La Historia de Condorito: El Cóndor Chileno que Nos Hizo Decir “¡Plop!”
En el vasto universo de la historieta latinoamericana, pocas figuras son tan instantáneamente reconocibles y queridas como Condorito. Este cóndor […]
¿Qué es una historieta? Si alguna vez se ha formulado esta pregunta al contemplar las viñetas de Mafalda o al sumergirse en las aventuras de El Eternauta, se encuentra en el lugar indicado. La historieta, también denominada cómic, tebeo o novela gráfica, trasciende la noción de meros dibujos en secuencia. Constituye el noveno arte, una forma de expresión narrativa que fusiona imagen y texto para erigir mundos, relatar historias y, fundamentalmente, reflexionar sobre nuestra propia realidad. Es un lenguaje con una gramática visual y una sintaxis temporal que ha servido como crónica, crítica y espejo de las sociedades que la producen.
En esta guía exhaustiva, exploraremos la definición, los elementos constitutivos y la rica historia de este medio, con un énfasis particular en su trayectoria y singularidad en el continente latinoamericano. Desde sus precursores hasta sus manifestaciones digitales contemporáneas, analizaremos cómo la historieta se ha consolidado como un objeto de estudio y un vehículo cultural de primer orden.
Si nos preguntamos qué es una historieta, podemos definirla como una forma de narrativa gráfica que emplea una secuencia de imágenes yuxtapuestas, usualmente en combinación con texto, para contar una historia o transmitir información. Su esencia radica en la capacidad de representar el flujo del tiempo a través del espacio estático de la página. Esta particularidad la distingue de otras formas narrativas como la literatura, que depende exclusivamente de la palabra, o el cine, que se basa en la imagen en movimiento real.
Uno de los grandes teóricos del medio, Will Eisner, acuñó el término que mejor captura su naturaleza: “arte secuencial”. Esta definición subraya que el núcleo de la historieta no es el dibujo individual, sino la relación entre una imagen y la siguiente. Por su parte, Scott McCloud, en su obra fundamental Entender el cómic: El arte invisible, ofrece una definición más detallada: “Ilustraciones yuxtapuestas y otras imágenes en secuencia deliberada con el propósito de transmitir información u obtener una respuesta estética del lector”.
La designación de la historieta como el “noveno arte” fue popularizada en la década de 1960 por teóricos como Morris y, de forma más sistemática, por el crítico francés Francis Lacassin. Esta catalogación buscaba otorgarle el estatus artístico que históricamente se le había negado. Paradójicamente, si se sigue la cronología, la historieta moderna es anterior a la fotografía (octavo arte) y al cine (séptimo arte), lo que evidencia la tardanza en su reconocimiento académico y cultural.
Una historieta es una forma de narrativa gráfica que combina imágenes secuenciales y texto para contar una historia. También conocida como cómic, se caracteriza por el uso de viñetas, globos de diálogo y elementos visuales como onomatopeyas y líneas cinéticas.
La diversidad terminológica para referirse a este medio refleja su penetración global y sus adaptaciones locales. Aunque a menudo se usan como sinónimos, cada término posee una etimología y un anclaje geográfico particular, generando un interesante debate sobre la diferencia entre cómic vs historieta.
A esta tríada principal se suman numerosas variantes regionales que enriquecen el léxico del noveno arte en América Latina:
Globalmente, encontramos términos como Bande Dessinée (BD) en el ámbito francófono (“tiras dibujadas”), Fumetti en Italia (“nubecitas”, en alusión a los globos de diálogo), y las reconocidas denominaciones asiáticas: Manga en Japón, Manhwa en Corea y Manhua en China.
Para comprender cabalmente una historieta, es indispensable analizar su gramática visual. Estos son los elementos fundamentales que los artistas utilizan para construir sus narrativas.
