilis (Durán, 2013: 128). El objetivo que tienen estas mujeres en la Casa “es proporcionar apoyo emocional, legal y en salud a mujeres indígenas de la región que sufren violencia y que lo solicitan…” (Delgadillo y Martínez, 2008: 129). Y para lograrlo, ellas basan su trabajo en cuatro áreas de atención: presidencia o coordinación general, salud, defensa y emocional.

El Refugio “Lic. Griselda T. Tirado Evangelio” surgió en el año 2004 y actualmente es coordinado por las mujeres que laboran en CADEM. El objetivo de trabajo del Refugio es que las mujeres violentadas tengan “un lugar seguro, confiable y afectuoso en el que con el apoyo emocional, a su salud y la defensa de sus derechos, las mujeres encuentren estrategias para reintegrarse a sus familias y/o comunidades Y ESTABLECER restableciendo relaciones equitativas y de respeto para ellas, sus hijos e hijas” (Mejía, Pastrana y Carreón, s.f.).

Por su parte, CEDDEM fue creado por las mujeres en el año 2011 y surgió ante la necesidad de dar seguimiento a los casos de las usuarias del Refugio, una vez que egresan de él; ya que ahí sólo pueden estar máximo durante seis meses. El CEDDEM es un Centro de Atención Externa del Refugio (CAER), y depende del trabajo que se realiza en CADEM. En CEDDEM se brindan los mismos apoyos que en el Refugio (excepto el hospedaje y la alimentación) y se da apoyo en tareas a las y los hijos de las usuarias y se realizan visitas domiciliarias a las “ex usuarias” del Refugio para dar seguimiento a sus casos.

Una vez señalado lo anterior, interesa destacar que uno de los argumentos centrales en la investigación fue que: las mujeres nahuas que participan en estos procesos organizativos, no son seres pasivos que aceptan sin cuestionar los roles que les suelen ser impuestos por su madre, padre, su familia en general, su comunidad, las instituciones y la sociedad en su conjunto. Más bien, ellas son mujeres que se han estado y se están constituyendo como sujetas/agentes activas que reflexionan sobre sus experiencias personales y colectivas. Cabe destacar que ese proceso de reflexión que se da dentro de estos espacios de organización, las ha llevado a cuestionarse a sí mismas, específicamente a partir de significar o re-significar (Guntín, 1994)[2] su propio cuerpo y las experiencias que en él han vivido; ya que su trabajo de reflexión, concienciación (De Lauretis, 1992)[3] y de acción, da cuenta de que las costumbres que las oprimen tienen como referencia inmediata, lo que se espera socialmente de ellas por tener cuerpo de mujer.

Para hacer visible lo ya planteado, he tomado como apoyo teórico-metodológico, la propuesta de Donna Haraway (1995) sobre el conocimiento situado, el cual implica en palabras de la autora, luchar “a favor de políticas y de epistemologías de la localización, del posicionamiento y de la situación, en las que la parcialidad y no la universalidad es la condición para que sean oídas las pretensiones de lograr un conocimiento racional” (Haraway, 1995: 335). Así pues, interesa sustentar este escrito en el conocimiento situado para desde las condiciones y problemáticas particulares de estas mujeres, hacer visibles las formas en que ellas aprendieron a ser mujeres.

Asimismo, abordo el aprender a ser mujer nahua a partir de las categorías de género, cuerpo y experiencia de las mujeres. En lo que respecta a género retomo los planteamientos de Sandra Harding, quien reconoce que el sentido de “la masculinidad y feminidad difieren según las culturas” (Harding, 1996: 17).

Respecto a cuerpo, recupero los señalamientos de Mary Douglas de cuerpo físico y cuerpo social. Para la autora los “dos cuerpos son el yo y la sociedad; unas veces están tan cerca que casi llegan a fundirse y otras están muy lejos uno del otro; la tensión que existe entre ellos es lo que nos permite deducir ciertos significados” (Douglas, 1978: 109), así, el “cuerpo social condiciona el modo en que percibimos el cuerpo físico… el cuerpo en sí constituye un medio de expresión sujeto a muchas limitaciones” (Douglas, 1978: 89). Finalmente en cuanto a experiencia he recurrido a Teresa de Lauretis, para quien la experiencia es un “complejo de hábitos resultado de la interacción semiótica del ‘mundo exterior’ y del ‘mundo interior’, engranaje continuo del yo o sujeto en la realidad social” (De Lauretis, 1992: 288). La experiencia de las mujeres es entonces algo que une su subjetividad con sus contextos sociales mediante diversos procesos de significación.

