La literatura anarquista del Cono Sur. La imagen del pueblo en los cuentos de la prensa obrera anarquista de Chile y Argentina (1897-1927)[1]

Anarchist literature of the Southern Cone. The image of the people in the stories of the anarchist working press of Chile and Argentina (1897-1927)

A literatura anarquista do Cone Sul. A imagem das pessoas nas histórias de imprensa operária anarquista no Chile e na Argentina (1897-1927)

Eliseo Lara-Ordenes[2]

 

Introducción

El periódico es la acción más firme, más universal, más eficaz para la propaganda,
la defensa y el ataque. Más que la palabra que se lleva el viento, robustece a los
débiles, da coraje a los tímidos y arraiga con más fuerza las convicciones y el amor
hacia los ideales. La palabra impresa obra más y mejor en la conciencia del individuo;
le sugiere pensamientos propios, comentarios íntimos que avalaran más los conceptos
leídos, y en esa
conversión periódica entre él y la hoja impresa, ve conceptos más
dilatados y nuevos horizontes.[3]

No buscamos laureles; buscamos el pan.

No buscamos la engañosa sonrisa de una gloria
ficticia, sino el bienestar de todos, bajo la sombra
de la igual de los hombres.

Nuestra pluma será látigo implacable que flajela [sic]
vuestros vicios. Sociedad Prostituida: ¡la hora llega![4]

Hacia fines del siglo XIX y comienzos del XX se fue conformando un importante núcleo artístico e intelectual en América Latina, el cual se fue destacando por su fuerte compromiso con las demandas sociales emergentes en las organizaciones obreras y populares. Tanto en política como en literatura el aporte de esos hombres y mujeres fue relevante para la visualización de aquello que reclamaban los sectores más desposeídos de la sociedad. No obstante, su trabajo no se detuvo sólo en la amplificación y promoción de ideas revolucionarias, sino que fue determinante en la construcción cultural y simbólica de lo que se ha denominado en la historiografía como la Cuestión Social (Barrio Alonso, 2005).

En este proceso, la prensa obrera jugó un rol clave dentro del conflicto en ciernes, ya que junto con disputar la hegemonía discursiva a los medios oficialistas, iba aleccionando a sus lectores bajo los ropajes político-ideológicos de las diferentes corrientes de pensamiento, que existían al interior del movimiento obrero. Así, socialistas y anarquistas fueron poniendo en debate sus ideas, modos organizativos y prácticas sociales con diferentes estrategias, donde la literatura fue parte fundamental.

En las publicaciones obreras, la significación que daban los libertarios[5] al quehacer artístico en las clases populares tenía mayor relevancia respecto a las otras vertientes de pensamiento, lo cual puede observarse en las distintas secciones dedicadas al desarrollo del arte y la literatura en casi todos los periódicos anarquistas.

Estas características, ponen de relieve la importancia que tienen los órganos de la prensa obrera anarquista como un lugar privilegiado en el que se encuentra alojada parte significativa de la producción literaria popular del periodo, cuyas obras son en su mayoría escasamente conocidas y donde la mayoría de sus autores, han sido completamente obviados por la historia de la literatura[6]. Además, en estas mismas publicaciones es posible advertir el trayecto eidético (Devés, 2007) de destacados escritores, políticos e intelectuales del siglo XX, quienes dieron sus primeros pasos públicos en los espacios brindados por la prensa ácrata, ya fuera por militancia, adhesión, simpatía o amistad con los editores.

En este sentido, posar la mirada en algunos periódicos obreros anarquistas existentes en Chile y Argentina, nos permite reconfigurar y poner en discusión la función que cumplía la literatura al interior del movimiento popular en el Cono Sur americano, del mismo modo en que se visualizan las influencias que ejerció su literatura en el contexto cultural del cambio de siglo.

La amplia discusión que sostuvieron los militantes y adherentes del anarquismo acerca del quehacer artístico, los llevó a confrontar importantes ideas en las que se fueron configurando postulados doctrinarios acerca del carácter, sentido y función del arte y la literatura. Ensayos de teoría y crítica, en los que se aprecian las importantes influencias de Pierre Joseph Proudhon, Jean Marie Guyau, León Tolstoi, Máximo Gorki o Emile Zola, tenían como propósito confrontar las tesis “burguesas” del “arte por el arte” en las que definían de una u otra perspectiva “¿Qué es el arte?”.[7] No obstante, esta pugna teórica, también, venía de la mano con defender los modos propios para llevar a cabo la práctica artística, donde el caso “criollista” fue un debate constante en el ambiente anarquista suramericano.

En este sentido, en el ensayo “El arte y su misión social en América”,[8] el escritor chileno Víctor Domingo Silva (1882-1960) se preguntaba, retomando las palabras de otro ensayo suyo, “¿Para qué está la historia?” y hace hincapié en el sentido que ésta tiene para la literatura, pues entiende que el medio social; cultural y temporal del artista son la fuente fundamental para su trabajo, donde el pasado nacional demanda un retrato que ayudará a educar a las masas. No obstante, esta idea sobre el arte parece tener poca relación y hasta una contradicción, con los principios apátridas del anarquismo, pero como dice el autor del texto:

es verdad que el arte no tiene patria, pero que también es verdad que la tiene el artista. Y la patria del artista es, después de todo, la única digna de consideración, la única patria natural, cien veces más noble que la patria sangrienta del militar, que la patria embustera del político, o que la patria cotizable del comerciante. La patria del artista, está por encima de todas y no tiene nada que ver con ésas: es su ambiente, la multitud en medio de la cual se agita, la naturaleza a que se debe su personalidad como el árbol debe al suelo la savia con que echa hojas y florece. Alguien, creyendo ver en ello una antinomia, reprochó a Ghiraldo, que, siendo anarquista, cantase al gaucho, tipo nacional, reproche injusto y ridículo, como sería ridículo e injusto censurar a Gorki porque ha puesto en sus admirables cuentos la vida de los mujios y de los vagabundos de la estepa (1912: 3).

Esta idea de un arte “regionalista”[9] o “criollo”, permite demarcar los diversos puntos de recorte para la presente investigación, ya que la diferenciación geográfica que éste releva, permite establecer con mayor precisión el fenómeno de estudio, tanto en los aspectos espaciales como en los temporales, y así poder situar nuestra mirada en aquellas particularidades contextuales, que posee la literatura anarquista del Cono Sur. Ello, porque la exigencia principal de ésta tenía como esencia el compromiso con el medio social en el que se desarrollaba, puesto que “el pueblo” debía ser la principal fuente de inspiración (Proudhon, 1896) y, también, el destino final de todo arte “verdadero” (Tolstoi, 2012).

Imagen 1. Portada de <em>Ideas y Figuras</em> (Buenos Aires), año III, núm. 66, 2 de febrero de 1912.
Imagen 1. Portada de Ideas y Figuras (Buenos Aires), año III, núm. 66, 2 de febrero de 1912.

 

Prensa y cultura anarquista

La diversidad de órganos de prensa que se publicaron junto con carteles, hojas sueltas, panfletos, folletines y libros, fue parte central de la estrategia propagandística del pensamiento político ideológico anarquista, el que es identificado en nuestra investigación como (anti)político, cuya proliferación en apariencia es inorgánica, pero que respondía al modo en que los ácratas se agrupaban para desarrollar sus acciones. Las principales características de los grupos anarquistas fueron: “la carencia de marcos internos permanentes, la autonomía en la acción, el a-partidismo, el autofinanciamiento, el rechazo de estructuras de representatividad, la descentralización en el espacio y la no obligación de continuidad en el tiempo, la libre asociación y el federalismo” (Golluscio de Montoya, 1986:53-54), por lo que, con ello, se posibilitaba lo fundamental de su actividad: llevar a la práctica los principios teóricos (anti)políticos del pensamiento libertario,  como señalan en el artículo de prensa “Grupos de afinidades”, publicado en El Perseguido núm. 12 del 21 de diciembre de 1890 en Buenos Aires:

Hemos combatido y continuamos combatiendo los organismos autoritarios, desde los gobiernos y todos los partidos políticos hasta las sociedades obreras que se rigen por directorios y por estatutos y reglamentos hijos de mayorías inconscientes y más o menos ficticias; y aunque esas mayorías fueran consientes y fueran expresión positiva del gran número, nosotros, como anarquista que somos, no podríamos aceptar tal sistema sin adulterar nuestros principios.

Pues, para salir del rutinismo autoritario nos ha sido preciso buscar un modo de unión que concordara en un todo con los principios comunistas anárquicos, esto es, con la libertad absoluta de cada uno. El modo mejor que hemos encontrado es la unión de afinidades; pero muchos costándoles trabajo, y no poco, el desprenderse de las preocupaciones autoritarias no pueden comprender el desenvolvimiento de estos nuevos grupos. Al ver la disolución de un grupo, cosa que es toda natural, inmediatamente se desalientan creyendo que es este modo de organización que provoca la disolución; porque todavía, dichos individuos están creídos que cuando un grupo de hombres se una ha de ser como esos casamientos católicos en que la unión es para toda la vida (p. 1).

A partir de lo anterior, se puede precisar que la forma establecida de la práctica social, que intentaron construir, fue  fundamental para sus propósitos, lo cual, como queda evidenciado en el texto, no era una tarea fácil, ya que la experiencia cultural de las clases populares organizadas hasta la fecha, eran siempre en función de la tutela de un poder dominante que les dirigía su accionar, por lo que esta forma tenía un rechazo absoluto de parte de los ácratas, promoviendo, en contraposición, pequeños “grupos de afinidad” compuestos por un número muy bajo de participantes, de hecho no superaban las 5 o 6 personas[10] (Golluscio de Montoya, 1986), que se unían para desarrollar una actividad en específico. Así, estos núcleos tenían una plasticidad que permitía a cada integrante ser miembro de varias agrupaciones al mismo tiempo o simplemente unirse, de vez en cuando, a cualquiera que le interesase. Esta orgánica traía problemas que van; desde la irregularidad y falta de compromiso, hasta el oportunismo e infiltración policial, tal como fue revelado en sus medios. Así, en El Productor núm. 7 de Santiago de Chile, publicado la primera quincena de julio de 1912, advierten que:

Hoy no hay dificultades para entrar a un grupo o constituir otro. Basta con hacer el sello y crear el grupo, aunque sea de un individuo bien o mal intencionado, el cual logra hacerse relaciones interviniendo en todos los movimientos de propaganda; y aún no es necesario el sello, fácilmente se entra en cualquier grupo.

Esto, que sobre ser extraño encierra un peligro para la propaganda, es un deber de los componentes del grupo imponerse de esos desconocidos que nadie conoce ni sabe de dónde proceden, ni han sido presentados por nadie y cuya actitud es más que sospechosa, puesto que en vez de ocuparse de la propaganda, solo se entretienen en circular chismes, en hacer obra negativa, en censurar la labor de los demás, en hacer buen cara a los mismos que desnudan en sus conciliábulos de viejas comadres.

