La prensa peruana y la construcción de estigmas en la esfera política de la sociedad contemporánea: Conga, Universidad de Huamanga y La Parada

Peruvian press and construction of stigma in policy field of contemporary society: Conga, Huamanga University and La Parada

Imprensa peruana e construção de estigma na política de campo da sociedade contemporânea: Conga, Huamanga Universidade e La Parada

Carlos Rodrigo Infante Yupanqui[1]

Recibido: 17-04-2016 Aprobado: 14-06-2016

 

Introducción

El objeto de estudio de la presente investigación se abre desde el análisis del papel de la prensa peruana –aquella que tuvo y tiene alcance nacional– en el proceso de construcción de los estigmas en la esfera política de la sociedad contemporánea.

Tomamos este tema porque se trata de un problema social, de una práctica recurrente, común en la historia social y política del Perú, pero, también, peligrosa para los objetivos nacionales, si lo que se quiere es acelerar y concluir con el proceso de la construcción de la nación peruana.

A lo largo de la historia, los estigmas sirvieron para imponer y legitimar determinadas marcas o señales –reales o imaginarias– en grupos sociales que no merecían el favor de las clases dominantes y de aquellas clases subalternas arribistas que juzgaban a sus pares bajo el modelo del status moral vigente. La idea era “exhibir algo malo y poco habitual en el status moral de quien los presentaba” (Goffman, 2006:11). Esta costumbre se reprodujo a través de la historia. Parafraseando a Bourdieu y Passeron (1981), la violencia simbólica se habría encargado de mediar entre el estigma y la sociedad.

Los enfermos de sida son, actualmente, los leprosos del pasado. Los atrabiliarios de la época clásica (Cfr. Foucault, 1988) son los terroristas de los tiempos actuales. Los pobres de siempre, en cambio, no han variado mucho en su representación. Significan lo mismo, ostentan configuraciones curiosamente similares en cualquier espacio, aunque dependerán de las perspectivas de los grupos sociales.

En Argentina, el cirujeo[2] provocó un clima interesante (Perelman, 2010). Los llamados recicladores, arrojados a ese estado luego de haber perdido sus empleos como efecto de las reformas neoliberales implementadas entre 1970 y 1990, se encontraban en el límite de esa delgada línea que representaba el estigma y la vergüenza. La idea del trabajo debía enfrentar una dicotomía a la luz de la moral dominante: un trabajo “digno” y otro “no digno”.

Verónica Benítez, una estudiante de Comunicación social de la Universidad de Cuyo en Argentina, asegura que la pobreza ha servido de soporte para construir un estigma por el que se le relaciona con la delincuencia. Ocurre lo mismo –dice– con los negros y hasta se les gasta bromas no necesariamente racistas: “yo no hablo de los pobres que trabajan, sino de aquellos vagos que reciben apoyo del gobierno” o “hablo de los negros por dentro, no por fuera” (Benítez, 2012). Pero los estigmas no se condensan solo en el campo social. El campo de la política –espacio que tiene su propia complejidad si se le entiende desde la perspectiva de Bourdieu– ha tenido su particular dinámica. Eso no ha impedido que la idea central acerca del estigma varíe, sigue siendo algo más que una clausura discursiva, es la “violencia transfigurada en palabra política” (Rico, et. Al, 1995:101).

En el simposio: “Estigmas y demonios de las izquierdas en América Latina 1919-1956: herejes, expulsos, espías y disidentes”, Adriana Palomera y Pedro Rosas (2012), encontraron esas formas de exclusión política y social que se generaron a partir de la estigmatización de los grupos de izquierda. Palomera y Rosas aseguran que tras la dictadura militar y el inicio de la transición –de 1970 hacia finales de los ochenta– se gestó una corriente dominante ordenada por un pragmatismo en todos los campos de la vida social, que se propuso aplastar posiciones contrarias o críticas a través de medidas administrativas concretas y de calificaciones que iban desde la infiltración, hasta la de atribuirles la condición de delincuentes.

El estigma –ese fenómeno que coloca a unos como normales y a otros como anormales– ha sido en la historia de la humanidad, la marca del descrédito, del desprecio y de la discriminación, su base fue en ocasiones los defectos físicos, los males sociales o la letanía ideológica.

Esto último se expresó durante la Segunda Guerra Mundial, cuando el antisemitismo terminó configurando un estigma en contra del pueblo judío. Hacia los años noventa, la guerra del petróleo –que incluye la invasión a Iraq y Afganistán, la respuesta fundamentalista con el derribo de las torres gemelas en el corazón de los Estados Unidos y la guerra contra Irán y Siria– prolongó el histórico conflicto entre dos de las religiones de origen semita más importantes de los últimos tiempos y reconstruyó un estigma alrededor del terrorismo.

Lo cierto es que, los conflictos del tipo que éstos sean, somete a unos, bajo la férula del estigma impuesto por los vencedores.

En una huelga, por ejemplo, los vencedores no siempre son los manifestantes, sus reclamos en tiempos actuales confrontan una implacable represión policial y mediática que regularmente lleva a los huelguistas al fracaso. De esto es de lo que hablamos, de ubicarlos en el lado de los vencidos y de impregnarles una categoría particular de estigma, el estigma de los “sujetos criminalizables”. Pero en todo fenómeno estigmático debe existir una especie de complicidad (Goffman, 2006: 20).

Los presos políticos de Chile, por ejemplo, aceptaban someterse a un estigma, lo compartían, pero no era el estigma del criminal, del terrorista, sino del rebelde (Rosas, 2010).

En el Perú, país que vivió –como la mayoría de naciones del continente– un proceso insurgente en la década del ochenta y parte del noventa, el estigma alcanzó connotaciones sumamente complejas –mucho más intensas, podría decirse–, más que en otros países, merced a factores diversos. Las consecuencias del conflicto terminaron por extender a toda acción colectiva el sello de una marca que los confinaría a la exclusión. Los términos “violentistas”, “revoltosos”, “terruco” (Cfr. Aguirre, 2011), “pro terroristas”, “infiltrados”, “antimineros”, “terroristas antimineros”, etc., no son solo estereotipos, clichés o simplemente expresiones semánticas, son los nuevos estigmas de la historia contemporánea. Acaso así se evidenció con los conflictos activados en Cajamarca, Espinar, Cusco, Arequipa, Apurímac y otras ciudades del Perú a consecuencia del problema de la minería[3].

La participación de los medios de comunicación masiva en este contexto, indudablemente, fue fundamental[4]. Y si bien no hay muchos trabajos que confirman el papel de los medios en el estímulo de los conflictos, las evidencias abundan, los titulares de la prensa peruana, por ejemplo, tienen no pocas veces este interés.

Por cuestiones metodológicas creímos pertinente trabajar dos categorías teóricas: las mediaciones y los estigmas. Para la primera categoría nuestra fuente principal fue Jesús Martín Barbero, su teoría será puesta a prueba (Cfr. Bunge) en la presente investigación. Sin embargo, el enfoque de nuestro análisis teórico no deviene necesariamente en culturalista. Creímos prudente añadir una dosis de crítica social, lo que derivó en un enfoque socio crítico.

Para la segunda categoría, desarrollamos la propuesta de Erving Goffman y de autores que se inclinan por su enfoque.

 

Estigmas y mediaciones. Algunas aproximaciones teóricas

Uno de los trabajos más conocidos de la autoría de Jesús Martín Barbero corresponde al libro titulado De los medios a las mediaciones, un esfuerzo intelectual que sintetiza la teoría más importante del culturalista español y cuya propuesta ha servido para examinar los límites de las mediaciones, una categoría que se supone comunicacional, pero que camina por los linderos de otras disciplinas sociales, tales como la sociología y antropología.

Pero no es casualidad que un científico social de la talla de Martin Barbero, que ha dado mucho de su vida a los estudios antropológicos, haya decidido realizar uno de sus mayores aportes a la comunicación, antes que a otras disciplinas. El tema sigue siendo la prematura condición disciplinaria de la comunicología. Pero de eso, nos ocuparemos en otra oportunidad.

De primera instancia, De los medios a las mediaciones nos remite a la idea de que no siempre los medios de comunicación han formado parte del fenómeno mediático. De ahí que la explicación de Martín Barbero tiende a privilegiar lo sincrónico asumiendo una aparente posición crítica frente a la realidad social que, muy a pesar nuestro y de la virtud de su trabajo, deriva en una tesis destinada a sumergir el fenómeno mediático en la esfera de la cultura, cuya autonomía frente a la realidad social es la principal característica de los culturalistas. Esto se clarifica cuando el autor reduce la sociedad a la cultura y la cultura al consumo.

