“¡Nuestra patria es el Mundo!”: El internacionalismo obrero contra la guerra chileno-argentina (Santiago, 1898-1902)

El siglo XX arrancó con un doble conflicto para la región chilena, tanto a nivel interno como externo: por una parte, la llamada “Cuestión Social” y la radicalización del conflicto obrero ponían en juicio el rol directivo de la clase oligárquica y, por otro lado, diferencias interpretativas de los acuerdos limítrofes de 1881 con la Argentina amenazaban con una guerra entre ambas naciones. Paralelo al proceso de estudio y las negociaciones directas entre las partes (1898-1902), la prensa en uno y otro lado de la cordillera encendía los ánimos nacionalistas generando un ambiente peligrosamente belicista. Trabajadores revolucionarios, anarquistas y socialistas, convencidos de que las guerras eran motivadas por el patriotismo impuesto al pueblo por los poderosos, se desencantaron de este e imbuidos del internacionalismo proletario declararon una compleja e incendiaria “Guerra a la guerra”.

Palabras clave: Nacionalismo, Anarquismo, Guerra, Trabajadores

 

¿Por qué hacer la guerra? La tierra
No es de Pedro ni de Juan.
Desde el mar hasta la sierra
El amo es dueño. A la guerra
Los amos no van, no van.
Y los hombres que peleamos
De esta y otra patria, son
Todos victimas con amos…
Somos pobres, nos amamos
Y peleamos en la acción.[2]


Introducción.

Los primeros años del 1900 encontraron a la sociedad chilena sumida en una aguda polarización social debido principalmente a las grandes diferencias materiales y sociales existentes entre los diferentes sectores sociales. La elite oligárquica era amenazada por una organizada clase obrera que se manifestaba desafiante en las calles y sitios de trabajo por medio de mítines, marchas y huelgas. En lo exterior, la posición del país tampoco era mejor. Diferencias interpretativas sobre los acuerdos limítrofes de 1881 con la Argentina amenazaban con desencadenar la guerra entre ambas naciones. Estos países acordaron en 1898 someter sus posturas al arbitrio de la Corona británica, fallo que se concretó en 1902. Las diferencias provocaron –paralelo a las gestiones diplomáticas- un arduo debate en torno a la posibilidad de un conflicto armado. La guerra se planteaba como una probabilidad real. Sin embargo, frente la batahola discursiva bélica y nacionalista imperante -alimentada principalmente por la gran prensa- se levantaron voces de protesta provenientes especialmente desde algunos sectores de obreros organizados, quienes expresaron en sus periódicos un significativo “no” a la guerra. El vínculo entre la negación a participar del conflicto con la tradición teórica del socialismo revolucionario sobre el “internacionalismo obrero” es lo que esta investigación propone establecer.

Se entiende por “Internacionalismo obrero” a la expresión máxima de la sociabilidad de los trabajadores que, bajo preceptos socialistas, está orientada a la creación de una sola y gran patria universal. El medio para alcanzar esa gran unión humana se encontraba en una progresiva toma de conciencia por parte de los obreros de que su causa reivindicativa era una y misma en todo el mundo y que las diferencias nacionales debían ser dejadas de lado en pos de la Revolución Social.[3] El internacionalismo obrero se niega a la guerra entre estados pues ve en ella solo el interés de las clases dirigentes y el sufrimiento de las masas populares en las que recae todo el peso de las armas. El internacionalismo estaba bastante arraigado en las diversas escuelas socialistas europeas desde mediados del siglo XIX. El cambio de siglo coincide con la aparición y expansión en Chile del anarquismo y los idearios social-revolucionarios en general. Estos, al ser alimentados teóricamente desde el viejo mundo debieron, por tanto, importar también el concepto internacionalista.

La prensa obrera es la fuente primera de este trabajo pues en ella se hallan de forma explicita las interpretaciones que los trabajadores revolucionarios locales dieron a los planteamientos teóricos llegados desde Europa. Si el internacionalismo obrero estuvo presente en el conflicto limítrofe chileno-argentino, éste debiese encontrarse primero en esta fuente. La prensa obrera, desde luego, no era homogénea: ella contenía idearios populares que iban desde el reformismo del Partido Demócrata y de las sociedades mutuales hasta concepciones de orientación revolucionaria de la lucha obrera  como las esgrimidas por anarquistas y protomarxistas. Por lo general, entre más “rupturista” era la tendencia ideológica, más arraigada estaba entre los representantes de dicha corriente la idea internacionalista: por ello es que el anarquismo fue, hasta cierto punto, la vanguardia del internacionalismo en Chile. No obstante, durante el periodo en cuestión (1898-1902) las diferencias ideológicas eran bastante confusas, lo cual imposibilita separar terminantemente el área de influencia de cada tendencia.

La prensa obrera santiaguina de estos años fue bastante numerosa, aunque de accidentada periodicidad. [4] La fuente básica de este trabajo es rica en contenido y profusa en corporalidad. No ha sido nuestra intención abarcar el pensamiento de todos los trabajadores por ello la investigación se concentra en el ala radical de esta prensa ya que en ella debería hallarse con más claridad el “discurso internacionalista.” Esta ala radical estaría compuesta por los trabajadores que  a juzgar por sus escritos hemos denominado “socialistas revolucionarios”. Con este nombre se hará referencia a los obreros (sus escritos) que de una u otra manera adhirieron al internacionalismo desde una perspectiva social, política y económicamente revolucionaria; anarquistas, protomarxistas, o revolucionarios sin corriente ideológica definida, etc. Secundará nuestro estudio un análisis contextual en el cual se pretende entregar una visión más o menos panorámica del escenario en el cual se desarrollaron los obreros del 1900. Mediante esta fórmula se desea lograr entender mejor sus ideas con el significado contemporáneo de aquellas y, por tanto, sus reales implicancias. Se intentará interpretar conceptos como “patria” y “nacionalismo” desde la propia cosmovisión popular.

Lo que se ha escrito sobre el tema, es decir “el estado de la cuestión”, es bastante escaso. De hecho, de no ser por algunas menciones puntuales la historia del internacionalismo obrero chileno vendría a ser la historia de un largo silencio historiográfico. Sea accidental o intencionado, con este olvido pareciese comprobarse la tesis de Ranahid Guha de que la historia, así concebida en occidente, no es sino lo que él llama una historia “estatista,” es decir: una narrativa “que autoriza que los valores dominantes del estado determinen el criterio de lo que es histórico.”[5] Y, como el gran valor que da cohesión a la idea de Estado es la nación, cualquier situación que atente contra ésta debe ser rechazada por contrariar la “homogénea” unidad. El internacionalismo y su pretensión de borrar las fronteras nacionales bajo la historia estatista no puede ser sino atacado, o peor aun, olvidado. Explique o no esta tesis el silencio con respecto a la materia que nos convoca, lo cierto es que su relegada situación obliga a empezar prácticamente de cero.

Como se ha indicado la figuración histórica de este ideal en la historia nacional y del conflicto limítrofe en cuestión, es prácticamente nula. Ninguno de los trabajos que versan sobre el ambiente bélico menciona siquiera la existencia de mítines y folletos contrarios al nacional-militarismo de entonces. Si bien la mayoría destaca la acción determinante de la prensa informativa y comercial como canal del nacionalismo beligerante, no se habla sobre la prensa obrera de tendencias socialistas revolucionarias que en su mayoría estuvo en contra de lo propuesto por las  publicaciones burguesas. Por otra parte, esta historiografía por su carácter “estatista” está escrita desde arriba, es decir: los hechos narrados nos presentan las acciones de los grupos dirigentes y no las de las bases que, por cierto, no siempre marchan al mismo tiempo. Así entonces -y sumiéndonos en nuestro tema-, la “paz” lograda entre Chile y Argentina en 1902, según estos autores, fue exclusivamente obra de la diplomacia y “el buen genio” de los gobernantes. Se excluyen de estos estudios los sucesos acaecidos en las bases y las formas en que éstas vieron el conflicto y de las hipotéticas incidencias de sus actividades anti-bélicas como formas de presión desde abajo.

Luis Olea
www.materialanarquista.blogspot.com
En cuanto a las esporádicas menciones que la historia ha otorgado al internacionalismo chileno, todas se encuadran en la conexión “anarquismo-antinacionalismo.” En la publicación sobre los ácratas de Sergio Grez se expone, por ejemplo, la resistencia a la guerra manifestada por grupos de obreros, pero el autor sólo se concentra –debido a la naturaleza de su investigación- en las acciones de los anarquistas. En su trabajo también se menciona el internacionalismo pero no se le define ni se ahonda en el rol confrontacional que éste adquirió entre los trabajadores y la sociedad local. Aún así Grez se constituye en un gran aporte cuando señala:

“Aunque el internacionalismo y la oposición al militarismo y chovinismo no fue patrimonio exclusivo de los ácratas -porque los socialistas no eran menos fervorosos que ellos en este plano y numerosos demócratas y radicales compartían esas banderas de lucha-, no es menos cierto que los anarquistas fueron los primeros en introducir esta “nueva causa” en los medios populares. y lo hicieron con notable persistencia y coraje en una época en que el fervor nacionalista era una característica común de todas las clases sociales”[6]

Misma línea siguió –aunque mucho antes- el otrora rostro sindical libertario Luís Heredia con su trabajo “El anarquismo en Chile,” donde también el protagonismo es exclusivamente anarco. El tema surge acá a través de una cita referida a un artículo aparecido en el periódico La Ajitación que llamaba a los obreros a desistir de las armas contra la Argentina.[7] Otro trabajo al respecto es el de Fernando Ortiz y su libro “El Movimiento Obrero en Chile”, el cual posee un capítulo con el sugerente título “Posición (obrera) ante la Guerra y tradición internacionalista”. Sin embargo, si bien trabaja este tema lo hace en el contexto de la 1ª Guerra mundial y sin mayor profundidad.[8]

Como se ha de deducir, este trabajo no puede ser sino un intento por caminar parajes escasamente transitados. Se analizará el internacionalismo –mediante la prensa obrera santiaguina- para comprobar si su ideario incidió o no con la negativa popular de marchar a la batalla. Se fragmentará el discurso internacionalista y se separarán sus tópicos más recurrentes y fundamentales. Antes, no obstante, se hará una revisión de los contextos contemporáneos que nos permitirá entender el internacionalismo en su dimensión histórica. Desde la clase obrera y su prensa-óptica nos “agitaremos” con la Cuestión Social y  “combatiremos” al conflicto limítrofe.