Los grupos deben y necesitan regenerarse y para ello tienen que eliminar de su seno a los sospechosos en una u otra forma; es una medida de profilaxis social dentro de los grupos, en especial contra los individuos charlatanes, que son verdaderos agentes provocadores (p. 3).

No obstante, este modo de “ser parte de” las filas político ideológicas del anarquismo, traía consigo diversas manifestaciones, que van corrigiendo y/o reorientando las acciones de quienes se unían a sus agrupaciones, ya que el anarquismo fue, a nuestro entender, un cuarto paradigma político ideológico moderno[11], surgido al calor del debate sobre el nuevo sistema social post-Revolución Francesa, cuya base es la radicalización de los ideales liberales que empujan la caída del Antiguo Régimen, a saber; “la libertad individual, el poder emancipador de la razón y la ciencia, la inevitabilidad del progreso, la bondad básica del ser humano y la armonía fundamental de la naturaleza” (Álvarez Junco, 1991: 263). Esta libre participación o asociación, permitió que dentro de los libertarios se encontraran miembros que no provenían del mundo obrero, lo cual demuestra, una vez más, que durante el propio desarrollo social del anarquismo, éste se va sembrando entre las clases trabajadoras y asimilando a sus condiciones, situación que se conoce como el “obrerismo”[12] y que definiría en gran medida las discusiones intra-ideológicas entre quienes optaban por un anarquismo individualista o anarco comunismo, con aquellos que lo hacían por la corriente organizadora del anarco-sindicalismo[13] o socialismo libertario, disputa antigua que se vino a reproducir, también, en América Latina (Golluscio de Montoya, 1986).

Así, dentro de esta sociabilidad libertaria, participan activamente un importante número de artistas y escritores, quienes encuentran en los grupos de afinidad, un espacio para su desarrollo y promoción, donde su quehacer creativo cumplió un rol fundamental para propagar la idea, ya que, como bien hace notar Lily Litvak;

Hay en la apreciación de estas obras una instrumentalización básica del arte al curso de la lucha social. El arte es un modo de conocer, despertador de nuestra conciencia, testimonio de una época, denuncia o exaltación de algún momento histórico. Por ende, un esquema de las relaciones constitutivas de la realidad del arte puede servir para la interpretación de la crisis social capitalista. De allí el empeño libertario de exigir que la creación artística revele en su temática la decadencia de las costumbres burguesas, el falseamiento de sus relaciones e instituciones, el derrumbe del individuo, el ofuscamiento de los valores sociales (1988: 13).

La prensa obrera anarquista, denominación con la que agrupamos los distintos órganos periódicos creados por las agrupaciones ácratas, incluyendo aquellas que pertenecieron a sindicatos o gremios liderados por libertarios, fue fundamental para la organización del movimiento obrero del Cono Sur, ya que actúo como constructora (Devés, 1991) de una “nueva” subjetividad entre los miembros de las clases populares, no sólo instruyendo y adoctrinando a sus lectores, sino también formando un nuevo intelectual que no asistió, como los teóricos europeos, a la universidad (Rama, 2004), por lo que cobran relevancia estas verdaderas “comunidades obreras-artístico-intelectuales anarquistas”, las que partiendo de un interés por auto educarse en la doctrina, ven con buenos ojos a letrados, pintores y profesionales vanguardistas[14], quienes siguiendo la “moda” francesa de la “bohemia”, se acercaron a obreros autodidactas:

La moda de bohemia, en este caso, parece ser la manifestación de una actitud vital que se propone conjugar arte y lucha política. O dicho de otro modo, bohemia es el territorio que le cabe ocupar a aquellos artistas que, fieles hasta las últimas consecuencias a su sensibilidad natural, deciden enfrentar todo lo que representa el mundo burgués (Ansolabehere, 2011: 144).

De ahí, que la participación de artistas y escritores en una prensa social de fuerte promoción ideológica, fue relevante desde sus inicios, donde las prácticas literarias, de escritores anarquistas y anarquistas escritores, tuvieron un espacio infaltable dentro de sus órganos periodísticos, siempre y cuando cumplieran con su ideal del Arte, porque a los ácratas, lo que les interesaba rescatar de las obras “es la intención didáctica y militante, ya que se trataba de exponer por medio de la literatura la amplia gama de problemas y reivindicaciones que los anarquistas se planteaban en los congresos y en los textos doctrinales” (Lida, 1996: 125). De este modo, sus escritos, que además se fueron complementando con grabados y dibujos a medida que se avanzaba en el manejo de las nuevas técnicas de impresión (Soriano y Madrid, 2001), vinieron a reforzar de manera aún más explícita, las representaciones temáticas que tenían sobre el pueblo.

Y si bien, la puesta en marcha de una imagen (mítica) de lo popular, se inició en la política por medio de los “ilustrados” y en la cultura por parte de los “románticos” (Martin-Barbero, 1991), esta vino a cobrar significados contrahegemónicos[15] y de disputa cultural, cuando los periódicos anarquistas comienzan a hacer una exposición directa de los contrastes sociales que vivían las clases populares bajo el liberalismo capitalista, cuya desigualdad social fue consecuencia del sometimiento y subyugación de los más desposeídos. En esta línea, se puede observar en la imagen núm. 1 un grabado publicado en La Protesta Suplemento Semanal del 13 de agosto de 1923, en el que se presentan dos realidades de la vida social, por una parte, se puede ver en un gran primer plano a una familia compuesta por la madre y sus famélicos hijos angustiados en la miseria, mientras que, por la otra, se observa como contrapunto la vida lujosa de un grupo de burgueses que bailan y cenan en un club social.

Imagen 2. Grabado “Las armonías económicas del capitalismo”. <em>La Protesta (Suplemento Semanal), </em>(Buenos Aires), núm. 82, 13 de agosto de 1923
Imagen 2. Grabado “Las armonías económicas del capitalismo”. La Protesta (Suplemento Semanal), (Buenos Aires), núm. 82, 13 de agosto de 1923

La lucha anarquista viene a ser, desde esta lógica, una lucha política en que se busca la anulación de la propia concepción de lo político, de ahí que ellos se identifiquen como una ideología anti-política, siendo este el lugar primordial desde donde fundamentan gran parte de su acción y doctrina (Álvarez Junco, 1991; Capelletti, 2006; García Moriyón, 2008), ya que para ellos la liberación del ser humano pasa, desde Proudhon en adelante, por anular cualquier coerción a la que se vea sometido un individuo, partiendo por la establecida en la sociedad moderna por la fuerza del Estado, lo cual evidencia que el pensamiento ideológico ácrata tiene una vocación política de transformación en la que, con o sin ganas de serlo, son parte de lo político.

En este sentido, toda su acción está articulada para la revolución, desde el cambio individual hasta la liberación colectiva, razón por la cual su principal característica es la negación y contrariedad a cualquier elemento que forme parte de un sistema de opresión como el Estado, ya que esto supone aceptar principios fundamentados en una autoridad que se encuentra más allá del ser humano mismo. Al decir de Bakunin:

[c]ualquier teoría lógica y clara del Estado está basada fundamentalmente en el principio de autoridad, es decir, la idea eminentemente teológica, metafísica y política, de que las masas, siempre incapaces de gobernarse, deben en todo momento someterse al yugo beneficioso de una sabiduría y de una justicia que les son impuestas, de una manera o de otra, desde arriba. ¿Impuestas en nombre de qué y en nombre de quién? La autoridad que es reconocida y respetada por las masas, sólo puede provenir de tres fuentes: la fuerza, la religión o la acción de una inteligencia superior (cit. García Moriyón, 2008: 57).

La imagen del pueblo pobre y oprimido cobra, una relevancia doctrinaria, que la sitúa como parte fundamental de las diversas discusiones extra-ideológicas de anarquistas con socialistas y comunistas marxistas, ya que tal como lo hace ver Jesús Martín Barbero:

La transformación del concepto de pueblo en el de clase a partir de la segunda mitad del siglo XIX tiene un lugar de acceso privilegiado en el debate entre anarquistas y marxistas. Debate en el que mientras el anarquismo inscribe ciertos rasos de la concepción romántica en un proyecto y unas prácticas revolucionarias, el marxismo por el contrario efectuará una ruptura completa con lo romántico, recuperando, no pocos rasgos de la racionalidad ilustrada. Pero lo que tanto anarquistas como marxistas efectuarán de entrada será la ruptura con el culturalismo de los románticos al politizar la idea de pueblo. Politización que significa la puesta al descubierto de la relación del modo de ser del pueblo con la división de la sociedad en clases, y la puesta en historia de esa relación en cuanto proceso de opresión de las clases populares por la aristocracia y la burguesía. En síntesis, marxistas y anarquistas comparten una concepción de lo popular que tiene como base la afirmación del origen social, estructural de la opresión como dinámica de conformación de la vida del pueblo (1991: 21-22).

Sin embargo, los marxistas desecharán su utilización, por ser un concepto demasiado ambiguo, haciendo empleo de uno más definido y, por tanto, más científico para ellos, como es el de proletariado. Mientras que los ácratas conservaron su uso, porque para ellos el pueblo es más que una clase en particular, dado que la opresión estatal y religiosa supera la condición de explotación productiva que sufre la clase proletaria en sí.

En consonancia con esta concepción, emerge el grito de liberación de la mujer; tanto de la opresión laboral como del dominio patriarcal y religioso, haciendo uso de los mismos espacios obreros y/o creando unos exclusivos para ello. Así tenemos el primer órgano femenino de habla española en América Latina, La Voz de la Mujer. Periódico comunista-anárquico cuya reivindicación era “la propaganda por los hechos” en post de la liberación femenina, cuyo único antecedente sobre quiénes eran las responsables de dicho órgano, es aportado en un número de la revista Caras y Caretas, donde se nombra a Teresa Marchisio, María Calvia y Virginia Bolten. De esta última se sabe que es “la única mujer deportada en Argentina en 1902, por la Ley de Residencia” (Molyneux, 1986 en Feijoo, 2002: 23).

El anarquismo dio espacio para que ellas fueran partícipes activas en la lucha revolucionaria por la emancipación del pueblo, siendo relevantes en el trabajo cultural y político ideológico, “pues la mujer jugaba un papel fundamental en la sociedad, siendo ella la principalmente encargada de traspasar en el hogar la educación y valores a las nuevas generaciones, con lo cual, su emancipación no sólo acababa en ella misma, sino también en quienes le seguían en la familia.” (Lagos Mieres, 2017:13).

La mujer, como dirán en el órgano anarco-feminista Nuestra Tribuna. Quincenario Femenino de Ideas, Arte, Crítica y Literatura (1922-1925), es un “factor primordial en la sociedad humana”, que no ha sido valorada como se debe, ya que como afirma la autora, Caferina J. Sánchez, en su artículo “¡Arriba los Corazones! La mujer en el hogar y en la sociedad” del 15 de agosto de 1922:

La mujer se ve empujada y colocada al nivel que ocupan la cosas inútiles; si se le mima, no es sino como un objeto de uso común y de alguna utilidad, y si se le cuida no es sino como una mercancía que ha de dar buen sumando a su poseedor.