La viñeta es la unidad mínima de significación en la historieta. Se define como el espacio, generalmente enmarcado, que representa un instante específico de la historia. Su forma puede variar (rectangular, cuadrada, circular o incluso sin contornos definidos) y su tamaño suele ser proporcional a la importancia o duración del momento que contiene. La disposición de las viñetas en la página guía el ritmo de lectura, que en la tradición occidental sigue un recorrido de izquierda a derecha y de arriba hacia abajo, a diferencia del manga japonés, cuya lectura es de derecha a izquierda.
Los globos o bocadillos son el recurso canónico para representar el diálogo y el pensamiento. Su morfología es un código en sí mismo:
La tipografía (rotulación) y el contorno del globo son, por tanto, parte integral de la narración, aportando matices expresivos cruciales.
Las cartelas son recuadros, usualmente rectangulares, que contienen la voz del narrador. Situadas típicamente en los márgenes superior o inferior de la viñeta, aportan información contextual que los personajes no pronuncian, como el paso del tiempo (“Al día siguiente…”), cambios de localización (“Mientras tanto, en la base enemiga…”) o aclaraciones narrativas. Su función es análoga a la del narrador omnisciente en la literatura.
Son la representación textual de sonidos y ruidos. Las onomatopeyas (“¡BOOM!”, “¡PLAF!”, “¡CRASH!”) se integran visualmente en la viñeta, a menudo con un diseño tipográfico expresivo que sugiere la intensidad y naturaleza del sonido. Aportan una dimensión auditiva a un medio eminentemente visual, aumentando su dinamismo y expresividad.
El movimiento y las emociones abstractas se codifican a través de un sistema de símbolos visuales:
Es el corazón de la historieta. El estilo del dibujo (realista, caricaturesco, abstracto), el uso del color o del blanco y negro, y la composición dentro de la viñeta son decisiones estéticas fundamentales. La elección de planos y ángulos de cámara, tomados del lenguaje cinematográfico, es decisiva para la narrativa:
Más allá de sus elementos individuales, la historieta articula una compleja estructura narrativa que combina lo visual y lo temporal.
La disposición de las viñetas en la página (layout) no es arbitraria. El tamaño, la forma y la cantidad de viñetas por página establecen un ritmo visual que influye directamente en la percepción del tiempo por parte del lector. Una página con muchas viñetas pequeñas puede sugerir una acción rápida y fragmentada, mientras que una única viñeta a toda página (splash page) detiene el tiempo para enfatizar un momento de gran impacto.
Al igual que otras formas de relato, muchas historietas siguen la estructura aristotélica de:
Quizás el mecanismo más fascinante de la historieta es lo que ocurre en el espacio entre las viñetas, conocido como “calle” o “canal”. Scott McCloud denomina “clausura” (closure) al proceso mental que realiza el lector para conectar los momentos representados en viñetas consecutivas, infiriendo la acción que no se muestra. Es en este “arte invisible” donde reside gran parte de la magia del cómic. Como afirma McCloud: “Entre viñetas, ninguno de nuestros cinco sentidos se ve requerido. ¡Y por eso mismo todos ellos se ven empleados!”. El arte de la historieta, por tanto, reside tanto en lo que se muestra como en lo que se omite deliberadamente.
McCloud cataloga seis tipos de transiciones que el lector puede inferir entre viñetas, cada una creando un efecto narrativo distinto: momento a momento, acción a acción, sujeto a sujeto, escena a escena, aspecto a aspecto y non-sequitur. Esta variedad permite a los autores controlar el flujo narrativo con gran precisión. “Nuestra percepción de ‘la realidad'”, concluye, “es un acto de fe basado en meros pedazos”.
Aunque su forma moderna es relativamente reciente, el impulso de narrar con imágenes secuenciales es tan antiguo como la humanidad misma.
Las pinturas rupestres de Lascaux, los jeroglíficos egipcios, las cerámicas griegas, los vitrales de las catedrales medievales y, de manera notable en América, los códices precolombinos mayas y aztecas, son todos antecedentes del arte secuencial. Obras como el Tapiz de Bayeux (siglo XI), que narra la conquista normanda de Inglaterra, o las Cantigas de Santa María de Alfonso X el Sabio (siglo XIII), ya utilizaban una estructura de viñetas para desarrollar un relato.
