Las megalópolis latinoamericanas ante el colapso societal y las trampas del cambio climático

En este artículo se estudian los obstáculos a la planificación urbana de las megalópolis periféricas, a partir de los resortes sistémicos que ofrece el hiperurbanismo, para después dibujar las características de una ciudad con resiliencia, frente a las trampas del cambio climático; y en el caso específico de la Ciudad de México y su zona metropolitana.

Palabras clave: planificación urbana, megalópolis, capitalismo, crisis, cambio climático

 

De cara a la crisis climática, se han encontrado dos soluciones. En la primera, se trata de mitigar este fenómeno (que sin embargo no sólo tiene causas humanas). La segunda, es adaptarse a él. Ambos remedios, ignoran las causas de fondo, que están situadas en el modelo de acumulación de capital, caracterizado por tomar recursos desde los pobres para dirigirlos a los ricos (Fobaproa, IVA, Afores, subsidios directos e indirectos, etc.).[2] Y, mientras estos últimos, generan un enorme daño ecológico y social (además del cambio climático en sí), es la población quien lo absorbe físicamente y en sus bolsillos.

Se trata entonces de remover las causas últimas del cambio climático (en lo que toca  a los seres humanos), las cuales se encuentran en un sistema antinatural cuanto antihumano prevaleciente. La lucha contra el cambio climático, debe convertirse entonces en una lucha contra el modelo depredador y sus expresiones en el marco del capitalismo (privado o de estado).

 

La Ciudad de México y la planificación urbana

La ciudad de México es una ciudad que se ha construido, destruido y reconstruido de manera continua a lo largo de los siglos (Ortiz Monasterio, 1976; Benítez, 1972). Ciudad sagrada (J.Campell dixit) y profana, encierra los secretos y el tesoro de un pueblo que ahora comparte con todo un país multicolor y pluricultural. De esa manera, desde la ciudad-capital la República se puede observar la  centralización de la vida nacional a todos los niveles.

Al igual que otras ciudades del mundo subdesarrollado, la Ciudad de México, ahora megalópolis, ciudad de ciudades, tiene su sino en la profundización y bifurcación de lo que en realidad es: dos ciudades; una de primer mundo (“global”); y, la otra, presa de la pobreza, marginación y el despotismo. Es éste entonces el modelo dicotómico que caracteriza a las megalópolis de los países de la periferia mundial.

Por lo tanto, los propósitos de una planificación que se ajuste a esta realidad son los de romper, tanto la mencionada centralización, como la brecha mundial aludida; y, en vez de representar la extrema desigualdad y violencia, convertirse en una ciudad donde reine la equidad y seguridad. Esto debe entenderse no sólo como un triunfo de los sectores medios, popular y bajo sino como una nueva racionalidad de la vida colectiva (y de nuevos empresarios bajo una nueva mentalidad). Esta última, debe acompañarse de los espacios de recreación y convivencia (Ilich, 1979) que rompan con el aislamiento citadino (a (Georg Simmel, 1986), y con la monotonía de una ciudad planificada en función de la tiranía del automóvil.

Una premisa básica para entender el por qué la Ciudad de México se ha convertido en una suerte de suma de conflictos perpetuos, es que el progreso de sus habitantes no podrá darse mientras persista el círculo vicioso del desorden y la explotación, así como el cotidiano mal trato a aquéllos. Así pues, este es el precio que ahora debe pagarse por habitar en la boca de un monstruo (Carlos Fuentes, 1959), quien ha negado los derechos políticos plenos de sus pobladores.

Es tan grande la atrofia exhibida por la centralización de la vida nacional, que  prácticamente tres megalópolis (ciudades de México, Monterrey y Guadalajara) absorben la mayor parte del PIB y PEA nacionales (en un reducidísimo territorio), así como las inversiones productiva (INEGI, 2011). Los impactos ambientales y sociales  de esto son evidentemente tremendos.

En su evolución, la planificación a la mexicana (Guillén, 1976) ha sido la respuesta a los conflictos de gran envergadura (inundaciones, guerras, rebeliones, terremotos), ya que la historia nacional tiene como característica la continuidad de los desastres desde Hernán Cortés y los virreyes, hasta Porfirio Díaz y los gobiernos postrevolucionarios (Ezcurra, 2006). El resultado final de la anarquía mexicana es la catástrofe, ejemplificada en la Ciudad de México y su zona metropolitana.

De entrada, puede advertirse que los intentos de planificación, pueden caracterizar a ésta (paradójicamente), como una al servicio del mercado inmobiliario (principalmente), no de sus habitantes.


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La esclerosis de la vida citadina, paralizada por el intenso tráfico, la sobrepoblación (evidente en la incapacidad de los servicios públicos) y la grave contaminación (estrés y violencia), requiere de una cirugía mayor que debe hacerse en el sentido de una planificación que sea correctiva y preventiva a la vez (cuya base es la generación de empleos, bien remunerados; todo ello dentro de la fase de servicialización que se atestigua ya, superando la ciudad industrial precedente); lo cual requiere de resiliencia urbana y de una amplia participación de la población para enfrentar las vulnerabilidades socioambienytales. Empero, ello no es debiera ser negativo, si dichos servicios estuviesen más integrados a la industria y agricultura, preferentemente nacionales. De ahí que pueda distinguirse una terciarización orgánica y otra inorgánica (ejemplo en el ambulantaje y la economía informal).

 

Principios para la planificación urbana alterna

El primer principio a tomarse en cuenta dentro de las correcciones a la planificación citadina que hay que hacer, es que el ordenamiento urbano no sólo debe ser territorial sino poblacional, privilegiándose a los ecosistemas y personas, y no a las construcciones. El costo de esta transformación es altísimo y representa un schock (Klein, 2008) que, no obstante, debe emprenderse, pero siempre bajo el control social, mas no del capital y ocasionando el menor daño posible a la población. Precondición ésta para su buen desempeño, es la existencia de suficientes recursos en cantidad y calidad; así como la participación social de manera, ambientalmente consciente, activa políticamente y propositiva (corrigiendo las soluciones institucionales equivocadas o injustas).

El segundo principio, es que debe tratarse de una planificación económica y socioambiental, con énfasis en la reducción de los costos del transporte, expresados en las pérdidas hora/viaje que ocasionan actualmente enormes pérdidas (externalidades negativas) a todos los sectores de la ZMVM: privado, público, social y doméstico (falta de agua potable, drenaje, infraestructura y otros servicios básicos, sobre todo en el sur y oriente de la ZMVM).[3] Todo lo cual exhibe el desarrollo del transporte público frente a la dictadura del automóvil (Gorz, 1980).

