Chile: una comunidad formada por la memoria dionisíaca

En nuestro país tendemos a evaluar a evaluar las situaciones cotidianas, especialmente algunas acciones públicas, con un registro estético antes que crítico racional. Porque esta estética se emparenta más con una percepción dionisíaca o ditirámbica y menos con el juicio apolíneo y lineal.

Palabras clave: ditirambo, Chile, clivar, dionisiaco, apolíneo

“Nosotros, los hiperbólicos”
F. Nietzsche

¿Por qué dionisíaca o ditirámbica?, porque el ditirambo es el nombre que recibe la composición poética en honor del dios de los Romanos, Baco, dios de la fiesta bacanal, que a su vez es la continuación del dios griego Dionisio. En esta composición poética, además de mostrar fuerte entusiasmo por el objeto alabado, el punto crucial es que este objeto es algo o alguien que es una parte de la composición total a que finalmente se hace referencia.

Lo que me interesa rescatar de esta composición dionisíaca es la selección de una parte o trozo del tema para referirse a éste, el privilegiar una figura por sobre el fondo o una parte de la figura para hacer alusión al todo. Este acto estético rescata literalmente un detalle para referirse connotativamente al todo.

Es esta fórmula estética la que me interesa importar desde la composición ditirámbica para aplicarla a la fijación de contenidos discursivos por parte del lenguaje común chileno, cuando tematiza objetos públicos.

Porque esta fijación de contenidos discursivos se realiza a través de dos procesos simultáneos, primero, porque el discurso distingue, selecciona y recuerda los sucesos públicos considerando en forma exagerada una parte de esta acción, y segundo, porque en esta fijación del todo por un detalle se reemplaza todo aquello que tiene que ver con los elementos conceptuales, y de raciocinio lógico, por aquellos detalles o partes que, por una u otra razón, causa mayor placer, admiración o atracción desde un punto de vista estético; dado que son imágenes y no conceptos.

Aquí cabe de ejemplo el salto a la escena pública como un actor diferenciado de Ricardo Lagos, cuando increpa en cámara a Pinochet y su imagen se sintetiza en el ‘dedo acusador’.

Por lo tanto, nuestra propuesta acerca de cómo, en algunas circunstancias, actúa el juicio público de los ciudadanos señala que éste rescata algunos detalles para señalar el todo, y que esta parte se fija en la percepción pública con una imagen clara, nítida y estereotipada, por sobre significados que impliquen el ejercicio de procesos conceptuales que aborden las situaciones con mayor distancia y lejanía.

¿Cuál es el efecto social de este juicio ciudadano?  Al rescatar este juicio un detalle de lo público y  apreciarlo bajo la perspectiva de una imagen, genera y condiciona la movilización de pulsiones y fuertes descargas afectivas entre las personas de la sociedad, porque esta imagen se cristaliza bajo la forma de una figura “fetiche”, que sintetiza un conjunto de relaciones no esclarecidas y que guarda en si la potenciación de procesos simbólicos ambivalentes,  precisamente, lo que permite que la comunidad se reconozca a sí misma como un todo significativo, esto es, es vinculante por medio de anclar en su percepción una imagen común.

Esta hipótesis señala que nuestra comunidad necesita realizar juicios públicos ditirámbicos para generar fijaciones fetichistas que sirvan a las personas de anclaje a lo social.

Porque nuestra comunidad al carecer de representaciones compartidas sobre sí misma en forma explícita, no genera discursos consensuales sobre los procedimientos legítimos para actuar, esto es, que desde el punto de vista de las construcciones identitarias se tiende a  sintetizar lo común en imágenes estéticas y se generan puntos ciegos sobre el sentido del convivir juntos, se fugan los acuerdos explícitos sobre el estar de todos nosotros.

Como no tenemos juicios públicos sobre nosotros mismos que sean preformativos, esto es, que conduzcan a acciones consensuales por si mismo y que generen efectos persuasivos entre nosotros, debemos recurrir a imágenes cristalizadas o fetiches para tematizar los acontecimientos públicos, en donde a la palabra le es sustraída su componente de logo, de juicio, para convertirla en una suerte de imago, donde importan son las connotaciones simbólicas y semióticas de la palabra, para que esta sirva de soporte o atributo de una imagen social.

Este juicio ditirámbico no es una suerte de elección personal de los miembros de nuestra comunidad, sino que es un modo que la comunidad ha elaborado para permitir la cohesión social, a falta de fundamentos o juicios racionales o apolíneos que la hagan posible y que permita justamente la individuación. Como no tenemos este fundamento basado en raciocinios evidentes por si mismo, los juicios críticos racionales de la esfera pública no gatillan de respuesta otros juicios de la misma calidad, debido a que no son formas que anclen procedimientos que repliquen los fundamentos de la comunidad, sino que deben ser rápidamente convertidos en imágenes o discursos fetiches que legren la cohesión.

Esta cohesión social que se forma a través de la adhesión pulsional fetichista, más allá que empíricamente las personas estén de acuerdo o en desacuerdo con esta imagen pública, tiene algunas características particulares, como la facilidad para que los miembros de la comunidad sinteticen la “misma” imagen y no distintas versiones de la misma.

Esto implica que el uso privado de esta imagen pública permite que los miembros de la comunidad tornen a indiferenciar su identidad individual en aras de integrarse a una “grupalidad”[1] mayor que se define por realizar el mismo proceso de síntesis de la imagen pública.