Referido lo anterior, ahondaré en la información y experiencia etnográfica que llena de contenido los sustentos teóricos y las categorías de análisis a los que he hecho alusión, puesto que son los que a mi parecer, se trastocan y “retroalimentan” o complementan desde la teoría y desde la experiencia misma. Los testimonios que presento son producto de las conversaciones “informales” que tuve con las mujeres en mi estancia con ellas durante el trabajo de campo, así como de entrevistas.

 

Diferenciación física

Las mujeres así como los varones nacemos con un cuerpo y un sexo “que naturalmente no se puede cambiar” (Mujeres en CAMI, Refugio y CEDDEM, octubre de 2012), ese cuerpo nos es propio hasta que se nos empieza a decir qué podemos y debemos hacer, y qué no. Las mujeres en Cuetzalan con quienes conviví, tanto trabajadoras (coordinadoras, promotoras y personal) como usuarias, hicieron referencia a que se dieron cuenta que eran mujeres a partir de las diferencias físicas de los varones respecto a ellas; ya que, es “el cuerpo con la diferente anatomía de hombres y mujeres… la primera evidencia incontrovertible de la diferencia humana” (Lamas, 1986: 60).

“Supe que era mujer desde que empecé a hablar, yo le preguntaba a mi mamá, como tengo un hermano, le preguntaba a mi mamá por qué él tenía cosas que yo no tenía… pues cosas… ¡sus partes íntimas!” (Aurora, 10 de diciembre de 2012).

Entre las actividades que las mujeres “debieron” realizar por ser mujeres, se encuentra el cuidado de sus hermanos y hermanas más pequeñas, y una actividad común es que ellas se encarguen de bañarlas/os, es en este sentido que Aurora hace referencia las “partes íntimas” de su hermano, pues ella debía bañarlos/as.

Por otra parte, la diferenciación física no sólo fue identificada por las mujeres a partir de los genitales, sino también a partir de la imagen y apariencia que cada quien debe tener según se es niño o niña en los contextos de las comunidades de Cuetzalan.

“… yo sabía que era niña porque los niños y las niñas somos diferentes… bueno yo me daba cuenta por mi hermano, porque él tenía el pelo corto y yo largo” (Selene, 9 de diciembre de 2012).

En relación también con las consideraciones físicas en las mujeres, hubo quienes manifestaron que se dieron cuenta de que eran mujeres al momento en que se presentó su primera menstruación, etapa de sus vidas que para algunas representó no sólo darse cuenta de que eran mujeres, sino que: “dejaban de ser niñas para convertirse en mujeres”. No obstante, este señalamiento no representa lo que todas las mujeres pensaban, sino que correspondió con frecuencia, a lo que sus madres y otras personas les decían que les estaba pasando.

“Yo no pienso que por tener la menstruación ya eres mujer y dejas de ser niña… porque no por ser mujer, dejas de ser niña…” (Nadia, 9 de noviembre de 2012).

Otras mujeres como Catalina señalaron que en efecto, la menstruación marca cambios fisiológicos y taxonómicos en el cuerpo de las mujeres, pero destacaron que: “la menstruación hace que la gente te vea diferente por los cambios que hay en tu cuerpo” (Catalina, 20 de septiembre de 2012); es decir hay una transformación en la forma en la que la familia y la comunidad concibe los cuerpos de las mujeres, por lo que el cuerpo físico no está separado del cuerpo social. Y aunado a la menstruación, varias de las mujeres refirieron otros cambios físicos en sus cuerpos que les significaban que eran mujeres, como lo indicó Claudia:

“... Crecen los pechos y las caderas son más grandes, ¡crecen pues!” (Claudia, 17 de septiembre de 2012).