 

La cuestión social en el cambio de siglo (1898-1902).

“Hai quien sufre porque no halla trabajo; quien se lamenta porque está mal retribuido i el salario no le basta para aplacar su hambre; quien ve con espanto un mañana incierto; quien con terror ve acercarse las enfermedades producidas por un trabajo mortífero; i otros hai que, precozmente viejos, se ven arrojados de las fábricas i no tienen otra perspectiva que morirse de hambre en mitad del arrollo.”[9]

Los primeros años del siglo XX chileno fueron testigos de agudos conflictos sociales manifestados a través de continuas huelgas, mítines y protestas populares. Las grandes ciudades y centros productivos como Santiago, Valparaíso y el norte salitrero se transformaron en los principales escenarios de la lucha de clases.  La miseria de muchos sumada a la indolencia de unos pocos, terminó por ocasionar la radicalización de las posturas reivindicativas de los primeros. Este paisaje de disputas tenía sus orígenes en las violentas transformaciones que, paralelas a la paulatina penetración del capitalismo en el país, afectaron primordialmente a las clases trabajadoras. El avance de la industrialización desde mediados del XIX había tomado fuerza durante las últimas décadas del siglo, absorbiendo brazos y vidas populares, transformándolas y condicionándolas a la sujeción económica salarial. Los peones, trabajadores ocasionales provenientes en su mayoría del campo, fueron convertidos -al igual que el artesanado- en proletarios. La irrupción de la “modernidad liberal” en su expresión económica, generó el progresivo empobrecimiento de las clases laboriosas en beneficio de los sectores capitalistas nacionales y extranjeros. La desdicha material y social de las masas trabajadoras sumada a la paulatina politización de sus demandas y luchas para revertir tal condición, conformaron vertebralmente lo que se conoce como “la cuestión social[10]. En consecuencia, ésta fue constituida por un conjunto de problemas típicos de las sociedades capitalistas.”[11]

La primera manifestación de la cuestión social, es decir, su rostro cotidiano, tiene que ver con una serie situaciones concretas que hicieron de la existencia material de los trabajadores y sus familias un problema permanente y a la vez lacerante. En este ámbito, la vivienda fue uno de los principales dilemas. Uno de los efectos de la industrialización fue generar abruptas oleadas migratorias de campesinos que, huyendo de las escasas perspectivas económicas de las haciendas, tentaron “fortuna” en las urbes. “La ciudad atraía por la expansión de los empleos, a un ritmo menor, sin embargo, que el de la migración.”[12] Pero al ser la demanda mayor a la oferta habitacional los problemas de hacinamiento con sus respectivas consecuencias sanitarias no tardaron en llegar. Así, “la ciudad tal cual se venía desarrollando era presa fácil de las grandes pestes y epidemias.[13] El conventillo, especie de conjunto habitacional colectivo y densamente poblado, fue posiblemente “la vivienda más representativa de los pobres a finales del siglo XIX.”[14] A la falta de un hábitat mínimamente humano, se sumaban “las injustas condiciones de trabajo y salariales y el absoluto abandono jurídico-laboral en que se desempeñaban los trabajadores.”[15] Jornadas de trabajo de hasta incluso 14 horas diarias; hambre, desnutrición y miseria en arrabales y poblaciones; casi nulo acceso a bienes culturales para los pobres del campo y de la ciudad, entre otras faltas, se suman a este triste cuadro.

El rostro de político de la cuestión social, es decir, el lado público y reivindicativo del movimiento obrero, hizo de los años que nos convocan (1898-1902) un periodo representativo y fundamental del desarrollo de las fuerzas populares. En esta época, el proceso de politización de la lucha obrera se concretó, entendiendo a ésta como su progresiva concientización ideológica y su constitución orgánica como fuerza política independiente y alternativa al orden imperante.[16] Esa politización más o menos autónoma (como afirma Julio Pinto) de la acción popular, esa proyección programática e invasora de un terreno hasta entonces reservado casi exclusivamente a la oligarquía, era efectivamente un fenómeno bastante nuevo, y marcaba una gran diferencia con la tradicional efervescencia “peonal”. Allí pudo radicar, a final de cuentas, la verdadera esencia de la “cuestión social.”[17] Las clases menesterosas y populares se planteaban como un colectivo con expresiones autoorganizadas y con proyecciones de emancipación social. Un colectivo que ante la sujeción al gran capital y la negativa del Estado de actuar en su favor había alcanzado una identidad y un sistema de relaciones internas propias, cuyo poder estaba sostenido por la fuerza de sociabilidad contenida en sus diferentes organizaciones.

Desde mediados del XIX los pobres de la ciudad ante el abandono económico, jurídico y social, venían organizándose para poder contrarrestar los avances de la modernización económica y sus perjudiciales consecuencias. Por mucho tiempo las sociedades mutuales –especies de colectivos encargados principalmente de dar solución (a través del ahorro) a problemas de salud, previsión y educación- dominaron la escena popular. Desde ellas, y con el apoyo de sectores disidentes del Partido Radical, se formó en 1887 el Partido Demócrata (PD): hito fundacional de la lucha política de la clase trabajadora. En el programa del PD se planteaba por vez primera en la tradición parlamentaria: “la emancipación política, social y económica del pueblo.”[18] Su accionar se orientó a “fomentar reformas sociales  dentro del marco institucional vigente, y priorizando el uso de los instrumentos político-electorales que la legalidad oligárquica ofrecía.”[19] Desde sus inicios el Partido Demócrata “contó con la adhesión de los obreros de los centros salitreros del norte y de las grandes ciudades, así como de la clase de los artesanos y dueños de talleres.”[20] Sin embargo, en los últimos años del XIX el apoyo popular al partido retrocedió debido a su desprestigio interno y a la entrada al escenario social de nuevas orgánicas populares. “Hacia 1900 (El PD) había entrado en el juego parlamentarista, la audacia y el oportunismo caracterizaban a su principal líder: don Malaquías Concha.[21] Esta situación generó continuas disidencias de sectores radicalizados que pronto abandonaron el partido y marcharon a otras organizaciones más “socialistas.” Por otro lado, parte de las bases del PD (al igual que sus disidentes), se desencantaron de la opción parlamentaria que, a su juicio, en nada solucionaba sus míseras condiciones de vida. Con ello, iniciativas reivindicativas extraoficiales como las ofrecidas por los anarquistas y sus organizaciones vieron engrosar sus filas. Desde 1898, según Sergio Grez, los anarquistas se constituyeron como verdadera fuerza político-social, pues su accionar “logró echar raíces, reproduciéndose mas allá de sus precursores.”[22] El anarquismo propendía a una lucha frontal contra la autoridad moral y estatal y contra el capitalismo en general. Sus organizaciones más características (o mas bien, el tipo de orgánica en el que mas influyeron y ayudaron a difundir) fueron las “sociedades en resistencia” que, al contrario de las mutuales dedicadas a hacer –si pudiera decirse- “la vida mas sostenible en el interior del capitalismo”, se levantaban como instrumento de lucha directa, sin parlamento ni negociaciones. Mario Garcés se adelanta señalando que “las sociedades de resistencia y los anarquistas estuvieron (…) a la vanguardia del movimiento popular en el cambio de siglo.”[23] Contrastando en algo con esta opinión debe insistirse en que este periodo se caracteriza por la difusa frontera ideológica del movimiento obrero.[24] No es de extrañar entonces que en los periódicos de unos colaboraran representantes de las otras facciones. Por otra parte, algunos miembros de la escisión del PD que no se sumaron a los anarquistas sostuvieron en estos años constantes iniciativas orgánicas, sobre todo apuntando a la formación de un nuevo partido obrero. Así, y por ejemplo, “un grupo disidente del partido junto con otros trabajadores independientes, forma la Unión Socialista el mes de octubre de 1897.”[25] Unión que más tarde crearía el efímero “Partido Socialista”, desaparecido un año después. En 1899, y cercano al anterior, nace el Partido Obrero Francisco Bilbao, también de escasa existencia en el tiempo.

Otra iniciativa popular gestada en el cambio de siglo fue la constitución en Santiago en 1900 del Congreso Social Obrero. Este congreso dijo “tener como afiliadas a unas 169 sociedades de socorros mutuos con unos diez mil socios”. Con una activa vida gremial y reuniéndose cada dos años, “hizo suyo el programa del partido Demócrata” difundiéndolo en “vastos sectores de los trabajadores.[26] Estos años también fueron testigos de la primera conmemoración en Chile del 1º de Mayo, “Día del Trabajador”. Fecha de carácter internacional en la que el proletariado de diferentes países conmemoraba la muerte de obreros asesinados en Chicago por sostener la lucha de clases. A nivel nacional, 1899 fue el año en que “se realizó por primera vez un acto de recordación de los mártires de Chicago[27].

Los albores del siglo XX encontraron a un movimiento obrero que trascendía su campo de acción a la mera actividad económica; por lo menos así se puede comprobar en su prensa. La cultura y la auto-educación concebida en las organizaciones populares desde la Sociedad de la Igualdad en 1850 se multiplicaban en los medios de sociabilidad obrera penetrando en la cultura de los trabajadores a través de periódicos, centros culturales, charlas y acciones callejeras. Además, los movimientos socialistas nacidos en Europa tales como el anarquismo y el marxismo afluían a Latinoamérica y se condicionaban a las realidades locales. Mutuales, sociedades de resistencia, partidos obreros y congresos populares avanzaban –como afirmaba Garcés- en la “configuración de una política propia, es decir, de una “política popular.”[28]

Las clases populares irrumpían en el escenario político nacional pero la oligarquía dominante se negaba a entablar diálogos para solucionar las quejas proletarias. Pocos miembros de la elite reconocieron el problema, de hecho, la actitud de la mayoría de esa clase social apuntaba “desde la negación o la indiferencia hasta la exigencia de mano dura en contra de los elementos “revoltosos”, “viciosos” e “imprevisores” del bajo pueblo o de sus aliados que exigían cambios y mejoras sociales.”[29] Con la nula intención de negociar, las clases dirigentes no dudaron en recurrir al Ejército para contrarrestar las oleadas huelguistas de los trabajadores. “Las Fuerzas Armadas, entonces, quedaron insertas en el esquema de la lucha de clases y situadas en la barricada de las clases dominantes; por esto no fueron ni pudieron ser neutrales frente al conflicto social.”[30]

Comenzaba el siglo XX, que a pesar del desprecio de la elite y la represión prometía a los obreros “todo un mundo por ganar.” El socialismo de ese entonces (en todas sus vertientes), como metarrelato ideológico que propendía la comunión de los bienes y la construcción de una sociedad igualitaria, libre y solidaria, se arraigaba entre los obreros ilustrados y rápidamente se extendía hacia el resto de su clase.