El tercero, es que no debiera reducirse el problema al ámbito puramente económico, pues están presentes también otros factores (tanto positivos como negativos) a tomarse en cuenta, como son las redes familiares, el control barrial y cacicazgos de todo tipo y tamaño, por lo que los factores comunicativos son indispensables para entender que la ciudad está constituida por personas más que por construcciones; de ahí que aspectos como son los malos entendidos, la confusión, incomunicación, el enredo y el olvido (como la protección de muchos citadinos a las intervenciones extranjeras); así como la violencia e inseguridad son resultado de la falta de diálogos. Por ello, en el ámbito de la acción comunicativa, es menester establecer formas de empoderamiento del ciudadano, así como una red de diálogos urbanos y urbano-rurales. Ello dentro del marco de una Constitución Política para la ciudad y en el reconocimiento de ésta dentro de un nuevo estado de la República y deje así de ser “México” (contraponiéndose con México, como el nombre del país). Lo anterior permite definir los temas centrales de una planificación dirigida por sus propios habitantes, que dejan de ser simples actores para convertirse en autores de su vida.

En cuarto lugar, un objetivo de la planificación así propuesta, requiere desmontar el modelo de ciudad construida mediante diversas formas de depredación tanto humana como natural. De esa forma, el ambiente sociourbano (Cantú, 2006) resulta completamente hostil a sus habitantes. Frente a ello, la respuesta no podría ser otra que la de configurar un modelo de ciudad que rehabilite a el modo de vida de sus pobladores y áreas naturales.

El diseño y construcción de un modelo alterno de urbe, no debe descartar el impulso al autoconsumo y el trueque, y los mercados de y para pobres (Hernando de Soto); pero sobre todo que los mercados de trabajo, de mercancías y de dinero, se constituyan en medios y no simples fines del “desarrollo” (De Souza, 2006).

Pero sin la sociedad civil organizada, y sin las correspondientes políticas públicas convergentes (en el marco de la transversalidad), las acciones y resultados obtenidos pueden resultar contraproducentes.

Así, un prerrequisito para emprender una nueva planificación centrada en la participación social, es el cambio estructural, el cual debe estar caracterizado por ser antisistémico y neodireccional.  Y, asimismo, estar enmarcado dentro de la emergencia de los “derechos de la naturaleza” (Serres, 1993; Ferry, 1996), lo cual implica un nuevo contrato social (y con la naturaleza); sin ellos, no hay posibilidad de alcanzar una sustentabilidad sustantiva.

El medio para alcanzar los fines señalados (y como el quinto criterio de planificación), debe ser el de descomprimir la ciudad, intercalando verdes donde abundan los grises; no sólo reforestar sino principalmente preservar y conservar; así como manejar y forestar (Del Amo, 1994).

Lejos de ello, el capital en sus procesos de expansión territorial a través de la renta de la tierra y el capital inmobiliario y trasnacional,  es guiado por la continuidad técnica-económica que permite un cash flow siempre en crecimiento (así como la distribución de los capitales en productivos y de cartera). De ahí que sea totalmente natural para la vida urbana moderna, el pensar una ciudad plana donde el paisaje se torna gris humo, denotando la monotonía de las construcciones que no respetan la biodiversidad y pluralismo conceptual (triunfo de la urbs sobre la polis)

Tal es el caso que ofrecen los denominados modelos sustentables de ciudades rurales en Chiapas y en otros estados; aunque, desde luego, también el modelo de casas GEO, etcétera.

Ahora bien, la trampa del desarrollo (Goldsmith, 1999) que significa que el “desarrollo alcanzado” (puesto que a mayor crecimiento, mayores niveles de pobreza) es puro espejismo pero que se sostiene, en última instancia, en la subordinación de los ciclos naturales (en su devastación) y humanos (degradación social) a los despropósitos de la estabilidad y el progreso colectivo medido en supuestos mayores niveles de producción y de consumo, mas no en la satisfacción de las necesidades vitales (Arne Naess, 1997; Mc. Kibben, 2007) y en la seguridad planetaria. Empero, la diversidad natural no se riñe con la equidad y una estabilidad dinámica; además de que debe considerarse la econodiversidad y la diversidad cultural.

De esa forma, no se debe tener en mente una planificación que busque “el desarrollo” en sí, sino más bien organizar una transformación urbana a partir de las estrategias y necesidades colectivas (y familiares) de reproducción eco-social, ya que el desarrollo actual choca de plano con los procesos evolutivos a escala planetaria, y tiene como resultado la presencia de la extinción masiva de especies (Medellín, 2010) incluyendo seres humanos.

Un sexto criterio en este proceso, incluye el papel de los sectores pudientes,  ya que éstos deben destinar suficientes recursos (impuestos, inversiones, créditos) para solventar los problemas de la reconstrucción sustentable y compatible de la ciudad. Esto significa que no hay de otra que ejercer un control social (Acot, 2005) de la propiedad privada (sin que ésta desaparezca).

La hipótesis, desde el punto de vista de la economía urbana, asentada en esta investigación, sugiere que es más caro mantener a la larga a la ciudad en su configuración actual, que su reconstrucción en el marco de una red de ciudades verdes.

De otra forma, seguir con el rumbo de ciudad comandado por el control que ejercen los monopolios sobre ella y sus pobladores, las pérdidas colectivas  y ecosistémicas seguirán  acumulándose hasta el infinito.

Para entender lo anterior, es necesario tomar en consideración que el costo ambiental es igual al costo económico multiplicado por la razón depredación/reposición.

Por otro lado, la reducción de la huella ecológica (y de carbono) debe tener en cuenta la reducción de las desigualdades socioeconómicas (huella social), así como la reposición del denominado “capital natural”.

Hay que agregar que la megalópolis de estudio es una ciudad fragmentada, por ello es necesario desfragmentarla pero en el sentido de los ecosistemas, ya que las construcciones no deben compactarse a costa de la fragmentación de los ecosistemas. Por su parte, la fragmentación urbana tiene que ver con el ámbito laboral, de servicios, de mercado, de tecnologías, etcétera.


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En cuanto al ordenamiento territorial, este debe respetar los siguientes principios: 1. Asegurar un área, creciente, para la regeneración de los procesos naturales indispensables para mantener los equilibrios básicos que permiten la vida (Gaia, en Lovelock, 2007); 2. Manejar adecuadamente los agroecosistemas, de tal manera que, sin agotarlos, su manejo sea consecuencia de un  aprovechamiento racional, pues se encuentran éstos siempre en evolución (Hernández X., 1985) y ésta se detiene cuando son abandonados; este punto tiene que ver con la asociación de lo urbano con lo rural como una pareja en que un polo no puede existir sin el otro; 3. En la parte urbana, combinar la forma extensiva con la intensiva, siempre a partir de las necesidades que imponen las distintas zonas ambientales, por lo que de aquí se desprende la necesidad de aplicar una política que, partiendo de las diferencias existentes, aplique políticas diferenciadas aunque dirigidas hacia su convergencia (y equidad).

Como se dijo antes, el ordenamiento poblacional va de la mano con el poblacional, para poder así ser compatible con las necesidades de los ecosistemas. En colación con esto, la relocalización de la población puede ser vista como una medida autoritaria o bien tomada voluntaria y conscientemente por sus pobladores, y entorno a un plan flexible y democrático.