Se considera al suizo Rodolphe Töpffer el padre de la historieta moderna. En 1827 creó Los amores del Sr. Vieux Bois, una historia contada en una serie de paneles con texto al pie. El desarrollo de la imprenta y la prensa satírica europea en el siglo XIX, como la revista “Le Caricature” (1830), crearon el caldo de cultivo perfecto para la explosión del medio.
La fecha de nacimiento canónica del cómic moderno se suele fijar en 1895 o 1896 con la aparición de The Yellow Kid de Richard F. Outcault en los periódicos de Nueva York. Este personaje, que habitaba en las páginas de suplementos dominicales a color, fue el primero en utilizar de forma consistente los globos de diálogo para integrar el texto en la imagen, sentando las bases del lenguaje del cómic tal como lo conocemos. Su popularidad fue tal que dio origen al término “prensa amarilla” (Yellow Press).
Este período vio una explosión de creatividad y popularidad. En Estados Unidos, surgieron las tiras de aventuras y, sobre todo, el género de superhéroes con el debut de Superman (1938) y Batman (1939). En Europa, la escuela franco-belga produjo obras maestras como Las aventuras de Tintín (Hergé, 1929) y Spirou (1938). América Latina, como veremos, vivió su propia y prolífica Edad de Oro.
A partir de los años 60, el cómic comenzó a ser tomado en serio como forma de arte. El término “novela gráfica” fue popularizado por Will Eisner con su obra Contrato con Dios (1978), designando obras más extensas y con ambiciones literarias. El punto de inflexión definitivo llegó en 1992, cuando Maus de Art Spiegelman, una desgarradora crónica del Holocausto, ganó el Premio Pulitzer, rompiendo todas las barreras entre “alta” y “baja” cultura. El auge del manga en los 80 y 90 y la revolución digital con los webcomics en los 2000 han seguido expandiendo los horizontes del noveno arte.
La historieta latinoamericana no es una mera imitación de los modelos estadounidenses o europeos. Ha desarrollado una voz, una estética y unas preocupaciones temáticas profundamente arraigadas en su contexto social, político y cultural.
La historieta en América Latina ha tenido siempre una impronta social y política muy marcada. A diferencia del predominio de la fantasía y los superhéroes en la tradición norteamericana, aquí el foco se ha centrado a menudo en el mundo real, la crítica de costumbres, la sátira política y la reflexión sobre la identidad. Ha sido un medio para procesar traumas históricos como las dictaduras, para explorar las complejidades de la vida urbana y para dar voz a los sectores marginados de la sociedad.
Argentina representa uno de los epicentros de la historieta en español, con una Edad de Oro (1940s-1960s) de una vitalidad asombrosa. Revistas como Patoruzito (1945) llegaron a vender 300.000 ejemplares semanales, y el mercado de historietas llegó a constituir casi el 50% del total de revistas del país.
México fue otro gran polo productor, especialmente a través de la Editorial Novaro (1949), que inundó todo el continente con sus publicaciones a bajo costo. Además de adaptar material estadounidense, México generó creaciones propias de enorme éxito:
La tradición historietística se extendió por todo el continente. En Chile, Condorito (Pepo, 1949) se convirtió en un fenómeno de exportación. Colombia tuvo a Copetín, Cuba a sus muñequitos y Brasil a la popularísima Turma da Mônica (Mauricio de Sousa). Artistas como el uruguayo Alberto Breccia, aunque desarrolló su carrera en Argentina, son figuras ineludibles del cómic mundial.
La llegada de material extranjero no fue un simple proceso de imperialismo cultural. Teóricos como Roland Robertson hablan de “glocalización”: los productos globales son adaptados y resignificados por los actores locales. La Editorial Abril en Argentina, por ejemplo, no solo tradujo los cómics de Disney, sino que generó contenido propio, adaptándolo al gusto local. Esto matiza las tesis de autores como Dorfman y Mattelart en Para leer al Pato Donald (1971), que, si bien fueron pioneros en el análisis ideológico del cómic, a veces obviaron la capacidad de agencia y reapropiación de las culturas receptoras.