 

La prensa obrera

La clase trabajadora del 1900 poseía numerosos centros de sociabilidad cultural. Escuelas nocturnas y sedes populares que, tal como el  santiaguino Ateneo Obrero –“especie de centro de ilustración popular (…) en el que participaban los anarquistas junto a personas de otras orientaciones y sin partido”[31]- fundado en septiembre de 1899, pretendían colaborar con la causa auto-educativa de los subalternos.[32] A estos puntos de encuentro se sumaban las instancias de difusión escrita, como folletos, libros y periódicos, los que eran repartidos a bajos precios, aportes voluntarios o muchas veces de forma gratuita entre los trabajadores. Todo esto enmarcado en la función pedagógica ilustrada común a la mayoría de las organizaciones y medios obreros.

Uno de los espacios de difusión cultural obrera de mayor trascendencia mediática fue su prensa. El aumento cuantitativo de sociedades y trabajadores “ilustrados” en un contexto de paulatina masificación cultural urbana, fomentó el crecimiento del género informativo popular, que a la vez y con mayor intensidad constituía su canal de auto-educación.[33] La prensa obrera se separa de las otras publicaciones contemporáneas por el sentido propagandístico de su accionar.[34] Se trataba de ganar espacios al capitalismo y “desplazar el control de la producción (cultural) en manos de los grupos dominantes.[35]

El analfabetismo de la mayoría de los trabajadores de esos entonces no fue impedimento para que la prensa les impactara.[36] La carencia de lectores reales “se suplía generalmente con la programación en los centros y ateneos de sesiones de lecturas dirigidas, en las cuales un activista leía en voz alta el contenido de los impresos ante un grupo de obreros.”[37] Discusión y aprendizajes de memoria nacían de este tipo de lecturas. Si bien es cierto que los canales de difusión no alcanzaban el rango de masivos, “al menos, traducían de manera local el repertorio de preferencias temáticas y valóricas de la cultura popular.[38] Estas pautas se difundían a través de otras instancias tales como el hogar, las conversaciones cotidianas, la calle, el trabajo y demás puntos de sociabilidad cotidiana.

Técnicamente, nos dice Osvaldo Arias, “la prensa obrera está constituida por publicaciones que dicen ser eventuales, quincenales o semanales, pero en la práctica son de espaciada aparición y regularidad.”[39] La discontinuidad de las publicaciones era motivo de las dificultades económicas que siempre acosaban a los obreros y que por tanto afectaban sus creaciones. Por ello es común encontrar en su prensa listas de aportes voluntarios que ayudaban a sostener las publicaciones. Por otra parte, si bien la época Parlamentaria (1891-1925) se caracterizó por la relativa libertad de prensa, incluso para la socialista, la represión también estuvo presente.[40] La policía acosó, persiguió y decomisó periódicos revolucionarios que pregonaban la destrucción del orden social capitalista.

En cuanto al contenido: “en los periódicos obreros predominan los artículos de análisis, comentarios y narraciones de movimientos sociales y hechos de actualidad; orientaciones doctrinarias, polémicas, denuncias y defensas de organizaciones de trabajadores.”[41] Se informaba del movimiento obrero internacional, insertándose además extractos de obras de los máximos teóricos del socialismo revolucionario mundial: Kropotkin, Marx, Malatesta, Bakunin, Proudhon, entre otros.

Las variadas tendencias ideológicas obreras también se diferenciaban en sus periódicos. Según Arias, entre todas las publicaciones populares se distinguían dos vertientes relativamente separadas: “reformistas” y “revolucionarios”. La primera “vive bajo la influencia de la ideología de los sectores de la clase media agrupados en el Partido Demócrata, y solo propicia reformas del sistema”, mientras que la segunda “se forma en contacto con las ideas sociales revolucionarias surgidas en Europa en el siglo XIX” (anarquismo, comunismo y socialismo en general). Por otra parte, una (la reformista) proclamaba “la defensa del suelo natal en los diversos conflictos limítrofes que ha tenido el país y entre sus artículos no faltan los de elogio y exaltación de los sentimientos patrióticos”. En la otra, en cambio, la alusión patriótica era casi nula.[42]

Los periódicos reformistas cercanos al Partido Demócrata e íntimamente unidos al movimiento mutualista se encargaban de proclamar a los candidatos parlamentarios del partido y propagar el ideario mutualista. Los socialistas revolucionarios por su parte, criticaban y atacaban de forma “provocativa” prácticamente a todo el sistema capitalista y a los que –como las sociedades mutuales y el PD- encontraban su lugar en él. Gobierno, Iglesia y clase acomodada, fueron presa de forma casi trasversal en la mayoría de sus escritos. La prensa socialista revolucionaria contaba, por lo demás, con apoyo informativo y pedagógico de redes internacionales de contacto. Desde Europa y Argentina, principalmente, llegaban –junto a las visitas de “compañeros,”- material propagandístico, informativo y teórico.[43]

Los cuatro años comprendidos entre 1898 y 1902 testimoniaron un amplio abanico de prensa obrera. Muchas publicaciones nacieron, mutaron o murieron y muy pocas sobrevivieron al periodo. Su lectura en voz alta en los círculos de sociabilidad popular extendió las ideas contenidas en ella. La prensa se transformó entonces, paralelo a la huelga, el mitin y la protesta, en otra manifestación del proyecto social popular.

 

 

Argentina y el conflicto limítrofe de 1898-1902.

En medio del conflicto social interno en el que se hallaba Chile en 1898, empiezan a sucederse tanto en el país como en la Argentina, declaraciones públicas que discrepan en cuanto a la delimitación de sus fronteras comunes, especialmente en la Patagonia y en la Puna de Atacama. Comenzándose de esta forma todo un conflicto que, si bien no pasó a las armas, estuvo a poco de hacerlo.[44]

Los orígenes inmediatos del problema son diversos. La falta de conocimiento del territorio y por lo tanto la ausencia de planos que facilitaran la demarcación dificultaba la concretización de los términos del tratado de 1881.[45] Además, hubo una intencionada responsabilidad del gobierno chileno para generar un conflicto que los llevase a un arbitraje. En 1881 se había acordado que cualquier diferencia de interpretación que no pudiese ser solucionada de forma directa entre ambos países sería entregada al arbitrio de un tercero. Basado en esa garantía “pacífica” el presidente chileno, Federico Errázuriz E. -quién asumió en 1896- “quiso modificar la política seguida con la Puna y, en la medida de las circunstancias, llevar el asunto a arbitraje. La Argentina resistió siempre este paso, pero al fin el gobierno chileno logró encontrar una fórmula que, salvando las apariencias, envolvía un verdadero arbitraje.”[46] Las diferencias fueron trasladadas a la prensa y en ambos países comenzó el debate público.

En septiembre de 1898 cuatro actas entre Chile y Argentina dejaban constancia de los desacuerdos interpretativos, conviniéndose someterlos al arbitraje. La Corona británica fue escogida como juez y, en febrero de 1899, Inglaterra dispuso un tribunal arbitral para investigar el caso. Mientras tanto, ambas partes presentaron sus tesis: Argentina reclamaba como límites las más altas cumbres continentales, mientras que Chile planteaba la división de las aguas como referente.

En Chile, en medio del delicado ambiente internacional, se generó un arduo debate en torno a las acciones que el Gobierno debía tomar para enfrentar la situación.[47] Esta discusión polarizaba las opiniones discrepantes entre pacifistas y belicistas, siendo la prensa el principal teatro de disputa para las posturas enfrentadas. Entre los belicistas se encontraban periodistas, militares, políticos y empresarios habían tomado una posición nacionalista ante el conflicto. La clase trabajadora estaba dividida, unos apoyaban la guerra, mientras otros organizaban mítines para protestar contra ella.

En tanto Inglaterra estudiaba la situación, las relaciones chileno-argentinas transcurrieron discontinuamente con momentos de tensión y dilatación. El clima de desconfianza mutua se alimentaba con una carrera armamentista. En 1900 el parlamento chileno aprobó la ley de Servicio Militar Obligatorio y Argentina hizo lo propio el año siguiente. Pero las conversaciones lograron acercar a los rivales y en mayo de 1902 ambas partes se encontraron y firmaron un nuevo acuerdo conocido como “Los Pactos de Mayo.” Tratado en el que se entregaron irrevocablemente al fallo de la Corona británica “solicitándole además, que coloque los hitos fronterizos que ordenare su sentencia.[48] Sin embargo, “los pueblos chileno y argentino no esperaron tranquilos el fallo del monarca británico. En una y otra banda cordillerana civiles ardorosos, usando como espada la pluma y la palabra de metralla, excitaron el sentimiento patriótico de las multitudes, sentimiento sencillo de movilizar y arduo de contener.”[49]

El 19 y 20 de noviembre de 1902 el fallo se concretó. Diplomática y discursivamente ambas partes se encontraron y sometieron al laudo británico. La solución no fue ni la tesis chilena ni la argentina, el criterio se basó en la población efectiva de los territorios involucrados. El resultado del conflicto dividió la opinión publica en ambas naciones: “los que se consideraban como la expresión genuina del patriotismo atacaron el fallo y los espíritus ponderados lo defendieron por la equidad de sus términos.[50] El acuerdo, sin embargo, fue respetado y la paz prevaleció.

 

Los obreros internacionalistas y su “guerra a la guerra burguesa.”

1) La patria

La guerra contra la Argentina no era un juego de palabras cruzadas. Ambos gobiernos mientras dialogaban acrecentaban sus armamentos buscando en la nivelación de estos la solución. El belicismo de muchos chilenos se mezclaba a sentimientos nacionalistas heredados de las llamadas “glorias” de la Guerra del Salitre (1879). Esta forma de pensar cruzaba y estaba arraigada en todos los segmentos de la población, en distintos niveles y significados: desde el culto casi divino hasta el desprecio más feroz. La patria del peón por ejemplo (si la sentía), no podía ser la misma que la del empresario capitalista. Pues la patria, así como la nación, no se entiende (ni se siente) de igual forma y con el mismo significado en toda una comunidad y sobretodo cuando diferencias sociales, económicas y culturales separan tanto a dos sujetos cuyos orígenes y vivencias eran tan contrapuestos.[51]

Patria y nación fueron palabras muy usadas en el debate bélico, y ambos términos eran tratados como sinónimos. Si se sigue la propuesta conceptual de Mauricio Viroli: “La diferencia crucial reside en la prioridad de énfasis: para los patriotas, el valor principal es la república y la forma de vida libre que ésta permite; para los nacionalistas, los valores primordiales son la unidad espiritual y cultural del pueblo[52]. La patria tendría que ver con el orden cívico-institucional democrático, mientras que la nación –por ser más “étnica”- propende a la diferenciación (con sus consecuencias violentas). Con estos datos se puede adelantar que tanto los belicistas como los enemigos de la guerra las utilizaron indiscriminadamente y con el mismo sentido, es decir: como nacionalismo: pasional y agresivo.