Puede mencionarse además que, en este contexto, la desfragmentación urbana no debe considerarse idéntica necesariamente a compactación, ya que tiene que ver con la integridad de los ecosistemas; todo lo cual supone la compatibilidad con las pequeñas explotaciones. Así pues, una ciudad compacta es compatible con su descompresión; así como con una fragmentación urbana positiva, es decir compatible con los sistemas; al contrario de una fragmentación negativa, no asociada a los ecosistemas.

Además, hay que tener en consideración la necesidad de que el ordenamiento territorial sea a niveles de las distintas regiones, respetando la Carta de Atenas (habitar, trabajo, circular y recrear)

En suma, la meta es lograr una homogeneización económica, al mismo tiempo que la heterogeneidad ecológica.

Por último, la planificación preventiva (sobre todo frente al desastre múltiple), debe basarse en el seguro ambiental a partir del principio precautorio  (fincado en la reestructuración) y no sólo adaptativo, como ha ocurrido hasta ahora en las experiencias latinoamericanas de planificación urbana, que por lo general se hacen a contrapelo de lo que ocurre en materia de desarrollo rural (y urbano).

 

Nueva urbanización ¿sustentable?

Las nuevas ciudades se están construyendo como verdaderos campos de concentración (todavía no de exterminio) en grandes cloacas; en tanto ello aparece como solución a los barrios bravos (favelas de Río y Sao Paulo, Buenos Aires, Caracas;  Chiapas, Puebla).

Así pues, el caos permanente de la ciudad, es un resultado del comportamiento de la zigzagueante renta urbana[4] y de una alta tasa de ganancia alta sostenida en los ingresos raquíticos de la mayoría de la población. Esta es una clave para explicar la expansión urbana y del capital sin límites, así como de la división espacial del trabajo y la jerarquización de las actividades productivas y sociales (marcadamente polarizante). Pero principalmente de la sobrepoblación.

De esa forma, la renta urbana explica la concentración del capital en algunas áreas y, en otras, su dispersión por los distintos espacios territoriales (especialmente los desarrollo inmobiliarios y malls); lo que es antecedido y seguido a la vez por la red de vías de comunicación y de infraestructura.

Simultáneamente, los niveles de renta baja en la periferia expanden la ciudad. Mientras que la otra parte lo hace hacia  arriba de tal manera que, con este esquema, la propuesta de compactar la ciudad, se topa con el hecho de que la mancha urbana aumenta tres veces más que la población asentada. Asimismo, definen las posibilidades en la generación de empleo, establecimiento de servicios, así como en los niveles de consumo; donde influyen factores fiscales, economías externas, cercanía a plazas comerciales y vías de comunicación; atracción turística, histórica, etcétera.

 

LA CIUDAD MUERTA

Es aquélla que: 1.  Transforma los cuerpos superficiales en cloacas (y las barrancas en tiraderos a cielo abierto). Entre tanto, la disponibilidad del agua potable está en proporción al nivel socioeconómico; 2. Acelera los procesos de desertificación, generando un 80% de GEI; 3. Aniquila las fuentes que proveen de alimentos; 4. Fomenta el uso de energía y materiales provenientes de lugares cada vez más alejados (encareciéndolos en perspectiva); 5. Las fuentes de recursos naturales se han convertido en sumideros de los desechos líquidos, y sólidos; 6. La guerra urbana es el sino de la civilización de la muerte.

En el ínterin, la ciudad sigue siendo un ejemplo mundial de derroche y mal uso del líquido. Y ello, además de la destrucción de las áreas de mayor productividad agrícola en aras de un desarrollo inmobiliario plagado de corrupción y de efectos perniciosos en toda la población (como la desvalorización de la vivienda social, Palma, 2010).

Hay que reconocer que, con el agotamiento de mantos acuíferos, de reservas petroleras y de la provisión de alimentos, la ciudad queda aniquilada en su capacidad autorreproductiva; dependiendo cada vez más de lugares lejanos.

Es una ciudad muerta (Mark Davis, 2003);, porque sus habitantes no responden ante su necesaria participación; sus derechos políticos han sido reducidos a meras declaratorias.

También está muerta por las muertes de personas que ahí ocurren, derivadas de problemas alimentarios y enfermedades (respiratorios, diabetes, cánceres, etc.) Y al mismo tiempo aumenta la espiral de violencia, y la guerra permanente que está presente en los barrios. Lo anterior ocurre desde luego aun en los centros históricos de las ciudades más emblemáticas (Desde Toronto a Medellín; de Sao Paulo a Chicago y de Uruapan a Monterrey); y, y si no fuera suficiente, ahora está presente la guerra del narco.

Así mismo, la mortandad citadina es alimentada por los batallones de fantasmas que recorren día y noche la ciudad en busca de algún alimento, de algún sitio para pernoctar; mientras que la morbilidad es el estado normal de la población.

En la lógica de la gran ciudad, se trata de que la gente esté tan cercana a la basura como a lo más íntimo de su ser. En este mundo, la orden dada es generar basura lo más rápido posible, y competir por ello.

Es una ciudad donde la soledad es su signo, y la agresión entre ciudadanos es la única forma de convivencia posible. La violencia in crescendo llega al punto de trastocar la civilización y sus valores en lo contrario: en un conjunto de no-valores que configuran el mundo y  la gran ciudad; en la idea y realización de una auténtica post-civilización. Ello implica que el pillaje y la codicia, han superado la mera domesticación del otro.

El engaño, como forma de vida producto de la psicogénesis (Elías, 1982) del proceso transcivilizatorio, conduce inevitablemente a la maraña de conflictos, contradicciones, desequilibrios y distorsiones, los cuales profundizan sus causas tanto económicas como las que se originan en la esfera del malentendido (Kropotkin).

La salida está en un poder ciudadano que no logra emerger, en gran parte, porque no logra romper las trabas que le impiden ver el mundo de otra manera y actuar en consecuencia.

 

LOS FUNDAMENTOS DEL CAOS URBANO

La comparación entre las megalópolis centrales y las periféricas, evidencia la tendencia al desorden productivo y social de estas últimas, dentro del caos que implican; y en el marco de la anarquía de la producción (además de los niveles de corrupción generalizados, vía mordida) (Engels, 1974).

No obstante, ambos tipos de megalópolis tienen los mismos fundamentos, que se encuentran en la desigualdad socioeconómica y cultural (ahora bajo el multiculturalismo, i. e. García C.); al tiempo que se entroniza el capital.

De esa forma, los desequilibrios de toda ciudad al servicio del capital (no de las personas), tienen los siguientes fundamentos.

I.  En primer término, la contradicción entre el gasto de energía social, mediante el trabajo social aplicado, y la recibida al través de la retribución obtenida por la venta de la fuerza de trabajo (aun recibiendo el salario justo). Esta es la más importante en la ciudad, y fuente de los demás desequilibrios.

II. La contradicción entre la energía gastada expresada en forma de kilocalorías, y la repuesta mediante la recuperación de su desgaste (físico  e intelectual)  diario.