No obstante, las mujeres al hablarnos de estas experiencias no aludieron a esos cambios en sus cuerpos de manera aislada, pues como ya se señala a partir del testimonio de Catalina, la gente alrededor suyo, creó un significado acerca de ellas y sus cuerpos. Pero, interesa destacar aquí que son las mujeres quienes directamente vincularon, el conocimiento y reconocimiento de los cambios en sus cuerpos con las implicaciones generadas para ellas en sus contextos.

“Aquí las mujeres cuando ya crecen, que ya no son niñas… ya son mamás y su comportamiento es diferente de una niña, las niñas juegan y las mamás deben ya de atender a sus hijos y a su marido pues…” (Aurora, 10 de diciembre de 2012).

Como lo refiere Aurora, el atender a los demás es algo con lo que las mujeres deben cumplir con su familia. Esta “actitud” de servicio, sin embargo no es exclusiva hacia su pareja y sus hijas e hijos, sino con frecuencia también implica el deber estar disponible para la familia en la que se inserta:

“… Una niña es diferente de una mujer, porque una niña solamente piensa en jugar, piensa cosas... una niña piensa en los juguetes, pero también piensa de… imitando ser mamá, y… una mujer ya es responsable de sus actos, de… sus obligaciones, tiene que pensar en eso, tiene que pensar en lo que hace o en lo que dice, ¡hasta tiene que pensar en lo que no hace!” (Paula, 17 de diciembre de 2012)

Imagen 2. Mujer en taller de sexualidad. Foto: cortesía de las mujeres de la CAMI.
Imagen 2. Mujer en taller de sexualidad. Foto: cortesía de las mujeres de la CAMI.

Trato diferenciado

Los testimonios anteriores muestran cómo las mujeres se dieron cuenta de que eran (y son) mujeres, pero en sus narrativas también se puede observar el vínculo que hacen entre las experiencias vividas directamente en su cuerpo, la relación con los varones y el significado social que se les dio a sus experiencias; en el cual básicamente se hace visible que: de ellas se demandaba un comportamiento con determinadas actitudes y, es en este sentido que también, ellas recibieron un trato específico, como se menciona a continuación.

Las mujeres en CAMI, Refugio y CEDDEM refirieron que, el darse cuenta que eran mujeres fue a partir de las actividades, consejos, prohibiciones o permisiones que su padre y madre hacían o les atribuían por ser mujer o por ser varón (en el caso de sus hermanos), y valga destacar que como parte del trato que les dieron, “por ser mujeres”, recibieron más prohibiciones que permisiones.

“…a mi hermano si lo dejaban salir a jugar y a mí no, yo no entendía por qué” (Gardenia, 13 de diciembre de 2012).

Estas cuestiones no son difíciles de observar y sin embargo, se han invisibilizado, generando con ello desigualdades en cuanto a la dirección que toma o debe tomar en estos contextos el comportamiento de cada quién, en función si se es mujer o varón.

 

Actividades asignadas según si se tiene cuerpo de mujer o de varón

Las mujeres señalaron que se supieron mujeres también a partir de ver a diario las actividades que realizaban su madre y su padre, mismas que se les fueron asignando gradualmente desde su niñez.

“Me decían que yo soy la mujer, que tenía que aprender mucho a cocinar porque me voy a juntar y yo tengo que estar al pendiente de atender al marido. También hay que servirle al hermano, es como ir haciendo la práctica, sirviendo al hermano y luego ya, servir al marido” (Cristina López, 11 de septiembre de 2012).

Los testimonios dejan ver que las mujeres supieron que eran mujeres, a partir de experiencias particulares en sus procesos de socialización, a decir: las diferencias físicas entre ellas y sus hermanos (varones), el trato hacia ellas por parte de su madre y padre; la identificación y/o diferenciación respecto de su madre y padre, y los significados que se adjudicaron a los cambios en sus cuerpos. Sobre todo, hay que enfatizar que el cuerpo es el lugar en el que se fincaron estas expectativas sobre las mujeres, lo que debían aprender a ser y a hacer, dando cuenta de que la construcción social del ser mujer en este contexto, refleja la idea de las mujeres como seres para otros o seres a través de otros (Basaglia, 1983) o como seres esperables (Velázuqez, 2004).