 

2) La guerra: obreros patriotas  y anti-patriotas

La clase obrera estaba dividida en cuanto a su postura frente a la guerra. Muchos eran los que imbuidos del sentimiento nacionalista tomaban el partido de los belicistas. Entre estos, la imagen estereotipada y espléndidamente publicitada del “roto chileno”, peón humilde pero fiero patriota, “vencedor de guerras injustas”, era muy popular. Es difícil calcular y separar a la población “nacionalista” de la que no lo era, pero a juzgar por los relatos contemporáneos y las mismas críticas levantadas por su retractores: los nacionalistas debieron constituirse indudablemente como mayoría. Por otra parte, muchos miembros del Partido Democrático y de las sociedades mutuales no ocultaban su simpatía hacía la hipotética movilización. A través de su prensa se recordaba a los héroes nacionales “exaltando los sentimientos patrióticos y mostrándolos como ejemplos dignos de imitarse.”[53] En este contexto y por ejemplo la Lira Popular, especie de noticiero hilarante y de amplio tiraje en tierras urbano-populares,  expresaba en versos el amor de algunos subalternos a su patria:

No es posible que el borrico
Cuyano se esté burlando
Ya le podéis ir tapando
Con la bala el hocico
El corvo chileno es chico
Pero de grande poder
Quien no lo ha visto vencer
En contra de dos naciones,
Por eso arriba leones
Nada tenéis que temer

(…) bueno es que al maricón
Que se titula valiente
Le dejéis precisamente
Muy triste mordiendo el polvo
I tu Chile con tu corvo
Pone vuestro pecho al frente.[54]

Eliseo Reclus
www.comuna-antisistema.blogspot.com
Pero no todos los trabajadores estaban tan convencidos de ese “amor a la patria” capaz de llevarlos a la guerra con el país trasandino. De hecho, las nuevas corrientes ideológicas del movimiento obrero que en el periodo iban en ascenso, como el anarquismo y el incipiente marxismo, eran bastante reticentes a los principios nacionalistas: en la mayoría de los casos eran enemigos de estos. Estos socialistas revolucionarios más algunos elementos “socializados” del PD, fueron consecuentemente enemigos de la guerra y de lo que ellos llamaron “patria burguesa.” Mítines, charlas y numerosas publicaciones periódicas se dedicaron al llamado a desistir de marchar a las “matanzas de compañeros de sufrimiento,” emprendiendo desde la prensa su abierta “guerra a la guerra.”

La patria según aquellos revolucionarios no reservaba nada para el bienestar de los obreros, al contrario, ésta había sido creada y difundida en el pueblo para someterlo de manera más dócil. Por ello, la patria –dice el anarquista Luís Olea- no podía ser sino “esa cruel madrastra del explotado, que muchas veces nos niega hasta el sagrado derecho de vivir"[55]. Y en términos gubernamentales –sigue Alejandro Escobar-“el hogar político de un pueblo. Es decir, la porción de mundo en que toda una comunidad es mantenida en la servidumbre, la opresión, mediante cierto sistema –diferente en forma, pero igual en el fondo, entre todas la patrias- de leyes conservadoras i retardatarias.”[56] Tratándose además, de un concepto que “no solamente no hace respetar la libertad del individuo -como insiste un anónimo-, sino que, nos corta toda libertad, i facilita a nuestros explotadores los mejores medios para que nos priven de las necesidades mas apremiantes de la vida.”[57] Siendo al fin –y machaca José Prat- una “esfinge que nada dice a la razón i por la cual se matan los ignorantes sin saber por qué (…) y por cuyo nombre, el proletariado de uniforme ahogará las reivindicaciones del proletariado del campo i del taller.[58]

Apelando al espíritu racionalista de la época, los socialistas revolucionarios se proponían desenmascarar la “falacia” del patriotismo (nacionalismo) a través de numerosos argumentos con ese cariz. “¡Patria! –exclama Luís Morales Morales en El Ácrata- ¿Qué entendemos por patria? Yo entiendo por patria, dirá uno, el territorio donde nací. Luego si hubiere nacido en un globo al través de las nubes tendríamos que la patria sería la región aérea. Mi patria, dice otro, es donde he adquirido mi fortuna. Entonces la patria puede estar dentro de una caja de fondo o de los bolsillos del millonario.”[59]Pretenden –vuelve Prat- algunos que la patria es la comunidad de intereses. Nada más falso. Hai mas comunidad de intereses entre el banquero chileno i el arjentino, por ejemplo, que entre estos i los labradores de sus respectivos países”[60]

Amar a la patria, decían ellos, implicaba necesariamente odiar las otras patrias. Despreciar a los otros hombres por el simple hecho de nacer (por el azar) en territorio diferente. Amar a la patria era perder el amor por los semejantes. Por tanto, la patria, continuando con sus propias palabras:“debe ser suprimida, renegada; ella marcha contra la civilización… Patria -decimos nosotros- es una lonja de terreno cuyos dueños i señores son burgueses. Patria, es propiedad, interés, fanatismo, hipocresía criminal, maldición temeraria, odio salvaje, feroz![61]

La patria, íntimamente identificada con la guerra, no podía ser objeto de amor obrero, pues el cariño a la primera significaba la inherente legitimación de la segunda. Este tópico es fundamental y transversal en toda la prensa socialista contemporánea, pues aquellos trabajadores reconocían que los que marchaban a la guerra y cargaban con todos los costos humanos eran ellos mismos. Por otra parte estaban concientes de que en caso de luchar sus víctimas serían personas de la misma y pobre condición social: “Proletarios chilenos i arjentinos sufren la misma enfermedad económica, i no es matándose unos a otros como pueden curar sus dolencias.”[62] El odio entre trabajadores de distintos países era innecesario “Los obreros i gañanes arjentinos, peruanos i bolivianos, por ejemplo, esclavos como nosotros de una misma cadena, merecen, por el contrario, la inmensa simpatía que despierta en los hombres de bien una misma desgracia.”[63] Concluyendo en decididos llamados: “Escuchad: Mas allá de los Andes hay unos obreros que sufren nuestras mismas miserias y las mismas tiranías y que, como vosotros, nada tienen que defender. Ellos no pueden ser vuestros enemigos porque son vuestros hermanos de esclavitud.”[64]

Los socialistas revolucionarios, y en especial los anarquistas, eran marcadamente anti-militaristas, pues consideraban que el militarismo era el “Gusano que corroe las entrañas de los pueblos, y  marchita la flor de la juventud.”[65] Magno Espinoza, quien fuera uno de los protagonistas de los sucesos de Valparaíso en 1903 versaba de esta forma la relación entre el obrero y la “patria-guerra”:

Soi guerrero que espongo mi pecho
que venzo naciones
conquisto laureles,
honores i glorias,
i soi yo quien conquisto
riquezas
que pronto arrebata
la casta burguesa.

Es a mi a quien llevan
al circo de la guerra
a matar infelices
que nada me hacen,
que yo no conozco
que son explotados
i sufren miserias
Como yo las sufro!

(…) No sirvo a la patria,
no sirvo al burgués
¿moriré de hambre?
no, no pues!
hoi me rebelo,
maldigo a la patria,
maldigo al burgués
que esplota mis fuerzas,
que viola a mis hijas,
i mata a mi raza!..[66].

La conexión entre patria y militarismo era para estos obreros insoslayable y por lo mismo despreciable. La guerra y los fervores nacionalistas fueron concebidos como enemigos de su anhelada nueva sociedad, contrarios por tanto, a la “doctrina humanitaria que defendían, simbolizada en el amor universal.”[67] De esta forma, persuadidos de que la patria no era para ellos objeto de aprecio, se declararon anti-patriotas y por lo mismo, antibelicistas. No porque descartaran del todo a la violencia como método de lucha,[68] sino porque no deseaban ir a una guerra en la cual las principales víctimas serían proletarios. Estos obreros rechazaron cualquier conflicto internacional, con la Argentina o con cualquier otro país. “No iré a la guerra –sentenciaba el pintor Luís Olea- porque no soy criminal, porque antes de quitar la vida a otros desgraciados como yo, le arrancaré el alma del cuerpo a todos los que son la causa de nuestra miseria. No iré a la guerra porque no tengo patria, porque la patria del hombre es el mundo, y en su estado actual de putrefacción y desconcierto ni ese nombre merece; mucho menos podré limitar mi preferencia a un pedazo de la tierra, que siendo toda, toda, el patrimonio de los hombres, no me pertenece porque me ha sido arrebatada por los ladrones burgueses. No iré a la guerra, porque todas ellas solo persiguen un interés económico, a costa de la sangre proletaria, utilizable para los dueños de la tierra y del capital. No iré a la guerra, porque la guerra es el crimen de las naciones y el suicidio de los pueblos. No iré a la guerra porque no tengo una choza, una renta, o una libertad que defender. No iré a la guerra porque no quiero que mis carnes sean flageladas por el látigo del cuartel, para imponerme el servilismo y la obediencia. No iré a la guerra, porque no quiero ostentar en mi frente, limpia, la afrentosa mancha de la disciplina y de la esclavitud militar. No iré a la guerra, porque no quiero ni debo cambiar mis pinceles y mis brochas, por el largo cuchillo de los asesinos inconcientes y salvajes (…) Los enemigos del pueblo de Chile no son los argentinos, los peruanos o bolivianos; son el hambre y la miseria, el fanatismo religioso y la explotación de las clases trabajadoras por los burgueses y capitalistas.”[69]

 

3) Los trabajadores internacionalistas.

El internacionalismo obrero establece que la solidaridad de la clase trabajadora sin distinción de naciones es la condición básica “para el establecimiento de la paz, libertad e igualdad.”[70] Cualquier situación que enturbiase aquella solidaridad, como la guerra, debía ser atacada. Concebido el Estado como una entidad burguesa sostenida para oprimir al pueblo se creía que cualquier conflicto generado a nivel gubernamental tenía como único objetivo saciar los intereses de toda índole de las clases dirigentes. Para nadie era secreto que los pobres serían los que más sufrirían las consecuencias de una contienda bélica. Los obreros chilenos que reprocharon la hipotética guerra con la Argentina unieron constantemente sus discursos anti-belicistas con los principios internacionalistas.