Recurriendo al análisis del estadounidense Bell, Martin Barbero plantea una gran verdad. La nueva vida que desarrolla la sociedad contemporánea se encuentra anclada a la lógica de las media. La constitución de la cultura de masas se convierte en el principio de la inteligibilidad global de lo social, asegura Martin Barbero parafrasean a Riesman. Es decir, el nuevo razonamiento que devendrá en sentido común de la sociedad en general será la cultura de masas, eso que los medios proyectan, configuran, construyen y realimentan. El nuevo tipo de hombre es el “hombre medio” o, más bien, el “individuo medio”, que reemplaza a las clases sociales, quebradas por la sociedad de consumo, la misma que dio vida a una cultura de masas reflejada en el dinamismo del individuo. Una cultura que cobra vida gracias a los medios masivos.

La mediación no se entiende sin los medios. Son estos, desde la tesis de Martin Barbero, los que, en la sociedad de consumo, definen el rumbo histórico de los individuos. Son las millones de formas simbólicas las que moldean al hombre contemporáneo, los vuelven hombres o individuos medio. La potencia de su capacidad articuladora le otorga una condición omnipotente. De ahí que lo lejano se torna próximo. “Ahora, las masas, con ayuda de las técnicas, hasta las cosas más lejanas y más sagradas las sienten cerca. Y ese ‘sentir’, esa experiencia, tiene un contenido de exigencias igualitarias que son la energía presente en la masa” (Martin Barbero, 2003:65).

Por momentos el autor descubre su idealismo, no tanto porque, para muchos hombres, objetos distintos siguen siendo inalcanzables, sino porque la naturaleza social requiere de las distancias como de las proximidades, para mantener un equilibrio en cualquier orden de cosas.

Las fronteras nacionales, por ejemplo, vulneradas por ese razonamiento homogeneizantes de los media, de la llamada cultura de masas y de la sociedad de consumo, ha fracasado. La Unión Europea, una coalición de naciones de occidente, ha enfrentado no hace mucho una de sus peores pesadillas al someterse a los designios de una de las crisis mundiales más graves de los últimos tiempos. Ha descubierto que la realidad es más fuerte que el deseo, realidad que ha dejado incólume la necesidad de preservar espacios imaginarios a donde la economía pretendió ingresar y liquidar.

Hay algo interesante en todo este fenómeno que no solo se ocupa de procesar una relación entre sociedad de consumo, cultura de masas, hombre medio y medios masivos, que, a lo mejor, devino en tal a consecuencia de procesos económicos, sociales y culturales demasiado abstractos.

Existen aspectos derivados de esta compleja realidad, que tienen que ver con las estructuras de poder y nuevos dispositivos de control y propiedad.

Es decir, no se puede señalar que los media controlan la vida de las personas sin que dichos medios hayan devenido en poderosos aparatos de control social absorbidos por grupos de poder económico y político. Jesús Martín Barbero señala que esto ha ocurrido de dos formas. La primera que reconoce “la conversión de los grandes medios en empresas o corporaciones multimedia, ya sea por desarrollo o fusión de los propios medios de prensa, radio o televisión, o por la absorción de los medios de comunicación de la parte de grandes conglomerados económicos; y dos, la desubicación y reconfiguración de la propiedad” (Martín Barbero, 2007:257).

Este tipo de fusión, bajo características propias de cada país, ya sean éstos desarrollados o subdesarrollados y en donde el régimen económico capitalista tiene influencia, produjo la fusión de empresas de comunicación. No señalaremos los casos de compañías de televisión absorbidas por grandes cadenas de propiedad de multinacionales, porque no vienen al caso. Solo diremos que esto se reprodujo desde los años noventa, desde los Estados Unidos, pasando por Europa y Asia, hasta América Latina.

En el Perú, el caso concreto se refleja con la absorción de América Televisión a cargo de Televisa de México, canal que pertenece a Plural Tv, formado por los diarios El Comercio y La República. En efecto, “Lo más significativo es su presencia en la televisión, primero con Canal N en la zona de pago por cable, y luego con América Televisión Canal 4”. (Gargurevich, 2012:26).

Lo mismo se advierte con la prensa. “La adquisición por parte del Grupo El Comercio del 54% de las acciones del Grupo Epensa, concretada en agosto del 2013” (Acevedo, 2014:135), nos traslada a un “cuasi monopolio” a decir de Jorge Acevedo (2014). “El proceso ha llevado finalmente a la fundación del Grupo ECO, que controla, en el ámbito informativo, además del diario ya clásico, los cotidianos Trome, Perú 21, Depor y Gestión” (Gargurevich, 2012: 26).

Pero el fenómeno mediático no es la causa de los estigmas. Ambos configuran procesos equidistantes, complementarios, sincréticos, que nacen, como se ha dicho, de procesos de desequilibrio social, económico y político que la historia moderna ha forjado a lo largo de casi tres siglos.

En este contexto, señala Martin Barbero, la función de los medios en nuestra sociedad ha cambiado profundamente, ya sea en su relación con el poder político o con las lógicas del mercado. Y si antes su función era informativo instrumental, aspirando a consolidar la idea de un tipo de nación de acuerdo al modelo político vigente; hoy en día, los medios caminan en sentido contrario, pues, se han convertido en poderosos agentes de devaluación de lo nacional. “Los medios ponen así en juego un contradictorio movimiento de globalización y fragmentación de la cultura, que es a la vez de deslocalización y revitalización de lo local” (Martín Barbero, 2007:259).

Entre tanto, en el plano político, el papel de los medios es aún más categórico. La identidad de los medios ha cambiado profundamente, asegura Jesús Martin Barbero.

Por un lado, los medios están pasando de simples intermediarios de las formaciones políticas con la sociedad, a mediadores en la constitución del sentido mismo del discurso y de la acción política; de simples transmisores de información o de doctrina y consignas, a actuar en la política –aunque en ello se disfracen también otras intenciones e intereses- como fiscalizadores de la acción del gobierno y de la corrupción en las distintas instituciones del Estado.

La idea no parece ser tan compleja, pero tampoco deviene en un proceso sencillo. Los medios siguen cumpliendo un rol, un comportamiento, siguen asumiendo funciones en la dinámica social. La diferencia de una función comunicante con una función de control que ostentan actualmente los medios, radica en dinámicas complejas que tienden a re significar los modos de pensar y de hacer. Pero, no son funciones o roles derivado del desarrollo de estos, cuya moderna tecnología prefigura inevitables cambios, sino de cambios estructurales y culturales en donde la producción, la economía y su nueva lógica, así como otras variables intervienen para hacer de los medios elementos de control social.

En cuanto al estigma, no haremos un recuento histórico. Tampoco recurriremos a sus orígenes y al aporte de la filosofía griega. Procuraremos, más bien, a la luz de la teoría social, reorientar el enfoque del trabajo de Goffman con el fin de abrir los horizontes a un estudio en el campo político y social, espacios sincrónicos cuyas leyes generales ordenan formas de funcionamiento invariables y propiedades específicas (Bourdieu, 2000: 112).

Goffman considera que el estigma es entendido de modo similar a como lo fue originalmente. La única diferencia es que ya no se dirige contra las manifestaciones corporales sino contra el mal en sí mismo (Goffman, 2006:11). Hay una dosis simbólica en las percepciones actuales, una reelaboración sometida a cuestiones subjetivas. Esto no significa que los signos corporales que dieron origen a los estigmas del pasado hayan desaparecido completamente, los estigmas siguen siendo marcas que exhiben algo malo y poco habitual al status moral. Muchas enfermedades se conservan en el tiempo: el estigma del ciego, del sordo, del tartamudo, del inválido, del viejo, de la prostituta, etc., conservan formas de marginalidad y exclusión.

El estigma es un fenómeno complejo que –no obstante su categoría o los atributos que posee– se subordina a un tema más amplio, el de la identidad social, sea esta real o virtual.

Un elemento fundamental en el ser estigmatizado es aquel atributo devaluado o degradado que se construye alrededor suyo. Goffman lo menciona y asegura que se trata de una propiedad profundamente desacreditadora. Un atributo que a los ojos de una sociedad que comparte ciertos cánones morales establece un límite entre lo normal y lo anormal.