III.  El desbalance entre el potencial energético de los ecosistemas y su manejo (deficitario), lo cual genera dificultades para  su conservación. Esto se expresa en el modelo urbano invasor de territorios (desterritorialización, Biagni, 2006) y de culturas (aculturación, Aguirre Beltrán, 1872); regulado por la renta urbana (Lipietz, 1972).

IV. El antagonismo entre la cúpula que maneja la administración (Adams, 1983), posibilitando una mayor explotación, mediante el control corporativo de los súbditos del gran capital (estos se ejemplifica en elecciones que implican subsidiar  a los partidos políticos de manera astronómica). Por ello, un gobierno despótico aumentará la energía administrada por el gobierno, que proviene de la base de la pirámide (la población, especialmente trabajadora).

V. Ante la vulnerabilidad urbana, fincada en los anteriores antagonismos, (Ezcurra, 2006), es lógico entender que esté expuesta de manera grave al cambio climático y en general a los desastres (preludio de las catástrofes Delgadillo, García Acosta).

A lo anterior hay que agregar la falta de regulación de los mercados, especialmente del inmobiliario y el cambio del uso del suelo.

Frente al cambio climático, las grandes ciudades deberán reestructurarse, antes que meramente reaccionar ante el problema, para ello, habrán de:

1.  Enfrentar el grave problema de la pobreza (que ahora se concentra en las ciudades) y marginación, que tiene que ver con las pocas fuentes de empleo formal y el bajo nivel del salario, y donde se pretende mantener a raya los precios de los productos del agro para impedir una mayor pobreza, pero extendiéndola al campo. Pero sobre  todo, tiene que ver con la enorme concentración de la riqueza. De ahí la necesidad de impulso al sector social y de un gobierno democrático.

2. El nivel de extrema pobreza está asociado al problema alimentario (de ahí la  necesidad de la promoción de los comedores populares, microcréditos, entrega de alimentos, banco de alimentos, que son medidas ya aplicadas). Pero este punto está vinculado al anterior, lo que implica que la desnutrición inducida por la comida chatarra es congruente con los niveles de pobreza, la cual puede paliarse mejor con la conservación de agroecosistemas e impulso de la agricultura urbana.

3.   Parar y revertir el daño ambiental y parar el cambio de uso del suelo. Debe agregarse el límite poblacional de las ciudades para que éstas puedan ser habitables. Resulta más barato relocalizar, que seguir mantener la incompatibilidad de las ciudades con los ecosistemas (valle de Chalco, etc.).

4. Frente al control político como parte del doble monopolio (económico y político), sólo la autodeterminación barrial y comunitaria (y citadina en general) podrá enfrentar la guerra contra la población (especialmente la juventud), y la protesta social será insuficiente mientras un locutor tenga mayor poder de convocatoria que las demostraciones populares.

5. Instrumentar la planificación preventiva en el marco del principio precautorio, frente al desastre múltiple y la catástrofe que nos amenaza, y cuya solución es: pan, paz y  terrenalidad).

 

Cambio climático: mito o realidad

El cambio climático se ha convertido ya en el “villano favorito” del mundo actual;[5] arrastrando consigo una cauda de impactos tanto impensados cuanto devastadores. Asimismo, detrás de él, también se encuentra una estrategia institucional de arreciar el control sobre la población, mediante una aceptación por parte de ésta de las políticas ambientales (públicas y privadas), encaminadas a enfrentar el fenómeno,[6] las cuales se reafirmaron en la Cumbre de Cancún, 2010 (COP 16), pero sin incorporar los indispensables cambios sistémicos; todo lo cual se presenta bajo el supuesto de que, aquéllas propuestas son la única solución a esta problemática que enfrenta la humanidad para el presente siglo.

Mientras tanto, se pretende que la economía capitalista efectúe un giro tecno-energético; aunque, desde luego, para reforzar los nuevos mecanismos de acumulación del capital que impone la crisis energética, así como sus pretendidas soluciones; y adentrarse así en una fase intensiva de mayor agresión y saqueo de la naturaleza, vía nuevas tecnologías (nanotecnologías, robótica, geoingeniería, transgénicos, genómica, etcétera). Hay que advertir también que, tal giro, no resuelve las perturbaciones en las condiciones de vida y de trabajo, ya que genera enorme malestar en la población (por ejemplo, los “gasolinazos”); empero, se abren nuevas rutas mega empresariales.

La solución alrededor de las energías renovables envuelve entonces una gran falacia (Lovelock, 2007), al no tocar las determinantes económicas de este fenómeno (limitándose a combatir sus impactos atmosféricos), que perturban de manera drástica las condiciones naturales de nuestro planeta; por lo que éstas a la vez trastocan a la economía y sociedad. Todo ello aumenta la fragilidad y vulnerabilidad de la civilización  contemporánea, así como afecta la “sensitividad”  (Roe, et al., 2007; Knutti y Hegere, 2008) del estado de la atmósfera,  incrementado su incertidumbre.

El punto de vista analítico desde la economía ecológica  (Costanza, et al., 1999), parte del principio (y constatación) de la dependencia de las sociedades humanas respecto al ambiente natural; por lo que, seguir insistiendo en la absoluta subordinación de aquéllas sobre éste, es propiciar un mayor desastre.

En el caso del clima, tal dependencia se ha vuelto absoluta en la fase actual del calentamiento global. Ya que aquél ya no es un factor independiente (Acot, 2005), como lo fue anteriormente y durante siglos. De esa forma, involuntariamente, hemos regresado a la sociedad primitiva, con sus respectivas vulnerabilidades (Dalton, 1967).

 

Los acuerdos de Cancún:   las políticas ambientales frente al cambio climático

Las políticas de adaptación y mitigación que se proclaman a los cuatro vientos, orbi et urbi, no toman en cuenta más que algunas de las causas del cambio climático (los GEI); en la búsqueda de la solución a la crisis climática (reducción de emisiones).

Los acuerdos alcanzados son ilusorios,[7] puesto que no hay compromisos verdaderos; ya que todo se pretende resolver voluntariamente (y sin penalizaciones),[8] Por lo tanto, el grave diagnóstico institucional no se corresponde con las medidas acordadas (suaves).

Asimismo, se afecta en gran medida la soberanía y el potencial de desarrollo de los países sometidos al control económico, político e ideológico de las empresas trasnacionales, quienes avanzan ahora hacia el terreno cultural, vía  expansionismo sin límites para fomentar la cultura del despilfarro y el american style.

De esta manera, parece resignarse el mundo a seguir con el modelo depredador y el modo de destrucción (reproducción ampliada negativa, Bujarin, 1974) que está en su base, así como con los llamados al crecimentismo (growthmania) que prevalecen en el discurso hegemónico de dominación trasnacional.

En los acuerdos de Cancún, se anunció también la reducción de emisiones de GEI de entre el 25% hasta el 40% para el 2020, con respecto a 1990 (en Kyoto la meta fue del 5%,),[9] lo que consiste en puros buenos deseos, a no ser que ello se cumpla a raíz de una nueva y más grave crisis económica mundial.