Otras veces, en la sociedad y el hogar es un objeto bonito, admirado mientras dura su brillo y que luego se rompe, se tira o se deja en un rincón olvidado.

De ahí que la mujer en otras ocasiones soportando la condición de oveja sumisa del redil humano, jamás trató de elevarse ni aún en su propio achatamiento espiritual y material, se encaminó al suplicio, yendo a la cabeza del rebaño, cuando así se lo impuso la voluntad suprema de su señor y en cumplimiento de su deber, como mujer, mejor dicho como animal servil, porque debemos entender que siendo propiedad del hombre, la mujer no dispone de su voluntad y tiene que obedecer, porque así lo dictan las leyes.

Y yo pregunto a estos hombres que hicieron de la mujer una sierva: ¿Con qué derecho os habéis erigido en amos y señores, limitando la libertad de la mujer (vuestra igual) y hasta verla reducida a la más miserable esclavitud, siendo que sois carne de su carne, sangre de su sangre, en fin, partículas de su vida?

Así, esta idea de comprender al pueblo, no puramente como un sujeto de clase, sino como un individuo oprimido que tiene en sí mismo la capacidad de liberarse de las distintas formas de subyugación a las que lo tiene sometido, tanto el capitalismo burgués como el Estado, la Iglesia y el patriarcado, es lo que lleva a los anarquistas a realizar una valoración cultural e identitaria de los padecimientos, en un sentido amplio que termina abarcando todas las dimensiones de la vida, porque es ahí donde vemos que ellos sostienen el fundamento principal de su ideología (anti)política.

En este sentido, la concepción de pueblo en los ácratas, será de vital importancia para la relación que se hace desde la prensa, entre la práctica artística y literaria con la situación social que viven las clases populares, ya que como afirma Pierre Quiroule (1924), “el arte tiene una misión social superior que cumplir, ésta no puede ser otra que contribuir a la realización de una ética de florecimiento humano en la igualdad –económica y libertaria– de los individuos”. Por tanto, el discurso literario anarquista, viene a ser una manera de vehiculizar las concepciones de la subjetividad libertaria, que servían de orientación masiva sobre el comportamiento (Di Stefano, 2012) que se espera de quienes adherían a la idea, donde la literatura transmite los valores del ethos ácrata.

Imagen 3. Portada de <em>Nuestra Tribuna</em> (Necochea), año 1, núm. 1, 15 de agosto de 1922.
Imagen 3. Portada de Nuestra Tribuna (Necochea), año 1, núm. 1, 15 de agosto de 1922.

De esta manera, el desarrollo de órganos propios de comunicación periódica en los que publicaron ideas, hechos, comentarios y obras literarias fue fundamental para dos de los principales propósitos que tenían los anarquismos: 1) dar a conocer la idea; y 2) educar y regenerar al pueblo. No obstante, como bien lo indica Luciana Anapios, estas características fueron “una perspectiva compartida por todo el arco de las izquierdas, así como el rol del periódico en las estrategias de conformación de una identidad socialista o anarquista. La prensa anarquista compartió, además, recursos culturales, referencias a autores y tradiciones culturales de diversos sectores del liberalismo” (2011: 4).

 

Prensa e identidad libertaria

Conscientes del rol que jugaba la prensa, como aparato de discusión ideológica durante el siglo XIX, los anarquistas, aprovecharon muy bien el órgano impreso para vehiculizar sus ideas. Sin embargo, a su llegada al Cono Sur americano, esta estrategia chocó de manera brutal con las altísimas tasas de analfabetismo y semi-analfabetismo de las clases populares (Oved, 2013), lo que les significó asumir una tarea educativa compleja, que si bien la habían desarrollado en Europa, todavía era experimental, ya que recién hacia 1901 se inauguraría la primera Escuela Moderna de Francisco Ferrer en Barcelona (Cappelletti, 2012), cuyo caso vendría a ser el paradigma educativo de los anarquistas y una de sus mayores contribuciones teórica-prácticas al proceso de formación de la subjetividad obrera.

El modelo educativo racionalista fue una acción alternativa para la formación intelectual de los obreros, el que junto con desarrollarse completamente al margen y en contra de las posiciones educativas de la iglesia y el Estado, logró articularse en un desarrollo de prácticas libertarias y conocimientos básicos (Suriano, 2008), creando espacios colectivos de organización dónde una de sus principales actividades era enseñar a leer y escribir[16] (Lagos Mieres, 2013). En tal sentido:

los anarquistas atacaban los sistemas educativos autoritarios basados en rígidas normas disciplinarias y en el sistema de premios y castigos. Por el contrario, rescataban y defendían a ultranza la libre creatividad del niño así como el respeto al espíritu crítico. En el mismo sentido, impulsaron la coeducación sexual así como fomentaron hábitos de vida sana y al aire libre. Aunque cada una de estas aspiraciones no fuera patrimonio exclusivo de los anarquistas, en su conjunto articularon una serie de postulados pedagógicos que debían ser puestos al servicio de la causa revolucionaria. Y en este sentido, lo militantes libertarios locales defendieron la idea de educar para liberar (Suriano, 2008: 220).

No obstante, a este propósito educativo que se refiere Suriano, hay que agregar el rol que tuvieron los periódicos anarquistas, ya que su ayuda fue fundamental tanto de insumo para el aprendizaje doctrinario como de espacio de divulgación, siendo a partir de esto último que obtenemos la mejor evidencia del proceso vivido por los obreros devenidos en propagandistas ácratas.

Así por ejemplo, El Grupo Regeneración (1901-1903), el cual nació principalmente de iniciativa de un grupo de obreros tipógrafos: Agustín Saavedra y Gómez, Manuel José Montenegro, Nicolás Rodrígues, Julio E. Valiente y Temístocles Osses, los cuales se reunían en el cuarto de Saavedra –su iniciador- en principio a estudiar las obras de sociología y comentarlas […]

Sin embargo, a partir de estas lecturas y autoformación de sus miembros, la idea era extender aquellas hermosas ideas, y para ello el grupo se organizaría para reunir fondos – a través de veladas, rifas, etc.– para editar una hoja de propaganda.[17] (Lagos Mieres, 2013: 155-156).

A partir de ahí, tenemos que el órgano libertario, no sólo era un vehículo de ideas, sino también el resultado de un proceso más complejo que la reunión de opiniones escritas y textos de diversa índole vinculadas al anarquismo, ya que tras de sí, hay todo un dispositivo de “lecturas comentadas” (Barrancos, 1987), que operaba como base de la formación político ideológica de los obreros, desde donde emergió un nuevo tipo de intelectual; el autodidacta. Ángel Rama dice lo siguiente al respecto:

Desde el anarquismo finisecular, la preparación intelectual ya no dependerá exclusivamente de ella, por la aparición de un grupo social más bajo que no puede o no quiere educarse universitariamente prefiriendo hacerlo directamente en el comercio de libros y revistas que circulan más libremente por el mercado y todavía más en las conversaciones que sus miembros mantienen entre sí. La confusa y tumultuosa democratización va generando un distinto tipo de intelectual que al no ser rozado por el preciado instrumento de la educación letrada sistemática, ha de proporcionar una visión más libre, aunque también más caótica, indisciplinada y asistemática (2004:163).

Este nuevo “intelectual” formado en la cercanía de una conversación (Delgado, 2008) y de la lectura colectiva e individual de artículos doctrinarios; historia; arte y literatura, participará con sus propias colaboraciones y cartas en los mismos medios que leía, razón por la que es común encontrar textos anónimos y misivas de lectores[18], discutiendo el contenido de algún escrito publicado con anterioridad, tal y como ocurría en La Batalla de Santiago de Chile (Lara-Órdenes, 2014) o en La Protesta de Buenos Aires. No obstante, la discusión no sólo se hacía entre textos publicados en un mismo órgano, sino también hacia aquellos que eran divulgados por la prensa “burguesa” u “oficialista”, así como de otras tendencias de izquierdas, incluidas las de corrientes ácratas, pues como bien lo hace notar Eduardo Santa Cruz:

La prensa obrera surge como herramienta vital para la difusión de los proyectos ideológicos que se van configurando desde la propia práctica de constitución del movimiento sindical, así como instrumentos de organización de éste y de contestación al proceso de transformación de la prensa liberal en aparato ideológico del estado burgués (2000:52).

Por tal motivo la prensa se vuelve una trinchera de disputa política, desde donde darán respuesta a las distintas acciones que emprenden contra ellos los aparatos institucionales, desde los órganos policiales hasta los medios de la prensa burguesa, razón por la cual, constantemente llamaban a realizar boicots contra dichos órganos. Mientras que el debate con las otras fuerzas izquierdistas se centraba en un tono correctivo, en donde casi siempre se argüía la traición y la mentira como práctica que buscaba desprestigiarles entre los obreros, de ahí que muchas veces sus editoriales se dediquen a dar respuestas a este tipo de situaciones, iniciando toda una discusión inter-periódica que derivaba hacia acusaciones personales, que no terminaban en ninguna acción positiva para los propósitos del movimiento, sino más bien, producían un desgaste discursivo en una “supuesta” defensa de los ideales.

No obstante, todas estas discusiones suscitadas, así como las recepciones que tuvieron, son también el resultado de las prácticas culturales anarquistas, puesto que con el transcurrir de los años, más trabajadores y mujeres sabían leer y escribir, participando activamente con sus opiniones en los órganos de la prensa obrera. Este hecho, incluso ayudó al tránsito informativo, ya que cualquier militante o adherente de las filas libertarias, podía enviar notas breves a los periódicos de su región, de otras partes del país e incluso fuera de éste, para informar sobre diversos acontecimientos o impresiones de lecturas. Así por ejemplo, es posible encontrar diversas notas que informan sobre hechos ocurridos en Chile en la prensa ácrata argentina[19] y viceversa, firmado en no pocas ocasiones por nombres desconocidos en los órganos libertarios chilenos.