El estigma se alza no en función del defecto o lo que se presume es un defecto, sino de la relación y del producto de esta relación. No existe estigma si no hay sujeto estigmatizador, obviamente no hay estigma si no hay sujeto estigmatizado. El proceso que da vida a este fenómeno es la relación, el lazo que une y a la vez que separa a ambos sujetos.

Superado este punto, veamos qué tipo de estigmas se configuran en las relaciones sociales. Goffman menciona tres tipos de estigmas diferentes. El primero corresponde a las deformaciones físicas, el segundo a los defectos del carácter del individuo. En este último punto podrían ubicarse, dice el autor, las perturbaciones mentales, adicciones a las drogas, alcoholismo, homosexualidad, desempleo, intentos de suicidio y conductas políticas extremistas (Goffman, 2006:14). Es decir, producto de estas formas de comportamiento individual o colectivo suelen construirse estigmas alrededor del sujeto o sujetos. Un tercer tipo se refiere a los estigmas tribales como la etnia, la nación y la religión.

Lo interesante de todo esto, precisa Goffman, es que, cualquiera sea el tipo de estigmas que se reconozca, tienen los mismos rasgos sociales.

En este punto es preciso aclarar que estigma y discriminación no son lo mismo. Son categorías que pertenecen a la exclusión o a la desigualdad social y que tienen connotaciones diferentes.

Riesman, citado por Goffman, añade que el estigma tiene visos ideológicos que explica la inferioridad de la persona estigmatizada y da cuenta del peligro que representa esta persona, racionalizando a veces una animosidad que se basa en otras diferencias, como, por ejemplo, la de clase social (Goffman, 2006).

De cualquier forma, nuestros discursos están absorbidos por una tendencia a estigmatizar las cosas. Esto ocurre cuando se utiliza el adjetivo para referirse a alguna cosa o persona. A menudo solemos llegar a la ofensa y decimos “tarado”, “imbécil” sin percatarnos del estigma que vamos construyendo inconscientemente. Para algunos, estas expresiones triviales comportan el razonamiento cotidiano, sin embargo, su sola mención define las imperfecciones en el espacio del comportamiento individual y grupal.

Pero el proceso estigmatizador no solo propone una relación entre dos o más personas, tampoco la de establecer límites identitarios o diferenciar lo normal frente a lo anormal. El estigma, además de ejercitar un tipo de violencia contra el “otro”, construye generalmente una reacción no siempre planificada. La victimización es una forma de respuesta.

Sin embargo, la victimización no es entendida únicamente como el reflejo del ataque estigmatizante. Goffman se refiere a las condiciones favorables para que el estigmatizado corrija el defecto y se allane al apoyo que habrá de recibir en su condición de víctima.

Esto ocurre solo si la víctima asume ese papel, si admite que posee un defecto conductual o un signo corporal del que debe avergonzarse, antes que mostrar temor[5]. Tómese en cuenta que el sujeto estigmatizado se sumerge en una incertidumbre cuando hace contacto con la eventualidad de su marginalidad.

Pero el papel de víctima implícitamente introduce otro elemento al proceso: el de la complicidad. Se es estigmatizado solo si se comparte la voluntad para serlo. En algunos casos, esa voluntad pasa a convertirse en una actuación utilitaria. Esto puede explicar la intencionalidad de ciertos grupos por provocar un estigma sobre ellos y sacarle la mayor ventaja.

No obstante esto, el estigma no siempre es indulgente, pasivo y benevolente[6]. Aunque en estos casos, dijimos, hay una voluntad de resignación que se resuelve compartiendo el estigma. Lo cierto es que existen gradaciones y categorías de estigma. Total, se trata de un tipo de estatus social que tiene un carácter excluyente, pero también inclusivo, porque así como se les censura, como parte de la dialéctica social, también se les otorga la ventaja de unirse, de cohesionarse y de enfrentar inexorablemente las formas de exclusión.

Los judíos en plena Segunda Guerra Mundial presentaron resistencia no al estigma, sino a la exclusión, a la opresión, a la proscripción. No aceptaron la normalización de aquella relación, como ninguna persona que sea consciente de la necesidad de que las diferencias subsistan a expensas de los estigmatizados. El problema no está en los “otros”.

A diferencia de las personas que conviven con el estigma, intentando un “modelo de normalización” (Schwartz citado por Goffman, 2006:44), hay quienes apuntan a agudizar consciente o inconscientemente las contradicciones entre los componentes del proceso, empujándolos o propiciando una actitud fóbica que busque resolver el problema por medio del conflicto. Reiteramos: no siempre el estigma nace de signos corporales evidentes. Ya lo dijimos líneas arriba, los estigmas en esencia, en nuestros tiempos, aparecen sobre la base de corporaciones simbólicas antes que físicas.

Este es el espacio en donde afloran aspectos subjetivos de la percepción que tiene la sociedad sobre grupos sociales y que consciente o inconscientemente provocan una mirada distinta del conjunto, una mirada que los convierte en “anormales”, parafraseando a Goffman.

La subjetividad es el campo donde las ideas, donde las formas distintas de ver el mundo, se mueven y se intensifican. Las marcas físicas del pasado se convierten en marcas simbólicas del presente. El sistema de valores dominante definirá cuáles y a quiénes se les impondrá esas marcas simbólicas. El uso de las diferentes formas de mediación será útil a estos fines.

¿Hay estigmas buenos y malos? La pregunta la hacemos pensando en los prejuicios, un concepto que nos remite no necesariamente a ver ángulos negativos en las relaciones sociales. Y es que hay prejuicios sociales positivos, como hay prejuicios sociales negativos que se muestran en la vida cotidiana. Personas de color o de cierta raza que merecen expresiones de desprecio. Personas de traje, de color de piel o con limitaciones físicas que provocan consideraciones especiales. Todo esto define que los prejuicios en general no siempre se inclinan a lados negativos.

Pero no hay duda que estigma, prejuicio y discriminación tienen ciertas fronteras que comparten.

Marija Miric precisa que “uno de los conceptos más frecuentemente confundidos con el de estigma, ya sea implícita o explícitamente, es el de actitud. Una actitud, según la definición clásica de Allport, está definida como ‘un estado mental y neuronal de disposición para responder, organizada por la experiencia, que ejerce una influencia, directiva o dinámica, sobre la conducta respecto a todos los objetos y situaciones con los que se relaciona (Allport citado por Miric, 2003:3). En este sentido, en función de sus actitudes, una persona tenderá a comportarse de una manera determinada, en situaciones más o menos parecidas” (Miric, 2003).

El estigma parece ser más un juicio –o más bien un prejuicio- antes que una actitud. Si el sujeto estigmatizado recibe el rechazo de alguien por haber descendido de los límites de las expectativas sociales o haber perdido ciertos atributos, es porque antes ha sido sometido a los rigores del descrédito o desvalorización social.

Según Miric, citando a Hamilton y Troiler, tampoco puede el estereotipo ser análogo al concepto de estigma, debido a que los estereotipos son considerados “categorías cognitivas que las personas emplean para almacenar y recuperar la información proveniente de sus interacciones con otros seres humanos” (Hamilton y Troiler citados por Miric, 2003, 4).

Una diferencia adicional entre ambas categorías sociales corresponde a la cerrada connotación negativa del estigma. El estereotipo no siempre evoca algo negativo, es más bien una representación mental que busca la sociedad entre un elemento o sujeto y la imagen escondida en el inconsciente, imagen que produce una figura determinada. Así, las características se hacen distintivas de ciertos elementos frente a otros. De esta forma, los estereotipos se convierten en catalizadores de las relaciones sociales.

Lo que sí no cabe duda es que la confusión entre estos conceptos y el estigma es constante. Y no es para menos. Las actitudes negativas, los estereotipos y el estigma, en cierto momento, cumplen roles similares.

Un rasgo característico del estigma, según algunos autores, es que este artefacto comienza cuando los grupos dominantes de una sociedad reconocen ciertas diferencias con los sujetos susceptibles de ser estigmatizados, un segundo paso es advertir que estas diferencias estén mediadas por información negativa o desfavorable, el paso final será asignarle un rótulo, un cliché, una marca. Dicho estigma debe provocar, según este enfoque, alguna conducta hostil, discriminatoria o excluyente.