Lo que trae como consecuencia la alta homogeneidad que se presenta en los juicios privados sobre lo público, porque en cada sujeto y conversación privada se clona la misma imagen que está presente en el discurso de todos, o al menos, de la mayoría de las personas.

 

I

SI es la comunidad quién presiona a sus miembros para clivar[2] esta imagen del juicio ditirámbico, podríamos estar señalando dos cosas al mismo tiempo.

Por una parte, que la comunidad es algo más que la suma de sus miembros y se configura como una realidad cultural que se transforma en un agente por si mismo, y que actúa con autonomía de sus miembros, teniendo su propia legalidad.

Por otra que la comunidad presiona a sus miembros para que una forma de el “pegamento” de lo público sean estas imágenes fetichizadas, la comunidad no lo hace desde un poder que esté por encima de los sujetos, sino que es el resultado de que nuestros vínculos sociales se desarrollan desde lo omitido o silenciado y no desde lo manifiesto o explícito, por lo que este mandato de la comunidad surge de las propias elecciones de comportamientos sociales que los sujetos se dan. Porque al no existir como procedimiento una explicitación verbal de los actos y vínculos que los miembros de la comunidad realizan, ésta tiende a sintetizar la mejor forma de proceder entre nosotros, que es precisamente “escuchar la imagen”. Aquí es donde entra el proceso cultural del Imbunche: actuar y vincularse en silencio.

Por tanto, el verbo, el logos, con su distancia crítica, se subordina a otras prácticas pre-verbales o donde la palabra funciona como objeto antes que como proceso.

 

II

Lo importante aquí es que la ciudadanía o la comunidad, con la complicidad de los medios de comunicación, fija inmediatamente un detalle aparentemente intrascendentes de las personas como marca asociada a tales figuras, por su capacidad de romper la aparente monotonía de la cotidianidad..

Parece que la fórmula de este anclaje dionisiaco es que busca aquello inaudito para fijarlo en la memoria colectiva. Como si esta memoria no funcionase a partir de recordar a través de procesos lógicos o racionales, de derivar ideas a partir de los contenidos conceptuales, sino que busca memorizar y pensar a través del dato estético, singular y propio.

Cómo no reflexionar que esta memoria colectiva necesita de la anécdota como sustrato fundamental de su proceso de reflexión, antes que el despliegue del concepto.

Que lo que hemos denominado juicio ditirámbico o dionisíaco no es más que recortar del fondo indiferenciado de la vida cotidiana aquella anécdota pública que permite clivar a la comunidad un fetiche estético que le permite reproducirse y verse a si misma como identidad. Y esto se constituye precisamente como alabanza exagerada de algo específico para referirse a un todo. Lo que puede constituir una diferencia sustantiva con los procesos de memoria colectiva anclada en las naciones del noroccidente, donde el todo se constituye  por la agregación sucesiva y pareja de cada una de las partes que lo constituyen. [3]

 


Notas:

[1] Tomo el concepto de “grupalidad” del psicologo social Lorendino, aunque en un sentido más laxo. Este concepto lo aplica a los grupos pequeños donde los integrantes desarrollan un lazo simbiótico en el que no se distinguen las diferencias individuales. Lo ocupamos aquí para referirnos al proceso homogéneo de generación de la imagen público tal como se rescata en la conversación privada.

[2] El diccionario español de la universidad de Oviedo señala que clivar es la “separación en planos de un cristal por la presión que se ejerce sobre él” aquí lo utilizamos como la presión que ejerce la comunidad sobre sus miembros para que se recorte un plano por sobre otro, el plano estético antes que el plano crítico, dado que ella misma se presenta en forma estética, esto es, que se da a conocer en forma connotativa y no a través de juicios literales. Esto puede ejemplificarse con una antigua frase colonial y aún vigente, que dice que “la ley se acata, pero no se cumple”, lo que indica que lo que está explícitamente manifiesto como discurso del logos, como hilación de palabra a palabra, se tiene a la vista como objeto a contemplar pero no a seguir, y precisamente lo que se sigue de este mandato es lo que connota, esto es que se realiza lo que está prohibido.

[3] No es nuestra idea profundizar en la diferencia entre estas culturas, es posible que más adelante haya tiempo para ello, pero quisiera precisar un ejemplo anecdótico, una colega, socióloga especialista en metodologías cualitativas y que trabajo con ésta técnica en Francia, me cuenta de dos diferencias sustantivas entre los grupos focales de allá y acá. Primero, que a los participantes franceses se les paga por participar en las reuniones grupales, mientras que en este país los participantes tienden a motivarse por si mismo para ir a estar reuniones y el gancho de un obsequio no es necesariamente la razón principal para ir. Mientras en Europa conversan porque están trabajando, en Chile los participantes tienden a conversar porque les place. En segundo lugar, los franceses discuten desde el raciocinio de los argumentos individuales, mientras que los chilenos intentan presentar sus argumentos de manera persuasiva y buscando encontrar en el otro la confirmación de lo que se dice es verdad, por ende el argumento no se sustenta en el individuo, sino que en el nosotros. Y esto, en tercer lugar constituye una diferencia sustantiva con Europa, porque es sabido que una de las técnicas de la metodología cualitativa, creada en España por la “escuela de Madrid”, a la que pertenecemos algunos sociólogos chilenos, es el “grupo de discusión”, que se llama así porque precisamente los españoles literalmente discuten sus ideas, mientras que en nuestro país los participen buscan conversar para consensuar sus ideas, como si molestase quedar fuera del círculo del nosotros.