Para saber más acerca de estas situaciones, les pregunté específicamente qué cosas tenían o debían hacer ellas y sus hermanos y sus respuestas se muestran enseguida:

Ocupaciones de las mujeres que conforman CAMI, Refugio y CEDDEM, y sus hermanos.

Mujeres

Hermanos

Quehaceres de la casa/

Era como ama de casa.

Barrer

la casa.

Hacer la comida, hacer salsa y freír frijoles.

Poner el nixtamal, Ir al molino, moler/ echar tortillas.

Ir a trabajar al rancho.

Lavar trastes.

Acarrear agua.

Ir a traer leña y echar lumbre a la comida.

Ayudar a mi mamá.

No los mandaban a hacer nada y no hacían nada.

Cuidar hermanitos.

Lavar ropa (de ella, sus hermanas/os menores y hermanos mayores, y la de sus padres). Lavar el metate.

Ayudar en el campo, cortar café, pimienta y naranja.

Cuidar los animales y las plantas.

Limpiar la milpa.

Tostar el café.

Hacer mandados.

Hacer huipiles, bordar y coser a máquina.

 

Aplicar abono.

Fuente: Elaboración propia a partir de entrevistas con las mujeres que participan y/o acuden por asesoría a CAMI, Refugio y CEDDEM.

En el cuadro anterior se hace evidente que las mujeres tienen y han tenido una mayor carga de trabajo en comparación con las actividades que realizaban sus hermanos. Las ocupaciones o actividades que las mujeres hacían o debían hacer, son parte de lo que Susana Mejía ha documentado como: “obligaciones como mujer” (Mejía, 2010).

Por otra parte, de acuerdo con los testimonios de las mujeres, sus madres y padres frecuentemente les aconsejaron que se cuidaran, pero no les dijeron de qué, de quién, por qué o cómo hacerlo. Esto generó en varios casos, que las mujeres crecieran con dudas, confusiones y miedos, aunque generalmente no supieron a qué le temían. El cuidado en las mujeres refería a cuidar su cuerpo por el bien de la familia más que por su bien propio.

“… mi mamá me decía que tenía yo que ser seria, sobre todo con los hombres… ella me decía que los hombres son aparte y las mujeres son aparte. Que una no se veía bien que una anduviera platicando con los hombres porque todo se tomaba a mal. Que con el que me case nomás con él, que no anduviera yo hablando nada más porque si, y pues así fue” (Fátima, 2 de octubre de 2012).

Las palabras de las mujeres me dieron claves para entender cómo es que el comportamiento de las mujeres se regula, y comprender que tal regulación está relacionada específicamente con el cuidado de su cuerpo.

 

“Ser mujer es una gran responsabilidad”

Luego de preguntar a las mujeres cómo se dieron cuenta de que eran mujeres, también les pregunté: “¿le gusta ser mujer?”. Las respuestas de todas ellas fueron afirmativas y coincidieron en que les gusta ser mujer por la posibilidad que tienen de ser madres, y en este tenor, hicieron alusión a los varones, enfatizando que ellas pueden “dar vida a otro ser” (Lucina López, 8 de septiembre de 2012), mientras que los varones no. Dada la unanimidad de su respuesta, se deduce que la maternidad es una experiencia valorada por ellas, donde el cuerpo es un elemento central que determina tal posibilidad.

Ejercer la maternidad, así como los otros cambios físicos que he referido que suceden en el cuerpo de las mujeres, no están desvinculados de las responsabilidades que las mujeres adquieren en su contexto. Por ello es que, el ser mujer para ellas implica “una gran responsabilidad”, como se lee a continuación:

“¡Ser mujer es una gran responsabilidad!, porque imagínate los hombres sí tienen que trabajar y ¡ponle! que lo hacen, pero nosotras, bueno yo como mamá tengo que quedarme en la casa, hacer todo, ir a las reuniones de mis hijas, si una se enferma yo tengo que verla, llevarla al doctor, es que son muchas cosas… es muy difícil” (Maribel Barrientos -secretaria en CAMI-, 21 de septiembre de 2012).