Este resultado, que viene a ser una consecuencia de lo que Bakunin denominó el “proletariado intelectual” (Zavala en I Tous y Tietz, 1995), coincide en América Latina con la profesionalización de la escritura (Ramos, 2003; Altamirano y Sarlo, 2016), permitiendo que algunos de los “nuevos” letrados, principalmente aquellos que desarrollaron una vocación literaria, pudieran formar parte de una prensa especializada, como ocurrió en las revistas culturales anarquistas. En ese plano se pueden nombrar autores como Florencio Sánchez, Alberto Ghiraldo, Alejandro Escobar y Carvallo, Rodolfo González Pacheco, Manuel Rojas, Francisco Pezoa, José Santos González Vera, entre otros, siendo muchos de ellos completos desconocidos dentro del canon académico de las letras hispanoamericanas.[20]

De esta manera, se ha podido observar cómo se articula, a través de la prensa, una concepción espacial del discurso, situando el ideario ácrata en una disputa que intenta desarticular la configuración social del sistema dominante, centrando su esfuerzo constructivo en concretar el precepto de que “el hombre –[como] escribía Bakunin– se ha elevado desde la animalidad gracias a su “necesidad de saber” y su “capacidad de abstracción”, ha sido la causa de todas las conquistas de la emancipación humana.” (Álvarez Junco, 1991: 267). Por lo tanto, se necesitaba dotar de medios que soportaran y permitieran la transmisión de la Idea, siendo la prensa la que mejor cumplía con dicho propósito, producto de las siguientes condiciones: 1) no tenía un costo elevado para el receptor al que se dirigía, muchos de los periódicos se financiaban con aportes de los colaboradores que escribían en él y con las erogaciones voluntarias de quienes se suscribían[21]; 2) permitía la elaboración de un mensaje claro y directo, ya que son los anarquistas quienes se dan cuenta de que al pueblo no hay que hablarle de forma grandilocuente ni compleja (Angenot, 2010b);[22] 3) podía ser desplazado por distintos lugares del país y el mundo vía correo, lo cual era reforzado por medio de los canjes entre periódicos afines, que además, servían de fuente de artículos que eran replicados o simplemente plagiados en los medios que se recibían. Esto ayudó a que los principales autores ácratas, una vez que eran traducidos al español fueran rápidamente leídos por sus adherentes y simpatizantes[23] en los distintos países de habla hispana; 4) fortalecimiento de la unidad discursiva doctrinaria, cuya condición se desarrolló a partir de la selección de qué y a quiénes se publicaba de manera destacada en el periódico, ya que no cualquier autor ocupaba las páginas principales, ni los espacios centrales del documento, siendo incluso destinados esos espacios a escritos literarios o imágenes que reforzaban la idea central que orientaba el número del periódico. De este modo, se puede observar en la Imagen núm. 2, que la conmemoración del 1ro de mayo era lo principal, cuyos artículos acompañaban el imponente grabado titulado “Las víctimas de la tiranía a través de los tiempo”, hablando de la muerte, opresión y miseria.

En síntesis, la estrecha relación entre la política anarquista como discurso y el desarrollo de su prensa, como vehículo de propaganda, no está dado al arbitrio casual ni desorganizado del periódico, sino que muy por el contrario, obedece a una completa y acabada formulación estructural del mismo, ya fuera producto de la réplica e imitación de otros medios, o por la vía creativa de plantearse cómo mejorar el impacto del mensaje que se entregaba. Así se puede ir observando cómo forma y contenido se fusionan bajo una lógica doctrinaria que aseguraba una identidad cultural, simbólica y discursiva a los diferentes periódicos anarquistas

Imagen 4. Portada <em>de El Sembrador</em> (Valparaíso), núm. 99, 1 de mayo de 1926.
Imagen 4. Portada de El Sembrador (Valparaíso), núm. 99, 1 de mayo de 1926.

 

Prensa y literatura anarquista

El sentido apátrida y antidogmático del anarquismo, posibilitó la unión más allá de cualquier distinción de nacionalidad, género, raza, posición social e incluso creencia religiosa (judíos, evangélicos y masones), lo cual construyó un conjunto humano bastante disímil y heterogéneo, el que se hace evidente en el origen social y las creencias religiosas de sus principales referentes, respetando en la práctica los principios antiautoritarios, anticlericales y antiburgueses.

Los medios periodísticos institucionales[24], “oficialistas” y “burgueses”, ramificaban un nacionalismo ideológico entre las masas obreras con el fin de contrarrestar la “buena nueva”, que se esparcía entre los trabajadores por vía de inmigrantes que relataban los hechos o a través de los órganos “alternativos” de la prensa escrita, permitiendo que el proselitismo político ideológico de los ácratas se expandiera rápidamente.

 

Al comenzar el siglo la propaganda política e ideológica tenía cierto desarrollo en la sociedad argentina, especialmente en las áreas urbanas vinculadas directamente a la economía agroexportadora. Ello fue así en tanto se habían acumulado una serie de condiciones como el acentuado proceso de urbanización mediante los cuales la prensa había dejado de ser un medio restringido y reservado a las elites para difundirse y ser patrimonio también de sectores más amplios y, por último, debido al surgimiento y el desarrollo de asociaciones, partidos y grupos de izquierda como el anarquismo, el sindicalismo o el socialismo, que buscaban captar e influenciar a los sectores populares a través de la emisión y la difusión de mensajes ideológicos concretos (Suriano, 2008:37)

En este sentido, las complejas redes de información e intercambio que habían logrado construir los anarquistas, dan cuenta de la utilización de importantes adelantos en los procesos de conexión global que estaba produciendo la modernización, tales como el telégrafo[25] y el ferrocarril, los cuales se estaban instalando hacia el último cuarto del siglo XIX en el Cono Sur. A ello se suma, el transito migratorio, que provocado por la necesidad de una mano de obra calificada y también para poblar los extensos territorios de América Latina, había configurado un trayecto definido hacia el Cono Sur con centro en Buenos Aires, articulando un itinerario desde Europa hacia la capital trasandina y desde ahí hacia otras ciudades, entre ellas Santiago de Chile y Valparaíso (Melgar Bao en VV. AA., 2013), cuyo paso continuo y constante de ácratas por la ciudad puerto trasandina, la llevaría a ser denominada como la “Barcelona” de Sudamérica.

De este modo, los recorridos de la Idea tenían un claro propósito; conquistar adherentes a la causa revolucionaria, cuestión que logró de manera efectiva y, en el caso argentino, también eficiente. En este sentido, son múltiples los relatos que contaban los propios ácratas en sus memorias acerca de cómo llegaron a las filas del anarquismo. Alejandro Escobar y Carvallo cuenta del siguiente modo el cambio que tienen sus posiciones políticas,[26] pasando de socialista a anarquista. Junto a esto, el contenido de su memoria es bastante ilustrativo de las dificultades con las que se encontraba la prensa ácrata en Chile, situación que no era muy distinta en la Argentina, dado que su discurso (anti)político irrumpía frente a los planteamientos conservadores de la prensa institucional.

Durante esa primavera y el verano, leímos mucho. Nuestro guía, José Ingenieros, nos proveía de libros de doctrina, diarios, revistas y folletos de estudios. En marzo de 1898 publicamos, con Olea, una revista quincenal, La Tromba. Provocó gran revuelo y el periodista Alfredo Irarrázabal Zañartu, dueño del diario La Tarde, nos saludó con un artículo fulminante. Según él, nuestra revista significaba para Chile un peligro mayor que todo el ejército argentino, y pedía, si era necesario, la dictación de una ley prohibiendo su publicación. Además, nos prodigó el calificativo peligroso de “agentes” en Chile, del Estado Mayor del Ejército Argentino. Dado el gran prestigio, en las esferas oficiales, de la pluma de nuestro acusador, el Gobierno hubo de tomar cartas en el asunto. Apenas sacamos a luz el segundo número, el Intendente hizo notificar, a los dueños de la imprenta de Santiago, la prohibición de imprimir nuestra revista. Los modestos recursos de Luis Olea y míos invertidos en la pequeña empresa se fueron al agua. Pero como alcanzamos a mandar por correo ejemplares de La Tromba a nuestros conocidos de España, Brasil, Uruguay, Argentina y  el Perú, nos llegó de retorno un buen número de publicaciones socialistas y revolucionarias, con centros de propaganda, bibliotecas y escritores de la nueva idea, en Europa, Estados Unidos y la América Española.

Entre los nuevos envíos, recibimos una revista de Sociología y Economía titulada La Cuestión Social, editada en Buenos Aires por el avanzado publicista Rafael Farga Pellicer. Si bien no calzaba los puntos literarios-filosóficos de La Montaña, contenía, en cambio, notables estudios científicos e históricos sobre asuntos económicos y luchas sociales. Era un género diferente de literatura, pues no se refería ni mencionaba siquiera al parlamentarismo y la política. Su lectura nos abrió nuevas perspectivas y nos dimos a estudiar las obras anunciadas por la revista. La primera, La conquista del pan, de Pedro Kropotkine. La deslumbrante filosofía del gran revolucionario ruso no llegó a trastornarme, pero tuvo en mí el efecto de mostrarme el amplio e infinito horizonte de la vida humana, más allá de todo convencionalismo formal de leyes, gobiernos y mecanismos políticos transitorios. Envolvía ello la cumbre del idealismo social futuro, cuando todos los hombres hayan trascendido la etapa actual de animalidad agonista y bárbara, donde el mayor número vive sumido todavía (2005: 374).

De este modo, es posible ir observando el carácter ideológico que se configuraba en los periódicos anarquistas, ya fueran los de tipo informativo o aquellas revistas culturales cuyo énfasis estaba puesto en el arte, la literatura y la sociología. En todos ellos, a pesar de abogar por una (anti)política que no dirigiese la opinión y el comportamiento desde una lógica estructural autoritaria, hay claras evidencias de una línea editorial definida que subsumía los artículos, cartas, grabados y obras literarias, en verso o prosa, a las ideas o concepciones libertarias declaradas en sus principios y propósitos, puesto que el fin último de todo órgano era contribuir a la liberación de los pueblos. Ejemplo de ello son los siguientes fragmentos del texto “En la brecha”, publicado en el núm. 1 de La Protesta Humana (1897) editada en Buenos Aires y “Propósitos” perteneciente al primer ejemplar del periódico El Faro (1902) de Santiago de Chile, en donde se afirma ser contrarios al sistema burgués dominante y estar junto a quienes luchan contra él. Así, en el texto argentino dirán que:

Pertenecemos a la tripulación de la carcomida nave “Sociedad”, que navega en mar revuelto. La oficialidad pretende aprovechar nuestras fuerzas para dirigir el buque hacia el puesto de la Reacción, en donde ella se halla en pleno predominio y nosotros en denigrante esclavitud. Nuestros esfuerzos tienden pues, a oponer firme resistencia al rumbo oficial y dirigirnos decididos hacia las playas donde resplandece el sol de la Libertad.

Y al venir a ocupar un puesto en la brecha, La Protesta Humana saluda a cuantos aman la verdad, a los que trabajan por la emancipación de los desheredados, a los que luchan por la desvinculación de los privilegios, a los que preparan la participación equitativa de todos en el patrimonio universal, a los que sufren por la conquista de esos ideales, y, por último, a la prensa que se dedica al estudio de la cuestión social y a la que cuyos esfuerzos tienden a generalizar los progreso de la ciencia para anular la fuerza terrible de las preocupaciones adquiridas (p. 1).

Mientras que en el texto chileno, siguiendo un sentido similar, afirmarán que:

“La Idea –ha dicho mui bien Kropotkin– ha penetrado en las multitudes, les ha dado una bandera, y nosotros creemos firmemente que la generación presente podrá efectuar la Revolución Social, y terminar con la innoble explotación burguesa, emancipando a los pueblos de la tutela del Estado e inaugurando en la especie humana una nueva era de libertad, igualdad y solidaridad.”