Lo concreto es que los límites entre cada elemento o fenómeno siguen siendo frágiles y cortos. Muchas veces todos estos fenómenos se suceden y encuentran una relación lógica.

En el caso de la discriminación, señala Miric (2003), se trata de una conducta diferenciada, ya sea de modo positivo o negativo. Una persona que tiene “aceptación” en cierto círculo o espacio social puede merecer una discriminación favorable, recibir un trato deferente o especial frente a otros. He ahí una muestra de discriminación. Por lo tanto, la discriminación no siempre es negativa, ni injusta. El trato discriminatorio que reciben los ancianos, las embarazadas, etc. se explica por la descompensación que provoca su estado, sin que ello conduzca a fomentar nuevos y ulteriores prejuicios.

En todo caso, lo que calza con el estigma será la discriminación social negativa. Este lazo que los une a veces define una mutua correspondencia. Sin embargo, la discriminación social negativa sigue siendo un fenómeno difuso que tiende a agrupar sub fenómenos como el estigma, el estereotipo negativo o las actitudes negativas.

Por lo tanto, el estigma generalmente es descrito “como una activación fisiológica visceral, directa, y experimentada por el individuo como aversión o repugnancia frente al contacto inmediato con la persona estigmatizada” (Miric, 2003:10). La actitud que se evidencia frente a esta situación, es de evasión o rechazo inevitable, hay una repulsa, eso hace que el estigma tenga una marcada presencia frente a los otros conceptos. Pero a menudo, en una sociedad como la peruana, la actitud adversa hacia un estigmatizado no es manifiesta, muchas veces la actitud si bien existe, se esconde bajo formas encubiertas.

Y sin caer en el psicologismo, creemos que algunos elementos psíquicos aparecen con fuerza en este proceso social. El miedo, por ejemplo, una construcción social por excelencia, deviene en un factor interesante en el proceso estigmatizador (Miric, 2004:10). No es solo el rechazo por el rechazo, es el miedo –no racional–que se esconde en la conducta del estigmatizador, el miedo a lo impredecible, a lo oculto, a lo que no se sabe qué es exactamente.

La pregunta que se abre desde lo planteado por Nelson Arteaga y Cristina Montes de Oca (2006), sobre si el estigma puede ser tolerable, plantea los grados de construcción de este fenómeno social, pero también advierte la inevitabilidad de procesos excluyentes en la sociedad contemporánea.

La lógica social nos impone un sistema de valores que definen la imposibilidad de no discriminar situaciones o hechos que, a lo mejor, pueden afectar a otros o a sí mismo. Tal vez, esta sea la razón por la que ciertos sectores de la sociedad peruana admiten como válido situaciones de discriminación, de estigmatización y de prejuicios. Pero, en todo esto, hay algo que parece estar sumergido en el anonimato y al combinar ambos fenómenos (estigma y mediación) aparece con cierta intensidad: el mito.

Martín Serrano (1985) precisa que el uso de los medios de comunicación resulta fundamental en este propósito. La mediación cognitiva en los medios de comunicación produce mitos y la mediación estructural, rituales (Serrano, 1985:147).

Él dice que “la mitificación que producen los medios de comunicación de masas, mediando cognitivamente el relato del acontecer cuando ofrecen un modelo de representación del mundo, técnicamente se lleva a cabo operando con la dimensión novedad/banalidad de los datos de referencia” (Serrano, 1985:147) Tal vez, no importe esta dimensión, sin embargo, lo cierto es que los medios de comunicación reproducen un modelo de representación del mundo, que termina mitificando el mensaje.

Pero, no toda la responsabilidad la tienen los medios de comunicación dice Serrano. Los medios no están solos en el desempeño de esta función social. Junto a ellos o, tal vez, otros elementos de mediación –los líderes de opinión por ejemplo– cumplen la función de reproducir relatos oralmente, proporcionando los mitos necesarios para elaborar una visión del mundo que mantenga el consenso social (Serrano, 1985:154). Es algo así como preparar ciertas condiciones para que los medios hagan lo suyo o viceversa. Pero el proceso puede producirse también en sentido inverso. Lo concreto es que los medios de comunicación servirán de soporte funcional a los procesos de control social que representa la mediación.

Creemos, al igual que Erving Goffman, “que el manejo del estigma es un rasgo general de la sociedad, un proceso que se produce dondequiera existan normas de identidad” (Goffman, 2006:154) y donde las diferencias tengas causas estructurales.

Este es el carácter procesual del estigma, un fenómeno cuya compleja construcción es auténticamente social. Se trata de una marca que se ordena sobre una categoría particular y que dependerá del campo, del tiempo y del espacio en que se mueva. El estigma ha dejado de ser un signo corporal, se ha convertido en magma de nuevas configuraciones simbólicas.

 

Materiales y métodos

La investigación es de nivel básico, de profundidad descriptiva, de diseño no experimental y de enfoque metodológico cualitativo. Nuestra unidad de análisis fueron los periódicos de alcance nacional que circularon entre el año 2010 y 2013 (un total de 10,800 ediciones aproximadamente) de diarios como El Comercio, La República, Perú 21, La Primera, Correo, La Razón y El Popular. La selección, si bien no fue probabilística, debido a la naturaleza del estudio, tomó una porción importante de todas las ediciones (repárese que el objetivo del estudio no propone generalización alguna), en base a los acontecimientos sociales y políticos registrados a lo largo de los tres años citados, de cuyo desarrollo y desenlace, devino la muestra.

En efecto, si bien la muestra finalmente arrojó un bloque pequeño de 34 láminas o imágenes (5 del año 2010, 7 del 2011, 13 del 2012 y 9 del 2013), todas ellas corresponden a fechas próximas (durante y después) de cada conflicto social que sistematizó la Defensoría del Pueblo (2012:42), alguna de las cuales fueron sometidas a análisis. Esta técnica de selección cualitativa podría encajar con lo que se ha llamado “saturación de la información”. Para el caso de las personas estigmatizadas, la muestra fue intencional. Los métodos específicos fueron el hermenéutico, el crítico y el contextual.

 

Resultados y discusión

Conga y los “conflictivos”

Nuestra investigación ha identificado algunos estigmas en la prensa peruana. El primero se ubica alrededor del tema de “Conga”, el proyecto que la empresa Yanacocha y sus socios intentan ejecutar en Cajamarca. La postura anti Conga representa hoy, desde la visión dominante, una contra marcha, una posición anti progreso. Los representantes del gobierno regional de Cajamarca, así como los líderes medioambientales del país fueron convertidos en blanco de las críticas y de las calificaciones más duras.

Si el desprecio no apareció con fuerza, la discriminación a un pueblo en general afloró continuamente. Según información oficial, el turismo por ejemplo habría caído en un 37% producto de las tensiones no solo en Cajamarca sino en el discurso oficial acerca de la problemática de Conga. Si bien, este indicador mejoró, posteriormente, durante el largo periodo de confrontaciones, el estigma comenzó a organizarse alrededor de Cajamarca, de sus representantes políticos y sociales, y del pueblo en general.

En el texto que a continuación reproducimos, se evidencia de modo indirecto, el estigma que alimenta la figura del hombre violento, del atrabiliario, del conflictivo.

La nota periodística, aparentemente, refleja un escenario de tensión. Pero, en realidad y más allá de este clima, se esconde una configuración simbólica que anula cualquier descripción “objetiva”. Se convierte en una mirada subjetiva, subjetivista y subjetivizante. Subjetiva, porque refleja el punto de vista de los redactores y del medio; subjetivista, porque prescinde de una serie de factores y atenuantes; y subjetivizante, porque, consciente o inconscientemente, el impreso impone una lectura de los hechos que calza con su modo de comprensión acerca del problema minero.

Veamos lo que ocurre con los tópicos del discurso. Se coloca, por ejemplo, a las fuerzas del orden y a los pobladores en igualdad de situaciones. La República utiliza entre otras cosas, conceptos como “turba”, una expresión peyorativa que diverge de la idea de multitud. Lo mismo ocurre si se toma en cuenta el uso de una de las categorías del conflicto: la confrontación, el “frente a frente” y el “igual a igual”. El informe periodístico de Elizabeth Prado y de Edgard Jara se convierte, en esta medida, en una lectura extraída de un reportaje de guerra o de una batalla militar. Esta inferencia no observa la técnica periodística sobre el uso de imperativos categóricos, de afirmaciones circunstanciales o el so de la retórica, que bien podría haber servido para establecer un equilibro en la exposición de los hechos. El análisis trasciende estos aspectos formales y se detiene en la sobre exposición de figuras derivadas de elementos que tienden a la estigmatización.