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En cuanto al Fondo Verde,[10] éste se presenta como una buena idea que no se puede concretar, porque no se definieron los mecanismos para su realización, relegándolo a un asunto de carácter bilateral no multilateral. Pero lo más inquietante, es que no hay disponibilidad de dinero, quedando el acuerdo únicamente como una promesa (para el año 2020). Además, la administración del recurso por parte del Banco Mundial, seguramente va a generar sospechas al respecto. Sin embargo, ello no significa que el Fondo Verde sea una mala idea en sí.

En el esquema de transferencia de tecnología propuesto, éste se limita a abrir mercados a las empresas del ramo, olvidándose que la tecnología debe ser diseñada de acuerdo a las necesidades locales (Abetti, 1983), lo que requiere la generación de aquélla adaptada al entorno (incluso con apoyo extranjero), y no de una mera transferencia. Aparte de que era necesario abrir el sistema mundial de patentes (Daly, 1987). De lo contrario, parecen resultar palabras huecas el que esto pueda darse en el sentido de ayudar a los países en desarrollo, a fin de cubrir los costos de la transición energética (reducir emisiones y a la vez sustituir energías fósiles, generadoras de los GEI).

Por su parte, el programa REDD+, busca conservar los bosques y retribuir a los dueños por ello.[11] Esto profundiza el mercado de bonos de carbono y de servicios ambientales; enmascarando las nuevas formas de contaminación y dominio que evocan el nuevo “capitalismo sustentable” (Gore, 2006) o “capitalismo natural” (Hawken et al., 2000). Asimismo, el acuerdo se ha criticado por el intento de avanzar en la privatización del “capital natural” (Sarukhán et al., 2009) que representan los bosques y selvas.

Finalmente, la Cumbre de Cancún, al aceptar que siga subiendo la temperatura del planeta, hizo todo por garantizar y legalizar un efecto contrario a los pueblos, implícito en el mercado de bonos de carbono (y el Mecanismo de Desarrollo Limpio) y en las nuevas formas de explotación que suponen (Protocolo de Kyoto, 1998).

En suma, se trata de administrar mas no de solventar la crisis climática, entendida como parte de la crisis humana y social.

 

Atacar las causas del cambio climático implica restructuración de las ciudades[12]

El clima se ha modificado irreversiblemente en las últimas décadas; sin embargo, sus factores determinantes se han profundizado. Por lo tanto, la mejor manera de contrarrestarlo, es no quedarse en la mera adaptación y mitigación, presentes en el discurso oficial, ya que son insuficientes. Por ello es necesario revisar éstos [propuestos en la CMNUCC (1998)] y proponer conceptos alternativos en materia del combate al cambio climático:

1. Mitigación. Atacar las raíces de la crisis climática no es una cuestión de más o de menos emisiones de GEI, aunque es indispensable reducirlas. Se trata, más que de ello, de un verdadero shock, aunque emprendido desde la sociedad civil, no desde arriba. Y es que parar el modelo depredador, es una condición indispensable para emprender el rumbo hacia un modelo alterno con baja huella de carbono (y ecológica), pero con una mayor capacidad de carga, y mediante la democracia ambiental; donde cada persona disponga de lo necesario y suficiente, no nada más sobre-mal-vivir. En la versión del establishment, este punto tiene que ver con la reducción verificable y certificable de las emisiones de dióxido carbono. Así que, la deficiencia del enfoque en torno a la mitigación, es que sólo considera aminorar el dolor del enfermo; pero los fundamentos del malestar inducido pueden incrementarse.

2. Adaptación. Ésta se refiere a enfrentar las vulnerabilidades.[13] Es una estrategia de largo plazo que, para ser efectiva, debiera fincarse en la evolución como prioridad; por lo tanto, entenderse en el fondo como la adaptabilidad de la economía humana respecto a la de la naturaleza. De esa forma, podría superarse la idea de poner sacos de arena o diques ante las inundaciones; ya que debe ejercerse la planeación preventiva de las  ciudades. Debe hacerse pues respetando las condiciones naturales y socioculturales, así como las imprescindibles reglas para alcanzar un ordenamiento territorial y, por lo tanto, poblacional.[14] El fondo del asunto es la adaptación, no al cambio climático precisamente, que es un efecto de la devastación de la naturaleza; más bien, hay que adaptar la sociedad a la naturaleza, parando su destrucción e iniciando una nueva forma de relacionarse con ella. Por su parte, en el Informe Stern (2008) se señala, en cuanto a adaptación, que “los países más pobres son los más vulnerables al cambio climático, razón por la que es esencial que el cambio climático quede plenamente integrado en la política de desarrollo, y que los países ricos cumplan con sus compromisos de aumentar su apoyo, por intermedio de la asistencia (…) y la labor sobre nuevas variedades de de cultivos, que muestren mayor resistencia a las sequías  e inundaciones”. Agrega que la temperatura subirá de dos a cinco grados centígrados de aquí hacia 2050/2060. Uno de sus argumentos es que, en lo que respecta a la agricultura, ésta representa el 14%[15] de los GEI; y el consumo del 80% del agua dulce disponible.

3. Restructuración.[16] Enfrentar a profundidad la crisis climática, requiere eliminar los procesos socioeconómicos, culturales y tecnológicos que conducen al desastre,[17] los cuales se centran tout court en el fenómeno de  la ganancia y la anarquía inherente al sistema económico; o, mejor dicho, en el modo de hacer ganancia (Marx, 1971) a toda costa, destruyendo la Tierra y al hombre. Lo anterior requiere el control y vigilancia social de las megaempresas (evitando monopolios) como precondición, las cuales suelen oponer su interés particular al interés general.

4. Enfriamiento planetario.[18] Implica la aplicación de medidas de más largo plazo, como administrar correctamente el ciclo hidrológico, contrarrestar la acidificación de los mares, incrementar la captura de carbono; asimismo, la extensión e intensidad de la producción de biomasa; bajando la huella ecológica, pero a la vez aumentando la capacidad de renovación de los recursos naturales renovables y reduciendo el uso de los no renovables (Daly, 1987); aminorando la agresividad de las ciudades y de las megalópolis (más verde, menos gris);  impulsando la nueva agricultura[19] encaminada a reducir el uso de derivados del petróleo y otros combustibles fósiles, mediante alternativas agroecológicas, bajas en carbono; y apagando los focos rojos socioambientales del modelo destructivo en marcha. Empero, enfriar el planeta supone enfriar el sistema económico-político (Latouche, 2008).

Por lo tanto, la solución no es (solamente), la transición energética, sino dar pasos hacia una restructuración profunda de la economía y sociedad (entre otras transformaciones). Además, hay que tener en cuenta que las energías limpias que se promueven, también son contaminantes en su mayoría o no apropiadas socialmente (hidroeléctrica, eólica, nuclear, biocombustibles).

 

Las trampas  del cambio climático

Las propuestas incluidas en las políticas públicas en funciones y en las acciones de combate al cambio climático, afectan  evidentemente a la población. Por ello hay que reconocer que el acelerado proceso de desertificación, no sólo es un proceso físico, químico y biológico sino social (y político).