El internacionalismo obrero nació prácticamente al mismo tiempo en que se empezaba a teorizar el ideal socialista.[71] Desde todas las esferas ideológicas social-revolucionarias del siglo XIX se planteó que una de las mayores armas para derrotar al capitalismo sería la unidad internacional proletaria. El teórico y luchador anarquista Mijaíl Bakunin, declaró: “Si hay algún medio de salvación para él (proletariado), este debe estar en el establecimiento y la organización de la solidaridad práctica mas estrecha entre los proletarios de todo el mundo, prescindiendo de industrias y países, en su lucha contra la explotación burguesa.”[72] Eliseo Reclus, también anarquista continúa: “Nosotros nos sentimos hermanos de todos los seres de la Tierra, lo mismo de los americanos que de los europeos; así de los africanos, como de los asiáticos y australianos; empleamos el mismo lenguaje para reivindicar los mismos intereses.”[73]

Los marxistas o “socialistas de Estado” compartían similar idea. Simbólico ejemplo a este caso es el conocido final del Manifiesto Comunista: “Los proletarios con ella (la revolución), no tienen nada que perder, como no sea sus cadenas. Tienen, en cambio, un mundo entero que ganar. ¡Proletarios del mundo, uníos!”[74] Sin embargo, anarquistas y socialistas de Estado discrepaban en el sentido táctico del internacionalismo: mientras el anarquismo, al ser enemigo del Estado, reconocía la lucha contra cualquiera de ellos, para los segundos el conflicto social era local antes que internacional. Si bien para los marxistas la lucha era supra-nacional en su esencia, “el movimiento obrero era nacional en su forma, en el sentido de que los trabajadores tenían que “arreglar sus cuentas” con su propia burguesía. Además, como la clase trabajadora en cada país debía conquistar el poder político, necesariamente tenía que actuar como una clase nacional.”[75] Los ácratas desprecian la conquista del poder político (gubernamental) y por lo mismo no puede haber coincidencia en este punto con los marxistas. Aun así, en los inicios del siglo XX chileno, el internacionalismo como ideal “importado” desde Europa tenía su propia fuerza y significado.[76] Más que en materia estratégico-política se definía en contraposición a la guerra y por lo mismo no podía ser un factor de división entre tendencias. Los años de crudas luchas y descalificaciones entre las diversas corrientes socialistas –entre anarquistas, marxistas y comunistas social-demócratas principalmente- aun no llegaban. De esta forma los “internacionalistas chilenos” provinieron en su mayoría de la clase trabajadora socialista sin mayores distinciones “ideológicas”. Anarquistas, marxistas, socialistas independientes y algunos grupos “socializados” del Partido Demócrata abrazaron y se encargaron la tarea de difundir esta nueva causa entre las capas más sufridas y desfavorecidas del orden social de entonces.

 

4) Los dardos internacionalistas

En medio del ambiente belicista los trabajadores internacionalistas apuntaron sus ataques escritos fundamentalmente a tres colectivos o instituciones a los cuales responsabilizaban de atizonar el conflicto: La prensa, los militares y la clase directora.

 

 

4.1.- Contra la prensa “patriotera.”

La prensa que se identificaba por el bando belicista fue el principal blanco de los ataques internacionalistas. Se tenía muy claro que eran éstos los máximos responsables del ambiente conflictivo. Como los obreros antibelicistas eran ante todo socialistas, enemigos por tanto de la burguesía, no tardaron en identificar a este rival en las columnas de la prensa informativa y comercial santiaguina. “Burguesa y patriotera” fueron los apelativos con los que se tildó a las publicaciones que dieron espacio a la propaganda nacionalista. Los ataques eran claros y directos: “Los asalariados periodistas de la prensa burguesa, haciendo una propaganda corruptora i miserable a favor de la guerra, entorpecen el movimiento industrial i paralizan el comercio de la república, contribuyendo así, a la mayor desesperación i miseria de las clases trabajadoras.”[77] Tienen además, dice Manuel Montenegro en La Agitación: “el ingrato oficio de embrutecer a este pueblo, excitando recelos i desconfianzas contra el arjentino, han gastado mucho fósforo en exaltar los sentimientos patrióticos de los chilenos”[78]

Especial interés, en cuanto al patriotismo de la prensa y sus nefastas consecuencias, reviste un artículo noticioso aparecido en “El Ácrata” en febrero de 1900 en el que se informa de un violento enfrentamiento entre trabajadores chilenos y argentinos que terminó en la muerte de siete obreros y medio centenar de heridos.

En la localidad limítrofe de Puente de Vacas, trabajadores de ambas nacionalidades participaban en las faenas de construcción del ferrocarril trasandino. La fraternidad de los hombres del trabajo fue interrumpida por el conflicto pues la prensa belicista habría hecho su parte en ambos lados de la cordillera. Los ánimos pronto se violentaron y en los primeros días de 1900 la paz fue interrumpida por agresiones mutuas que –según afirma el periódico- costaron vidas de trabajadores chilenos y argentinos. Para los internacionalistas el responsable estaba completamente identificado: (Desde 1898),“la prensa burguesa de ambas partes llamaba a los ciudadanos a las armas, nuestros literatos prostitutos que venden su pluma al mejor postor, no se cansaban de escribirnos crónicas guerreras que venían fomentando el odio de dos pueblos de una misma raza (y ahora) tenemos que contemplar la muerte de siete de esas bestias de cargas i mas de cincuenta heridos i mientras que aquellos que fomentaron el odio entre esos dos pueblos están banqueteándose i recreándose en alguna playa nacional.”[79]

Este artículo presenta una idea que estaba profundamente arraigada en las plumas internacionalistas. Para ellos, la clase trabajadora que compartía con la burguesía los sentimientos nacionalistas no lo hacía por propia decisión, sino porque aquellas pasiones les eran inculcadas desde arriba y principalmente desde la prensa.[80] Eb palabras de Alejandro Escobar se trataba de una imposición cultural que “ayudada por un lento proceso de sugestión colectiva i por un fenómeno de capilaridad moral o presujestión, se halla(ba), como una enfermedad endémica, en la naturaleza misma de cada individuo.”[81] La prensa burguesa era el gran enemigo: la prensa obrera, a pesar de sus dificultades, no escatimó en atacarla y responsabilizarla de su destructiva “patriotería.”

 

4.2.- Contra los militares.

El Ejército y el Servicio Militar Obligatorio aprobado constitucionalmente en 1900, fueron en el contexto bélico dos blancos recurrentes de los escritos internacionalistas. Considerados como los culpables directos de las matanzas humanas, las Fuerzas Armadas no podían escaparse de la ira de estos obreros. Este odio hacia la institución militar se fundamentaba además debido al rol represivo que caracterizaba a los uniformados en las manifestaciones obreras. Para estos trabajadores la unión de empresarios y Estado-Fuerzas Armadas era una realidad evidente. Pues “cada vez que un gobernante o capitalista quiere imponer su voluntad al pueblo, se apoya en el ejército, base de todo poder tiránico.[82]

Federico Errazuriz Echaurren
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Pero la repulsión a las “armas burguesas” colmó sus ánimos con la nueva ley de Servicio Militar Obligatorio (SMO). La discusión, legislación y posterior aplicación de la ley de reclutamiento forzoso en Chile (1900) no fue una medida consensual y popular. Debido a esto, la disposición instaurada dio de frente con discursos de resistencia obrera anti-militarista. Visualizando el perfeccionamiento de la maquinaria bélica nacional y el resguardo del orden oligárquico, los gestores del SMO vieron en este una especie de “escuela de civismo y patriotismo.”[83] Los internacionalistas opinaban lo contrario, la vida militar no podía ser sino “la negación de la personalidad individual, una violación hacia la lei natural, que consagra el libre pensamiento.”[84] Desprestigiar los “beneficios” del cuartel fue la consigna: “Los microcéfalos militares, sostienen en sus conferencias i en sus mentirosas publicaciones, que la instrucción militar es necesaria para educar al pueblo en sus deberes cívicos. (…) Pero estos alcahuetes moralistas, o frailes de dormán o kepi, olvidan u ocultan que la educación que el pueblo recibe en los cuarteles, consiste en despreciar a su familia o a su mujer, por obedecer a hombres tiranos i brutos, bestiales, bárbaros, como son los llamados instructores del ejercito.”[85]

Paralelo al ataque hacia la institución castrense, el discurso internacionalista fue orientado en busca de que los trabajadores se negasen a cargar las armas. Los llamados fueron directos y los anarquistas no andaban con rodeos: “Obreros chilenos: arrojad a vuestros gobernantes esos rifles asesinos con que se os quiere armar contra vuestros hermanos; que el propietario defienda sus propiedades, que el gobernante defienda sus instituciones políticas.”[86] Por tanto, “la juventud estudiosa, los obreros concientes i el pueblo en general debe empeñar una tenaz campaña contra el militarismo parasitario, que absorbe las riquezas de las naciones, atrofia las inteligencias i mata las iniciativas de carácter popular.”[87]


4.3.- Contra la clase directora.

Para los internacionalistas las guerras eran provocadas por los poderosos y para su particular beneficio, pues en “todas ellas solo (se) persigue un interés económico a costa de la sangre proletaria, utilizable solo para los dueños de la tierra i el capital.”[88] Las clases directoras, necesitadas de apoyo popular, apelaban a los sentimientos “patrióticos” del pueblo (propagados por ellas mismas) y entonces conseguían la “carne de cañón” necesaria para conquistar nuevas riquezas. Los “poderosos” en el caso chileno, eran las clases oligárquicas. Ricas familias –en su mayoría empresarias- que, mediante amplias redes sanguíneas y comerciales estaban unidas con los máximos círculos de poder. Estos trabajadores, descontentos con sus patrones y gobernantes se consideraban así mismos “instrumentos circunstanciales” de aquellos: “Si hai guerra, es decir, peligro de balas, hambre i tormentos sin cuenta, se llama cariñosamente al pueblo, como Soberano dueño i defensor de la patria, i si hai comilonas, paseos o bailes, entonces se obliga a los soberanos a pagar la fiesta i tragar saliva.”[89]

Culpables de incitar y dirigir arbitrariamente las guerras, conflictos que solo siembran el odio entre los pueblos, los gobernantes atentaban contra los “humanísticos idearios” de esta revolucionaria clase trabajadora. Por otra parte, cuando el pueblo “productor” era movilizado perdía las escasas libertades que poseía en favor de los deberes patrióticos: “ellos, declaran la guerra sin importarles un comino nuestra opinión, pero se arrogan el derecho acogernos como monos, vestirnos como monos, hacernos marchar como monos, cargarnos como carretón de mudanzas i… al matadero… paso redoblado, a pelear rabiosamente por los amos.”[90]

Reconocidos los principales responsables de la “endémica enfermedad” del patriotismo: prensa burguesa, militarismo y clase dirigente, a los internacionalistas les correspondía dar a conocer su solución a dicha dolencia.