La relación conceptual entre zona de conflicto (de batalla o de guerra) con la región de Cajamarca, abre las puertas a la construcción de los miedos. Nelson Arteaga y Cristina Montes de Oca describen escenario de discriminación, pero también de construcción del miedo a partir de los estigmas. Su tesis esboza esa relación entre el estigma, el hecho estigmatizado y el miedo. Este último elemento comparte los temores a ser víctima de hechos similares, ya sea en el mismo Cajamarca o en otro lugar.

De ahí se explica, según la lógica de la prensa de alcance nacional, la tendencia a la baja de visitantes y turistas a zonas como Cajamarca o donde se registraron hechos violentos, cuya raíz no se analiza, sino, desde la perspectiva de quienes hacen uso del discurso dominante. Veamos el siguiente artículo aparecido en el diario La República:

Imagen 1. Diario La República. Miércoles 4 de julio de 2012.
Imagen 1. Diario La República. Miércoles 4 de julio de 2012.

Protesta contra Conga en Celendín deja tres muertos

Estalla violencia. Policías y militares habrían respondido con disparos de bala y perdigones ante turba que incendió la gobernación y luego intentó tomar la municipalidad provincial.

Elízabeth Prado y Edgard Jara/

Tres muertos y una treintena de heridos, tres de ellos de extrema gravedad por impacto de bala, ha sido el resultado del enfrentamiento entre unos doscientos manifestantes opositores al proyecto minero Conga y las fuerzas del Ejército y la Policía Nacional, en la provincia cajamarquina de Celendín (Diario La República, 2012:3).

 

No es casual que el discurso expuesto en los medios de comunicación apunte a privilegiar la violencia desde una mirada axiológica antes que sociológica. De ahí que la violencia tienda a ser reflejada como figura del mal.

El diario Gestión, un periódico especializado en temas económicos dirigido a la elite económica del país, al referirse a posibles nuevos enfrentamientos entre la comunidad y la policía, publicó en junio del 2013, lo siguiente: “Según han advertido varios dirigentes antimineros, el tenso ambiente en las inmediaciones de la laguna podría resultar en un nuevo enfrentamiento, que ya han causado antes cinco muertes” (Diario Gestión, 2013).

Imagen 2. Diario Gestión. Lunes, 17 de junio del 2013.
Imagen 2. Diario Gestión. Lunes, 17 de junio del 2013.

Al menos 2,000 comuneros marcharán a la laguna El Perol, mientras la DINOES ha asignado más de 1,000 efectivos para conservar el orden en la zona. Las manifestaciones antimineras previas ya han causado cinco muertes.

Hoy habrá una nueva protesta antiminera en Cajamarca. Miles de comuneros marcharán hacia la laguna El Perol, donde la minera Yanacocha apunta a construir un reservorio de agua como parte del proyecto Conga

 

En la imagen se aprecia algo que, a los ojos del lector se percibe débilmente o, simplemente, no se distingue. La nota periodística combina conceptos como marcha, protesta, orden, manifestaciones antimineras y muertes, sin pensar, a lo mejor, que de dicha combinación y unidad habrá de configurarse un pre texto orientado a dinamizar otros fenómenos que servirán al proceso mediático. No es casual, creemos, que la idea de incluir cantidades (2,000 mil comuneros contra 1,000 efectivos) aparezca desvinculado del discurso periodístico. Y si bien se presenta como un dato, es inevitable que esta información ayude a configurar un razonamiento capaz de poner en una situación de paridad a los grupos en contienda, de poner en orillas distintas a protestantes y a las fuerzas del Orden.

Las miradas en el periodismo ratifican el dominio subjetivo de la información y el interés por impulsar el control social. Taufic (1983) señala que la información es dirección y, su esencia es política, por tanto, es una cuestión de poder. Si esto es así, Gestión, un periódico de corte elitista vinculado a sectores de poder económico del país y, hoy, de propiedad del grupo El Comercio, no hace otra cosa que reflejar en su discurso el pensamiento dominante. Su mirada aparece camuflada por una lectura aparentemente objetiva acerca de lo que podría estar ocurriendo en Cajamarca.

En la misma línea de pensamiento, reflejado en su discurso, los medios impresos ya sean o no de propiedad del grupo El Comercio, tienden a estructurar un relato que camina por los horizontes de la mediación. En la edición del jueves 1 de diciembre del 2011, el “Decano de la prensa nacional” vuelve a insistir en algo que parece ser un elemento capital en la construcción de los estigmas: el miedo.

Véase cómo la aparente delicadeza del discurso esconde la virulencia de una posición política e ideológica. La inversión privada ha devenido en una dinámica sacrosanta. Los medios como El Comercio, Gestión o el propio diario La República, invocan este razonamiento. Consideran que una reducción de la inversión tendrá consecuencias adversas para la economía nacional, sin advertir que el pensamiento no solo de los cajamarquinos, sino, de los peruanos, ha construido un sentido común que confronta el interés del gran capital, sea este nacional o foráneo, con el interés de cada poblador, cuya pérdida, finalmente, es exponencialmente menor a la pérdida causada a la gran empresa.

La alarma que se deriva de un titular advirtiendo un perjuicio a la economía nacional, se multiplica con las cifras citadas en la bajada del artículo periodístico: “4,800 millones de dólares serán reorientados a otros proyectos en todo el mundo, según la empresa minera”.

En una nota publicada por el diario Gestión en su edición de mayo de 2013, el mismo temor difundido por El Comercio acerca de las pérdidas económicas, ya no eran 4,800, sino, 50 mil millones de dólares, según Roque Benavides. Pero las cifras solo atienden a motivaciones alarmistas que se pueden colegir a partir de una rápida lectura en la edición de los mismos periódicos correspondientes al 2014, donde, a dos años de esas declaraciones, se explica mejor la crisis económica a raíz de la desaceleración de la economía, cuyas causas no reclaman responsabilidad al problema de las inversiones o al Proyecto Conga, sino, a factores externos en donde la población cajamarquina y los anti Conga, no tienen ninguna injerencia. Según los mismos medios, la menor demanda de metales de parte de grandes consumidores como China (Diario Perú 21, 2014:5) producto de la desaceleración de su economía y la caída de los precios de materias primas como el cobre y el oro mermando las exportaciones e importaciones (Diario Gestión, 2014:5), ha devenido en la desaceleración de la economía peruana.

Esto, tal vez, solo confirme la utilización de ciertos miedos, pero es importante insistir que dichos temores son mediados con el fin de neutralizar la protesta social. No obstante, el temor no parece ser el fin, el temor se convierte en un elemento de mediación para acuñar ciertos estigmas.

En la edición del diario Gestión que citamos para confrontar los miedos difundidos, Roque Benavides desliza una expresión que a lo largo del informe periodístico se repite subliminalmente: el sin sentido. “Las personas pueden reclamar, pero no tiene sentido”, dice el dueño de la compañía minera Buenaventura y líder de un sector de opinión. El sin sentido, desde la lectura de Michael Foucault (1988), se relaciona con la pérdida de la razón (aunque no necesariamente vinculado con la psicopatología), con la pérdida del juicio, más claramente: con el atrabiliario, con el que reclama. En el sentido común contemporáneo, está definida claramente la relación que existe entre el sin sentido y la pérdida del juicio, de la sinrazón o del capricho. He allí el estigma: una dicotomía que surge de confrontar la lógica e ilógica, del sentido y del sin sentido.

 

El estigma de la Universidad “terrorista”

Un segundo estigma que hallamos en macro espacios sociales corresponde a la Universidad Nacional de San Cristóbal de Huamanga, la misma que fue y sigue siendo motejada de espacio de formación y adoctrinamiento de terroristas.

La identificación de un dirigente del grupo armado que opera en el Valle Río Apurímac, Ene y Mantaro (Vraem), a cargo de la policía especializada y su exposición a través de medios de comunicación nacional, coloca otra vez a la Universidad en el límite que se abre entre el estereotipo, el estigma y el prejuicio. Sin embargo, es el miedo el que opera y establece las diferencias. El estigma trasciende y se muestra.