Maribel hizo referencia al ser mujer como una gran responsabilidad y lo hizo en relación con los varones, a través de una lista de obligaciones que debe cumplir por ser mujer. Asimismo, el ser mujer para las mujeres que participan en la CAMI, el Refugio y el CEDDEM tiene que ver también con el “horario” de trabajo que deben cumplir, ya que “las mujeres somos las primeras que nos levantamos y las últimas que nos acostamos y ellos [los varones] sólo trabajan en el campo, regresan y descansan, y nosotras no, nosotras tenemos que seguirle…” (Martha Ramos, 22 de agosto de 2012). Cuando existe la posibilidad de que las mujeres trabajen fuera de casa, les representa una doble jornada laboral y aun así, su trabajo es poco valorado en estos contextos, ya que no se considera productivo socialmente.

Imagen 3. Talleres comunitarios a mujeres. Foto: cortesía de las mujeres de la CAMI
Imagen 3. Talleres comunitarios a mujeres. Foto: cortesía de las mujeres de la CAMI

 

Reflexiones finales

Las mujeres refirieron que ellas se dieron cuenta de que eran mujeres desde su niñez, momentos de su vida que estuvieron marcados por: las consideraciones físicas, el trato que recibieron por parte de las personas en su entorno, las actividades que debieron realizar y las responsabilidades que les adjudicaron. Todas estas experiencias tienen como base, su cuerpo sexuado entendido como de mujer. A su vez, estas situaciones siempre fueron referidas por las mujeres en relación, que no en referencia, con los varones; y de lo que de ellas/os se esperaba en sus contextos, según su cuerpo.

Por lo tanto, estas mujeres se dieron cuenta de que eran mujeres a partir de aprender lo que debían y no debían hacer “por ser mujeres”, es decir de lo que de ellas se esperaba por tener un cuerpo de mujer. El tener cuerpo de mujer implicó para ellas aprender un deber ser mujer, en el cual destacó el consejo de cuidado. Pero este consejo significaba que ellas debían cuidarse para “beneficiar” a los/as demás y que también, debían cuidar de los/as demás.

El ser mujer aquí, más bien refiere a un deber ser mujer. Este deber ser mujer se construye socialmente, siendo el cuerpo de mujer su base de referencia y el vínculo entre el cuerpo físico y el cuerpo social (Douglas, 1978). A partir de su cuerpo de mujer, es entonces que se les asignan actividades a realizar y se les exige que cumplan con determinadas obligaciones; aspectos que corresponden a la manera en que se construye el género.

A partir de las experiencias mencionadas, se configura un conocimiento situado (Haraway, 1995) sobre la experiencia de ser mujeres nahuas, siendo su participación en las organizaciones, un elemento que les permite reconocer y reflexionar sus experiencias personales y colectivas acerca de lo que les ha implicado ser mujeres nahuas.

Finalmente, aun cuando podría apreciarse que el aprender a ser mujer se configura a partir de lo que socialmente se espera que sean las mujeres, ellas no permanecen pasivas, lo que se muestra por ejemplo con el hecho de que ellas se han organizado para resolver los problemas que las afectan directamente a ellas y a sus hijos e hijas. A la vez, en el camino de la búsqueda de alternativas para mejorar las condiciones en que viven, desde sí mismas, no sólo han ido a la raíz del por qué se espera de ellas que cumplan con diversas obligaciones y responsabilidades; sino que han llegado al punto de reflexionarse, re-visarse y re-significarse a sí mismas a partir del cuerpo, como un particular lugar de enunciación.

 

Notas:

[1] Maestra en Antropología Social por el Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (CIESAS-DF), Docente en la Universidad Intercultural del Estado de Hidalgo (UICEH). Correo electrónico: Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.