Por ello, junto a la discusión sobre sus causas-efectos, es necesario vislumbrar las posibles vías de solución a este grave problema que pone en riesgo a la humanidad (y a la habitabilidad planetaria), desde una visión crítica respecto a las acciones propuestas por parte de los organismos internacionales (para los cuales en una “gran falla de mercado”, Stern, 2008), así como frente a los causantes del mismo, que además pretenden echarle  la responsabilidad a toda la población; lo cual afecta  sobremanera a los más pobres, que son quienes realmente  quienes menos contaminan. De esa manera, el daño social causado por unos cuantos tendrá que ser cubierto por toda la población.

Estas trampas buscan consolidar la economía del desastre, mediante  un nuevo modelo afín a los principales responsables del mismo. De tal forma que no se altere el sistema anclado en el déficit energético y económico; y, además, pretende la uniformización bajo la modalidad del pensamiento único, fomentando a la vez los emergentes mega-negocios “verdes” (Gore, 2006).

Así pues, las trampas del cambio climático, como prolongación de las trampas y paradojas de la economía, son las siguientes:

I. La crisis planetaria se resuelve mediante el combate al cambio climático.

  1. El cambio climático se explica por las emisiones de GEI, siendo que hay otras causas (deforestación, destrucción de la biodiversidad lluvia ácida, vapor de agua, derretimiento de los polos, concentración de ozono). De esa forma, las explicaciones son parciales. Sin embrago, efectivamente coinciden los aumentos de la temperatura con mayores emisiones de GEI, pero eso no significa que haya una relación inmediata de causa-efecto entre ellos.
  2. Hay que atacar sólo las causas humanas, (sin embargo no hay ignorar las naturales, lo cual exige cambios mucho más drásticos  en la sociedad; vivir conforme a la naturaleza); o mejor dicho sus efectos.
  3. Los GEI  causan el cambio climático.[20] Pero se minimizan otros   contaminantes como los Componentes Orgánicos Persistentes y las micropartículas suspendidas, ozono etc., que directa o indirectamente  agravan el aumento de la temperatura.
  4. Para combatir el cambio climático basta con las estrategias de adaptación y  mitigación, propuestas  en el Protocolo de Kyoto y en la Convención Macro de Naciones Unidas para el Cambio Climático (1998).
  5. La solución (y mito) se encuentra básicamente en la sustitución de las energías no renovables por las renovables. (supuestamente todas limpias: otro mito).
  6. Reducir los GEI, que es un problema técnico, pero sin reordenar la economía.
  7. Cambiar el tipo de consumo, pero impulsando el consumismo.
  8. Combatir el calentamiento global sin enfriar la economía.
  9. No es necesario reestructurar sino que hay que seguir impulsando el modelo mega empresarial (= a mitigación y adaptación, CMNUCC, 1998).

El corolario institucional es: no es necesario reconstruir las ciudades. Al contrario: hay que sostenerlas mejorando la eficiencia económica y energética. E, igualmente, en relación a la agricultura (biocombustibles, transgénicos).

La economía y sociedad deben cambiar, pero: ¿qué tanto es tantito (es como un diabético que quiere curarse consumiendo menos botellas de coca cola?).

Por último:

  1. La desertificación urbana es resultado de mayor riqueza (y, por lo tanto, de pobreza).
  2. No es sólo una crisis, es un auténtico colapso societal (civilizatorio)
  3. ES un cambio climático o bien se trata de un desastre múltiple.
  4. En suma: catástrofe o crisis pasajera.

 

El cambio climático ante la bifurcación civilizatoria

Después de todo lo anteriormente planteado, hay que reconocer que existen distintas voces discordantes respecto a la complejidad del cambio climático, sus explicaciones e implicaciones; encontrándose incluso quienes  hablan del inicio de una nueva glaciación o bien quienes niegan que el calentamiento global sea provocado por los GEI de origen humano (Serbia, 2010);[21] por ello se afirma que estamos ante una crisis de conocimiento (Leff, 2006).

Desde este punto de vista, hay que tomar en cuenta que, la crisis ambiental no es producto nada más de la aplicación de tecnología inapropiada, de la entropía, el modelo de desarrollo, la mentalidad, etc.; ya que, también, es resultante de la incomunicación humana. Así pues, sólo un diálogo fructífero, mediante el logro de acuerdos claros, puede llevar a entender las causas y soluciones efectivas de esta problemática humano-ambiental: repartiendo equitativamente los costos y los beneficios económicos, ecológicos y sociales, mediante una cooperación mundial en materia de combate al calentamiento atmosférico sin control en nuestro planeta. Pero esto no ha ocurrido suficientemente (y básicamente sólo en beneficio de las trasnacionales) y, en cambio, están presentes innumerables factores que lo obstaculizan. De ahí que nunca habrá recursos suficientes para lo prioritario (Dyson, 1989), como lo es en este caso. En lugar de ello, siempre los habrá para las veleidades del poder.

La falta de la eficacia en el diálogo, real y efectivo (Gadamer, 1998),  resulta ser una fuente importante de la crisis ambiental (y climática) que, en realidad, es consecuencia de la crisis de la naturaleza humana, la cual se explica por los procesos disruptivos en el metabolismo social y natural de la organización social, y que ponen en riesgo la posibilidad de evolucionar como especie humana (Laszlo, 2006), creando en cambio la posibilidad de su extinción en un proceso donde se combinan guerras, hambrunas, enfermedades y contaminación.

Junto a lo anterior, está presente la idea de que las diversas medidas propuestas para atacar unidos un problema mundial, pudieran ser vistas como falsas soluciones. Esto explica porqué las empresas más contaminantes, no obstante que poseen ya un ideario ambientalista, no se comprometen decididamente en apoyar los procesos evolutivos de la especie (especismo), así que prefieren un presente que ofrece un futuro imaginario e  insustentable, por incompatible; soslayando su enorme responsabilidad en el estado de cosas que sufre la sociedad actual.

Esto significa que, enfrentar el cambio climático, no puede reducirse solamente en términos de mitigarlo y adaptarse a él (que es tanto como resignarse a aquél, sin medir las consecuencias eco-sociales); mientras tanto, poco se hace para evitar las bajas ambientales (sobre todo en islas y zonas costeras). De esta manera, puede decirse que estos Acuerdos logrados no atacan el  modelo económico que está sostenido en la depredación planetaria (que privilegia la ganancia por encima de la reparación del daño eco-social); así como en la mentalidad que le corresponde.

Por ello, no se pueden cerrar los oídos a las causas del mundo-invernadero, que sí son corregibles y pasan por la desestructuración del modelo depredador, así como por la más rápida transición civilizatoria; de esa manera, aminorando el inevitable ajuste, pero bajo el control de la mayoría, no de unos cuantos.

De nada sirve entonces dar el salto energético, si se sigue reproduciendo la civilización de la barbarie, anclada en un modo de vida y de producción todavía en marcha.