Así pues, nuestra labor se encaminará francamente hacia al campo acrático porque consideramos que el Socialismo Libertario corresponde, con justicia, a la más natural y elevada concepción de los pueblos.
Y al terminar, enviamos un afectuoso saludo a la prensa socialista en general y a todos nuestros compañeros de ideas que, diseminados por el mundo, luchan bajo el hermoso pendón rojo de la Acracia por la completa emancipación del proletariado, al mismo tiempo que lanzamos tremenda condenación sobre el régimen burgués imperante que hace de los hombres carne de cañón y miseria y de la mujer una esclava de explotación o del prostíbulo (p. 1).

En tal sentido, ambos órganos de prensa definen una trinchera, desde dónde ubican sus discursos, siendo completamente coherentes entre sus declaraciones iniciales y lo publicado a lo largo de sus páginas. Sin embargo, más allá de totalizar sus órganos comunicacionales, con puros militantes o adherentes ácratas se puede leer en ellos textos, fundamentalmente; obras literarias; ensayos o incluso ver cuadros y grabados, de autores que no tenían ninguna vinculación reconocida con los anarquismos, más allá de una admiración que podía tener algún miembro del grupo editor, con lo cual se pone en evidencia que tanto el arte en general, como la literatura en particular, eran vistas como medios para sus propósitos político ideológicos y que, por tanto, para ellos no era tan relevante quién escribía sino el mensaje escrito (Litvak, 2003).

A todo esto, se debe agregar el diseño y diagramación de los periódicos anarquistas, lo cual se puede ver a lo largo de esta tesis en las distintas portadas expuestas, cuyas presentaciones visuales rompían con la regularidad homogénea de los textos, tal como se publicaban en otros órganos ideológicos de la prensa obrera, donde se destacan aquellos que eran promotores de la IWW en Chile y los distintos órganos culturales editados en Buenos Aires. Y como bien señala Lily Litvak, esos diseños también transmitían significaciones, ya que así:

Los periódicos trataban de romper la impresión habitual de un periódico para llamar la atención de sus lectores y poder promover una lectura más emotiva y mucho más dramática. Las características físicas de la publicación causaban un impacto de primera impresión y desde la disposición tipográfica ya se significaba el mensaje (2001: 221).

De este modo, la prensa anarquista, racional-iluminista como la identifica Guillermo Sunkel (2016), se debatió entre lo popular y lo ideológico con todas las herramientas que hemos venido develando, pues sus intenciones apuntaban estratégicamente a conquistar la mayor cantidad de espacios posibles dentro de la cultura popular, así como también, crear nuevos lugares con los que se re-significaran las prácticas existentes, incluidas, el arte y la literatura.

Imagen 5. Portada de <em>La Protesta Humana</em> (Buenos Aires), año 1, núm. 1, 13 de junio de 1897.
Imagen 5. Portada de La Protesta Humana (Buenos Aires), año 1, núm. 1, 13 de junio de 1897.

Así, el discurso literario narrativo de la prensa anarquista, opera como un recurso que refuerza los ideales de la doctrina, mediante la exposición “ficcionalizada”[27] de las razones que motivan su ideario, en un realismo que da sentido a los acontecimientos retratados, donde, por ejemplo, la denuncia de lo injusto que es el aparato socio-cultural y económico del capitalismo liberal, así como cualquier otro régimen social autoritario enriquecen cientos de obras ácratas, dándoles sentido y limitación al discurso literario, con el cual se desarrolla un lenguaje afectivo, que apelando a una emotividad del receptor, intenta persuadirlo y concientizarlo de los padecimientos de las clases, y la necesidad de un cambio “verdaderamente” revolucionario que ponga fin al Estado. En este sentido, la palabra se vuelve una estrategia fundamental de la idea, cuya articulación en el montaje sintáctico del texto, construye una tradición estilística que será propia de su literatura. En esta dirección, Lily Litvak señala que:

Una de las características es el predominio absoluto de la función persuasivo-emotiva del discurso sobre la información-referencial. El análisis lógico es sustituido por una intensa llamada a la emotividad.

El anarquista, al recurrir frecuentemente a palabras e imágenes tipificadas emocionalmente, llega, materialmente, a identificar la idea con la palabra, proporcionando al lenguaje un valor absoluto. La palabra es el aspecto del logos, del verbo. Más que una relación mística entre la palabra y el logos, se puede hablar aquí de manifestación, si no tangible, por lo menos visible, puesto que la palabra está escrita.

En este contexto, se desemboca en una retórica propia, con expresiones estilísticas estereotipadas cuyo valor emocional está fijado por el uso de una tradición retórica. Las palabras no son ya experiencias vivas, sino modelos mediante los cuales se provoca en el lector determinado tipo de emociones (2003: 58-59).

Es así como el tipo de prédicas político ideológicas, propias del lenguaje libertario, están presentes en la mayoría de los textos literarios publicados en la prensa obrera anarquista, donde la dramatización y el melodrama se vuelven pequeñas tácticas discursivas, de una representación estética de la realidad en que hay dos clases en franca oposición, una utiliza todos los medios a su haber para mantener los privilegios que posee, oprimiendo a la otra. Por esto, el ideario (anti) político en la literatura anarquista, define la significación estética que debe poseer una obra, ya que se busca en su configuración, la manera de transmitir la dualidad conflictiva bajo la cual viven los trabajadores y las clases populares, en contraste de cómo lo hacen las clases pudientes de burgueses y aristócratas, situando siempre la posición enunciativa de la narración, desde la óptica del oprimido. De este modo, los anarquistas fueron los primeros en “extender la denuncia de la opresión a todos los lazos humanos y propiciar la aparición del relato de la experiencia cotidiana y de la intimidad” (Fernández Cordero, 2008: 2).

 

Las formas del discurso literario anarquista

El discurso literario anarquista posee múltiples obras líricas, dramáticas y narrativas, no obstante, como hemos venido señalando, el presente estudio está centrado en una selección de textos narrativos. De ahí que, nuestro análisis, sin descartar que existan apreciaciones coincidentes con los otros géneros literarios, se concentra en la manera, que las distintas formas discursivas utilizadas por los ácratas, construyen una imagen del pueblo oprimido, cuyas características fundamentales se encuentran en: la función política, y la prensa como espacio de publicación, donde esto último influyó en las formas que adquirió el discurso literario, porque el lector de estas narraciones es seguidor de un determinado tipo de periódico: el doctrinario. Ello, debido a que la estructura formal de un texto se determina, siguiendo a Bajtín, “por la especificidad de una esfera dada de comunicación. Cada enunciado separado es, por supuesto, individual, pero cada esfera del uso de la lengua elabora sus tipos relativamente estables de enunciados, a los que denominamos géneros discursivos” (2002: 245).

De este modo, los géneros utilizados por los “escritores anarquistas” y “anarquistas escritores” responden a una particular esfera de comunicación, a saber: la lectura de una prensa doctrinaria, la cual contiene características específicas en dos planos principales; uno, en el ámbito del contexto y la forma en la cual se reproduce y, otro, en el mensaje mismo de lo reproducido.

Las condiciones históricas de los géneros de la literatura anarquista publicada en la prensa obrera, responden a un proceso de formación cultural complejo, principalmente, escritural, en el que se “absorben y reelaboran diversos géneros primarios (simples) constituidos en la comunicación discursiva inmediata” (Bajtín, 2002: 247). En dicho proceso será la obra en su totalidad la que se relaciona con la realidad, en tanto que es una representación artística y no un suceso de la vida cotidiana en sí, lo comunicado. Los propósitos funcionales exigidos a la literatura ponen en discusión; creación con realidad, donde la libertad absoluta de lo primero, se creía que alejaba del compromiso militante a los artistas ácratas (situación que motivó el rechazo de su función revolucionaria entre algunos libertarios), por lo cual se les llamaba constantemente a sostener un compromiso social, haciendo arte de y para el pueblo sin reparar tanto en las formalidades y condicionando la técnica a la función expresiva del contenido. Así, al menos lo plantea Pablo Lojas Paz en su artículo “Técnica y personalidad”, publicado en La Protesta. Suplemento Semanal núm. 92 del 22 de octubre de 1923, pues ahí afirmaba que:

La armonía expresiva se produce cuando la técnica es justa y la personalidad clara. Técnica es el conjunto de elementos de expresión. Personalidad es el grado de intensidad de expresión que cada espíritu posee. Desde ya, podemos establecer el siguiente postulado: la técnica es más simple cuando más potente es la personalidad.

La técnica lleva a la servidumbre cuando la personalidad no restringe el imperio de aquella. El hombre tiene libertad para expresarse en actos y en ideas; pero, dependerá de aquel que exprese lo que él es incapaz de expresar (p. 4).

Desde este tipo de apreciaciones, se configura la relación entre forma y contenido en el ideal del arte anarquista, incluida la literatura, puesto que ambas actividades involucran el problema de la “creación” del mismo modo. Es así, que la concreción estética de las obras se alcanzaba solamente representando una de las problemáticas sociales que articulaba la lucha anarquista, independientemente, de cual fuera su corriente inspiradora: la anarcoindividualista o la anarcosindicalista.

En este sentido, la idea de una literatura surgida desde la experiencia social posee un carácter histórico muy similar al del discurso religioso, ya que la razón en la que afianza su “verdad” está en la condición testimonial que se le exige, reforzando el compromiso inseparable que debe poseer el autor ácrata con su realidad. Esta relación, se confirma, cuando vemos la influencia que tiene León Tolstoi en el anarquismo occidental y latinoamericano, donde el nivel de adhesión a sus postulados, no sólo trajo el despertar de una conciencia artística rebelde entre los agitadores ácratas, sino también el de replicar postulados de vida, como la fundación de colonias autogestionadas (Grez, 2007).

Esto pone en evidencia la importancia que tiene la vida en la forma de comunicar el mensaje, tanto por la situación del discurso[28] como por el contexto de enunciación, puesto que ambos permiten que el texto literario adquiera coherencia bajo formas definidas socialmente, incluidas las religiosas como la parábola. En esta dirección, el carácter social de los géneros ha servido, desde Aristóteles en la Retórica,[29] como una forma de distinguir la finalidad de un enunciado, lo que para el caso del texto literario, adquiere particularidades, que le abre múltiples sentidos hacia distintos ámbitos sociales, ya que en la cristalización de la obra es donde confluyen la imagen estética del pueblo con la función política de la literatura, ante lo cual sostenemos que: el propósito de la literatura anarquista está determinado por el carácter ideológico, que exige comunicar la “verdad” del Mundo mediante formas expresivas que involucran emoción y razón.