El siglo XXI ha traído una nueva vitalidad a la novela gráfica latinoamericana. Internet ha democratizado la publicación, permitiendo a una nueva generación de artistas como Liniers, PowerPaola, Alberto Montt o Decur alcanzar audiencias globales. Los temas se han diversificado enormemente, con un auge de la historieta autobiográfica, el periodismo gráfico y una mayor presencia de voces femeninas y perspectivas LGBTQ+. Ya no podemos hablar de la historieta solo como humor o aventura; hoy es un campo de exploración artística sin límites.
El reconocimiento de la historieta como campo de estudio serio se debe al trabajo de varios teóricos fundamentales.
Creador del influyente personaje The Spirit, Eisner fue un pionero en la teorización del medio. En sus libros El cómic y el arte secuencial (1985) y La narración gráfica (1996), analizó sistemáticamente la gramática y las posibilidades narrativas de la historieta. Los prestigiosos Premios Eisner, los “Oscar” del cómic, llevan su nombre en su honor.
Su libro Entender el cómic: El arte invisible (1993) es una obra revolucionaria que utiliza el propio lenguaje del cómic para explicar sus mecanismos internos. Sus conceptos como la “clausura” y su exhaustiva definición de la historieta son hoy herramientas indispensables para cualquier estudioso del medio. Sus obras posteriores, Reinventar el cómic (2000) y Hacer cómics (2006), continúan esta exploración.
El historiador de medios español es una referencia clave en el mundo hispanohablante. Sus análisis sobre la cultura de masas incluyen estudios detallados sobre el lenguaje y la historia de la historieta, contextualizándola dentro del ecosistema mediático.
Fue uno de los primeros intelectuales en América Latina en abordar la historieta desde una perspectiva académica, aplicando herramientas de la semiología y el estructuralismo para analizarla como un lenguaje. Su trabajo fue pionero en legitimar la historieta como objeto de estudio en la región.
El universo de la historieta es vasto y diverso, abarcando múltiples géneros y formatos de publicación.
La historieta puede abordar cualquier temática imaginable: aventuras, ciencia ficción (El Eternauta), superhéroes, humor (Mafalda), policial, terror, histórico, erótico, autobiográfico (Virus Tropical de PowerPaola) o educativo, entre muchos otros.
La historieta en América Latina vive una auténtica efervescencia. La consolidación de la novela gráfica ha permitido a los autores abordar temas complejos con una libertad creativa sin precedentes. Festivales como Crack Bang Boom en Rosario (Argentina) se han convertido en puntos de encuentro cruciales para creadores y público.
Las redes sociales han emergido como una plataforma vital para la difusión, permitiendo a artistas como la ecuatoriano-colombiana PowerPaola o el chileno Alberto Montt construir una relación directa con sus lectores. La diversidad es la nota dominante: han surgido con fuerza narrativas feministas, exploraciones de la identidad migrante y una revisión crítica del pasado dictatorial. La historieta latinoamericana actual es un crisol de estilos y voces que dialoga de tú a tú con la producción global.
¿Por qué es importante la historieta? Porque es un medio profundamente democrático, accesible tanto en su consumo como en su creación. Ha funcionado como una poderosa herramienta de alfabetización y de fomento de la lectura. Pero su relevancia va más allá: ha sido un espacio privilegiado para la crítica social y el comentario político, a menudo esquivando la censura a través de la metáfora y la sátira.
La historieta documenta realidades sociales, preserva la memoria colectiva y configura identidades culturales. Su lenguaje visual ha permeado el cine, la publicidad y el diseño. Hablar de la historieta latinoamericana es hablar de injusticia social, de persecución política y de anhelos de liberación. Es, en definitiva, una de las formas más ricas y complejas que ha encontrado el continente para contarse a sí mismo.
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