Finalmente, hay que cuestionar cómo es que se puede aceptar (esto fue planteado por la delegación boliviana), lo acordado en la Cumbre de Cancún (2010), en relación a aumentar la temperatura “sólo” en dos grados centígrados de aquí al 2030, cuando los científicos indican que aunque se dejasen de emitir ahora los GEI (Lovelock, 2007), la temperatura inevitablemente seguirá subiendo (también por causas naturales); lo anterior no significa que haya que cruzarse de brazos; ya que ello equivaldría a crear un infierno en la Tierra.

Aceptar institucionalmente que aumente la temperatura global como algo inevitable,[22] más los impactos que vienen por la mera acumulación histórica de dichos gases, deja a las siguientes generaciones inermes. Por ello, la meta debería ser el situarse cada vez más cerca del cero, pues sólo así se podría dar soporte a la vida en el planeta en el futuro inmediato; de esa manera, la temperatura a la larga disminuirá  efectivamente menos.

Ésta sería una medida más segura, pero también más radical, pues involucra no quedarse en la adaptación y mitigación del cambio climático, para dar pasos hacia a la restructuración de la sociedad y a la transición hacia un nuevo modelo de sociedad.

El colapso es inevitable y su superación deberá ser enfrentada y dirigida mediante la reapropiación social (Leff, 1995), la cual requiere de resiliencia urbana (Bianchini, 2010) y rural (PECC, 2009:7); e implica el desarrollo local, así como el empoderamiento ciudadano; tanto en el campo como en la ciudad.

 

El cambio climático en retrospectiva

La historia del clima nos brinda una lección: en el principio, el hombre dependía del clima en lo absoluto. Posteriormente, fue controlandolo hasta cierto punto, modificándolo drásticamente como ahora ha ocurrido. Sin embargo, estas acciones se revierten sobre la sociedad. Así, el hombre dejó de depender del clima (Acot, 2005).

No obstante, en la actualidad hay un retorno a esa dependencia, lo que es paradójico porque, cómo es que con tanto progreso se haya rebajado a la situación del hombre primitivo

En efecto, en aquel entonces, las sociedades humanas se encontraban inermes frentes a las difíciles condiciones del ambiente natural que se les presentaban; entre tanto, el ambiente social se fue prefigurando según las coordenadas del ritmo marcado por el ecosistema y el clima.

El proceso evolutivo incluyó una amplia cooperación (y no sólo competencia) con la naturaleza -y entre los seres humanos-, lo que dio el origen a las distintas y sucesivas formas de organización social (Callicot, 1997; Prennant, 1972). Simultáneamente, lo anterior explica cómo, con el transcurso del tiempo, el instinto e incipiente conocimiento alcanzado por los grupos humanos, devinieron en la certeza de que ésa era la mejor forma de alcanzar la sobrevivencia.

Por lo tanto, la lucha contra la naturaleza, no es una precondición inevitable del progreso humano (Marx, 1972); empero, en la sociedad actual tal lucha no ha cesado, menos aun con el conocimiento de las leyes de la naturaleza (Engels, 1974), lo cual ha derivado en su destrucción, más  que en su conservación; aquéllas, en realidad, han sido hasta ahora, simplemente reglas de la explotación de la naturaleza (y del hombre); predeterminadas por una economía enfocada al lucro como su fin último.

Así pues, la lección que nos brindó la naturaleza: vivir dentro y no junto a ella (Okada, 1994), fue olvidándose hasta revertirse y convertirse en su sometimiento al despotismo humano (Passmore, 1997), expresado actualmente en una poderosa máquina de destrucción planetaria sin límite.

Este es el verdadero “demonio” (Sagan, 2006) que está detrás del cambio climático. Si éste no se detiene, nada de lo que se haga rendirá frutos en materia de confrontación a aquél.

Por lo tanto, el requisito más importante para caminar en la dirección requerida, es la moratoria universal del dominio humano sobre la naturaleza e iniciar el camino inverso: aprender a convivir con la naturaleza. Ya que hay aceptar que la naturaleza es realmente quien nos abarca, por lo que es necesario revertir el sometimiento humano de ella, mediante el rescate de sus dones (Godelier, 1998) y la preservación de la vida en la Tierra (Morin y Kern, 1993). La meta, y medio a la vez, es conservar la integridad de la vida, estableciendo universalmente sus derechos y en concordancia con las leyes del universo (Serres, 1991; Ferry, 1993). Lo anterior significa que la pertinencia  de la economía humana tiene que ver con el respeto a los procesos y ciclos naturales, que son el entramado real que está verdaderamente detrás de los ciclos económicos.

Entre tanto, en el teatro mundial de las culturas y pueblos, se recrudece la lucha por mantener la hegemonía de Occidente (Libia, Egipto, Siria, Túnez, etc.), y se pone en riesgo al planeta por otro calentamiento: el económico, (y político), el cual hace más cruenta la guerra de civilizaciones (Hunttington, 1997), e implica alcanzar una nueva fase de dominio de los países poderosos respecto a los débiles, imponiendo un tour de force a estos últimos; controlando las megaempresas no sólo la economía mundial sino toda la vida social.

Mientras ello ocurre, los reservorios de múltiples culturas y civilizaciones mantienen diversas estrategias de sobrevivencia trazadas desde tiempo atrás, mismas que las han hecho capaces de adaptarse a los cambios tanto del entorno natural, como de la evolución de la relación entre centro-periferia, logrando a la vez asediar a los sectores dominantes y hacer enormes aportes en el terreno de la siembra de una nueva civilización frente al desastre global.

 

Conclusión

Instaladas en el caos como el orden de la ciudad, las megalópolis periféricas carecen de suficientes recursos para instrumentar una urbanización orgánica, a diferencia de las centrales que disponen de altos salarios, empleo, y modernización tecnológica (así como recursos fiscales propios). La urbanización de la pobreza y su expansión territorial son más fuertes que los  intentos de convertirlas en ciudad vertical, que tiene planeado el gran capital trasnacional. De esa forma el dilema no es ciudad vertical u horizontal sino orgánica e inorgánica, en relación a las fuentes de los recursos, fuentes de carbono; integración económica; entrelazamiento de las actividades productivas con los servicios (tercerización orgánica)

Este contexto urbano es el caldo de cultivo del desastre, que se conecta con un entorno mundial resquebrajado, lo que abre la posibilidad para emprender modelos alternos siempre y cuando haya autodeterminación de la población. Por ello se plantearon los criterios de una planificación alternativa.

Enfrentar este escenario mediante la resiliencia urbano-rural exige el empoderamiento ciudadano, fortalecimiento de su comunalidad, la cooperación, regulación de mercados y el asociacionismo. Pero a la vez, la ciudad para subsistir requiere de aplicar políticas que reduzcan la población y la redistribuyan bajo el esquema de la sustentabilidad urbana y desde luego rural.

La movilización para mejorar los ingresos de la población no es mera cuestión de marchas sino de políticas que fomenten la modernización tecnológica y el gobierno apoyan la terciarización orgánica, como sustento de mayor empleo y la mejora de los salarios.