5) Patria universal: la solución internacionalista

Los obreros internacionalistas, socialistas revolucionarios y por tanto radicales en su cosmovisión, creían que sólo una revolución de carácter mundial podría darles la victoria final sobre el capitalismo. Para ello, la solidaridad y la unión de clase proletaria sin distinción de nacionalidad eran elementales para tan grande misión. Consideraban además que los límites nacionales (identificados con los límites estatales) no eran más que fronteras artificiales creadas para mantenerlos separados de sus hermanos de sufrimiento y por tanto de las posibilidades de revolución. Con espíritu mesiánico -propio de los movimientos revolucionarios contemporáneos- aquellos obreros vieron el día de la gran victoria unido a la jornada en que a toda la humanidad, poseída del mismo entusiasmo y la misma táctica, le bastase una sola palabra para levantar su proletario ejército “a un mismo tiempo en todos los rincones del mundo.[91] Las fronteras debían ser eliminadas y la humanidad afligida, unida en una sola y cohesionada avalancha, lograría vencer todos sus males. La idea de la gran patria universal alimentaba a estos obreros a hermanarse con los desheredados argentinos. El llamado era urgente:“reconoced, trabajadores, que la unión de todos los obreros, sin distinción de patria está ligada íntimamente al porvenir de todos los proletarios del mundo (…) No miréis en el trabajador arjentino, peruano o lo que sea, al enemigo; reconoced en él al hermano cariñoso; odiad si, odiad, con toda vuestra alma, a tus explotadores.”[92] Por otra parte, el capitalismo era mundial y en todas partes actuaba de igual forma y “si la carne de cañón i la carne de trabajo es objeto de la misma explotación en todas partes, no hai motivo alguno que se oponga a la solidaridad de los trabajadores del mundo”[93] y ante las patrias “burguesas” la gran  patria universal: “Para nosotros, el concepto de patria excluye todo sentimiento de humanidad, cuya causa es la solidaridad universal entre los trabajadores. ¡Nuestra patria es el mundo!”[94]

Inconcebible la guerra entre proletarios de diferentes naciones con su idea de “amor universal,” los internacionalistas plasmaron coherentemente estas críticas en sus escritos de prensa. Se cumplían de esta forma las profecías de los teóricos del socialismo decimonónico: la fraternidad obrera universal avanzaba.


6) Del discurso al hecho, no mucho trecho.

Si bien el presente trabajo se orienta al análisis del discurso más que la práctica del internacionalismo, ambos no pueden –en cierta medida- ser separados, puesto que estuvieron inherentemente conectados. El hecho reafirmaba la palabra y ésta llamaba a crear nuevos hechos. El “mitin contra la guerra” enriquecía los mensajes de la prensa internacionalista, prensa que a su vez llamaba a más obreros a sumarse a este tipo de reuniones. Mas allá de los escritos de estos trabajadores, el ideal “anti-patria, anti-bélico, internacionalista” se expandió principalmente a través de conferencias populares, mítines públicos, y en la “nueva” instancia conmemorativa del 1º de mayo.

Las conferencias, así como las lecturas públicas en voz alta en los centros culturales de trabajadores, fueron actos muy recurrentes en la educación socialista. Periódicamente aparecía en su prensa invitaciones o comentarios de coloquios pasados en los que un compañero debidamente preparado exponía a los concurrentes alguna materia de interés. Los internacionalistas también organizaron algunas para difundir su pensamiento. El 19 de enero de 1901 por ejemplo, Luís Morales de La Campaña expuso en el Ateneo Obrero el tema “Patria, Religión y Mentira”[95]

Durante los primeros días de octubre de 1901 el anarquista italiano Pietro Gori residente entonces en la región argentina vino a Santiago en donde -y al decir de Eduardo Godoy- dictó conferencias y lecciones teóricas en Centros Obreros, donde condenó acérrimamente y sin tapujos la guerra, en el contexto de las desavenencias limítrofes entre Chile y Argentina”[96].

Los mítines públicos fueron otra instancia donde fue propagado el antibelicismo y el ideal de la patria universal. Plazas y calles eran el lugar indicado para que oradores de distintas tendencias -a pesar del “abucheo de algunas personas, especialmente estudiantes de un colegio católico”- manifestaran su repudio a la guerra. La Luz informa que el domingo 15 de noviembre de 1901, por ejemplo, “los obreros de Santiago celebraron un mitin en pró de la paz, con una asistencia de dos a tres mil personas. Los oradores estuvieron de acuerdo en que la guerra es una calamidad que no debe existir. I ya que los gobernantes hacen mui poco para evitarla, acordaron exitar el espíritu de solidaridad entre todos los trabajadores –i especialmente entre los trabajadores arjentinos, porque con ese país se teme un rompimiento- a fin que de acuerdo los trabajadores de ambos países, puedan hacer algo mas eficaz, que lo que hacen los gobiernos, en favor de la paz.”[97]

La Casa del Pueblo, entidad organizadora del encuentro, envió saludos a los diplomáticos argentinos, hecho que fue duramente criticado por los anarquistas pues –y en sus palabras- “el acto realizado envolvía únicamente una demostración de simpatía hacia el pueblo vecino i una censura al gobierno chileno i argentino.” El saludo al gobierno argentino por lo mismo no correspondía.

El 1º mayo –día del trabajador- era simbólicamente una fecha muy importante para el movimiento obrero internacional. En ella, las clases laboriosas tomaban conciencia de que la lucha era mundial y que en todas partes los trabajadores sufrían de igual forma y sostenían las mismas demandas. La primera conmemoración de esa fecha en Chile fue en 1899, por iniciativa anarquista. En el contexto bélico de su nacimiento, el 1º de mayo no podía ser sino, “el día en que el proletariado de todos los países pisotea las fronteras –que la burguesía trata de oponerles como una barrera insalvable de odios y rencores patrióticos- para darse un abrazo con sus hermanos de todo el mundo y cobijarse bajo la bandera del socialismo”[98]

El discurso internacionalista obrero, fomentado y expandido por su prensa y materializado después en actos concretos, pudo trascender al papel en su contemporánea sociedad y perpetuarse en la posterioridad gracias a eventos como el recuerdo del 1º de mayo.

 

 

7) Epilogo de una guerra que nunca fue.

Terminado el conflicto entre Chile y la Argentina con los fallos arbítrales de la Corona británica en noviembre de 1902, la paz se aseguró en ambos lados de la cordillera. Si bien podría pensarse que los obreros internacionalistas celebraron con ánimo tal resultado, no fue así. En ellos, en sus escritos, se contemplaba más el escepticismo que la conformidad. Una guerra anunciada, excitada  y por último “detenida” por los poderosos no era motivo de triunfo. Los que ayer condenaban a los internacionalistas -acusándolos incluso de “vendidos al argentino”- (mote bastante recurrente por lo demás), ahora celebraban grandes y “amistosos” banquetes con sus anteriores enemigos. Ellos, trabajadores revolucionarios y fieles anti-belicistas, conformes con su labor e ideal, criticaron airosamente a sus hipócritas gobernantes: “en el mundo oficial i burocrático, se afirma que la paz con la Arjentina ha sido la obra de la diplomacia, i no del espíritu socialista i humanitario que se filtra incesablemente en los pueblos, gracias a la propaganda que de él hacen sus adeptos. (…) Los socialistas de aquí i allá provocaban mitins a favor de la paz, i todos nos afanamos por alejar el fanatismo de esa guerra. Y ahora las comitivas diplomáticas celebraban la paz en banquetes mientras que miles de infelices, sin trabajo i sin pan, miran con aire de estúpidos. En quince días de festejo se ha satisfecho el orgullo vanidoso de los militares arjentinos i chilenos.”[99]

Por otra parte la propaganda internacionalista durante el transcurso de estos años logró sumar a sus filas trabajadores que otrora apoyaban el belicismo nacionalista. Ejemplar de esto fue el arrepentimiento público articulado en noviembre de 1900 por algunos miembros de “La Democracia”, principal periódico capitalino del PD. Reconociendo que antes llamaban cobardes a los obreros argentinos (probablemente internacionalistas) que se negaban a partir a la guerra, justificaron su anterior actitud y declararon el giro de sus convicciones:“Lo hacíamos porque dominaba en nosotros el peor de los fanatismos: el amor a la patria; i porque ignorábamos las causas por que el pueblo arjentino se niega a concurrir a los cuarteles. Pero hoy ya hemos descifrado ese enigma, cuando han llegado a nuestras manos publicaciones obreras de la Arjentina, (…) editadas por obreros argentinos, en las cuales hemos tenido el gusto de ver que ellos no quieren la guerra con los obreros chilenos, porque los hombres no han nacido para destruirse los unos a los otros. Obreros chilenos, mirad ese cuadro que hoy presentan nuestros hermanos –también oprimidos- de allá. Ellos se niegan a concurrir a los cuarteles, porque ellos no quieren dejar viudas a nuestras esposas ni huérfanos a nuestros hijos. Ellos no son cobardes como los llamábamos nosotros. I es que ellos aman a sus mujeres, a sus hijos i a nosotros.[100]

Las tensiones diplomáticas finalizaron. Para estos obreros no obstante, la guerra no se efectuó porque “el botín” no era proporcional al esfuerzo económico que tendrían que gastar los “interesados” burgueses.  Ellos, simple “carne de cañón,” sentían que no tenían nada que agradecer ni festejar. Solo quedaba continuar luchando por la caída del orden actual y la expansión de su “humanístico” ideal.