De esta manera, el discurso literario está afianzado desde una identidad política ideológica, que define y determina las posiciones y prácticas estéticas en el arte y la literatura. De ahí que, nos apoyemos en Terry Eagleton cuando sostiene que: “todo arte surge de una concepción ideológica del mundo” (2012:58), donde lo ideológico “significa el modo en que los hombres viven su rol en una sociedad de clases, los valores, las ideas, las imágenes que los sujetan a su función social y les impide un verdadero conocimiento del conjunto de la sociedad” (2005: 57), poniéndose en disputa las visiones contrapuestas, que de uno u otro modo sesgan la verdad supuesta que declara cada ideología. Con ello, la imagen que construyen los ácratas del “pueblo” en su literatura sirve de mejor manera a los propósitos de hacer visible una óptica de los sufrimientos cotidianos de las clases populares, motivo por el cual; Lily Litvak afirma que: “el cuento anarquista sigue determinada temática, alineamientos y estructuras. Tiene por lo general muy poco núcleo narrativo, y se basa en una exposición ideológica” (2003: 9) sobre cómo interpretan la sociedad y sus conflictos, precisando, más adelante, que en estos textos:

Los personajes pobres representados son tópicos: el pobre, el viejo, el niño, la mujer, el lisiado, el enfermo. Gráficamente, esos retratos pintan la miseria, la debilidad y la enfermedad. Esas figuras son siempre emaciadas, delgadas hasta la consunción, vestidas de andrajos, muchas veces descalzos. Pero se iluminan por una belleza moral que proviene de su condición de víctimas. Poseen siempre dignidad y una cierta belleza trágica. La miseria y el dolor nunca son desordenados o violentos, son dulces y enternecedores: un niño descalzo, un pobre indefenso. Son seres mayormente patéticos y resignados, aún no iluminados por la voluntad de redención social (p. 65).

Así, desde géneros breves como el microcuento, el cuento, la parábola, la fábula y el diálogo se representan imágenes de un pueblo que sufre la injusticia de un ordenamiento político y económico que debe ser abolido, valorando éticamente cualquier acto que intente responder en contra de la vida trágica que llevan las clases populares. Esto sitúa al autor del texto en una posición marcada y definida en la obra, cuestión que produce toda una resignificación en el uso de los géneros, tal como ocurre con parábolas y fábulas, donde existe una intervención que altera la forma original del género en función del propósito político ideológico del mensaje.

De este modo, en la fábula “Los bueyes” de Julio Barcos, publicada en Verba Roja. Periódico Anarquista núm. 38 en Santiago de Chile durante la primera quincena de 1922, se narra la injusticia que viven los animales bajo el látigo del patrón, pero que a pesar de reflexionar y percatarse del abuso en el que viven; siguen su trabajo. No obstante, dando cumplimiento al propósito de este subsistema literario, el autor introduce una frase final en el texto, produciendo un giro en donde la analogía, propia de las fábulas, se disuelve con una interpelación directa al lector:

Los pobres bueyes con el alma laxa y humillada la cabeza, rumiando en silencio la claudicante virtud de la resignación, continúan mansamente la faena desde el alba hasta el tramonto, convencidos de que cada cual realiza en la vida su destino.

¡Ah! si no fuera por los “hombres bueyes” de nuestra sociedad, tiempo hiciera que todos disfrutaríamos un poco más de libertad y otro poco más de justicia![30] (p. 2).

Así, la prosa del discurso literario anarquista, a pesar de sus declaraciones libertarias contra cualquier autoritarismo estético, se articula bajo una dualidad maniquea donde los desposeídos tienen la principal atención de lo narrado. No obstante, esta temática entra con vigor desde los postulados ideológicos de Bakunin hacia fines del siglo XIX, pues la posición proudhoniana dominante hasta ese momento fue la de una estética obrerista (Litvak, 2003), la que tuvo su definición en el prólogo de J. Llunas titulado “Literatura obrerista”, texto con el que presentó el libro Justo Vives (1893) de Anselmo Lorenzo. Ahí, el español, dirá que la literatura obrerista tiene como primer factor:

la exposición y defensa de los ideales al calor de los cuales se exponen los sufrimientos de la clase obrera y los remedios que se consideran oportunos para aliviar aquellos y aun hacerlos desaparecer.

Podrá también faltarle a la literatura obrerista, la lucidez de la frase, la brillantez de las figuras, la cadencia de una prosa que despida notas de armonía, los períodos grandilocuentes que más exaltan el sentimiento que hablan a la razón; más nada de esto es indispensable para convencer de la bondad de una causa, bastando un regular conocimiento de las principales reglas de la Gramática para darse a entender bien a los que no han de juzgar nuestros trabajos literarios por la forma, sino por el fondo; no por la galantura de la frase, sino por la intención que lo motiva (s/a, 10-11).

Con ello, Llunas puso a discutir un aspecto del contenido estético al interior de la literatura anarquista, haciendo evidente las influencias doctrinarias que ésta tenía, pues mientras el anarquismo proudhoniano apostaba por dar primacía a los obreros, el anarquismo de Bakunin, que se encontraba en una fuerte disputa con el marxismo, se dirigió a los desposeídos como puntal de lucha, incluso, por sobre las demás clases oprimidas, donde el papel protagónico lo ocuparía la mujer. La tesis del anarquista ruso fue la que se impuso en el contenido estético de la literatura anarquista y por ende, también, dentro de su prensa, ya que, “precisamente para ilustrar la necesidad de la revuelta en su arte y su literatura, escogen el aspecto más visible: la realidad física de la miseria. Este tratamiento permitía exponer su ideal de solidaridad en la redención como contraposición a la desigualdad en la suerte y en los destinos” (Litvak, 2001: 103).

De este modo, la descripción del abuso y la miseria en la que estaban sumidas las clases oprimidas era constantemente, puesto en conocimiento mediante los relatos de su prensa. Así, en el cuento “La mendigas” de Felisa Scardino, publicado en Nuestra Tribuna núm. 7 del 15 de noviembre de 1922, podemos leer:

Estaba entretenida admirando el arte de las pobres explotadas en una de esas grandiosas vidrieras que tanto abundan en el alma de la capital, donde había expuesto a la vista del público ávido de curiosidad, hermosísimas ropas blancas; de pronto oigo una voz que asemejaba a un triste lamento, que decía: -“¡Ya no puedo más! Detengámonos a descansar aquí”

-Bueno; como tú quieras abuela: yo también estoy cansada-

Me doy vuelta para ver quiénes eran los que así discurrían y me encuentro con dos mendigas. Una de ellas era una anciana ciega, y la otra una niñita de diez años de edad, que servía de Lazarillo a la anciana.

El aspecto de aquellos dos seres no podía ser más lastimoso

¡Aquello era el verdadero aspecto de la mendicidad, como dice el poeta Martín Castro en su poesía titulada: “El huérfano”

La anciana llevaba el cuerpo cubierto por unos tristes harapos á través de los cuales se veía parte de su esquelético cuerpo

Su rostro pálido y demacrado y sus ojo hundidos, más que un ser viviente parecía un cadáver.

Lo mismo la niña, que por su harapiento vestido, sus pies descalzos, su pálida y demacrada carita en la que brillaban dos ojos de triste mirar, parecíase a una espaciada del famoso cuadro de Murillo, titulado “Los niños pordioseros”

La pobrecita niña era la que continuamente extendía su demacrada manecita a los transeúntes, implorando: “Una limosna por Dios” Luego retiraba su manecita vacía y la dejaba caer a lo largo de su cuerpecito con desaliento (p. 3).

Otro ejemplo de esto, es el texto titulado “¿Dónde ir” de Fedor Vidal, publicado en el periódico Luz al obrero en octubre de 1911 en la ciudad de Valparaíso, en él se describe la llegada de un campesino a la ciudad:

Miserable y angustiado campesino, huyendo de la tiranía de los amos del campo, llegué a una gran ciudad creído de que allí se podría vivir más tranquila y libremente. Pero he visto con sorpresa que en la ciudad la vida es más triste para el proletariado, en todas partes víctima de la abundancia y de las desmedidas libertades de los señores burgueses.

Nuestra choza humilde en las montañas o en las praderas, expuesta a las caricias del aire puro, que modera la tibiesa de los rayos solares, sería un paraíso para los infelices, que en las ciudades habitan con numerosa prole en estrechos tugurios cuya única y estrecha puerta es raras veces visitada por un rayo de sol.

¡¡Es mui triste, para el pobre, la vida ciudadana!! (p. 3).

Las penurias y miserias que expone Vidal en este cuadro literario, de notoria influencia naturalista, evidencia la conformación de un subsistema particular complementando y  ampliando el discurso literario desplegado en la prensa obrera. Así, lo que narra el cuento “El arriendo” de Jorge Monge Wilhems, publicado en el periódico Lo Nuevo núm. 24 del 28 de diciembre de 1903 y recogido, también, en la antología de Andreu, Fraysse y Golluscio de Montoya (1990), advierte la vida inclemente que llevaban los obreros en las ciudades y el abuso que sufrían de parte de los señores burgeses.

Pedro Fernández llamaba esa tarde a la puerta de la casa del rico señor Juan Blackmann, dueño de la mísera habitación en que amontonados vivían el mecánico y su familia.

Don Juan Blackmann, era hijo de un marinero inglés desertor, quien había hecho su fortuna establecido cerca del malecón, en un negocio de licores y escondiendo contrabando, como asimismo, robos, cometidos a bordo de los buques que llegaban a Valparaíso.

Si tal fue el padre don Juan Blackmann no valía más su madre. Las malas lenguas murmuraban haber sido ella una mujer de malos antecedentes, antes de ser la esposa de William Blackmann, padre del acaudalado don Juan.

El hecho es que de un modo o de otro el viejo ex-marinero William Blackmann había reunido fortuna, vestía levita, gastaba sombrero de pelo, se dejaba patillas a los lados i vivía en buena casa. Todo su dinero lo había invertido en acciones de banco, figurando en algunas de estas instituciones como director (1990: 91).

El retrato de los últimos dos textos busca comunicar de forma más directa, que el artículo político y doctrinario, las consecuencias del abuso capitalista en la vida cotidiana de los obreros, intentando alcanzar una afinidad sensible, donde el lector se sintiera reflejado en el texto. Así, en el relato “¿Dónde ir?” se habla de aquellos migrantes venidos desde el campo, mientras en “El arriendo” se cuenta cómo operaba la indolencia de los ricos frente a los pobres, haciendo una denuncia y al mismo tiempo una agitación contra el responsable de las desgracias, vocación que está siempre presente en las obras literarias anarquistas. En entre las diversas formas de narrar que desplegó esta literatura en la prensa obrera, tenemos, por ejemplo, el uso de los cuadros de costumbres, propios del criollismo, y que fueron denominados, normalmente, como: “instantáneas”; “esbozos del natural” o simplemente “del natural”, habiendo sido escritos donde se exponía algún acontecimiento que les impactaba,[31] desarrollando un muy bajo conflicto narrativo, privilegiando la descripción de lo que se afana en retratar.

Era una tarde de esas, semi brumosas, en que por razones que no interesan al lector, dirigía mis pasos hacia el suburbio sudeste de mi pueblo; barrio ese, el más miserable; poblado de casuchas, muchas de ellas semi ocultas entre los yuyales que crecen con exuberancia y construidas a la ribera derecha del arroyo que, serpenteantes sus aguas corren incesantes como una sonrisa irónica frente a la miseria de los pobladores de esos parajes.