Imagen 3. El Comercio<em>. </em>Viernes 22 de marzo del 2013
Imagen 3. El Comercio. Viernes 22 de marzo del 2013

‘Lucio’ es el nuevo cabecilla de Sendero Luminoso en el Vraem

Ayacuchano estudió en la Universidad San Cristóbal de Huamanga hasta el 2004, cuando se integró al grupo armado. Es el reemplazo del abatido ‘William’

Franklin Grover Tello Ichaccaya, un antiguo estudiante de Sociología de la Universidad San Cristóbal de Huamanga (UNSCH) de 30 años, se ha convertido en uno de los principales mandos políticos y militares de la facción renegada de Sendero Luminoso, informó la Unidad de Investigación de El Comercio (2013:3).

 

La imagen anterior corresponde a una publicación hecha en marzo de 2013. La idea central no solo es poner al descubierto la figura de un nuevo dirigente “terrorista” que actúa en el Vraem. La idea, más bien, apunta a establecer una siniestra conexión entre el papel que asume este personaje –un papel delictivo– y su procedencia académica. El Comercio, sin ningún escrúpulo, deja entrever ese vínculo entre la Universidad de Huamanga y el terrorismo, una marca engendrada hace dos décadas y oficializada en el 2004 por la Comisión de la Verdad y Reconciliación (2004: 603-650), y cuya mediación se reguló merced a un régimen discursivo que pretende explicar el origen de este fenómeno político en la propia existencia de la Universidad de Huamanga[7].

Ciertamente, este elemento configura un estigma, cuya creación no reclama su paternidad al periódico más antiguo del Perú, sin embargo, El Comercio cumple una función mediadora (en el sentido más amplio y completo de la expresión) en el proceso de fijación (Le Bon 2005) de aquel estigma añadiendo la fuerza avasalladora que toda mediación representa. Dos años antes de esta publicación, la detención de otros jóvenes portando armas y aparentemente vinculados con la organización sediciosa, fueron fotografiados y sus imágenes aparecieron en la portada de diferentes medios de comunicación nacional e internacional.

Muchos podrían pensar que se trata de una simple coincidencia. A lo mejor de eso se trata, de estimular un razonamiento que vaya en ese sentido, que advierta la familiaridad entre el terrorismo y la universidad de Huamanga, que ate cabos, diríamos coloquialmente. Pero, como lo precisamos, se trata de una dicotomía que confronta la palabra y el miedo, lo cual termina empoderando sistemas complejos que derivan en el estigma, en la marca social a la que contribuyeron sectores intelectuales y políticos peruanos.

El sector aparentemente más claro de la comunidad intelectual peruana llegó a pensar de este modo. La Comisión de la Verdad y Reconciliación asegura que el adoctrinamiento de Sendero se orientó a la Universidad antes que a sectores obreros o campesinos. Pero es bueno precisar que existen datos que ayudan a desmontar este mito.

Si el dato más cercano y oficial con el que contamos arroja una cifra –extraída de un procedimiento estadístico– de 69 280 muertos durante el periodo del conflicto armado interno, provocado por todos los grupos en conflicto; los estudiantes universitarios fallecidos son (solamente) 176. Es más: si tomamos en cuenta que, de los 20 780 crímenes ocasionados por agentes del Estado, contra personas que se supone eran “terroristas”, los estudiantes universitarios representan solo el 0,56%, vale decir: 118[8]. Pero si el número de muertos no ayuda en gran medida en esta inferencia, una mejor lectura podría extraerse del trabajo elaborado por Dennis Chávez (1989), quien hizo un estudio demográfico de la población penal entre 1983 y 1986, sumamente útil para establecer proporciones antes que datos exactos y definitivos, ya que el conflicto armado interno no duró los tres años de estudio de Chávez, sino que se produjo con intensidad hasta 1992, multiplicando el volumen de víctimas.

Del estudio realizado por Chávez de Paz, se desprende un dato interesante: de un total de 65 sentenciados por el delito de terrorismo, solo seis tenían estudios superiores (incluyendo los profesionales),y pertenecían a la especialidad de ciencias sociales; ocho a educación; ocho a ingeniería, arquitectura y agronomía; once a economía, administración y contabilidad; cuatro a medicina (Chávez, 1989:46), etc. Pero, lo más ilustrativo de estos cuadros corresponde a la universidad de procedencia de cada sentenciado por terrorismo: trece eran de la universidad de Tacna, cinco de la Universidad Mayor de San Marcos, tres de la Universidad de Huamanga, dos de la Universidad del Centro y el resto, de un total de 65 (de 183 condenados por terrorismo), procedían de distintas universidades y centros de educación superior del país (Chávez, 1989:47).

Este mismo estudio revela que, de los 183 sentenciados por el delito de terrorismo, entre 1983 y 1985, apenas 6,3% (12 internos) eran estudiantes universitarios. El resto eran obreros industriales, de construcción civil y pescadores (35,2%), vendedores ambulantes y pequeños comerciantes (10,5%), empleados del sector comercio (10,3%), técnicos y administrativos del sector privado (7,2%), empresarios y medianos comerciantes (7,5%), el resto se distribuyó en amas de casa, servidores públicos, policías, agricultores(Ibíd. 49-50), etc. Es decir, si el número de presos por el citado delito refleja en algo la proporción de integrantes de Sendero, en base a su ocupación, podríamos decir que esta organización estaba integrada principalmente por obreros industriales, de construcción civil y pescadores, seguido de trabajadores formales e informales.

Ciertamente, al término del conflicto armado interno, las cifras de estudiantes involucrados en este proceso, podrían haber variado, como ocurrió con el número de fallecidos, pues de 23 mil muertos, la CVR propuso casi 70 mil; sin embargo, información oficial que, por lo general, suele ser alarmista, acusa al Movadef[9] de aglutinar fuerzas en base a una juventud desorientada, principalmente de universidades públicas.

Si esto fuera cierto, convendría hacer una rápida deducción del volumen poblacional con que cuenta dicha organización y del grado de participación de los jóvenes en la proscrita agrupación. A lo mejor, de esta inferencia logremos definir esa supuesta simbiosis que se pretende entre la Universidad de Huamanga y el terrorismo.

De un total de 350 mil adherentes que logró este movimiento político para solicitar su inscripción al Jurado Nacional de Elecciones, y admitiendo que los datos siguientes sean ciertos, según el entonces Procurador para casos de terrorismo, Julio César Galindo, 243 alumnos estudian en la Universidad Mayor de San Marcos (Diario El Comercio, 2014:3). En el caso de Ayacucho, el procurador llegó a especular con algunos docentes y no mencionó a ningún estudiante. Más tarde se supo que esos docentes sumaban 3, pero que no tenían ninguna filiación con Movadef.

Los datos anteriores solo confirman que el mayor volumen de integrantes de esta organización no estaban ni están en las universidades, menos en la Universidad de Huamanga. Algo parecido se desprende de la cantidad de militantes que disponía la organización subversiva en los años ochenta.

La pregunta que sale a flote es ¿por qué entonces la Universidad de Huamanga despierta temores y acusa el estigma de una universidad subversiva?

La idea de una marca en la víctima es precisamente aquello que lo diferencia del estereotipo que, en este caso, podría configurarse en el razonamiento del victimario. La marca social o, más bien, el estigma, se cobijan simbólicamente sobre la identidad del sujeto, se impregna dejando una especie de mancha imborrable que lo sobrecoge y reduce, lo excluye y discrimina negativamente.

Es posible que la complicidad de la víctima refuerce estos arquetipos, que el estigma se logre afirmar en el sujeto estigmatizado gracias a su aceptación implícita. Mucho dependerá de ciertos patrones que la arbitrariedad cultural se encargue de reforzar. Entre tanto, podrá ayudarnos a examinar, luego de lo señalado, si se justifica o no, el discurso mediático que no solo se reflejó en El Comercio, que ya de por sí es mucho, dado su alcance y cobertura. La revista Caretas, ha tenido un cuidado especial en preservar esta imagen acerca de la Universidad de Huamanga.

“Los universitarios de SL” se titula el informe de la revista Caretas, un encabezado que encaja con singular precisión en la racionalidad del discurso estigmatizante. No hubiera sido lo mismo si se ordenaba el titular desde otro elemento simbólico, como los rasgos andinos, la edad o el secular atuendo que ofrecen los personajes de la fotografía. Debía ser desde su relación, como alumnos o como dirigentes, con la Universidad.