[2] Retomo la idea de re-significar de Monserrat Guntín (1994), quien indica que frecuentemente se ha dicho que las mujeres carecemos de identidad y que en este sentido, hemos sido consideradas “otras” frente a los varones. La autora propone que para “recuperar” o crear una identidad es necesario rastrear la memoria en las experiencias de la vida de las personas, experiencias sobre las cuales las personas deciden su propio significado, recuperando su vida para sí y su consciencia histórica. “Re-significar implica encontrar lenguaje para conceptuar lo propio que, hasta ahora, estaba nominado o, mejor in-nominado por el Otro. Si las cosas o los actos no tienen nombre, no existen” (Guntín, 1994: 101).

[3] Para Teresa de Lauretis la concienciación es “el instrumento crítico original que las mujeres han desarrollado en busca de la comprensión, del análisis de la realidad social, y de su revisión crítica” (De Lauretis, 1992: 292).

 

Bibliografía:

Basaglia O., Franca y Kanoussi, Dora, Mujer, locura y sociedad. Universidad Autónoma de Puebla-Escuela de Filosofía y Letras, Puebla, 1983.

De Lauretis, Teresa, Alicia ya no. Feminismo, semiótica, cine. Ediciones Catedra, Universitat de Valencia, Instituto de la Mujer de Madrid, Madrid, 1992.

Delgadillo Medina, Mariana y Martínez Corona, Beatriz. (2008). “Mujeres indígenas y la atención y prevención de la violencia intrafamiliar”, en: Martínez Ruiz, Rosa; Rojo Martínez, Gustavo E.; Azpíroz Rivero, Hilda S. et al., (Coords.), Estudios y Propuestas para el Medio Rural, Universidad Autónoma Indígena de México, Centro de Investigación en Alimentación y Desarrollo A. C., Colegio de Postgraduados, Campus Puebla, Tomo III: 115-138.

Douglas, Mary, Símbolos naturales. Exploraciones en cosmología. Versión española de Carmen Criado. Alianza editorial, Madrid, 1978.

Guntín i Gurgui, Monserrat (1994), “La Paidética, el saber de las mujeres”, en: Sendón, Victoria; Sánchez, María; Guntín, Monserrat y Aparici Elvira, Feminismo holítico. De la realidad a lo real, Vizcaya, Cuadernos de Agora: 93-115.

Haraway, Donna, Ciencia, cyborgs y mujeres, la reinvención de la naturaleza. Ediciones Cátedra, Universitat de València, Instituto de la Mujer. Valencia, 1995.

Harding, Sandra, (1996), “Del problema de la mujer en la ciencia al problema de la ciencia en el feminismo”, “El género y la ciencia: dos conceptos problemáticos” y “El androcentrismo en biología y en las ciencias sociales”, en Harding, Sandra, Ciencia y feminismo, Ediciones Morata, Madrid, pp. 15-27, 29-51 y 74-97.

Lamas, Marta, (1986). “La antropología y la categoría de “género””, en Nueva Antropología, Vol. VIII, No. 30, México, pp. 173-198.

Mejía Flores, Susana, Ofelia Pastrana Moreno y Lucia Carreón Díaz. S.f. El refugio para mujeres indígenas de Cuetzalan Puebla, México. Una experiencia de género e intercultural, ponencia.

Mejía Flores, Susana. 2010. Resistencia y acción colectiva de las mujeres nahuas de Cuetzalan: ¿construcción de un feminismo indígena?, Tesis doctoral en Desarrollo Rural, Universidad Metropolitana.

Velázquez, Susana. 2004. Violencias cotidianas, violencia de género: Escuchar, comprender, ayudar. Piadós. Buenos Aires.

 

Cómo citar este artículo:

RAYMUNDO SABINO, Lourdes, (2015) ““Ser mujer es una gran responsabilidad”: Aprender a ser mujeres nahuas en Cuetzalan, Puebla, México”, Pacarina del Sur [En línea], año 7, núm. 25, octubre-diciembre, 2015. ISSN: 2007-2309.

Consultado el Viernes, 19 de Abril de 2024.

Disponible en Internet: www.pacarinadelsur.comindex.php?option=com_content&view=article&id=1225&catid=13