Ya en las callejas del miserable barrio caminaba lenta y distraídamente con el pensamiento puesto en otras miserias quizás más, mucho más crueles que las de los pobladores del barrio en que me encontraba, (pero miserias al fin). Sin que las miradas escudriñadoras de los que encontraba al paso, ni las murmuraciones de otros, lograran despertar mi atención: caminaba… caminaba distraídamente (Sánchez, 1922:2).

En este “esbozo del natural”, como se indicaba a continuación del título “¡Dolor!¡Miseria!”, en la publicación anarco-feminista de Buenos Aires, Nuestra Tribuna núm.2 del día 1 de septiembre de 1922, Caferina J. Sánchez describe cómo se naturaliza lo miserable, en un olvido del ajetreo presente, hasta que se conmueve al ver la miseria encarnada, pues, como señala la autora, al principio la pobreza no lograba llamarle su atención, hasta llegar donde un grupo de niños, que jugaban vistiendo harapos. Esta escena provoca una reflexión sobre la miseria de aquellos, que aún, por su edad, no se percataban de la condición que tenían, cuestionándose la injusticia de la vida, a partir de esos miserables niños.

Con todo, la literatura anarquista instaló con fuerza el conflicto social en las temáticas artísticas y literarias, que tenían su origen en la opresión al pueblo, por ello en sus obras instaban a realizar actos emancipadores, dando como resultado un grupo de temas literarios como: la miseria; la prostitución como opresión a la mujer, el anticlericismo, la delincuencia y la utopía libertaria. Desde ahí, se situaban del lado de las víctimas, haciendo siempre explícito al responsable de la tragedia acontecida, llámese sistema, burguesía, iglesia o política. Por ello, en la figura que construyen del burgués sobresale un rasgo: la total ausencia de compasión por el sufrimiento de los obreros y sus familias, ya que, pudiendo ayudar, no lo hace, tal como se puede observar en el cuento “El arriendo”:

Señor, repuso Pedro Fernández, soy arrendatario de una pieza en las propiedades que usted tiene en el Barón, i como hace dos meses no he podido pagar por estar sin trabajo, con mi mujer enferma i tener que mantener a ocho hijos… ¡Señor! Se me quiere echar a la calle… Le ruego, por lo que usted más quiera, me permita un mes más, hasta que mi mujer pueda levantarse de la cama… ¡Se lo ruego, señor, se lo ruego…!

Hombre, hombre, ustedes se imaginan que porque uno tiene fama de rico está obligado a darle casa gratis a todos los pobres. Me habla que es padre de ocho hijos i ¿qué me cuenta a mí? Si ustedes los pobres no tienen con qué mantenerles, ¿para qué tienen hijos, para qué se casan…? (p. 92).

De este modo, la narrativa anarquista expresa un dualismo agonístico en su estética del contenido, cuya función es hacer visibles la confrontación entre ricos y pobres, razón que otorga un significado político ideológico al lugar desde el cuál enuncia el discurso literario, exponiendo, ya fuera en primera o tercera persona, la injusticia que vivía el pueblo cotidianamente, no por error de sus propios actos, sino por culpa del ordenamiento estratificado en clases sociales impuestas por el sistema capitalista. De ahí que, en muchas narraciones, indiquen frases que interpelan al lector desde una crítica social fundamentada por la concepción política ideológica. En este sentido, se puede continuar leyendo:

Entonces brilló ahí, entre esos desgraciados, la verdadera Caridad, la sublime Caridad. No esa hipócrita, esa falsaria que humilla a quien favorece i que en todas las voces anuncia sus beneficios; i que sólo sirve de máscara a hombres villanos i a mujeres viciosas. Sí, no era caridad que gusta del bombo i de los carteles, que busca las columnas de los diarios donde recibe los aplausos de algún quídam enclenque ¡No! (1991: 93).

Este tipo de rupturas discursivas, que son una marca distintiva de la literatura anarquista, tienen significados funcionales, donde el autor precisa su posición en el texto frente a determinados actos y comportamientos clasistas, haciendo explícitas sus valoraciones ético/políticas sobre el actuar de las clases sociales, con un mensaje que, claramente, posee una interpretación y valoración desde lo político ideológico, como ocurre, por ejemplo, cuando se construye en el relato de Monge Wilhems la oposición entre una “verdadera Caridad” realizada por los “desgraciados”, contra la caridad “falsaria” de quien busca “los aplausos”. En tal sentido, las palabras actúan como un signo social de clara posición política ideológica, pues al decir de Valentín Volóshinov:

La palabra acompaña y comenta todo acto ideológico. Los procesos de comprensión de cualquier fenómeno ideológico (la pintura, la música, el ritual, acto ético) no se llevan a cabo sin la participación del discurso interno. Todas las manifestaciones de la creatividad ideológica, todos los demás signos no verbales aparece sumergidos en el elemento verbal y no se dejan aislar y separar de éste por completo (2009: 35).

En síntesis, la literatura anarquista como subsistema literario posee las siguientes características:

  1. Tuvo un espacio de publicación y circulación propia.
  2. Poseía sus propios criterios para juzgarse a sí misma.
  3. Los temas de las obras literarias respondían a las problemáticas sociales que los anarquistas identificaban en la sociedad, tales como: miseria, opresión o injusticia.
  4. Mantenía una relación cruzada con otras corrientes literarias.
  5. Poseía una función política de propaganda y educación (anti)política.
  6. Promovía los principios éticos del anarquismo.
  7. Exponía un dualismo agonístico entre ricos y pobres.
  8. Las obras tenían un conflicto literario simple.
  9. El héroe o heroína siempre pertenecía al de mayor “conciencia de clase”.
  10. Estaba escrito en un lenguaje simple que incorporaba términos propios de su concepción política ideológica.

 

Conclusiones: la imagen del pueblo

Si hay una condición particular que hemos podido establecer, desde el primer momento en la literatura anarquista, ha sido la exigencia de un contenido social, que retrata a las clases populares como oprimidas y desheredadas. Así, los anarquistas fueron construyendo la expresión de un ideario político ideológico, que instaló un conjunto articulado de enemigos, que actuaban en conjunto, para defender sus intereses a costa del sometimiento de la mayoría. La posición antiautoritaria, anticapitalista y anticlerical de los ácratas se justificaba bajo la acción, que situaba la respuesta contracultural, por llamar de algún modo a la valoración positiva que hacían ellos de las acciones incurridas fuera de la convenciones sociales, frente a quienes eran considerados la “gente de bien” y “respetable” que gobernaba. Por tanto, era en la confrontación social donde, finalmente, situaban el conflicto narrativo, buscando convencer a través de los textos lo necesario que es hacer la revolución.

La enunciación de este discurso literario posee un rasgo de oralidad que se hace manifiesto en la réplica de la fonética popular en la escritura, haciendo un uso informal, por no decir incorrecto, del lenguaje, tal como lo hacían las clases sumidas en la ignorancia. Esto exigía al desarrollo literario una estrategia discursiva que acercara el escrito a posiciones comprensivas más amenas para los pocos obreros lectores, cuestión que los llevaría implementar técnicas visuales en la distribución de la página de los periódicos. Así, como sostiene Ansolabehere:

Esta relación entre escritura, oralidad y acción puede vincularse, a su vez, con la ya mencionada voluntad de enseñar que caracteriza a la literatura anarquista. Tal voluntad, generalmente instrumentada a través del  ejercicio de la palabra, encuentra su complemento extremo o contracara en una de los aspectos más difundidos del anarquismo: “la acción directa”, también conocida como “propaganda por el hecho” que, como su nombre lo sugiere prefiere la eficacia de la acción por encima de toda palabra (2011:57-58).

Esta apreciación dada para el caso argentino nos parece, también, oportuna para la prensa anarquista chilena, ya que podemos observar en ambas el rol instructor que se le asigna al lenguaje. “La conciencia de los anarquistas de que la alfabetización no debía ser patrimonio exclusivo de otros, les permitió oponer al discurso dominante su propio discurso y desarrollar instrumentos de comunicación más elaborados dentro de su propia clase, más allá del horizonte local” (Lida en I Tous y Tietz, 1995:205). En tal sentido, los ácratas tenían plena consciencia del carácter ambiguo, que posee el lenguaje, del mismo modo como comprendían su potencia transformadora en las personas, pues sentían la necesidad de su conquista, ya que como hace notar Serge Salaün,

La enunciación anarquista se caracteriza por una “polifonía” compleja y una aspiración constante a imponerse como voz única e independiente: ésta es la primera fractura, insuperable, de todo el sistema. La mezcla no dominada de esta polifonía y de intenciones doctrinarias se ejerce a todos los niveles, en las cuestiones artísticas, estéticas y culturales (donde es más evidente) y también en asuntos políticos, ideológicos y doctrinales (en I Tous y Tietz, 1995: 323).

Este sentido, de las enunciaciones literarias anarquistas evidencian la función pragmática de la literatura, bajo el rol político ideológico que posee. Desde ahí, se pueden reconocer características, tales como: hacen una representación de la miseria y opresión del pueblo; tienen un nudo narrativo concebido desde conflictos sociales y no personales; hacen rupturas discursivas donde interpelan al lector; y describen las situaciones mediante un lenguaje binario.

De este modo, las temáticas anarquistas representan una imagen singular sobre el pueblo, desde donde discutieron con la ética y estética marxista, pues para los ácratas, la imagen de lo popular no se representa exclusivamente mediante la “clase obrera”, sino que, principalmente, en los “desheredados”, como lo hace notar Lily Litvak (2001). Esto justificó que los anarquistas fijaran como los protagonistas de sus obras a los personajes más descendidos en la sociedad, como se ve en el cuento “El reo”, firmado por A.Y. y publicado en La Antorcha núm. 58 del 3 de noviembre de 1922, pero que, producto de la experiencia de sufrir las injusticias de la opresión, poseían actitudes más favorables para rebelarse contra el sistema dominante. De ahí que en “la descripción de los desheredados en obras literarias y artísticas libertarias sigue determinados por esquemas retóricos y gráficos propios. En las obras anarquistas las concepciones son tajantes. Los humildes y los pobres se retratan buenos. Los ricos en sus convenciones mundanas y económicas son los perversos” (p. 103).

En tal sentido, la figura del delincuente emerge como víctima de la opresión y resultado de la misma, cuyo despojo de su capacidad social natural era producto de la avaricia, de quien, teniendo de sobra, no le compartía al “desgraciado” que necesitaba. Este mismo argumento se desplegaba hacia el clero, ya que su sentido de la caridad estaba relacionado a la explotación, por medio del engaño “divino”, de los más desvalidos, a quienes siempre en las narraciones anticlericales, como en el texto “Un demonio en la casa de Dios” de Felisa Scardino publicado en Nuestra Tribuna núm. 3 el 15 de noviembre de 1922, se les retrataba como indolentes. Así, en el diálogo entre El padre de la criatura y El cura se discute por el precio que tiene el bautismo. Por otra parte, la imagen de la mujer que se prostituye para sobrevivir, sufriendo por tener que vender “su amor” y viviendo en la marginación social, muestra la injusticia de ser doblemente rechazada por la sociedad, la primera, por quienes ven con ojos negativos la actividad de la joven y, la segunda, por quienes pagan sus servicios pero nunca les valoran como personas. Situación similar viven los mendigos, principalmente retratados mediante viejos, niños y mujeres con sus hijos, en formas que la humillación transgrede cualquier condición humana. Frente a esto, solamente el tema de la utopía libertaria retrata a los oprimidos superando la carencia, razón de casi todas las desgracias, del discurso trágico anarquista. 