Imagen 4. Revista Caretas. “Seguridad Fotos descubiertas por la Policía en campamento senderista de “Gabriel” en el VRAE develaron identidad de reclutas universitarios”.
Imagen 4. Revista Caretas. “Seguridad Fotos descubiertas por la Policía en campamento senderista de “Gabriel” en el VRAE develaron identidad de reclutas universitarios”.
 

Rosa Riveros Alarcón, presunta líder del comité senderista en Putis, Ayacucho. A sus espaldas, el fugitivo User Pillpa

 

La batería mediática de los últimos días se ha concentrado en la actividad de elementos asociados con Sendero Luminoso en la universidad de San Marcos. El pasado lunes 14 se realizó una marcha que convocó a unas cincuenta personas que se manifestaron a favor de la liberación de Abimael Guzmán (ver nota siguiente).

La difusión en YouTube del video volvió a desatar el debate sobre la participación de las huestes maoístas en política activa y el posible trabajo de adoctrinamiento que pueden llevar a cabo en los campus universitarios.

Pero mientras en Lima los partidarios de Guzmán se adhieren al discurso del líder –amnistía general, tratado de paz, renuncia a la acción violenta–, unos puñados de estudiantes juegan en verdad con fuego en otras regiones, donde una facción terrorista insiste en una revolución confundida con narcotráfico. (Caretas, 24 de junio de 2010).

O la siguiente lámina:

Imagen 5. Revista Caretas<em>. </em>Jueves 24 de junio del 2010
Imagen 5. Revista Caretas. Jueves 24 de junio del 2010
 

Miguel Ochoa Remón (22) es Hallan fotografías de dirigente universitario en campamento senderista

Miguel Ochoa Remón (22) es Se trata de Michel Ochoa Remón, presidente de la Federación Universitaria de San Cristóbal de Huamanga, quien fue detenido y luego liberado por un juez junto con otros compañeros.

Miguel Ochoa Remón (22) es estudiante de antropología y presidente de la Federación de Estudiantes de la Universidad San Cristóbal de Huamanga. Según informa hoy Caretas, la policía halló algunas fotografías suyas en un campamento senderista de la denominada facción Proseguir en Llochegua, en Ayacucho. En una de ellas aparece con el puño en alto y sosteniendo un arma de largo alcance, y en otra luce sonriente con dos pistolas (Caretas, 24 de junio de 2010).

 

Tal vez sea el celo frente a personas que abrazan conductas irreverentes, calificadas de delictivas como en el caso que resume Caretas (2135), lo que lleva a la citada revista a alzar la noticia desde esta perspectiva. En cualquier caso, emerge la marca del desprecio, el esfuerzo por definir fronteras entre un “nosotros” y los “otros”, y la necesidad de “purificar” espacios atrabiliarios.

En una entrevista hecha a una estudiante de la Universidad de Huamanga, que hizo una pasantía en la Pontificia Universidad Católica del Perú, se descubre algo de este fenómeno y las consecuencias que originan una presión mediática, alimentada por mitos que, por lo general, tienden a definir estigmas. La joven universitaria, precisamente, atribuye este comportamiento a la prensa. La pregunta, luego de allanar aspectos vinculados a problemas de discriminación y marginación, sugirió determinar un responsable, la respuesta fue:

La prensa fue uno de los principales actores, pues fueron la fuente que informó al Perú entero e incluso trascendió de manera internacional, fue por eso que Ayacucho sigue mostrándose como un pueblo pequeño, pobre y con gente muy humilde que sigue sumergida en la miseria, sin ganas de sobresalir. (Ghely, 2013)

 

La figura del miedo, del terror, que envuelve al concepto “terrorista” bajo la estructura de un estigma, no se independiza de la vorágine social, ni de los arquetipos culturales. El estigma se construye en el fragor de esta relación muchas veces incestuosa entre el signo y la figura, amalgamada de elementos y factores polisémicos. No suele hablarse del terrorismo francés o alemán. Se habla, por ejemplo, del terrorismo islámico, un estigma que se encuentra asociado no solo a la conducta bélica de organizaciones fundamentalistas que operan en Medio Oriente. Establece una relación con la realidad social, económica y cultural de un pueblo empujado a condiciones subhumanas de vida. Todo esto se convierte en una especie de cápsula absorbente que moldea la conducta del sujeto estigmatizado. Siendo estas las condiciones, es posible que el victimario construya en mejores condiciones la figura que dará sentido al estigma.

La marca social no trasciende sobre quienes no favorezcan la conexión. La expresión “serrano”de evidente sentido étnico racista, no calzaría con una persona de origen anglosajón. Necesita sumergirse en la atmósfera de una realidad específica donde el estigma logre operar con facilidad, sin dejar de ser arbitrario.

En otra conversación con una joven ayacuchana, estudiante de la Pontificia Universidad Católica del Perú, la percepción es similar a la anterior. Y aunque siente que el estigma contra la Universidad de Huamanga no se refleje en la actividad cotidiana y en las conversaciones informales, la relación entre uno y otro sigue siendo latente.

No he oído que hablen mucho de este tema, pero algunos profesores lo ponen de ejemplo cuando señalan el origen del terrorismo y Abimael Guzmán, pero nada más (Elena, 2014).

La relación entre la Universidad de Huamanga y el propio Abimael Guzmán parece estar marcada y definida como el “pecado original”. Me atrevería a asegurar que ninguna de las publicaciones que desarrollan, estudian e interpretan el surgimiento del pensamiento de Guzmán, salen de estos horizontes.

Nos llevaría algún tiempo y una entrada distinta en la investigación si quisiéramos abordar la fidelidad de esta circunstancia o la construcción de un mito.

En todo caso, se trata precisamente de un fenómeno como el mito el que explica la permanencia en el tiempo, la construcción de un corpus, de una noción que deviene en el soporte y operador del estigma. Un mito, decía Barthes (1999), es el robo del lenguaje, es casi una falacia que se elabora y reelabora sin alterar su sentido. Esto es lo que sostiene y dinamiza la marca social. No es solo el adjetivo que regula su estructura, es el sentido mítico que le sirve de plataforma y evita que se desactive.

El mecanismo que sella este circuito no es exactamente la cultura. Martin Barbero diría que son los medios. Nuestras entrevistadas confirman esta premisa. La responsabilidad de esta forma de discriminación no necesariamente proviene del gobierno, de los políticos o líderes de opinión, proviene:

Sin duda [proviene] de la prensa, que exagera las noticias que suceden en la universidad y las relacionan inmediatamente con el surgimiento de algún grupo terrorista (Ibíd.)

 

La opinión de otra joven universitaria de origen ayacuchano repara en este acierto.

Yo creo que tiene que ver más con la imagen con que nos muestran los medios. Algunas veces me he puesto a pensar que el terrorismo también hizo su parte para contribuir en estas, ya que lo primero que me preguntan [compañeros de la universidad] es si sigue habiendo terrorismo en Ayacucho o si es peligroso.

 

La Parada. El estigma del “delincuente”

Otro estigma que identificamos corresponde al caso La Parada, antiguo centro de abastos que, en octubre de 2012, fue escenario de un grave incidente que dejó cuatro muertos, 108 heridos, 66 de ellos policías, y más de un centenar de detenidos.

Los comerciantes fueron señalados como delincuentes, sucios y otros calificativos, no solo por el hecho de oponerse a un lanzamiento organizado por la Municipalidad metropolitana de Lima, sino, por su cercanía geográfica con El Agustino y las zonas más deprimidas del distrito de La Victoria donde, a juicio del pensamiento dominante, se encuentra focalizada la delincuencia.

Imagen 6. Diario El Popular. 02 de Abril de 2013
Imagen 6. Diario El Popular. 02 de Abril de 2013
 

Vuelve el caos, la delincuencia y la destrucción.

La alcaldesa de Lima, Susana Villarán, ha calificado como un sabotaje a la ciudad el fallo del juez Malzon Urbina, que favorece a los comerciantes de La Parada, a fin de que estos vuelvan al lugar que ocupaban en el distrito de La Victoria, donde reinaba el caos, la delincuencia y la destrucción (Diario El Popular, 2013).