Finalmente, frente al cambio climático, las medidas propuestas favorecen a las empresas trasnacionales, mas no a los pueblos

Por ello, el eje de estas transformaciones para la reestructuración de la megalópolis, es la resiliencia urbana, la cual quiere decir que el schock deberá ser dirigido por los habitantes de la ZMVM, y  cuyas características serían:

1. Reapropiación social sobre el espacio territorial, construyendo microclimas y rescatando ecosistemas, bajo la convivencia social; conciencia cívico-ambiental.

2. Cohesión interna comunitaria la polis-civitas frente  a la urbs

3. Eficacia organizacional (familiar, comunitaria, barrial, ciudadana) mediante el nuevo paradigma político conversacional.

4. Recreación, arte, deporte, ciencia y cultura.

5. Generación de tecnologías propias, e impulso de ecotecnias y software propio; impulso al transporte público y bici-ciudades.

6. Políticas públicas convergentes (transversales).

7. Diseños urbanos a imagen de la naturaleza. Construcción de microclimas.

8. Revalorar las zonas agrícolas y rurales e impulsar agricultura urbana y sistemas de intercambio directos.

9. Convivencialidad y revaloración del trabajo humano.

10. Revalorar la tierra en el contexto de la nueva urbanidad e interculturalidad.

Identidad nacional, deberá ser el eje de estas transformaciones, que supone el desarrollo territorial. Sin embargo, éste no puede ir más lejos que la visión de pertenencia a la tierra, por lo que por encima de aquél se encuentra el principio de la terrenalidad.

 


Notas:

[1] Departamento de Sociología Rural, Universidad Autónoma Chapingo, México. Tel-fax: 01 595 95 2 16 25. Correo e: Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.

[2] Mientras tanto los programas gubernamentales de transferencias directas  los pobres (Oportunidades y Hábitat), han tenido un impacto mínimo. El modelo mexicano ha descansado en los salarios bajos y en el atraso tecnológico concomitante a aquellos. Y, en consecuencia, en la presencia de ganancias de monopolio fincadas en la pobreza y la dependencia tecnológica y comercial, como condición de su crecimiento económico.

[3] Casos: desbordamiento del rio de los Remedios, dren de Xochiaca, Canal de la Compañía,  Ixtapaluca, etc.; todos en el oriente del estado de México Además de Iztapalapa, Venustiano Carranza, Gustavo A. Maderoi, etcétera)

[4]La renta es percibida como el canon que reciben los propietarios urbanos, a lo que se agrega el interés del capital invertido.

[5] “El problema del cambio climático se perfila como el problema ambiental global más relevante de nuestro siglo” (Programa Especial de Cambio Climático, PECC, 2009:1).

[6] Véase Convención Macro de Naciones Unidas para el Cambio Climático (CMNUCC), 1998; en el año de 1994, reconoció dicha Convención que la concentración de GEI es una más de las causas del calentamiento global. En el Protocolo de Kyoto (que surgió como una prolongación de la CMNUCC), se fijó una meta de 5.2% en la reducción de los GEI, para el año 2002 (respecto a 1990).

[7] Empero, comparado con la Cumbre de Coppenhagen (2009),  resultó ciertamente en un avance dado que ahí no se establecieron acuerdos vinculantes (aunque ahora quedaron más en la retórica). Además,  hay que tomar en cuenta los desacuerdos norte/sur y este/oeste.

[8] Véase lo laxa que es la legislación ambiental en México, que es inductiva y supeditada al mercado (LEGEEPA; 2000).

[9] En México de 30% para el 2020. Por su parte, el IPCC plantea una reducción del 50% para el año 2050, en relación al año 2000.

[10] El Fondo Verde anunciado para los años 2010-2012, es de 30 mil millones de dólares; para el 2020, de 100 mil millones de dólares.

[11] Además de la conservación de bosques, incluye el manejo sustentable, y el aumento de las reservas o almacenes de carbono, así como compensar a los países que ya están protegiendo sus bosques (REDD+, 2010:46).

[12] Y del campo.

[13] “México se ubica entre los países de mayor vulnerabilidad debido a que 15% de su territorio nacional, 68.2% de su población y 71% de su PIB, se encuentran altamente expuestos al riesgo de sus impactos” (PECC, p. 23).

[14] No tipo FONDEN (Fondo Nacional de Desastres Naturales) y  el PACC (Programa de Atención a Contingencias Climatológicas), ni tampoco como la Estrategia Nacional de Cambio Climático (ENACC), ya que son a todas luces insuficientes puesto que su meta se limita a reducir impactos. Más que reordenamiento territorial, lo que se requiere es de un auténtico reordenamiento económico.

[15] El Programa Especial de Cambio Climático (PECC, 2007: 41) menciona una cifra del 19%.

[16] “(…) la prevención de riesgos es un requisito del desarrollo, e incluye dos facetas: prevenir los riesgos de desastre inherentes al crecimiento, especialmente las prácticas ambientalmente destructivas. Superar las condiciones de pobreza y exclusión –las prácticas humanas y socialmente destructivas- que incrementan la vulnerabilidad  ante las amenazas  natural es y socio-naturales” (Vargas, 2002:23).

[17] Véase al respecto la “Crítica del Programa de Gotha”, de Karl Marx, en K. Marx y F. Engels (1974). Aquí, los desastres están contemplados dentro de la planificación bajo control obrero.

[18] Lovelock (2007: 45) menciona al obscurecimiento planetario  como una posible solución, aunque improbable.

[19] “Entre los sectores que el Informe propone invertir figura la agricultura, con recursos de los 100 mil a los 200 mil millones de dólares anuales en todo el mundo hasta 2050, así se podría alimentar a  9 000 millones de personas y mejorar la fertilidad del suelo, mediante  un uso sustentable del agua, con ello se podrán elevar los rendimientos respecto a lo que hoy se obtiene”, Informe Stern, 2008.

[20] Los llamados Gases de Efecto Invernadero(GEI) son: dióxido de carbono (CO2), óxido nitroso (N2O), metano (CH4), hidrofluorocarbonos (HFC), perflurocarbonos (PFC), hexafloruro de azufre (SF6) y vapores, principalmente (destaca la industria en la generación de CO2 y la ganadería generadora de metano).  Todos ellos se transforman en CO2 como unidad de medida: “los potenciales de calentamiento atmosférico que se utilicen para calcular la equivalencia en dióxido de carbono de las emisiones antropógenas por las fuentes y de la absorción de los GEI serán los aceptados por el grupo intergubernamental de expertos sobre el cambio climático”, Convención Macro de Naciones Unida sobre el Cambio Climático (artículo 5, párrafo 3).

[21] Según esto, sólo 4% de los GEI se atribuirían a las actividades humanas.

[22] “De acuerdo al Comité Científico de Estudios Antárticos, si la temperatura subiera arriba de dos grados centígrados, el nivel del mar se incrementaría en 50 cm para el año 2050, el doble de lo estimado por el IPCC”, véase http//www. cambio./climático_ ciudades/megalópolis./.urbe/neguentropía.

 

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