De este modo, la imagen de lo popular estaba construida por aquellos sectores de mayor marginalidad y exclusión social, entre quienes, los trabajadores corresponden sólo a una parte del pueblo, pero que, además, no siempre logran dimensionar la fuerza que ejerce contra ellos la opresión, porque viven dentro del engaño del sistema. En este sentido, en la literatura los trabajadores son menos protagonistas que los otros personajes, ya que en el caso del tema de la utopía libertaria, el protagonismo viene dado por la condición de militante anarquista, que por ser simplemente un trabajador. 

En todos estos aspectos generales, se puede constatar el marcado sentido ético que proponen los conflictos narrados, donde los actos que se valoran son, más bien, posiciones rebeldes a la injusticia de la autoridad. Así, la ética anarquista concibe no lo bueno en sí, sino lo justo como la forma del buen proceder, aun cuando esta traspase los aspectos de la ley política, y deba hacerse “robando” al abusador. Por esto, la exigencia de “verdad” al arte y la literatura anarquista, transporta la valoración ética en una estética del contenido, cuyo sentido social consiste en la búsqueda de organizar la revolución contra toda autoridad.

 

Notas:

[1] El presente artículo corresponde a los resultados de la investigación doctoral “Estética y política en los textos narrativos publicados en la prensa obrera anarquista en Chile y Argentina 1897-1927” del programa de Doctorado en Estudios Americanos mención Pensamiento y Cultura del Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de Santiago de Chile (IDEA-USACH), la cual cuenta con el financiamiento de Conicyt, mediante la Beca de doctorado nacional

[2] Universidad Andrés Bello/IDEA-USACH

[3] Tierra Libre núm. 1, 11 de agosto de 1908 (cit. Litvak, 2001: 211).

[4] Fragmento de “Nuestro Grito” de Luis R. Boza, publicado en El Martillo núm. 4 del 18 de marzo de 1902 en Valparaíso.

[5] En el transcurso de nuestro trabajo hablaremos indistintamente de anarquistas, ácratas y libertarios para designar los genitivos de anarquismo, del mismo modo que ocuparemos la designación que utilizaban los propios anarquistas del periodo al identificar al anarquismo como “la Idea” (Grez, 2007).

[6] Como dato importante podemos referir que al consultar dos de los más importantes diccionarios de autores y de literatura latinoamericana: Aira (2001) y VV.AA. (1995), casi no hay registro de la mayoría de los escritores seleccionados en el corpus de nuestra investigación.

[7] Título de una de las obras más influyentes de Tolstoi entre los anarquistas.

[8] Publicado en Ideas y Figuras núm. 66 del 2 de febrero de 1912.

[9] La formulación de una idea local del quehacer artístico y a lo cual se refiere Víctor Domingo Silva en su ensayo fue formulada por Alberto Ghiraldo en el texto “El regionalismo en el arte” publicado en Ideas y Figuras núm. 31 del 16 de abril de 1910.

[10] Según los antecedentes para el caso chileno se cuenta entre 2 y 15 miembros, los que tanto en Chile como en Argentina superaban con creces este número cuando se trabaja de centros de estudios sociales (Muñoz, 2012b).

[11] Entre muchos autores, Wallerstein (2014) sostiene que son tres: liberalismo, conservadurismo y socialismo.

[12] Tema que introduce José Llunas y Pujals en el anarquismo ibérico en el prólogo de la novela de Anselmo Lorenzo “Justo Vives” (1893) (Lida, 1996).

[13] “En 1897 la lucha entre el anarco-comunismo y el anarco-individualismo era aguda y se expresaba en las publicaciones y en las asambleas públicas” (Oved, 2013: 88). La información completa es extraída desde el artículo “Grupos y reuniones” publicado en La Protesta Humana núm. 4 del 1 de agosto de 1897 en Buenos Aires, pues en él se da cuenta del debate intra-ideológico que sostenían los ácratas. Para conocer en detalle la disputa entre las dos corrientes ácratas en Argentina véase Oved (2013).

[14] Así, por ejemplo, para el caso chileno; “La FECH fue un lugar de encuentro entre los anarquistas y los jóvenes rebeldes de “La Bohemia”, principalmente estudiantes de medicina, odontología, obstetricia y enfermería. Gran parte de ellos provenían de provincia, vivían en pensiones cercanas a la escuela en el barrio Independencia, repleto de cantinas y lupanares. Esos jóvenes rompían rápidamente con sus creencias religiosas, ya que su disciplina científica los convertía en agnósticos y escépticos.” (Del Solar y Allende, 2008:51) 

[15] Entendemos este concepto a partir de lo que indica Gramsci sobre hegemonía, ya que para el filósofo marxista italiano, “la hegemonía es la dirección moral, cultural e ideológica que ejerce una clase o grupo social sobre el resto (1975:12), donde la oposición a este dominio a partir de prácticas culturales y valores sociales distintos se entienden como contrahegemónicas, razón que nos lleva a caracterizar de tales los significados de la práctica cultural alternativa de los anarquistas.

[16] No fueron pocos los documentos de discusión en los que se debatían las ideas de la Escuela Moderna que proponía Francisco Ferrer, llamada también racionalista, así como también existieron documentos donde se exponían sus bases teóricas (Zaragoza, 1996). En este contexto aparece La Escuela Popular (1912), revista mensual y órgano de la Liga de Educación Racionalista.

[17] Así surgiría una de las primeras iniciativas de este grupo: La Ajitación (1901-1903) en Santiago de Chile (Arias Escobedo, 1970).

[18] Los textos fueron principalmente anónimos o bajo seudónimos producto de las fuertes represiones que tuvieron las organizaciones ácratas en este periodo, lo que afectó de manera importante el desarrollo de la actividad comunicativa de la prensa, aun cuando muchas veces siguieron funcionando de manera clandestina y, como en estas situaciones, de forma semi-clandestina.

[19] En una mirada peyorativa sobre este aspecto, Eric Hobsbawm dirá: “Su prensa consistía en abundantes cuanto modestas hojas, escritas en gran parte por obreros conscientes de otros pueblos y ciudades, y cuyo propósito era menos el de inspirar una línea política –como tenemos visto, el movimiento no creía en la política– que el de repetir y amplificar la Injusticia, el de crear la sensación de solidaridad que hacía que el zapatero aldeano andaluz fuera consciente de tener hermanos que en Madrid y Nueva York, en Barcelona, Livorno y Buenos Aires luchaban en el mismo frente que él” (2001: 133).

[20] Véase nota 5.

[21] A ello podemos sumar que el costo de impresión de un periódico era comparativamente más bajo que el de un libro o folleto. Véase Suriano (2008).

[22] Por ejemplo, la interpelación directa al receptor en un lenguaje informal (usada siempre en sus escritos), cuando decían: “Hablo a todos los que quieren ser libres, no para aquellos políticos de última hora teñidos de rojo que ya parapetados en los sillones autoritarios predican una nueva esclavitud, ni para aquellos cretinos aburguesados para quienes el 1º de Mayo es un día de gloria y alcohol.” Este fragmento corresponde al texto: “1º de Mayo” de Baltrol, publicado en El Sembrador núm. 9 del 1 de mayo de 1926, Santiago de Chile, p.1.

[23] Esta situación se puede observar en la constante publicación de artículos de Jean Grave, Piotr Kropotkin, Mijaíl Bakunin, entre otros, con los mismos textos en diferentes periódicos.

[24] Bajo este concepto estamos considerando los medios de prensa que informan, principalmente, de manera diaria los acontecimientos actuales, aquellos hechos que están sucediendo día tras día. Paco Madrid (1988) se refiere a esta como “prensa burguesa”, mientras que Julio Ramos (2003) la retrató como el periodismo que logra la construcción de la racionalidad y el nacionalismo.

[25] “En términos de la racionalización del lenguaje periodístico, la inauguración del servicio telegráfico en 1877 resulta fundamental. El telégrafo le permitía a la comunidad de lectores autorepresentarse como una nación insertada en un “universo” articulado mediante una red de comunicación que contribuyó mucho a la sistematización del mercado internacional de la época” (Ramos, 2003: 134).

[26] En El Rebelde núm. 9 del 5 de marzo de 1899 que se publica en Buenos Aires, Escobar y Carvallo publica un artículo titulado “Anarquía en Chile” (p. 1), donde describe con menos detalles que la cita presentada en esta investigación sobre este mismo punto: el origen socialista de los jóvenes ácratas y las dificultades para desarrollar un trabajo propagandístico.

[27] Entendemos este concepto como una representación de la realidad (Dolezel, 1999).

[28] Como señalan Ducrot y Todorov (2011) existe una relación conceptual entre situación y contexto, pero coincidiendo con su diferenciación hemos optado por llamar situación de discurso al “conjunto de las circunstancias en medio de las cuales se desarrolla un acto de enunciación” y contexto “para el entorno estrictamente lingüístico de un elemento” (p. 375).  

[29] Para Todorov (2012) la distinción que hace Aristóteles en el Libro Primero sobre quien habla, lo que trata y a quien habla funcionan hasta en el campo de la estética porque permiten clasificar las diferentes concepciones de la obra de arte.

[30] Las itálicas son nuestras.

[31] Para una relación del anarquismo con el impresionismo y neoimpresionismo véase Egbert (1981).

 

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  • El Rebelde, Buenos Aires (1898-1903)
  • El Sembrador, Valparaíso (1925-1927)
  • Ideas y Figuras, Buenos Aires (1909-1919)
  • La Antorcha, Buenos Aires (1921-1932)
  • La Protesta Humana, Buenos Aires (1897-1903)
  • La Protesta Suplemento Semanal, Buenos Aires (1922-1926)
  • La Revista Blanca, Madrid (1898-1905), Barcelona (1923-1936)
  • La Voz de la Mujer, Buenos Aires (1896-1897)
  • Lo Nuevo, Valparaíso (1902-1903)
  • Luz al Obrero, Valparaíso (1911)
  • Nuestra Tribuna, Buenos Aires (1922-1925)
  • Verba Roja, Santiago (1918-1927)

 

Cómo citar este artículo:

LARA-ORDENES, Eliseo, (2018) “La literatura anarquista del Cono Sur. La imagen del pueblo en los cuentos de la prensa obrera anarquista de Chile y Argentina (1897-1927)”, Pacarina del Sur [En línea], año 10, núm. 37, octubre-diciembre, 2018. ISSN: 2007-2309.

Consultado el Jueves, 18 de Abril de 2024.

Disponible en Internet: www.pacarinadelsur.com/index.php?option=com_content&view=article&id=1682&catid=4