V) conclusiones

Si al conflicto le faltaron balas para ser narrado en los libros como guerra, los papeles y la tinta en cambio, sobraron. La prensa, principal teatro de operaciones del conflicto: trinchera y puesto de avanzada de las facciones deliberantes, cobijó en sí el fuego de mil batallas. Los discursos belicistas y “patrióticos” del periodismo “comercial e informativo” en Chile y allende los Andes, fueron contrarrestados internamente por la acción de los impresos populares. Las páginas de estos accidentados y rebeldes pasquines incendiaron la opinión pública trascendiendo en los escenarios proletarios. Los argumentos contra la guerra eran claros y coherentes en ellos: la solidaridad universal y el internacionalismo estaban llamados a terminar con las patrióticas “matanzas colectivas.” Los internacionalistas chilenos, socialistas de todos los cuños, argumentaron sus principios con mítines, conferencias y actos públicos en general.

La guerra no se concretó a balazos pero aun así los obreros internacionalistas fueron escépticos con esta “paz”. ¿Fue una victoria propia? Si se anotaron como producto suyo o no el fin del conflicto es materia pendiente de historiar. También queda aplazado dilucidar si es que acaso estos actos e impresos anti-belicistas influyeron en el gobierno de turno para desistir de la guerra. Por otra parte, saber si el intercambio de material teórico, propagandístico y las visitas mutuas entre activistas obreros chilenos y argentinos crearon redes sólidas de internacionalismo directo, sería un gran aporte para el tema. ¿Cómo fueron sus relaciones con grupos pacifistas –si es que los hubo- de otras clases sociales? y ¿De qué forma estos sólidos y fraternales ideales se desintegraron para fortalecer a los posteriores movimientos proletarios nacionales y “patriotas”? ¿Qué hay del internacionalismo pampino, magallánico y fronterizo en general? Estas son algunas preguntas que quedan inconclusas y que trazan posibles líneas de investigación posterior.

Por último, en la medida que nos adentramos en el conflictivo Chile del 1900 se pudo ver que, cercano al primer centenario de la “república libre” y en la alborada del siglo XX, las clases trabajadoras, base productiva de la nación, estaban descontentas económica e identitariamente con ésta. La forma de demostrar su malestar fue concreto: desistir al propio llamado de la “madre patria” para defenderla. Si bien estos rebeldes no constituían la totalidad de sus “hijos”, tampoco eran pocos y sus gritos no fueron simples lloriqueos. La “gloriosa” patria vencedora en la Guerra del Salitre tambaleaba sacudida en las bases por los subalternos. Los patrioteros aullaban furibundos y los obreros internacionalistas, parcos y desafiantes, desistían al cuartel fraternizando con sus “compañeros de sufrimiento” argentinos.

La prensa obrera revolucionaria estaba confiada entonces: la hora de la gran Revolución llegaba y un añorado mundo nuevo se acercaba. Con un pie en el presente y el otro en el futuro, los trabajadores internacionalistas anunciaban el fin de la explotación y el nacimiento de un tiempo en el cual –desafiaba El Ácrata-“un himno de paz brotará de todos los corazones, i las guerras, la fatídica diosa del exterminio, huirá a esconderse en las tinieblas del pasado.”[101]



Notas:

[1] Licenciado en Historia, Pontificia Universidad Católica de Chile. Este trabajo fue redactado originalmente para un curso monográfico sobre la cuestión social a cargo de la profesora Ana Maria Stuven, en la Pontificia Universidad Católica de Chile, en el segundo semestre de 2007. Algunos puntos han sido someramente actualizados con investigaciones recientes. El autor agradece al Grupo Julio Rebosio de Investigación e Historia Social Anarquista y especialmente al profesor Eduardo Godoy Sepúlveda por sus comentarios, críticas y sugerencias.

[2] Carlos Pezoa Véliz

[3] Lewis Lorwin, Historia del Internacionalismo obrero, tomo I, Ed. Ercilla, Santiago, 1937. Los pensadores socialistas sin embargo, discrepan en algunos aspectos, pero por lo general “desbaratar los nacionalismos” es el nexo que los une.

[4] El Rebelde (1898-1899), La Tromba (1898), El Progreso Social (1901), La Campaña (1899-1902), El Grito del Pueblo (1900), La Ajitación (1899-1903), El Siglo XX (1901), El Trabajo (1899), El Trabajo (2)(1900), El Ácrata (1900-1901), El Martillo (1898), El Pueblo (1896-1899), La Democracia (1899-1901), La Luz (1901-1903). El Socialista (1901-1902). Selección sujeta a su disponibilidad en la Biblioteca Nacional (Hemeroteca).

[5] Ranahit Guha, Las voces de la Historia y otros estudios subalternos, Ed. Crítica, Barcelona, 2002, p. 17.

[6] Sergio Grez, Los anarquistas y el movimiento obrero. La alborada de “la Idea” en Chile, 1893-1915, LOM Ediciones, Santiago, 2007, p. 146.

[7] Luís Heredia, El anarquismo en Chile (1897-1931), Ed. Antorcha, México, 1981.

[8] Fernando Ortiz L., El Movimiento Obrero en Chile (1891-1919), LOM Ediciones, Santiago, 2005, p. 223.

[9] S. T. Merlino, ¿Por que somos anarquistas?, EL REBELDE, Nº 1, 20 de noviembre de 1898.

[10] Mario Garcés D., Crisis social y motines populares en el 1900, LOM Ediciones, Santiago, 2003, p. 131.

[11] Sergio Grez T.  (Recopilación y estudio crítico), La “Cuestión Social” en Chile. Ideas, debates y precursores, Ediciones de la Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos, Santiago, 1995, p. 9.

[12] Luís Alberto Romero, ¿Qué hacer con los pobres? Elites y sectores populares en Santiago de Chile 1840-1895, Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1997, p. 168.

[13] Mario Garcés D., op. cit., p. 88.

[14] Rodrigo Hidalgo D., La Vivienda Social en Chile y la construcción del espacio urbano en el Santiago del siglo XX, DIBAM, Santiago, 2005. Por otra parte, el arriendo de habitaciones en conventillos se transformó en un “negocio muy rentable para sectores de la élite”. Mario Garcés D., op. cit., p. 86.

[15] Ernesto Moreno B., Historia del movimiento sindical chileno. Una visión cristiana, Instituto chileno de estudios humanísticos, Santiago, 1986, p. 26.

[16]“La distancia entre ricos y pobres, que tantos autores reconocieron al cambiar el siglo, se fue tensando, confrontando, reconociendo, haciéndose mas evidente y expresándose en diversos campos de la vida social. En una palabra, la distancia entre ricos y pobres se fue politizando”, Mario Garcés D., op. cit., p.132.

[17] Julio Pinto V., Trabajos y rebeldías de la pampa salitrera. El ciclo del salitre y la reconfiguración de las identidades populares (1850-1900), Ed. Universidad de Santiago, Santiago, 1998, p. 253.

[18] Fernando Ortiz L., op. cit., p. 229.

[19] Julio Pinto V.,  op. cit., p. 257.

[20] Francisco Frías V., Historia de Chile V. 4: La República, Ed. Nascimiento, Santiago, 1947, p. 258.

[21] Mario Garcés D., op. cit., p. 139.

[22] Sergio Grez T., Los anarquistas…, op. cit., p. 27.

[23] Mario Garcés D., op. cit., p. 139.

[24] En rigor, las diferencias iniciales entre las corrientes disidentes del PD y la anarquista “fueron muy difusas, incluyéndose entre los primeros militantes “socialistas” varias figuras que la posterioridad ha identificado más bien con la segunda vertiente, como Luís Olea, magno Espinoza y Alejandro Escobar y Carballo.”, Julio Pinto V., op. cit., p. 260.

[25] Jorge Barría S., El movimiento obrero en Chile. Síntesis histórico-social, Ed. Trígono, Santiago, 1972, p. 24.

[26] Ibíd., p. 25-26.

[27] Luís Vitale, Contribución a una historia del anarquismo en América Latina, Ed. Instituto de Investigación de Movimientos Sociales “Pedro Vuskovic”, Santiago 1998, p 26. Ver también Víctor Muñoz, 1º de mayo de 1899:  Los anarquistas y el origen del “día del trabajador” en Chile, 2009: http://www.anarkismo.net/article/13000

[28] Mario Garcés D., op. cit., p. 82.

[29] Sergio Grez T., La “Cuestión Social” en Chile…, op. cit., p. 43.

[30] Hernán Ramírez N., Fuerzas Armadas y política en Chile (1810-1970), Ed. Casa de las Américas, La Habana, 1985, p. 66.

[31] Sergio Grez T., Los anarquistas..., op. cit., 50.

[32]Sus metas iban desde alfabetizar a los obreros y personas que lo necesiten, pasando por la formación de lideres que cumplieran con su labor en el campo gremial, hasta el diseño de estrategias para el movimiento huelguístico”, Sergio Pereira P., Antología crítica de la dramaturgia anarquista en Chile, Ed. Universidad de Santiago, Santiago, 2001, p. 54.

[33](…) Una cultura que sale a las calles, a las plazas y teatros, entremezclándose con la ciudad, la economía, el gobierno, los movimientos sociales y políticos, etc. Sergio Pereira P., op. cit., p. 36.

[34] Por ello se excluye a la lira popular, que si bien fue creada por individuos de la clase, apuntaba a otros fines.

[35] Sergio Pereira P., op. cit., p. 54.

[36]Las cifras totales de alfabetos oscilan entre un 32 y 38% (de 1895 a 1900), pero es de suponer que en la ciudad era mayor.” Carlos Ossandón B.  y Eduardo Santa Cruz A., Entre las alas y el plomo. La gestación de la prensa moderna en Chile, LOM ediciones, Santiago, 2001, p. 43.

[37] Sergio Pereira P., op. cit., p. 69.

[38] Ibíd, p. 81.

[39] Osvaldo Arias Escobedo, “La prensa obrera en Chile”, p. 177

[40] Entre 1898-1902 aparecieron cerca de 50 periódicos. De estos, la mitad eran publicaciones obreras (información basada en la disponibilidad de material periódico de la Hemeroteca de la Biblioteca Nacional.). Ver también, Julio Heise G., Historia de Chile: el período parlamentario (1861-1925). Tomo I, Ed. Andrés Bello, Santiago, 1974, pp. 339-346.

[41] Osvaldo Arias E., op. cit., p. 179.

[42] Ibíd, p. 189.

[43] En el caso anarquista por ejemplo, “El carácter internacional del movimiento permitió conocer con la debida antelación los diferentes planteamientos programáticos formulados por los ácratas gracias a los contactos personales con los “embajadores” de la ideología…estos cumplían con la tarea de distribuir literatura atinente en todos los países visitados y, en otras oportunidades, se presentaban, además, como corresponsales de sellos editores europeos afines, gracias a lo cual se establecían canales de distribución que mantenían al día los títulos mas importantes divulgados en el viejo continente”. Sergio Pereira P., op. cit., p. 28-29.