 

Otra vez, la lógica del miedo se impuso. La violencia, una palabra entendida unilateralmente como sinónimo del mal, devino en el ingrediente de un mito que logró esbozar y afirmarse en el imaginario popular del país. Sumado a la delincuencia, el concepto de violencia se convierte en un fenómeno explosivo, pero también, estigmatizante.

En la imagen anterior, la combinación de elementos polisémicos es sugerente. Una lectura en segundo plano hablaría de la construcción de figuras que apuntan a reforzar la idea anterior. Miedo (Lima tiembla) y caos (La Victoria, donde reinaba el caos, la delincuencia y la destrucción) operan para configurar ese mito que devendrá en la marca social, dispuesta a reforzar la imagen del paradigma del mal asentado en un grupo de comerciantes, cuya relación con la delincuencia no es menor de la que tienen sus detractores.

Los males sociales que absorben a la sociedad limeña y peruana, pretende ser despojada de la conducta oficial y, en su lugar, busca ser afirmada gracias a los medios, solo en el lado de los “otros”, a través del despojo de toda moralidad que busca justificar el accionar de la comuna limeña.

La entonces alcaldesa de Lima Susana Villarán, cuyo derrotero político estuvo definido por sus aproximaciones a la izquierda peruana, asumió una posición sumamente controvertida frente al tema de La Parada.

Apoyada por sectores duros de la política nacional y del mismo gobierno del presidente Ollanta Humala, decidió emprender un proceso de reordenamiento en el centro de abastos más importante de la capital del país. Sin embargo, su decisión aparentemente no solo reflejaba el interés por reordenar el mercado mayorista, sino, por abrirle paso al nuevo mercado de Santa Anita que es administrado por la Empresa de Mercados Mayoristas.

Pero, el desalojo no fue calculado en términos de impacto social. Dante Castro (2012), en su blog “La fruta del cercado ajeno” comenta este dramático episodio vivido en los alrededores y en el mismo centro de La Parada, donde la lógica del discurso oficial propuso una dicotomía entre el bien y el mal, entre la fuerza pública que “representaba” a la ciudad capital y los comerciantes mezclados con delincuentes.

Castro asegura que los delincuentes que pudieron ser contratados o movilizados están lejos, numéricamente, de constituir la muchedumbre que atacó a la policía. Pero nadie en su sano juicio está dispuesto, por más dinero que se le pague, a morir en nombre de un trabajo.

Una verdad de Perogrullo que evidencia toda la vorágine social y que, ni autoridades políticas, ni autoridades municipales, menos los medios de comunicación, reparan. El radicalismo fecundado por la tradición autoritaria en el Perú asoma continuamente en cada medida política. En este contexto, los discursos fluyen y someten. La fuerza dominante del discurso se libera de atavíos morales y sucumbe con frecuencia ante la racionalidad. Esto explica el cómo y por qué de los mitos. Decir que La Parada “ha sido” el foco de la delincuencia capitalina, no solo es desconocer la realidad social de un pedazo de espacio que desborda energía productiva, es desconocer la responsabilidad del Estado en aquello que ha terminado por hacer de la Parada un terreno fértil para impregnar los males de una sociedad corrompida.

El pragmatismo de los medios, de darle salida a un problema haciendo uso de la fuerza, vigoriza esa beligerante función que ha comenzado a robustecerse alrededor suyo. Su facultad mediadora despoja lo que otrora fue una función de responsabilidad social y se convierte en catalizador de mitos y constructor de estigmas y marcas sociales.

 

A manera de conclusiones

  1. La prensa de alcance nacional no solo contribuyó sustantivamente en el proceso de construcción de estigmas en la esfera política de la sociedad peruana contemporánea, cumplió una función mediadora que terminó afirmando figuras de grupos sociales con el objetivo de establecer distancias entre un “nosotros” y los “otros”.
  2. La prensa configuró un discurso, sustentado en su potencia mediadora, que sirvió para desarrollar formas de discriminación negativa y establecer una lógica estigmatizadora.
  3. Los estigmas que la prensa de alcance nacional construyó en la esfera política de la sociedad peruana contemporánea se ordenan sobre figuras y conceptos que se condensan en la construcción de los miedos sociales.

 

 

Notas:

[1] Carlos Rodrigo Infante Yupanqui. Doctor en Sociología por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (Lima, Perú). Profesor investigador de la Universidad San Cristóbal de Huamanga. Autor de: El rostro oculto de la publicidad. Un enfoque socio cultural (2002); Canto Grande y las Dos Colinas. Del exterminio de los pueblos al exterminio de comunistas en el penal Castro Castro-mayo 1992 (2007); Voces de la Tierra. Reflexiones sobre movimientos políticos indígenas en Bolivia, Ecuador, México y Perú (2008); “Poder, tensión y caricatura. Una aproximación a la teoría del humor” (Revista Dialogía. Lima: Instituto Mijail Bajtín, 2009); Poder, tensión y caricatura durante el periodo final del régimen fujimorista (2010); La prensa ayacuchana del siglo XIX. Una mirada al espíritu de la época (2012); El humor gráfico en el Perú: inicio, desarrollo y consolidación de la caricatura” (Revista Pacarina del Sur [En línea], año 6, núm. 23, abril-junio, 2005. Dossier 15: Derrotero de la caricatura e historieta en nuestra América. E-mail: Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.

[2] El cirujeo fue un fenómeno social que se produjo a raíz del desempleo en que se encontraban miles de personas en los años noventa. Muchos de ellos salieron a las calles a hurgar en las bolsas de basura objetos que pudieran ser vendidos o reciclados.

[3] Otro ejemplo es el del ex mercado mayorista La Parada, en la ciudad de Lima, donde se produjo un violento desalojo en octubre de 2012, que terminó con muertos y heridos y más de un centenar de detenidos.

[4] Repárese en lo dicho por Goffman. “Los medios de comunicación de masas desempeñan… un papel fundamental haciendo posible que una persona ‘privada’ se convierta en una figura ‘pública”. (Cfr. Goffman, 2006:89).

[5] La idea de Lotman es diferenciar los contextos en que se construye el miedo. Su especificidad se ordena desde la relación con el Estado o, más bien, con el poder, con lo que resulta hegemónico. Mientras que la vergüenza es un regulador de lo que es común a todos los hombres. Cfr. Lotman, 1979: 207).

[6] Este es el caso de los estigmas construidos alrededor de los invidentes o de quienes sufren alguna dolencia física evidente.

[7] En el informe, la CVR, a pie de página señala que fue la Facultad de Educación donde se reclutó “un buen número de militantes”. Pero no señala cuántos y qué proporción significó esta cifra para la organización, la misma que según el grupo de trabajo se diferencia de otros grupos de izquierda que privilegiaron el trabajo sindical por su interés en copar espacios académicos: la escuela, las universidades y los centros pre universitarios. (Ibíd. p. 620).

[8] Se trata de una estimación que surge de las aproximaciones hechas por la CVR. Adviértase que no son datos exactos, pero tampoco se puede afirmar que todos los fallecidos a manos de las Fuerzas del Orden necesariamente militaron en Sendero. (Cfr. Comisión de la Verdad y Reconciliación 2004: 14-55).

[9] El Movadef es la sigla del Movimiento por amnistía y derechos fundamentales. Según sus detractores, este movimiento es una organización de fachada de Sendero Luminoso.

 

Bibliografía:

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Periódicos:

  • Diario La República, Miércoles 4 de julio de 2012
  • Diario Gestión, Lunes, 17 de junio del 2013
  • Diario Gestión, 2014.
  • Dario Gestión, mayo 2013
  • Diario El Comercio, 1 de diciembre de 2011
  • Diario El Comercio, 23 de marzo de 2013
  • Diario Perú 21, 2014
  • Diario El Popular, 2 de abril de 2013.
  • Revista Caretas, 24 de junio de 2010

 

Cómo citar este artículo:

INFANTE YUPANQUI, Carlos Rodrigo, (2016) “La prensa peruana y la construcción de estigmas en la esfera política de la sociedad contemporánea: Conga, Universidad de Huamanga y La Parada”, Pacarina del Sur [En línea], año 7, núm. 28, julio-septiembre, 2016. ISSN: 2007-2309.

Consultado el Jueves, 18 de Abril de 2024.

Disponible en Internet: www.pacarinadelsur.comindex.php?option=com_content&view=article&id=1341&catid=17