[44] Entre “1897 y 1901 la relaciones chileno-argentinas se sometieron a la mas dura prueba de su historia, y a no mediar la serena reflexión de sus gobernantes la espada habría suplantado el derecho.” Si bien las fechas son distintas, convencionalmente se ha ubicado el conflicto entre 1898 (cuando se recurre al arbitraje) y 1902 (los Pactos de Mayo y el fallo de la corona británica). Errázuriz G. Octavio, Las relaciones chileno-argentinas durante la Presidencia de Riesco, 1901-1906, Ed. Andrés Bello, Santiago, 1968, p. 46.

[45] Ríos G. Conrado, Chile y Argentina, consolidación de sus fronteras, Editorial del Pacifico, Santiago, 1960, p. 37.

[46] Eyzaguirre Jaime, Breve historia de las fronteras de Chile, Ed. Universitaria, Santiago, 1967, p. 95.

[47] Consecuencia de la Guerra del Pacifico, tanto Perú como Bolivia eran vistos como potenciales aliados argentinos

[48] Octavio Errázuriz G., op. cit., p. 242.

[49] Conrado Ríos G., op. cit., p. 65.

[50] Ibíd.

[51] Partha Chatterjee, La Nación en Tiempo Heterogéneo y otros estudios subalternos,  IEP, Lima, 2007.

[52] Maurizio Viroli, Por amor a la patria. Un ensayo sobre el patriotismo y el nacionalismo, Acento Editorial, Madrid, 1997, p. 16.

[53] Osvaldo Arias E., op. cit., p. 20.

[54] Juan Bautista Peralta, Pliego, “La guerra entre chile i arjentina proclamada por los cuyanos,” en Micaela Navarrete y Tomás Cornejo (compilación y estudio), Por historia y travesura. La Lira Popular del poeta Juan Bautista Peralta, Ediciones de la Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos, Santiago, 2006, p. 164.

[55] Luís Olea, “Extracto de una refutación al artículo de A. Dester, titulado: La religión de un cobarde”, LA TROMBA, Nº 1, 1ª semana de marzo de 1898.

[56] Alejandro Escobar i Carballo, “La paz armada”, LA CAMPAÑA, Nº 8, septiembre de 1900.

[57] Anónimo, “el patriotismo i sus consecuencias”, EL ACRATA, Nº 1, 1 de febrero de 1900.

[58] José Prat, “¿Patria o farsa?”, LA CAMPAÑA, Nº 6, 1 de mayo de 1900.

[59] Luís Morales M., “Patria”, EL ACRATA, Nº 10, 25 de noviembre de 1900.

[60] José Prat, “¿Patria o farsa?”, LA CAMPAÑA, Nº 6, 1º de mayo de 1900.

[61] Manuel O`Rian, “Patria”, EL ACRATA, Nº 2 (año II), 2ª quincena de marzo de 1901.

[62] Anónimo, “Nuestra patria es el mundo”, LA CAMPAÑA, Nº 7, julio de 1900.

[63] Juan Sin Patria, “Servicio Militar Obligatorio”, LA CAMPAÑA, Nº 7, julio de 1900.

[64] Anónimo, “El peligro se acerca a los trabajadores chilenos”, LA AJITACIÓN, Nº 5, 1º de enero de 1902.

[65] Anónimo, “Crisis Patriótica”, EL ÁCRATA, Nº 5, 1º de Julio de 1900.

[66] Magno Espinosa, “Lo que dice el pueblo” LA CAMPAÑA, Nº 1, 2ª quincena de agosto de 1899.

[67] Anónimo, “Nuestra patria es el mundo” LA CAMPAÑA, Nº 7, julio de 1900.

[68] “(…) La guerra, si no es posible evitarla, solo debe tener lugar contra sus infames instigadores: los zánganos explotadores i ladrones, que componen la burguesía chilena.” Olea Luís, “Estracto”, LA TROMBA, Nº 1, 1ª semana de marzo de 1898. “(…) cuando empuñen un sable o un rifle, esas armas deben ser vueltas contra sus verdaderos enemigos: frailes jueces i gobernantes.” Anónimo, “Nuestra patria es el mundo” LA CAMPAÑA, Nº 7, julio de 1900

[69] Luís Olea, “Extracto de una refutación al artículo de A. Dester, titulado: La religión de un cobarde”, LA TROMBA, Nº 1, 1ª semana de marzo de 1898. Reproducido en El Surco, Santiago, abril, 2009.

[70] Lorwin L. Lewis, op. cit., p. 23.

[71] Según Lorwin, el internacionalismo se presentó por vez primera, cuando la Santa Alianza europea a principios del XIX, persiguió a “los liberales y demócratas de aquellos países (quienes) unieron sus esfuerzos en una acción común”. Las revoluciones europeas de 1848 junto a la Comuna de Paris en 1871 (y sus persecuciones), consolidaron el movimiento. Lorwin L. Lewis, op. cit., p. 30.

[72] G.P Maximoff (comp.), Mijaíl Bakunin, Escritos de filosofía política, V. 2, Alianza Editorial, Madrid, 1990, p. 71.

[73] Eliseo Reclus, Evolución, Revolución y Anarquismo, Editorial Proyección, Buenos Aires, 1969, p. 45.

[74] Karl Marx y Friedrich Engel, El manifiesto comunista, Centro Editor de Cultura, Buenos Aires, 2006, p. 94.

[75] Lewis Lorwin, op. cit., p 38. Esto explica el rumbo cercano al nacionalismo del marxismo en el siglo XX.

[76] La penetración ideológica fomentada por inmigrantes europeos avecinados principalmente (en el caso sudamericano) en Buenos Aires que luego se extendió a Chile, se vio acompañada por la introducción de material teórico desde el viejo continente. Reflejo de esto es la prensa anarquista donde “los autores mas citados son: Eliseo Reclus, Pedro Kropotkine, Herbert Spencer, Miguel Bakunin, Máximo Gorki, Juan Grave, P.J. Proudhon, etc.” Arias E. Osvaldo, op. cit., p 46.  Por otra parte la expansión del internacionalismo según Lewis se explica por la acción de 6 factores: 1) Emigración de las masas. 2) la competencia en los mercados mundiales. 3) el deseo de los trabajadores de los distintos países de protegerse mutuamente en sus conflictos económicos. 4) el ideal democrático y el deseo de asegurar la independencia de las pequeñas nacionalidades amenazadas por la política usurpadora de las grandes potencias. 5) el problema de la paz y la guerra; 6) el ideal socialista de la emancipación de los trabajadores.” Lorwin L. Lewis, op. cit., p. 24.

[77]Anónimo, LA TROMBA, Nº 2, 2ª semana de marzo de 1898.

[78] M. J. Montenegro, “Solidaridad internacional”, LA AJITACIÓN, Nº 1, 9 de septiembre de 1901.

[79] AMALFI, “El patriotismo i sus consecuencias”, EL ÁCRATA, Nº 1, 1 de febrero de 1900.

[80] “La prensa burguesa, llenaba sus columnas con artículos de almibarado patriotismo para enardecer el nervio infantil de 20 años; (los jóvenes obreros) fascinados por la falsa propaganda de la prensa se entregan con la inconciencia de la pubertad para ser instruidos en el arte de matar i aborrecer a sus hermanos de lucha.” Camilo Desmoulins, La Guardia Nacional”, EL MARTILLO, Nº 2, 24 de julio de 1898.

[81] Alejandro Escobar i Carballo, “La paz armada”, LA CAMPAÑA, Nº 8, septiembre de 1900.

[82] Agustín Saavedra, “Diversas formas de esclavitud en la sociedad presente”, LA AJITACIÓN, Nº 8, 1 de marzo de 1902.

[83] Hernán Ramírez Necochea, op. cit., p 43.

[84] Agustín Saavedra, “Diversas formas de esclavitud en la sociedad presente”, LA AJITACIÓN, Nº 8, 1 de marzo de 1902.

[85] Alejandro Escobar, “La instrucción obligatoria i la escuela del crimen”, EL ÁCRATA, Nº 8, 15/9/1900.

[86] Anónimo, “El peligro se acerca. A los trabajadores chilenos,” LA AJITACIÓN, Nº 5, 1/1/1902.

[87]Anónimo, “Crisis patriótica”, EL ÁCRATA, Nº 5, 1/7/1900.

[88] Luís Olea, “Extracto de una refutación al artículo de A. Dester, titulado: La religión de un cobarde”, LA TROMBA, Nº 1, 1ª semana de marzo de 1898.

[89] Agustín Saavedra, “Ecos de una fiesta”, LA AJITACIÓN, (Nº desconocido), 28 de septiembre de 1902.

[90] Camilo Desmoulins, “Impresiones de la semana”, EL MARTILLO, Nº 1, 3 de julio de 1898.

[91] Eliseo Reclus, op. cit., p 45.

[92]J. M. Cádiz, “Mirando el Porvenir”, EL SIGLO XX, Nº 1, 1º de mayo de 1901.

[93]M. J. Montenegro, “Solidaridad internacional”, LA AJITACIÓN, Nº 1, 9 de septiembre de 1901.

[94]Anónimo, “Nuestra patria es el mundo”, LA CAMPAÑA, Nº 7, julio de 1900.

[95] “Patria, Relijión y Mentira.”LA CAMPAÑA, Nº 10, enero de 1901

[96] Eduardo Godoy Sepúlveda, Pietro Gori: Biografía de un “Tribuno Libertario” y su paso por Chile (1901). Santiago, 2009, Inédito, p. 7. Agradecemos a su autor el acceso al presente artículo. Además véase Sergio Grez, Los anarquistas…, op. cit., p. 64.

[97] Anónimo, “Ecos de un mitin”, LA LUZ, Nº 5, 4 de enero de 1900.

[98] Magno Espinosa, “El 1º de Mayo”, EL REBELDE, Nº 2, 1 de mayo de 1899.

[99] SENZA PATRIA, “Ayer, hoi i mañana”, LA AJITACIÓN, Nº (desconocido), 28 de septiembre de 1902.

[100] Anónimo, “El patriotismo Arjentino” LA DEMOCRACIA, Nº 31, 11 de noviembre de 1900.

[101] E. De Asadra, “Armonía Universal”, EL ÁCRATA, Nº 11, 1ª quincena de marzo de 1901.